SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

CARTA EDITORIAL Nº 62

¿Qué queda por descubrir? ¿Tiene algún sentido emprender conquistas en un mundo en el que las grandes tecnológicas han fotogrametriado hasta el último palmo del planeta Tierra creyendo que así ya nada resta por conocer? Ah, claro, de ahí ese interés creciente por explorar el espacio exterior con la presunción de llegar a fundar colonias en Marte o en vaya usted a saber qué otro cuerpo sideral. Un proceso que quizás se inició con lo que se ha dado en llamar el ‘descubrimiento’ y la ‘conquista’ de América, y que ha desembocado en un rastreo globalizado e indefinido donde se diría que nada nuevo puede ofrecernos la madre Gea que nos acoge desde los orígenes de esta humanidad. Pero sabemos que no es así; queda por descubrir lo más real, lo más interno, lo permanentemente nuevo que sólo se puede atisbar con otra mirada.

Tras el número anterior de la revista que dedicamos al mosaico de culturas de América, retomamos su estudio en la presente actualización, ahora a través de una literatura que permanecía a la espera en nuestras bibliotecas hace años, desde que Federico González despertara en muchos de los integrantes del actual consejo de redacción un interés creciente por los libros de Crónicas de Indias, obras que llegaron a constituir un nuevo género literario a partir del Renacimiento y que se nos han abierto como auténticos reveladores de un Nuevo Mundo.

Textos escritos por un puñado de hombres de distinto rango, desde el mismo descubridor del continente y sus islas caribeñas y los conquistadores posteriores, pasando por militares, funcionarios de la corona, hombres de iglesia más o menos cultos –algunos cultísimos–, españoles en su mayoría –aunque también los hubo indígenas o mestizos pertenecientes a las realezas de América–, y que entre todos, ya fuese para reportar al rey, para dar cuenta a los virreyes, para documentar los lugares y características de los naturales de las tierras que se iban conquistando, sus costumbres, modos de vida, cultura, ritos y creencias, y también en escasas y honrosas ocasiones para defender a los indígenas y denunciar las vejaciones y atrocidades de las que eran objeto, configuraron un género literario que a partir de entonces interesó desde diversas ópticas, tanto la histórica como la cultural, artística, religiosa, antropológica, etc. y que, a los estudiosos del símbolo, el mito y las culturas tradicionales desde una perspectiva iniciática como es nuestro caso, revelan mundos desconocidos muy afines a ciertas instancias de la conciencia que se van abriendo en la medida en que se persevera en la Vía Simbólica.

Así encaradas, muchas de estas obras pueden proporcionarnos hallazgos insospechados y ayudarnos a romper con tópicos, prejuicios, y sobre todo y lo que es más importante desde el punto de vista de los que suscribimos los artículos que ofrecemos a los lectores en esta edición, posibilitando el acceso a un mundo otro, virgen, repleto de maravillas y riquezas naturales, lo nunca visto, y de seres humanos que viven acordes con los ritmos del universo, cantando constantemente al Misterio Absoluto y a sus intermediarios los dioses, haciendo de sus vidas un sacrificio reiterado y un mito vivo y encarnado.

Nos hemos sentido totalmente identificados con unas palabras que escribió Federico González en su libro El Simbolismo Precolombino y que nos impulsaron a sumergirnos en el estudio de diversas Crónicas –imposible abarcarlas todas, pues hay tantas– repletas de vivencias extraordinarias y de testimonios impactantes y flagrantes de lo que supuso el encuentro de dos mundos que aparentemente se desconocían hasta entonces, aunque luego se descubre por los escritos de Colón que éste se lanzó a aquella aventura allende los mares convencido de que hallaría al otro lado unas tierras que eran el vivo reflejo del Paraíso terrestre, todo lo cual estaba avalado por su profundo conocimiento de la Biblia y de las ciencias del cielo y la navegación. Y que, al otro lado del mar, muchos pueblos estaban esperando la llegada por mar de unos seres divinos a los que deberían someterse y entregar todas sus riquezas, pues tal cosa estaba atestiguada por sus códices y había sido corroborada por sus sabios. Pero es sabido que tras unos encuentros iniciales impactantes, deslumbrantes y asombrosos para ambas partes, se desencadenó la destrucción, el expolio y el genocidio de los nativos y las tierras que habitaban, a tal punto que

… los conquistadores abolieron su imagen del mundo, del espacio y del tiempo, su concepción de la vida y del hombre, sus mitos y ritos, y destruyeron la casi totalidad de su cultura. Y como desgraciadamente estas culturas están aparentemente muertas debemos seguir un difícil proceso de reconstrucción a través de sus fragmentos, códigos y monumentos parcialmente completos, las crónicas de los conquistadores y distintos testimonios, así como por jirones aún vivos del folklore, la danza, el diseño de los tejidos y cestería, sus monumentos, etc., para poder entenderlas. Pero también y sobre todo haremos hincapié en sus símbolos y mitos cosmogónicos y teogónicos claros y precisos que se corresponden con símbolos y mitos de otros pueblos, incluidos sus modelos del universo y estructuras culturales –evidentes por ejemplo, en el símbolo constructivo, de base geométrica y numeral–, los que nos permiten por analogía aproximamos al conocimiento de las tradiciones americanas y tener una visión lo suficientemente neta de ellas, al menos como fundamento para intentar comprenderlas en su esencia sin que sólo signifiquen tristes ruinas o antiguallas sin sentido o un pasado desconocido, hipotético y grandioso del cual todo se ignora. Por otra parte y como ya hemos dicho, a pesar del saqueo, la sistemática aniquilación y el múltiple vejamen sufrido, las tradiciones precolombinas aún están vivas y vigentes, reveladas en sus símbolos, en sus mitos y en su cosmogonía, en sus ideas arquetípicas, sus módulos armónicos y sus dioses que no esperan sino ser vivificados para que actualicen su potencia; es decir, ser aprehendidos, comprendidos con el corazón, para que actúen en nosotros.1

Es sobre todo con esta última intención que nos hemos acercado a los textos de Bartolomé de las Casas, Bernal Díaz del Castillo, Motolinía, Bernardino de Sahagún, Juan Bautista Pomar, Juan de Torquemada, Diego Durán, Diego de Landa, el Inca Garcilaso, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Gaspar de Carvajal, Marcos de Niza, Pedro Castañeda de Nájera y Joseph Acosta, dejando de lado a muchos otros cuyos testimonios son igualmente valiosos, para conocer y penetrar en las grandes culturas que vivían en América, en sus mitos cosmogónicos y los relatos acerca de su origen, sus teogonías y modos de identificarse con la divinidad, los ritos con los que ordenaban el tiempo y el espacio, sus construcciones, templos, palacios, hogares, artesanías, formas de relacionarse a través de la guerra y el comercio, sus usos y costumbres, o sea su pensamiento proyectado en la vida cotidiana, que era un canto y alabanza permanente al Misterio insondable que en nada difería del Dios Desconocido invocado por los seres humanos de todos los tiempos y lugares.

Rescatando todo este caudal de conocimientos depositados en dichas obras, nos sumamos al gesto de traer al presente esas tradiciones precolombinas cuyo acervo cultural y simbólica de alcance iniciático conserva intacta la fuerza para despertar en nuestra interioridad un mundo utópico en el que podemos habitar en este mismo instante.

Las Crónicas y los escritos posteriores de todos aquellos hombres y mujeres que han hecho y hacen los posibles por conocer ese estado del alma en el que reina la armonía, la justicia, el rigor y la misericordia, la generosidad, la paciencia, la valentía, guiado por la sabiduría y en última instancia gobernado por Amor o Caridad, o sea, un espacio, o mejor dicho un no-espacio, regido por valores éticos fundamentados en sus superiores arquetípicos, que elevan al hombre por encima de su naturaleza y lo deifican, conforman un cuerpo literario que se ha integrado por mérito propio en la República de las Letras, que es otro nombre de la utopía según nos recuerda Federico González.

Nos preguntábamos al inicio si quedaba algo por descubrir, y a la vista está lo que hemos descubierto tras meses de estudio y meditación, convirtiéndonos en habitantes de ese mundo utópico que no distingue entre sexos, culturas, razas o creencias pues reúne a todas las almas despojadas de sus atributos particularizados y abiertas a lo universal que no conoce de fronteras.

Como integrantes de esta república invisible, ofrecemos también en esta actualización nº 62 dos notas sobre aspectos tocantes a nuestro monográfico y un cuaderno de imágenes, además de cuatro audiovisuales, tres de ellos himnos –“Al Hermes de América”, “A Hades y sus allegadas”, “A la Memoria, las Musas y las Gracias”– y un vídeo sobre la Cábala dedicado a Chiquitilla. Igualmente incluimos otro vídeo acerca de la presentación del octavo cuaderno del Aleteo de Mercurio, escrito por Carlos Alcolea, que versa sobre el Teatro Sagrado. Van también ocho reseñas, una por cada cuaderno publicado, y muchas más novedades en las páginas de “Federico González. Alquimia, simbolismo y tradición hermética”, en la del “Ateneo del Agartha”, “América Indígena”, en los blogs “Aleteo de Mercurio” y “Astronomía Hermética y Cosmografía”, y en las plataformas de YouTube, Ivoox, Facebook, Instagram y Twitter, donde encontrarán material para vivir en la utopía si es que así lo deciden y los dioses lo propician.

Con el deseo de que en este solsticio contemplemos al fin la apertura de la Puerta de los Hombres.

NOTAS
1 Federico González, El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
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