SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

SENDEROS DEL NUEVO MUNDO,
JOSEPH DE ACOSTA

MONTSE GALLEGO



P. Joseph de Acosta.
Su ciclo vital se enmarca entre los años 1540 y 1600. Jesuita, antropólogo y naturalista español, cursó estudios teológicos y filosóficos. Precursor de estudios geográficos que tuvieron vigencia y gozaron de autoridad durante siglos; sus escritos denotan un gran conocimiento de diversas ramas del saber que influyeron profundamente en el pensamiento de su época e incidieron de manera decisiva en el desarrollo científico de los siglos posteriores. Considerado uno de los cronistas más eruditos de la época.

Mantuvo una curiosidad insaciable hacia las cosas del Nuevo Mundo. Rector del colegio Jesuita, tuvo una prolífica producción literaria de sermones, tratados y obras inéditas en latín sobre el mensaje cristiano y cuestiones misionales. Fue un escritor fecundísimo e incansable hasta su muerte. Gran conocedor de los clásicos, dio mucha importancia a la educación de indios y españoles por igual, como fuente de salvación de sus almas. Fue un autor referente entre los cronistas de Indias de épocas posteriores y gozó de la protección real hasta el final de sus días, manteniendo largos encuentros y conversaciones con el rey Felipe II.

En 1571 Acosta embarca hacia las Indias llamado por el Virrey del Perú Francisco de Toledo con el beneplácito de Felipe II e impulsado por un deseo abrumador de conocer de primera mano esa imagen de la Tierra Prometida. Desde allí realiza diversos viajes por las ciudades indígenas de Cuzco, Chuquiasca, y Chaquiaboel, en las cuales efectúa un trabajo de observación detenida sobre las costumbres y la realidad física y cultural en todo su esplendor de los incas y de su exuberante naturaleza, con el fin de aproximarse a la comprensión de ese Nuevo Mundo que aparece como un lugar genuino, con buenas gentes de alma pura y con posibilidades de crear una organización social que encajara con sus ideales misionales.

Acosta pretende discernir los asuntos de Indias con el propósito de limar discrepancias de opiniones y destruir algunos de los muchos prejuicios difundidos por Europa en aquel tiempo, examinando por él mismo cuál era la situación real de los habitantes en esas tierras. Cumple una función mediadora entre las dos realidades del Viejo mundo conocido y el Nuevo Mundo, buscando, en esencia, comprender desde la teología y la religión la condición humana en un sentido universal, pero en íntima conexión con sus particularidades históricas.

porque, después del cielo y temple y sitio y calidades del Nuevo Orbe, y de los elementos y mixtos –quiero decir de sus metales y plantas y animales, de que en los cuatro libros precedentes se ha dicho lo que se ha ofrecido–, la razón dicta seguirse el tratar de los hombres que habitan el Nuevo Orbe.1

Acosta mostró un gran respeto y una actitud cautelosa por las creencias religiosas y las necesidades espirituales de los aborígenes americanos, pero a diferencia de otros cronistas, él procuró sistematizar un tratado que permitiese explicar por qué se presentaban diferencias culturales entre ambas realidades. Su título completo Historia natural y moral de las Indias. En que se tratan las cosas notables del cielo y elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos, ceremonias, leyes y gobierno y guerras de los indios, ya nos da habida cuenta de su exhaustivo contenido. La obra se divide en dos partes diferenciadas: la llamada Historia Natural ocupa los 4 primeros libros, de los cuales las dos partes iniciales fueron previamente publicadas en latín, junto con el tratado misional De natura Novi Orbis libri duo y tratan, en realidad, de los aspectos geográficos del Nuevo Mundo. La Historia Moral ocupa los tres libros siguientes –quinto a séptimo– y versa sobre cuestiones étnicas y humanas. En éstos ofrece el testimonio de sus observaciones de primera mano, y casi siempre respaldado por textos de autores grecolatinos; compara los pueblos clásicos del Mediterráneo, o sea los griegos, romanos e incluso los de la China y Japón con los habitantes de la nueva tierra. Analiza y reflexiona, basándose siempre en fuentes tradicionales –Plinio, Aristóteles, Platón, San Agustín, Santo Tomás– y las Sagradas Escrituras, ya sea para afirmar o negar lo relatado.

A pesar de que su obra tuvo una gran repercusión, también fue duramente criticada, lo que le valió cierto ostracismo en vida y el olvido secular en que cayeron sus escritos tras su muerte, durante varios siglos. El manuscrito original sufrió importantes recortes en manos de múltiples correctores, censores e inquisidores –en Roma, en España, por mano de los mismos jesuitas, de la Inquisición española, de los censores reales, etc.–. Con posterioridad, ha sido ampliamente conocida en Europa de cuantas se escribieron en el siglo XVI sobre el Nuevo Mundo, y traducida a varios idiomas.

En el prefacio el autor ya explica, de manera nítida, sus motivaciones a la hora de escribir este libro, en el cual no sólo quiere informar de las novedades, hechos y sucesos acaecidos, sino que también pretende discutir y explicar accidentes geográficos, fenómenos físicos, hechos históricos y culturales. Su obra es eminentemente descriptiva, fruto de la experiencia directa y los testimonios que fue recopilando a lo largo de sus viajes y su trayectoria. Su aspiración “filosófica”, según sus propias palabras, es dar un testimonio renovado y hallar cuales eran las causas de las cosas y el origen de las poblaciones humanas radicadas en América, en el momento de su descubrimiento, buscando un carácter filosófico como distintivo propio. Pretendió dar una explicación del Nuevo Mundo y enmendar algunos de los postulados en los que piensa que habían errado los clásicos y los padres de la Iglesia, y apoyándose principalmente en la filosofía aristotélica a la que considera eje de la filosofía natural.

Del nuevo mundo e Indias Occidentales han escrito muchos autores diversos libros y relaciones, en que dan noticia de las cosas nuevas y extrañas, que en aquellas partes se han descubierto, y de los hechos y sucesos de los españoles que las han conquistado y poblado. Mas hasta ahora no he visto autor que trate de declarar las causas y razón de tales novedades y extrañezas de naturaleza, ni que haga discurso o inquisición en esta parte; ni tampoco he topado libro cuyo argumento sea los hechos e historia de los mismos indios antiguos y naturales habitadores del nuevo orbe.2


Primera página de Historia Natural y Moral de las Indias.
Joseph de Acosta.
Según su concepción evolucionista del mundo, el punto de vista en que se ubica el padre Acosta pone en entredicho las ideas que plantea Platón en cuanto a la existencia de la Atlántida y aclara:

Yo, por decir verdad, no tengo tanta reverencia a Platón, por más que le llamen divino, ni aún se me hace muy difícil de creer, que pudo contar todo aquel cuento de la Isla Atlántida por verdadera historia, y pudo ser con todo eso muy fina fábula, mayormente que se refiere él haber aprendido aquella relación de Critias que cuando muchacho, entre otros cantares y romances, cantaba aquel de la Atlántida. Sea como quieren, haya escrito Platón por historia o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano es que todo cuanto trata de aquella Isla, comenzando en el diálogo Critias, no se puede contar en veras, si no es a muchachos y viejas.3

También expone su concepción acerca del origen de los aborígenes americanos y la posibilidad de que llegaran por mar, y expresa una idea acerca de cómo eran los primeros pobladores del Nuevo Mundo:

El linaje de los hombres se vino pasando poco a poco, hasta llegar al nuevo orbe, ayudando a esto la continuidad o vecindad de las tierras, y a tiempos a alguna navegación y que éste fue el orden de venir, y no hacer armada de propósito, ni suceder algún grande naufragio: aunque también pudo haber en parte algo de esto; porque siendo aquestas regiones larguísimas y habiendo en ellas innumerables naciones, bien podemos creer que unos de una suerte y otros de otra se vinieron en fin a poblar. Mas al fin, en lo que me resumo es, que el continuarse la tierra de Indias con esotras del mundo, a lo menos estar muy cercanas, ha sido la más principal y más verdadera razón de poblarse las Indias; y tengo para mí, que el nuevo orbe e Indias occidentales, no ha muchos millares de años que las habitan hombres, y que los primeros que entraron en ellas, más eran hombres salvajes y cazadores que no gente de República y pulida.4

A partir del Libro III describe los sonidos de la naturaleza. Explica la realidad natural americana a partir de tres elementos: aire, agua y tierra.

El primero de los elementos que produce los sonidos más básicos de la naturaleza es el aire. En relación a los vientos sostiene que:

éstos tienen fuerzas y propiedades maravillosas y que pueden ser: lluviosos/secos, enfermos/sanos, calientes/fríos, serenos/tormentosos, estériles/fructuosos. Los vientos corren y tanto pueden generar animales como destruirlos.5

El segundo de los elementos es el agua. Hace referencia a los océanos con “olas del norte furiosas”, “las mares hechas todas espumas de bravas”, los continuos temporales, la furia del viento, el sonido de enormes olas, la posibilidad de encontrar algún refugio en la costa más calma, los flujos y reflujos del Océano que producen como el hervor de una olla que “juntamente sube y se extiende en todas partes y cuando se aplaca juntamente se disminuye”. Y otras aguas son las fuentes y manantiales y los ríos que corren por las montañas con cauces, saltos y remolinos.6

El tercer elemento es la tierra. La define según sus cualidades en tres tipos:

baja, la costa húmeda y cálida en algunos casos, desértica en otros; alta, fría y seca; y la media. La tierra se muestra apacible salvo por los volcanes que son muy altos, echan humo y algunas veces fuego.7

Y cómo la deidad se manifiesta en las especies vegetales –“son como animales fijos que la naturaleza alimenta”–, a través de animales –“quienes tienen necesidades de alimentos más completos y por eso la naturaleza ha hecho que se muevan”– y de metales, –“son como plantas en las entrañas de la tierra”–,8 quedando así plasmada en la descripción que hace Acosta en el libro IV la concepción sagrada que tenían esas sociedades tradicionales, en las que todos los símbolos de la naturaleza eran la expresión directa de una creación viva de la que el hombre formaba parte, en una perpetua interrelación con el cosmos.

Todas estas islas y las que están por aquel paraje –que son innumerables– tienen hermosísima y fresquísima vista, porque todo el año están vestidas de hierba y llenas de arboledas: que no saben qué es otoño ni invierno por la continua humedad con el calor de la Tórrida. Con ser infinita tierra tiene poca habitación, porque de suyo cría grandes y espesos arcabucos –que así llaman allá los bosques espesos–, y en los llanos hay muchas ciénagas y pantanos. Otra razón principal de su poca habitación es haber permanecido pocos de los indios naturales, por la inconsideración y desorden de los primeros conquistadores y pobladores.9

Y a propósito de la sacralidad y riqueza de la naturaleza de estas tierras aporta este testimonio:

Como desde el principio del mundo la tierra produjo plantas y árboles por mandado del omnipotente Señor, en ninguna región deja de producir algún fruto; en unas más que en otras. Y, fuera de los árboles y plantas que por industria de los hombres se han puesto y llevado de unas tierras a otras, hay gran número de árboles que sola la naturaleza los ha producido.

De éstos me doy a entender que en el Nuevo Orbe –que llamamos Indias– es mucho mayor la copia, así en número como en diferencias, que no en el orbe antiguo y tierras de Europa, Asia y África. La razón es ser las Indias de temple cálido y húmedo, como está mostrado en el libro segundo contra la opinión de los antiguos: y así la tierra produce con extremo vicio infinidad destas plantas silvestres y naturales, de donde viene a ser inhabitable y aún impenetrable la mayor parte de Indias, por bosques y montañas y arcabucos cerradísimos que perpetuamente se han abierto.

Y añade:

Y un hermano nuestro –hombre fidedigno– nos contaba que, habiéndose perdido en unos montes sin saber adónde ni por dónde había de ir, vino a hallarse entre matorrales tan cerrados que le fue forzoso andar por ellos, sin poner pie en tierra por espacio de quince días enteros. En los cuales también, por ver el sol y tomar algún tino –por ser tan cerrado de infinita arboleda– a aquel monte, subía algunas veces trepando hasta la cumbre de árboles altísimos, y desde allí descubría camino. Quien leyere la relación de las veces que este hombre se perdió, y los caminos que anduvo y sucesos extraños que tuvo –la cual yo, por parecerme cosa digna de saber, escribí sucintamente–, y quien hubiere andado algo por montañas de Indias, aunque no sean sino las dieciocho leguas que hay de Nombre de Dios a Panamá, entenderá bien de qué manera es esta inmensidad de arboleda que hay en Indias.10

Toda esta descripción de la naturaleza exuberante, de los animales, plantas, minerales, mareas, vientos, lluvias, etc., nos habla de las potencias de la energía cósmica, estando todos estos símbolos muy arraigados en la cosmovisión de los pueblos arcaicos. Es probable que todas estas imágenes, fruto del viaje vivencial de estos nuevos descubridores, pudieran producir atracción y a la vez rechazo, y quizás resultar extrañas o sorpresivas, en todo caso eran paradójicas y a veces juzgadas desde los prejuicios e innumerables tabúes hacia lo desconocido, o por no encontrar una explicación dentro de los esquemas de una mentalidad occidental cristiana de la época que indiscutiblemente les condicionaba, aun sabiendo que los conocimientos y concepciones del Viejo Mundo eran análogos a las formas reveladas a hombres y mujeres de estos pueblos americanos.

En definitiva, estas diversas manifestaciones de la naturaleza y de la vida de los seres humanos se ritman y reiteran perpetuamente, son imágenes vivas de lo sobrenatural, y no son comprensibles en toda su amplitud y profundidad si no se tiene el conocimiento del símbolo. En las culturas arcaicas todo estaba indisolublemente unido y cuando se nombraban las diversas deidades intermediarias se estaban refiriendo a aspectos de un único Ser Supremo y Hacedor, cuya esencia supracósmica innombrable se expresaba mediante sus atributos divinos. Por ello, todos esos pueblos arcaicos e incluso las grandes civilizaciones americanas reverenciaban lo sagrado que les envolvía, revelándose en múltiples formas, ya sea a través de accidentes geográficos o fenómenos meteorológicos y también a través de los animales, las plantas, etc. etc.

En su Historia Moral, Acosta plantea un orden jerarquizado entre las diferentes sociedades del orbe, con una distinción categórica y excluyente: “Bárbaros superiores”, como los chinos y japoneses que tienen república estable, leyes y uso y conocimiento de las letras; “La gente es más humana y política” –decía de ellos. “Bárbaros medios”, como los mexicanos y peruanos que, aunque no alcanzaron el uso de la escritura, tienen su república y poblaciones estables y disponen de ejército y policía y alguna forma de culto religioso. “Bárbaros inferiores”, como los caribes y otros grupos selváticos e isleños de las Indias Orientales y Occidentales que carecen de las instituciones anteriores. El texto más explícito en este sentido es el siguiente:

Es de saber que se han hallado tres géneros de gobierno y vida en los indios. El primero y principal, y mejor, ha sido de reino o monarquía, como fue el de los Ingas, y el de Motezuma, aunque éstos eran en mucha parte, tiránicos. El segundo es de behetrías o comunidades, donde se gobiernan por consejo de muchos, y son como consejos. Éstos, en tiempo de guerra, eligen un capitán, a quien toda una nación o provincia obedece. En tiempo de paz, cada pueblo o congregación se rige por sí, y tiene algunos principalejos a quienes respeta el vulgo; y cuando mucho, júntanse algunos de éstos en negocios que les parecen de importancia, a ver lo que les conviene. El tercer género de gobierno es totalmente bárbaro, y son indios sin ley, ni rey, ni asiento, sino que andan a manadas como fieras y salvajes.11

En su prólogo de la Historia Moral –libro V–, Acosta introduce lo que es su propósito para con estos pueblos, su salvación mediante el proceso de evangelización. Reconoce la dificultad de llevarla a cabo debido a la “rudeza” de la mente indígena y sus “depravadas” costumbres, pero insiste en la importancia y necesidad de promoverlo de manera legítima y pacífica. Gracias a esta intención, pasa a describir muchas de sus costumbres y ritos –que él llama religiosos– con el fin de hacer ver la necesidad de sacarlos de sus “idolatrías” y enderezarlos por la vía de la evangelización.

Ayudar aquellas gentes para su salvación y glorificar al Creador y Redentor, que los sacó de las tinieblas escurísimas de su infidelidad y les comunicó la admirable lumbre de su evangelio, por tanto, primero se dirá lo que toca a su religión –o superstición– y ritos, e idolatría y sacrificios en este libro siguiente; y después, de lo que toca a su policía y gobierno y leyes y costumbres y hechos. (…) Sólo me contentaré con poner esta historia o relación a las puertas del Evangelio, pues toda ella va encaminada a servir de noticia en lo natural y moral de Indias para que lo espiritual y cristiano se plante y acreciente.

Sobre la importancia que concedió al asunto de las escrituras no fonéticas –tanto de la mexicana como de la peruana–, da fe la carta que le escribió a su informante, el padre Juan de Tovar, pidiéndole que le certificase cómo era posible que los mexicanos actuales conservasen en la memoria oraciones solemnes que acostumbraban a recitar en sus rituales y discursos, no teniendo posibilidad en su escritura de transcribirlos literalmente –puesto que su escritura no contenía “letras” sino signos llamados glifos–. De nuevo aquí observamos algunos de los prejuicios e incomprensiones de Acosta en relación al tema del lenguaje y la escritura, que no siempre es fonética, lo cual no es signo de un menor desarrollo y posibilidades de conceptualizar, sino más bien todo lo contrario:

(…) porque sus figuras y caracteres no eran tan suficientes como nuestra escritura y letras, por eso no podían concordar tan puntualmente en las palabras sino solamente en lo sustancial de los conceptos. Mas, porque también usan referir de coro arengas y parlamentos que hacían los oradores y retóricos antiguos, y muchos cantares que componían sus poetas –lo cual era imposible aprenderse por aquellos hieroglíficos y caracteres– es de saber que tenían los mexicanos grande curiosidad en que los muchachos tomasen de memoria los dichos parlamentos y composiciones, y para esto tenían escuelas y como colegios o seminarios adonde los ancianos enseñaban a los mozos éstas y muchas otras cosas, que por tradición se conservan tan enteras como si hubiera escritura de ellas: especialmente las oraciones famosas hacían –a los muchachos que se imponían para ser retóricos y usar oficio de oradores– que las tomasen palabra por palabra. Y muchas de éstas, cuando vinieron los españoles y les enseñaron a escribir y leer nuestra letra, los mismos indios las escribieron, como lo testifican hombres graves que las leyeron. Y esto se dice porque quien en la historia mexicana leyere semejantes razonamientos largos y elegantes, creerá fácilmente que son inventados de los españoles, y no realmente referidos de los indios; mas, entendida la verdad, no dejará de dar el crédito que es razón a sus historias. También escribieron a su modo por imágenes y caracteres los mismos razonamientos: y yo he visto –para satisfacerme en esta parte– las oraciones del Pater Noster y Ave María, y símbolo y la confesión general en el modo dicho de indios, y cierto se admirará cualquiera que lo viere.12

Y siguiendo con el tema de cómo estos pueblos consignaban todos los elementos de su cultura y los ordenaban, el padre Acosta refiere, por ejemplo, que los peruanos suplieron la falta de la escritura con tanto ingenio y habilidad que conservan la memoria de sus historias, leyes, el cómputo de los tiempos y las cuentas y los números con unos signos a los que llaman quipos; aunque ello no quita que siga considerando estos sistemas insuficientes:

Pero cosa es mejor de hacer que desechar lo que es falso del origen de los indios que determinar la verdad. Porque ni hay escritura entre los indios ni memoriales ciertos de sus primeros fundadores.

Acosta se mueve siempre entre dos aguas, por un lado, resalta la insuficiencia de las formas de vida de los pueblos americanos, pero por otro aboga por la defensa de la cultura indígena a la que pondera en muchas ocasiones, en contraposición con los prejuicios dominantes en la Europa de su tiempo, si bien su afán proselitista es instruir al otro para que “se acostumbre a la obediencia y pueda entrar a la salvación aún contra su voluntad”. Para él la verdadera conversión indígena se da por la Gracia y con la ayuda de la propagación del Evangelio y la predicación. Suscribe que el fin de todo hombre y de la humanidad en su conjunto es la salvación, incluyendo la de los indios de América, por lo que una y otra vez se constata que su punto de vista es religioso, moral y marcado por la dualidad.

Primeramente, aunque las tinieblas de la infidelidad tienen escurecido el entendimiento de aquellas naciones, pero en muchas cosas no deja la luz de la verdad y razón algún tanto de obrar en ellos; y así comúnmente sienten y confiesan un supremo señor y hacedor de todo, al cual los de Pirú llamaban Viracocha; y le ponían nombre de gran excelencia como Pachacamac o Pachayachachic –que es “creador del cielo y tierra”– y Usapu –que es “admirable”– y otros semejantes. A éste hacían adoración –y era el principal que veneraban– mirando al cielo.13

Acosta se atiene a la idea del providencialismo de la historia, siendo el hombre sólo un instrumento en las manos de Dios. Por lo que el relato cristiano estimulaba la sumisión al orden divino y autorizaba la represión de ciertos actos en nombre del temor a Dios.

Habiendo tratado lo que toca a la religión que usaban los indios, pretendo en este libro escrebir de sus costumbres y pulicia y gobierno, para dos fines. El uno, deshacer la falsa opinión que comúnmente se tiene de ellos, como de gente bruta, y bestial y sin entendimiento, o tan corto que apenas merece ese nombre. Del cual engaño se sigue hacerles muchos y muy notables agravios, sirviéndose de ellos poco menos que de animales y despreciando cualquier género de respeto que se les tenga. (…) Esta tan perjudicial opinión no ve medio con que pueda mejor deshacer, que con dar a entender el orden y modo de proceder que estos tenían cuando vivían en su ley; en la cual, aunque tenían muchas cosas de bárbaros y sin fundamento, pero había también otras muchas dignas de admiración. (…) Más como sin saber nada de esto entramos por la espada sin oílles ni entendelles, no nos parece que merecen reputación las cosas de los indios, sino como de caza habida en el monte y traída para nuestro servicio y antojo. Los hombres más curiosos y sabios que han penetrado y alcanzado sus secretos, su estilo y gobierno antiguo, muy de otra suerte lo juzgan, maravillándose que hubiese tanto orden y razón entre ellos.14

Su pensamiento muestra una actitud por momentos comprensiva y cautelosa, aunque constantemente se aprecia que no puede trascender su enfoque religioso. En ocasiones el estudio de la cultura indígena le arroja luz en algún aspecto, le suscita curiosidad científica y acude a textos clásicos para corroborar su interpretación de los hechos. Valga como muestra su conciencia de que las sociedades americanas no eran inferiores a las antiguas del mundo clásico, ni en religión ni en civilización, sino que mostraban grandes afinidades con ellas, aunque para él siempre el cristianismo está por encima de todas esas antiguas culturas:

Si alguno se maravillare de algunos ritos y costumbres de los indios, y los despreciare por insipientes y necios o los detestare por inhumanos y diabólicos, mire que en los griegos y romanos que mandaron el mundo se hallan o los mismos u otros semejantes, y a veces peores, como podrá entender fácilmente no sólo de nuestros autores Eusebio Cesariense, Clemente Alejandrino, Teodoreto Cirense y otros, sino también de los mismos suyos, como son Plinio, Dionisio Halicarnaseo y Plutarco (…). Y en las más sabias repúblicas, como fueron la romana y la ateniense, vemos ignorancias dignas de risa, que cierto si las repúblicas de los mexicanos y de los incas se refirieran en tiempos de romanos o griegos, fueran sus leyes y gobierno estimado.15

Según Acosta, los ritos de los indígenas de las tierras de Perú y de México eran prácticas religiosas idolátricas, pues este autor no concebía el punto de vista iniciático fundamentado en el conocimiento de la cosmogonía como soporte de la realización espiritual, cuyo alcance va mucho más allá de la salvación. Y aunque a veces se mostró contrario respecto a la represión de la Inquisición con los nativos, hace reiteradas referencias a sus prácticas como demoníacas, admitiendo varios sentidos de la figura del demonio. Cuando menciona la palabra religión referida a los indios, añade de manera sistemática “o por mejor decir idolatría o superstición”. Se refiere a que la causa de ésta:

es la soberbia del demonio tan grande y tan profunda que siempre apetece y procura ser tenido y honrado por Dios.

Y piensa que la diferencia entre el Viejo y el Nuevo Mundo en relación a este tema es que:

… la idolatría fue extirpada de la mejor y más noble parte del mundo, retiróse a lo más apartado; y reinó en estotra parte del mundo que, aunque en nobleza muy inferior, en grandeza y en anchura no lo es.

Identificó dos tipos de idolatría en las Américas; el primero “se parte en dos, porque o la cosa que se adora es general como sol, luna, fuego, tierra, elementos; o es particular como tal río, fuente o árbol, o monte (…) y este género de idolatría se usó en el Pirú en gran exceso y se llamaba propiamente guaca”. El segundo grupo que identificó y generalizó “pertenece a invenciones o ficción humana (…) como es adorar ídolos o estatuas de palo o de piedra como de oro; como de Mercurio o Palas (…) otra diferencia es la que realmente fue y es algo, pero no sólo finge el idólatra que lo adora: como los muertos o esas cosas suyas que por vanidad y lisonja adoran los hombres”.

De hecho, argumentó que los cultos de los indígenas eran idolátricos porque estaban inspirados y dirigidos por el diablo, que en todo imita a Dios pero de forma invertida, de ahí que en su obra De procuranda indorum salute –1588– afirmara:

Y así vemos que, como el sumo Dios tiene sacrificios y sacerdotes y sacramentos y religiosos y profetas y gente dedicada a su divino culto y ceremonias santas, así también el demonio tiene sus sacrificios y sacerdotes y su modo de sacramentos y gente dedicada a recogimiento y santimonia fingida y mil géneros de profetas falsos (...) apenas hay cosa instituida por Jesucristo, nuestro Dios y Señor, en su ley evangélica, que en alguna manera no le haya el demonio sofisticado y pasado a su gentilidad...16

El padre Acosta no sale de sus planteamientos dogmáticos, teñidos siempre por la supremacía del cristianismo, única religión que revela al Dios verdadero y que ha logrado vencer al demonio, el cual está siempre asociado a acciones envidiosas, sucias y mentirosas, siendo éste el gran enemigo de todos los hombres que tiene pretensiones de imitar a Dios. Si bien aclara que su figura no hace un daño irreparable si se confía en la providencia divina y si los hombres no se resisten a recibir la buena nueva evangélica. Bajo esta perspectiva –compartida por muchos hombres de Iglesia que llegaron a esa tierra–, Acosta no pudo comprender ese otro punto de vista universal y no dual en el que vivían inmersos muchos de los indígenas, y se sorprendía al ver hechos como éstos:

En todas las naciones del mundo se hallan hombres particularmente diputados al culto de Dios verdadero o falso, los cuales sirven para los sacrificios y para declarar al pueblo lo que sus dioses mandan. En Méjico hubo en esto extraña curiosidad; y remedando el demonio el uso de la Iglesia de Dios, puso también su orden de sacerdotes menores y mayores y supremos. Y lo que más me ha admirado, hasta en el nombre parece que el diablo quiso usurpar el culto de Cristo para sí, porque los supremos sacerdotes, y como si dijésemos sumos pontífices, llamaban en su antigua lengua Papas los mejicanos.17

Y menos aún entendió el tema de los sacrificios humanos, que de nuevo atribuyó a la posesión demoníaca de los nativos:

… Lo que más es de doler de la desventura de esta triste gente es el vasallaje que pagaban al demonio sacrificándole hombres, que son a imagen de Dios, y fueron criados para gozar de Dios (...) de donde se ve la malicia y tiranía del demonio, que en esto ha querido exceder a Dios y por este camino procurando la perdición de los hombres en almas y cuerpos, por el rabioso odio que les tiene, como su tan cruel adversario.18

Opinaba, además, que algunas prácticas que denominaba execramentos imitaban algunos sacramentos cristianos como la Eucaristía, o la confesión, así como fiestas que eran análogas a la de Corpus Christi o la Pascua de Resurrección, en lugar de preguntarse a qué obedecería esa gran similitud entre los ritos de tradiciones tan alejadas:

El sacramento de comunión que es el más alto y divino, pretendió en cierta forma imitar para gran engaño de los fieles.19

Es evidente que el autor, en su discurso proselitista y excluyente como es el de cualquier religión, se ubica en un punto de vista dogmático y racional, exponiendo una visión irreconciliablemente dual y con un trasfondo evangelizador, ya que presenta al demonio como un adversario externo al que se le atribuyen aspectos maléficos y tiránicos que llevan al hombre a la perdición de su alma. Esto es lo que ocurre si se ignora el aspecto esotérico de esta figura, en el cual, dicha entidad no es asimilada al mal, sino que simboliza las energías ctónicas o los estados inferiores del Ser que cada quien porta en sí mismo. Una energía pesada y densa vinculada al olvido, la ilusión, la rigidez, la ignorancia y la estupidez que de ser reconocida y puesta a favor del proceso alquímico del alma, puede devenir un soporte para la realización espiritual. Vistas así las cosas, el demonio, desde su reino subterráneo, promueve la transmutación de lo denso en lo sutil y la identificación de la piedra oculta en el interior de la tierra, iniciándose entonces un viaje ascendente en el que constantemente se concilian los opuestos.

Llegados a este punto, tenemos la certeza que Acosta –como muchos otros cronistas, aventureros, misioneros, conquistadores, soldados, sacerdotes y evangelizadores de la época– estuvo condicionado por su tiempo, su lugar de nacimiento, educación, y por una cantidad de temores, incertidumbres, rechazos a lo desconocido, prejuicios, tabúes, etc. pero, aun así, se le debe reconocer su gran contribución y la enorme riqueza de información obtenida de sus viajes, que nos han ayudado a tener una mejor comprensión de ese Nuevo Mundo, aunque su punto de vista no es el que nosotros compartimos.

Si queremos comprender a estos pueblos arcaicos o a las grandes civilizaciones con las que se encontraron los conquistadores y todos los que llegaron a esas nuevas tierras, debemos desenmascarar los errores, la estupidez, las equivocaciones del medio que nos rodea y reconocer el punto de vista sagrado que implica vivenciar un conocimiento real de sus culturas, de sus símbolos y ritos, y descubrir que su cosmovisión responde a un modelo arquetípico, atemporal y universal que se manifiesta de manera unánime y se repite invariablemente en distintos espacios geográficos y tiempos.

En palabras de Federico González:

A lo sagrado las sociedades y los hombres lo han visto bajo el color con el que se les ha presentado de acuerdo a las circunstancias y los tiempos de su irrupción en la existencia colectiva o individual. Se ha vestido –y se viste– con los atavíos del horror o la dulzura. Como el completo vacío o la plenitud. Como algo benéfico o castigador. Ha tomado las formas de la guerra o de la paz. Esto es posible porque lo sagrado abarca la totalidad y se manifiesta –como todas las cosas– por una corriente de energía dual de la que el hombre participa, y por la que percibe lo metafísico como algo extraordinario por medio de la polaridad de los extremos.20

NOTAS
1 Joseph Acosta, Historia Natural y Moral de Indias, libro I, cap. V. Biblioteca Virtual de Cervantes Saavedra, http/www.cervantesvirtual.com/, edición digital. Madrid, Atlas, 1954.
2 Ibíd, proemio al lector.
3 Ibíd, libro I, cap. XXII.
4 Ibíd, libro I, cap. XXIV.
5 Ibíd, libro II, cap. I-III.
6 Ibíd, libro III, cap. X, XI-XIV, XVII.
7 Ibíd, libro III, cap. XXIV.
8 Ibíd, libro IV, cap. I.
9 Ibíd, libro III, cap. XXII.
10 Ibíd, libro IV, cap. XXX.
11 Ibíd, libro VI, cap. XIX.
12 Ibíd, libro VI, cap. VII.
13 Ibíd, libro V, cap. III.
14 Ibíd, libro VI, cap. I.
15 Ibíd, prólogo a los libros siguientes, y libro VI, cap. I.
16 Ibíd, libro V, cap. XI.
17 Ibíd, libro V, cap. XIV.
18 Ibíd, libro V, cap. XIX.
19 Ibíd, libro V, cap. XXIII.
20 Federico González, El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
BIBLIOGRAFÍA

Federico González, El simbolismo precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.

Joseph Acosta, Historia Natural y Moral de Indias, en: Biblioteca Virtual de Cervantes Saavedra, http/www.cervantesvirtual.com/, edición digital. Madrid, Atlas, 1954. ir-al-sitio-web

Crónicas de Indias. Antología. Edición a cargo de Mercedes Serna. Ed. Cátedra, Madrid, 2000.

Sebastián Sánchez, Demonología en Indias. Idolatría y mimesis diabólica en la obra de José de Acosta. Revista Complutense de Historia de América, vol. 28, 2002, pág. 9-34.

Fermín del Pino-Díaz, Demonio, providencia y libre arbitrio en la historia indiana del padre Acosta, CSIC DOI: ir-al-sitio-web

Fermín del Pino-Díaz, Contribución del Padre Acosta a la constitución de la etnología: su evolucionismo. Revista de Indias 38, 507-546, 1978.

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