SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

EL FUEGO SAGRADO

ROBERTO CASTRO

Hundido en las tinieblas,
cubierto por ellas
estaba el Universo.
Cuando nació el Fuego,
hízose la luz.
Los Dioses,
el Cielo y la Tierra,
las aguas y las plantas
se alegraron con su amistad.

Inspirado por los Dioses,
que merecen sacrificios,
celebraré al Fuego,
inmenso,
que jamás envejece.
Con su resplandor
iluminó los mundos,
al Cielo y a la Tierra,
y a los espacios intermedios.1
El fuego posee un gran poder purificador y transformador. Es una potencia sagrada y uno de los cinco elementos creadores del cosmos. Es creador y destructor al mismo tiempo, simbolizando un doble aspecto de la divinidad: por un lado, nos da el calor que permite la vida y, por otro, tiene un carácter destructor que todo lo arrasa, pero para así promover la regeneración cósmica. Su poder destructor es, pues, paradójicamente, también creador ya que propicia esta permanente transformación del Ser Universal. Recordemos que los ciclos cósmicos, y en concreto los que atañen a las edades de la humanidad, vienen dados por grandes purificaciones de fuego o agua, como bien apunta Platón en el Timeo.

La veneración al fuego es un rasgo común de todas las sociedades tradicionales. De igual modo ocurre con el culto al sol, estando, de hecho, ambos estrechamente unidos.

La relación del hombre con el fuego es tan ancestral como el hombre mismo, por eso en muchas tradiciones el dios del fuego es un dios antiquísimo, de los primeros cuando fue creado el cosmos. El fuego simboliza al Espíritu.

En relación al origen mitológico del fuego, observamos cómo hay muchísimos mitos de pueblos tradicionales en todos los rincones del planeta donde se va repitiendo la misma estructura del mito: una deidad, o un ser mítico de orden superior, o sencillamente un hombre o un animal, en una pugna con los dioses, les roba el fuego para entregárselo a los hombres, pasando este ser mitológico a ser el benefactor de la humanidad o su héroe civilizador. Aunque sepamos que esto se debe a que toda tradición secundaria procede de la Tradición unánime y primordial, no dejan de asombrarnos tales coincidencias. También se repite la idea de que este héroe benefactor recibirá un castigo o penitencia por ello.

Este mito del origen del fuego, aunque enfatice la idea de una acción furtiva contra la voluntad de los dioses, no deja de simbolizar la influencia del Espíritu en el hombre o la gracia divina que desciende del cielo para divinizarlo, a través de una influencia espiritual que desciende verticalmente para llenar de gracia su existencia. También hay que destacar que se trata de un mito que se sitúa en el momento posterior a la separación entre hombres y dioses, como indica Hesíodo en su Teogonía; de ahí el simbolismo del robo y el castigo divino por tal hurto.

Pero dejemos que sea Federico González quién nos hable de este sagrado elemento. Transcribiremos parte de la entrada “Fuego” de su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, desarrollando algunos puntos que entrelazaremos con otras entradas y comentarios nuestros. En dicha entrada, incluye este fragmento de Dionisio Areopagita:

En cuanto imagen de cosas visibles, el fuego representa, por decirlo así, muchas propiedades de la Deidad. El fuego, en realidad, está sensiblemente presente en todas las cosas. Lo penetra todo sin mancharse y continúa al mismo tiempo separado. Todo lo ilumina y permanece a la vez desconocido, pues no se le percibe más que a través de la materia donde opera. Es incontenible. Nadie lo puede mirar fijamente. Todo lo domina, y transforma en sí mismo cuanto alcanza. Se entrega a los que se le acercan. Renueva con su calor vivificante. Ilumina con su resplandor y permanece puro, sin mezclarse. Produce cambios, pero en nada se altera. Sube a lo más alto y penetra lo más hondo. Se arrastra por los suelos y anda por lo más elevado. Siempre moviéndose a sí mismo y moviendo a los demás. Se extiende por todas direcciones sin que en ninguna parte pueda encerrarse. De nadie necesita. Escondido crece y manifiesta su grandeza doquier es recibido. Dinámico, poderoso, invisible, presente en todo ser. Si no se le hace caso, parece que no existe. Pero cuando hay frotación, como si se le hiciera un ruego, sale en busca de algo. Aparece de repente, naturalmente y por sí solo; pronto se levanta incontenible y sin propio menoscabo, alegremente se comunica con su contorno.2

Pero la parte en la que más queremos centrarnos es el mito de Prometeo sobre el origen del fuego:

El fuego fue sacado por Prometeo de las calderas del inframundo bajo la férula de Vulcano (Hefesto) y entregado a los hombres para su uso; la metalurgia es uno de ellos y caracteriza también a la Edad de Bronce y posteriormente a la de Hierro, en la que nos hallamos.
Prometeo es hijo de un Titán, como Zeus lo es de otro, y tiene varios hermanos. En algunas Tradiciones es considerado como el creador del hombre, aunque principalmente es tomado como su bienhechor pues robó semillas de fuego de la rueda del propio sol –o de la fragua de Hefesto, como hemos dicho–, para entregárselas a los hombres, salvándolos. Por ello fue encadenado por Zeus con cables de acero mientras un ave nacida de Tifón se alimentaba de su hígado que se regeneraba permanentemente, como el propio fuego.
Cuando Heracles pasó por donde se encontraba Prometeo lo liberó. Como Prometeo era a su vez profeta devolvió el favor, le mostró cómo coger las manzanas –de oro– del jardín de las Hespérides.3

Y ésta es la entrada que el autor dedica a Prometeo:

Hijo del Titán Jápeto, como Zeus lo es de su hermano Crono, por lo tanto, su primo. El nombre de su madre difiere, aunque parece ser una Oceánide. Lo mismo acontece con el de su esposa, si bien se mencionan los nombres de sus hijos, Lico y Deucalión entre otros.

Atlas y Prometeo. Fondo de una copa.
Cerámica. Laconia, c. s. VI a. C.
Es el modelo del héroe cultural y se lo tiene como creador del hombre. Robó el fuego de la hoguera de Hefesto (o del carro de Helios) para devolvérselo a los seres humanos. Fue castigado por Zeus atándolo al monte Cáucaso. Cada día venía un águila a comerse un trozo de su hígado. Según Apolodoro (Biblioteca I, 1) fue salvado de esta tortura por Heracles. Pero también por ello Zeus castigó a la humanidad creando a una bellísima mujer, Pandora, munida de un recipiente que destapó y de donde se generaron toda clase de males.4

Prometeo, pues, protagoniza el mito grecorromano del origen del fuego. La etimología de su nombre significa “vidente”, pues nada menos previó que la rebelión contra Cronos la ganarían los dioses olímpicos y por eso decidió luchar al lado de Zeus. Prometeo asistió al propio Zeus en el nacimiento de Atenea de su cabeza y ésta le enseñó astronomía, arquitectura, matemáticas, navegación, medicina, metalurgia y otras ciencias. Zeus creó a los hombres a partir de arcilla mojada por sus propias lágrimas y Atenea los dotó de inteligencia. Pero fue Prometeo quien los instruyó enseñándoles a hacer sacrificios a los dioses, a navegar, a cultivar, a pastorear y el resto de artes y ciencias que había aprendido de Atenea. Por eso se lo considera el héroe cultural o héroe civilizador. Pero tendió una trampa a Zeus en una ocasión y éste, muy enfadado, arrebató el fuego a los hombres. Prometeo, astuto y mañoso, suplicó a Atenea entrar en secreto en el Olimpo y ésta accedió. Una vez allí, prendió una antorcha con el carro ígneo del sol, Helios –aunque según otra versión, como advierte el autor, fue con la fragua de Hefesto– y huyó con ella. Así es como Prometeo robó el fuego sagrado de la morada de los dioses para entregárselo a la humanidad.

Zeus montó en cólera y castigó a Prometeo con la penitencia que relata la entrada: encadenado en la montaña, un águila le devoraría el hígado cada día, pese a que, por la noche, éste se volvía a reproducir. Y a los humanos los castigó creando a Pandora, la mujer más bella que jamás haya existido. Los dioses la dotaron de habilidades y también de maldad y le entregaron a Prometeo la caja de Pandora, que contenía todas las desgracias inimaginables. Pandora sedujo a Prometeo, que abrió la caja, y de ahí salieron todos los males y hasta la propia muerte. Zeus también provocó un diluvio en la tierra como castigo.

Y aquí es donde introduciremos de manera sucinta algunos de esos mitos a los que hacíamos referencia, procedentes de todas las latitudes, donde se dan estas semejanzas con el mito de Prometeo:

Un mito de los aborígenes australianos sobre el origen del fuego nos cuenta que hubo un tiempo en que los hombres no disponían de él ya que estaba en posesión de dos mujeres que no sentían gran aprecio por la humanidad y lo guardaban con gran celo. Un hombre, que sí sentía afecto por ellos, simuló tener un gran aprecio por estas dos mujeres para así acercarse a ellas; un día, aprovechando un descuido, les robó un tizón, lo escondió y desapareció. Se lo entregó a los hombres y, desde entonces, lo consideran un benefactor. Este hombre se transformó en un pequeño pájaro con una marca roja sobre la cola, que es la marca del fuego. Se trata del pájaro conocido como “reyezuelo cola de fuego”, el cual pasó a ser venerado como un ser sagrado, símbolo de este mito. En otras leyendas australianas no es un pájaro tipo reyezuelo, sino un halcón, al que se considera el primer portador del fuego.

Los nativos de Nueva Bretaña, una gran isla situada al noreste de Nueva Guinea, cuentan que en un tiempo pretérito, la capacidad de dominar el fuego era un secreto de los hombres iniciados, que ocultaban celosamente a las mujeres y a los no iniciados, hasta que un perro se lo arrebató. Esta es la historia: los miembros de esta sociedad secreta –iniet– celebraron una asamblea. El perro era también un iniciado, por eso podía estar cerca de estos guardianes del fuego. Y así, por esta proximidad, es cómo conoció el secreto de prenderlo frotando dos palos y se lo transmitió a las mujeres y a los no iniciados. Los hombres iniciados, al ver que estos últimos habían aprendido a dominar el fuego, montaron en cólera porque se había profanado su secreto y lanzaron un castigo sobre el perro de manera que no pudiera hablar más, y desde entonces no habla.

En Polinesia y Micronesia, los maoríes de Nueva Zelanda dicen que hace mucho tiempo, cuando los hombres carecían de fuego, Maui, su héroe civilizador más importante, pensó en robarle el fuego a su antepasada la diosa Mahu-Ika y volver a traerlo a los hombres. Con este propósito partió y llegó hasta la morada de esta diosa del fuego y tan maravillado quedó de lo que vio, que durante un largo tiempo fue incapaz de pronunciar palabra. Le pidió el fuego a la diosa y la diosa se lo acabó entregando. Ésta se sacó la uña de un dedo y de ahí salió el fuego que ella le entregó. Y como Maui quedó maravillado por aquello, se alejó, y a cierta distancia apagó el fuego y volvió junto a la diosa para pedírselo de nuevo, diciendo que se le había apagado. Ella se quitó otra uña y sacó de nuevo fuego para él. Nuevamente se alejó y apagó el fuego y volvió a pedírselo. La diosa pensó que ese muchacho se estaba burlando de ella, pero se lo volvió a entregar, aunque en esta ocasión el fuego perseguía al joven de manera implacable, obligándolo a transformarse en un águila de veloces alas. Huyó volando raudo, pero el fuego todo lo arrasaba, de modo que el ave no podía guarecerse en lugar alguno y Maui estuvo a punto de perecer por las llamas que todo lo abarcaban. Le pidió a la diosa que por favor le mandara agua para aplacar ese fuego que le perseguía, y ésta envió una fuerte lluvia y el fuego quedó apagado. Sólo una pequeña parte del fuego logró escapar de la lluvia, que es la que aprovecharon los hombres.

Otra rama de los maoríes narra este mito de forma distinta. Maui consiguió el fuego originalmente porque se lo robó a la Gallina Celestial, totalmente hecha de fuego. En un despiste de ésta, el héroe robó uno de sus polluelos, que también eran de fuego, y bajó del cielo para enseñar a los hombres el arte de dominar el fuego frotando dos palos de madera. Finalmente, cuenta el mito que este héroe murió luchando contra la diosa de la muerte.

Aprovechamos para añadir, de paso, que los ritos maoríes más destacados son los de adoración a los volcanes, tan presentes en su ubicación geográfica. Los consideran sagrados por ser la morada de los dioses. En tiempos pasados, ofrendaban a estos dioses animales en sacrificio para apaciguarlos y eran lanzados a la boca del volcán. Otro rito ancestral era caminar encima del fuego –sobre las brasas de la lava del volcán– con el fin de purificar el alma del iniciado. Aún hoy se practica en las islas Fiyi.

El origen mitológico del fuego para los menri de la península malaya –continente asiático– cuenta que fue el pájaro carpintero quien robó el fuego para los hombres y que éste les pidió que juraran que nunca lo matarían. Desde entonces este pájaro no puede ser cazado.

Otra versión del mito, en este caso los semang, atribuyen el robo del fuego al mono del cocotero.

En África, la tribu de los bergdama cuentan que la humanidad no tenía fuego y que un hombre se dispuso robarlo a su custodio que era el león. Se apoderó de un tizón encendido y el león y la leona se dispusieron a perseguirlo, pero el hombre atravesó un río para lograr que éstos cesaran en su persecución. Desde aquella noche, los hombres han tenido siempre fuego.

Los bai-la de Zimbabwe narran cómo la avispa robó el fuego al Padre Celestial. Dicen que en la tierra no había fuego y los pájaros y todos los seres alados se reunieron en asamblea. Se propusieron conseguirlo y la avispa se ofreció voluntaria para volar hasta el cielo y robárselo al Creador. El buitre, el águila y el cuervo le dijeron que irían con ella. Estos seres alados consiguieron su objetivo y se lo entregaron a los hombres.

En el continente americano son muchos los mitos sobre el origen del fuego dada la gran cantidad de tribus y pueblos indígenas que lo habitan y lo han habitado.

En la mitología náhuatl, al comienzo el fuego descendió desde una estrella hasta la tierra, provocando un incendio. Entonces los antiguos gigantes de la montaña aprovecharon para hacerse con él y lo custodiaron. Para evitar que los hombres se apoderasen del fuego, organizaron un poderoso ejército encabezado por un tigre, que devoraba a los hombres cada vez que intentaban acercarse para aprehenderlo. Fue un animal, un marsupial al que llamaban tlacuache, quien se acercó con la intención de robárselo. Se aproximó a la hoguera con el pretexto de que sentía mucho frío y mucho cansancio, y, en un descuido, cogió una brasa y salió corriendo con el fuego, que más tarde entregó a los hombres. En algunos códices se relaciona a este animal con el juego de pelota, el sacrificio de la decapitación, la luna, la ceremonia del año nuevo y el cruce de caminos.

En la mitología maya, el origen del fuego se narra en el Popol Vuh. El dios Tohil es quien robó el fuego para dárselo a los hombres de maíz, y luego, por intermedio de éstos, al pueblo maya quiché. Este pueblo aceptó la exigencia de Tohil de ofrecerle víctimas humanas en sacrificio como condición por haberles concedido el dominio del fuego.

Entre los indios del Chaco de Paraguay se cuenta que, al principio, los hombres eran incapaces de producir fuego, pero les llamó la atención un pájaro que lo custodiaba. Aprovechando un descuido de éste, se lo robaron; al percatarse montó en cólera y juró vengarse. Formó una tormenta eléctrica, con gran estruendo de rayos y truenos, que causó grandes destrozos y aterrorizó a los hombres. Desde entonces, siempre que truena es señal de que el pájaro del trueno está enojado y pretende seguir castigándolos con fuego caído del cielo.

Los indios tupinamba de Brasil y los guaraníes de Paraguay cuentan que fue un sapo el que robó el fuego a los buitres. Otros indios, los sipaia de Brasil, refieren de manera similar que un gran héroe tribal, al que llaman Kumaphari el joven, robó el fuego a un buitre haciéndose el muerto.

El mito de los indios bakairi de Brasil habla de dos gemelos, Keri y Kami, que se disfrazaron de pez y de caracol para así robarle el elemento ígneo al Señor del Fuego.

Los indios warrau de la Guayana Británica también hablan de dos gemelos. Uno de ellos se convirtió en lagarto para así poder lograr robar el fuego que era custodiado por la anciana Nanyobo, que significa Rana Grande.

Esta historia mítica de los gemelos, vemos cómo se da también en otros continentes, pues en Oceanía existe el mito de Tasmania según el cual dos hermanos gemelos fueron los que consiguieron el fuego para la humanidad y, tras ello, se convirtieron en dos estrellas en la noche.

Los indios arekuna de Brasil narran que el hombre carecía de fuego antes de la gran inundación y descubrieron que un pajarillo verde estaba en posesión del mismo. Aprovechando un descuido mientras éste estaba pescando, se lo robaron.

Entre los indios shuar de Ecuador –los jíbaros– se cuenta que, al principio, el hombre no conocía el uso del fuego y trataron de robárselo al que lo custodiaba llamado Tacquea, pero no lo consiguieron. El colibrí se ofreció para robárselo. Se mojó la alas y simuló que no podía volar y la mujer de Tacquea se lo llevó a casa y así es como logró robárselo. Desde entonces los Shuar poseen el poder del fuego.

En la mitología amazónica existe otro mito referente al origen del fuego que cuenta las aventuras de un adolescente llamado Botoque, quien fue abandonado por su cuñado mayor mientras recogían huevos de guacamayo en la jungla. Durante el tiempo que permaneció perdido, Botoque conoció al jaguar, con quien trabó amistad y salieron juntos a cazar. El jaguar y su mujer eran los únicos que poseían fuego en el mundo. Esta última era particularmente hostil con el muchacho, por lo que éste la mató, cogió algunas brasas y partió para su hogar para compartir el fuego con el resto de hombres de su tribu.

Los indios cora de México cuentan cómo, al comienzo, los hombres no tenían fuego porque lo poseía la iguana, guardiana del Fuego celeste. Ésta, para mantenerlo oculto, se lo llevó al cielo y los hombres, que lo anhelaban, se reunieron en asamblea para ver cómo podían conseguirlo. Encargaron al cuervo subir al cielo para robarlo, pero no lo consiguió. Se lo encargaron al resto de pájaros, que lo fueron intentando de la misma manera, pero ninguno de ellos consiguió subir hasta el cielo. Finalmente, un pájaro llamado opposum lo logró. Se lo entregó a los hombres, pero la tierra entonces empezó a arder. Instaron a la propia Madre Tierra para que apagase el fuego con su leche y ésta lo hizo. Se llevaron entonces una porción de fuego, que permaneció con ellos hasta nuestros días.

Entre los indios navajo de Arizona, el mito cuenta que el fuego estaba en posesión de los animales, pero el coyote, el murciélago y la ardilla mantenían una especial amistad con los hombres y se pusieron de acuerdo para robar el fuego y entregárselo. Fue el coyote, el que lo robó y echó a correr perseguido por todos los animales, y cuando se hallaba ya agotado, el murciélago lo relevó en el transporte del fuego, pero se lo acabó pasando a la ardilla, la cual, con gran agilidad y resistencia, pudo llevárselo sano y salvo a los indios navajo.

Los apaches jicarilla del norte de Nuevo México cuentan que, al principio, los árboles podían hablar y custodiaban el fuego, pero los hombres no podían quemarlos porque desconocían el fuego y quien logró robarlo para entregárselo fue el zorro. El zorro huyó, pero cansado de correr, le pasó el fuego al halcón, quien, a su vez, se lo traspasó a la grulla parda, que lo acabó entregando a los hombres.

Otras tribus de Norteamérica también hablan del coyote como el autor de haber robado el fuego para entregárselo a la humanidad, pero también atribuyen esta proeza al conejo.

Los indios cheyenes atribuyen el origen del fuego a uno de sus antepasados llamado Raíz Dulce, siendo que fue el trueno quien le enseñó a encenderlo. El trueno, a su vez, obtuvo del búfalo un trozo de madera del que podía extraerlo. Entonces, dirigiéndose a Raíz Dulce, le enseñó cómo dominar el fuego para calentar a su pueblo y preparar la comida y quemar las cosas.

Los indios seahawks de Seattle aluden a una gran inundación en la que todos los habitantes de la tierra, con excepción de un hombre y una mujer, perecieron ahogados. Estos supervivientes se refugiaron en la montaña y, viendo que tenían necesidad de fuego, le pidieron al Gran Espíritu que se lo entregara, pero fue el cuervo, que era blanco, quien se lo trajo en contra de la voluntad de la Deidad Suprema. Ésta lo castigó tiñiéndolo de negro. De ahí que desde entonces lo miren con gran respeto. Nunca lo matan y prohíben a sus hijos cazarlo o atacarlo.

Los indios cheroqui dicen que al comienzo no había fuego y el mundo estaba frío hasta que los truenos enviaron sus rayos y prendieron fuego al pie de un árbol hueco que había en una isla. Los animales se reunieron en asamblea y fue el cuervo el que se ofreció a ir hasta ese árbol para apoderarse del fuego, pero le chamuscó todas las plumas hasta dejarlo negro, lo que le asustó tanto que volvió sin el fuego. Luego se ofreció la coruja, que tampoco lo consiguió, y luego la lechuza, que volvió sin el fuego. No hubo más pájaros que se aventuraran a volar hasta la isla donde estaba el árbol ardiendo, así que fue la pequeña culebra uksuhi la que dijo que podría traer el fuego. Pero fracasó. Luego lo intentó la gran serpiente negra, la trepadora, pero el humo la ahogó. Finalmente la araña de agua se ofreció y volvió con él. Desde entonces los hombres tienen fuego y la araña de agua es venerada por ello.

Y así podríamos seguir relatando más mitos de otros pueblos de América y del resto de continentes, pero nos detendremos aquí para proseguir con otra diosa que nos parece de gran interés para este artículo. Se trata de Vesta, el nombre romano de la diosa griega del fuego, Hestia. Las vestales eran sacerdotisas de su culto que mantenían siempre encendida su llama. Su fiesta era la Vestalia fechada el nueve de julio.

Ésta es la entrada que Federico González dedica a dicha diosa en su diccionario:

Hermana de Zeus y Hera, diosa del hogar y por lo tanto del fuego doméstico. Zeus le otorgó la gracia que le pidió, ser permanentemente virgen y guardar los menesteres del hogar sin ningún otro afán.
Vesta se corresponde con la Hestia griega. Tenía un templo en el foro, donde ardía el fuego sagrado, imagen arquetípica de todos los fuegos de los hogares particulares.
Las sacerdotisas (vestales) cuidaban del fuego del templo noche y día pues no debía jamás apagarse. Si esto sucedía era sinónimo de desgracia y se volvía a encender inmediatamente.

F. Colonna. Hypnerotomachia Poliphili, Venecia, 1499.
En este templo estaba prohibida el agua al ser opuesta al fuego. Sólo accedían a este templo el Pontífice máximo y las vestales, escogidas entre las familias notables de Roma, las que debían entregar a una de sus hijas para este sacerdocio: vestían de blanco y eran muy respetadas socialmente y tenían numerosos privilegios jurídicos y públicos, aunque debían mantenerse vírgenes por treinta años, después de lo cual eran libres de contraer matrimonio aunque eran terribles los castigos para las adúlteras y su pareja.
2. Las Vestalia eran una serie de fiestas consagradas a la diosa donde la harina y los molineros eran los principales protagonistas ya que el fuego era imprescindible para la fabricación del pan.5

En la tradición grecorromana, los dioses asociados al sol eran Apolo y Helios y los asociados al fuego Hestia-Vesta y Hefesto-Vulcano.

Hestia, como ya hemos dicho, era la diosa del fuego del hogar, ubicado en el punto central, constituyendo así el eje de la casa familiar. Era hija de Cronos y Rea y la hermana mayor de Zeus. Si Hefesto era la deidad que se materializaba en el fuego de los volcanes, Hestia era la más antigua representación de la Madre Tierra y del fuego que arde en sus entrañas, en su centro.

En Roma se le dio más importancia que en Grecia ya que era adorada como la diosa protectora de la humanidad, de los hogares y del fuego sagrado de Roma. Existía en dicha ciudad un templo en su honor denominado Aedes Vestae, donde ardía permanentemente el fuego sagrado, el cual no podía apagarse porque ello podría acarrear desgracias y las encargadas de custodiar constantemente su llama eran las vírgenes vestales. Eran sacerdotisas que habían sido iniciadas desde niñas y que servían en el templo de la diosa del fuego durante 30 años: los 10 primeros como discípulas, los 10 siguientes como protectoras de la llama sagrada y los 10 restantes como tutoras de las vestales más jóvenes. Debían permanecer siempre vírgenes, siguiendo el modelo arquetípico de Vesta, que nunca renunció a su pureza. De hecho, tras la guerra contra los titanes, Poseidón y Apolo fueron a pedirle matrimonio a su mansión, pero juró sobre la cabeza de Zeus que siempre se mantendría virgen. La madre de Rómulo y Remo, según el mito, fue una virgen vestal.

En los Himnos Homéricos aparece una invocación conjunta a Hestia y a Hermes. También se muestra la importancia del fuego sagrado en el templo de Apolo de Delfos.

Se cuenta que cuando los habitantes de una polis partían para colonizar otras tierras, portaban una antorcha con el fuego del altar en honor a esta diosa, prendiendo con él el nuevo altar en la colonia, como símbolo de unión con la metrópoli. Este rito representa la creación de nuevos centros secundarios que son un símbolo del centro de centros y que representaba el fuego sagrado prendido de forma perpetua en la metrópoli.

Y volviendo de nuevo a la entrada “Fuego” del diccionario, se apunta:

De allí también todos los ritos de purificación por el fuego que, en el máximo de su ejecución, ofrendan la propia vida del que se inmola en él. Aquí deberíamos recordar al dios mexicano Xiuhtecuhtli (Huehuetéotl), dios del fuego, al mismo tiempo que el hacedor del tiempo. Era el creador de la quinta era; por ser inalterable no había muerto en las cuatro creaciones anteriores. Por ello su fiesta se celebraba cada cuatro años y en especial, en la ceremonia del fuego nuevo, cada cincuenta y dos años (el siglo náhuatl cuando las Pléyades alcanzaban el zénit a medianoche sobre el Monte de la Estrella). Los cristianos lo celebran anualmente con la ceremonia del cirio pascual.6

Ceremonia del fuego nuevo. Códice Borbónico, p. XXXIV.

Tras leer este párrafo, pasamos las páginas del diccionario hasta dar con la entrada de este dios azteca:

Dios viejo o abuelo entre los antiguos mexicas con todos los aspectos atribuidos a la vejez, Sabiduría, prudencia y en general las virtudes de la ancianidad y la experiencia para estos pueblos.
2. Dios náhuatl “del fuego y del tiempo” o “del fuego y del año”. Se identifica con Xiuhtecuhtli “dios antiguo y viejo”.
Ya que también ocupa un lugar “central” y porque habita en la quinta dirección arriba-abajo, proyección del eje vertical que desciende desde Omeyocan o cielo más alto, hasta el ombligo de la tierra.7 Ahí, donde se conjugan el tiempo y el espacio, Xiuhtecuhtli, tendido, observa la acción de los dioses en el acaecer temporal del universo a través de sus cuatro edades o soles y la lucha por establecer un equilibrio central, o quinta edad. Después presta apoyo a la tierra desde su ombligo, o centro de los cuatro rumbos, estaciones solsticiales o direcciones espaciales. Dios solar y del cielo diurno, llamado también “Señor de la Turquesa”. A veces se le llama igualmente Ixcozauhqui que significa “semblante amarillo”. Su última imagen es Tonatiuh.
3. Ometéotl está relacionado especialmente con su aspecto de “dios viejo”, Huehuetéotl:
1. Madre de los dioses, padre de los dioses, el dios viejo.
2. Tendido en el ombligo de la tierra.
3. Metido en un encierro de turquesas.
4. El que está en las aguas color de pájaro azul, el que está encerrado en las nubes.
5. El dios viejo, el que habita en las sombras de la región de los muertos.
6. El señor del fuego y del año.8

Viejo dios del fuego.
Museo Nacional de México.
Igualmente, se lo asimila a la pareja Ometecuhtli-Omecíhuatl: in teteu inan in teteu ita (madre y padre de los dioses), Códice Florentino, Lib. VI, fol. 148. Lo mismo en la Historia de los Mexicanos por sus Pinturas.
5. Sahagún en su Historia General dice:
Este dios del fuego llamado Xiuhtecuhtli tiene también otros dos nombres el uno es Ixcozauhqui, que quiere decir “cariamarillo”; y el otro es Cuetzalzin, que quiere decir “llama de fuego”.
6. Walter Krickeberg en Las Antiguas Culturas Mexicanas afirma que de los dioses:
El más cercano al hombre era el dios del fuego. Es el “dios viejo” (Huehueteótl) y padre de todos los demás dioses, porque era el primero; pero es al mismo tiempo “Señor de la vecindad próxima” (Tloque Nahuaque), es decir, del presente inmediato, pues vive directamente entre los hombres; su residencia es el hogar, y el tres su número sagrado (las tres piedras del hogar que sostienen el comal y la olla), obviamente relacionadas con el fuego, tienen su origen en tres estrellas reveladoras del milagroso misterio del principio radiante, una deidad materializada en fuego que se expresaba como un sol microcósmico mediante luz y calor para propiciar la vida. Puesto que vive en el ombligo, es decir, en el centro de la tierra, forma el eje del mundo junto con el Ser Supremo en el cielo y el dios de la muerte en el inframundo. Como dios del fuego tiene en los manuscritos pictográficos un rostro mitad rojo, mitad amarillo, con la barbilla de color negro. Pero por lo general no se le llama “el del rostro amarillo”, sino Xiutecuhtli, “Señor de Turquesa”, de color azul celeste, porque también en este dios se reunieron lo terrestre y lo del cielo; el fuego de la tierra con el celeste (el sol), y la residencia del dios en la tierra con el cielo, azul diurno. Tiene por nahual, pues, a la serpiente de turquesa, y le sirven de adorno las turquesas.
Igual que al rey azteca, representante suyo en la tierra. Otro emblema de Xiuhtecuhtli, su gran pectoral rectangular en forma de mariposa estilizada, era símbolo de la llama.
7. Se lo representa iconográficamente como un hombre achacoso y anciano, similar formalmente al Itzamná maya. Identificado con el dios “buboncillo”, que produce la creación al sacrificarse saltando sobre la hoguera en el mito Teotihuacano. Muchas de sus representaciones en cerámica funcionaban como braseros.9

A Huehueteótl se le representaba como un anciano arrugado, desdentado y encorvado. En sus representaciones escultóricas aparece siempre sentado sosteniendo un enorme brasero sobre sus espaldas. Como nos dice la entrada, se lo identificaba con Xuihcóatl, la serpiente de fuego que llevaba un cuerno en la nariz decorado con siete estrellas. Se dice que Huehueteótl utilizaba a Xuihcóatl como su disfraz, aunque si se trataba del mismo dios, era sólo una de sus múltiples manifestaciones. En la famosa piedra del sol, comúnmente conocida como Calendario azteca, aparecen dos de estas serpientes de fuego que transportan al sol en su tránsito por el cielo.

Para los aztecas, este dios poseía gran sabiduría, era el regenerador del mundo y el centro del universo; además era el brasero –tlecuil–, que era el centro de la casa tradicional indígena. Por su poder purificador y regenerador, era la deidad encargada de propiciar los cambios en el mundo y definía y entrelazaba los constantes ciclos de la vida en el cosmos.

En la mitología náhuatl el fuego terrestre, ctónico, representaba la fuerza que permite la unión de los contrarios y la transformación del agua terrenal en agua celestial, pura y divina. El fuego es, ante todo, el motor de la regeneración periódica. Ese era el sentido de la ceremonia del Fuego Nuevo.

Un aspecto femenino de este dios se personifica en la diosa Chantico –análoga a la mencionada Hestia-Vesta grecorromana–, que representaba el fuego del hogar y el del interior de la tierra. Protectora de la casa y sus habitantes, se la vincula con las diosas terrestres y, por tanto, no es propiamente una diosa celeste sino ctónica.

Y continúa la entrada “Fuego”, que constituye el hilo conductor de nuestro trabajo:

Fuego y agua se oponen y al mismo tiempo ambos dan cuenta de la purificación; en algunos mitos como en el de los gemelos del Popol Vuh, estos elementos actúan sucesivamente.
La destrucción que produce el fuego es una acción negativa, dolorosa, por lo que los dioses del fuego y los metalúrgicos heredan estas mismas características. Los incendios de los campos para su posterior siembra poseen idéntica dualidad telúrica. En el tantrismo tibetano el poder del fuego se asocia con el dominio de las pasiones y la obtención de estados sutiles.10

En la mitología maya el fuego sagrado era un marcador temporal y por tanto se encendía en momentos simbólicos, como puede ser el ascenso de un gobernante, la inauguración de un espacio o de un objeto para convertirlos en sagrados, o la fundación de una ciudad. De hecho, lo que se buscaba, era la recreación de un mito cosmogónico para regenerar el mundo.

El fuego representaba el principio masculino y fecundador del mundo. Era el principio de la creación de un nuevo orden cosmogónico. El fogón cósmico estaba conformado por tres piedras y estaba acompañado por los dioses remeros, deidades ancestrales que fueron quienes colocaron dichas piedras en el fogón. Este acontecimiento sucede cada cierto tiempo y es un portal celeste que se abre en momentos clave. Estas tres piedras del fogón se representaban con un altar circular, que simbolizaba la creación, y se localizaba tanto en los hogares como en los templos; era otra de las imágenes del centro del mundo. Constituía un espacio para comunicarse con lo divino a través del sacrificio de la sangre, el copal y otras ofrendas. El fogón de la cocina de la choza familiar era análogo a este fuego cósmico y era el corazón o centro de la morada familiar porque los mayas concebían al universo como una gran casa.

Y de este modo termina la entrada “Fuego” del diccionario:

Hasta el fin de los tiempos, siempre habrá algún fuego encendido sobre la tierra.11

Concluimos este trabajo vinculando el simbolismo del fuego con el del final de los tiempos, el cual, por cierto, está muy cerca. Recordaremos primero que Jesús bautizaba con fuego, a diferencia de su primo Juan el Bautista, que bautizaba con agua:

…y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo con agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.12

En el Apocalipsis de Juan se hacen constantes menciones al fuego como elemento promotor de este final de ciclo. En “los preliminares del Gran Día de Dios” a Juan se le revela un trono del que salen relámpagos y truenos y delante de él “arden siete antorchas de fuego, que son los siete espíritus de Dios”.

Se erige el fuego como el rayo misericordioso que acabará con la tribulación de esta humanidad terminal que vive, agónica, sus últimos días y permitirá su completa regeneración, dando lugar a otra, la que renacerá a un mundo nuevo y a una Edad de Oro, siendo esencial que aún queden unos pocos iniciados que se empeñen en la labor de custodiar la Ciencia Sagrada y la Memoria completa del Ser universal para posibilitar la continuidad de la creación.

Todas las tradiciones hablan en sus mitos sobre este final de los tiempos, pero queremos poner el cierre a modo de corolario con la profecía de los indios Hopi de Arizona. Esta tribu lo define como “la gran purificación de fuego” y la señal que anunciará su llegada será una intensa luz azul en los cielos, la Kachina azul. A su vez, esta señal se manifestará previamente en el centro de la plaza donde practican sus ritos y danzas, cuando el danzante que representa a esta Kachina se quite la máscara anunciando la llegada del fuego purificador que dará paso a una nueva humanidad.

NOTAS
1 Rig Veda X:88.
2 Dionisio Areopagita. De la Jerarquía Celeste, XV, 329A-329C. Citado en Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Fuego”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
3 Ibíd.
4 Entrada: “Prometeo”, ibíd.
5 Entrada: “Hestia-Vesta”, ibíd.
6 Entrada: “Fuego”, ibíd.
7 Ver entrada: “Centro”.
8 Miguel León Portilla. La Filosofía Náhuatl. Cita del Códice Florentino AP I, 16, referida en la entrada “Huehuetéotl (México)”, ibíd.
9 Ibíd.
10 Entrada: “Fuego”, ibíd.
11 Ver entrada: “Tohil (Maya)”.
12 Mateo 3:10.

BIBLIOGRAFÍA
Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.

Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003.

Hesíodo. Teogonía. Ed. Gredos, Madrid, 1982.

Esquilo. Prometeo encadenado. Ed. Clásicas, Madrid, 2009.

Robert Graves. Los mitos griegos. Ed. RBA, Madrid, 2009.

James G. Frazer. Mitos sobre el origen del fuego. Sans Soleil Ediciones, Vitoria-Gasteiz, 1986.

Silvia Limón Olvera. La religión de los pueblos nahuas. Ed. Trotta, Madrid, 2008.

Popol Vuh. Ed. Trotta. Madrid, 2008.

Biblia de Jerusalén. Ed. Desclée De Brouwer, Bilbao, 2009.

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