SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LA ASTRONOMÍA HERMÉTICA EN EL DICCIONARIO DE SÍMBOLOS
Y TEMAS MISTERIOSOS DE FEDERICO GONZÁLEZ FRÍAS

MARC GARCÍA

Los astros danzan en un escenario de dimensiones indefinidas al que demarcan con su deambular. Uno y otro, movimiento y espacio, son inseparables y por ello el estudio de los desplazamientos de los cuerpos celestes y sus leyes –astron = astro, nomos = ley– va de la mano de la cosmografía –kosmos = cosmos, graphein = grabar o escribir–, la descripción del cosmos manifestado o universo y de su origen, una misma ciencia sagrada que propicia el autoconocimiento, o conocimiento de las indefinidas estancias del Sí Mismo. Escribe Federico González en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
Si todo esto se da en el tiempo y éste constituye parte de la vida, asimismo se expresa en el hombre, cuyo ser no es sin el tiempo. Es decir, que las pautas que establecen las estrellas y los astros en el firmamento son equivalentes a las de la tierra y los seres humanos, y los períodos y ciclos que los caracterizan no son de ninguna manera arbitrarios sino que corresponden a un plan universal que cada una de sus partes refleja a su manera; siendo el total el conjunto arquetípico, el modelo que se repite de modo invariable y que se expresa por ‘medidas’, módulos simbólicos y números que se interrelacionan indefinidamente entre sí, creando de continuo el asombroso universo.1

Caius Julius Hyginus. Poeticon astronomicon, Venecia, 1485.
Catálogo de los incunabula, Bibliotheca Philosophica Hermetica.

La astronomía existe “desde que el hombre es hombre”, quien antiguamente consultaba “tanto los signos de la tierra como los del cielo para encontrar su referencia como mediador en la creación universal”.

Igualmente el ser humano ha observado salidas y puestas de fases de la luna, el movimiento del sol en el año y los distintos ciclos de los astros y su reiteración, lo que hoy constituye una ciencia, la astronomía, con íntimas relaciones con la simbólica y la mitología de todos los pueblos.
De día surgen las formas y los distintos accidentes pintados por la luz y dibujados con los colores y las sombras del pincel divino. Por la noche astros y estrellas realizan movimientos extraordinarios y cambiantes que no sólo influyen en la naturaleza del hombre sino que son cíclicos y rítmicos y diseñan distintas figuras tan evidentes como los fenómenos y las cosas que nos muestra el sol.2

Astronomía y astrología “están en el Principio como las expresiones más evidentes de un orden, producto de la Inteligencia Universal y del Ser que las ha generado”. En la antigüedad, ambos términos eran sinónimos porque se referían a un mismo saber, pero el cuarteamiento de la filosofía natural en disciplinas distintas –preludio del advenimiento de la ciencia moderna– vino a establecer una división irreconciliable entre una astronomía de tipo físico-matemático que poco a poco fue orillando su origen sagrado, y por lo tanto su razón de ser, y una astrología simbólica para la que

los astros son peldaños de un sistema de signos que manifiestan al Hacedor por medio de una red dual que se interrelaciona permanentemente entre sí y que teje la trama invisible de todos los destinos,

si bien su nombre acabó designando casi exclusivamente a una

mancia que toma a los ciclos y ritmos universales del cielo para proyectar la suerte de las ambigüedades personales hacia futuros inciertos y sin tomar suficientemente en cuenta el movimiento perenne de todos los seres y sus situaciones generales y particulares en un mundo en el que la constante es el cambio.3

Astrólogo haciendo un horóscopo.
Robert Fludd. Utriusque cosmi historia, Oppenheim, 1619.

La astronomía y la astrología tradicionales

se hallan entreveradas con la geografía y la historia y todas ellas con el Anthropos, el Hombre Universal que es a la vez macrocósmicamente la causa y microcósmicamente el efecto de esa sinfonía que constantemente teje y desteje la trama y la urdimbre de la vida, desde lo más grande a lo más ínfimo, de lo más duradero a lo efímero, de lo veloz a lo lento, o a cualquier otra de las condiciones de la existencia universal. O sea, a lo que la palabra cosmos expresa y simboliza,

un Ser vivo del que emanan energías, simbolizadas por los cuerpos celestes, que recorren todos los planos de su manifestación.

Los hombres han llamado a estas energías de distintas maneras según los tiempos y las distintas culturas. Para nosotros, herederos de las civilizaciones grecorromanas, las luminarias celestes más importantes se llaman:
Luna-Diana, Sol-Apolo, Marte-Ares, Mercurio-Hermes, Venus-Afrodita, Júpiter-Zeus, Saturno-Crono y las han graficado de acuerdo a diferentes especificaciones con diversos símbolos íntimamente relacionados con su propia naturaleza.4

Son éstos los siete planetas de la antigüedad clásica,

cuerpos celestes que se desplazan en el espacio con una fuerza y velocidad rítmica, donde la tierra está comprendida y por lo tanto el hombre, miniatura del cosmos;

Los símbolos de los siete planetas.
unos astros que están conformados
por substancias que atemperan la radiación del cielo –cual si fueran filtros, aun pensando que toda comparación es pésima– y la devuelven agregando su propia característica aunque al mismo tiempo hacen posible la vida humana.5

Cada planeta posee un numen patrón, un dios o diosa al cual simboliza y cuyas influencias vehicula, siendo una proyección de éste en el plano creacional. De este modo, la Luna simboliza a Artemisa,

hermana gemela de Apolo. Nacidos en Delos, isla central de las Cícladas, es identificada con la Diana romana; mujer terrible, perpetuamente doncella, detesta a las parturientas y las mata con sus flechas por lo que son temidos sus accesos de cólera, aunque cuidaba de sus críos. También, ayudada por Heracles combatió contra los Gigantes.

Artemisa de Éfeso. Romano, c. s. I-III.
Bronce ennegrecido y alabastro,
Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
Tutora de las amazonas,
no siempre se la ha emulado con la virginidad, como es el caso de la estatua de Éfeso donde se la representa con múltiples pechos, pues ha suplantado a una antigua diosa local.

Diana-Artemisa, la “diosa de los nacimientos y también de la fecundidad”,

era muy popular en Grecia y posteriormente en Roma de donde heredó dos de sus características más conocidas, su permanente virginidad y su arco y el carcaj con sus flechas. Como toda diosa lunar lo es también de la tierra por su proximidad, tal cual lo están las sefiroth Yesod y Malkhuth en el diagrama del Árbol de la Vida de la Cábala. Hija de Zeus y Leto le regala al dios Pan dos perros de su jauría, pues compartía con él la caza de ciervos.

Era la diosa protectora de numerosas ciudades, aunque se la vinculaba sobre todo con las selvas. Exigía castidad a sus adeptos y resultaba implacable contra quien violentase su ley.

Un día Acteón se solazó con su belleza viéndola desnuda e inventó que ella lo había hecho a propósito; la furia de Diana no se hizo esperar, lo transformó en ciervo y azuzó a su jauría de perros para que lo destrozase.6

Artemisa, señora de los animales.
Cerámica Etrusca, s. VI a. C.,
Museo Arqueológico, Florencia.
Su astro, la Luna, rige
sobre todos los fluidos y fundamentalmente marca el tiempo en las cuatro semanas, o estaciones del mes, o en las cincuenta y dos del año en conjunción con el sol, o en otras de mayor alcance llamadas eclipses donde juega con los ciclos del sol y la tierra, períodos que la antigüedad conocía, estudiados en un ciclo de dieciocho años (y fracción) –casi con seguridad caldeo– denominado Saros por un lexicógrafo griego (Suidas) que lo describió. Igualmente, Metón observó un ciclo muy parecido donde las fases de la luna se repiten casi exactamente luego de 19 años, en periodos de luna llena o nueva, que se utiliza para fijar la concordancia entre el año lunar y el solar.

Lo sublunar, aquello sobre la que la Luna gobierna, es

un mundo inferior a lo solar, pero superior a lo profano, por eso se suele representar a la Virgen María sobre la luna.
El ciclo profano se corresponde con el infierno de Dante (para dar una imagen), el Hades, o el Tártaro, el mundo que los Mayas llamaban Xibalbá. Se lo puede superar como un primer peldaño en el viaje de Conocimiento, o la Iniciación; su ciclo es el día, el giro que la tierra da sobre ella misma. El segundo peldaño se asocia con el viaje que el sol hace en el año y es la obtención del Hombre Verdadero, el jardín del Paraíso y el Conocimiento del Ser Universal. La tercera muerte es la experiencia de lo que No es, del No Ser y su posterior maridaje con lo que Es.
Este tercer ciclo es polar y se corresponde astrológicamente con la precesión de los equinoccios (25.920 años, o 26.000 en números redondos), un ciclo de tiempo indefinido para el ser humano, que sin embargo se dice, puede aspirar a ello.7

Andrés de Li. Repertorio de los Tiempos, Toledo, 1546.
Versión coloreada: Beatriz Ramada.

El Sol está vinculado al dios Apolo y a sus análogos (el Ra de Heliópolis, el Surya-Savitri de la India, el Tonatiuh azteca, el dios Inti de los incas, el Cristo solar, etc.). “Centro del mundo”,

por su irradiación –luz y calor– da origen a la vida, por medio de la tierra que conforma una de sus periferias. Su asociación con el corazón y la rueda resulta evidente. Nuestro Universo es un sistema solar con planetas que giran exterior o interiormente a su órbita desde la perspectiva de la tierra.
Es útil aclarar también que en el Universo hay tantos sistemas solares como las estrellas que tachonan la noche.
Por otra parte es la medida del tiempo, y por lo mismo el regente de todos los ciclos, lo cual es notorio en su recorrido diario, en el anual e incluso en su ciclo mayor, el de la precesión de los equinoccios, o sea 26.000 años de su circulación anual (25.920 en realidad), lo que constituye un día del sol.

En la Cábala, el Sol

se equipara con Tifereth, la sefirah número 6, que está directamente relacionada con la división de su ciclo; 24 horas (6 x 4 = 24), la hora de 60 minutos (6 x 10) e igualmente la del minuto, 60 segundos. Esta división del tiempo es heredada de los caldeos que se manejaban con el seis como unidad de su numerología y no con la decena pitagórica, lo que está basado en la superficie de la circunferencia, 360º (6 x 60).

En el Tarot es el arcano XIX y en la alquimia –en la que se equipara al fuego y al oro–, como también en la astrología, se lo representa como un círculo con su centro explícito, diagrama que alude a su función cósmica.

El sol es el centro de un sistema inmenso, como el hombre lo es de otro igualmente indefinido, respetando, eso sí, las debidas proporciones ya que el sol es en el cielo lo correspondiente a lo que el hombre en la tierra, o sea uno en el macro y otro en el microcosmos. Asimismo el corazón es en el interior del hombre lo que el sol es en su exterior.
Llamado Padre, Fuente de Vida, por medio de la luz y el calor todo lo existente le está sujeto. Rey supremo de lo manifestado, la antigüedad solía verlo conduciendo el carro del tiempo; dando lugar a su viaje que es el día de la tierra (24 h.) y a las estaciones que son su año.

Carro solar de Surya. Miniatura hindú, s. XVIII.
Como símbolo, el Sol es
imagen del Dios Creador y por lo tanto móvil, o sea sujeta al tiempo y al espacio; es también representación del Eje Polar Inmutable, Dios invisible, alrededor del cual danza la más maravillosa creación posible y siempre cambiante y una.8

Análogamente,

Apolo brilla majestuoso y establece las proporciones y ordena la armonía de la Inteligencia que se hace evidente en el momento en que se conoce. Por lo que también el Sol es orden y la manifestación de la Unidad al nivel del Jardín del Paraíso.

Apolo está vinculado con la idea de Belleza a la que el Sol y Tifereth igualmente aluden. Ésta

se encuentra tanto en el centro vertical como en el horizontal del diagrama, en el Pilar llamado del Equilibrio, lo que además puede ilustrar la concepción de la Belleza griega como justo medio entre las partes; Platón vendría a completar este concepto identificándola con el Resplandor de la Verdad y el Bien, como la Armonía entre opuestos.
Figuración de la belleza física y la juventud, es asimismo el representante de las Artes y Ciencias humanas. Hermano gemelo de Diana-Artemisa, es hijo de Júpiter y Leto. Reinó sobre Delfos donde instaló su oráculo compartido por sus discípulas, las Pitonisas, después de matar a la serpiente-monstruo Pitón de la cual éstas derivaban su nombre. Padre de Asclepio (Esculapio) el cual heredaría la medicina y la posibilidad de curar espiritualmente, se lo solía presentar rodeado de las Musas y tocando la lira, regalo de Hermes. Su amante fue Dafne perseguida por él al punto que ésta se convirtió en laurel para eludirlo. Consumada la conquista, la corona de laurel pasó a ser atributo de los ganadores en torneos y lances.

El dios va armado con un carcaj de flechas como su hermana, y su posición central

lo hace mediador entre lo alto y lo bajo, un intermediario divino en el camino a la sumidad y por eso una etapa en el ascenso espiritual, que ha sido precedida por Yesod y que relaciona a ambas con el sol y la luna, con Helios y Artemisa respectivamente. Pero esa posibilidad es imprescindible y para muchos pueblos e individualidades un fin en sí misma.
Aunque el verdadero iniciado aprende que el esplendor de la belleza, la bondad y la verdad es sólo el más importante lugar para ser jalados hacia el Silencio, la Oscuridad y el Misterio, es decir hacia el No-Ser.

Esta es la verdadera meta de la iniciación, lo más alto a lo que puede aspirar el ser humano y la auténtica razón de su existencia –pese a que éste lo desconozca–. Al dios radiante y hermoso

no sorprende que se lo tome por lo final, aunque esto último lo trasciende y está equiparado a la ausencia de atributos por lo cual la lengua debe nombrarlo de modo negativo, o sea, agregando la partícula in, como es el caso de in-finito, y de otros vocablos varios vgr: in-nombrable, etc.
Mas no todo es brillo en el sol que desaparece la mitad del día en una porción del hemisferio mientras en otros lugares geográficos aparece sólo una hora, o nada, o según el ritmo de las estaciones en verano jamás se pone. Diversos pueblos en fechas precisas del año esperaban angustiosamente su aparición que pensaban no siempre podía producirse, en particular en los equinoccios, celebrando con cantos, himnos y danzas su salida, por lo que se lo debe ligar también con la Oscuridad.9

Juan Bautista Tiépolo. Apolo y Artemis, 1757.

Planetas interiores y exteriores

Al Sol lo acompañan ora precediéndole, ora escoltándole, los planetas interiores10 Mercurio y Venus, aquél de manera estrecha y éste con una elongación mayor.11 A Mercurio lo impregna la energía del dios Hermes, nuestro patrón, el heraldo divino invocado como Hermes Trismegisto en la Alejandría de los primeros siglos de la era cristiana.

Las principales características de esta deidad, digna de un libro, o varios, y de la que nace toda una escuela de pensamiento esotérico egipcio-griego, cuyo dios más antiguo es el ilustre Thot, inventor del lenguaje, escritor divino de hieroglifos (jeroglíficos) y por lo tanto mensajero inspirado por los dioses y musas, son las de transmisor de los misterios y secretos de la Tradición Perenne, en esta vertiente que se prolonga bajo el patrocinio del dios griego Hermes y Hermes Trismegisto por ambas costas mediterráneas, con los que el primero se identifica.
Tiene su primer apogeo por medio de autores clásicos que habían viajado a Egipto y allí recibido su iniciación, cuyos dos representantes más importantes son: el creador de las ciencias matemáticas (aritmético-geométricas) Pitágoras, y Platón, con el ideario tradicional presente en los misterios órficos y de Eleusis, encarnándose en la metafísica de los escritos de este último, y su escuela, cuyo pensamiento original es el de Sócrates, que Platón desarrolla entre sus alumnos en la Academia.
Y que nuevamente se refunda siglos después por Plutarco, Plotino, Porfirio y posteriormente Proclo, cuyo máximo brillo lo alcanza en la Alejandría grecorromana, gnóstica, neoplatónica y neopitagórica en los cuatro primeros siglos de nuestra era y que vuelve a instaurarse durante la época renacentista en la Florencia de los Médicis, gracias a los esfuerzos y oficios de Marsilio Ficino y a la que se une J. Pico de la Mirandola y otro conjunto de sabios, y cuyos epígonos llegan hasta nuestros días gracias al Hermetismo y la cadena iniciática (el hilo de oro) que los une.

Deidad a la que los romanos llamaron Mercurio, los himnos que se han escrito en su honor le atribuyen innumerables dones. Nos dicen

que es un intérprete de los dioses, hijo de Zeus y de la ninfa Maya (una de las Pléyades) y que pasó inadvertido, en silencio, en secreto, invisible, tanto de los hombres como de las deidades, este niño versátil, de sutil ingenio, saqueador desde apenas nacido, caudillo de sueños, espía de la noche, con la que misteriosamente se vincula, y además guardián de las puertas del Conocimiento, y que con velocidad iba a efectuar hechos gloriosos ante los inmortales,
y que inventa la lira, saquea las vacas de Apolo, fabrica las primeras sandalias, prende el primer fuego, aborrece “estar sentado en casa, en la brumosa gruta”, adivina, se hace invisible y siente debilidad por lo femenino y sobre todo por la bella Afrodita, acerca de la que exclama en presencia de todos los dioses del Olimpo:

Hermes Kriophoros. c. 500-490 a. C.,
Museo de Bellas Artes, Boston.
¡Ojalá sucediera lo que has dicho, oh soberano Apolo, que hieres de lejos! ¡Envolviéranme triple número de inextricables vínculos, y vosotros los dioses y aun las diosas todas me estuvierais mirando, con tal que yo durmiese con la áurea Afrodita!12

Venus es el planeta de la diosa del amor, y

es fundamental para la simbólica precolombina puesto que este astro es Quetzalcóatl y sus exactas réplicas, Kukulcán, Gucumatz, Viracocha, etc.13

Los sabios de las antiguas culturas mesoamericanas intuyeron que el lucero del alba y el del crepúsculo eran un mismo astro, y observaron que

el planeta Venus describe en el cielo un ‘excéntrico’ recorrido que comprende también un movimiento retrógrado. El período de Venus es de 584 días y se divide en cuatro partes: durante 250 días es la estrella vespertina, luego se torna invisible por 8 días, aparece de nuevo como estrella matutina por 236 días y desaparece finalmente por 90 días para volver a ser nuevamente la estrella vespertina, etc. Si tomamos como punto de partida a Venus en un día en que aparece a las seis de la tarde, cerca de poniente, después de puesto el sol, podemos observar que a partir de ese momento, los días subsiguientes a la misma hora, Venus se aleja del poniente y aparece a mayor altura hasta que su elongación máxima alcanza los cuarenta y seis grados, quedando entonces como estacionario durante varios días. Ha realizado un movimiento retrógrado. Luego se va aproximando cada vez más a poniente hasta desaparecer por estar en conjunción con el sol. Posteriormente vuelve a aparecer por levante, como estrella matutina, hasta alcanzar nuevamente una elongación de cuarenta y seis grados donde se mantiene estacionario, para retornar cada vez más hasta el Oriente y desaparecer otra vez en la otra conjunción solar, a la que se distingue de la anterior al llamárselas inferior y superior. Es decir, que el movimiento llamado directo es el que se efectúa de izquierda a derecha, como las manecillas del reloj y el retrógrado es el inverso. O sea, que el primero se realiza circunvalando al eje que queda sobre la derecha y el segundo teniendo el eje a la izquierda. Es necesario aclarar que las culturas precolombinas tomaban en consideración el nacimiento de Venus en el Este donde iniciaba su recorrido. Para los aztecas el ciclo comenzaba en ce acátl, signo del Este y de Quetzalcóatl-Venus.14

Mosaico del siglo III. Bula Regia, Túnez.
Los ciclos de Venus eran importantísimos para los pueblos nahuas y los mayas al punto de regir, conjuntamente con los ciclos del Sol y de las Pléyades y su calendario ritual de 260 días –el tonalámatl o tzolkin–, el cómputo del tiempo cíclico sagrado.
Según Alfonso Caso, este tonalámatl se interrelaciona a su vez con el calendario de 365 días y es precisamente esta combinación numérica la que determina la ‘atadura’ o período de 52 años –correspondiente también a la culminación de las Pléyades–, al final de cada uno de los cuales se celebraba la fiesta del ‘fuego nuevo’ toxiuh molpilia. En este ciclo de 52 años, llamado xiuhmolpilli (o xiuhtlalpilli), transcurren 18.980 días (365 x 52 = 18.980), número que además es el mínimo común múltiplo de 365 y 260. Cada 52 años, por lo tanto, la rueda del calendario solar habrá girado 52 veces, al mismo tiempo que la del tonalámatl habrá dado 73 vueltas (18.980 = 73 x 260), encontrándose ambos calendarios al término de este lapso en el mismo punto, lo cual no ocurrirá nuevamente sino hasta que hayan transcurrido los 18.980 días del xiuhmolpilli, período que a su vez los antiguos mexicanos dividían en cuatro partes de 13 años cada una, llamada tlalpilli. Esta coincidencia adquiere todo su valor cuando se sabe, como se ha indicado, que conocían la culminación de las Pléyades por el zénit a medianoche, hecho que se produce cada 52 años.
Además, estas civilizaciones tomaban en consideración para sus cálculos los ciclos de la revolución sinódica, o aparente, de Venus, que es en números ‘redondos’ de 584 días. Así, observaron que cada 8 años solares (2.920 días, 365 x 8 = 2.920) transcurrían cinco ciclos de Venus (584 x 5 = 2.920); y como 52 no es múltiplo entero de 8, pero sí lo es su doble (104), sucede que cada 104 años se cumple un ciclo mayor, determinado por el hecho de que en el primer día del mismo se encuentran los tres ciclos (tonalámatl, solar y venusino) en su punto de partida, circunstancia que no se vuelve a repetir hasta que transcurran nuevamente otros 104 años ó 37.960 días, ya que este número (37.960) es el mínimo común múltiplo de 260, 365 y 584. Esta doble ‘atadura de años’, o ciclo mayor, era considerada por ellos una unidad de tiempo fundamental llamada huehuetiliztli, o una ‘vejez’, en la que Venus cumple 65 revoluciones sinódicas (37.960 = 584 x 65).15

Códice Borbónico, pág. 5.
Tal es la manifestación en el tiempo cíclico de Venus-Afrodita, deidad “relacionada con Isis y como diosa del amor descendiente directa de la Ishtar mesopotámica”. Nace
de la espuma del mar (esperma) después de que Saturno le cortara los testículos a Urano (cielo) y montada en una concha, Venus ha sido el ejemplo del Amor, en especial de la atracción sexual simbolizada por Eros, elemento fundamental de cohesión en la manifestación universal. Son conocidos sus amores con el guerrero Marte y también con Adonis, muestra de la atracción por la belleza física, como introducción a la auténtica Belleza; desde antiguo se ha distinguido a dos Venus: la uránica y la pandemos, la celeste y la popular, aunque las dos están ligadas al instinto sexual. En las iconografías, ambas se asocian con la manzana.16

Análoga también a la fenicia Astarté y a la egipcia Hathor, Venus es la “amante prototípica” del furioso Marte-Ares, con quien según algunos concibe a Eros. El planeta que porta el nombre del dios de la guerra

puede equipararse a la sefirah Din, Justicia, o Gueburah, Rigor y se encuentra en la misma columna, aunque a distinto nivel, que la Madre Primordial, que constriñe y da a luz a toda la Creación y por lo tanto otorga la vida, como así la muerte, sujeto como está todo lo creado a esta dialéctica.
Marte es también un destructor, o mejor, como lo es el Shiva de la Trimûrti hindú, un transformador, aunque no en el plano de los Principios sino en uno más bajo y cercano a la Creación.

Ares “en todo conflicto está presente con su espada que es capaz de vencer al enemigo en una batalla terrenal”, si bien

como todos los dioses no es ni bueno ni malo en sí mismo, sino que denota un modo creacional o un estado de la conciencia humana. Es también un emisario y un filtro por el que se expresa la deidad, cuya manifestación directa sería aniquilante. Está así presente tanto en la ira que suscita el combate, como en la estrategia para vencer al enemigo evitando la lucha y aún perdonándolo cuando su influencia se relaciona con su paredro en el Árbol de la Vida Cabalístico: Hesed.
Altanero y matón se entrevera tanto en las grandes lides, como en las peleas de barrio. Quiere siempre tener la última palabra, aunque finalmente es equilibrado por las demás deidades con el fin de mantener la mesura del cosmos. Pero es necesario porque su furor precede al Amor y como el huracán de los pueblos mesoamericanos, es un dios que produce la destrucción, para que todo lo inútil y sobrante desaparezca, dando así lugar a una nueva generación virgen e inmaculada.

Estatuilla de Laran (el Ares griego).
Bronce etrusco, Museo Arqueológico
Nacional, Florencia.
Preside las milicias celestes y es “capaz de fulminar con su rayo como su compañero Júpiter”, su padre, por lo cual
es particularmente temido por los humanos que también lo vinculan con los símbolos atmosféricos ligados al exterminio. Capitán general de un grupo de adeptos que se han destacado por su marcialidad, sus furores y calenturas derivan, empero, en el Amor Universal que es el nombre último de cualquier armonía.17

Zeus-Júpiter es el progenitor “de casi todos los dioses, o de los más importantes de entre ellos”.

Modelo ejemplar, su influencia es tan marcada que se le atribuyen hijos nacidos de su propio muslo, como Dioniso. También preside la calma de los estados del alma y la tranquilidad que los caracteriza, aunque las descripciones a veces le pintan como el ejemplo vivo de lo contrario a lo que se acaba de decir e incluso maligno con su rayo, injusto y cruel y casi enfermizo en su búsqueda de relaciones sexuales con miembros de su propia familia.
En la Cábala la rama que le corresponde en el modelo del Árbol Sefirótico, es la opuesta a Gueburah (también llamada Din), la Justicia en hebreo, cuyos atributos son la balanza –de la cual Júpiter (Hesed, la Gracia) sería uno de los platillos mientras la propia Gueburah, Marte, conformaría el otro– e igualmente la espada para imponer esa Justicia y para castigar a los transgresores; al mismo tiempo que Kether, colocada en la sumidad (la Corona), estaría representando al punto más alto del invisible Pilar del Equilibrio, entre los polos positivo y negativo, del Rigor y la Misericordia, ejemplificando a Brahmâ en la Trimûrti de la Tradición Hindú. Este fiel de la balanza no es ni esto o aquello, ni lo uno ni lo otro, pues es una imagen del equilibrio inmutable de lo que no está sujeto a las condiciones de tiempo, espacio, y fuerza de gravedad, representando a la Unidad en cualquier nivel que ésta se produzca, como es el caso de Tifereth (la Belleza) que ocupa el centro horizontal y vertical del Árbol de la Vida Cabalístico.18

Zeus lanzando el rayo. Bronce, Dodona.

Zeus es hijo de Saturno-Crono –si bien algunos textos órficos dicen que aquél “nació el primero”–, emasculador del alto Urano quien aconseja a aquél que devore el falo de éste para quedar “embarazado de todo el universo”. La precedencia de Crono está expresada simbólicamente por la mayor altura, lejanía y lentitud del planeta Saturno, el cual encarna las energías del dios y las proyecta sobre el mundo.

La alquimia relaciona a Saturno con el plomo, el metal más pesado, mientras que la astrología lo asocia con el color negro. Esta última correspondencia puede ser tomada como que este color, el más oscuro de todos, está vinculado con lo más alto –en el Árbol Sefirótico con Binah, según nuestro criterio– es decir, con el mundo de los Principios que conforman el cosmos, y por ello perteneciente a la tríada que tiene por vértice superior a Kether, la primera manifestación del infinito o No Ser, a la que corresponde el color negro en su sentido más elevado.

Crono es también el tiempo, una “cualidad limitativa, que junto con el espacio y el movimiento conforman el hábitat humano”. Por ello “es asignada, en astrología, al planeta Saturno que, según el mito, va devorando a sus propios hijos a los que signa así con la muerte”. Todo esto sin desconocer que el dios es también el regente de la Edad de Oro.

Otra versión romana afirma que durante su reinado la tierra estaba más fecunda que nunca y que filtraba néctar, leche y miel mientras los campos producían cosechas ubérrimas. Y que cuando capó a su padre lo envió a los Campos Elíseos, o bien a las islas de los Bienaventurados donde las almas vivían en paz,

razón por la cual las Saturnales, las “fiestas con las que acababa el año regido por Jano que se celebraban en el solsticio de invierno, eran los días más festivos y felices de dicho periodo, donde se daban banquetes y se ofrecían regalos”. Así termina la entrada del Diccionario que Federico dedica a Saturno:

Es una idea interesante asociar a Cronos (el Tiempo) como cohesionador del sistema cósmico, así como Eros era en el Olimpo un arquetipo del Amor, que todo lo une, elemento imprescindible en el matrimonio del cielo y la tierra.19

Saturno sosteniendo una hoz, s. XV.
Queen's Manuscript, British Museum.

El escenario de un peregrinaje

En griego, la palabra planetés significa errante, vagabundo, algo que anda de un lado a otro sin tener una posición o un lugar fijo. Y sí, las trayectorias de los planetas parecen erráticas por momentos –varían sus tiempos de paso, sus alturas, su brillo, cambian de sentido de marcha y retrogradan en determinados periodos, al cabo de un tiempo vuelven a progradar, etc.–, aunque en verdad responden a leyes precisas que configuran a cada una como “un círculo que reincide sobre sí mismo, el cual conforma la armonía de un festival sinfónico”.20 Un conjunto de

ritmos que se dan de distinto modo, de acuerdo a determinadas alteridades y pautas (pausas) que al combinarse unas con otras fructifican en diferentes secuencias que en su desarrollo van generando espacios, los cuales al encastrarse nuevamente entre sí, se expresan tanto musical, como astralmente, dando lugar a los ciclos y los ritmos que son el objeto de una ciencia que el hombre ha estudiado desde sus orígenes, ya que son constituyentes de lo más interno y externo de sí mismo y del mundo del que forma parte, puesto que todo está ritmado, tal como lo han sabido siempre los auténticos poetas.21

Esta obra de arte orquestada por el Demiurgo22 se interpreta en un inmenso escenario abovedado sostenido, según afirman muchas tradiciones, por cuatro pilares, gigantes o dioses como los Bacabs mayas.


Atlantes. Códice Madrid, pág. 20.
También se llama así [bóveda celeste] al firmamento, o domo por donde circulan los astros. La cúpula es masculina y se eleva erecta apoyada sobre una base cuadrangular o cúbica, plana y femenina, denotando estabilidad y que significa al cielo sostenido por la tierra, conformando ambas figuras el plano intermediario que es la simbolización del ascenso a otros mundos.
Es lógico que la cúpula celeste se trabaje con compás dada su curvatura y la base cuadrada o rectangular con la escuadra, como se practica en Masonería.
En China el caparazón de la tortuga es asociado a la bóveda del cielo, mientras la parte inferior lo es a la tierra. En el medio está el propio animal como imagen del hombre y el mundo intermediario.
En algunos casos el eje en el que se asienta el cuadrado y el círculo atraviesa por lo axial la cúpula en pleno polo tal el caso de la stupa. En diferentes circunstancias ese eje del edificio permanece oculto pero señalando a lo alto que es el lugar donde se producen las transformaciones en el simbolismo del templo. En otros casos como en los tipis indígenas el eje es a veces una chimenea o respiradero donde el humo del hogar producido por la combustión del trabajo puede arder y ascender verticalmente por un agujero: el vértice superior que da al exterior y sirve de chimenea.23

Un axis mundi que religa “Cielo, Tierra e Infiernos, o Cielo, Hombre, Tierra en la Tradición China”, por medio del cual

se conecta con otros estados o modalidades de un Ser Universal cuyas distintas expresiones configuran la totalidad del cosmos. Este eje es la cadena áurea que atraviesa todos los estados del Ser Universal a la que se suele llamar la ‘cadena de unión’ que designa a la transmisión de la doctrina tradicional y la iniciación,24

la cual, si se hace efectiva en el adepto, lo conduce al verdadero Conocimiento, es decir, a la identificación con el Ser Universal y a la No Dualidad.


Códice Ashburn (1166),
en Miscellanea d'Alchimia, s. XV.

Geométricamente, lo que es en la tridimensionalidad el eje del mundo –la prolongación indefinida del eje de rotación terrestre en su misma dirección– lo es el polo en el plano sobre el que nuestra visión proyecta idealmente la bóveda celeste al contemplarla.

La idea de polo es universal y es la de una misma vibración que se polariza de modo dual, el cielo y la tierra, y la cabeza y los pies en la verticalidad del hombre.
La montaña, el obelisco y los postes (pole) de los indios del noroeste de U.S.A. simbolizan este hecho. La rotación polar y la solar se complementan estando la primera vinculada al ciclo mayor (la del sol en el año, o la precesión de los equinoccios), y la menor al ciclo solar en el día. Los dos giros son análogos –aunque están invertidos el uno respecto al otro– y coexisten formalmente como la noche y el día, o las dos serpientes enroscadas en el bastón de Hermes. Ambas representaciones, suelen simbolizarse en la esvástica, que gira inversamente a las agujas del reloj, o acompañando a las mismas; polar y solar respectivamente.
El hombre es atraído de modo sutil hacia la sumidad, aunque hace lo imposible por negarlo, en eso se resume el mundo moderno.25

Poste ritual (Pole).
Noroeste de USA y Canadá.

Sobre tal puerta inmóvil a lo supracósmico brilla, en el hemisferio norte, la Estrella Polar.

Es la más luminosa de la constelación de la Osa Menor y señala de modo permanente el norte y por lo tanto el punto más alto del eje del mundo que lo atraviesa de norte a sur, (de cenit a nadir), longitudinalmente.
Ha sido siempre y sigue siendo la guía de los navegantes y el faro natural circunvalado por las naves que transitan en todas las direcciones del espacio.
En astronomía es también un punto fijo en la inmensidad de estrellas y planetas como lo son también las que señala la figura helicoidal del camino de Santiago o Vía Láctea.
Impertérrita ordena el viaje de los planetas que recorren la tierra, ciñéndolos en períodos precisos de tiempo que dan lugar a los cálculos astronómicos.26

Peregrinos entre “la inmensidad de las estrellas fijas” –ese telón de fondo rotatorio lleno de luces inscritas sobre poligonales invariables al que los antiguos dedicaron himnos maravillosos–,27 el Sol, la Luna y los planetas recorren una banda de apenas unos grados de anchura jalonada por las doce constelaciones del Zodíaco, la

Rueda de la Vida (de zoe, vida y diakos, rueda), o sea, del movimiento. Otra versión la emparenta con la Rueda de los Animales, variando la interpretación de zoe por zoo (animal), recordando que muchos de los signos que representan las doce divisiones de la Rueda Zodiacal son animales en los calendarios de los pueblos tradicionales.
Esta división está en relación con la del año en 12 meses de 30 días. También al ciclo de la precesión de los equinoccios de 25.920 años (26.000 en números redondos como en la Tradición Precolombina) se lo divide en 12 períodos de 2.160 años durante los cuales se retrocede un signo del zodíaco pues su movimiento es retrógrado.
Los doce signos son hoy para nosotros herederos de la astronomía caldea: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis que corresponden cada uno a 30° de la superficie de la circunferencia, haciendo la salvedad de que para muchos pueblos el año comenzaba en el equinoccio de primavera y no como hoy en el solsticio de invierno.

El Zodíaco y el cuerpo humano. Andrés de Li,
Repertorio de los tiempos, Zaragoza, 1495.
Y añade Federico:
Según el Sefer Yetsirah las tres letras madres (Alef, Mem, y Shin), equiparadas a los Principios Universales, abren a las siete dobles (Beth, Guimel, Daleth, Kaf, Fe, Resh y Taw) vinculadas a los siete planetas y todas ellas a las doce simples (, Vav, Zayin, Heth, Teth, Yod, Lamed, Nun, Samekh, Ayin, Tsade y Qof), figuradas por los doce signos zodiacales, conformando todo ello a Teli, el Dragón Celeste, o Ser Universal, según la traducción del Sefer Yetsirah debida a Arieh Kaplan.28

La eclíptica, la circunferencia que recorre el Sol sobre la bóveda celeste a lo largo del año, ensarta a las constelaciones zodiacales como el hilo de un collar. Son las posiciones sucesivas del luminar diurno sobre esa cinta las que determinan el transcurso del tiempo cíclico en sus distintas periodicidades, el día, los meses, las estaciones, el año y la precesión de los equinoccios. Siendo el día “el camino aparente del sol” en 24 horas, “aunque en realidad es la tierra la que se mueve alrededor del sol”,29 los meses se relacionan con el recorrido de aquél por un signo zodiacal y su paso al siguiente. Las cuatro estaciones se abren y cierran con “el solsticio de verano y el de invierno y los equinoccios de primavera y otoño”,30 “rumbos del universo” que determinan una cruz sobre el plano de la eclíptica y la cortan en cuatro puntos, análogos a los puntos cardinales del simbolismo espacial. De ellos, los equinoccios se sitúan en la intersección de la eclíptica con el ecuador celeste, y la recta que los une es “horizontal” con respecto a la “vertical” que va de un solsticio a otro. Y a propósito de los solsticios:

En la Roma antigua era el dios Jano de origen etrusco el que abría y cerraba las puertas solsticiales, en especial la del solsticio de invierno que daba comienzo al año (Jano = January, y Janvier, Janeiro, Enero en las lenguas romances modernas).
El dios Jano se representaba con dos caras, la Ianua caeli y la Ianua inferni o sea las correspondientes a los solsticios de invierno y de verano, a la puerta de los dioses y a la puerta de los hombres respectivamente. En astronomía, el verano está asociado al sol de mediodía y al signo de Cáncer, y el invierno en vinculación con el signo de Capricornio y la medianoche. Por eso se lo puede ver al dios munido de sus atributos, unas llaves (una de oro y la otra de plata) con las cuales abrir y cerrar esas puertas, y que ha heredado por tradición el papa de Roma. El dios entonces abría el año y también lo cerraba después de un ciclo completo.31

Jano. Alciato, Emblemas, 1531.

La difusión del calendario romano –que hemos heredado y adoptado como calendario civil– supuso el abandono de “los calendarios lunares, que fueron los primeros y que hacían comenzar el año en el equinoccio de primavera como ha sido en muchos pueblos, entre ellos los judíos”,32 esto es, con la llegada del Sol al punto vernal.33 Aunque dicho punto determina la posición de los cero grados del signo astrológico de Aries y se vincula con éste, hoy en día está situado sobre la constelación de Piscis a causa de la precesión de los equinoccios, en virtud de la cual “los puntos equinocciales y solsticiales se desplazan sobre la eclíptica en el sentido retrógrado con una velocidad angular de 50 segundos por año”.

La precesión de los equinoccios es

el tercer movimiento de la tierra (como se sabe el primero es el diario o de rotación y el segundo el anual o de traslación), como de bamboleo, o de trompo, movimiento retrógrado inverso a las revoluciones diarias de los planetas, que hace que los signos zodiacales aparezcan cada 2.160 años corridos treinta grados de arco y completen el ciclo en 25.920 años en forma total, ya que se divide el cielo entre doce signos zodiacales en nuestra astronomía actual, heredera de las concepciones de caldeos y persas. No cabe duda de que los mesoamericanos estaban familiarizados con este gran ciclo y no podrían haberlo dejado de observar y calcular de acuerdo al conocimiento que tenían de los otros cuerpos celestes y sus revoluciones. Por otra parte, todas las astronomías tradicionales lo han conocido y lo han considerado como uno de los ciclos máximos: el Gran Año de la tierra. Nosotros pensamos que es la clave íntima del tonalámatl. Se lo ha calculado en 26.000 años, es decir, en números ‘redondos’, como lo han hecho otros pueblos que lo han tomado como base de sus especulaciones astronómicas, o dicho de otra manera: para comprender los ritmos y leyes cósmicas que estos números y este ciclo reflejan. Sin embargo, el ‘Gran Año’ ha solido considerarse en la mitad de este ciclo, o sea: 13.000 años. Tal es el caso de persas y griegos.34

Y cinco períodos de 13.000 años, o más exactamente “2 veces y media la precesión de los equinoccios, que posee 25.920 años (64.800 años)”, es la duración de un manvántara,

periodo de tiempo correspondiente a un ciclo de esta humanidad. Siete manvântaras descendentes y siete ascendentes conforman en la Tradición Hindú un Kalpa. Este ciclo está regido por un Manú,35

el “Legislador Universal de un período cósmico de 65.000 años”.36


Calendario de pastor. Inglaterra, s. XV.

Más allá de los ciclos cósmicos

El Kalpa es el “ciclo de vida del universo” y se divide en “catorce manvântaras, o ciclos humanos completos de la existencia”.

El manvántara, está subdividido a su vez en cuatro yugas, o subciclos, que corresponden exactamente a las cuatro edades de los griegos: el Satya Yuga, corresponde a la Edad de Oro; el Trêtâ Yuga a la de Plata; la de Bronce equivale al Dvâpara Yuga; y la de Hierro al Kali Yuga. A pesar de que los griegos y los hindúes dividen sus ciclos en cuatro edades mientras los americanos lo hacen generalmente en cinco (pues toman en cuenta el punto central de la cruz en que los inscriben), en términos numéricos los cálculos resultan casi idénticos en uno y otro caso: mientras hindúes y griegos calculan ciclos de 64.800 años, los americanos ‘redondean’ ese número en 65.000; cuando los primeros nos hablan de ‘edades’ de 25.920 años, que corresponden al ciclo de la precesión de los equinoccios, los segundos nos describen eras de 26.000 (los caldeos ‘redondearon’ con menos exactitud este número, pues describieron ciclos de 24.000 años).

La Tradición Precolombina llama “soles” a las cinco partes “en que se divide el ciclo completo”.

Existen varias versiones, en las distintas tribus, de cómo fueron los soles anteriores, y cómo terminaron cada uno de ellos. Según una versión muy conocida de los aztecas, todos los soles, ciclos, o eras terminan siempre en grandes cataclismos, originados por Quetzalcóatl o Tezcatlipoca dioses enemigos cuyos combates determinan la historia del universo. El primer sol, regido por Tezcatlipoca, el tigre, es frío, nocturno y se relaciona con el norte; en ese mundo habitaron los gigantes, que fueron destruidos al ser devorados por el tigre. El segundo sol es de viento, y está bajo el patrocinio de Quetzalcóatl, corresponde al oeste y fue destruido por un gran viento que derribó los árboles haciendo perecer a casi toda la humanidad; quedaron unos cuantos hombres convertidos en monos. En el tercero los dioses pusieron a Tláloc, dios de la lluvia, como el sol; acabó cuando Quetzalcóatl hizo que lloviera fuego, quedando unos pocos hombres convertidos en pájaros; este sol corresponde al sur. El cuarto sol es acuático, situado bajo el signo de Chalchiuhtlicue, diosa del agua, hermana de Tláloc; este sol corresponde al este y terminó por inundación cuando Tezcatlipoca hizo que lloviera, pereciendo los hombres o siendo transformados en peces. Actualmente vivimos en el quinto sol, el cual correspondería al centro, ya que los anteriores cuatro se colocan en cada uno de los puntos cardinales; es un sol regido por Xiuhtecuhtli, uno de los dioses del fuego, y acaba por terremoto o temblor de tierra. La Teogonía e Historia de los Mexicanos dice:
“El quinto sol, signo del cuarto ollín (movimiento), se dice Olintonatiuh (sol del movimiento), en éste habrá terremotos y hambre general, con que hemos de perecer”.37

Ciclos cósmicos que son “las huellas que ha dejado en su Obra un Creador ausente, pero presente en ella, por sus rastros que lo identifican”. Intervalos que los astros establecen en el cielo a través de un movimiento que es “la impronta del tiempo en el espacio”. Su simbólica

es capaz de llevar al ser humano que se encuentre dispuesto, en su ignorancia, a comprender las leyes cósmicas; conocimiento que a medida que va avanzando en él por identificación, lo vivencia como que ha sido obra de la Gracia divina y lo reconoce como no humano y supracósmico.38

Robert Fludd. Utriusque cosmi historia, t. II, Oppenheim, 1619.
Pues es claro,
en realidad el cielo que vemos, la semiesfera de 180º que corona la creación y a cuya imagen responden todas las estructuras arquitectónicas rematadas en cúpula, no es más que un juego inteligentísimo de los dioses para mostrarnos un conjunto armónico o representación de simbólicas perfectas con el único objetivo de ser trascendido,

y “debe distinguirse el cielo metafísico del que perciben nuestros sentidos”.

Este cielo metafísico debe ser diferenciado del simple firmamento de los astros y estrellas, es decir, de los dioses que han sido trascendidos en aras de la identificación con lo eterno, –como la luz física representa a la espiritual– a los que sobrepasa, pese a la importancia real que tienen los cuerpos celestes en el plano astronómico –y mítico– que describe sus movimientos, los que obedecen e imponen las leyes cosmológicas. En todo caso el cielo de la metafísica es la absoluta libertad extinguida por la materialización de las formas y su limitación –que las hace siempre relativas– frente a lo ilimitado e infinito implícito en el término cielo, tomado en su sentido metafísico.39

Nuestro viaje es, pues, “de lo visible y manifestado, a lo inmanifestado absoluto”.40 Del Ser, “la primera determinación, que lleva en sí todas las posibilidades de desarrollo que se sintetizan en ella” al No-Ser, “lo no-finito, es decir, lo infinito”, la “Posibilidad Universal”, lo que “no puede oponerse a nada porque no tiene existencia y el Ser es su primera vibración”.

Ser o No Ser no pueden oponerse jamás. El No Ser engendra al Ser y no lo hacen mutuamente. Al No Ser, Guenón lo llama el cero metafísico. Siguiéndolo, para nosotros el Ser es hijo del No Ser ya que éste no es de ninguna manera ni puede tomarse como una negación del Ser o de cualquier otra cosa dado que se trata del infinito donde no existe ningún contrario.41
NOTAS
1 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Tiempo (Medida del)”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
2 Entrada: “Astronomía”, op. cit.
3 Entrada: “Astrología”, ibíd.
4 Ver nota 2.
5 Entrada: “Planetas”, ibíd.
6 Entradas: “Artemisa” y “Selene-Diana-Luna (gr.-lat.)”, ibíd.
7 Entrada: “Luna”, ibíd.
8 Entrada: “Sol”, ibíd.
9 Entrada: “Apolo-Helios (gr.)”, ibíd.
10 Es decir, los planetas del Sistema Solar que están más próximos al Sol que la Tierra. Se llaman “interiores” porque sus órbitas están comprendidas por la terrestre, y son más rápidos porque la distancia al centro en torno al que giran es menor.
11 La elongación de un planeta es la distancia angular entre éste y el Sol visto desde la Tierra. La elongación máxima de Mercurio es de 28º y la de Venus, 46º.
12 Entrada: “Hermes-Mercurio (gr.-lat.)”, ibíd.
13 Dioses además relacionados con Hermes, del que también son sus análogos.
14 Entrada: “Venus-Afrodita (lat.-gr.)”, ibíd. También el movimiento de Mercurio, observado desde la Tierra, presenta ciclos de progresión-retrogradación, como igualmente el de los planetas exteriores.
15 Entrada: “Tonalámatl (México)”, ibíd.
16 Entrada: “Venus-Afrodita (lat.-gr.)”, ibíd.
17 Entrada: “Ares-Marte (gr.-lat.)”, ibíd.
18 Entrada: “Zeus-Júpiter (gr.-lat.)”, ibíd.
19 Entrada: “Crono(s)-Saturno (gr.-lat.)”, ibíd.
20 Ver nota 5.
21 Entrada: “Ritmos”, ibíd.
22 Que “no es el Arquitecto del universo, sino un importantísimo colaborador que lo fabrica con sus propias manos. Este artesano universal es el culpable por lo tanto de la belleza y el amor, pero también del dolor y la prisión en que estamos atrapados gracias a los límites y la rigidez del mundo en que habitamos”. Entrada: “Demiurgo”, ibíd.
23 Entrada: “Bóveda Celeste”, ibíd.
24 Entrada: “Eje”, ibíd.
25 Entrada: “Polo”, ibíd.
26 Entrada: “Estrella polar”, ibíd.
27 “Invoco a la sagrada luz de los Astros celestiales, al par que conjuro, con voces rituales, a las sagradas deidades. Estrellas celestiales, amadas hijas de la negra Noche, que se mueven en vertiginosos remolinos en torno al trono, reflectores de luz, ardientes, perennes engendradoras de todo, detentadoras del destino, porque son prenunciadoras de toda resolución suya, al cuidar del sendero que los dioses reservan a los hombres mortales; vigilantes de las zonas de siete luces, erráticas por el firmamento; celestiales y terrenales, veloces como la llama, de perenne solidez, que proyectan su luz sobre el manto sombrío de la noche, brillando con destellos y se mantienen alegres en vigilia. Venid, pues, a las tareas que requieren un gran conocimiento de nuestro piadoso ritual, realizando un noble trayecto para una empresa gloriosa”. Himno órfico citado en la entrada “Estrellas”, ibíd.
28 Entrada: “Zodíaco-Zodiacal”, ibíd.
29 Entrada: “Día”, ibíd.
30 Entrada: “Año”, ibíd.
31 Entrada: “Jano (lat.)”, ibíd.
32 Entrada: “Calendario”, ibíd.
33 El punto vernal es una de las dos intersecciones de la eclíptica con el ecuador celeste. En éste, el Sol pasa del hemisferio sur celeste al hemisferio norte celeste (con lo que el día se alarga y la noche se acorta en el hemisferio boreal terrestre –y al contrario en el austral–). En el punto equinoccial opuesto, que corresponde al inicio del otoño, sucede a la inversa.
34 Ver nota 15.
35 Entrada: “Manvântara (hindú)”, ibíd.
36 Entrada: “Manú (hindú)”, ibíd.
37 Entrada: “Ciclos-Ciclología”, ibíd.
38 Ver nota 37.
39 Entrada: “Cielo”, ibíd.
40 Entrada: “Metafísica”, ibíd.
41 Entrada: “No-Ser”, ibíd.
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