SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

ACERCA DE LA
RELACIÓN DE TEXCOCO,
DE JUAN BAUTISTA POMAR

MARC GARCÍA



Una página de la Relación de Texcoco, de Juan Bautista Pomar.
Reproducción de una copia manuscrita atribuida a Alva Ixtlilxóchitl,
c. finales del siglo XVI. Universidad de Austin (Texas).
La Relación de Tezcoco o Texcoco fue compuesta por Juan Bautista Pomar entre 1577 y 1582. El autor –1535-1590– era hijo de un español que no participó en la conquista de México y de una hija natural de Nezahualpilli, quien fuera hijo y sucesor del gran rey y poeta Nezahualcóyotl. Vivió toda su vida en Texcoco y aunque fue criado como cristiano, aprendió de su madre las antiguas costumbres y tradiciones de los nahuas y llegó a hablar la lengua náhuatl con tanta fluidez como el castellano. Compuso también unos Romances de los señores de Nueva España, conjunto de poemas en náhuatl, y un relato para las autoridades españolas con el que pretendía reclamar y obtener para sí los derechos sobre los bienes materiales de su abuelo, empeño éste en el que no tuvo éxito.1

La Relación de Texcoco pasa por ser una obra menor dentro del género literario de las Crónicas de Indias, posiblemente por su brevedad, por no referirse a hechos de guerra y por estar despojada del lenguaje épico de otras crónicas de la Nueva España como las Cartas de relación de Hernán Cortés o la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo.2 Pero para el amante del Conocimiento, el relato sosegado de Pomar posee un enorme valor pues lo aproxima de una manera fidedigna y fresca a los mitos y los ritos de los antiguos habitantes de Texcoco. Las fuentes de Pomar fueron su misma madre y diversos sabios indígenas que conocieron de primera mano, o bien a través de sus padres y/o abuelos, la tradición transmitida por vía oral y por medio de los códices perdidos,3 al punto que la versión original de la Relación de Texcoco estaba ilustrada con pinturas bellísimas que reproducían algunas ilustraciones de las láminas de aquellos venerados libros.4

Resulta curioso que lo que mueve a Pomar a componer la Relación es una razón aparentemente burocrática: el requerimiento de dar respuesta a un cuestionario remitido por Juan Vázquez de Salazar, secretario de Felipe II, a todos los dominios de la corona de Castilla para la elaboración de la llamada Estadística o Relaciones topográficas de los pueblos de España.5 De lo prolijo del cuestionario real, dirigido al alcalde mayor de Texcoco y cuya cumplimentación fue encomendada por éste a Pomar –a buen seguro por su ascendencia familiar– nos da idea el autor de la Relación, quien lo transcribe en su obra. A título de ejemplo:

11. En los pueblos de los indios solamente se diga lo que distan del pueblo en cuyo corregimiento ó jurisdicción estuvieren, y del que fuere su cabecera de doctrina, declarando todas las cabeceras que en la jurisdicción oviere, y los subjetos que cada cabecera tiene, por sus nombres.

12. Y asimesmo lo que distan de los otros pueblos de indios ó de españoles que en torno de sí tuvieren, declarando en los unos y los otros á qué parte dellos caen; y si las leguas son grandes ó pequeñas, y los caminos por tierra llana ó doblada, derechos ó torcidos.

13. Item, lo que quiere decir en lengua de indios el nombre del dicho pueblo de indios, y por qué se llama así, si hubiere que saber en ello: y cómo se llama la lengua que los indios del dicho pueblo hablan.6


José María Velasco, Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, 1875.
Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.

Texcoco y la Triple Alianza

Cierta historiografía amante de lo imperial ha impuesto una visión sesgada de lo que fue el reino de los mexicas o aztecas, o mejor dicho de los territorios del Valle de México y las regiones aledañas que prometieron fidelidad al tlatoani de Tenochtitlán en el siglo que precedió a la conquista de México por los españoles.7 El llamado imperio azteca era en verdad una compleja unidad multiétnica de pueblos sustentada en los acuerdos suscritos por tres ciudades-estado, Texcoco, Tlacopán y Tenochtitlán, que se unieron en 1428 para derrotar a sus comunes dominadores –los tepanecas de Azcapotzalco– y constituir una Triple Alianza que asegurase la estabilidad en sus territorios y su defensa mutua ante futuras amenazas. Es cierto que a la llegada de los españoles todos los territorios de la Triple Alianza estaban gobernados por Tenochtitlán, vértice que se fue imponiendo poco a poco a Tlacopán y a Texcoco por el mayor belicismo y poderío militar de los mexicas;8 pero hasta en aquellos últimos tiempos continuaron siendo respetados los pactos de la Triple Alianza,9 los cuales incluían compromisos acerca del reparto de los tributos, hacer la guerra unidos y consultarse y confirmar los nombramientos y sucesiones reales en cualquiera de los tres señoríos.10

Mas existía una razón aún superior para la cohesión entre los pueblos del Valle de México y sus alrededores: su reconocimiento mutuo como nahuas, esto es, como tribus originariamente nómades que compartían una misma lengua –el náhuatl– y unos mismos orígenes míticos. Se cuenta que las tribus nahuas emergieron juntas de la cueva de Chicomóztoc, “el lugar de las siete cuevas”,11 y que eran precisamente siete:12 los tepanecas  (= “los que se encuentran sobre las piedras”) de Tlacopán y Azcapotzalco; los acolhuas   (= “los de hombros grandes”) o chichimecas de Texcoco –apelativo de significado semejante a “bárbaro”, aplicable al conjunto de los antepasados de las tribus nahuas, que acabó siendo un título distintivo de prestigio del que hacían gala los gobernantes de la ciudad y todos sus habitantes por extensión–; los chimpanecas  (= “pobladores de las chinampas”) de Xochimilco; los chalcas, moradores de Chalco; los tlatepotzcas  (= “los que viven a espaldas de los montes”) de Tlaxcala y Huexotzingo; los tlalhuicas  (= “gente de tierra”) de Cuernavaca, Huaxtepec y Tepoztlán; y por supuesto los mexicas de Tenochtitlán. Otro mito, recogido por Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de Nueva España, explica que las siete tribus provenían de un lejano país situado más allá del mar, y que los mexicas decían que ellos habían llegado de Aztlán, lugar cuya vinculación con la isla Atlántida queda patente ya en su misma denominación.13 Y todas las tribus nahuas –incluida la de los mexicas– explican que su peregrinación les condujo a Tollan, “el centro del Universo, identificado con Tula, centro histórico del Imperio tolteca, y reciben allí, aunque no siempre se relate expresamente, los dones de la alta cultura”.14


Mapa de la geografía del Valle de México hacia finales del siglo XV.
Elaborado por Historicair (licencia Creative Commons).

Los chichimecas en Tollan

Tollan, la patria de los toltecas, era descrita como un lugar extraordinario en el que “las mazorcas crecían tanto que había que rodarlas por el suelo, las hortalizas llegaban a tener la altura de palmeras, y el algodón se daba ya en todos los colores. Había allí aves de plumas preciosas y plantas tropicales, y desde una montaña de este país la voz del heraldo llegaba hasta los confines de la tierra”. Un lugar

donde el agua azul se extiende
y se elevan los blancos juncos,
donde los blancos carrizos se despliegan
y se encuentran los blancos sauces,
donde se extiende la blanca arena
y penden los multicolores copos de algodón,
donde nadan los irisados nenúfares
y se halla el mágico juego de pelota.15

Los toltecas veneraban a Quetzalcóatl como ser supremo y dios único, y su primer rey-sacerdote, Ce Acatl Topiltzin, encarnación de la deidad, adoptó su mismo nombre.16 Sahagún dice que fueron “los primeros que sembraron en México la semilla de los hombres, de manera que los considera los primeros habitantes de la edad presente, que siguió a la caída de las cuatro edades prehistóricas.17 Se les atribuía, por lo tanto, cualidades extraordinarias. Eran más altos y más veloces que los hombres actuales,18 eran maestros en todas las artes y artesanías, a tal grado que la palabra ‘tolteca’ llegó a significar ‘artista’ entre los aztecas, y fueron ellos los que cimentaron la ciencia sacerdotal”.19

Por otra parte, la palabra “chichimeca” designaba originalmente, en su sentido más cabal, a tribus nómades cazadoras y recolectoras emparentadas etnográfica y lingüísticamente que vivieron en el norte de México, grupos de los cuales algunos migraron a Tollan hacia el siglo XIII. Sus atributos eran propios de pueblos guerreros:

Sus armas eran el arco y las flechas, sus viviendas eran cuevas y chozas de zacate y se vestían con pieles. Llevaban tiras de piel con adornos de plumas como tocado, un “espejo” de piedra en la parte posterior del cinturón y sabían labrar las turquesas para hacer joyas. También se habla bastante de sus costumbres sociales y religiosas: de su estricta monogamia, de la posición del caudillo, quien tenía derecho a todos los jaguares cazados, de sus fiestas religiosas, celebradas en las llanuras esteparias, durante las que los participantes se embriagaban con peyote. Como auténticos nómadas, estas antiguas tribus no se preocupaban gran cosa de los enfermos y ancianos. Cuando eran demasiado débiles para seguir a la tribu, se los asfixiaba por medio de una flecha que se les clavaba en la garganta.20

Varias de estas tribus antecesoras de los nahuas, conducidas por su caudillo mítico Xólotl, llegaron en sucesivas oleadas al país de Tollan y se establecieron en él.21 Los chichimecas, que se fueron transformando progresivamente en agricultores sedentarios, se impregnaron de la cultura y la tradición de los toltecas sin perder su idiosincrasia guerrera y llegaron a ser el pueblo predominante en su territorio, lo cual terminaría acarreando la ruina de una Tula mexicana cuyo ciclo ya tocaba a su fin.22, 23 Por haberse mantenido fieles al antiguo espíritu guerrero de las tribus nómades y haber heredado la tradición de los toltecas, el apelativo “chichimeca” se transformó en un adjetivo halagador para los nahuas de la meseta central, sobre todo entre los habitantes de Texcoco y Tlaxcala, de modo que el título de chichimécatl tecutli  (= “príncipe chichimeca”) devino un título honorífico del tlatoani de Texcoco.

Las cuestiones 14 y 15 de la Relación de Texcoco

Pregunta Felipe II por medio de su secretario al alcalde de Texcoco:

14. Cúyos eran en tiempo de su gentilidad, y el señorío que sobre ellos tenían sus señores, y lo que tributaban, y las adoraciones, ritos y costumbres, buenas ó malas, que tenían.

15. Cómo se gobernaban, y con quién traían guerra, y cómo peleaban, y el hábito y traje que traían, y el que ahora traen, y los mantenimientos de que antes usaban y ahora usan, y si han vivido más ó menos sanos antiguamente que ahora, y la causa que dello se entendiere.24

Y Pomar responde por cuenta del edil dibujando con sus palabras una imagen nítida del Texcoco de Nezahualcóyotl y Nezahualpilli, de sus dioses, ritos y costumbres.25

La ciudad de Tezcuco, con todas sus tierras, pueblos y provincias fue de los reyes de ella casi de mil años a esta parte, y aunque en su señorío hubo mucha variación y mudanzas, como hay en todas las cosas de esta vida, al fin cuando a ella llegó don Hernando Cortés y los demás conquistadores halló que la poseía Cacamatzin, último rey de ella, hijo de Nezahualpiltzintli [Nezahualpilli],26 de la sangre y estirpe real de los chichimecas; y porque éste no reinó más que tres años y por haber sido muy vicioso, no se tratará de él en esta relación, sino de Nezahualpiltzintli, su padre, y de Nezahualcoyotzin [Nezahualcóyotl] su abuelo, porque con estos irá muy acertada, por haber sido hombres muy virtuosos, y que redujeron a sus vasallos en buenas costumbres y modo honesto de vivir, como se dirá en su lugar.

El autor explica que el gobierno de Nezahualcóyotl y Nezahualpilli abarcó un periodo de ochenta y tres años27 durante el cual

estos dos príncipes, padre e hijo, siempre usaron de rectitud y justicia, como se colige de sus hechos y obras en paz y guerra, que están olvidadas por falta de letras, que según son las cosas que de ellos cuentan, especialmente de Nezahualcoyotzin, no merecían estar sepultadas.

Texcoco era próspero por aquel entonces y sus reyes eran amados por su pueblo, al punto que

generalmente deseaban sus vasallos morir por ellos y por su servicio.

Acerca de los dioses venerados en la ciudad, Pomar dice:

En lo que toca a la opinión a sus adoraciones hay mucha variedad; pero la opinión que más cerca de la verdad ha llegado es que tenían muchos ídolos, y tantos, que casi para una cosa tenían uno, a los cuales adoraban y hacían sacrificios; y para entender cuáles y qué tales eran, se irá declarando lo mejor y más concertadamente que sea posible, y no se tratará de todos, porque sería dar en un infinito, sino de sólo tres, que eran los que ellos tenían por más principales, y por el más supremo a Tezcatlipuca y luego a Huitzilopochtli y luego Tláloc,

tríada a la que más adelante agrega

otro ídolo que se llamaba Xipe, que era como el dios de las guerras,28 al cual sacrificaban los más valientes prisioneros.

Dioses todos ellos que eran reconocidos unánimemente como aspectos de una deidad única, pues

jamás, aunque tenían muchos ídolos que representaban diferentes dioses, nunca cuando se ofrecía a tratar los nombraban a todos en general ni en particular a cada uno, sino que decían en su lengua in Tloque in Nahuaque, que quiere decir el Señor del cielo y de la tierra: señal evidentísima de que tuvieron por cierto no haber más de uno; y esto no sólo los más prudentes y discretos, pero aun la gente común lo decía así, de manera que la gente de más razón y entendimiento, que eran los nobles, entendieron esto, como se coligió de las averiguaciones que sobre ello se hicieron, y en especial de sus cantos, que es de donde más lumbre se tomó.

Tloque Nahuaque, el “señor del cerca y del junto” o mejor “del cerca y del dentro”, es un dios escondido, invisible e impalpable que se manifiesta como una polaridad en todo lo que viene a la existencia, y en primer lugar, a través de los dioses que revelan y a la vez velan su misterio.29 Son a éstos a los que se rendía culto público en Texcoco, mientras que a Tloque Nahuaque lo veneraban los poetas en el secreto de su corazón.30

Tezcatlipoca (= “espejo humeante”) era el dios principal de los pueblos nahuas de la parte oriental del Valle de México, acolhuas y chalcas, y Huitzilopochtli (= “colibrí de la izquierda o zurdo”), el numen guía de los mexicas de Tenochtitlán. Ambos dioses, jóvenes y de espíritu guerrero, poseen aspectos complementarios: Tezcatlipoca es el dios de las estrellas, del cielo nocturno, del invierno y del norte, y Huitzilopochtli es el dios del sol, del cielo diurno, del verano y del sol. A éste se lo representa con la cara pintada de color azul celeste, y a Tezcatlipoca con un rostro negro con rayas amarillas. El nagual de Tezcatlipoca es el jaguar, cuya piel manchada evoca el cielo tachonado de astros, y el de Huitzilopochtli, el colibrí, un animal solar.31

De Tláloc, Pomar explica que su nombre significa “abundador de la tierra” y que es el dios de la lluvia y los temporales. Resulta interesantísima una observación que el autor hace relativa a este numen:

El ídolo y estatua llamado Tláloch es más antiguo en esta tierra, porque dicen que los mismos culhuaque32 le hallaron en esta tierra, y no haciendo caso de él los chichimecas,33 ellos le comenzaron a adorar y reverenciar por dios de las aguas.

Y añade:

No saben dar razón de quién lo labró, ni por qué lo adoraban por dios de los temporales, más de que por algunas inteligencias hay sospechas que lo hicieron un género de gentes que llamaron tulteca que hubo antiguamente en esta tierra, que se despoblaron de ella muchos años antes que los chichimecas la tornasen a poblar. Dicen que Nezahualcoyotzin por reverencia de este ídolo hizo el otro de que se ha tratado, poniéndolo en el cu34 y templo principal de esta ciudad, en compañía de Huitzilopochtli, y que Nezahualpitzintli, su sucesor, por mejorar al ídolo de piedra que estaba en el monte, mandó hacer otro mayor, de piedra negra y más dura y pesada, de la grandeza y estatura de un cuerpo humano, y quitar el antiguo y poner éste en su lugar. Y que andando el tiempo fue hecho pedazos por un rayo que dio en él, y atribuyéndolo a milagro, tornaron a poner el otro antiguo, desenterrándolo de donde lo tenían enterrado cerca de allí.

Tláloc sería, pues, un exponente de la herencia tradicional tolteca recibida por los chichimecas. Y, hablando de este legado, no nos pasa por alto que Tezcatlipoca sustituye a Quetzalcóatl en Texcoco como dios principal.35 Pomar no habla de ningún “ídolo” de la ciudad que lleve el nombre del numen de la serpiente emplumada, pero consigna un detalle revelador refiriéndose al sacerdocio:

Había en cada templo uno de estos [sacerdotes que llamaban tlamacazque] tenido por mayor, a quien los demás respetaban y obedecían como a señor o más principal, que se llamaba Quetzalcohuatl,

lo que evidencia que el colegio sacerdotal conservaba la memoria viva de Quetzalcóatl y de la sabiduría transmitida por el rey-sacerdote de Tollan, quien fuera su cabeza de serie.

Los dioses estaban muy vivos en Texcoco, tanto que uno se los podía encontrar por la calle en cualquier momento. A Tezcatlipoca lo representaba

un indio de los prisioneros que eran habidos en guerra, que fuese valiente, de Huexotzinco o de Tlaxcalla, porque estos comúnmente eran más estimados de valientes que ninguno de las otras naciones. Tenía por oficio, de media noche para adelante, andar libremente por la ciudad, y aun alargarse media legua de ella y más, con solo dos hombres que le daban por criados, que iban tras él apartados un tiro de piedra, despertando la gente con el ruido de los cascabeles y del pífano que tocaba de cuando en cuando; y luego que lo sentían, cada uno en su casa tomaba unas brasas en un brasero, y en ellas echaba del incienso que hemos dicho, y con el humo de él incensaba hacia la parte de oriente, y luego hacia el poniente y sur y norte; y el que podía le salía al encuentro y lo incensaba en reverencia de lo que representaba; y cuando era cerca del día se recogía de manera que no le tomase la luz fuera del templo, haciendo esto de continuo sin faltar noche ninguna, y lo que se desvelaba de noche dormía de día. Andaba vestido con semejantes arreos que los del ídolo, salvo la plumería de la cabeza y manta. Tenía licencia de ir las veces que quería a la plaza y mercado, y subirse a lo alto de un pequeño cu que estaba en él, sin hacer otro efecto más que estarse un rato por su contento, y volverse a su templo. Traía una manta de red y el cabello afeitado, en la forma que va pintado en esta relación,36 que para que se entendiese mejor se pintaron dos: el uno de la propia forma que era el mismo ídolo y estatua, que es el primero, y el otro de la propia forma que andaba el prisionero que lo representaba, que es el segundo; el cual, cuando era día de fiesta, o cuando había de ser sacrificado, que en esto venía a parar el desventurado, se componía de semejantes arreos que los del ídolo.37

Huitzilopochtli era figurado por el propio tlatoani de Texcoco, mientras que Tláloc “no tenía indio que lo representase”. El templo principal de estos dos últimos dioses, que Pomar describe como una pirámide con gradas, era común y estaba edificado

en medio de la ciudad, cuadrado y macizo como terrapleno de barro y piedra, y solamente las haces de cal y canto.

De los dos “aposentos” que coronaban la pirámide, el mayor y situado hacia el sur era el de Huitzilopochtli y el menor, orientado hacia al norte, era el de Tláloc.38 En cambio, el templo de Tezcatlipoca se encontraba

en el barrio de Huiznahuac, mucho más pequeño, pero de la misma hechura, salvo que no tenía división en las gradas. Averiguóse que Nezahualcoyotzin dejó estar en este barrio a este ídolo a contemplación de los indios de él, a cuyo cargo era el guardarlo, porque sus antepasados lo habían traído al tiempo que a esta tierra vinieron, en la forma que adelante se dirá. Tenía también este templo encima de la casa del ídolo otros tres sobrados adonde asimismo se guardaba de la munición que se ha dicho.39 Hallóse que Nezahualcoyotzin fue el primero que recogió a este ídolo de diversas partes de todos los barrios de esta ciudad en donde estaban derramados en muy pequeños cues y templos, y les hizo el grande que se hecho relación y otros muchos, dentro de un cercado muy grande.

Pomar también refiere que en un anexo del templo mayor estaban depositados objetos mágicos relacionados con los dioses Tezcatlipoca y Huitzilopchtli:

Junto al cu y templo mayor había una sala y aposento que llamaban tlacatecco, que se interpreta por casa de hombres de dignidad, en donde se guardaban por cosas principalísimas y divinas dos envoltorios o líos de muchas mantas muy ricas y muy blancas, el uno del ídolo de Tezcatlipoca, y el otro de Huitzilopuchtli. En el de Tezcatlipoca estaba un espejo de alinde40 del tamaño y compás de una media naranja grande, engastado en una piedra negra tosca.41 Estaban con ella muchas piedras ricas sueltas, como era chalchihuites,42 esmeraldas, turquesas y de otros muchos géneros, y la manta que estaba más cercana del espejo y piedras era pintada de osamenta humana. Dicen que en este espejo vieron muchas veces al Tezcatlipoca en la forma que se ha dicho y pintado,43 salvo el adorno de plumería que a su estatua después se añadió, y que de aquí tomó el nombre de Tezcatlipoca, y que cuando vinieron los antepasados de los del barrio de Huiznahuac, que eran culhuaque de Culhuacan, provincia de esta Nueva España en el gobierno de Guadalajara, venía hablando con ellos este espejo en voz humana, para que pasasen adelante, y no parasen ni asentasen en las partes que viniendo pretendieron parar y poblar, hasta que llegaron a esta tierra de los chichimecas aculhuaque,44 donde llegados no les habló más, y por eso hicieron en ella su asiento, de permisión de Quinantzin, señor que era de los chichimecas, y antecesor de Nezahualcoyotzin, y no se halla que después acá les hablase más, salvo que algunas veces lo veían en sueños y mandaba algunas cosas que después hacían; eran los sacerdotes de su templo que estaban en su guarda y servicio, y que esto era muy raras veces. El otro lío de Huitzilopuchtli era de otra burlería de menos fundamento que estotro, porque era de dos púas de maguey, planta muy conocida en esta tierra por su gran provecho y utilidad para la sustentación humana, que estaban atadas y envueltas en muchas mantas, y que los culhuaque que se llamaban mexica lo trajeron antiguamente de la misma provincia de Culhuacán, y no dan ni se halla razón alguna por qué estas púas fuesen tenidas por cosa sagrada, ni que en su virtud se hubiesen hecho algunos engaños o cosas milagrosas, como el lío o espejo de Tezcatlipoca, más de que sus antiguos le hicieron la estatua que hemos dicho y pintado,45 llamándole Huitzilopochtli, según y de la forma que lo tenían antiguamente en su provincia de Culhuacán.

En cuanto a los ritos sagrados que se practicaban en el Texcoco de Nezahualcóyotl y Nezahualpilli, Pomar sólo refiere los sacrificios humanos a los dioses. Acerca de su origen, escribe:

En lo que toca a sus ceremonias y sacrificios, lo que se ha podido sacar de raíz, investigando la verdad de ello, es que el sacrificio de hombres a estos ídolos, que fue invención de los mexicanos, en esta manera: que después que los señores chichimecas de Azcapotzalco los dejaron asentar y poblar adonde ahora es la ciudad de México, con título de sus vasallos, andando el tiempo y emparentándose con hombres principales y señores de la tierra, por causas que en sus historias se cuentan, se rebelaron contra sus señores, y de tal manera, que tomando las armas contra ellos, en poco tiempo los sojuzgaron, y que por honrar más a sus ídolos les hicieron sacrificios de hombres, de los que en la prosecución de esta guerra y rebelión prendían, en señal y agradecimiento de sus victorias, para tenellos más gratos y favorables, padeciéndoles que ningún sacrificio les sería más apacible que de aquellas cosas que más valor y estimación tuviesen; y como ninguna cosa sea de tanto precio como el hombre, y más si es habido y preso en guerra con tantos trabajos y riesgos como en ella hay, determinaron de hacerle sacrificio de ellos, y aunque entonces fue con moderación, después creció como fue creciendo su potencia, hasta venir a tanta ceguedad y error como en el que estaban al tiempo que los primeros conquistadores vinieron a esta tierra; que pluguiera a Nuestro Señor fuera ochenta años antes, porque en aquel tiempo aún no había memoria de esta diabólica invención; de manera que a imitación de los mexicanos se introdujo en toda esta tierra, a lo menos en esta ciudad y en Tlacuba, Chalco y Huexutzinco y Tlaxcalla.46

Se ofrecían sacrificios análogos a Tezcatlipoca, Huitzilopochtli y Xipé en las festividades dedicadas a cada dios.47 En la fiesta de Tezcatlipoca,

que ellos llamaban Tochcatl,48 sacrificaban en su templo todos los prisioneros que habían recogido de toda suerte, edad y sexo, excepto los que como esforzados eran reservados para el día del ídolo Xipe, que por otro nombre llamaban Tlatluhquitezcatl, que es tanto como decir Espejo bermejo o encendido. Degollábanlos con un pedernal agudo por los pechos sobre la piedra llamada techcatl,49 poniéndolos sobre ella de espaldas; y cargando cinco o seis hombres de la cabeza, brazos y piernas hacia el suelo, tumbaba el pecho y estómago hacia arriba, y así un sacerdote de los que para esto estaban diputados y en servicio del demonio,50 el más principal, que se llamaba Quetzalcohuatl, lo abría con facilidad de la una tetilla a la otra, y lo primero que hacía era sacalle el corazón, el cual palpitando lo arrojaba a los pies del ídolo, y sin reverencia ni modo comedido; tras esto entregaba luego el cuerpo al dueño, que se entiende al que lo había prendido, y por esta orden sacrificaban todos; y los que había para el sacrificio de aquel día acabados, los demás sacerdotes recogían todos los corazones, y después de cocidos se los comían, de suerte que este miembro tan principal en las entrañas del hombre estaba diputado para estos sacerdotes servidores del demonio; y por esta propia orden sacrificaban al ídolo Huitzilopuchtli cuando llegaba el día de su fiesta; y los cuerpos, después que los llevaban sus dueños, los hacían pedazos, y cocidos en grandes ollas, los enviaban por toda la ciudad y por todos los pueblos comarcanos, hasta que no quedase cosa, en muy pequeños pedazos, que cada uno no tenía media onza, en presente a los caciques, señores y principales y mayordomos, y a mercaderes, y a todo género de hombres ricos de quien entendían sacar algún interés, sin que se averiguase que para ellos dejasen cosa ninguna de él para comer, porque les era prohibido, salvo los huesos, que se les quedaban por trofeo y señal de su esfuerzo y valentía, poniéndolos en su casa en parte donde los que entrasen los pudiesen ver. Dábanles aquellos a quien se presentaba cada un pedacito de esta carne, mantas, camisas, nahuas, plumas ricas, piedras preciosas, esclavos, maíz, bezotes y orejeras de oro, rodelas, vestimentas y arreos de guerra, cada uno como le parecía o podía, no tanto por que tuviese algún valor aquella carne, pues muchos no la comían, cuanto por premio del valiente que se la enviaba, con que quedaban ricos y prósperos.

De este modo, los dioses y los seres humanos recibían por alimento la sangre y el cuerpo de los sacrificados en una auténtica comunión –o unión en común– en la que los otrora rivales eran asimilados en cuerpo y alma por sus aparentes opuestos mediante su ingesta simbólica, haciéndose de dos uno.51 Este es el propósito de toda arte marcial auténtica: “la conquista del equilibrio a través de la acción-reacción” entre dos polos, un proceso “en el que uno de ellos deberá necesariamente imponerse para que pueda perpetuarse la armonía universal por medio de la desarmonía del vencedor y el vencido”.52

Y hablando de artes marciales, Pomar explica que las gentes de Texcoco realizaban guerras rituales cada veinte días para poder hacer prisioneros y ofrecerlos en sacrificio a los dioses, aunque también

por el ejercicio militar, para que por ello buenos y nobles mereciesen en todo tiempo premios dignos de hechos valerosos de armas, pareciéndoles que no era justo que lo que sus padres ganaron y ellos sustentaban con esfuerzo, lo heredasen y poseyesen los hijos con una ociosa y vergonzosa paz, amiga de todos vicios, y riesgo de caer en sujeción por falta de ejercicio y cuidado de enemigos; y así concertaron entre sí que esta guerra sirviese para solo este efecto, con que si hubiese hambre o carestía en las tierras de los unos, cesasen las guerras, y pudiesen libremente los otros entrar en las de los otros a proveerse de provisión, y que acabada la necesidad, también se acabasen las treguas.

Solían mantener estas guerras con las gentes de Tlaxcala y Huexotzinco, una vez contra unos y otra contra los otros. Los días de contienda estaban establecidos,

y ellos por la propia cuenta los aguardaban los propios días en el campo y lugares de la pelea, sin errarse jamás.

Peleaban juntos los ejércitos de Texcoco, Tlacopán y Tenochtitlán, y las confrontaciones duraban hasta que los generales mandaban retirarse. Los soldados

no aguardaban paga ni salario, ellos ni sus capitanes, sino el premio digno de sus obras que con muy cierta esperanza aguardaban del rey, con muchas honras y favores.

A modo de epílogo

Esta pequeña joya del género literario de las Crónicas de Indias que se llama Relación de Texcoco abunda en otros aspectos de la vida y las costumbres de los acolhuas que aquí ya no vamos a tratar: qué objetos o alimentos se entregaban como tributos a los gobernantes de la ciudad, los ayunos y penitencias que se autoimponían los sacerdotes, las ceremonias de casamiento de los principales y del resto de la población, el cuidado de los recién nacidos y los niños,53 la educación de los jóvenes, el juego de pelota, las audiencias reales, los jueces y las penas que éstos imponían, el juramento de los príncipes y la entronización de los tlatoani, la conducta de éstos, las pompas fúnebres a la muerte de un gobernante, la práctica de artes y oficios por parte de los nobles, la esclavitud como un servicio voluntario aceptado, la comida y la bebida de reyes y señores, cuánto dormían y cómo se aseaban, etc. Y también qué enfermedades eran las más corrientes en Texcoco y qué remedios se usaban para curarlas, qué árboles había, qué granos, semillas, hortalizas y verduras comían los indígenas, etc.

De la mano de la obra de Juan Bautista Pomar hemos podido acercarnos a los dioses de Nezahualcóyotl y Nezahualpillli y a algunos ritos y artes sagradas practicadas por los habitantes de Texcoco, guerreros que pese a todo conservaban una memoria viva de lo divino. Y hemos vibrado conociendo su tradición, pues siendo una rama de una misma y única Tradición Unánime, la hemos reconocido como propia. Aquella ciudad ya no existe, barrida por el desaguisado de la conquista, y siglos más tarde, por el crecimiento amorfo y exponencial de la metrópolis;54 pero la Relación de Texcoco nos sigue brindando la oportunidad de visitarla con el pensamiento, contemplar sus símbolos y participar en la invocación de sus númenes.


Composición fotográfica del cuadro de José María Velasco Valle de México desde
el cerro de Santa Isabel de 1875 con una imagen contemporánea de Google Earth.
Del portal web Plataforma Arquitectura, https://www.plataformaarquitectura.
cl/cl/961578/jose-maria-velasco-evolucion-del-paisaje-mexicano-sobre-
la-obra-del-arquitecto-del-aire/609c8967f91c81b7c10000d3-
jose-maria-velasco-evolucion-del-paisaje-mexicano-
sobre-la-obra-del-arquitecto-del-aire-foto.
NOTAS
1 María Inés Aldao, Juan Bautista Pomar, el sujeto cercenado. Espéculo, revista de estudios literarios, núm. 45. Universidad Complutense de Madrid, 2010.
2 Ver en este volumen el artículo La entrada en Tenochtitlán según Bernal Díaz del Castillo. Destellos de una utopía, de Mireia Valls.
3 Pomar explica en la introducción de su relación que cuando Cortés y su gente entraron por primera vez en Texcoco “habrá sesenta y cuatro años, poco más o menos”, en 1519, quemaron todos los códices que encontraron “en las casas reales de Nezahualpiltzinli [Nezahualpilli], en un gran aposento que era el archivo general de sus papeles, en que estaban pintadas todas sus cosas antiguas, que hoy día lloran sus descendientes con mucho sentimiento, por haber quedado como a escuras sin noticia ni memoria de los hechos de sus pasados; y los que habían quedado en poder de algunos principales, unos de una cosa y otros de otra, los quemaron de temor de don fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo de México, porque no los atribuyese a cosas de idolatría, porque en aquella sazón estaba acusado por idólatra, después de ser bautizado, don Carlos Ometochtzin, hijo de Nezahualpiltzintli, con que del todo se acabaron y consumieron”. Relaciones de la Nueva España. Edición de Germán Vázquez, Historia 16, Madrid, 1991.
4 Lamentablemente, el original de la Relación de Texcoco se perdió y sólo se conserva una copia manuscrita sin ilustraciones atribuida a Fernando Alva Ixtlilxóchitl –c. 1568-1650–. Está depositada en la biblioteca de la Universidad de Austin –Texas–.
5 En la biblioteca del monasterio del Escorial se conservan ocho tomos de la Estadística que no incluyen relaciones de los pueblos de la Nueva España. Ver F. Javier Campos y Fernández de Sevilla, Las Relaciones Topográficas de Felipe II: índices, fuentes y bibliografía. Separata del Anuario Jurídico y Económico Escurialense, núm. XXXVI, San Lorenzo de El Escorial, 2003.
6 Joaquín García Izcabalceta, Documentos para la Historia de México III: Pomar - Zurita - Relaciones antiguas (siglo XVI). Imprenta de Francisco Díaz de León, México, 1891.
7 En náhuatl, tlatoani significa “orador” y “gobernante”. El primer tlatoani de Tenochtitlán fue Acamapichtli, nacido en 1355 e hijo de un noble mexica y una princesa de Culhuacán. Ver artículo Acamapichtli: el primer tlatoani azteca del que descendieron todos los gobernantes de Tenochtitlán en el portal argentino de noticias Infobae, https://www.infobae.com
8 Los mexicas sólo se identificaban como aztecas, es decir como “la gente de Atzlán”, cuando se les preguntaba por sus orígenes, pero en general utilizaban como apelativo el que los relacionaba con su héroe tribal Mexitli o Mecitli, cuya función como guía fue análoga a la del dios solar Huitzilopochtli, su conductor mítico hasta el lugar en que fundaron Tenochtitlán. Parece que este último topónimo provenía de un caudillo aún más antiguo, Ténoch. Ver Walter Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas. Fondo de Cultura Económica, México, 1961.
9 En ello influía sin duda el hecho de que los gobernantes de las ciudades de la Triple Alianza estaban unidos por vínculos familiares.
10 De este modo, Moctezuma I asistió a las bodas de Nezahualcóyotl y éste participó en la designación y entronización del tlatoani mexica Axayácatl, sucesor de aquél. Ver José Luis Martínez, Nezahualcóyotl, vida y obra. Fondo de Cultura Económica, México, 1972.
11 Hay una analogía evidente entre Chicomóztoc y Agartha. En El Rey del Mundo, René Guénon da cuenta de relatos acerca de pueblos como los bohemios que habrían surgido del Agartha. Ver la mencionada obra de René Guénon. Ed. Paidós, Barcelona, 2003.
12 “El siete, como el cuatro, representa a la unidad en otro plano, ya que puede reducirse al uno de la misma forma: 7 = 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28 = 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1”. Federico González y cols., Introducción a la Ciencia Sagrada. Revista SYMBOLOS, nº 25-26, Barcelona, 2003.
13 Acerca de la vinculación entre la Atlántida y Atzlán, ver el interesante artículo de Roberto Castro Los gigantes y su simbólica  –2ª parte–. Revista SYMBOLOS, nº 60, Barcelona, 2021.
14 Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas, op. cit. Hay que entender aquí la “alta cultura” de la que habla el autor en su sentido más amplio, esto es, incluyendo el conocimiento de la cosmogonía, la ciencia sacerdotal y el conjunto de la herencia espiritual de los toltecas; en suma, toda su tradición. En cuanto a la Tollan-Tula que es el “centro del universo”, René Guénon escribe en la referida obra El Rey del Mundo: “Podríamos citar también numerosas tradiciones relacionadas con la ‘región suprema’. Para designarla se conoce en especial otro nombre, probablemente más antiguo que el de Paradêsha: tal nombre es Tula, que los griegos convertirían en Thulé; y, tal como acabamos ahora de ver, habría que saber que Thulé fue la primitiva ‘isla de los cuatro señores’. Resulta necesario precisar, por otro lado, que ese mismo nombre de Tula fue dado a las más diversas regiones, puesto que todavía en la actualidad puede uno encontrarlo tanto en Rusia como en América central; sin duda hay que pensar que cada una de tales regiones debió de ser, en épocas más o menos lejanas, residencia de algún poder espiritual emanado de la Tula primordial. Es sabido que la Tula mexicana debe su origen a los toltecas; éstos, según suele decirse, provendrían de Atzlán, ‘la tierra situada en medio de las aguas’, que, como parece evidente, no puede ser otra salvo la Atlántida, trayendo seguramente ellos el nombre de Tula desde su país de origen”. René Guénon, El Rey del Mundo, ibíd.
15 Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas, ibíd.
16 Ver el artículo El rey-sacerdote Quetzalcóatl y la rebelión de los guerreros, de Mireia Valls, en este mismo volumen.
17 O “soles”, a los cuales pusieron fin otras tantas catástrofes según los Anales de Cuauhtitlan. “En 1 tochtli tuvieron principio los toltecas; allí empezó la cuenta de sus años; y se dice que en este 1 tochtli fueron ya cuatro vidas, en el CCCC de la quinta ‘edad’. Según sabían los viejos, en este 1 tochtli se estancaron la tierra y el cielo; también sabían que cuando se estancaron la tierra y el cielo, habían vivido cuatro clases de gente, habían sido cuatro las vidas; así como sabían que cada una fue un sol. Decían que su dios los hizo y los crió de ceniza; y atribuían a Quetzalcóatl, signo de siete ácatl, el haberlos hecho y criado”. Ver Anales de Cuauhtitlan  –fragmento–, documento de la web América Indígena: anales-de-cuauhtlitan. Un mito azteca explica que cuando el cielo se derrumbó al final del cuarto sol, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca volvieron a levantarlo con ayuda de cuatro hombres y que se convirtieron en árboles para sostenerlo.
18 Estas son cualidades propias de los gigantes. Ver Roberto Castro, Los gigantes y su simbólica  –2ª parte–, op. cit.
19 Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas, ibíd.
20 Ibíd., glosando a Sahagún.
21 El encuentro de las tribus conducidas por Xólotl con los toltecas regidos por Quetzalcóatl tiene un gran simbolismo y es un presagio del final del ciclo de la Tula mexicana. En la mitología, el dios Xólotl es el hermano gemelo de Quetzalcóatl y su nombre significa “el doble”. El dios aparece en los códices pintado de negro para expresar que se trata del aspecto oscuro del dios serpiente emplumada. Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entradas: Quetzalcóatl y Xólotl. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
22 “Los chichimecas fueron civilizados, según todas las antiguas fuentes mexicanas, de una manera pacífica, pues los pueblos culturales primitivos [los toltecas] se ofrecieron voluntariamente como maestros de los nuevos inmigrados, y hasta deseaban atraer más tribus chichimecas a su país; su cultura estaba en crisis, y querían mantenerla viva mediante una transfusión de sangre joven y sana”. Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas, ibíd.
23 Es interesante observar que la caída de Tollan debió ser próxima en el tiempo a la desaparición de la Orden del Temple en el occidente cristiano, entidad depositaria de la antigua sabiduría oriental.
24 Joaquín García Izcabalceta, Documentos para la Historia de México III: Pomar - Zurita - Relaciones antiguas (siglo XVI), op. cit.
25 Todas las citas que vienen a continuación están extraídas de la edición de la Relación de Texcoco a cargo de Germán Vázquez, op. cit.
26 El sufijo tzinli en lengua náhuatl significa “principio” o “fundamento”, y denota respeto y reverencia. Ver vv.aa., Gran Diccionario Náhuatl. Universidad Nacional Autónoma de México, 2018, https://gdn.iib.unam.mx.
27 Nezahualpilli murió en 1515, apenas cuatro años antes de la llegada de los españoles.
28 Germán Vázquez aclara en nota al pie de su edición que “Xipe Totec –‘Nuestro Señor el Desollado’– no era el dios de la guerra, sino la personificación de la primavera, como demuestra la piel humana que lucía, símbolo de la fuerza vital que cubre cada año la tierra con un manto de verdor”.
29 Ver Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Tloque Nahuaque (México), op. cit.
30 “No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí mismo. / Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado, / por todas partes es también venerado. / Se busca su gloria, su fama en la tierra. / Él es quien inventa las cosas, / él es quien se inventa a sí mismo: Dios. / Por todas partes es también invocado, / por todas partes es también venerado. / Se busca su gloria, su fama en la tierra. / Nadie puede aquí, / nadie puede ser amigo / del Dador de la vida: / sólo es invocado, / a su lado, / junto a él, / se puede vivir en la tierra. / El que lo encuentra / tan sólo sabe bien esto: él es invocado, / a su lado, junto a él, / se puede vivir en la tierra. / Nadie en verdad / es tu amigo, / ¡oh Dador de la Vida!”. Fragmento de un poema de Nezahualcóyotl citado por Lucrecia Herrera, Nezahualcóyotl, rey-filósofo, poeta, constructor y guerrero  –2ª parte–. Revista SYMBOLOS, nº 54, Barcelona, 2018.
31 Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas, ibíd. El autor añade acerca de Tezcatlipoca, dios primero de Texcoco: “En todo caso, según su significado original, Tezcatlipoca era un dios estelar, hecho que se desprende también de los mitos que relatan su origen. Ya sabemos que se transformó en estrella polar para producir el primer fuego; en otro mito se convierte en la constelación de la Osa Mayor. En los países tropicales, esta constelación aparece verticalmente en el cielo, y era interpretada por los mexicanos y los mayas como un ‘hombre de una sola pierna’ (huracán en el idioma de los mayas de las tierras altas). A esto se debe que Tezcatlipoca esté representado en los códices con un pie arrancado. El hecho de que esté dibujado con un espejo humeante o llameante en el sitio del pie arrancado y en la sien, es decir, en ambos extremos de su cuerpo (de aquí deriva incluso su nombre, técatl significa ‘espejo’, popoca ‘humear’), se debe posiblemente a que se querían indicar los dos lugares del horizonte en que emerge el sol desde el océano y desaparece; pues los mexicanos le daban a una superficie de agua el nombre de ‘espejo de agua’. Estas relaciones con los fenómenos naturales conformaron para los aztecas las características de Tezcatlipoca, por las que lo veneraban tanto como le temían. Él era el ojo que ve de noche, al igual que las estrellas, y era por consiguiente juez y vengador de cualquier acto criminal; era omnisciente y omnipresente, severo e insondable. Era el dios que actuaba ‘según su parecer’, ‘cuyos esclavos somos’ (titlacahuan), y lleva como símbolo de su capacidad para escudriñar lo escondido el ‘utensilio para ver’ (tlachieloni) –una vara con un disco agujereado en un extremo–. Era un antiguo instrumento de ceremonia que aparece todavía en el culto de los huicholes actuales con el mismo nombre (nierika o ‘instrumento para ver’)”.
32 Pomar llama culhuaque a los “advenedizos del género mexicano”. Culhuacán, de donde proviene el gentilicio –que Pomar utiliza en ocasiones como sinónimo de mexica contrapuesto a chichimeca–, estaba situada al sur de Tenochtitlán, en una península del lago de Texcoco.
33 La gente de Texcoco.
34 Adoratorio, construcción consagrada al culto del dios.
35 Sobre el simbolismo de la sustitución de Quetzalcóatl por Tezcatlipoca, ver el citado artículo de Mireia Valls El rey-sacerdote Quetzalcóatl y la rebelión de los guerreros en este volumen.
36 Esta imagen se ha perdido, como todas las del original de la Relación de Texcoco.
37 Esta manera de conducirse el prisionero –en vez de, por ejemplo, escapar de sus captores aprovechando el margen de maniobra que se le concedía– revela un gran respeto y comprensión hacia aquello que encarnaba ritualmente, así como una aceptación serena de su destino.
38 Las orientaciones de los aposentos son concordantes con el carácter y los atributos de los dioses.
39 “Munición de todo género de armas, especialmente de macanas, rodelas, arcos y flechas, lanzas y guijarros y todo género de vestimentas y arreos de guerra”.
40 Azogue.
41 Posiblemente obsidiana.
42 Piedras verdes semipreciosas tales como el jade.
43 Ver nota 36.
44 Acolhuas.
45 Ver nota 36.
46 Germán Vázquez incluye aquí esta interesante nota a pie de página: “El sacrificio humano existió en el México central prácticamente desde el comienzo de la agricultura; sin embargo no puede negarse que los mexicas lo llevaron a extremos increíbles. Al igual que los demás pueblos mesoamericanos, los habitantes de Tenochtitlán creían que había habido cuatro edades o ‘soles’ antes de la actual, la cual también desaparecería cuando el Sol muriese. Los mexicas concibieron una audaz idea para impedirlo: alimentar al astro con la energía vital encerrada en la sangre de los hombres, proporcionándole nuevas fuerzas. En la práctica, esta ideología místico-guerrera –que puede sintetizarse en la frase ‘matar para vivir’– justificaba las continuas guerras imperialistas de los mexicanos”.
47 A Tláloc, en cambio, “llegado el día de su fiesta, que comúnmente era por el mes de mayo, según que se coligió de su cuenta, recogían diez o quince niños inocentes de hasta siete u ocho años de edad, esclavos, que los daban los señores y personas ricas por ofrenda para este efecto, y los llevaban al monte donde el ídolo de piedra estaba, y allí con un pedernal agudo los degollaba un sacerdote, o carnicero por mejor decir, que estaba elegido para el servicio de este demonio, y degollados por la garganta, los echaban en una caverna y abertura natural que había en unas peñas junto al ídolo, muy escura y profunda, sin hacer otra fiesta ni ceremonia”. Este sacrificio de niños es claramente de raíces mucho más antiguas que el rito importado por los mexicas y recuerda, por ejemplo, a los que se practicaban en Canaán y siglos más tarde en Cartago y otras ciudades púnicas. Ver e.g. José María Blázquez, Jaime Álvar y Carlos G. Wagner, Fenicios y cartagineses en el Mediterráneo. Ed. Cátedra, Madrid, 1999.
48 El tochcatl era el quinto mes del calendario civil mexica.
49 Nombre que se daba al altar de los sacrificios.
50 El dios.
51 Este rito sacrificial relatado por Pomar recuerda poderosamente a la eucaristía cristiana hasta en sus detalles –por ejemplo, la comunión por la sangre corresponde a los sacerdotes mientras que el resto de los participantes comulgan por el cuerpo–.
52 Federico González y cols.,  Introducción a la Ciencia Sagrada, op. cit.
53 No podemos dejar de citar aquí, por su interés, esta práctica mágica arraigada en Texcoco para cuando nacía un bebé: “Al hijo, en cayéndosele el ombligo se llevaba con gran cuidado a enterrar en tierra de enemigos, dando a entender en esto que por secreta propiedad apetecería por esto la guerra y el ejercicio militar”. Los ombligos de las niñas, en cambio, eran enterrados “junto a los fogones” para que tuviesen una inclinación hacia las labores domésticas.
54 A diferencia de Tenochtitlán, apenas quedan restos arqueológicos de entidad del Texcoco antiguo que nosotros sepamos.
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