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CARTA EDITORIAL Nº 64 DESDE EL CENTRO |
En esta ocasión no hay un tema monográfico que aglutine las colaboraciones del nuevo número de la revista. El nexo de unión de todas estas meditaciones, que finalmente han cristalizado en un conjunto de escritos y videos, es la adhesión a una idea simbolizada justamente por el número 1, que al polarizarse e iniciar la conjugación de dos opuestos –en realidad complementarios– genera con este gesto expansivo repetido a diferentes niveles un surtido de posibilidades que finalmente concretan en unos trabajos con título y firma de un escriba al servicio del Principio uno y único. La aparente multiplicidad de temáticas es eso, sólo una apariencia. Y su unión verdadera lo es por la adhesión a un punto de vista que parte de un centro inmóvil y a él retorna. Nada que ver con el uniformismo, término que mata la inmensa riqueza de las concreciones formales y materiales emanadas de lo contenido en potencia en el Uno. Destaca, pues, en los trabajos de la presente actualización una unidad en el pensamiento y una fecundidad al reflejarla, así como la vinculación de los escribas a una cadena de transmisión que se remonta al origen de los tiempos, y simultáneamente, al origen fuera del tiempo que es siempre ahora. A veces nos hemos preguntado, ¿quién leerá estos textos? ¿para quién escribimos? Lo de los lectores es una incógnita que ya no nos interesa despejar; hemos muerto a las expectativas. Es más, estamos a un paso de perder toda esperanza en las cosas de este mundo. Nuestra apuesta hace ya tiempo que ha tomado otra dirección, vertical ascendente. Si somos leídos por los dioses, eso nos basta y es garante para hallar la salida olvidada a toda la degradación reinante, por no decir gran inversión, previa al colapso de esta civilización globalizada. Y lo enunciamos sin catastrofismo ni drama. Es una ley cíclica. Pero sí diremos que escribimos para dar testimonio, no de lo que sabemos ni de lo que nos falta por saber, sino de lo que somos y no podemos ahogar bajo las capas de ignorancia que campan a sus anchas. “Por lo que dar testimonio es una cuestión extraordinaria, que se vive con el corazón ya que implica superar todo atisbo de lo que es irreal, ilusorio, e implica una responsabilidad fuera del orden común”.1 Además, escribimos fundamentalmente para nosotros mismos, como un vehículo de autoconocimiento, o sea, para llevar a cabo una obra que nos excede como seres humanos pero que necesita del concurso de nuestra firme voluntad de Ser, lo que significa adecuar sobre un mismo eje nuestro libre albedrío con la Voluntad del cielo, haciendo de ello la huella permanente del Misterio en el corazón de la Manifestación Universal. Bajo esta perspectiva, el valor de cada meditación radica en ser una memoria viva de las ideas, o sea de los dioses y diosas y todo el tinglado cósmico que organizan al ponerse en movimiento dichas energías emanadas y orquestadas por el Uno. Son voces de un coro que ensayan armonizarse constantemente dejando que la Gracia se derrame y lo rescatable retorne a su fuente original. El centro, que genera por irradiación todos los puntos que conforman la circunferencia, o donde se cruzan las ortogonales de un cuadrángulo, es el lugar donde no hay oposición y donde se resuelven todas las contradicciones.
Esta es nuestra ubicación y todo lo demás pura esfumatura. |
NOTAS | |
1 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Testimonio”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. |
2 | Entrada: “Centro”. Ibíd. |
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