SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

COMENTARIO SOBRE
LA SENDA DE LOS RECTOS
DE MOSHÉ HAYIM LUZZATO

CARLOS ALCOLEA

Siempre ha sido, es y será motivo de atracción y rechazo la obra de aquellos seres excepcionales que se dedicaron a atraer las energías celestes a la realidad terrestre. Es el caso del sabio cabalista autor de la obra en torno a la cual gira este comentario. En efecto estamos ante un “cabeza de serie”, uno de esos “raros” cuyo ciclo de vida relativamente corto de cuarenta años (1707-1747) fue extraordinariamente prolífico en la ingente labor de actualizar y vivificar las verdades eternas que inteligió siendo niño.
…gracias a la perspicacia de su inteligencia penetró la esencia de Cábala, renovándola en su expresión por el uso del método lógico en consonancia con el momento histórico que le tocó vivir, y por una lengua, la hebrea, que contribuyó a vivificar adaptándola a los tiempos modernos, todo ello aunado y supeditado a una total adhesión a la doctrina imperecedera e inmutable del esoterismo judío. Es más, él mismo reconoció (y por ello fue duramente reprimido, perseguido, sancionado y tratado hasta de hereje) que sus escritos cabalísticos no eran invención suya, sino que un Magid se los dictaba en momentos de contemplación y concentración.
(…)
Luzzatto, cuyo sobrenombre es Ramhal, era plenamente consciente del estado de degradación de la Ciencia Sagrada en sus días y de la imperiosa necesidad de mantenerla viva, misión que asumió aun y las innumerables adversidades y dificultades que le rodearon.1

Dicho lo cual a modo introductorio, nos nace agradecer al autor el gesto generoso de transmitir esta enseñanza intelectual-espiritual con la esperanza de que sea fecunda y de sus frutos.

*
Ramhal comienza precisando que La Senda de los Rectos no se ha escrito para enseñar lo que no se sabe, sino para recordar lo que ya se conoce y es claro a los “hijos de Adán”.2 En sus explicaciones por lo tanto se encontrarán ideas reconocibles y veraces para la mayoría, pero como también la negligencia es muy común, las vanidades del mundo hacen que nuestros corazones las olviden.

La Senda de los Rectos recrea un recorrido jerárquico por etapas en el que aprender, enseñar, guardar y llevar a la práctica el conocimiento iniciático en circunstancias generalmente adversas, característica habitual al tratarse de un proceso contra natura respecto al medio en que se produce que culmina con la “resurrección de los muertos”. Es entonces cuando brilla en todo su esplendor la presencia viva de una genealogía sagrada que se hace patente reconociéndonos “hijos de Adán”, expresión que utiliza Luzzato remarcando una filiación directa con el Ser Universal, arquetipo del cosmos y del hombre al que en la cábala hebrea se denomina Adam Kadmon.

Cantar himnos, alabar, escribir libros para enseñarse a sí mismo y a otros devolviendo lo recibido es la firma con la que el cabalista rubrica su entrega como fundamento de la Gracia –Misericordia–, capaz de aguzar las facultades innatas en el ser humano revelándose la naturaleza de su función en la Creación mediante la observación de preceptos vinculados con la rectitud y el equilibrio necesarios en el conocimiento de sí mismo. Y es que como explica Luzzato estamos colocados en el medio de una furiosa guerra, ya que todos los asuntos, buenos y malos nos ponen a prueba constantemente: la riqueza y la pobreza, la tranquilidad y el sufrimiento, y todo el largo etcétera de opuestos que caracterizan nuestra azarosa existencia. La victoria sobre ambos frentes da lugar al Hombre Verdadero y Completo, capaz de reconocer que el camino al objeto de sus deseos es precisamente atravesando el mundo en el que le toca vivir. Mundo que Luzzato visualiza como el vestíbulo de un Palacio –interior– al que es posible acceder “para resplandecer con la luz de la vida”. O sea, que la “existencia en este mundo es un medio hacia la existencia en el Mundo Venidero”, según asegura en el primer capítulo, argumentando cabalmente la pertenencia del alma a las alturas. Todo ello sin perder de vista que son formas de decir, expresiones del autor para ilustrar que dicho Mundo por venir es ahora, pero en tanto no terminamos de reconocerlo debido a la chatura de nuestras concepciones, y en general espesas polvaredas de ignorancia y olvido, no se opera el milagro

…corresponde al alma servir a Dios, y por medio de ella el hombre puede ser recompensado en su lugar y su tiempo, pues nada en este mundo podrá suscitar repugnancia en su alma, sino, por el contrario, todo le inspirará amor y placer, y esto es sencillo (de entender).3

Se trata de un estado de la Conciencia libre de los condicionamientos de la individualidad que se produce contra natura como decíamos más atrás, y se experimenta en el propio medio en el que se desenvuelve el ser particular. Un hecho paradójico que constata las limitaciones propias que pueden y deben ser superadas si el iniciado se abandona adhiriéndose –debequt, que significa identificarse con lo conocido– a la enseñanza que transmite La Senda de los Rectos. Limitaciones por partida doble en caso de no conocer la lengua hebrea en que está escrita la obra, por la imposibilidad de establecer correspondencias simbólicas entre números y letras, lo que anula la vía del método combinatorio como uno de los caminos que coadyuvan a la realización intelectual-espiritual. Así y todo la influencia sutil vehiculada mediante la aprehensión de la enseñanza esotérica inherente al texto no queda eliminada, permanece oculta, latente –como es el caso de la traducción al castellano en la que se basa este comentario–, viva y operativa la posibilidad de despertar a las potencialidades que porta en sí el Hombre Verdadero.

La Senda de los Rectos refleja las propias experiencias del autor en la labor interna y en el conocimiento del Sí Mismo a través de un recorrido por etapas que requiere afrontarse sin prejuicios religiosos ni morales. La forma en que Luzzato se refiere a dichas etapas está en correspondencia con el Árbol de la Vida sefirótico, un juego de símbolos que revela a distintos niveles un camino a seguir en el que desprenderse de lo innecesario aflorando lo mejor en uno mismo mediante cientos de muertes y resurrecciones. Nos estamos refiriendo a los misterios de la iniciación. En cuanto a las mencionadas etapas las denomina: “prudencia, diligencia, limpieza, abstinencia, pureza, piedad, humildad, temor al pecado y santidad”. Las cuales explica una por una siguiendo un orden, con lo que enseguida se comprenderá la profundidad de unos conceptos, que pertenecen a dominios de mayor calado que los de lo religioso y lo moral.

La idea de prudencia, indica Luzzato, implica cautela y vigilancia en todas las acciones y asuntos que deberán ser observados bajo la luz de la inteligencia tratando de determinar si deben realizarse o bien dejarse a un lado, de este modo se evitan peligros innecesarios e incluso la destrucción. Obstáculos que pueden llegar a ser insalvables, vinculados a inclinaciones nocivas que toman la forma de una carrera desenfrenada hacia ninguna parte, con hábitos y rutinas sin tiempo para examinarse a uno mismo ni pararse a considerar si se está cumpliendo con la función esencial de armonizar la voluntad individual con la Universal.

Para el cabalista tan necesario es observar las acciones y examinar el propio comportamiento, dejando lo “que no concuerda con los preceptos de Dios y Sus estatutos”, es decir el mal hábito y la imperfección, como realizarlo fijando un tiempo para ello de manera que se establezca una regularidad, la cual será provechosa si se mantiene, con la posibilidad de ir ampliándose su alcance hasta arraigar en profundidad, como medio efectivo de escapar definitivamente del dominio de la mala inclinación alistándose en las filas de quienes la gobiernan enseñando con Sabiduría:

Computemos la cuenta del mundo, la pérdida que implica la observancia de un precepto, contra la ganancia que uno se asegura mediante el mismo, y la ganancia adquirida por razón de una trasgresión, contra la pérdida que implica…4

Consejo que nadie puede dar ni ser reconocida su verdad por nadie, excepto por quienes “ya han escapado definitivamente de manos de su mala inclinación y la dominan”. Nada del otro mundo para el hombre ordinario prisionero de sus acciones y comportamiento –inclinación– que le impiden ver la maravilla de una enseñanza intelectual y lo que promueve en quien se concentra en comprenderla. Por eso deambula como ciego ante una falta grave de claridad, fascinado con lo mundano y el materialismo, elementos que actúan “como la oscuridad de la noche para los ojos del intelecto” impidiendo ver los obstáculos “de modo que los necios caminan con indiferencia, tropiezan y se pierden sin haber antes experimentado temor alguno”.

Aunque Luzzato enuncia un segundo error peor que el primero, consecuencia de la obnubilación que priva de la habilidad para ver la verdad, con el agravante de creerse con facultades inteligentes para plantear explicaciones y evidencias empíricas cuyo fin es sostener falsas ideas generando confusión y enredo.

¿A qué se parece esto? A un jardín laberinto, tipo de jardín común entre las clases gobernantes, cuyo fin es la diversión, cuyas plantas conforman muros en medio de los cuales hay una multitud de senderos que se entrecruzan y confunden, cada uno de los cuales es igual al otro, y el propósito del juego es llegar al centro de ellos.5

Si bien hay senderos rectos que conducen al centro directamente, por contra otros se desvían y alejan de él. La facultad para discernir proviene de haberse familiarizado perfectamente con dichos senderos pudiendo reconocerlos por haberlos transitado y de este modo llegar al centro. Y quien “se encuentra en el centro ve todos los senderos delante de él”, simultáneamente, sabiéndolos distinguir y por lo tanto en posición de avisar a quienes los recorren, ejerciendo como guía intelectual en la senda de retorno al origen. Obviamente esto sólo tiene efecto en aquellas individualidades que posean una cierta capacidad de escucha –receptividad– junto con la firme decisión de creer en dichos avisos y no en los propios ojos, entrenados para percibir solamente lo mundano y material.

“Respecto al camino para adquirir la prudencia”, Luzzato nos remite a la comprensión de la Torah –los cinco primeros libros de la Biblia, también denominados Pentateuco– que puede alcanzarse estudiando y meditando tanto en los hechos relatados como en “las enseñanzas de los Sabios, de bendita memoria”, que ejercen de introductores en ella.

El cabalista distingue varios niveles de ideas en este proceso de comprensión que se aplican a tres: a quienes reconocen el alcance de esta enseñanza en su plenitud, a aquellos que la comprenden en menor medida y finalmente al pueblo en general. Los primeros aspiran a la perfección, “sus estudios y meditaciones tienden a la identificación con las leyes y comprensión del Cosmos”,6 por lo que utilizan todos los medios a su alcance para lograrlo tendiendo a la rectitud y prudencia en sus acciones. Sin obcecarse ni relajarse perseveran con rigor, temiendo a la pérdida y el olvido vigilan constantemente y se purifican cumpliendo con los ritos que mantienen viva la memoria del origen.

Más allá del miedo estéril y paralizante, el temor al que se refiere el cabalista es el acicate necesario que evita constantes extravíos. En efecto, Luzzato denomina “Temor al pecado” a “una virtud que constituye uno de los niveles de logro más elevados”, y es que según afirma, en la vía del Conocimiento “cada hombre ha de temer y preocuparse constantemente, ya que podría quedar en él algún vestigio de pecado que le impediría alcanzar la perfección que está obligado a esforzarse en adquirir”. Transcribimos los términos en que se expresa el autor de acuerdo a la traducción que nos brinda la edición que estamos comentando, porque nos llama la atención la forma general que en este caso adopta la transmisión de una enseñanza que a simple vista no parece esotérica sino más bien de tipo religioso y moral, es decir dual.

Lo cierto es que la palabra “pecado” debe ser entendida como “simplemente equivocación, sin la carga condenatoria diabólica y criminal que le incluyen las religiones para fomentar el temor y la culpa”.7 Punto de vista religioso que nada tiene que ver con el del cabalista quien reitera en la necesidad de mantener una atenta y constante vigilancia de uno consigo mismo para no desviarse de la senda recta, perseverando en la oración del corazón.

Platón advierte moderadamente a lo largo de su obra, aunque en modo personal en su Carta VII a los sicilianos, sobre ciertas formas de vida, pues ve en estas conductas trabas para el filósofo, o sea, en el camino del Conocimiento. Asimismo Pitágoras, según se dice, tenía a la austeridad por norma, al igual que neopitagóricos y neoplatónicos (Plotino, Porfirio, etc.) seguían estos pensamientos y por lo tanto también criticaban a los descuidos que se oponían a la encarnación de las ideas, en general, la gula en las comidas y otros desvíos en la concentración intelectual, la soberbia, el exceso en la apetencia del dinero y cualquier otra cosa, de acuerdo a la famosa armonía griega, hecha en base a las proporciones de las cosas. Sin embargo la poesía náhuatl, después de afirmar que la vida es un sueño invita a disfrutar en todos los órdenes comenzando con el canto y la poesía.8

En cuanto a los que poseen un menor grado de discernimiento, Luzzato nos dice acerca de estos que su motivación los impulsa a una búsqueda constante “en pos del honor que desean. Y es obvio para cada hombre de conocimiento que los diferentes grados en el Mundo de la Verdad, que es el Mundo Venidero, varían únicamente en relación a las acciones de cada uno”. Entre ellos, explica Luzzato, los hay que eludiendo su responsabilidad se preguntan si conviene tanta fatiga y esfuerzo y si no es ya suficiente con no contarse como ocupantes del infierno, afirmando no necesitar más de lo que disponen mientras adoptan una falsa actitud de tolerancia persuadidos por su mala inclinación.

A ellos les preguntaremos: ¿Pueden tan fácilmente en este mundo soportar que alguno de sus amigos sea honrado y exaltado por encima suyo, que llegue a gobernarlos o, más aún, que esto suceda a alguno de sus siervos o a algún pobre al que consideran vergonzoso e indigno?, ¿pueden soportar esto sin sufrimiento y sin que les hierva la sangre?9

A cada quien le toca responder sin posibilidad de traicionar la verdad, así como cada quien porta en sí las claves para reconocer las virtudes que conducen a ella.

Ahora veamos “los factores que impiden la prudencia” y el modo de neutralizarlos. De acuerdo a las referencias que ofrece el cabalista son tres los factores a tener en cuenta: en primer lugar las ocupaciones y preocupaciones mundanas que lastran los pensamientos con la carga del agobio. Para contrarrestar su influencia nos recuerda lo que dicen los Sabios: “Reduce al mínimo tus ocupaciones y dedícate a la Torah”.10 Evidentemente la manutención requiere de cierta dedicación pero no al grado de que no deje lugar al estudio y meditación en los textos sagrados cuya enseñanza fructificará en el corazón si se practica como un hábito regular en espacios de tiempo que irán ampliándose sutil y progresivamente como ya se ha explicado más atrás. Este primer impedimento es formidable, pero no imposible de superar.

El segundo factor que Luzzato señala como un enorme obstáculo que “aparta el corazón del pensamiento recto y reflexivo” es el de tomarse a la ligera la enseñanza intelectual-espiritual. La risa y la burla son los conceptos que utiliza el cabalista con el fin de hacernos ver hasta que punto ello puede constituir un escudo que anula en rigor el sentido y la razón, así se “pasa a ser como un ebrio o un necio, que al no poder aceptar dirección alguna, ya no es posible aconsejarlo o guiarlo”. Si bien no es menos cierto aquello de que “no hay mejor risa que reírse de uno mismo, con excepción, claro, de: ‘me río de Janeiro’.”11

En cuanto al tercer impedimento, el cabalista apunta a la influencia nefasta que puede ejercer cierta clase de compañía. Por eso a aquel que afirma que “la mente del hombre ha de estar siempre asociada a su prójimo”,12 se le ha de responder: “esto se refiere a aquellos que se comportan como hombres y no a quienes lo hacen como animales”.

Lo que un hombre ha de hacer, pues, es purificarse y limpiarse, y alejarse de los caminos de la masa, que está hundida en los asuntos temporales, y volverse hacia los espacios de Dios y a Sus moradas.13

Tras la prudencia, precepto negativo –pasivo–, viene la diligencia, precepto positivo –activo–. La diligencia conlleva rigor en la búsqueda del cumplimiento de dichos preceptos, pero se necesita una gran inteligencia y amplitud de visión para “eludir las trampas de la mala inclinación” de modo que no nos domine ni se involucre en las acciones, así como de una extraordinaria fortaleza para que no prevalezca la naturaleza individual tendente a enredarse en los “asuntos temporales”.

Luzzato distingue dos partes en la diligencia, la anterior y la posterior a la acción. En primer lugar insta a la observación de los preceptos –a modo de rito u oración del corazón– y a ser solícito en cumplirlos teniendo cuidado de terminarlos, pues como se ha dicho “no hay precepto hasta que se completa”.14 Justo es entonces el que lleve a cabo los actos con presteza. Sus movimientos se asemejarán al fuego que no descansa ni se detiene hasta completar su función. La diligencia, explica el cabalista, es la forma en que se expresa el entusiasmo interno que a su vez se contagia, generando la misma exaltación y fogosidad en el ánimo.

…aquél que percibe la aceleración de sus movimientos externos en la observación de un precepto provocará un movimiento interno ardiente, mediante el cual el anhelo y el deseo aumentarán progresivamente. Sin embargo, si actúa con inercia, también el entusiasmo expirará y se apagará.15

Por lo que si se debilita la potencia del anhelo, el cabalista aconseja recurrir a la fuerza de la voluntad como una forma de incitarlo y reavivarlo, argumentando que “muchas veces los movimientos externos producen movimientos internos”. Y siendo más fácil dominar los primeros que los segundos, haciendo uso de lo que está en nuestras manos controlar, adquiriremos también aquello que está fuera de nuestro control despertándose “una alegría interna y un deseo y un anhelo”.

La cosa se aprende del contexto mismo, y aquellos que comprenden plenamente serán motivados por su sentido del deber y su apreciación del valor y el mérito de los hechos en cuestión; aquellos cuyo nivel sea más bajo, lo serán por su ansiedad acerca de la distribución de honor en el Mundo Venidero y la posibilidad de ser avergonzados cuando llegue el día de la recompensa viendo lo que podían haber tenido y perdieron. En cuanto a la masa de gente, su preocupación se centrará en este mundo y sus necesidades…16

Entre aquellos factores que impiden ser diligente en el cumplimiento de los preceptos –funciones que nos corresponden como intermediarios entre la Tierra y el Cielo–, se encuentra el pernicioso hábito de la pereza con el peligro de convertirse en costumbre y la incapacidad para revertirla en caso de arraigar como segunda naturaleza. Para lo cual se aconseja practicar como estrategia la asepsia del guerrero que se ejercita practicando un estado de atención permanente, siempre dispuesto para presentar batalla a todas aquellas tendencias que se opongan a la realización que se pretende.

Otro factor a tener en cuenta es la angustia y el miedo que denota falta de confianza y de certeza en la vía a seguir. Insistiendo una vez más y siempre en la necesidad de desarraigarse del mundo y arraigarse “en el servicio divino”. El iniciado afrontará y se adaptará a lo que ocurra, ejercitándose constantemente en la actividad contemplativa que implica pasividad con respecto a las cosas mundanas. Todo ello con inteligencia y juicio, a fin de que pueda seguirse el camino correcto alejado del “temor estúpido” que busca de una seguridad estable a tal punto de descuidar esta enseñanza. “De lo que se trata es de esconderse del mal que uno ve, no del que quizá alguna vez sobrevenga”.

En cuanto al atributo de la limpieza, el cabalista aclara que está encaminado a la purificación interior, el enderezamiento de la mala inclinación y el dominio de los deseos. Pero en tanto no se extinga la lujuria en el corazón, todo esfuerzo será en vano. Lo único que se podrá hacer es “sobreponerse a ella y ser gobernado por la razón en vez de serlo por la lujuria; sin embargo, la oscuridad de lo material persistirá en su labor de persuasión y engaño”.

Reiterando en la prudencia y en una entrega plena, dirigiendo la mente hacia la perfección espiritual junto con el hábito de una actuación diligente alejada del pernicioso olvido es como se fortalecerá el amor y el anhelo por reconocerse uno mismo “un modelo a escala de una Inteligencia Viva que también se expresa en la existencia que ella misma crea”.17

Entonces llegará a perfeccionar la limpieza, un estado donde el deseo físico se apaga en su corazón a través del fortalecimiento interno de su añoranza por Dios y su visión poseerá entonces pureza y claridad (…); no será engañado, no será alcanzado por la oscuridad de la materia y sus acciones serán totalmente limpias.18

Es claramente manifiesto que actualmente la pureza de corazón –a la que conduce la Limpieza– escasea ante la débil naturaleza del ser humano que se permite “ciertas cosas utilizando las oportunidades que se presentan para engañarse a sí mismo”. Por contra aquel cuyos actos en su totalidad son la expresión viva y oportuna de dicho atributo manifiesta que “ha alcanzado un nivel de logro muy grande ya que ha salido victorioso de en medio de una furiosa batalla”.

En el didáctico y revelador capítulo XI, Luzzato presenta y desarrolla como si de un espejo en el que mirarse se tratara, una amplia relación de aspectos particulares –con sus detalles– relativos al atributo Limpieza que conduce a la purificación, lo cual es muy de agradecer dado que conocer y ubicar las inclinaciones psíquicas con sus complicadas construcciones laberínticas pobladas de fantasmas y otras entidades tan vanas como ilusorias, pese al gran poder que despliegan en esos dominios, es el camino para dejarlas definitivamente por desinterés, por no querer tener nada más que ver con todo aquello por aversión y porque en definitiva no va a ningún sitio. Por ser contrario al amor, a la verdad y a la belleza. Por destruir la sabiduría y atrofiar la mente pervirtiendo el corazón. Por hacer desaparecer la Gracia y con ella la rectitud en el juicio. Por sumir al alma a un submundo en el que se vive muy mal, realizando trabajos forzosos, con sufrimientos y preocupaciones a la orden del día.

Acerca de los medios para adquirir limpieza, obviamente los principales son el estudio y la meditación en la enseñanza depositada en los textos sagrados –Torah–, así como en “los escritos legales a la luz de los escritos éticos de nuestros Sabios, de bendita memoria”. Se trata de una asimilación gradual comparable a manducar la Verdad y el Conocimiento mediante una entrega y dedicación incondicional que requiere tener que poner todos los medios para lograrlo eliminando los elementos que supongan un obstáculo en la realización. Entre estos, la nefasta tendencia a la distracción y el olvido que hace evidente la necesidad de volver una y otra vez a los textos que vehiculan dicha enseñanza con el fin de renovar su recuerdo.

“Hasta ahora todo lo que hemos visto se refiere a aquello que el hombre necesita para ser justo”: Prudencia, Diligencia y Limpieza. Prudencia para no desviarse de la recta intención, aunque no es menos cierto que en los tiempos que corren “osar es casi necesario para quitarnos las cadenas que nos hacen esclavos de nuestra programación, o de las que quieren infligirnos otros, verdaderos policías del pensamiento, espíritus totalitarios cuyo refugio es la norma, aunque esta sea notoriamente falsa”.19 Y es que en verdad “nadie viene a ofrecernos o darnos la libertad; una de las condiciones para obtenerla es hacerlo por nosotros mismos, sin dejarse engañar por cualquier ‘maestro’ o director espiritual, sino por medio del plano intermediario, invocando al Maestro Interno”.20 Diligencia en la entrega al servicio de la verdad y el bien, cumpliendo regularmente con los preceptos y sacrificios –ritos– mediante los que se actualizan y fortalecen los vínculos con los mundos superiores. Limpieza en tanto el corazón debe vaciarse para ser colmado por una influencia espiritual vehiculada a través de la enseñanza esotérica.

A partir de ahora el cabalista se referirá a lo que se requiere para ser piadoso, comenzando por la abstinencia.

Ha de observarse que la abstinencia es respecto a la piedad como la prudencia a la diligencia; el primer elemento de estos pares trata de apartarse del mal y el segundo de hacer el bien.21

En su exposición aclaratoria acerca del tema de la abstinencia y las circunstancias en que es necesaria –abstinencia que los asiduos al inframundo utilizan como moneda de cambio tratando de ganarse los favores del dios personalizado así como el cielo donde se lo supone–, Luzzato advierte del peligro que representan las actividades del mundo, algunas de las cuales se convierten en verdaderos obstáculos en el camino del Conocimiento pues como se ha dicho reiteradamente se desvían de la realización intelectual-espiritual, por lo que le parece “encomiable la actitud de aquel que desea huir de ellas y del que se aleja de ellas. Y esta es la abstinencia buena, es decir, la que saca de este mundo sólo lo que su naturaleza hace absolutamente esencial”.

En definitiva, “separarse de los placeres mundanos para no caer en los peligros que conllevan”, aunque eso sí, sin caer en la tontera de practicar una abstinencia tanto de lo que no es esencial como de lo que sí lo es, castigando el cuerpo y nos atrevemos a decir que la mente con extrañas formas de aflicción, y en esto son innumerables los ejemplos entre las filas del fanatismo.

El cabalista indica que hay tres secciones principales con respecto a la abstinencia, y estas son: abstinencia en los placeres, en las leyes y en el comportamiento. Respecto a la primera se conseja tomar únicamente las cosas esenciales que ofrece el mundo, aunque sin caer en un radicalismo inamovible, pues hay determinados casos en que es un precepto la obtención del placer por dichos medios. La segunda se refiere a ser estricto consigo mismo en el cumplimiento de las leyes huyendo de la rigidez y el dogmatismo inflexible puesto que no hacerlo también es una forma de quebrantarlas aunque en sentido opuesto. Mientras que la tercera consiste en el aislamiento y separación de la sociedad humana con el fin de “dirigir el corazón al Divino servicio y a la meditación adecuada a él”. De más está decir que en este último caso también se ha de evitar caer en el extremo, pues como dejaron dicho nuestros Sabios de bendita memoria: “la mente de un hombre ha de estar siempre asociada a los demás hombres”,22 recomendando el hacerlo con otras personas de recta intención que tienen en común los mismos fines entregándose al estudio y la meditación en estas enseñanzas, o para ganarse el sustento. En este tipo de abstinencia conviene limitar el habla, evitando las conversaciones vanas sin ir más allá de lo que corresponde, así como ejercitarse en “otras restricciones que gobiernan actividades similares y que pueden convertirse en una segunda naturaleza si no se limitan”.

Para adquirir la abstinencia es necesario habituarse a contemplar “la naturaleza inferior de los placeres de este mundo, tanto desde el punto de vista de su insignificancia como desde el de los grandes males que puede llegar a provocar”. Destacando como principal característica su cualidad efímera, y pone como ejemplo el breve placer de la comida, entre los más fugaces, siendo irrisorio el bien que ofrecen en comparación con el daño que en general puede llegar a causar entregarse a ellos de forma desproporcionada.

Si nos acostumbramos a reflexionar profunda y constantemente sobre esta verdad, lograremos liberarnos poco a poco de las ataduras de la ignorancia con las que la oscuridad de lo material nos ata y no nos dejaremos seducir por los placeres ilusorios, y entonces los despreciaremos y comprenderemos que sólo hemos de tomar del mundo aquello que es esencial.23

Tampoco se aconseja la compañía de quienes persiguen honores y multiplican vanidades porque despierta el deseo de poseer estas cosas. Es más, aunque uno no permita que su mala inclinación lo haga realidad si cede a este tipo de relaciones “no logrará escapar de la batalla y sus riesgos”. De ahí el recomendar la soledad, apartando de la mirada las cosas mundanas como estrategia para eliminar del corazón el deseo por ellas. Y pone como ejemplo a los profetas Elías y Eliseo que “marcharon a las montañas en busca de soledad”.

Ahora bien, huyendo de interpretaciones literales lo cierto es que se debe tener mucho cuidado y no precipitarse en el proceso de adquirir abstinencia. Lo conveniente es proceder de manera gradual en la renuncia a lo mundano, “adquiriendo cada día un poco más hasta que se transforme en parte de la propia naturaleza”.

En cuanto al siguiente atributo de Pureza, “se refiere a la rectificación del corazón y los pensamientos”. En este sentido, Luzzato cita un Proverbio de Salomón que a nuestro entender sintetiza todo el capítulo, y nos atrevemos a decir que la propia enseñanza esotérica recogida en este manual extraordinario que estamos comentando: “Reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus senderos”,24 equivalente al Salmo que dice “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia”.25

El concepto de Pureza es aplicable a las cuestiones físicas con el fin de alejarlas del dominio de la mala inclinación –cuestiones que por sí mismas están cercanas a dicho dominio–, y también es aplicable a las acciones dirigidas a acercarse al Creador asegurando de este modo que no se alejen de Él ni permitirles “entrar en el territorio de la mala inclinación”. Y es notorio el trabajo que requiere evitar incorporar algún motivo adicional al cumplimiento del servicio divino, como por ejemplo el del deseo de recibir halagos o algún tipo de retribución a la acción llevada a cabo. También puede darse el caso de recibir alabanzas sin desearlo y que ello se convierta en un incentivo para entregarse con mayor entusiasmo, pero no será una entrega libre de condicionamientos, ya que detrás de la acción se habrá creado un interés de orden inferior a la finalidad única y principal.

Aquel que sirve a Dios en verdad no se contentará con poco al respecto, y no aceptará plata mezclada con escoria y plomo, es decir, un servicio Divino mezclado de intereses personales, e insistirá sobre lo que es adecuadamente limpio y puro (…)
Lo que caracterizó a los “primeros en la tierra” fue una pureza tal que prevalecieron y triunfaron, nuestros patriarcas y los demás pastores del pueblo que purificaron sus corazones ante Él (…)
Y, como dijeron nuestros Sabios, de bendita memoria (Sanhedrín 106b): “El Misericordioso desea el corazón”, porque para Él no es suficiente que nuestros preceptos sean meros actos, lo que para Él es de fundamental importancia es que nuestros corazones sean puros para poder dedicarlos al servicio Divino.
Y he aquí que el corazón es el rey de todas las partes del cuerpo y su conductor, y si no participa en el servicio del Bendito, la labor que realicen los otros órganos carece de sentido, porque siguen la dirección del corazón.26

Perseverar en adquirir los mencionados atributos de Prudencia, Limpieza, Diligencia y Abstinencia de manera que arraiguen consolidándose en la propia naturaleza, será el método indicado mediante el que la Pureza tome cuerpo. Meditar y reflexionar acerca de los placeres y bienes mundanos, vigilando constantemente para no caer en “la falsedad del honor y sus engaños”, nos mantendrá limpios de la más mínima ambición por la alabanza y la admiración, dirigiendo la mente al servicio de Dios en el cumplimiento de la enseñanza y sus preceptos.

Luzzato ve como muy conveniente una preparación para dicho servicio, consistente en considerar lo que está por hacerse y ante Quien se hará, “y al considerarlo le será más fácil despojarse de todo motivo exterior e infundir a su corazón motivos verdaderos y aceptables”. Por lo que resulta oportuno una cierta disposición que además se apoyará en reiterados ejercicios meditativos en los que la respiración consciente también es una de las herramientas a disposición del iniciado a fin de dirigir su corazón al Lugar, que es un nombre de Dios.

En cuanto al atributo de Piedad hay mucha confusión al respecto que conviene aclarar de acuerdo a lo que el cabalista explica en el capítulo dedicado a ello. Y es que las prácticas consideradas como de piedad por la mayoría, sólo son a su entender cáscaras del verdadero atributo adoptadas sin profundizar en lo que realmente es, de forma que “la piedad se ha convertido en algo repulsivo para mucha gente” que ha llegado a creer que “consiste únicamente en recitar muchos ruegos, en grandes confesiones, en lamentos y genuflexiones abundantes y en flagelaciones extrañas” mortificando el cuerpo y la mente.

Aquel que ama realmente a su Creador cumple con sus obligaciones –preceptos– de manera parecida a como lo hace un hijo que ama a su padre, a la más mínima indicación, “se dedica a cumplir su deseo tan completamente como le sea posible”. Incluso hará también lo que no haya sido explícitamente requerido por él simplemente porque comprende la inclinación del padre. De modo que si es capaz de entender lo que le complace “no esperará a que se lo ordenen en forma más explícita o a que se lo digan otra vez”.

La piedad, pues, es la observación amplia de todos los preceptos, comprendiendo todos los aspectos y condiciones relevantes posibles, y así vemos que la piedad es de la misma naturaleza que la abstinencia, difiriendo de ella únicamente en lo que respecta a los preceptos positivos, mientras que la abstinencia se ocupa de los negativos, pero coinciden en términos de la función general, que se añade a lo que ha sido enunciado explícitamente que podemos deducir del precepto explicitado como causando satisfacción al Bendito; ésta es la delimitación de la verdadera piedad y, ahora, explicaré sus principales secciones.27

Son tres, una se aplica a los actos, otra a su realización y la tercera a la intención. La piedad aplicada a los actos es el recuerdo vivo de la presencia del Misterio expresándose a través nuestro mediante la comprensión de la doctrina esotérica recibida que se devuelve en la forma que fuere, lo cual está relacionado con la Caridad. Por añadidura esta influencia vertical –visualizada como un descenso de lo sutil a lo sensible– ha de revertir de modo horizontal tanto en bienes intelectuales, como anímicos, como materiales. Lo cual no quiere decir que por este medio la vida se convierta en un paseo despreocupado y exento de dificultades, sino más bien que la piedad aplicada a los actos se traduce en hechos de bondad –Gracia, Misericordia– como una de las formas del Amor en consonancia con la búsqueda de la paz.

El segundo aspecto de la piedad se refiere a la manera de realizar, que a su vez se divide en dos principios que comprenden muchos detalles particulares; ciertamente, estos dos principios principales son temor y amor a Dios, los dos pilares verdaderos del servicio Divino, sin los cuales éste carece de base.28

Temor que nada tiene que ver con “huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso”,29 sino que más bien sugiere el cuidado y atención exquisita que se ha de poner ante la elevada naturaleza con la que se está en comunicación por medio de la oración del corazón. Naturaleza que se reflejará en la individual como si de un espejo pulido y limpio se tratase, trabajado y rectificado con inteligencia y humildad habiendo desbastado y suavizado las impurezas derivadas de la propia inclinación natural hacia la bajeza e inferioridad. Entonces estará en disposición de engalanarse “ante Él con preceptos”; lo que a nivel material incluye un cuidado especial en la elección del lugar donde se efectúen y en el tipo de prendas y adornos con que realizarlos; a nivel anímico en la disposición activa-receptiva y el comportamiento impecable; y a nivel intelectual-espiritual en el amor y sus expresiones de alegría: júbilo ante la Presencia que se presiente al realizar un precepto; apego como un “estado en el que el corazón del hombre se apega tan estrechamente al Bendito, que no se preocupa ni lucha por nada fuera de Él”; y celo en velar por la verdad y que no se profane el Nombre del Bendito ni se transgredan sus preceptos

Tras tratar “aquellos aspectos de la piedad relacionados con la acción y la manera de llevarla a cabo”, Luzzato se refiere a “la intención en relación a la piedad”. Intención que no será recta si está motivada por un deseo particular de purificar el alma ante el Creador, y no es que se lo considere un gesto malintencionado pero tampoco podrá decirse que es desinteresado si detrás está la preocupación por el propio bienestar mediante el servicio Divino, es decir, recibir una recompensa a cambio. De ahí a la meritocracia, un paso. La verdadera intención es servir únicamente con el propósito de exaltar y honrar la memoria del Santo, Bendito Sea.

De esto se aprende “que la intención que está detrás de cada precepto y acto de servicio Divino ha de ser la exaltación del honor del Lugar30 que deriva de que sus creaciones Lo complacen”, a lo que se ha de añadir “una preocupación por el bien de toda la generación, por un deseo de beneficiarla y protegerla”. Y es que al decir del cabalista esto último también forma parte de los deberes de los piadosos, refiriéndose a un comportamiento en las antípodas de lo que cree el común de nuestros contemporáneos al relacionarlo de manera simplona con acciones de tipo moral y religioso que más bien cuadran con rendir “culto al creador-demiurgo y no al que hizo los planos, el Gran Arquitecto del Universo. A lo manifestado y no al secreto”.31 Los piadosos a los que se refiere Luzzato son hombres y mujeres libres que

han logrado un alto grado de 'vaciamiento' e impersonalidad, para que los efluvios de lo más alto se derramen (…) y de este modo (…) acceder a las realidades más sutiles y recónditas y a las esferas más altas del intelecto divino, a un punto tal que su propio ser se encuentre identificado en todo tiempo y lugar con las más transparentes emanaciones del cosmos y advierta su unidad y majestad en todas las cosas de una manera natural, pues estas verdades son ya consubstanciales con su ser mismo.32

Y ahora hablaremos de la evaluación de la piedad, una labor de desbrozado que requiere de gran sutileza por las múltiples posibilidades de errar e inclinarnos por lo aparentemente bueno y verdadero cuando en el fondo resulta que no lo es y viceversa. Luzzato como siempre generoso allana el camino aclarando las tres condiciones que se han de cumplir para realizar como conviene dicha evaluación: “integridad de pensamiento, examen (de los actos desde cualquier ángulo que la naturaleza humana pueda concebir) y confianza”.33 Cualquiera de estas condiciones que no sean observadas en verdad, impedirá “determinar el curso de la acción preferible: hacer o abstenerse”, siendo imposible alcanzar la integridad. Pero si se logra, lo cual es un trabajo arduo y bien peligroso que no hay que tomar a la ligera, “caminará firmemente en la verdad y no le ocurrirá ningún mal”.

Aquel que se propone ser un hombre verdaderamente piadoso ha de sopesar todos sus actos en relación a sus resultados y en relación a todas las circunstancias que rodean su ejecución: tiempo, entorno social, situación y lugar, y si ve que no hacer será más efectivo para santificar el Nombre del Cielo y complacer a Dios, ha de abstenerse y no actuar.
O si una acción es aparentemente buena, pero sus resultados o consecuencias son malos, y otra es aparentemente mala pero sus resultados son buenos, ha de decidir según estos resultados (…)34

En cuanto a los “métodos para adquirir piedad”, de entrada y en esto no hay duda al respecto, lo realmente eficaz es observar ampliamente y reflexionar en “la grandeza de la majestad del Bendito”, así como en “Su absoluta perfección” aspirando a recordar que uno es su viva imagen consciente de la identidad y el abismo que une y separa.

Luzzato considera de gran ayuda la lectura y meditación en las enseñanzas e ideas expresadas en los Salmos de David, pues “están llenos de amor y temor a Dios y de todas las formas de piedad”. La recomendación no es para menos pues se trata de textos que vehiculan esas mismas energías que inspiraron al salmista. Aunque no son los únicos pues también aquellos escritos que recogen las vidas ejemplares de profetas, sabios y héroes deificados –lo que incluye al mito entre estos–, son un poderoso medio para despertar el deseo de seguir e imitar a estos “cabezas de serie” cuyas gestas en pos del más alto destino al que se puede aspirar constituyen los fundamentos de toda cultura.

Ahora bien, si las preocupaciones e inquietudes se imponen no se esperen nuevas aperturas sino que al contrario se embotará el pensamiento mientras que la inteligencia circunscrita a competencias de orden horizontal no podrá trascender la chatura de sus propias limitaciones. No obstante, lograr sobreponerse a estas cuestiones pertenecientes al dominio de lo relativo no evita la presión que continuarán ejerciendo dichas preocupaciones en tanto formamos parte del mundo en el que tienen cierto poder al punto de generar confusión e incluso impedir el necesario fortalecimiento en el amor y el cuidado atento en el cumplimiento de los ritos que se ofrecen al Santo, Bendito sea.

Lo mismo vale para los goces y placeres opuestos a la piedad que incitan al corazón a seguirlos y “a dejar de lado todos los aspectos de la abstinencia y el conocimiento verdadero”. Ahora bien si la intención es cumplir con los sacrificios y honrar a la deidad de modo tal que se lleve al máximo de sus posibilidades se generará un lugar para que la bendición del cielo se pose sobre él, cesará la lucha y con ella el esfuerzo agotador que conlleva.

Este es el camino verdadero, el que seguían los primeros piadosos, que ponían a la Torah en primer lugar y a su trabajo en segundo lugar, y tenían éxito en ambos porque, una vez que un hombre trabaja un poco, puede confiar en su Señor y no preocuparse por ningún asunto material y su mente se verá, entonces, libre y su corazón preparado para la verdadera piedad y el servicio Divino puro.35

Respecto al atributo de humildad, Luzzato aclara que esencialmente consiste en no concederse ninguna importancia, lo contrario es soberbia. En efecto la auténtica humildad nada tiene que ver con la impostura hipócrita –hoy en día moneda de cambio– del que va de humilde pero en su fuero interno se regocija con las alabanzas y honores arrogándose un status en la escala social por ello. Ni mucho menos lo es quien cree merecer elogios y una buena reputación, sea cual sea la acción que lleve a cabo. Ambos casos revelan una flagrante falta de memoria de los numerosos defectos que se poseen, originados por la propia naturaleza, por educación y por las experiencias que se hayan tenido o a causa de las propias acciones. Todos son defectos que no dejan lugar al enaltecimiento personal.

He aquí que la sabiduría es la responsable, más que ninguna otra cosa, de la sensación de importancia y la soberbia que llegan a experimentar algunos hombres; esto ocurre porque la sabiduría es una cualidad superior de la misma persona, función de su facultad más respetada: la inteligencia.
Y he aquí que no hay sabio que no se equivoque y no necesite aprender de las palabras de sus compañeros y, muy a menudo, incluso de las palabras de sus discípulos.36

Vanagloriarse de poseer sabiduría denota lo contrario. El sabio que verdaderamente lo es no cree que forme parte de ninguna élite ni se plantea merecer nada, sencillamente sigue su naturaleza “como es natural que un ave vuele y que un buey tire con su fuerza”. Simplemente lleva a efecto la función que le corresponde del mismo modo que en una casa hay sirvientes que desempeñan diferentes labores y cada quien cumple con lo que debe con arreglo a un orden para que las necesidades estén cubiertas.

Por lo tanto la obtención de virtudes no es una cuestión que tenga que ser ensalzada, si bien es cierto que todo se debe a la misericordia divina hacia el receptor que ha vaciado su corazón pudiendo ser colmado de bendiciones, pero ello no quita su condición inferior a causa de su naturaleza mortal y material y por consiguiente su reacción debe ser de agradecimiento por la Gracia de la que se es objeto pudiendo crecer en humildad.

Y es que pocas cosas hay más estúpidas que atribuirse el mérito a uno mismo, si bien hoy en día reivindicar la autoría de los “logros” es lo normal. Miles de millones de seres humanos reclamando reconocimiento en una carrera desenfrenada hacia ninguna parte, todo sea por hacernos un hueco y ser competitivos en el mundo y sus negocios económicos, políticos, sentimentales, ideológicos, pasionales, etc., etc.

En síntesis todo lo dicho se corresponde con la parábola de los obreros de la viña que aparece en Mateo 20. También en Lucas 14 con la respuesta del Hijo del Hombre a las insidias de los fariseos, quien dice entre otras cosas: “el que se ensalza será humillado y el que se humilla ensalzado”. Quien quiera profundizar en la humildad que medite en estas y otras lecturas reveladoras como las que propone el cabalista.

En este sentido es notable la confusión e ignorancia en torno a la figura del maestro y no podemos estar más de acuerdo con lo que dice la Introducción a la Ciencia Sagrada en el capítulo dedicado a ello. Y es que la idea que se tiene al respecto es la de alguien al que se lo considera un modelo a seguir con facultades para “ejercer una función de tipo psicológico o de autoridad institucional, o mismo de ejemplaridad en determinados usos y costumbres que el mundo puede cambiar una y otra vez a su antojo de acuerdo a sus modas que perennemente se quedarán en la relatividad de las formas”. Pero en lo que respecta al conocimiento iniciático, o lo que es lo mismo intelectual-espiritual, dicha figura no tiene razón de ser puesto que cada quien debe lograrlo por sí ineludiblemente. De ahí que se exhorte encarecidamente no poner en otros lo que en verdad le corresponde realizar a uno.

Debemos recordar que, según Platón, su maestro Sócrates identificaba su función con la de un obstetra, lo que equivale a decir que no consideraba su oficio como algo idealizado y magisterial según lo imaginan nuestros contemporáneos. El verdadero Maestro es una energía celeste que se hace en nosotros puesto que en nuestra interioridad existe esa posibilidad. El auténtico Maestro es divino, es el Cristo interno, como lo fue para los cristianos primitivos y como lo es para todos aquéllos que no tienen una visión infantiloide de las cosas. La dificultad de aceptar las enseñanzas (…) y realizarlas reside en esta cuestión, es decir, que (cada quien) debe hacer su trabajo por sí, a la intemperie, en soledad, sin el amparo que le brinda lo que vulgarmente se entiende por un maestro, la identificación con una etiqueta o esta o aquella “institución” más o menos aceptada por el medio.37

La humildad se fortalece mediante el ejercicio del comportamiento modesto y con la práctica se convertirá en hábito. Se entiende que nos referimos a la Modestia –con mayúsculas– en el individuo que se entrega al servicio del Santo Bendito Sea y no a aquella modestia hipócrita cuyo campo de acción más dañino es el que tiene lugar en las altas esferas del oscuro mundo material.

Si consideramos nuestro origen y destino como seres individuales, meditando sobre la bajeza de nuestra naturaleza física y psíquica y la miseria de sus inicios, no hay razón para sentirnos importantes. Tampoco la hay si sabemos que todo pende de un hilo y de sobra es conocido por todos que las circunstancias varían con el tiempo produciéndose cambios constantemente, pasando de una cosa a su opuesta. Y no deja de sorprender la tendencia a enorgullecerse uno de su propia condición de la que en realidad no puede sentirse seguro.

…uno debería reflexionar constantemente sobre la debilidad de su inteligencia y los múltiples errores y engaños que comete, por lo que está siempre más propenso al error que al conocimiento verdadero.38

Reiteramos, la alabanza hacia uno mismo denota falta de conocimiento, arrogancia y nulas posibilidades de trascender la chatura de las propias inclinaciones por las que se tiene debilidad. Otro obstáculo que impide la humildad es la adulación por parte de alguien en quien se confía, hábil en la seducción con las palabras que se introducen como veneno de serpiente, y así caemos en la trampa del propio orgullo. Mejor será entonces buscar amigos honestos que nos abran los ojos a lo que no alcanzamos a ver y nos reprendan con amor llamándonos a retornar a la senda de los rectos.

Ahora ha llegado el momento de hablar sobre el “temor al pecado” al que ya nos hemos referido al principio de este comentario puntualizando que como concepto no es sino una manera de expresar un alto grado de la conciencia, por lo que nada tiene que ver con el punto de vista relativo al dios personalizado como juez de nuestros actos. Estamos ante una cualidad que no se alcanza sin haber adquirido las anteriores y de ahí su gran dificultad e importancia. Así lo explica el sabio Luzzato e indica además que hay dos tipos de temor: al castigo y a la Grandeza Divina. El primero fácil de alcanzar, el segundo el más difícil y como se podrá imaginar es en el que se centra el cabalista. Consiste en que uno se retraiga y se abstenga de hacer lo que se opone a la voluntad del “Creador bendito y exaltado Nombre”, esto es, que el ser individual esté ritmado al tono universal. Se trata de un estado de la conciencia que sobreviene “cuando el saber y la inteligencia se orientan a la reflexión acerca de la gran Majestad del Bendito y acerca de la bajeza del hombre, y surge únicamente de la actividad de una mente comprensiva y perceptiva”. Con toda seguridad esto tiene que ver con lo que en el hermetismo se conoce como “materializar el espíritu y espiritualizar la materia”. El Alquimista Filaleteo lo expresa de otro modo aunque en el fondo no deja de ser lo mismo: “el fijo se hace volátil por un tiempo a fin de poseer un estado más noble por su herencia, gracias al que obtendrá una fijeza muy poderosa”.39

El “temor al pecado” es tomar consciencia de la Shejiná, experimentar la inmanencia divina. Pues como se ha afirmado: “Toda la tierra está llena de Su gloria” y “¿No lleno Yo el cielo y la tierra?”40

Una vez que al hombre le ha quedado claro que dondequiera que se encuentra está ante la Presencia del Bendito, entonces, el temor y el temblor ante la posibilidad de desviarse de sus acciones, y que éstas no concuerden con la majestad del Bendito, acudirán a él por sí mismos.41

O sea, insistir de nuevo en aquello que ya se ha dicho de que aquí no hay otra cosa sino la Memoria “de una Inteligencia Viva, que también se expresa en la existencia que ella misma crea”42 y ante la cual uno mismo es su modelo a escala.

Finalmente el cabalista se refiere al atributo de santidad. Su explicación nos ha llevado a recordar el diálogo platónico en que Sócrates poco antes de entregar la vida nos anima a entregar la nuestra por entero a la labor de la realización intelectual-espiritual y de esa manera encantarnos a nosotros mismos.43 En la misma dirección apunta la siguiente frase del Poeta metafísico Federico González Frías: “voy a colocarme a la luz y al calor de la pasión contenida, de la atención concentrada, de la reiteración ritual sucesiva”.44

…si, después de haber cumplido con todos estos preparativos, (el recipiendario) persigue tenazmente con gran amor y gran temor la contemplación de la grandeza del Bendito y el poder de Su majestad, se separará poco a poco de las cuestiones materiales y en todas sus acciones y en todos sus movimientos orientará su corazón hacia la intimidad del apego verdadero hasta serle conferido un espíritu desde lo alto, y el bendito Creador hará que Su Nombre more en su interior como Él lo hace con todos sus Santos y, entonces, será realmente como un ángel de Dios, y todas sus acciones, incluso las bajas y materiales, serán consideradas sacrificios y servicio Divino.45
NOTAS
1 Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala. Cap. VI, “Los Hassidim, Moshé Hayim Luzzatto”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006. Versión online: Presencia viva de la Cábala.
2 Los entrecomillados sin referenciar pertenecen todos a la obra de Luzzato, La Senda de los Rectos. Ed. Obelisco, Barcelona, 2014. Traducción en la que se basa el presente comentario.
3 Cap. I, ibid.
4 Bava Batra 78b, citado en cap. III, ibid.
5 Ibid.
6 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. “¿Perfección o perfeccionismo?” Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003. Integramente en versión online: Introducción a la Ciencia Sagrada.
7 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Pecado”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
8 Ibid.
9 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. IV, ibid.
10 Avot 4:10, citado en cap. V, ibid.
11 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Risa”, op. cit.
12 Ketuvot 17a, citado en Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. V, ibid.
13 Cap. V, ibid.
14 Bereshit Raba 85:3, citado en cap. VII, ibid.
15 Cap. VII, ibid.
16 Cap. VIII, ibid.
17 Federico González. En el Vientre de la Ballena. Textos Alquímicos. Ed. Obelisco, Barcelona, 1990. Integramente en versión online: En el Vientre de la Ballena.
18 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. X, ibid.
19 Federico González. Hermetismo y Masonería. Doctrina, Historia, Actualidad. “Introducción”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. Integramente en versión online: Hermetismo y Masonería.
20 Ibid.
21 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. XIII, ibid.
22 Ketuvot 17a, citado en cap. XIV, ibid.
23 Cap. XV, ibid.
24 Prov 3:6, citado en cap. XVI, ibid.
25 Sal 127:1.
26 Cap. XVI, ibid.
27 Cap. XVIII, ibid.
28 Cap. XIX, ibid.
29 Definición dada por la RAE.
30 Recordemos que es uno de los nombres o aspectos de Dios.
31 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Religiones”, ibid.
32 Entrada: “Magia”, ibid.
33 El paréntesis es nuestro.
34 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. XX, ibid.
35 Cap. XXI, ibid.
36 Cap. XXII, ibid.
37 Ambos entrecomillados del párrafo anterior y la cita que sigue pertenecen a la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, acápite “El Maestro”. Revista SYMBOLOS nº 25-26. El paréntesis de la cita es nuestro.
38 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. XXIII, ibid.
39 Ireneo FIlaleteo. La Entrada Abierta al Palacio Cerrado del Rey. Ed. 7 1/2, Barcelona, 1979.
40 Is 6:3 y Jer 23:24 respectivamente.
41 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. XXV, ibid.
42 Federico González. En el Vientre de la Ballena. Textos Alquímicos, op. cit.
43 Platón. Fedón 114d.
44 Federico González. En el Vientre de la Ballena. Textos Alquímicos, ibid.
45 Moshé Hayim Luzzato. La Senda de los Rectos, cap. XXVI, ibid. El paréntesis es nuestro.
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