SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

COMENTARIO EN TORNO A MONARQUÍA INDIANA
DE FRAY JUAN DE TORQUEMADA

CARLOS ALCOLEA



Frontispico de la primera parte de Monarquía Indiana,
escrita por Fray Juan de Torquemada.
Ciñéndonos a la biografía que Miguel León Portilla hace de Fray Juan de Torquemada –c. 1562-1624–, así como a su crónica enciclopédica de veintiún libros titulada Monarquía Indiana, en donde también aparecen referencias a la vida y funciones del cronista franciscano, comenzaremos reseñando brevemente determinados episodios que constatan una entrega y dedicación plena a las cosas del Nuevo Mundo y a reunir y reproducir con fidelidad –contrastando fuentes e investigando su procedencia–, el conocimiento de aquellas sociedades indígenas cuyas concepciones cosmogónicas y teogónicas –ritos, mitos, símbolos, usos y costumbres–, no serán comprendidas si no es mediante profundas reestructuraciones mentales que muchos de los recién llegados no querrán o no podrán llevar a cabo por uno u otro motivo. De ahí los desmanes realizados en nombre de un poder supremo –tras el que se esconde el dios personalizado–, o también en nombre de la corona –con sus intereses particulares–, o de una supuesta superioridad mental, o simple e infantiloidemente por creer estar del lado de los buenos o del que tiene la razón, está en lo cierto y como tal obra lo correcto, mientras que el equivocado siempre es el otro.

En el caso del fraile franciscano, no hay mas que ponerse a leer su obra, para darse uno cuenta del papel que le toca representar como intermediario relator –con claroscuros vitales–, recopilando y registrando las cosas del Nuevo Mundo que fueren dignas de ser reseñadas. Labor que se le facilita por su creciente interés en el conocimiento de los antiguos y su historia, en la que profundiza tratando de ser fiel a los hechos, para lo cual se vale de informantes fiables como por ejemplo los escritos conservados por uno de los nietos de Netzahualpilli, conocido rey de Texcoco por su prolongado y próspero reinado en la ciudad-estado del México antiguo, así como otros documentos, pinturas, códices y manuscritos indígenas originales, de gran interés para sus propósitos. Y no anda escaso en argumentos con los que mostrar rectitud e integridad al reconocer que su papel como historiador consiste en trasladar, o sea, traducir con exactitud y precisión, más que fabricar. De manera que estamos ante un personaje excepcional, que no sólo se embarcó en la aventura de reunir una nutrida colección de testimonios en torno a las antigüedades indígenas, sino que también ejerció como misionero, reedificador de templos, prelado e incluso provincial, con la responsabilidad y dedicación que conlleva gobernar sobre todas las casas y conventos de una provincia.

De entre toda su producción, nos interesa principalmente su labor como recopilador y divulgador de la historia de algunos imperios y naciones en aquellas tierras que conocerá siendo niño, aunque eso sí, nacido en el viejo continente, como él mismo explica en distintos momentos de su relato, con un amor incondicional por el Nuevo Mundo, sus gentes y cultura, pese a contradecirse en muchos momentos en que afloran ciertas concepciones relativas al punto de vista religioso con el que se identifica, lo que no le permite adoptar una postura desinteresada en determinados momentos.

En su descargo se ha de decir que reconoce –al igual que otros sacerdotes relatores de la conquista– semejanzas y coincidencias entre la historia sagrada de aquellos pueblos y ciertos pasajes relatados en las Escrituras. De hecho, ya el prólogo que hace el propio editor a la segunda edición de esta Monarquía Indiana, no anda escaso en explicaciones acerca de ello, y si bien admite la omisión del primer capítulo que a su entender contenía “el fundamento o clave de la Idea de esta Obra, cuyo epígrafe decía: De como el Demonio quiso remedar a Dios, escogiendo Pueblo, el cual fundó en los Mexicanos”, considera que dicha omisión fue suplida por el mismo concepto que encontró sintetizado en el Libro del Origen de los Indios del Nuevo Mundo, e Indias Occidentales, de Fray Gregorio García, en el que se describe con todo detalle el viaje de los indios mexicanos que salen de Atztlan y Theuculhuacan por designio de Huitzilopuchtli –dios de la guerra que guiará a su pueblo en su peregrinaje a Tenochtitlán–, comparándolo con el éxodo del pueblo hebreo a la tierra prometida, conducido igualmente por una entidad reveladora que manifiesta su potencia y designios a través de un guía que la representa.


Ilustración basada en el Códice de la Peregrinación
o Boturini de la salida de los aztecas de Aztlán. La
deidad hablando en forma de águila desde un árbol.
… Con esto salieron, llevando a su Idolo metido en un Arca de juncos, la que llevaban cuatro Sacerdotes principales con quien él comunicaba, y decía en secreto los sucesos del camino, avisándolos lo que les había de suceder, dándoles Leyes, y enseñándoles Ritos, y Ceremonias, y Sacrificios, haciendo que el Cielo lloviese Pan, y sacando del pedernal Aguas, para que bebiesen, y otras maravillas semejantes a las que Dios hizo en el Pueblo Israelítico. (…) Lo primero que hacían donde quiera que paraban, era edificar Casa, o Tabernáculo para su falso Dios, y poníanle siempre en medio del Real, que asentaban puesta el Arca siempre sobre un Altar, hecho al mismo modo que la usa la Iglesia Christiana.1

Al parecer, son evidentes ciertas analogías entre la historia sagrada del viejo continente y la del Nuevo Mundo, si bien el citado autor se permite hacer una distinción con respecto al Dios verdadero del que no lo es. Sin embargo, hay razones para pensar que para unos y otros se trata exactamente de lo mismo: la recepción de energías y mensajes de una entidad suprahumana –arquetípica– a la que aquellos llaman Yaveh y estos Huitzilopochtli. En todo caso, este tipo de distinciones no disminuyen en absoluto el valor documental de la obra, no sólo histórico y antropológico, que lo tiene, sino ante todo simbólico y de alcance subliminal, cosmogónico.

A simple vista se reconoce que el autor de Monarquía Indiana es un hombre de iglesia comprometido con su labor en esta mastodóntica reconstrucción de la historia antigua de aquellos pueblos, poseedor de una erudición apabullante, empezando por los clásicos grecolatinos a los que recurre asiduamente. Ya de entrada, en el Prólogo General y Primero, aparece Plutarco hablando acerca de la imperiosa necesidad por parte del buscador de elevar el pensamiento si es que quiere penetrar los secretos de la Naturaleza y reconocer en sí mismo a la Mente divina inspiradora de las Artes y Ciencias Liberales. Y por supuesto, nuestro cronista franciscano también se apoya en la historia sagrada cristiana, a la que conoce muy bien y que le sirve como guía infalible en la empresa que tiene entre manos, ejerciendo de ministro espiritual y relator ampliamente documentado. A todo esto, se ha de añadir que no tiene inconveniente en posicionarse de inmediato con respecto a determinados cronistas contemporáneos suyos –de cuya obra se vale para su trabajo–, corrigiendo con argumentos precisos y contrastados lo que se le aparece equivocado, además de disentir en ciertos aspectos con algún que otro autor clásico. Al menos así es de acuerdo a lo que hemos alcanzado a leer, que no va más allá del primer volumen de los tres que constituyen esta enciclopedia de veintiún Libros, por lo que obviamente el estudio está circunscrito a este dominio, que no es poca cosa, sobre todo porque recoge puntos esenciales para la comprensión de las doctrinas cosmogónicas de aquellos pueblos y los principios universales que las sustentan, además de dar cuenta de unas genealogías que de entrada resultan un tanto impresionantes, empezando por los primeros moradores de aquellas tierras indianas, anteriores a los Toltecas, que al parecer fueron Gigantes, cuyos huesos asegura haber visto cavando en distintos lugares de por allí.2


Lámina del Códice Vaticano donde se ve a los toltecas arrastrando el cuerpo de un
gigante muerto que abandonó el Dios Tezcatlipoca en Tula. Acompaña la leyenda:
En este sol vivían gigantes: dejaron dicho los viejos que su salutación era “no se
caiga usted”, porque el que se caía se caía para siempre. Foto: Wikipedia.
Leyenda: Anales de Cuatitlán, 1945, p. 3.
Dicho lo cual es necesario desterrar ciertos prejuicios inamovibles para no rechazar de entrada muchas de las cosas que aquí se dicen y considerarlas simples fabulaciones, cuando no metáforas que en este caso sugerirían la grandeza de una determinada generación, lo que en el fondo no se contradice con las distintas fuentes tradicionales que coinciden en la existencia de una raza de seres míticos, dioses intermediarios o ángeles:

En aquellos días –y aún después– cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y ellas tuvieron hijos, había en la tierra gigantes: estos fueron los héroes famosos de la antigüedad.3

Todo lo cual abre un campo simbólico inmenso en el que resuenan las historias de Hércules y sus famosos trabajos, por citar un ejemplo conocido, así como los Atlantes, de lo que se ocupa ampliamente Platón en sus Diálogos. A este respecto, nos parece interesante lo que el autor de Monarquía Indiana recoge de algunas crónicas antiguas: que habiéndose pervertido aquellos hombres gigantes, fueron consumidos con fuego procedente del cielo y quizá algunos de los que quedaron vinieron por mar desde la isla que habitaban. Lo cual nos remite al Critias en lo que respecta a la degeneración de una raza mítica y su destrucción, en referencia a un final de ciclo protagonizado por los Atlantes, alzados contra los dioses. No obstante, el cronista admite que pese a los libros encontrados al principio de la conquista, en los que se habla de los Indios y de su origen y venida a las Tierras de México y provincias, no hay claridad ni acuerdo entre ellos y si unos dicen

que salieron de aquella gran Cueba, que ellos llaman Chicomoztotl, (que quiere decir, Siete Cuebas) y que vinieron sus pasados poco, a poco, poblando, tomando, dejando, o mudando sus Nombres, conforme a los Sitios, o Tierras, que hallaban. Los de Tetchcuco, dicen, ser primeros Moradores, y ser Chichimecas (como es verdad, como se verá adelante, en la prosecución esta Historia)…
(…)
Vengo a creer, que los Tezcucanos (…) y los Mexicanos, que después vinieron, eran de un Lenguaje, aunque no de una misma Provincia; y que la diferencia, que entre los unos, y los otros hubo, no fue otra, que venir unos primero que otros, a la Tierra.4

Fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España. Tratado I, cap. III.
Los mexicas salen del interior de la cueva que les sirvió de útero creador en
Chicomóztoc. Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces.
También dedica a los Toltecas algún que otro capítulo, por ser los pobladores de estas tierras después de los Gigantes, centrándose en particular en el territorio que llama Nueva España, que son los dominios a los que mayormente se refiere en sus crónicas. Y sin tener total certeza, según él mismo reconoce, estos Toltecas, grandes artífices como se observa en las ruinas que quedan de sus edificaciones, “tuvieron noticia de la Creacion del Mundo y como fue destruida la Gente, por el Diluvio, y otras muchas cosas, que ellos tenian, en Pintura, y Historia. Y dicen tambien, que tuvieron noticia de como otra vez se ha de acabar el Mundo, por consumacion de Fuego, que deviò de ser lo mismo que se dice de los Antiguos, que pusieron muchas cosas, en dos Columnas; una de Metal, y otra de Ladrillo, ò Piedra, porque si viniese algun incendio, permaneciese la Columna de Ladrillo”.5 Para continuar agregando posteriormente, que esa nación anduvo ciento y pico de años y la primera ciudad que fundaron fue Tula, si bien nos parece importante matizar que de acuerdo con algunas fuentes actuales, el centro de esta cultura estuvo en Teotihuacán.

Prosigue el relato con sucesiones de reyes y sus respectivos reinados que duraban lo que llamaban una Edad, que consta de cincuenta y dos años, número especialmente significativo en las culturas mesoamericanas por tratarse de un hito en el tiempo que se vive como sagrado, para nada insignificante, que señala el final de una era y el comienzo de una nueva edad, caracterizada por la celebración de la ceremonia llamada del Fuego Nuevo, junto con la renovación de todas las imágenes y demás objetos cultuales, además de otros enseres domésticos, coincidiendo todo ello con el momento en que las Pléyades culminan su recorrido en el cielo, fijando su morada en el cenit, que simboliza la salida de la caverna cósmica.6

Al parecer, la destrucción Tolteca se debió al exterminio que padeció este pueblo durante más de quinientos años, tal como viene a decir en el capítulo XIV del libro I:

Pareciéndoles, que aquella persecución procedia de tener enojados a sus Dioses (que eran grandísimos Idolatras) se determinaron de hacer Junta General, de todos los Sacerdotes, Principes, y Señores de cuenta, que avia en el Reino, en un Lugar, llamado Theotihuacan, que cae aora, seis Leguas de la gran Ciudad de Mexico, à la parte del Norte, para hacer Fiestas à sus Dioses, con intento de agradarlos, y desenojarlos del gran enojo (que à su parecer) contra Allos tenian. Estando ya juntos, y començadas sus Fiestas, con Grande concurso de Gente, que à la voz de ellas, concurriò: En medio de la Celebracion de Ellas, se les apareciò un gran Gigante (…) el qual, à las vueltas, que con ellos iba dando, se iba abraçando, con ellos, y à quantos cogia entre los brazos (…) les quitaba la vida, embiandolos de ellos, seguramente, à los de la muerte. De esta manera, y por este modo, hiço aquella vision, gran matança, aquel dia, en los Bailantes. Otro dia, se les apareciò el Demonio, en figura de otro Gigante, con las manos, y dedos de ellas, mui largos, y ahusados, y bailando con ellos, los fue ensartando en ellos: y de esta manera, hiço el Demonio aquel dia, gran matança en ellos.7

Y así siguen otros episodios no menos significativos, que culminan con una última aparición en la que se les revela la conveniencia de dejar “la Tierra si querian salvar sus vidas; porque en la que poseìan, no les prometia el tiempo, sino muertes, ruìnas, y calamidades, y que era imposible huir estos peligros, sino era ausentando los cuerpos”, para lo cual, según cuentan las fuentes transcritas por el cronista, es el propio Demonio quien les pide que lo sigan para ponerlos a salvo llevándolos “à partes donde la pasasen con quietud, y descanso”,8 a lo que hacen caso dirigiéndose unos hacia el Norte y otros hacia Oriente, tal y como se les había mostrado en una de las visiones.

Abrimos un breve paréntesis para recordar que estas narraciones genealógicas poseen distintos niveles de lectura y encierran un profundo significado acerca del Origen como destino. Sin olvidar que la patria celeste es un estado del alma y sentirse exiliado un estado mental, no geográfico.

Pero no serán los Toltecas los únicos actores en la historia narrada por el cronista, ya que enseguida entra en juego la nación Chichimeca, parte de la cual llega del Septentrión cuando aquellos están mayormente divididos para terminar desapareciendo como pueblo. Y con esta migración acaudillada por Xolotl,9 quien deja a su hermano al frente del Reino con el que al parecer compartía mandato, se convierte en nuevo Rey de aquellas “Comarcas de Mexico”, según las llama Torquemada, comandando a unas gentes a las que describe como guerreras, siempre armadas de arcos y flechas, y que también son grandes cazadores y por eso mismo nómadas, que tienen al Sol como divinidad y centro de la Creación que vivifica y sustenta, por lo que cada nuevo día, ofrecíanle la sangre de la primera víctima. Entrega que en absoluto nos parece idolatría como opina el cronista, sino un gesto connatural en una cosmovisión compartida por muchos otros pueblos, para los que el Astro Rey simboliza el Fuego –así como su coagulación en la tierra, es el oro–, considerado como un bien, es decir: vida, luz y calor, que necesita conjugarse con su opuesto –pero complementario–, representado por la Luna y todo lo referente a la muerte, la oscuridad y la humedad, igualmente necesarias en toda germinación. O sea, la cópula reiterada entre lo uránico y su paredro ctónico –sublunar–, que da lugar a la creación.

Eclipse de Luna, Primeros memoriales, fol. 282r (detalle).
Continúa el relato narrando la llegada de otras gentes –los aculhuas– y describiendo algunas celebraciones que se llevan a cabo con motivo de las bodas de sus Regentes con dos hijas de Xolotl, cuyos festejos duran muchas jornadas, cosa muy común según refieren las crónicas. También da cuenta de otros episodios reseñables en los que no faltan traiciones, llegando finalmente la muerte del Emperador, cuyas exequias se alargan en el tiempo para dar paso a celebrar con grandísimo júbilo la coronación del sucesor natural, como símbolo del comienzo de un nuevo ciclo, sujeto eso sí a su propia declinación en donde juegan las características disensiones y enemistades entre las gentes y guerras que llevan a la muerte de lo caduco y nacimiento del nuevo ser –imperio o nación–, reiterándose en el tiempo a modo de ruedas –ciclos– que contienen a otros. Así se van sucediendo generaciones relatando con detalle ciertos hechos entre los cuales nos interesan aquellos que se nos aparecen más evidentemente simbólicos, como es el caso de la conversación que mantiene el Emperador Nopaltzin con su hijo, explicándole que su abuelo ha de ser un referente, por ser “mui Gran Señor, Gran Dragon, Fuego abrasante, y Agua preciosa, y Tigre Despedaçador”, lo cual, además de ser metafórico dada la riqueza de imágenes significantes en el lenguaje de aquellas gentes, corrobora la presencia e importancia que para ellos poseen las fuerzas de la naturaleza y sus elementos, como expresión viva de lo sobrenatural.

O sea, la manifestación de la deidad a través de un ser o cosa cualquiera, en este caso una especie vegetal o animal que encarnaba determinados atributos divinos. Energías mágicas y misteriosas que cada ejemplar de la naturaleza posee en sí y despliega en el espacio, comunicándolas. Por cierto que esta concepción es válida para toda la América precolombina y sólo varían los animales o las plantas que sirven de vehículo a esas energías cósmicas (celestes, terrestres o del inframundo), ya que tal animal puede ser suplantado por este o aquel otro, así como tal o cual bebida ritual puede ser el producto de esta o aquella planta, pues a diferentes formas geográficas y distintos climas y alturas corresponden diversas especies botánicas y zoológicas, aunque debe señalarse que siempre el sentido esencial de los símbolos, los ritos y los mitos permanece idéntico a pesar de presentarse algunas veces de manera múltiple y aun aparentemente disímil.10


Cabeza de Quetzalcóatl en el templo de Teotihuacan (detalle).
Prosigue la crónica genealógica con sucesivos enfrentamientos entre pueblos, traiciones y demás adversidades, complementándose con reiterados encuentros, alianzas, bodas y uniones en sus variadas formas, como “sello de la Manifestación universal que expresa de este modo a la Unidad original”.11 Como ya se habrá advertido, el caudal de información en el sinfín de episodios relatados con todo lujo de detalles es ingente, y desde luego gran parte de él merece una cierta consideración por su valor no sólo antropológico, sino también simbólico, pero el presente estudio no puede ni pretende abarcarlo todo, por lo que trata de ser una síntesis en torno al pensamiento tradicional de unas gentes para las que todo es sagrado, y la vida, “un rito perenne que se verifica en todas las labores cotidianas y de manera constante. Cualquier acción, y aun cualquier pensamiento están signados por la presencia de lo significativo, de lo mágico, de lo trascendente, ya que todo sucede en distintos planos de la realidad, y por eso también en el mundo de lo oculto, de lo invisible”.12 Como ejemplo cabal, nos detendremos un momento en el capítulo que narra el éxodo de los Aztecas de Aztlan, incitados por la persuasión de un pájaro que se les aparece sobre un árbol repitiendo un chillido muy semejante a la palabra Tihui que significa “ya vamos”, lo que será considerado un augurio de la deidad oculta en el canto del volátil. Dejar atrás el mundo conocido supondrá un comienzo de ciclo para ellos, reflejado en el conteo del tiempo que inicia su partida.

Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme. Manuscrito S. XVI.
Los mexicas nacieron en una cueva –símbolo del útero primordial– y un pájaro
posándose sobre ella, cantó “Vamos” ordenándoles salir y comenzar la migración.
De ahí en más se prolonga el relato con evidentes semejanzas al peregrinaje del pueblo Hebreo –como ya se mencionó más atrás–, siendo igualmente significativas las revelaciones que constantemente reciben de su dios instructor llamado Huitzilopochtli, a veces adoptando la forma de pruebas y penurias como medio para romper ciertas tendencias que se oponen a sus designios, y expresan la necesidad en todo ser –y un pueblo lo es–, de regenerarse a perpetuidad. En este sentido, viene al caso recordar el episodio en que Moisés desciende de la montaña tras las revelaciones recibidas y se topa con el olvido de su pueblo.

Discurre el éxodo de los recién llamados Mexicas, recalando en distintos puntos de la geografía en los que permanecen por espacios de tiempo variados, mientras van aconteciendo muchos otros episodios con disputas y enlaces entre ellos y con otras gentes –cuyos nombres omitimos, pues sería largo el listado–, hasta que se les revela el lugar elegido como sede, mediante una señal clara en el centro de una laguna gigantesca que representa el eje de conexión entre el cielo, la tierra y el inframundo, en torno al cual se consolidará aquella civilización. Dicho lo cual, conviene saber que hay diferencias formales en la manera en que se manifiesta dicha señal, de acuerdo a los testimonios recogidos por la multitud de cronistas de la época, si bien en el fondo, siempre se trata de la misma idea sin importar el lugar geográfico ni el tiempo en que se exprese. En nuestro caso en particular, sólo conocíamos la versión que hace referencia al avistamiento de un águila con una serpiente entre sus garras posada sobre un nopal –un cactus muy común en aquella zona–.


Fundación de México Tenochtitlan.
Códice Ramírez, f. 91.
De hecho la bandera actual de la nación mexicana tiene precisamente como emblema esa representación, que evidencia el enlace entre lo de arriba y lo de abajo, lo que vuela y lo que repta, lo uránico y lo ctónico, conjugado en el medio de las aguas. No son necesarias muchas luces para ver las relaciones y correspondencias con otras corrientes de Conocimiento e iniciáticas, que seguirán fluyendo en el viejo mundo y que afloran dando nombre a una etapa muy significativa en la historia sagrada, que se vive como un verdadero renacimiento, y que obviamente está signada por la muerte de otro período o ciclo, como lo fue la Edad Media, que también tuvo su auge, esplendor y brillos, para continuar declinando a lo largo de siglos, hasta tocar a su fin.

En la versión que ofrece Torquemada acerca del principio de la Ciudad de México, se afirma que su fundación fue más de medio siglo después de que estas gentes llegaran a aquellas tierras y riberas de la laguna, y que los fundadores fueron nueve familias –número circular que da idea de totalidad–, siendo muy sencillos y sobrios en sus inicios, al parecer con casas muy humildes ya que no tenían lugar para edificar mejores construcciones en medio de aquella laguna en la que se adentraron huyendo de los Aculhuas de Colhuacan, confiados en el oráculo y los vaticinios que encomendaron a dos sacerdotes para buscar y hallar el sitio exacto:

… y tomando en sus manos unos bordones (en que poder hacer fuerza, para saltar pasos malos, y lugares divididos de el Agua) fueron entre las Cañas, y Juncia, buscando Camino, y lugares menos espesos, por donde pasar; y aviendo apartadose de su Gente, un breve trecho, vieron en medio de los Carriços, ò Cañaverales, un lugar pequeño de tierra enjuta, y en medio de èl, el Tenuchtli [tronco de chumbera] (que ahora tienen por Armas) y al derredor de el pequeño sitio de tierra, un Agua muy verde, que cercaba el dicho lugar, y era tan viva su fineça, que parecian sus visos, muy finas esmeraldas. Llegados a este lugar, y viendo visto la particularidad de sus Aguas, y contemplado la singular, y nunca vista vision, quedaron admirados, y suspensos, en la consideracion de el fin, que podia tener. Luego repentinamente desapareció [uno de ellos], sumiendose en lo hondo del Agua Verde, sin saber quien lo hubiese sumido. Viendo el Compañero, que quedaba, lo que avia pasado, se fue a su Gente, à contarles lo que avia pasado, y darles aviso de el singular caso.13

Para retomar el discurso relatando el estado de confusión y desesperanza de la gente al recibir la noticia, con la posterior aparición espontánea del desaparecido, pasado todo un día, el cual les contará lo que le ocurrió tras sumergirse en aquellas misteriosas aguas, llegando a un lugar en el que se encuentra con Tlaloc, “que en nuestro lenguage, quiere decir, Señor de la Tierra”14 –para los aztecas el dios de la lluvia cuyas gotas son asimiladas al esperma por la potencialidad de su fecundación–, quien lo recibe y le comunica que aquél es el lugar elegido.

… donde aora está edificada la Iglesia Maior, y Plaça de la Ciudad; de manera, que si es verdad, que se dijo esto entonces, por boca de aquel Engañador, ò Falso Profeta, parece quiso Dios, que por su boca se digese; pues se vèn en èl los Hijos de la Iglesia ensalçados, y levantados, y junto à ella, las Casas Reales, donde se representa el Señorìo, y poder de los Christianisimos, y Catolicos Reies de Castilla.15

   
a) Chac Mool. Encontrado en el Templo Mayor de Tenochtitlán. Foto: Haupt & Binder.
b) Huehuetéotl-Tlaloc. Tenochtitlán (México, D.F.), Templo Mayor. Foto: Haupt & Binder.
Daremos ahora un salto, exactamente al capitulo LI del libro II, en el que se acaban de narrar algunos sucesos bélicos entre los que creemos interesante mencionar, aunque solo sea de pasada, un hecho un tanto truculento entre otros muchos registrados en estas crónicas, que parecen sacados de una novela gráfica macabra, y sin hallar contradicción encajar igualmente como parte integrante de una genealogía mítica y su profusión de personajes y escenas en las que se conjugan el horror y la belleza, lo feo y lo bello, siendo lo mismo e indiferenciado desde el punto de vista de la unidad, que se expresa de manera trina,16 como bien reconocen las brujas de Shakespeare en Macbeth, y nos enseña la cábala con la paradoja del No Ser que se afirma en un punto manifestándose como Unidad, reflejada en la Sabiduría que resplandece en la Inteligencia. Ahora vayamos al hecho en sí. Se trata de la batalla entre Mexicanos y Chalcos, y cómo siendo victoriosos los primeros, entran en el palacio del vencido Toteozin, donde encuentran a Moxiuhtlacuilzin –el hijo de Netzahualcóyotl, rey de Tezcuco–, al que aquél mató anteriormente a traición, tal y como lo recoge el cronista más atrás, y una vez muerto había sido embalsamado y seco y servía de candelero en sus fiestas.

Nos preguntamos acerca del dramatismo morboso con que se desarrollan muchos de los episodios narrados, protagonizados por unas gentes como aquellas, que viven otros espacios mentales en los que la vida no se concibe sin la muerte, y se diría que asumen la extinción de su mundo a cada momento y reconocen que se está llegando al final, como de hecho así le es revelado a Moctezuma, el último emperador del imperio Mexica antes de la conquista, que ve en la figura de Hernán Cortés al avatar que determina la conclusión del ciclo.17 En el cristianismo, el ejemplo análogo se produce con la parusía, o sea el advenimiento del Mesías al final de los Tiempos.


Representación del encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma II.
Terminamos este breve estudio con algunos apuntes acerca de la vida y obra del llamado Rey Poeta Nezahualcóyotl, a quien Torquemada dedica varios capítulos y no es para menos, dada la relevancia de este monarca representante de la divinidad en la tierra, que no llega a vivir la llegada de los españoles por los pelos, aunque manifiesta en algunos de sus escritos la presencia del fin, la decadencia y destrucción a la que está sujeto todo lo que ha venido a ser. A ello se refiere en su poema Cuando ya te hayas ido de esta vida a la otra, donde dibuja un panorama de aflicciones, miseria y persecución, así como un sentimiento de orfandad ante la vida, en un mundo gobernado por extraños. Sin duda profético y válido para todo tiempo y lugar, al igual que este otro poema, que también es didáctico:

En tal año como este,
se destruirá este templo que ahora se estrena,
¿quién se hallará presente?,
¿será mi hijo o mi nieto?
Entonces irá a disminución la tierra
y se acabarán los señores
de suerte que el maguey pequeño y sin razón será talado,
los árboles aún pequeños darán frutos
y la tierra defectuosa siempre irá a menos;
entonces la malicia, deleites y sensualidad
estarán en su punto
y se darán a ellos desde su tierna edad hombres y mujeres,
y unos y otros se robarán las haciendas.
Sucederán cosas prodigiosas,
las aves hablarán
y en ese tiempo llegará el árbol de la luz
y de la salud y el sustento.
Para librar a sus hijos de estos vicios y calamidades,
hagan que desde niños se den a la virtud y trabajos.18

Además de escribir poemas de inspirada melancolía, fruto de experimentar la noche oscura del alma como reflejo de las Tinieblas –más que luminosas– del No Ser, compondrá muchos otros cantos a la Belleza y la Sabiduría, manifestando igualmente cualidades notorias como estratega militar y arquitecto, aunque de acuerdo a lo que explica Lucrecia Herrera en sus investigaciones serias y contrastadas acerca de este brillante personaje, también

dio atención preferente a todo aquello relativo a la educación y el estudio, el culto divino, la filosofía, las leyes, la justicia y el cultivo y desarrollo de todas las artes desde donde emanaba el saber más refinado y profundo de su época. No sólo aquellas artes enseñadas en las escuelas literarias y musicales, sino las propias de los gremios y artesanos de diversas clases: los escribas-pintores, el artista de las plumas, los alfareros, orfebres, plateros, etc.; oficios vinculados al antiguo pensamiento tolteca heredado del gran rey Quetzalcóatl que gobernó Tula en el siglo IX d. C., e íntimamente relacionados con lo que los toltecas llamaron toltequidad o toltecáyotl, “sinónimo de perfección, arte y sabiduría”.19

Asimismo Nezahualcóyotl es protagonista de diversas profecías, como no podía ser menos, ya que se trata de un actor bien importante en la historia sagrada, llamado al gobierno del imperio en nombre de la divinidad, aun con el destierro forzoso que le toca vivir durante años, obligado a ocultarse constantemente para evitar su propio asesinato, por lo que también conoce la perfidia del lado de los perseguidos. Nos detendremos un momento en el episodio que narra los sueños premonitorios del tirano Tezozomoc, causante no sólo de la persecución a la que se ve sometido el joven príncipe Nezahualcóyotl, sino igualmente de la muerte de su padre –que hubo de presenciar– decapitado a manos de un guerrero jaguar.

… así sucediò, que muchas veces durmiendo, soñò, que el Reino de Azcaputzalco, avia de ser destruìdo, y asolado: y entre estos Sueños, soñò tambien, que Neçahualcoyotl, Heredero del Reino de Tezcuco, convertido en Aguila, le abria el Pecho, y comia el Coraçon; que otra vez, tomando forma de Leon, le lamia el Cuerpo, y chupaba la Sangre.20

No se puede negar el impacto de unas escenas que forman parte de lo que llamaremos el Teatro de la Memoria Precolombino, en el que si bien desde cierto punto de vista es la deidad la que actúa de incógnito adoptando la forma jerarquizada del cazador y el cazado simultáneamente, conviene prestar atención al personaje que representa a sendas criaturas del reino animal, eminentemente solares por su relación con la fuerza y luminosidad del sol, aunque cada uno se corresponde con un nivel. O sea, que el león “es la tierra en la simbólica de los niveles –como el jaguar precolombino–, el águila es el aire y la serpiente el inframundo”.21 Si a esto le sumamos que “los mexicanos ofrendaban los corazones humanos de los sacrificados al águila solar”, y que los “Caballeros-águilas y caballeros-tigres, lo mismo que en la región andina (halcones-pumas) conformaban grupos de nobles y guerreros relacionados con la oposición y la complementación de lo uránico y lo ctónico, de lo celeste y lo terrestre”,22 el resultado proporciona claves más que suficientes para comprender la trascendencia de la función que se está representando.


Caballeros Águilas y Tigres. Códice Florentino.
Aquí lo dejamos, apenas ofreciendo unos apuntes en torno a los primeros Libros de unas crónicas que cuentan con veintiuno en total, por lo que se trata de un vasto recorrido en el que descubrir los claroscuros que conforman este bosque literario, con trazas de selva que corresponde desbrozar al interesado que quiera reseguir el hilo desde el punto de vista simbólico y cosmogónico, como método eficaz y vía de acceso a su mismo corazón y a la comprensión de los misterios menores, que preludian la salida de la caverna cósmica.
NOTAS
1 Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana. Proemio a esta segunda impresión de la Monarquía Indiana. “De un viaje que hicieron los Indios semejante al pueblo Israelítico”. Biblioteca Digital AECID. Ver: monarquia-indiana
2 Ver trabajos de Roberto Castro: Los Gigantes y su simbólica en Revista SYMBOLOS nº 59 y 60 y los de Beatriz Ramada: Sobre las Genealogías Míticas I, II y III en nº 60 y 61.
3 Gen 6, 4.
4 Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana. Libro I, cap. XI, op. cit.
5 Ibíd., cap. XIV.
6 Ver en este mismo número de la Revista SYMBOLOS, el trabajo de Ana Contreras: Fray Toribio de Motolinía, así como el de María Correa Celebraciones a los Dioses según el escrito de la Historia General de las cosas de la Nueva España (Códice Florentino) de Bernardino de Sahagún, donde se explica lo que tenía lugar en dicha festividad, y también los festejos, ritos y sacrificios a los dioses realizados en otras celebraciones igualmente señaladas en sus calendarios.
7 Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana. Libro I, cap. XIV, ibíd.
8 Ibíd.
9 Curiosamente el nombre de la cara oscura y tenebrosa del dios instructor y revelador Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que aúna lo que vuela y lo que repta, símbolo de la dualidad cósmica. Ver en Canal SYMBOLOS YouTube, el vídeo Al-Hermes-de-América
10 Federico González, El Simbolismo Precolombino. Cosmovisión de las Culturas Arcaicas, cap. XVI. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza 2016.
11 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Dualidad. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza 2013.
12 Federico González, Arte, Símbolo y Mito en las Culturas Tradicionales: La Civilización Maya. Conferencia pronunciada en noviembre de 1990 en la Fundación Joan Miró de Barcelona. Ver en la web América Indígena que se encuentra dentro del Anillo Telemático de SYMBOLOS: americaindígena-conferencia
13 Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana. Libro III, cap. XXII, ibíd. Las corcheas son nuestras.
14 Ibíd.
15 Ibíd.
16 Es decir, en un par de opuestos y un tercero que es el equilibrio entre ambos como imagen de la Unidad Suprema.
17 Ver en este mismo número de la Revista SYMBOLOS, el trabajo de Mireia Valls: La entrada en Tenochtitlán según Bernal Díaz del Castillo. Destellos de una utopía, y el de Lucrecia Herrera: Acerca de la obra “Historia de la Indias de la Nueva España e Islas de la Tierra Firme” escrita por Fray Diego Durán.
18 Tres poemas proféticos de Nezahualcóyotl. Ver en la red: poemas-proféticos
19 Lucrecia Herrera, Nezahualcóyotl. Rey-Filósofo, Poeta, Constructor y Guerrero. Revista SYMBOLOS Telemática nº 53 y 54. symbolos-54
20 Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana. Libro II, cap. XXIV, ibíd.
21 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: León, op. cit.
22 Ibíd. Entrada: Aguila.
Home Page