Revista internacional de Arte - Cultura - Gnosis |
SENDEROS DEL NUEVO MUNDO, MONTSE GALLEGO |
P. Joseph de Acosta. |
Su ciclo vital se enmarca entre los años 1540 y 1600. Jesuita, antropólogo y naturalista español, cursó estudios teológicos y filosóficos. Precursor de estudios geográficos que tuvieron vigencia y gozaron de autoridad durante siglos; sus escritos denotan un gran conocimiento de diversas ramas del saber que influyeron profundamente en el pensamiento de su época e incidieron de manera decisiva en el desarrollo científico de los siglos posteriores. Considerado uno de los cronistas más eruditos de la época.
Mantuvo una curiosidad insaciable hacia las cosas del Nuevo Mundo. Rector del colegio Jesuita, tuvo una prolífica producción literaria de sermones, tratados y obras inéditas en latín sobre el mensaje cristiano y cuestiones misionales. Fue un escritor fecundísimo e incansable hasta su muerte. Gran conocedor de los clásicos, dio mucha importancia a la educación de indios y españoles por igual, como fuente de salvación de sus almas. Fue un autor referente entre los cronistas de Indias de épocas posteriores y gozó de la protección real hasta el final de sus días, manteniendo largos encuentros y conversaciones con el rey Felipe II. En 1571 Acosta embarca hacia las Indias llamado por el Virrey del Perú Francisco de Toledo con el beneplácito de Felipe II e impulsado por un deseo abrumador de conocer de primera mano esa imagen de la Tierra Prometida. Desde allí realiza diversos viajes por las ciudades indígenas de Cuzco, Chuquiasca, y Chaquiaboel, en las cuales efectúa un trabajo de observación detenida sobre las costumbres y la realidad física y cultural en todo su esplendor de los incas y de su exuberante naturaleza, con el fin de aproximarse a la comprensión de ese Nuevo Mundo que aparece como un lugar genuino, con buenas gentes de alma pura y con posibilidades de crear una organización social que encajara con sus ideales misionales. Acosta pretende discernir los asuntos de Indias con el propósito de limar discrepancias de opiniones y destruir algunos de los muchos prejuicios difundidos por Europa en aquel tiempo, examinando por él mismo cuál era la situación real de los habitantes en esas tierras. Cumple una función mediadora entre las dos realidades del Viejo mundo conocido y el Nuevo Mundo, buscando, en esencia, comprender desde la teología y la religión la condición humana en un sentido universal, pero en íntima conexión con sus particularidades históricas.
Acosta mostró un gran respeto y una actitud cautelosa por las creencias religiosas y las necesidades espirituales de los aborígenes americanos, pero a diferencia de otros cronistas, él procuró sistematizar un tratado que permitiese explicar por qué se presentaban diferencias culturales entre ambas realidades. Su título completo Historia natural y moral de las Indias. En que se tratan las cosas notables del cielo y elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos, ceremonias, leyes y gobierno y guerras de los indios, ya nos da habida cuenta de su exhaustivo contenido. La obra se divide en dos partes diferenciadas: la llamada Historia Natural ocupa los 4 primeros libros, de los cuales las dos partes iniciales fueron previamente publicadas en latín, junto con el tratado misional De natura Novi Orbis libri duo y tratan, en realidad, de los aspectos geográficos del Nuevo Mundo. La Historia Moral ocupa los tres libros siguientes –quinto a séptimo– y versa sobre cuestiones étnicas y humanas. En éstos ofrece el testimonio de sus observaciones de primera mano, y casi siempre respaldado por textos de autores grecolatinos; compara los pueblos clásicos del Mediterráneo, o sea los griegos, romanos e incluso los de la China y Japón con los habitantes de la nueva tierra. Analiza y reflexiona, basándose siempre en fuentes tradicionales –Plinio, Aristóteles, Platón, San Agustín, Santo Tomás– y las Sagradas Escrituras, ya sea para afirmar o negar lo relatado. A pesar de que su obra tuvo una gran repercusión, también fue duramente criticada, lo que le valió cierto ostracismo en vida y el olvido secular en que cayeron sus escritos tras su muerte, durante varios siglos. El manuscrito original sufrió importantes recortes en manos de múltiples correctores, censores e inquisidores –en Roma, en España, por mano de los mismos jesuitas, de la Inquisición española, de los censores reales, etc.–. Con posterioridad, ha sido ampliamente conocida en Europa de cuantas se escribieron en el siglo XVI sobre el Nuevo Mundo, y traducida a varios idiomas. En el prefacio el autor ya explica, de manera nítida, sus motivaciones a la hora de escribir este libro, en el cual no sólo quiere informar de las novedades, hechos y sucesos acaecidos, sino que también pretende discutir y explicar accidentes geográficos, fenómenos físicos, hechos históricos y culturales. Su obra es eminentemente descriptiva, fruto de la experiencia directa y los testimonios que fue recopilando a lo largo de sus viajes y su trayectoria. Su aspiración “filosófica”, según sus propias palabras, es dar un testimonio renovado y hallar cuales eran las causas de las cosas y el origen de las poblaciones humanas radicadas en América, en el momento de su descubrimiento, buscando un carácter filosófico como distintivo propio. Pretendió dar una explicación del Nuevo Mundo y enmendar algunos de los postulados en los que piensa que habían errado los clásicos y los padres de la Iglesia, y apoyándose principalmente en la filosofía aristotélica a la que considera eje de la filosofía natural.
|
Primera página de Historia Natural y Moral de las Indias. Joseph de Acosta. |
Según su concepción evolucionista del mundo, el punto de vista en que se ubica el padre Acosta pone en entredicho las ideas que plantea Platón en cuanto a la existencia de la Atlántida y aclara:
También expone su concepción acerca del origen de los aborígenes americanos y la posibilidad de que llegaran por mar, y expresa una idea acerca de cómo eran los primeros pobladores del Nuevo Mundo:
A partir del Libro III describe los sonidos de la naturaleza. Explica la realidad natural americana a partir de tres elementos: aire, agua y tierra. El primero de los elementos que produce los sonidos más básicos de la naturaleza es el aire. En relación a los vientos sostiene que:
El segundo de los elementos es el agua. Hace referencia a los océanos con “olas del norte furiosas”, “las mares hechas todas espumas de bravas”, los continuos temporales, la furia del viento, el sonido de enormes olas, la posibilidad de encontrar algún refugio en la costa más calma, los flujos y reflujos del Océano que producen como el hervor de una olla que “juntamente sube y se extiende en todas partes y cuando se aplaca juntamente se disminuye”. Y otras aguas son las fuentes y manantiales y los ríos que corren por las montañas con cauces, saltos y remolinos.6 El tercer elemento es la tierra. La define según sus cualidades en tres tipos:
Y cómo la deidad se manifiesta en las especies vegetales –“son como animales fijos que la naturaleza alimenta”–, a través de animales –“quienes tienen necesidades de alimentos más completos y por eso la naturaleza ha hecho que se muevan”– y de metales, –“son como plantas en las entrañas de la tierra”–,8 quedando así plasmada en la descripción que hace Acosta en el libro IV la concepción sagrada que tenían esas sociedades tradicionales, en las que todos los símbolos de la naturaleza eran la expresión directa de una creación viva de la que el hombre formaba parte, en una perpetua interrelación con el cosmos.
Y a propósito de la sacralidad y riqueza de la naturaleza de estas tierras aporta este testimonio:
Y añade:
Toda esta descripción de la naturaleza exuberante, de los animales, plantas, minerales, mareas, vientos, lluvias, etc., nos habla de las potencias de la energía cósmica, estando todos estos símbolos muy arraigados en la cosmovisión de los pueblos arcaicos. Es probable que todas estas imágenes, fruto del viaje vivencial de estos nuevos descubridores, pudieran producir atracción y a la vez rechazo, y quizás resultar extrañas o sorpresivas, en todo caso eran paradójicas y a veces juzgadas desde los prejuicios e innumerables tabúes hacia lo desconocido, o por no encontrar una explicación dentro de los esquemas de una mentalidad occidental cristiana de la época que indiscutiblemente les condicionaba, aun sabiendo que los conocimientos y concepciones del Viejo Mundo eran análogos a las formas reveladas a hombres y mujeres de estos pueblos americanos. En definitiva, estas diversas manifestaciones de la naturaleza y de la vida de los seres humanos se ritman y reiteran perpetuamente, son imágenes vivas de lo sobrenatural, y no son comprensibles en toda su amplitud y profundidad si no se tiene el conocimiento del símbolo. En las culturas arcaicas todo estaba indisolublemente unido y cuando se nombraban las diversas deidades intermediarias se estaban refiriendo a aspectos de un único Ser Supremo y Hacedor, cuya esencia supracósmica innombrable se expresaba mediante sus atributos divinos. Por ello, todos esos pueblos arcaicos e incluso las grandes civilizaciones americanas reverenciaban lo sagrado que les envolvía, revelándose en múltiples formas, ya sea a través de accidentes geográficos o fenómenos meteorológicos y también a través de los animales, las plantas, etc. etc. En su Historia Moral, Acosta plantea un orden jerarquizado entre las diferentes sociedades del orbe, con una distinción categórica y excluyente: “Bárbaros superiores”, como los chinos y japoneses que tienen república estable, leyes y uso y conocimiento de las letras; “La gente es más humana y política” –decía de ellos. “Bárbaros medios”, como los mexicanos y peruanos que, aunque no alcanzaron el uso de la escritura, tienen su república y poblaciones estables y disponen de ejército y policía y alguna forma de culto religioso. “Bárbaros inferiores”, como los caribes y otros grupos selváticos e isleños de las Indias Orientales y Occidentales que carecen de las instituciones anteriores. El texto más explícito en este sentido es el siguiente:
En su prólogo de la Historia Moral –libro V–, Acosta introduce lo que es su propósito para con estos pueblos, su salvación mediante el proceso de evangelización. Reconoce la dificultad de llevarla a cabo debido a la “rudeza” de la mente indígena y sus “depravadas” costumbres, pero insiste en la importancia y necesidad de promoverlo de manera legítima y pacífica. Gracias a esta intención, pasa a describir muchas de sus costumbres y ritos –que él llama religiosos– con el fin de hacer ver la necesidad de sacarlos de sus “idolatrías” y enderezarlos por la vía de la evangelización.
Sobre la importancia que concedió al asunto de las escrituras no fonéticas –tanto de la mexicana como de la peruana–, da fe la carta que le escribió a su informante, el padre Juan de Tovar, pidiéndole que le certificase cómo era posible que los mexicanos actuales conservasen en la memoria oraciones solemnes que acostumbraban a recitar en sus rituales y discursos, no teniendo posibilidad en su escritura de transcribirlos literalmente –puesto que su escritura no contenía “letras” sino signos llamados glifos–. De nuevo aquí observamos algunos de los prejuicios e incomprensiones de Acosta en relación al tema del lenguaje y la escritura, que no siempre es fonética, lo cual no es signo de un menor desarrollo y posibilidades de conceptualizar, sino más bien todo lo contrario:
Y siguiendo con el tema de cómo estos pueblos consignaban todos los elementos de su cultura y los ordenaban, el padre Acosta refiere, por ejemplo, que los peruanos suplieron la falta de la escritura con tanto ingenio y habilidad que conservan la memoria de sus historias, leyes, el cómputo de los tiempos y las cuentas y los números con unos signos a los que llaman quipos; aunque ello no quita que siga considerando estos sistemas insuficientes:
Acosta se mueve siempre entre dos aguas, por un lado, resalta la insuficiencia de las formas de vida de los pueblos americanos, pero por otro aboga por la defensa de la cultura indígena a la que pondera en muchas ocasiones, en contraposición con los prejuicios dominantes en la Europa de su tiempo, si bien su afán proselitista es instruir al otro para que “se acostumbre a la obediencia y pueda entrar a la salvación aún contra su voluntad”. Para él la verdadera conversión indígena se da por la Gracia y con la ayuda de la propagación del Evangelio y la predicación. Suscribe que el fin de todo hombre y de la humanidad en su conjunto es la salvación, incluyendo la de los indios de América, por lo que una y otra vez se constata que su punto de vista es religioso, moral y marcado por la dualidad.
Acosta se atiene a la idea del providencialismo de la historia, siendo el hombre sólo un instrumento en las manos de Dios. Por lo que el relato cristiano estimulaba la sumisión al orden divino y autorizaba la represión de ciertos actos en nombre del temor a Dios.
Su pensamiento muestra una actitud por momentos comprensiva y cautelosa, aunque constantemente se aprecia que no puede trascender su enfoque religioso. En ocasiones el estudio de la cultura indígena le arroja luz en algún aspecto, le suscita curiosidad científica y acude a textos clásicos para corroborar su interpretación de los hechos. Valga como muestra su conciencia de que las sociedades americanas no eran inferiores a las antiguas del mundo clásico, ni en religión ni en civilización, sino que mostraban grandes afinidades con ellas, aunque para él siempre el cristianismo está por encima de todas esas antiguas culturas:
Según Acosta, los ritos de los indígenas de las tierras de Perú y de México eran prácticas religiosas idolátricas, pues este autor no concebía el punto de vista iniciático fundamentado en el conocimiento de la cosmogonía como soporte de la realización espiritual, cuyo alcance va mucho más allá de la salvación. Y aunque a veces se mostró contrario respecto a la represión de la Inquisición con los nativos, hace reiteradas referencias a sus prácticas como demoníacas, admitiendo varios sentidos de la figura del demonio. Cuando menciona la palabra religión referida a los indios, añade de manera sistemática “o por mejor decir idolatría o superstición”. Se refiere a que la causa de ésta:
Y piensa que la diferencia entre el Viejo y el Nuevo Mundo en relación a este tema es que:
Identificó dos tipos de idolatría en las Américas; el primero “se parte en dos, porque o la cosa que se adora es general como sol, luna, fuego, tierra, elementos; o es particular como tal río, fuente o árbol, o monte (…) y este género de idolatría se usó en el Pirú en gran exceso y se llamaba propiamente guaca”. El segundo grupo que identificó y generalizó “pertenece a invenciones o ficción humana (…) como es adorar ídolos o estatuas de palo o de piedra como de oro; como de Mercurio o Palas (…) otra diferencia es la que realmente fue y es algo, pero no sólo finge el idólatra que lo adora: como los muertos o esas cosas suyas que por vanidad y lisonja adoran los hombres”. De hecho, argumentó que los cultos de los indígenas eran idolátricos porque estaban inspirados y dirigidos por el diablo, que en todo imita a Dios pero de forma invertida, de ahí que en su obra De procuranda indorum salute –1588– afirmara:
El padre Acosta no sale de sus planteamientos dogmáticos, teñidos siempre por la supremacía del cristianismo, única religión que revela al Dios verdadero y que ha logrado vencer al demonio, el cual está siempre asociado a acciones envidiosas, sucias y mentirosas, siendo éste el gran enemigo de todos los hombres que tiene pretensiones de imitar a Dios. Si bien aclara que su figura no hace un daño irreparable si se confía en la providencia divina y si los hombres no se resisten a recibir la buena nueva evangélica. Bajo esta perspectiva –compartida por muchos hombres de Iglesia que llegaron a esa tierra–, Acosta no pudo comprender ese otro punto de vista universal y no dual en el que vivían inmersos muchos de los indígenas, y se sorprendía al ver hechos como éstos:
Y menos aún entendió el tema de los sacrificios humanos, que de nuevo atribuyó a la posesión demoníaca de los nativos:
Opinaba, además, que algunas prácticas que denominaba execramentos imitaban algunos sacramentos cristianos como la Eucaristía, o la confesión, así como fiestas que eran análogas a la de Corpus Christi o la Pascua de Resurrección, en lugar de preguntarse a qué obedecería esa gran similitud entre los ritos de tradiciones tan alejadas:
Es evidente que el autor, en su discurso proselitista y excluyente como es el de cualquier religión, se ubica en un punto de vista dogmático y racional, exponiendo una visión irreconciliablemente dual y con un trasfondo evangelizador, ya que presenta al demonio como un adversario externo al que se le atribuyen aspectos maléficos y tiránicos que llevan al hombre a la perdición de su alma. Esto es lo que ocurre si se ignora el aspecto esotérico de esta figura, en el cual, dicha entidad no es asimilada al mal, sino que simboliza las energías ctónicas o los estados inferiores del Ser que cada quien porta en sí mismo. Una energía pesada y densa vinculada al olvido, la ilusión, la rigidez, la ignorancia y la estupidez que de ser reconocida y puesta a favor del proceso alquímico del alma, puede devenir un soporte para la realización espiritual. Vistas así las cosas, el demonio, desde su reino subterráneo, promueve la transmutación de lo denso en lo sutil y la identificación de la piedra oculta en el interior de la tierra, iniciándose entonces un viaje ascendente en el que constantemente se concilian los opuestos. Llegados a este punto, tenemos la certeza que Acosta –como muchos otros cronistas, aventureros, misioneros, conquistadores, soldados, sacerdotes y evangelizadores de la época– estuvo condicionado por su tiempo, su lugar de nacimiento, educación, y por una cantidad de temores, incertidumbres, rechazos a lo desconocido, prejuicios, tabúes, etc. pero, aun así, se le debe reconocer su gran contribución y la enorme riqueza de información obtenida de sus viajes, que nos han ayudado a tener una mejor comprensión de ese Nuevo Mundo, aunque su punto de vista no es el que nosotros compartimos. Si queremos comprender a estos pueblos arcaicos o a las grandes civilizaciones con las que se encontraron los conquistadores y todos los que llegaron a esas nuevas tierras, debemos desenmascarar los errores, la estupidez, las equivocaciones del medio que nos rodea y reconocer el punto de vista sagrado que implica vivenciar un conocimiento real de sus culturas, de sus símbolos y ritos, y descubrir que su cosmovisión responde a un modelo arquetípico, atemporal y universal que se manifiesta de manera unánime y se repite invariablemente en distintos espacios geográficos y tiempos. En palabras de Federico González:
|
NOTAS | |
1 | Joseph Acosta, Historia Natural y Moral de Indias, libro I, cap. V. Biblioteca Virtual de Cervantes Saavedra, http/www.cervantesvirtual.com/, edición digital. Madrid, Atlas, 1954. |
2 | Ibíd, proemio al lector. |
3 | Ibíd, libro I, cap. XXII. |
4 | Ibíd, libro I, cap. XXIV. |
5 | Ibíd, libro II, cap. I-III. |
6 | Ibíd, libro III, cap. X, XI-XIV, XVII. |
7 | Ibíd, libro III, cap. XXIV. |
8 | Ibíd, libro IV, cap. I. |
9 | Ibíd, libro III, cap. XXII. |
10 | Ibíd, libro IV, cap. XXX. |
11 | Ibíd, libro VI, cap. XIX. |
12 | Ibíd, libro VI, cap. VII. |
13 | Ibíd, libro V, cap. III. |
14 | Ibíd, libro VI, cap. I. |
15 | Ibíd, prólogo a los libros siguientes, y libro VI, cap. I. |
16 | Ibíd, libro V, cap. XI. |
17 | Ibíd, libro V, cap. XIV. |
18 | Ibíd, libro V, cap. XIX. |
19 | Ibíd, libro V, cap. XXIII. |
20 | Federico González, El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. |
BIBLIOGRAFÍA
Federico González, El simbolismo precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. Joseph Acosta, Historia Natural y Moral de Indias, en: Biblioteca Virtual de Cervantes Saavedra, http/www.cervantesvirtual.com/, edición digital. Madrid, Atlas, 1954. ir-al-sitio-web Crónicas de Indias. Antología. Edición a cargo de Mercedes Serna. Ed. Cátedra, Madrid, 2000. Sebastián Sánchez, Demonología en Indias. Idolatría y mimesis diabólica en la obra de José de Acosta. Revista Complutense de Historia de América, vol. 28, 2002, pág. 9-34. Fermín del Pino-Díaz, Demonio, providencia y libre arbitrio en la historia indiana del padre Acosta, CSIC DOI: ir-al-sitio-web Fermín del Pino-Díaz, Contribución del Padre Acosta a la constitución de la etnología: su evolucionismo. Revista de Indias 38, 507-546, 1978. |
|