SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

ACERCA DE LA MIKVAH:
“LAS AGUAS DEL EDÉN”

LUCRECIA HERRERA


Mikvah de los baños judíos de Besalú, Girona, España
“Antes y después del baño de inmersión transcurre todo un mundo”.1
Para poder hablar de la mikvah, palabra que significa piscina ritual o “cisterna de agua” (Lv 11, 36) y conocer lo que simboliza y la importancia fundamental que tiene para la tradición judía, debemos empezar por el principio.

Vayamos pues al Génesis,2 a los orígenes del mundo y de la humanidad, penetrando en su sentido esotérico, de acuerdo a nuestras posibilidades y límites, abriéndonos a todo aquello que no se dice pero se intuye en el receptáculo del corazón. Dice así el primer relato de la creación:

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión: oscuridad cubría el abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de la aguas (Gn 1, 2).

La creación se hace por la Palabra de Dios, por el Verbo Divino.

Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe (Jn I, 3).3

Señala Federico González Frías,

Hay un antecedente evidente en el Génesis, es la palabra de Dios la que ordena “¡Hágase la luz!” (Fiat Lux) y luego sigue siendo la voz de Dios la ejecutora de su plan, (“dijo Dios”).4

“Y así fue”, y se hizo el mandato de Su Palabra.

Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; llamó Dios a la luz “día”, y a oscuridad llamó “noche”. Atardeció y amaneció: día primero.
Dijo Dios: “Haya un firmamento por el medio de la aguas, que las aparte unas de otras”. E hizo Dios el firmamento; apartó las aguas de por debajo del firmamento de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Llamó Dios al firmamento “cielo”. Atardeció y amaneció: día segundo.
Dijo Dios: “Acumúlense las aguas de debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco”; y así fue. Llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mar”; y vio Dios que estaba bien (Gn 1, 3-10).

Y continúa el Génesis narrando que ese mismo día, el tercero, Dios creó los vegetales, las hierbas y los árboles frutales con sus respectivas semillas. El cuarto día, Dios creó los dos grandes luceros y las estrellas sobre el firmamento, para separar el día y la noche y alumbrar la tierra. Y el quinto día creó Dios los peces en los mares, y todo tipo de aves para que crecieran sobre la tierra. El sexto día, creó Dios a los animales vivientes sobre la tierra: las bestias, reptiles y las alimañas y, al ver que estaba bien:

Dijo Dios: “Hagamos el ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra; que manden en los peces del mar y en las aves del cielo, en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todos los reptiles que reptan por la tierra.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó.
Después los bendijo Dios con estas palabras: “Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra” (Gn 1, 26-28).

Señalándoles todas las variedades de hierbas, semillas y frutos para su alimento y para los animales que había creado: los terrestres, las aves del cielo y los reptiles como para todo ser animado de vida, y vio que todo lo que había hecho estaba bien. Y concluyéndose, pues, “el cielo y la tierra con todo su aparato” y el séptimo día, dio Dios por concluida la labor que había hecho y “bendijo el séptimo día y lo santificó” (Gn 2, 1-3).

Esos fueron los orígenes del cielo y la tierra, cuando fueron creados (Gn 2, 1-4).

La prueba de la libertad: el Paraíso.

Luego plantó Yahvé Dios un jardín, en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahvé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y el mal. De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. Uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro. El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice. El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Cus. El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates. Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín del Edén, para que lo labrase y cuidase. Dios impuso al hombre un mandamiento: “Puedes comer de cualquier árbol del jardín, pero no comerás del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que comieres de él morirás sin remedio” (Gn 2, 8-17).

Llegados a este punto del relato mítico, Aryeh Kaplan señala en su libro Las Aguas del Edén5 un asunto importante:

Hay un elemento enigmático en esta narración: exactamente en la mitad de la historia, la Torah habla improvisadamente del río que salía del Edén, dando una descripción detallada del río y de sus afluentes, interrumpiendo la narración sin razón aparente. Esto es todavía más enigmático, porque no se menciona más al río en toda la narración.6

Curiosamente, este hecho, siempre nos pareció igualmente enigmático pero he aquí que ahora se irá develando. Hecho que resulta incomprensible porque después de hablar de ese río y sus afluentes, las “arterias vitales” de las cuatro regiones del mundo que brotan de un manantial –es decir de la Sabiduría Divina– en el centro del Paraíso, la narración habla de la condición del hombre, de su desobediencia y de su expulsión del Paraíso sin volver a mencionar el río.

La Torah nos dice que Dios plantó un jardín y en él el árbol de conocimiento del bien y del mal. Con él fue creada la posibilidad de que el hombre pudiera pecar [desobedecer a Dios] y ser arrojado del Edén. Así, aún antes de que Dios pusiera al hombre en el Edén, estableció un vínculo entre el jardín y el mundo externo, o sea, el río que emerge del Edén.7

Por tanto,

La narración de este río no es un hecho extraño que interrumpe la historia, sino más bien una afirmación importante, se refiere a la condición del hombre en el mundo externo al Edén. Aunque el hombre ha sido arrojado del Edén, le queda un vínculo. El concepto de la mikvah está estrechamente asociado a este concepto.8

Idea sobre la que volveremos una y otra vez, en adelante.

El jardín del Edén simboliza el estado perfecto y puro del hombre antes de la caída cuando era uno con Dios, totalmente libre, sin necesidad de trabajar y sin ninguna preocupación ya que todo alimento estaba al alcance de su mano, sin necesidad de ninguna vestimenta para cubrir su desnudez, pues su cuerpo era de luz.

Mas antes de seguir con el tema de los ríos y con la explicación de la condición de Adán en su origen y el concepto de bien y mal, este mismo autor nos plantea una pregunta:

Cualquier cuestión fundamental que podamos preguntarnos sobre el judaísmo empieza con una pregunta fundamental: ¿por qué ha creado Dios el mundo?9

Naturalmente, nadie puede responder a esta pregunta, ni podemos comprender las razones por las cuales Dios –entendido este término en su aspecto más alto y misterioso, más allá de su primera determinación, la Unidad– ha creado el mundo. En Sof, Sin Fin, el Eterno e Infinito, el No-Ser, el Misterio Absoluto en su Infinitud, dispuso y quiso revelarse, conocerse, y lo hizo según la Cábala, por una “contracción”10 en el seno de su No-Ser, dejando un punto de luz al descubierto y dando lugar a la Posibilidad Universal, que se revela por medio de diez esferas o sefiroth de Sabiduría –numeraciones, aspectos o atributos–, que marcan los límites de lo que Él ha querido manifestar, es decir la Unidad, la primera determinación del Ser. El gran cabalista Moshe Jaim Luzzatto lo expresa así:

Ein-Sof, bendito sea, es la voluntad tal y como hubiera podido ser, aquélla que no tiene ni término, ni medida, ni fin; las sefirot son aquello que El ha querido, con límite, y aquello que está constituido por los atributos particulares que El ha querido.11

El ser humano “no puede concebir sino lo que existe o es de algún modo”,12 aunque sí presentir, de alguna manera, lo que nos trasciende. Sin embargo, “lo Uno y sin par, sólo puede ser conocido necesariamente por Sí Mismo”.13

Pero volviendo a la pregunta acerca del por qué de la creación del mundo, planteada por A. Kaplan más arriba, tenemos noticia de lo que nos revela la Cábala acerca de este hecho grandioso y misterioso a través de sus sabios, cabalistas y profetas. Esas fuentes nos revelan que Dios es la fuente del Bien, Bendito Sea, y creó todo cuanto existe como un acto de Amor, por Su voluntad, y con el Amor que Se ama a Sí Mismo, ama Su creación y a Sus creaturas, colmando a toda la existencia del Bien.

En su extraordinaria obra La Sabiduría del Alma,14 Moshé Jaim Luzzatto, nos dice:

La raíz de todo es que Dios quiso y deseó conceder Su bien a los seres que dispuso crear. Y con ese fin dio origen a un orden de iluminación e influencia surgidos de Él y adaptados al nivel de estos seres que Él quiso crear. Lo que quiso Dios de esta influencia fue que constituyera una influencia de santidad surgida de Él –pues Dios es la esencia y fuente de toda santidad–, y que sólo tuviera consecuencias de santidad, tal como ocurre con los ángeles, que no experimentan más que absoluta santidad. Del mismo modo, la intención exclusiva tras la creación de esta influencia fue para que parte de la santidad del Eterno fuera impartida a Sus criaturas, para que pudieran finalmente regocijarse en el esplendor de su Santidad.
Pero debido a que Él quiso una existencia en este mundo inferior, Él decretó asimismo que su influencia fuera de un orden inferior, para poder dar origen a esos seres terrestres inferiores. Esto ciertamente que la degrada, pues ella no fue creada con este propósito. Se desprende, entonces, que los aspectos terrenales e inferiores de Su influencia, que nosotros presenciamos, constituyen una disminución y degradación de la propia influencia. Porque está forzada a vestirse con estas formas, que son para ella una degradación, pues ella es la influencia del Eterno, la fuente de la perfección y la santidad. Pero así lo concibió Dios: vestir Su influencia con estas formas oscuras hasta que llegue el momento en que se libren de estas vestimentas y aparezca en su forma clara y pura, cuando la creación y todo lo relacionado con ella se consagren por completo al Eterno.15

Colocó, pues, Dios al hombre en el Jardín del Edén donde lo formó del polvo de la tierra y del agua de “un manantial que brotaba de la tierra y regaba toda la superficie del suelo” (Gn 2, 6) y le insufló la vida con Su soplo (aire) divino para que fuera el recipiendario de ese Bien. Le concedió el don de la Inteligencia, facultad divina capaz de discernir lo verdadero de lo falso –y esa chispa que albergada en su corazón, su alma, que lo hace ser quien es–, para que el hombre tuviera la capacidad de asemejarse y acercarse a Él, de conocerle, amarle e identificarse plenamente con Él en la Unidad de Su Ser.

Para que el hombre se asemeje a su Creador en el más alto grado posible, tiene que funcionar en un radio en el que tiene la máxima libertad posible. El hombre se asemeja a Dios en su omnipotencia tanto más cuanto se asemeja a Él en su libre elección del bien.16

Por otra parte,

Si no fuera posible otra cosa que la elección del bien, no se daría la libertad de elección, y el bien no produciría ningún cambio benéfico.17

Y aquí está el meollo de todo este asunto: la libertad, el libre albedrío y la capacidad de elegir y obrar. Sin embargo, dicha elección trae consigo las consecuencias inherentes en ella y de la libertad misma, todos lo sabemos. En el principio, el hombre era enteramente puro, su inclinación natural era hacia el bien y la de vivir en armonía con todo lo que le rodeaba entregado a la contemplación de la sabiduría y su comunicación con Dios. Éste era el estado del hombre en el jardín del Edén donde era totalmente libre. Dios creó, entonces, una situación para probar el corazón de los hombres, incluso el de los justos. Lo vemos escrito en los Salmos (Sal 73, 2-3), cuando dijo el rey David: “Mas en cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de apartarse... porque envidiaba a los arrogantes”.18

Y ésta es precisamente la prueba: ver si los hombres permanecen firmes en su fe sin desviarse de la convicción de su corazón, que les permitirá decir. “Él es un Dios de fe, sin faltas, aunque nosotros no comprendamos Sus caminos”.19

Dio, pues, Dios al hombre un mandamiento: “Puedes comer de cualquier árbol del jardín, pero no comerás del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que comieres de él morirás sin remedio” (Gn 2, 16). Pero Eva, relacionada con el “lado izquierdo”, “que no es malo en sí, sino que se convierte en malo cuando intenta ocupar, o sustituir al otro, derecho, masculino y positivo” –como ya señalamos en un trabajo anterior–,20 tentada por lo que repta, prestó oído a esa “influencia”: “–De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses” (Gn. 3, 4). Y a ella le pareció bien, y desatendiendo el mandato divino, desobedeció. Y rebelándose contra ese mandato divino, en un acto de soberbia y orgullo, comió del fruto prohibido, y luego dio a Adán, que influenciado por esa “mala inclinación” también comió. El bien y el mal estaban comprendidos en ese árbol del conocimiento del bien y el mal, y al comer de él, Adán conoció “lo otro”, la dualidad, que ahora forma parte inherente de él. Y es por esa transgresión –que, por otra parte, se extiende a toda la creación y a toda la humanidad, sumida ésta en la “la más cruda materialidad”–,21 que inmediatamente reconocen que están desnudos; Adán pierde su cuerpo de luz y la conciencia de unidad, y cae en lo meramente material, inferior, humano e imperfecto, olvidando quién es. Pierde el sentido de la eternidad y la posibilidad de la inmortalidad, conociendo entonces la muerte.

Ahora él tiene un yetzer ha rà, un impulso malo que forma parte de su psique al que no puede escapar, haga lo que haga.22

A diferencia del estado de perfección y unidad, simbolizado por el Jardín del Edén, ahora el hombre vive en permanente contradicción entre lo que hoy le parece bueno o malo, que mañana será de otra manera, y así sucesivamente; como también vivirá entre sus dos naturalezas, divina y superior, y humana e inferior, causándole todo tipo de conflictos y angustias, faltas y arrepentimientos sin solución, de los que no logra salir.

Pero veamos, ya señalamos que el hombre ha sido dotado con el don de la Inteligencia, y el Discernimiento, y guarda oculta en su interior su verdadera esencia albergada en su alma, que no perdió con la expulsión del Paraíso. Razón por la cual puede recuperar la Memoria de ese estado de pureza espiritual del origen que simboliza el Jardín del Edén, relacionada íntimamente con la Inteligencia y el Pensamiento que le distinguen del resto de los animales, ya que, en el principio, al hombre le fue dada la capacidad de pensar, discernir, recordar y escoger, y por tanto, de evitar el mal, de vencerlo, transformarlo y finalmente “elevarlo a un estado de bien”.

Ya nos decía el sabio cabalista Moshé Jaim Luzzatto en su libro, citado más arriba, La Sabiduría del Alma:

El mal, entonces, fue creado para ser destruido, y se lo puede considerar de dos maneras: en virtud de su existencia o en virtud de su erradicación, es decir en términos de su comienzo o de su final. En términos de su comienzo, es ciertamente un mal; más en términos de su fin es únicamente para bien. Porque al mismo tiempo que aún es poderoso, actúa como precursor del bien. Porque ésa es la oscuridad a través de la cual se reconocerá la luz de la Perfección Suprema cuando se revele el futuro. Además, ésta es la elucidación de la verdad de su unidad en toda su vividez. Y, a partir de este aspecto, cuanto más oscura sea, mayor será la revelación de la verdad de Su unidad cuando él destruya este mal. Y, por otra parte, este mal le rinde beneficios a quien se somete a la prueba [como señalamos más arriba] (...) Y, además le da al hombre la oportunidad de un servicio y una acción verdaderos, pues, al perfeccionar la creación con sus propias manos, el hombre elimina del mundo las imperfecciones y se convierte en socio de Dios, por así decirlo, en la formación del mundo.23

Por tanto,

El hombre debe poseer una Mala Inclinación y todos los malos vicios, no para dejarse arrastrar tras ellos, sino para conquistarlos y librarse de ellos. (…)
Pero mientras este proceso no se complete, si bien el mal fue diseñado para el bien del hombre, también puede resultar en su detrimento, si es que el hombre no puede dominarlo. Porque entonces es el mal, y no la perfección, el que obtiene primacía. Pero al final del proceso, cuando el mal se haya erradicado, la quietud de la creación será eterna, sin fin.24

Naturalmente el hombre en su estado caído no es capaz de realizar toda esta restauración del mundo y de sí mismo y remontar de nuevo a sus fuentes (tikún). Primero, debe desearlo de todo corazón para que le sea dada la posibilidad de hacerlo todo de nuevo y, en términos herméticos, recuperar su estado de Hombre Verdadero, su verdadero Yo, oculto en su interior, “tan sólo vivo en forma potencial, y que debe actualizar, por la memoria de sí y el recuerdo del arquetipo original, con fe y amor”.25 Pero antes, debe morir a su estado actual, caído y desacralizado, y entrar nuevamente en el “útero”, en las aguas primordiales de las que surgirá totalmente regenerado, análogo a la condición de un recién nacido. Rito que se repetirá varias veces, y en distintas instancias, en su camino de retorno al Origen. Y esto se logra por la iniciación en los misterios del Ser. El hombre necesita despertar a otra realidad de sí mismo, y esto requiere de la fuerza que le procura la influencia espiritual de lo sagrado, como también, de guías e intermediarios que le instruyan en los misterios de la cosmogonía, es decir del conocimiento de sí mismo y del mundo, de quién es y de dónde viene, y le señalen el camino de vuelta hacia la reintegración de sí mismo en la Unidad del Ser.

Son cuatro los planos o mundos que conforman el Árbol de la Vida sefirótico que el iniciado deberá atravesar, contra corriente, o sea de la tierra al cielo, en su viaje de retorno al origen. Desde el plano más bajo, Olam ha Asiyah, Mundo de la Concreción Material constituido únicamente por la sefirah (10) Malkhuth, el Reino, también morada de la Shekinah, la inmanencia divina u omnipresencia real en todas las cosas, hasta el plano más alto, Olam ha Atsiluth, Mundo de las Emanaciones Divinas, es decir la Ontología y los Principios Universales del Ser, conformados por (1) Kether, Corona, (2) Hokhmah, Sabiduría, y (3) Binah, Inteligencia. Una vez iniciado en el camino desde la sefirah (10) Malkhuth, el hombre deberá “atravesar las aguas” que simbolizan los dos planos o mundos intermediarios que en el Árbol de la Vida sefirótico se denominan: Olam ha Yetsirah o Mundo de las Formaciones, vinculadas a las “Aguas inferiores” y al psiquismo inferior, conformado por las sefiroth (9) Yesod, Fundamento, (8) Hod, Gloria, y (7) Netsah, Victoria, para luego ascender por Olam ha Beriyah, Mundo de la Creación, relacionado con las “Aguas superiores” y los estados superiores del ser, asociados con las sefiroth (6) Tifereth, Belleza, (5) Gueburah o Din, Rigor y Juicio, y (4) Hesed, Misericordia y Gracia. Estos dos planos o mundos pueden ser considerados como uno solo, divididos por el firmamento o “superficie de las aguas”, que aparta los planos de Beriyah y Atsiluth, de los planos de Yetsirah y Asiyah. Pero para poder atravesar esos mundos –que no son sino estados simultáneos del Ser, de la conciencia y de conocimiento, vinculados al Alma del mundo y al alma de los hombres–, necesitará ser instruido en la doctrina tradicional, o sea, en la Ciencia Sagrada; ciencia y arte que debe ser enseñada y aprendida, y luego, asimilada y encarnada verdaderamente. En este largo y difícil camino de retorno al Origen por medio del conocimiento de sí –que implica una total conversión del hombre–, lleno de luces y sombras, de victorias y fracasos, de olvido y recuerdo, finalmente es por la Gracia divina derramada en su corazón que el iniciado en los misterios del Ser se eleva y por último, se redime.

Para la tradición judía, este camino se realiza por las enseñanzas e instrucción de la Torah, –tomada siempre como lo más sagrado y atribuida a la entidad llamada Moisés–,26 su constante lectura y estudio, el cumplimiento de sus mandamientos y la aplicación de las enseñanzas de la tradición oral, que comprenden los “comentarios esotéricos y metafísicos” que Moisés compartió con sus discípulos más cercanos, transmitiéndose de unos a otros hasta que finalmente esas enseñanzas cristalizan en la Cábala histórica.27 De allí la importancia –entre otros–, de los tres grandes libros de la Cábala: el Sepher Yetsirah (Libro de las Formaciones), el Bahir (Libro de la Claridad) y posteriormente El Zohar. Además, no olvidemos la importancia dada por esta tradición a la observancia de sus ritos tradicionales –que incluyen la purificación del alma por medio de la “inmersión” en la mikvah– y la lectura del Talmud.

Para el pueblo de Israel, los judíos son el pueblo elegido por Dios para recrear aquel estado espiritual y de pureza del origen en el jardín del Edén y al “final elevar a toda la humanidad”.28 Pero en realidad, y entendida esta idea simbólicamente, podríamos decir que todos los verdaderos iniciados en el conocimiento del Ser, es decir de sí mismos son, en este sentido, Israel. Israel es, también, un símbolo del Centro del Mundo donde reside el Principio Supremo y atemporal, y por tanto, igualmente del centro o corazón del hombre, como Egipto lo es para su tradición. Esta simbólica podría extenderse al Centro Sagrado de todas las culturas tradicionales a través del tiempo y el espacio, ya que para sus habitantes éste era el Centro u “ombligo del mundo”, receptáculo de los efluvios divinos y desde donde se irradiaba toda su cultura. Los iniciados, sea cual sea su tradición, se han abierto a la recepción de la revelación de Palabra, del Verbo espermático encarnando a su nivel esa Palabra transmitida, en este caso, por la Torah dada por Dios a los israelitas. Aunque cada tradición lo exprese según su idiosincrasia y el conjunto de ideas que conforman su visión del mundo y sus costumbres, sin embargo, en esencia, esa idea es la misma; es el mismo concepto ya que sus libros sagrados –como también la tradición oral–, son el receptáculo de la revelación de la Sabiduría divina emanada de “los efluvios de la Unidad, cuya tensión y equilibrio articulan el orden cósmico”.29

Podríamos decir que esta búsqueda o viaje de conocimiento al Centro o corazón de Sí Mismo es esencialmente el mismo, siempre y cuando este camino de conocimiento se realice de verdad, con la compresión y la encarnación de los más altos principios que rigen el Universo. Un cosmos ordenado, manifiesto, en este caso por el Árbol de la Vida sefirótico, que es una imagen de la Unidad Indisoluble, un mandala, un modelo, también mapa de ruta para el iniciado en la navegación por sus senderos, Árbol del que debemos alimentarnos.

Uno de los mandamientos importantes que dio Dios a Israel fue el de construir un santuario (Mikdash): [“Hazme un Santuario para que yo habite en medio de ellos” (Ex 25, 8)]
Cuando Israel estaba en el desierto este santuario tomó la forma del tabernáculo “prefabricado” (Mishkan) que lo llevaban con ellos en sus viajes.30

Ese santuario “tenía que ser como un jardín del Edén en miniatura, dedicado totalmente al servicio de Dios, del que sería excluido todo lo que se refería al estado caído del hombre”.31 La palabra Mikdash también quiere decir “habitáculo”, y por tanto, es un lugar sagrado y protegido donde no entraría el mal, análogo al corazón del hombre, verdadero templo y residencia de lo sagrado, donde acontecen todas de las teofanías. Recordemos que todo texto sagrado admite cuatro lecturas de la realidad, en total correspondencia con los cuatro planos o mundos jerarquizados del Árbol de la Vida sefirótico que emana de lo más alto y misterioso; por lo que estas citas deben entenderse en su sentido más profundo y esotérico. Lo que nos lleva a la idea de tumah, o de impureza interior, relacionada con la caída del hombre. Cuando una persona estaba en estado de tumah, o de impureza ritual, le era prohibido entrar al Templo santo bajo las penas más severas. Pero, ¿cómo purifica el hombre su alma y aparta de sí ese estado de impureza y de contaminación espiritual por sus errores y se vuelve a asociar con el Edén? Para esta tradición,

La purificación se realiza esencialmente a través del agua, a través de la inmersión en la mikvah. El agua es la conexión primera que tenemos con el Edén.
El Talmud nos dice que todas las aguas del mundo tienen sus raíces en el río del Edén. En un cierto sentido, este río es la fuente espiritual de toda agua. Aun cuando una persona no pueda entrar en el jardín del Edén mismo, cuando se asocia a estos ríos, o con cualquier otra agua, está restableciendo su vínculo con el Edén.
Y así encontramos un midrash que nos cuenta que, después que Adán fue arrojado del Edén, se arrepintió sentándose en este río. Si bien él había sido arrojado permanentemente del jardín, él trataba de mantener un vínculo por medio de este río. Así también, cuando una persona se sumerge en las aguas de la mikvah, está restableciendo un vínculo con el estado perfecto del hombre. Entonces pierde el estado de impureza (tumah), y renace a un estado de pureza en el cual se le permite entrar al Templo santo.
Esto explica también por qué la mikvah debe estar conectada con el agua natural. El agua debe llegar a la mikvah en su estado natural y no debe estar en contacto con el hombre en su estado de exilio espiritual: de modo semejante, ella no puede pasar a través de algo que la pudiera hacer impura porque también esto rompería el vínculo directo con el río del Edén. De este modo nuestros sabios nos enseñan que la palabra mikvah (MKVH) tiene las mismas letras que kumah (KVMH), palabra hebrea para “resurgir” o “estar en pie”. Precisamente y a través de la mikvah el hombre puede resurgir de las cosas asociadas con su estado decaído y restablecer un vínculo con el estado perfecto que es el Edén.32

Ese renacimiento del hombre se produce por la vuelta al útero, a las aguas primordiales, como ya dijimos, donde muere a su estado anterior y resurge a otro totalmente nuevo análogo al de un recién nacido. Y éste es precisamente el sentido profundo que tiene la “inmersión” en las aguas de la mikvah.

Podemos entender, por tanto, que la mikvah representa el útero.33 El útero está relacionado con la letra Mem, מ y con la sefirah Binah, la Inteligencia Creadora, la Gran Madre o Matriz Universal, las aguas primordiales sobre las que se cierne el espíritu de Dios. Cuando el hombre se sumerge en la mikvah está volviendo a entrar en el útero, en la Matriz Universal de la Gran Madre de la que nace todo el universo. La Torah describe, al comienzo del Génesis, el estado fluídico del mundo en el principio:

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión: oscuridad cubría el abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de la aguas (Gn 1-2).34

Podríamos decir que la “oscuridad”, aquí, está relacionada con el plano más alto y misterioso del Árbol de la Vida sefirótico, Olam ha Atsiluth, el mundo de las Emanaciones Divinas, o sea al Principio y la ausencia de luz que cubría el abismo, pero “un viento de Dios”, el Espíritu divino, “aleteaba por encima de las aguas” iluminándolas, fecundándolas con la luz espiritual, que no es otra sino la Inteligencia Creadora que surge de la Palabra o Verbo espermático de Dios, que ordena: “¡Hágase la luz!”, “y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad” (Gn 1, 3). 35

El segundo día: Dios “apartó las aguas de por debajo del firmamento de las aguas de por encima del firmamento”. Es decir, las aguas superiores que representan el principio masculino, arriba, y las aguas inferiores, el principio femenino, abajo.

El Talmud nos enseña que esta división era sexual. (...) Este es el primer lugar en el que encontramos el concepto de macho y hembra representando los dos elementos de cambio, en el agua primordial.
Este concepto de macho y hembra alude también a la idea de concepción, nacimiento y crecimiento. Al dar a las aguas el atributo de ser macho y hembra, Dios les dio la capacidad de producir hijos: el concepto de cambio no sería casual, sino que produciría desarrollo de un modo orgánico (Is 48, 1).
En definitiva, todo concepto de macho y hembra se desarrollará [a partir] de aquí.36

Y, el tercer día:

Dijo Dios: “Acumúlense las aguas de debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco”; y así fue. Llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mar”; y vio Dios que estaba bien” (Gn 1- 9).37

Las aguas femeninas de por debajo del firmamento se acumulan en un solo conjunto y hacen lugar para que aparezca lo seco, la tierra. Este hecho añade la idea de solidez y permanencia a la idea de fluidez y cambio anterior, estado que hará posible la existencia de la vida vegetal que, por otra parte, surge ese mismo día. Y es aquí en este tercer día de la creación, según Kaplan, cuando vemos la fuente de la palabra mikvah por primera vez:

La Torah habla de las aguas separadas y las llama mikveh mayim, un depósito de agua. Entonces, dice la Torah (Gn 1,10) “Al deposito (mikveh) de aguas Él lo llamó mares”.
El depósito de aguas consistía en las aguas bajo el cielo, que son las aguas femeninas mencionadas más arriba. A fin de que el mundo fuera capaz de producir vida, éstas también debían ser recogidas en un lugar, al que se le llamó mikvah. En conclusión, esta mikvah originaria de las aguas representa el útero de toda vida.38

Dicho esto podemos comprender por qué la mikvah está construida de cierta manera y obedece a ciertas ideas en total correspondencia con el origen de la creación del mundo narrado al comienzo del Génesis. Por tanto, vemos que

En cierto sentido el agua representa al útero de la creación. Cuando una persona se sumerge en la mikvah, se está poniendo a sí misma en el estado del mundo aún no nacido, sometiéndose totalmente al poder creativo de Dios (Sal 104, 3).
Podemos ver esto en la etimología de la palabra mayin que es la palabra hebrea para decir agua. Según autoridades, ésta tiene la misma raíz que la palabra mah, que significa “qué cosa”. Cuando una persona se sumerge en el agua está anulando su propio ‘ego’ y se está preguntando: “¿Quién soy yo?”. (…)
Así, cuando Moisés y Aarón declararon: “¿Qué somos nosotros?” (Ex 16, 8), nuestros sabios comentan que ésta era la más grande expresión de autoanulación y sometimiento a Dios.39

De manera semejante le sucede a una persona cuando se sumerge en la mikvah. Pero lo interesante de toda esta simbólica es que aquí podemos ver, asimismo, una vinculación con la muerte. Kaplan se vale de una analogía para decir que cuando una persona se sumerge en el agua se pone a sí mismo en un ambiente en el que no puede vivir por mucho tiempo a falta de aire. “Se pone literalmente en un estado de no vida” ya que “la respiración es la misma esencia de la vida”. Es decir que al sumergirse, el hombre entra momentáneamente en el reino de la muerte; y al emerger y respirar es como volver a nacer.

La representación de la mikvah, tanto en útero como en tumba, no es una contradicción. (...) Es interesante notar que, en realidad, la palabra hebrea kever, que usualmente significa “tumba”, se usa también, ocasionalmente para significar “útero”. Ambos son nudos en el ciclo del nacimiento y muerte, y cuando una persona pasa a través de uno de estos nudos alcanza un [estado] totalmente nuevo.40

Es decir que el hombre ha vuelto a su fuente y para él las aguas de la mikvah son el útero de donde vuelve a nacer, análogo a un hombre nuevo. Pero antes de seguir adelante con este discurso verdaderamente interesante y profundo, haremos una pausa para remontarnos al pasado, a la antigüedad, y así comprender, ¿por qué la mikvah?

En la antigüedad, uno los principales usos de la mikvah era para la purificación ritual; había numerosas cosas que hacían a una persona tomeh (ritualmente impura). El principal significado de esa tumah era que una persona en semejante estado, se le prohibía entrar en el terreno del templo sagrado de Jerusalén (Bait ha Mikdash). La violación se castigaba con penas severas. La Torah habla de muchas cosas que hacían a una persona impura, tomeh, y de algunos procesos de purificación. Un acto de purificación que es requerido en todos los casos es la inmersión en la mikvah.
Las leyes de la pureza e impureza ritual pertenecen a la categoría de mandamientos conocidos como hukkim, decretos para los que no se dan explicaciones. Estas leyes tienen que aceptarse por fe, porque fueron dadas por Dios, como indican nuestros sabios. (...)
No obstante, nos podemos esforzar por comprender el significado de estas leyes [si bien] la razón última de tales mandamientos está más allá del alcance del entendimiento humano. (...)41

Y más adelante dice A. Kaplan,

Si escrutamos la Torah con más atención, veremos que la mikvah tiene un significado más profundo aún que la simple purificación, sobre todo en dos áreas específicas.42

Veamos, pues, lo que nos señala la Torah:

La primera [área] implica la consagración originaria de Aarón o de sus hijos como kohanim o sacerdotes, que tuvo lugar poco después del Éxodo de Egipto y que fue administrada por Moisés. Aarón y después sus hijos sirvieron como sacerdotes en el Mishkan. El santuario construido en el desierto, y sus descendientes han mantenido este estatus especial por todos los tiempos. Aún hoy un kohen es un individuo cuya descendencia se remonta directamente a Aarón en línea ininterrumpida.
La Torah nos dice que el primer paso en la consagración de Aarón y sus hijos implicó la inmersión en una mikvah (Ex 29, 4).
Aquí la inmersión no implica purificación, sino más bien cambio de estado: la elevación de un estado a otro. Aarón y sus hijos no eran, originariamente, diferentes de cualquier otro, pero con esa inmersión obtuvieron el nuevo estado de kohanim, sacerdotes.
La segunda área en la que vemos el significado especial de la mikvah es en el servicio del Yom Kippur en el sagrado templo (Beth ha Mikdash). Este servicio se describe en el capítulo 16 de Levítico (…).
La parte más crucial [sagrada] de este antiguo servicio del templo era la entrada del Sumo Sacerdote (Kohen ha Gadol) en el Santo de los Santos, habitación especial del templo donde el Arca, que contenía las Tablas originales de piedra dadas por Moisés, estaba contenida. Este era el único momento del año en el cual se le permitía a un humano entrar en el Santa Sanctorum.43

Explica Kaplan que en este rito el Kohen ha Gadol “tenía que ponerse unos vestidos blancos especiales antes de entrar en la estancia sagrada, y después de salir del Santo de los Santos, se volvía a poner los vestidos doradores que vestía todo el año”. Luego en este día, el más santo de todos,

el Kohen Gadol entraba en el Santo de los Santos dos veces: esto a su vez, requería que se cambiase los vestidos cinco veces, puesto que él empezaba y terminaba en sus vestidos dorados. Y cada vez, antes de cambiarse de ropa, debía sumergirse en la mikvah (Lv 16, 4-24).44

El Kohen Gadol no estaba impuro o contaminado, sino que más bien estaba “sufriendo un cambio de estado, simbolizado dramáticamente por el cambio de vestidos”.45 Pero lo que le permitía entrar al Santo de los Santos, era el cambio de estado espiritual, de uno anterior, a uno único y diferente obtenido por la inmersión en la mikvah. Ya nos dicen Federico González y Mireia Valls en su libro Presencia Viva de la Cábala que

Antes y después del baño de inmersión transcurre todo un mundo.46

Por otra parte, son muchas las leyes que se refieren al uso de la mikvah, como ya señalamos. Sin embargo, hay que distinguir entre las leyes que se refieren a asuntos meramente morales, ceremoniales o a la vida civil relacionadas con lo exotérico o externo, y aquellas más profundas vinculadas con lo más interno y misterioso, es decir lo esotérico.

Lo esotérico es lo interior, el aspecto oculto de las cosas; mientras que lo exotérico es su faz visible la que todo el mundo puede ver y conocer. Muchas veces lo exotérico es un símbolo de lo esotérico, de lo que está escondido en temas o cosas en sí, pero que es lo que auténticamente ellas representan.47

Y siguiendo nuevamente a A. Kaplan en su libro ya citado, Las Aguas del Edén, encontramos lo que dicen los textos en relación a su uso general, y uno de los más importantes es el de la purificación de una mujer después de sus reglas menstruales. “Según la Torah, una mujer está en estado de niddah, desde el momento que le viene la menstruación hasta el momento en el que se sumerge en la mikvah”.48 Dice (Lv 15, 28): “Contará siete días y, después, se purificará”. La Torah da gran importancia a este precepto así como a todo lo relacionado con las relaciones sexuales entre hombre y mujer y la concepción.

La palabra niddah viene del verbo nadad y significa “removida”, “quitada” o “separada”.49

Vemos que la palabra niddah se refiere al estado en el que se encuentra la hembra por esta pérdida de sangre mensualmente. Se entiende con estas palabras la necesidad de separación de su marido hasta que ella se sumerge en la mikvah y se purifica. “La Torah prohíbe cualquier contacto sexual expresamente entre un hombre y cualquier mujer que está en estado de niddah”,50 razón por la cual es considerada una de las más graves faltas. En Lv 20, 18, la Torah dice: “Si un hombre se acuesta con una mujer que es niddah y descubre su desnudez, ambos serán excluidos del pueblo”. Se refiere, dice Kaplan, a la pena Koret, (corte) palabra que viene de la raíz Karat, “cortar”, “separar”, y es la matriz de “anatema”. O sea que quedan excluidos o separados de su fuente espiritual, íntimamente relacionada con el Edén, “y el individuo pierde la capacidad de escuchar, sentir, apreciar lo espiritual y divino”.51 El único camino que tiene una persona para volver a conectar con esa fuente espiritual es el arrepentimiento sincero ante sí mismo, en lo más secreto y oculto de su corazón donde mora la Divinidad, con la resolución de no volver a repetir ese acto jamás.

Acerca del arrepentimiento y la inmersión en la mikvah, Elijah de Vidas señala lo siguiente en su libro Portal del Amor:52

El precepto de inmersión ha de cumplirse con alegría, ya que quien no sirve “al Altísimo con alegría y con bondad de corazón” (Deut 28:47), recibirá la pena merecida. También es propio pensar en arrepentirse de errores pasados al sumergirse, ya que hay un estrecho vínculo entre el concepto del arrepentimiento y el concepto esotérico del mikvé, y es del espacio celeste de donde provienen que origina el alma-neshamá.
Mientras el hombre siga trasgrediendo, la influencia que proviene del ámbito Divino del arrepentimiento le evade, y además, se le va su alma-neshama, y se encuentra alejado del vínculo apasionado. Al entrar el hombre al mikvé se encuentra entre sus cuatro paredes protectoras que recuerdan el espacio cuadrado de la letra final hebrea Mem ם. La idea del espacio cuadrado alude al aspecto de Biná cuya luz se extiende hacia abajo, haciendo que el hombre se vuelva a conectar con las fuerzas protectoras de la Teshuvá (arrepentimiento). Como resultado, vuelve la madre a empollar sobre su cría (alusión al Deut 22:6).
Como enseña el Tikuné Zohar, el efecto del arrepentimiento es un retorno a la Fuente.53

Y más adelante puntualiza que,

Para lograr esto, ha de considerar en su corazón el arrepentimiento total de sus transgresiones. No debe sumergirse siempre que siga cometiendo transgresiones ya que, así como hemos explicado, la inmersión sólo ayuda a purificarle cuando decida no volver a cometer ninguna de ellas, y cese para siempre.54

Las leyes que implican niddah y purificación por inmersión son complicadas pero en general el principal requisito, en el caso de la menstruación femenina, es que la mujer cuente siete días, “de la manera ritual prescrita” después de su regla, y que luego se quite su estado de niddah por medio de la inmersión en la mikvah.

Una de las razones por las cuales el sexo es tan [sagrado] es porque él es capaz de cumplir algo que está más allá del poder de cualquier otra función humana, a saber, traer un alma a este mundo, y producir un ser vivo humano.
Incidentalmente esto explica por qué la alianza de Dios con Abrahán implicaba la circuncisión, un signo indeleble sobre el órgano de la reproducción. (...) Así, solamente después que Abrahán se circuncidó, fue capaz de engendrar a Isaac, y es el órgano sexual el que lleva el signo de la alianza de Dios.
La alianza de la circuncisión fue una de las cosas que elevaron a Abrahán y a sus hijos de aquel estado decaído resultante de la expulsión del Edén. Como resultado de esta alianza, el acto sexual de un judío recae dentro del reino de lo [sagrado], y participa del estado perfecto del hombre antes de su expulsión.55

Llegados a este punto, nuestros lectores se preguntarán: ¿Pero, qué es una mikvah, cómo está construida y cuál es el secreto oculto en ella?

Dice Kaplan que “la Torah no hace una descripción o afirmación específica y directa de lo que es una mikvah, habla de su uso” y el porqué. Pero todo se resume y se halla incluido en este verso del Levítico:

Solamente las fuentes y cisternas, donde se recogen las aguas, permanecen puras (Lv 11, 36).56

Se señala por tanto que es en la Torah oral, y no en la escrita, donde se enumeran todas las leyes y las reglas vinculadas con la mikvah. Esta Torah llamada Torah she be a’l peh fue transmitida de maestro a discípulo durante miles de años,

y sirvió de base para la Mishnà, que fue puesta por escrito finalmente por Rabbi Yejudá el Príncipe, al inicio del siglo III después de Cristo. Esto fue elaborado más tarde, con tratados y comentarios, y resulta el Talmud; toda ley judaica deriva de esta Torah oral.57

Se dice, pues, que son seis las condiciones necesarias para que este depósito de agua pueda tener un estado de mikvah.

1. La mikvah debe constar de agua: ningún otro líquido puede ser usado.
2. La mikvah debe estar o construida sobre el terreno, o formar parte integrante de un edificio unido al terreno: no puede ser un recipiente cualquiera que pueda ser desmontado y transportado, como, por ejemplo una bañera o una cisterna.
3. El agua de la mikvah no puede ser corriente: la única excepción a esta regla es una fuente natural o un río cuya agua deriva principalmente de fuentes. O, más comúnmente, agua de lluvia.
4. El agua de la mikvah no puede ser llevada a la mikvah a través de intervención humana directa.
5. El agua no puede ser canalizada hacia la mikvah a través de algo que puede hacerse impuro (Tomeh): por esta razón no puede fluir a la mikvah a través de tubos o recipientes hechos de metal, arcilla o madera.
6. La mikvah debe contener por lo menos 40 sa’ah (unos 760 litros).58

Para comprender más claramente a lo que se refieren estas seis condiciones oigamos lo que explica Kaplan en la Introducción a su libro Las Aguas del Edén.

A primera vista una mikvah no parece otra cosa que una pequeña piscina. La altura del agua, normalmente es hasta el pecho, la anchura suficiente para que tres o cuatro personas puedan estar en ella cómodamente. Para facilitar el acceso unos peldaños conducen a la mikvah.
Si miras atentamente, verás un pequeño agujero, de unos ocho centímetros de diámetro, apenas bajo el nivel del agua, sobre una de las paredes de la piscina. Este agujero puede parecer insignificante y, sin embargo, es precisamente este agujero el que le da a la piscina su “status” de Mikvah.
En la parte opuesta a este pequeño agujero, notarás una tapadera removible sobre un beer, o pozo, que es la parte esencial de la mikvah. Este beer o pozo, es una pequeña piscina en sí mismo, y se llena con agua de lluvia. El agua de lluvia tiene que entrar en el pozo de manera natural. (...) Bajo ciertas condiciones, se puede usar agua de una fuente, de nieve o hielo.59

Aunque también se señala que se puede usar agua de lago o de mar, siempre y cuando no sea llevada a la mikvah por medio del esfuerzo humano. “La palabra mikvah o depósito, indica que el agua debe estar parada, o sea recogida en un lugar e impedida de correr o fluir”. Dice así el Gn 1, 10: “Al depósito (mikvah) de aguas Dios lo llamó mares”, es decir un agua que permanece en un puesto, como el mar”.60

Una mikvah es, pues, una piscina en la que no hay ningún tipo de flujo, es decir que el agua debe estar quieta, si no será inadecuada.

Hay otros requisitos para el beer, además de contener agua natural de lluvia: primeramente, debe contener al menos cuarenta sa’ha –la sh’ha es una antigua medida bíblica equivalente, aproximadamente, a cinco galones de agua (unos veinte litros en total)–, de modo que la mikvah contiene, aproximadamente, unos doscientos galones de lluvia, equivalente a unos ochocientos litros.
El segundo requisito es que el beer tiene que ser construido directamente sobre el terreno, no puede consistir en cualquier tipo de contenedor que pueda ser removido o llevado a otra parte (…)
El beer mismo se puede usar como mikvah, pero es muy difícil cambiarle el agua, es usado normalmente como fuente para dar a otra piscina, conexa a él, el “status” de mikvah. Esta piscina mayor puede ser llenada de modo más conveniente, por ejemplo, de la red ordinaria de aguas de la ciudad, y se le puede cambiar el agua cuando se desee. El único requisito es que esté conectada con el agua del pozo por medio de una apertura de dos pulgadas, por lo menos, de diámetro, es decir, de cinco centímetros. Uniendo las dos piscinas y permitiendo que sus aguas se mezclen, damos al agua de la piscina mayor el “status” del agua de la piscina menor.
Apenas se mezclan las aguas de las dos piscinas, estas se consideran como una sola. A este proceso se le conoce como hashaká, que viene de la raíz hebrea nashak que significa ‘besar’.61

Beso que nos lleva a la unión de las dos aguas reunidas en una sola, o sea en la Unidad, como también al recuerdo de aquello que se dice respecto a las aguas en el tercer día de la creación, narrado en el Génesis: “Acumúlense las aguas de debajo del firmamento en un solo conjunto y déjese ver lo seco” y así fue. Llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mar” (Gn 1-9). Mar que es análogo al “depósito de agua”, o sea, la mikvah, como ya se señaló más arriba.

Otro gran cabalista, Joseph Gikatilla, en su obra Puertas de Luz, señala una idea fundamental refiriéndose a las aguas femeninas de por debajo del firmamento que se acumulan en un solo conjunto y hacen lugar para que aparezca lo seco, la tierra, cuando dice:

Ya he declarado que el lugar primordial de la SHeCHINaH es la tierra, como se alude: “Y la tierra es el estrado de mis pies” (Is 66:1), y cuando la SHeCHINaH recibe alimento de las bendiciones de arriba se le llama MiKVeH haMaYiM [estanque de agua] y cuando no recibe las bendiciones se le llama YaBaSHaH [tierra seca]; a esto también se alude [en el verso]:
Dios llamó a la tierra YabaSHaH y a los mares MiKVeH haMaYiM (Gn 1 10).62

Una vez concluido el recorrido por la antigüedad y expresadas las condiciones necesarias para que el “depósito de agua” tenga status de mikvah, volvamos a lo que decíamos respecto al sentido profundo de la inmersión en la aguas de la mikvah. Se ha dicho que para esta tradición la purificación se realiza, esencialmente, por el agua y por tanto a través de la inmersión en la mikvah. Señalamos también que en el Talmud se dice que todas las aguas “tienen sus raíces en el río del Edén, río que en cierto sentido, es la fuente espiritual de toda agua. El agua, por otra parte, representa al útero de la creación de donde todo viene a la Vida”.

Esta idea nos lleva de vuelta al Principio, a la Fuente, y al útero de la Gran Madre o Matriz Universal, relacionada con la sefirah (3) Binah, la Inteligencia Creadora y la letra Mem, cuyo valor numérico es 40. Vemos que la mikvah implica dos conceptos fundamentales: el agua y el número 40 contenidos igualmente en la letra Mem. Ya vimos “que la letra Mem deriva su nombre de Mayim, la palara hebrea para agua”.63 Por ende podemos decir que la letra Mem, representa a la mikvah. Además, ya hemos señalado que la letra Mem está vinculada al útero.

La Mem que está al final de la palabra (Réjem) [matriz] es cerrada y representa el útero cerrado durante la gestación, mientras que la Mem al inicio o al centro de una palabra es abierta, representando al útero abierto que da a luz. El valor numérico 40, asociado con la Mem, representa por tanto, además, a los 40 días durante los que se forma el embrión.64

Para comprender el significado de la letra Mem a un nivel más profundo y su vínculo con la mikvah, Kaplan cita un midrash.

El profeta dice (Jr 10, 10): “El señor Dios es verdad (Emet)”.65

A continuación, el midrash, da la siguiente explicación:

¿Cuál es el sello de Dios? Nuestro Rabbí dijo en nombre de Rabbí Reuven, “El sello de Dios es la VERDAD”.
Resh Lakish preguntó: “¿Por qué es Emet א מ ת la palabra hebrea para VERDAD?”
El replicó: “Porque se escribe Alef Mem Tav א מ ת.
Aleph א es la primera letra del alfabeto hebreo, Mem מ es la del medio, y Tav ת es la última. Por eso dice Dios (Is 44,6): “Yo soy el primero, Yo soy el último”.66

Luego, Kaplan señala:

Aleph, la primera letra del alfabeto, representa el inicio; Tav, la última representa el fin; Mem es la letra que representa la transición.
Esto se ve muy claramente en la palabra Emet mismo: las dos letras (Aleph, Mem) se leen EM, que es la palabra hebrea para ‘madre’. Este es el principio del hombre. Las dos últimas letras (Mem, Tav) se leen MET, que es la palabra hebrea para muerte, el fin del hombre.
Aquí Mem representa el concepto de transición y cambio; Aleph es el pasado, Tav el futuro: así Mem representa la transición del pasado al futuro. Como tal es el instante que llamamos presente.67

Agregando que,

A un nivel más profundo, la transición entre pasado y futuro representa también el aspecto de nacimiento. En realidad, una forma de decir en hebreo “futuro” es Ha-Nolad, que literalmente significa “lo que está en vías de nacimiento”. El útero en el que nace el futuro es el presente. Esto es la letra Mem hebrea.68

Podemos decir, por tanto, que cuando una persona se sumerge en la mikvah, está entrando, realmente, en el presente: pasado y futuro dejan de existir para él. Y cuando emerge de la mikvah “vuelve a entrar en el río del tiempo como si fuera un nuevo ser”.69

Finalmente, el presente nos conduce a la libertad, pues una vez liberados del tiempo dejamos de estar condicionados por él. Al entrar en la “mikvah” pasado y futuro quedan reunidos en el presente en la Unidad del Ser, recobrando, por un instante fugaz, el sentido de la eternidad –que Adán perdió al ser expulsado del Edén–, porque en la eternidad “no hay tiempo posible”, pues siempre es ahora, en simultaneidad con todo cuanto existe.

Dios le dice así a su profeta (Ml 3, 6) “Yo soy: Yo no cambio”. Dijo Dios a Moisés (Ex 3 14): “Yo Soy el que Soy”, es decir, “aquel que estaba, que está y que estará”, por siempre jamás.

Toda purificación procede de la unidad de Dios que se extiende en el tiempo como también sobre cualquier otro aspecto de la existencia.
Este es el concepto definitivo de la purificación de la mikvah: La Escritura habla de ello cuando dice (Jb 14,4): “¿Quién puede sacar lo puro de lo impuro, sino sólo el Uno?” (Cfr Ez 17, 23).70
NOTAS
1 Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala, cap. VI. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006. Versión online: Presencia viva de la Cábala.
2 Todas las citas del Génesis han sido extraídas de la Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, 1998.
3 Cita extraída de: Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Palabra”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
4 Ibid.
5 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah. Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1992.
6 Todas las citas de Aryeh Kaplan han sido extraídas de su libro Las Aguas del Edén –nombre que también lleva este artículo dada su simbólica–, en el que nos hemos apoyado, una y otra vez, en este trabajo, ibid.
7 Ibid.
8 Ibid.
9 Ibid.
10 “Esta es la teoría (en el sentido etimológico del término) de la Tsim Tsum cabalística. Una ‘contracción’ en el espacio interno de la deidad, la que al retirarse deja un residuo de sí (reshimu), el que se convierte por dilatación en su fuerza expansiva y creadora, y las emanaciones que de ella se desprenden son las que explican la creación entera, el despliegue de lo manifestado, y por lo tanto la presencia de Dios en el Mundo, la inmanencia divina”. Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003. Integramente en versión online: Introducción a la Ciencia Sagrada.
11 Moshé Jaim Luzzatto, fragmento del diálogo El Filósofo y el Cabalista, extraído de Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “En Sof”, ibid.
12 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit.
13 Ibid.
14 Rabí Moshé Jaim Luzzatto. La Sabiduría del Alma. Un diálogo entre el Alma y el Intelecto. (Daat Tevunot). Ed. Obelisco, Barcelona, 2002.
15 Ibid.
16 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
17 Ibid.
18 Rabí Moshé Jaim Luzzatto. La Sabiduría del Alma. Un diálogo entre el Alma y el Intelecto. (Daat Tevunot), op. cit.
19 Ibid.
20 Lucrecia Herrera. El Jardín del Alma: Una imagen del cosmos y un soporte para el viaje iniciático. Revista SYMBOLOS nº 64, Solsticio verano 2023. Ver online: Artículo.
21 Rabí Moshé Jain Luzzatto. La Sabiduría del Alma. Un diálogo entre el Alma y el Intelecto. (Daat Tevunot), ibid.
22 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
23 Rabí Moshé Jain Luzzatto. La Sabiduría del Alma. Un diálogo entre el Alma y el Intelecto. (Daat Tevunot), ibid.
24 Ibid.
25 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Iniciación”, ibid.
26 Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala, op. cit.
27 Ibid.
28 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
29 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Emanación”, ibid.
30 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
31 Ibid.
32 Ibid.
33 “Desde el punto de vista cabalístico, la Mikvah está asociada con la palabra Ehyeh (yo seré) que “rellenada” con las letras heh sube a 151, el número equivalente a la Mikvah. La mikvah está también asociada con el verbo eled que significa literalmente “yo naceré”, ibid.
34 Biblia de Jerusalén, op. cit.
35 Ibid.
36 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
37 Biblia de Jerusalén, ibid.
38 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
39 Ibid.
40 Ibid.
41 Ibid.
42 Ibid.
43 Ibid.
44 Ibid.
45 Ibid.
46 Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala, ibid.
47 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Esotérico”, ibid.
48 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
49 Ibid.
50 Ibid.
51 Ibid.
52 Eliyahu de Vidas. Portal del Amor. Ed. Obelisco, Barcelona, 2014.
53 Ibid.
54 Ibid.
55 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
56 Ibid.
57 Ibid.
58 Ibid.
59 Ibid.
60 Ibid.
61 Ibid.
62 Rabbi Joseph Gikatilla. Gates of Light, (Sha’are Orah). Traducción e introducción de Avi Weinstein. Ed. Harper Collins, New York, 1994.
63 Aryeh Kaplan. Las Aguas del Edén. El misterio de la Mikvah, ibid.
64 Ibid.
65 Ibid.
66 Ibid.
67 Ibid.
68 Ibid.
69 Ibid.
70 Ibid.
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