SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LA ENTRADA EN TENOCHTITLAN
SEGÚN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO.
DESTELLOS DE UNA UTOPÍA

MIREIA VALLS



Entrada de Cortés en México, Chicago, 1892.
Ciertos acontecimientos históricos son tan significativos y de un poder evocador tal que pueden raptar súbitamente a sus protagonistas y hacerlos conocer, o presentir, la idea de la utopía, a sabiendas de que esta palabra

deriva del término u-topos, o sea de aquello que no tiene lugar, algo que por lo tanto está fuera del tiempo y del espacio para significar con seguridad un asunto importante de realizar en este universo y relacionado con otro mundo, o sea con una región más allá de estas dimensiones, un ámbito celeste y perfecto donde las cosas fueran en verdad y no signadas por las imperfecciones humanas, una forma de la ciudad celeste o la ciudad de Dios.1

Y no solamente los actores de esa epopeya que ahora nos disponemos a recordar tuvieron la oportunidad de traspasar las barreras espacio-temporales, sino que igualmente los que ahora nos dejemos penetrar por las inflamadas palabras del narrador podremos acceder a ese “lugar” sin lugar, que en verdad se refiere a un estado de la conciencia, pues:

…la Utopía es un espacio distinto, un mundo invisible situado en el eterno presente. Por eso debe proyectarse hacia el futuro, como algo a conseguir, o hacia el pasado: una edad feliz, el paraíso terrenal, la Tradición. (…) El mito del Origen, que es vertical, es decir que existe permanentemente y en simultaneidad, debe ser trasladado al pasado para ser comprendido en la sucesión. Igualmente el deseo y la voluntad de integrarse en él se proyectan en un futuro posible; tal la razón de la Utopía.2

El acontecimiento en el que nos detendremos es la aproximación y la entrada del capitán Hernán Cortés y su ejército en la ciudad de Tenochtitlan y su encuentro con el emperador azteca Moctezuma II Xocoyotzin relatado por uno de sus soldados, Bernal Díaz del Castillo, cuyas palabras nos sustraerán de cualquier juicio de valor y nos harán vivir un hecho arquetípico que se repite cíclicamente en la cinta del tiempo: el fin de un ciclo que es simultáneo al inicio de otro nuevo, lo cual acontece en ese momento en el que el tiempo se detiene, y es aquí, en este instante, donde se puede vivenciar de diversos modos y en diferentes grados la idea de la utopía. Por ello, tomaremos a los protagonistas de esta gesta no como simples seres humanos impelidos por motivaciones personales, sociopolíticas, económicas o culturales –que por supuesto las hubo– sino como aquéllos a quienes en ese preciso tiempo histórico, inclusive si no fueron totalmente conscientes de ello, les tocó encarnar ciertas funciones simbólicas y arquetípicas para dar cumplimiento a las leyes de la manifestación, deviniendo los instrumentos del plan divino que orquesta la vida del Universo y haciendo presentir, de algún modo, la idea de la utopía coagulada en esa imponente ciudad, Tenochtitlan, ubicada en medio de un lago y construida en conformidad con el orden del cosmos, siendo entonces un reflejo, aunque imperfecto, de la ciudad celeste.3

Plano de Tenochtitlan atribuido a Hernán Cortés, Nuremberg, 1524.
De entrada, comparecen el conquistador español y su tropa de soldados que dejan atrás el viejo mundo –Europa– y se lanzan a una fabulosa aventura, a la búsqueda de un nuevo mundo, desconocido pero vivido como la proyección de un paraíso perdido repleto de riquezas, belleza y armonía que desean recuperar y que está atestiguado por los textos de su tradición, en este caso, por la influencia de ciertas novelas de caballería como el Amadís de Gaula, la Canción de Roldán y otros textos que les infunden el ansia de ampliar horizontes, tanto geográficos como de otros órdenes, que también tocan el mundo de las ideas. Cortés está profundamente convencido de que la divina Providencia guía la epopeya que le llevará a conquistar unas tierras que extenderán las fronteras del imperio de su monarca allende los mares, amén del peso de sus propios intereses, y otras circunstancias consubstanciales a la conquista que acabarán por desbaratar toda aquella vivencia extraordinaria, lo que no quita el valor de ese primer momento en el que entraron en contacto aquellos dos mundos anteriormente mencionados. El capitán de la expedición, una vez ubicado en esa nueva geografía y comenzado a entablar relaciones con algunos de sus habitantes, va sabiendo de la existencia del gran emperador de ese territorio (odiado por muchos pueblos a los que tiene sometidos, amado por otros que son sus aliados) y no duda en revestirse con unos atuendos que le infundirán el poder y el arrojo necesarios para dirigirse hacia la gran ciudad que gobierna Moctezuma II con el fin de someterla.

Grabado de la llegada de Cortés a las costas de México, autor desconocido.
Nos dice su soldado-escriba Bernal Díaz del Castillo:

E demás desto, se comenzó de pulir y abellinar en su persona mucho más que de antes e se puso un penacho de plumas con su medalla de oro, que le parecía muy bien. (…) Y luego hizo hacer unas lanzadas de oro, que puso en una ropa de terciopelo, y mandó hacer estandartes y banderas labradas de oro con las armas reales, y una cruz de cada parte juntamente con las armas de nuestro rey y señor, con un letrero en latín que decía: “Hermanos, sigamos la señal de la Santa Cruz con fe verdadera, que con ella venceremos”.4

Era imprescindible, empero, poder comunicarse con los nativos y ahí es donde surge una intermediaria indígena, doña Marina o Malinali a la que los españoles acabaron llamando la Malinche, nombre que hicieron extensivo posteriormente a Cortés, y también “la lengua”, que junto con otros dos indios fueron los intérpretes de esta gran gesta que estaba aproximando dos mundos que se desconocían mutuamente, o quizás no tanto, como tendremos oportunidad de ver más adelante. Ni qué decir la importancia del lenguaje para tender puentes, fomentar el intercambio y la recíproca comprensión, funciones muy propias de la deidad intermediaria por excelencia, Hermes-Mercurio para los europeos y Quetzatcóatl para los mexicas.

La Malinche con Hernán Cortés. Códice Durán, s. XVI.
… quiero decir lo de doña Marina, cómo desde su niñez fue gran señora de pueblos y vasallos… y cómo doña Marina en todas las guerras de Nueva España, Tlascala y México fue tan excelente y buena lengua, como adelante diré, a esta causa la traía siempre Cortés consigo… 5 y la doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva España… sabía la lengua de Guazacualco, que es la propia de México, y sabía la de Tabasco… He querido declarar esto, porque sin doña Marina no podíamos entender la lengua de Nueva España y México.6
  
Hernán Cortés y la Malinche o “la lengua”. Códice Azcatitlan, s. XVI.
Del otro lado, tenemos al emperador del gran imperio azteca que se encuentra ya en su declive y cuyo fin se producirá, según está consignado en sus profecías, con el retorno de Quetzalcóatl, la deidad que tras fundar a ese pueblo y dotarlo de cultura, desapareció; pero el emperador Moctezuma II sabe que con la parusía del dios y sus acompañantes, el tiempo de su civilización se habrá cumplido. Numerosas señales vio el tlatoani unos años antes del arribo de los españoles que le hicieron presagiar el cercano fin de su mundo, señales corroboradas por sus sabios consejeros y por sus libros sagrados.7 Contempló en el cielo una “espiga de fuego, una como llama de fuego, una como aurora”, el cometa de los males augurios; luego, un rayo destruyó el templo de Xiuhtecuthli, “el Señor de los Años”, y al poco tiempo un incendio arrasó el de Huitzilopochtli –dios de la guerra–, a lo que se añadió un diluvio de estrellas en pleno día que hizo hervir las aguas del lago Texcoco, provocando inundaciones con aguas ardientes que asolaron la región.

Moctezuma Xocoyotzin contempla el paso de un cometa.
Códice Durán, s. XVI.
Por si fuera poco, una multitud de aves exhumaron los restos de una enorme grulla del interior del lago en cuya cabeza tenía incrustada una piedra de obsidiana, símbolo del corazón de Huitzilopochtli, que al ser contemplada desvelaba los trasfondos del alma del contemplador. Moctezuma II, afectado por los malos augurios y los desastres, sufría la aparición de seres deformes, híbridos y monstruosos, que luego desaparecían sin dejar rastro. El miedo y la tristeza se apoderó de él y hasta programó escaparse en secreto y esconderse en unas cuevas, pero finalmente no le quedó otra que aceptar su destino, acorde con el Destino de su civilización, y esperar el retorno de Quetzalcóatl…

Moctezuma II. Bartolomé de las casas,
Brevísima relación de la destrucción de las Indias, 1552.
A medida que los españoles iban avanzando en su conquista por las tierras de la que llamaron Nueva España, muchos pueblos de la región eran sometidos con facilidad, ya sea por la guerra o por el pacto, pero lo cierto es que los mismos conquistadores se extrañaban de que ante su inferioridad numérica, lograban rebajar con celeridad a los indígenas, que temían en sobremanera a los conquistadores y los tomaban por seres medio humanos, medio animales, revistiéndolos de un aire sobrenatural, acrecentado por sus indumentarias, cascos y armas de metal y de fuego.

E aquí creyeron los indios que el caballo e caballero era todo un cuerpo, como jamás habían visto caballos hasta entonces.
(…)
E viendo cosas tan maravillosas e de tanto peso para ellos, dijeron que no osaran hacer aquello hombres humanos, sino teules,8 que así llaman a sus ídolos en que adoraban; e a esta causa desde allí adelante nos llamaron teules, que es, como he dicho, o dioses o demonios; y cuando dijere en esta relación teules en cosas que han de ser tocadas nuestras personas, sepan que se dice por nosotros.9


Augusto Ferrer-Dalmau, La llegada, 2019.
Imaginemos lo que debía suponer para un indígena, inmerso en un mundo totalmente sacralizado y en el que sus deidades, o sea, las energías vivas invisibles que conforman el universo reveladas a través de lugares, animales o fenómenos meteorológicos, etc., se manifestasen ahora en esos seres que acababan de desembarcar y que mostraban unas cualidades y atributos que a sus ojos les parecieron divinos. Cortés profitó de todo ello para engrandecer su ser y su misión y, deslumbrado a su vez por las bellezas y las riquezas que iba encontrando en aquellos parajes, supo trazar alianzas con los pueblos enemigos de Moctezuma II para de este modo irse acercando a su ciudad bien pertrechado. Al mismo tiempo, a los emisarios del emperador que acudían a él trayéndole mensajes, les hablaba del inmenso respeto que sentía por su tlatoani y de su gran deseo de conocerlo. Con este fin, además de su habilidad estratégica para aliarse con los enemigos de Moctezuma II, ideaba tretas como ésta que acrecentaban el carácter fabuloso de los integrantes de su ejército:

“He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta para desbaratar aquellos indios guerreros que dicen que están en el pueblo de la fortaleza de sus enemigos, enviemos a Heredia el viejo”, que era vizcaíno, y tenía mala catadura en la cara, y la barba grande, y la cara medio acuchillada, e un ojo tuerto, e cojo de una pierna, escopetero. El cual le mandó llamar, y le dijo: “Id con estos caciques hasta el río (que estaba de allí un cuarto de legua) e cuando allá llegareis, haced que os paráis a beber e a lavar las manos, e tirad un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré a llamar, que esto hago porque crean que somos dioses, o de aquel nombre o reputación que nos tienen puesto, y como vos sois mal agestado, crean que sois ídolo”.10


Moctezuma II. Códice Azcatitlan, s. XVI.
Sin embargo, para Moctezuma II esos recién llegados a sus tierras no eran unos totales desconocidos, pues muchos de sus códices hacían referencia a los seres que retornarían con Quetzalcóatl al frente, y como ya hemos dicho anteriormente, él los estaba aguardando con temor desde hacía años. Antes de dejarlos entrar en su ciudad, cosa que intentaba retardar cada vez más por razones obvias, envió a unos pintores para saber cómo era el jefe de la expedición y el ejército que lo acompañaba. Y así, los artistas emisarios pintaron a Cortés y a todos sus soldados, a los caballos, a los navíos y velas, a los lebreles e incluso a doña Marina.

… y los mandaron pintar a sus pintores para que Montezuma los viese. Y parece ser que un soldado tenía un casco medio dorado, viole Tendile, que era más entremetido indio que el otro, y dijo que parecía a unos que ellos tienen que les habían dejado sus antepasados del linaje donde venían, el cual tenían puesto en la cabeza a sus dioses Huichilobos, que es su ídolo de guerra, y que su señor Montezuma se holgará de lo ver, y luego se lo dieron.

(…) Cuando el gran Montezuma (…) vio el dibujo admirado y recibió por otra parte mucho contento, y desque vio el casco y el que tenía su Huichilobos, tuvo por cierto que éramos del linaje de los que habían dicho sus antepasados que vendrían a señorear aquesta tierra.11

Es más, el emperador llamó a su corte a todos los pintores de su imperio para que le mostraran sus antiguos códices, con el fin de descubrir si en alguno de ellos figuraban exactamente esos seres recién llegados del mar en unas “montañas” de madera que flotaban sobre las aguas y que sus pintores acababan de registrar. Después de entrevistarse con los artistas y sabios de muchos pueblos, esto es lo que sucedió:

10. Luego mandó llamar a los pintores de Xuchimilco; pero hallándose presente el principal Tlillancalqui, le dijo: –“Señor poderoso, no canses ni te inquietes en preguntar a tantos, porque ninguno te podrá decir lo que deseas, como un viejo de Xuchimilco, muy antiguo, que yo conozco; el cual se llama Quilaztli, muy docto y entendido en esto de antiguallas y pinturas. Si tú quieres, yo te lo traeré ante tu presencia y le diré lo que deseas saber y que traiga sus pinturas antiguas.” 11. Motecuhzoma se lo agradeció, y mandó luego fuese sin detenerse, y le trajese. El cual fue y otro día volvió con su viejo. El cual traía todas sus pinturas tocantes a aquel negocio. Y venido ante el señor airado, habiéndole hecho muy buen recibimiento, porque era un viejo muy venerable y de muy buena presencia, y rogándole le declarase lo que sabía acerca de unos hombres que habían de aportar a esta tierra, el viejo Quilaztli respondió: 12. “Poderoso señor, si por decirte la verdad he de merecer la muerte, aquí estoy ante tu presencia: bien puedes hacer lo que fuere tu voluntad.” Y, antes que descubriese sus papeles, le dijo cómo la noticia que tenía era que a esta tierra habían de aportar unos hombres que habían de venir caballeros en un cerro de palo y que había de ser tan grande, que en él habían de caber muchos hombres y que les había de servir de casa y que en él habían de comer y dormir y que a sus espaldas habían de guisar la comida que habían de comer y que en ellas habían de andar y jugar, como en tierra firme y recia, y que éstos habían de ser hombres barbados y blancos, vestidos de diferentes colores, y que en sus cabezas habían de traer unas coberturas redondas, y juntamente con éstos habían de venir otros hombres, caballeros en bestias a manera de venados, y otros en águilas que volasen por el viento. 13. Y que éstos habían de poseer la tierra y poblar todos los pueblos de ella, y que se habían de multiplicar en gran manera y que de éstos había de ser el oro y la plata y las piedras preciosas, y ellos lo habían de poseer. “Y porque lo creas que lo que digo es verdad, cátalo aquí pintado: la pintura me dejaron mis antepasados.” Y sacando una pintura muy vieja, le mostró el navío y los hombres vestidos a la manera que él los tenía pintados y vido allí otros hombres caballeros en caballos, y otros en águilas volando, y todos vestidos de diferentes colores, con sus sombreros en las cabezas y sus espadas ceñidas. 14. Motecuhzoma, cuando los vido tan conformes a lo que el principal había visto y a lo que él tenía pintado, quedó como fuera de sí y empezó a llorar y a angustiarse lo más del mundo, y descubriendo al viejo su pecho, le dijo: “Has de saber, hermano Quilaztli, que ahora veo que tus antepasados fueron verdaderamente sabios y entendidos, porque no ha muchos días que esos que ahí traes pintados aportaron a esta tierra, hacia donde sale el sol, y venían en esa casa de palo que tú señalas y vestidos a la misma manera y colores que esa pintura demuestra, y porque sepas que los hice pintar, cátalos aquí. Pero una cosa me consuela, que yo les envié un presente y les envié a suplicar que se fuesen norabuena, y ellos me obedecieron y se fueron, y no sé si han de tornar a volver.” 15. El viejo Quilaztli le respondió: –“¿Es posible, poderoso señor, que vinieron y se fueron? Pues mira lo que te quiero decir, y si lo que te digo no fuere así, yo quiero que a mí y a mis hijos y generación borres de la tierra y nos aniquiles y mates a todos. Y es que antes de dos años y a más tardar de tres, que vuelven a esta tierra, porque su venida no fue sino a descubrir el camino y a saberlo, para tornar a venir, y aunque te dijeron que se volvían a su tierra, no los creas, que ellos no llegarán allá, antes se han de volver de la mitad del camino.”12


Códice Azcatitlan, s. XVI.
Está claro que volvieron, y que Cortés y su ejército se dirigía, implacable, hacia Tenochtitlan. Los caciques enemigos de Moctezuma II con los que el español había ido estableciendo alianzas, le recomendaron que pasara por Tlascala para esquivar ciertos peligros, y allí lo recibieron con honores, lo agasajaron y él aprovechó para ir recabando más información sobre la capital del imperio a la que se estaba aproximando y también acerca de su dirigente; todo lo cual ejercía en el conquistador una atracción mayor, al saber de la grandeza de esa ciudad, de sus maravillas y riquezas. Además, Cortés aprovechó para preguntar a esos caciques sobre el origen de su pueblo, y esto es lo que le relataron, anotado y narrado luego por Bernal Díaz:

Y como nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de todo lo que decían aquellos caciques, estorbó la plática y metiólos en otra más honda, y fue que cómo ellos habían venido a poblar aquella tierra, e de qué partes vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos, siendo tan cerca unas tierras de otras; y dijeron que les habían dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras, que los mataron peleando con ellos, y otros que quedaban se murieron; e para que viésemos qué tamaños e altos cuerpos tenían, trajeron un hueso o zancarrón de uno de ellos, y era muy grueso, el alto del tamaño como un hombre de razonable estatura; y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera; yo me medí con él, y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo; (…) y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra; y nuestro capitán Cortés nos dijo que sería bien enviar aquel gran hueso a Castilla para que lo viese su majestad; y así lo enviamos con los primeros procuradores que fueron.13

Desde luego no es ésta la única vez que a los españoles y a los conquistadores de otras nacionalidades llegados a América les contaron relatos acerca de antepasados gigantescos de los indígenas, pudiendo incluso ver sus restos, como fue este caso de Cortés, lo cual corroboraba la existencia de esos seres pertenecientes a un periodo anterior de esta humanidad, presentes también en la cultura greco-latina –recordemos su mención en la Teogonía de Hesíodo– y en la judía –donde aparecen en varios libros bíblicos– y en otras tradiciones de Europa y del resto del mundo.14 Los gigantes formaban parte, pues, del legado mítico tanto de los nativos como de los conquistadores, lo que iba alimentando el carácter fabuloso y supranatural de estas tierras y los adentraba en una realidad repleta de acontecimientos mágicos, en un mundo donde aquellos mitos cobraban vida y se encarnaban tanto en ellos como en los indígenas que estaban conociendo.

(…) también dijeron aquellos mismos caciques que sabían de aquellos sus antecesores que les había dicho su ídolo en quien ellos tenían mucha devoción, que vendrían hombres de las partes de hacia donde sale el sol y de lejanas tierras a les sojuzgar y señorear; y que si somos nosotros, holgarán dello, que pues tan esforzados y buenos somos; y cuando trataron las paces se les acordó desto que les había dicho su ídolo, que por aquella causa nos dan sus hijas, para tener parientes que les defiendan de los mexicanos; cuando acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados, y decíamos si por ventura decían verdad; y luego nuestro capitán Cortés les replicó, y dijo que ciertamente veníamos de hacia donde sale el sol, y que por esta causa nos envió el rey nuestro señor a tenerlos por hermanos, porque tiene noticia dellos, y que plegue a Dios nos dé gracia para que por nuestras manos e intercesión se salven; y dijimos todos: “Amén”.15


Entrada de Cortés en Tlaxcala.
Serie de pinturas de la Conquista de México.
Quizás es ahora cuando Cortés y los suyos se dan cuenta del alcance que para todos aquellos pueblos tenía su llegada, lo que no los dejó indiferentes, sino que les impactó en lo más profundo y los fue sumergiendo en una especie de epopeya de dimensiones arquetípicas en la que se los equiparaba a los mismos dioses; y cuanto más avanzaban, más transportados por aquella geografía más allá de lo imaginable, por sus ciudades y habitantes, y más identificados con las gestas de las novelas de caballería pertenecientes a su cultura, de las que tan empapados estaban.

Y otro día por la mañana llegamos a la calzada ancha, íbamos camino de Iztapalapa; y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel como iba a México, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua, y todas de cal y canto; y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños. Y no es de maravillar que yo aquí lo escriba desta manera, porque hay que ponderar mucho en ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas ni vistas y aun soñadas, como vimos.16

Aunque es bien sabido que la utopía es invisible –por tratarse de un estado del alma superior que reitera constantemente la vida de los dioses en un ámbito libre del espacio y del tiempo donde todo es ahora– también es cierto que en la medida que los seres humanos recrean su organización en la tierra en consonancia con el conocimiento de ese mundo, entonces, todas sus producciones –desde el ordenamiento social, la construcción de sus ciudades y lo que conforma la cultura– pueden devenir un reflejo de ese mundo ideal, armonioso, justo, equilibrado y bello en el que “habitan” las deidades sempiternas y donde por cierto no está exento el horror y lo monstruoso, que constantemente se conjuga con la cara amable buscando el equilibrio siempre inestable. Tenochtitlan era una urbe cuya ubicación fue fruto de una revelación divina17 y su construcción supuso la aplicación de los conocimientos cosmogónicos depositados en la cultura azteca, al igual que las otras ciudades próximas con las que se relacionaba constantemente, ya sea por la guerra o por el comercio, la disputa o la concordia, reproduciendo la constante conjugación de opuestos en torno a un eje inmutable que era la doctrina cosmogónica revelada de la que eran partícipes y recreadores todos los pueblos de esa gran civilización. Los hallazgos que los españoles se van encontrando a medida que se aproximan a esa ciudad central van desvelando ese mundo maravilloso adecuado a un modelo arquetípico, y aunque no alcanzaran a comprenderlo en toda su amplitud y profundidad, se vieron totalmente inmersos en él y tuvieron la oportunidad de atisbarlo.

Pues desque llegamos cerca de Iztapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron a recibir, que fue el señor del pueblo, que se decía Coadlabaca, y el señor de Cuyoacan, que entrambos eran deudos muy cercanos del Montezuma; y de cuando entramos en aquella villa de Iztapalapa de la manera de los palacios en que nos aposentaron, de cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello, fuimos a la huerta y jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasarlo, que no me hartaba de mirarlo y ver la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce; y otra cosa de ver, que podrían entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenía hecha, sin saltar en tierra, y todo muy encalado y lucido de muchas maneras de piedras, y pinturas en ellas, que habían harto que ponderar, y de las aves de muchas raleas, y diversidades que entraban en el estanque. Digo otra vez que lo estuve mirando, y no creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como éstas.18


Miguel y Juan González.
Conquista de México por Hernán Cortés, s. XVII.
Por fin llega ese momento tan anhelado, el arribo a Tenochtitlan a través de una gran calzada repleta de indígenas que, atónitos, reciben a los españoles. Sea lo que fuere lo sucedido posteriormente, esta entrada simboliza el acceso a un mundo otro, a una ciudad trazada conforme a unos lineamientos más que humanos, y donde la vida se desarrollaba en consonancia con el conocimiento y aplicación de una doctrina encarnada. Aquí nos dejaremos llevar por la narración de Bernal:

… e puesto que es bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes, que no cabían, unos que entraban en México y otros que salían, que nos venían a ver, que no nos podíamos rodear de tantos como vinieron, porque estaban llenas las torres y los cues y en las canoas y de todas partes de la laguna; y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros. Y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, e veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho en trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México, y nosotros aun no llegábamos a cuatrocientos cincuenta soldados, y teníamos muy bien en la memoria las pláticas e avisos que nos dieron los de Guaxocingo e Tlascala y Tamanalco, y con otros muchos consejos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar cuando dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?19


Miguel y Juan González.
Conquista de México por Hernán Cortés, s. XVII.
Varios caciques vienen a recibirlos y besan la tierra a sus pies, yendo seguidamente a buscar a Moctezuma II.

Así que estuvimos detenidos un buen rato, y desde allí se adelantaron el Cacamatzin, señor de Tezcuco, y el señor de Iztapalapa y el señor de Tacuba y el señor de Cuyoacan a encontrarse con el gran Montezuma, que venía cerca en ricas andas, acompañado de otros grandes señores, y caciques que tenían vasallos; e ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuites, que colgaban como de unas bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello; y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería encima de ellas; e a los cuatro señores que le traían del brazo venían con rica manera de vestidos a su usanza, que parece ser se los tenía aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traían los vestidos cuando con que nos fueron a recibir; y venían, sin aquellos grandes señores, otros grandes caciques, que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra.


Moctezuma. Detalle del Biombo de la Conquista,
Museo Franz Mayer.
Todos estos señores ni por pensamiento le miraban a la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos suyos que le llevaban del brazo. E como Cortés vio y entendió e le dijeron que venía el gran Montezuma, a una se hicieron grandes acatos: el Montezuma le dio el bien venido, e nuestro Cortés le respondió con doña Marina que él fuese el muy bien estado. E paréceme que el Cortés con la lengua doña Marina, que iba junto a Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso e se la dio a Cortés; y entonces sacó Cortés un collar que traía muy a mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margajitas, que tienen dentro muchas colores e diversidad de labores, e venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle porque diesen buen olor, y se le echó al cuello al gran Montezuma; y cuando se lo puso le iba a abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo a Cortés, que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio…20

Anónimo, Conquista de México, s. XVII. Biblioteca del Congreso, EUA.
   
Miguel y Juan González, Conquista de México por Hernán Cortés, s. XVII.
Tras este encuentro impactante, los invitados “divinos” son conducidos a unas ricas estancias, que resultan ser las más sagradas pues pertenecían al anterior emperador, padre de Moctezuma II.

… que nos llevaron a aposentar a unas grandes casas, donde había aposentos para todos nosotros, que habían sido de su padre del gran Montezuma, que se decía Axayaca, adonde en aquella sazón tenía el gran Montezuma sus grandes adoratorios de ídolos, e tenía una recámara muy secreta de piezas y joyas de oro, que era como tesoro de lo que había heredado de su padre Axayaca, que no tocaba en ello; y asimismo nos llevaron a aposentar a aquella casa por causa que como nos llamaban teules, e por tales nos tenían, que estuviésemos entre sus ídolos, como teules que allí tenía.21

Es allí donde Moctezuma II le regala un collar de oro a Cortés y proclama todo un discurso –del que da testimonio el capitán en una de las cartas que envía a Carlos V– donde reconoce a los españoles como los que habían de retornar para someter todos sus territorios, y a ellos dice que se someterá.22


Retrato de Moctezuma Xocoyotzin,
atribuido a Antonio Rodríguez, s. XVII.
Bernal describe a continuación al emperador:

Sería el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura, y bien proporcionado, e cenceño e pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las oreja, e pocas barbas, prietas y bien puestas e ralas, y el rostro algo largo e alegre, e los ojos de buena manera, e mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, e cuando era menester gravedad. Era muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaran a saber sino alguno de los que le servían…23

  
a) Miguel y Juan González, Conquista de México por Hernán Cortés, s. XVII.
b) El palacio de Moctezuma en el Códice Mendoza, anónimo, s. XVI.
Seguidamente, los homenajeados tienen la oportunidad de recorrer el magnífico palacio de Moctezuma II y contemplar el despliegue de pajes, consejeros y siervos que lo mantienen todo en perfecto orden; visitan las cocinas, ven los suculentos manjares y los más de treinta platos que se preparan cada día para el emperador y los suyos, además de una variedad de frutas nunca vistas y el tan preciado cacao, con propiedades energéticas y afrodisíacas que jamás faltaba en el banquete, tan es así que un grupo de sirvientes tenían como único cometido prepararlo a diario para todo el séquito.

… y allí se le ponían a sus lados cuatro grandes señores viejos y de edad, en pie, con quien el Montezuma de cuando en cuando platicaba e preguntaba cosas, y por mucho favor daba a cada uno destos viejos un plato de lo que él comía; e decían que aquellos viejos eran sus deudos muy cercanos, e consejeros y jueces de pleitos, y el plato y manjar que les daba el Montezuma comían en pie y con mucho acato, y todo sin mirarle a la cara.

También le ponían en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro traían liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco, y cuando acababa de comer, después que le habían cantado y bailado, y alzada la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se dormía.24


Penacho de Moctezuma,
Museo Nacional de Antropología, México.
Imaginemos ahora a todos aquellos soldados dirigiéndose hacia las dos casas que guardaban las armas de Moctezuma, innumerables, que más parecían joyas de tan ricamente como estaban elaboradas y adornadas, sin olvidar la posterior visita a la “casa de las aves” donde criaban todo tipo de pájaros, desde águilas a quetzales, halcones, papagayos y miles de pajarillos de los que aprovechaban las plumas para confeccionar los atavíos del emperador, de los caciques y otros trajes rituales para los oficiantes en los ritos, siendo muchas de esas aves amaestradas para diferentes funciones, tal cual la caza, la mensajería, etc.

El vivario de Tenochtitlan, Códice Florentino, s. XVI.
A continuación, Bernal relata con su habitual frescura y forma directa cómo los condujeron a otro gran recinto “donde tenían muchos ídolos y decían que eran sus dioses bravos”, que estaba repleto de fieras y animales para el culto, sacrificio y protección de cada una de sus deidades, desde tigres a leones, lobos, zorros y gran variedad de serpientes y alimañas que eran alimentados con venados, gallinas y hasta con la carne humana de los indios que hacían prisioneros, todo lo cual estaba a cargo de muchos indios que cuidaban a las fieras, las limpiaban y mantenían ese “zoológico” en perfecto estado. Impresiona la siguiente descripción de Bernal Díaz del Castillo acerca de los muchos oficios y artesanías con sus oficiales respectivos, todos perfectamente concertados y realizando cada cual una función imprescindible en ese pequeño cosmos que era Tenochtitlan:

Códice Mendoza, anónimo, s. XVI.

Códice Florentino, s. XVI.
Pasemos adelante, y digamos de los grandes oficiales que tenía de cada género de oficio que entre ellos se usaba; y comencemos por los lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros tienen qué mirar en ello; y destos tenía tantos y tan primos en un pueblo que se dice Escapuzalco, una legua de México; pues labrar piedras finas y chalchihuites, que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante a los grandes oficiales de asentar de pluma y pintores y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos visto la obra que hacen tendremos consideración en lo que entonces labraban; que tres indios hay en la ciudad de México, tan primos en su oficio de entalladores y pintores, que se dicen Marcos de Aquino y Juan de la Cruz y Crespillo, que si fueran en tiempo de aquel antiguo e afamado Apeles, y de Miguel Angel o Berruguete, que son de nuestros tiempos, les pusieran en el número dellos.

Pasemos adelante y vamos a las indias de tejedoras y labranderas que le hacían tanta multitud de ropa fina con muy grandes labores de plumas; y de donde más cotidianamente la traían, era de unos pueblos y provincia que está en la costa del norte de cabo de la Vera Cruz que la decían Cotastan, muy cerca de San Juan de Ulúa, donde desembarcamos cuando veníamos con Cortés; y en su casa del mismo Montezuma todas las hijas de señores que tenían por amigas siempre tejían cosas muy primas, e otras muchas hijas de mexicanos vecinos, que estaban como a manera de recogimiento, que querían parecer monjas, también tejían, y todo de pluma. Estas monjas tenían sus casas cerca del gran cu del Huchilobos, y por devoción suya y de otro ídolo de mujer, que decían que era su abogada para casamientos, las metían sus padres en aquella religión hasta que se casaban, y de allí las sacaban para las casar.


Códice Florentino, s. XVI.

Códice Tovar, s. XVII.
Pasemos adelante, y digamos de la gran cantidad de bailadores que tenía el gran Montezuma, y danzadores, e otros que traen un palo con los pies, y de otros que vuelan cuando bailan por alto, y de otros que parecen como matachines, y éstos eran para darle placer. Digo que tenía un barrio destos que no entendían de otra cosa. Pasemos adelante y digamos de los oficiales que tenía de canteros e albañiles, carpinteros, que todos entendían en las obras de sus casas: también digo que tenía tantos como quería. No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos, y de muchos géneros que dellos tenía, y el concierto y paseadores dellas, y de sus albercas, estanques de agua dulce, cómo viene una agua por un cabo y va por otro, e de los baños que dentro tenía, y de la diversidad de pajaritos chicos que en los árboles criaban; y que de yerbas medicinales y de provecho que en ellas tenía, era cosa de ver; y para todo esto muchos hortelanos; y todo labrado de cantería, así baños como paseaderos y otros retretes apartamientos, como cenaderos, y también adonde bailaban y cantaban; e había tanto que mirar en esto de las huertas como en todo lo demás, que no nos hartábamos de ver su gran poder; e así por consiguiente tenía maestros de todos cuantos oficios entre ellos se usaban, y de todos gran cantidad.25

Se echa en falta que en esta crónica de Bernal Díaz del Castillo, tan minuciosa y llena de recuerdos vívidos, no se incluyera la descripción de los centros de entrenamiento de los guerreros, agrupados como se sabe en dos escuelas, la de los Caballeros Águilas y la de los Caballeros Jaguar, lo que completaría la relación jerárquica de funciones dentro de esta ciudad, que como en toda sociedad tradicional constaba de la casta sacerdotal, la guerrera, la artesanal y la del sustento, o sea agricultores, pescadores, cazadores y ganaderos, ofreciéndonos así un panorama completo de ese universo en pequeño.

  
Códice Mendoza, anónimo, s. XVI.

Lienzo de Tlaxcala, s. XVI.
Pero volvamos al relato de aquellos cuatro o cinco primeros días que siguieron a la entrada en la ciudad y a todo lo que pudieron ver y vivir en primera persona esa tropa de soldados. Tras atravesar los barrios de los artesanos, la comitiva de anfitriones condujo a los españoles hasta el gran mercado, donde quedaron deslumbrados, tanto por su extensión como por la diversidad incalculable de abastos que se ofrecían, por su calidad y por el perfecto acorde entre los mercaderes y los compradores, orquestados por tres jueces y varios alguaciles que velaban por el recto funcionamiento de aquel centro de intercambios.

Cuando llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían; y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando: cada género de mercaderías estaban por sí y tenían situados y señalados sus asientos…26


Mural del mercado de Tenochtitlan, Diego de Rivera, Palacio Nacional, México.
En realidad el mercado era un barrio entero, como lo era el de los diferentes artesanos y el de los sacerdotes, como veremos más adelante. Nada faltaba allí, comenzando por los excelentes orfebres que vendían sus delicadas joyas, pasando por los comerciantes de oro, plata y de otros metales y piedras preciosas; los tejidos finos y más bastos ocupaban otros renglones donde se ofrecían mantas de algodón, esteras, todo tipo de confecciones para la casa y vestimenta variada; cueros de animales y útiles para el hogar, desde vajillas, a recipientes, cántaros, cestos… sin olvidar a los animales vivos de innumerables especies y también desollados, y una abundancia desbordante de vegetales, frutas y legumbres, alimentos cocinados, condimentos, maderas, leña, muebles, papel –amatl–, pinturas y tinturas, ungüentos, perfumes, hierbas medicinales, tabaco, sal, herramientas, cuchillos, hachas, hasta canoas, etc., etc., etc. Tanto había que “en un día no se podía ver todo”, nos dice nuestro narrador.27

Postal del mercado de Tlatelolco, Tenochtitlan.
Tras lo cual, los huéspedes fueron acompañados a los lugares más sagrados, a los templos –cues– de sus diferentes dioses, que recorrieron con admiración y espanto al mismo tiempo.

Y cuando llegamos cerca del gran cu, antes que subiésemos ninguna grada de él, envió el gran Montezuma desde arriba, donde estaba haciendo sacrificios, seis papas y dos principales para que acompañasen a nuestro capitán Cortés, y al subir de las gradas, que eran ciento y catorce, le iban tomando de los brazos para le ayudar a subir, creyendo que se cansaría, como ayudaban a subir a su señor Montezuma, y Cortés no quiso que llegasen a él; y como subimos a lo alto del gran cu, en una placeta que arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios, y en ellos puestas unas grandes piedras adonde ponían los tristes indios para sacrificar, allí había un gran bulto como de dragón e otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel día. E así como llegamos, salió el gran Montezuma de un adoratorio donde estaban sus malditos ídolos, que era en lo alto del gran cu, y vinieron con él dos papas, y con mucho acato que hicieron a Cortés e a todos nosotros le dijo: “Cansado estaréis señor Malinche, de subir a nuestro gran templo”. Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con nosotros, que él ni nosotros no nos cansábamos en cosa ninguna; y luego le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había dentro en el agua, e otros muchos pueblos en tierra alrededor de la misma laguna; y que si no había visto bien su gran plaza, que desde allí podría ver muy mejor, y así lo estuvimos mirando, porque aquel grande y maldito templo estaba tan alto, que todo lo señoreaba; y de allí vimos las tres calzadas que entran en México, que es la de Iztapalapa, que fue por la que entramos cuatro días había; y la de Tacuba, que fue por donde después de ahí a ocho meses salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate, cuando Coadlabata, nuevo señor, nos echó de la ciudad, como adelante diremos; y la de Tepeaquilla; y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepeque, de que se proveía la ciudad; y en aquellas tres calzadas las puentes que tenían hechas de trecho en trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra; e veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos e otras que venían con cargas e mercaderías; e veíamos que cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las demás ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenía hechas de madera, o en canoas; y veíamos en aquellas ciudades cues e adoratorios a manera de torres e fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas, y en las calzadas otras torrecillas e adoratorios que eran como fortalezas. Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y el zumbido de las voces y palabras que allí había, sonaba más que de una legua; y entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto, y tamaña y llena de tanta gente, no la habían visto.28


Biombo de la Conquista de México, Museo del Prado, Madrid.
Magnífica visión de la ciudad y sus alrededores, en perfecta consonancia con estas palabras escritas por Federico González en su libro Las Utopías Renacentistas:

Nos encontramos entonces ante el realismo utópico, es decir la realidad de lo utópico encarnada contemporáneamente al Renacimiento en el siglo XVI en el Nuevo Mundo, a cargo de pueblos indígenas, con sus sabios, sacerdotes, reyes y emperadores que fueron capaces de practicar el rito fundacional y sumarse al mito arquetípico de la ciudad celeste, y llevar a cabo la obra constructiva de la creación de ciudades, es decir estructuras culturales, incluso civilizaciones, de acuerdo a las leyes de la analogía, donde la ciudad terrestre es un reflejo de la ciudad del cielo, estableciéndose así relaciones teúrgicas que vinculan a los hombres con los dioses, y a las almas individuales con el Alma Universal, tal cual lo hacían las utopías renacentistas.29


Templo Mayor, Códice Ramírez, s. XVI.

Códice Azcatitlan, s. XVI.

Templo Mayor, Códice Durán, s. XVI.

Esta visión utópica culmina con el recorrido por los templos dedicados a cada una de las deidades del panteón azteca, comenzando por el del dios principal Huitzilipochtli, numen de la guerra, al que los españoles llamarán Huichilobos. El impacto en los conquistadores debió ser bestial, pues en esas inmensas pirámides dedicadas a los distintos dioses se aunaba el máximo esplendor y el misterio más profundo expresado a través de la arquitectura, los símbolos y los ritos allí escenificados, con el horror más grande por los sacrificios allí practicados. Si bien es cierto que aquí aparecen ciertas incomprensiones y prejuicios del conquistador, no por ello deja de ser fiel relatador de lo que vio, completando de este modo la idea de una ciudad utópica.

Y el Montezuma dijo que entrásemos en una torrecilla e apartamiento a manera de sala, donde estaban dos como altares con muy ricas tablazones encima del techo, y en cada altar estaban dos bultos como de gigante, de muy altos cuerpos y muy gordos, y el primero que estaba a la mano derecha decían que era Huichilobos, su dios de la guerra, y tenía la cara y rostro muy ancho, y los ojos disformes y espantables, y en todo el cuerpo tanta de la pedrería e oro y perlas e aljófar pegado con engrudo, que hacen en esta tierra de unas como raíces, que todo el cuerpo y cabeza estaba lleno dello, y ceñido al cuerpo unas a maneras de grandes culebras hechas de oro y pedrería, y en una mano tenía un arco, y en otra unas flechas. E otro ídolo pequeño que allí cabe él estaba, que decían era su paje, le tenía una lanza no larga y una rodela muy rica de oro e pedrería, e tenía puestos al cuello el Huichilobos unas caras de indios y otros como corazones de los mismos indios, y éstos de oro y dellos de plata, con mucha pedrería, azules; y estaban allí unos braseros con incienso, que es su copal, y con tres corazones de indios de aquel día sacrificados, e se quemaban, e con el humo y copal le habían hecho aquel sacrificio; y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañadas y negras de costras de sangre, y asimismo el suelo, que todo hedía muy malamente. Luego vimos a la otra parte de la mano izquierda estar el otro gran bulto del altor del Huichilobos, y tenía un rostro como de oso y unos ojos que le relumbraban, hechos de sus espejos, que se dice Tezcat, y el cuerpo con ricas piedras pegadas según y de la manera del otro su Huichilobos; porque, según decían, entrambos eran hermanos, y este Tezcatepuca era el dios de los infiernos, y tenía cargo de las ánimas de los mexicanos, y tenía ceñidas al cuerpo unas figuras como diablillos chicos, y las colas dellos como sierpes, y tenía en las paredes tantas costras de sangre y el suelo bañado dello, que en los mataderos de Castilla no había tanto hedor; y allí le tenían presentado cinco corazones de aquel día sacrificados; y en lo más alto de todo el cu estaba otra concavidad muy ricamente labrada la madera della, y estaba otro bulto como de medio hombre medio lagarto, todo lleno de piedras ricas, y la mitad de él enmantado. Éste decían que la mitad dél estaba lleno de todas las semillas que había en toda la tierra, y decían que era el dios de las sementeras y frutas; no se me recuerda el nombre de él […] y allí tenían un tambor muy grande en demasía, que cuando le tañían el sonido dél era tan triste y de tal manera, como dicen instrumento de los infiernos, y más de dos leguas de allí se oía; y decían que los cueros de aquel atambor eran de sierpes muy grandes; y en aquella placeta tenían tantas cosas, muy diabólicas de ver, de bocinas y trompetillas y navajones, y muchos corazones de indio que habían quemado, con que zahumaban aquellos sus ídolos, y todo cuajado de sangre, y tenían tanto que los doy a la maldición.30


Bernardino de Sahagún, Códice Matritense, s. XVI.

Códice Durán. s. XVI.

Códice Ixtlilchxitl, s. XVII.
Para terminar este recorrido extraordinario con la descripción de otros templos y de los sacerdotes que oficiaban los ritos permanentemente y que residían allí:

Pasemos adelante del patio y vamos a otro cu, donde era enterramiento de grandes señores mexicanos, que también tenían otros ídolos, y todo lleno de sangre e humo, y tenía otras puertas y figuras de infierno; y luego junto de aquel cu estaba otro lleno de calaveras y zancarrones puestos con gran concierto, que se podían ver, mas no se podían contar, porque eran muchos, y las calaveras por sí, y los zancarrones en otros rimeros; e allí había otros ídolos, y en cada casa o cu y adoratorio, que he dicho, estaban papas con sus vestiduras largas de matas prietas y las capillas como de dominicos, que también tiraban un poco a las de los canónigos; y el cabello muy largo y hecho, que no se podía desparcir ni desenredar; y todos los más sacrificadas las orejas, y en los mismos cabellos mucha sangre.
Pasemos adelante, que había otros cues apartados un poco de donde estaban las calaveras, que tenían otros ídolos y sacrificios de otras malas pinturas; e aquéllos decían que eran abogados de los casamientos de los hombres. No quiero detenerme más en contar de ídolos, sino solamente diré que en torno de aquel gran patio había muchas casas, e no altas, e eran adonde estaban y residían los papas e otros indios que tenían cargo de ídolos; y también tenían otra muy mayor alberca o estanque de agua y muy limpia a una parte del gran cu, y era dedicada para solamente el servicio de Huichilobos e Tezcatepuca, y entraba el agua en aquella alberca por caños encubiertos que venían de Chapultepeque; e allí cerca estaban otros grandes aposentos a manera de monasterio, adonde estaban recogidas muchas hijas de vecinos mexicanos, como monjas, hasta que se casaban; y allí estaban dos bultos de ídolos de mujeres, que eran abogadas de los casamientos de las mujeres, y a aquéllas sacrificaban y hacían fiestas porque les diese buenos maridos. Mucho me detenido en contar de este gran cu del Tatelulco y sus patios, pues digo era el mayor templo de sus ídolos de todo México, porque había tantos y muy suntuosos, que entre cuatro o cinco barrios tenían un adoratorio y sus ídolos… Y una cosa de reír es que tenían en cada provincia sus ídolos, y los de una provincia o ciudad no aprovechaban a los otros; y así, tenían infinitos ídolos y a todos sacrificaban. Y después que nuestro capitán y todos nosotros nos cansamos de andar y ver tantas diversidades de ídolos y sus sacrificios, nos volvimos a nuestros aposentos, y siempre muy acompañados de principales y caciques que Montezuma enviaba con nosotros.31

Dejamos aquí el relato de este momento histórico excepcional en el que dos mundos entran en contacto, y antes del estallido de la lucha y la debacle, pueden “pasearse” por una ciudad sagrada, mágico-teúrgica, que aun y sus imperfecciones, reflejaba la utopía en estado puro. A los que ahora decidan introducirse en este mundo utópico, felices hallazgos y los mejores votos para que encuentren la salida airosa que procura el Pensamiento.
NOTAS
1 Federico González, Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
2 Ibíd.
3 En este artículo nos ubicamos en un punto de vista más allá del historicista, en el simbólico, válido para cualquier tiempo, geografía y cultura. Desde luego no negamos las razones de tipo coyuntural que promovieron la conquista de las tierras de América, pero aquí lo ponemos en correspondencia con una lectura cíclica y simbólica de la historia, y sobre todo con la posibilidad de trascender ese punto de vista cronológico y la apertura al no tiempo en el que vive el mito vivo.
4 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España. Ed. Castalia, Madrid, 1999.
5 Tan es así que llegó a tener un hijo con Cortés –Martín Cortés–, aunque el conquistador la hizo casar luego con el hidalgo Juan Jaramillo.
6 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, op. cit.
7 Ver de Diego Durán en su Historia de las Indias de Nueva España el relato de todas estas profecías y señales que años más tarde se cumplieron inexorablemente: americaindígena-durán
8 Teules, del náuatl teutl que significa “dios”.
9 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ibíd.
10 Ibíd. Es significativo que Cortés elija a uno de sus soldados más desfigurados para que los indígenas lo equiparen a una deidad, pues es bien sabido que muchas de las representaciones simbólicas de las divinidades aztecas tenían aspectos que lindaban lo monstruoso.
11 Ibíd.
12 Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España: americaindígena-durán, op. cit.
13 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ibíd.
14 En este sentido consultar el artículo de Roberto Castro publicado en el nº 59 de la revista SYMBOLOS: symbolos-59
15 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ibíd.
16 Ibíd.
17 Ver en este mismo número de la revista el artículo de Carlos Alcolea donde se recogen los mitos fundacionales de Tenochtitlan. También en la sección “Documentos” de América Indígena el capítulo de Durán en el que habla del origen sagrado de dicha ciudad: americaindígena-durán
18 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ibíd.
19 Ibíd.
20 Ibíd.
21 Ibíd.
22 Ver Crónicas de Indias. Antología. Edición de Mercedes de la Serna. Cátedra, Madrid, 2007.
23 Ibíd.
24 Ibíd.
25 Ibíd.
26 Ibíd.
27 Ibíd.
28 Ibíd.
29 Federico González,  Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo, ibíd.
30 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, ibíd.
31 Ibíd.
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