SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

COSMOGONÍA HOPI

ANA CONTRERAS

Al principio, dicen, estaba sólo el Creador, Taiowa. Todo lo demás era espacio infinito. No había principio ni fin, ni tiempo, ni forma, ni vida. Sólo un inmensurable vacío que tenía su principio y fin, tiempo, forma y vida en la mente de Taiowa el Creador.
Entonces el infinito concibió lo finito.

Cosmogonía Hopi.


Taiowa, el Creador.

Los ritos mistéricos de los Hopi evocan con inusitada desnudez lo insondable. Tal vez por eso mismo, todos los que se han acercado a su tradición desde lo racional se han topado con un muro infranqueable, reflejo de los límites de la mente. Sumergirse en ella invita a navegar con ellos por ese espacio infinito, surcando lo desconocido, sin más certeza que la fe inquebrantable, puesta a prueba reiteradamente, que los ha guiado durante largas migraciones o peregrinajes hasta fijar su residencia en Oraibi y alrededores, constituyendo una pequeña “isla” dentro del territorio Navajo, en el estado de Arizona.

Hoy día, los Hopi viven en condiciones muy difíciles, por no decir paupérrimas; sin embargo, esto es sólo en apariencia, pues su riqueza interior los hace tan inmensa como secretamente afortunados. Ello se debe a la profunda comprehensión de sus símbolos, mitos y ritos, transmitidos oralmente desde tiempo inmemorial y grabados a fuego en sus corazones, donde la memoria no puede ser borrada ni ultrajada.

Hopi significa “paz”, en alusión a la anhelada paz del Origen, despojada de tintes morales, pues su antiquísima tradición refiere cruentos episodios, necesarios para restablecer el equilibrio y el orden. La rebeldía, la soberbia y la ambición que pervierte el alma de los hombres es evocada en sus mitos y ritos para despertar la memoria y ayudar a limpiar el camino de la vida.

Los Hopi hablan de cuatro mundos. El primero es Topkela, que significa “espacio infinito”. En él, Taiowa, el Creador, al concebir lo finito, creó a Sótuknang, encargándole el diseño de los universos en el orden correcto “para que trabajen armoniosamente entre ellos de acuerdo con mi plan”. Diseñó así la Tierra, las Aguas y el Aire. Pero faltaba la vida y su movimiento, para lo cual creó a la Mujer Araña, Kókyangwúti, quien con túchvala (saliva) creó dos seres gemelos, “los cubrió con una capa hecha de una sustancia blanca, la sabiduría creativa misma, y les cantó la Canción de la Creación”. Éstos, Pöqánghoya y Palöngawhoya se ocuparían respectivamente de la solidificación de la Tierra y de la transmisión por el sonido. Al concluir sus deberes, se les asignó por el mismo orden su ubicación en el Polo Norte y el Polo Sur para asegurar la correcta rotación del mundo.1

A continuación, la Mujer Araña creó vegetación, aves y animales, “los formó con tierra, cubriéndolos con la sustancia blanca de su capa, y les cantó”. A partir de ahí, con tierra de cuatro colores: amarilla, roja, blanca y negra, mezclada con túchvala y tras entonar la Canción de la Creación, creó cuatro seres humanos a la imagen de Sótuknang y a continuación cuatro compañeras.

Era la hora de la oscura luz morada, Qöyangnuptu, la primera fase del amanecer de la Creación, primera revelación del misterio de la creación humana.

Los hombres despertaron y empezaron a moverse, pero sus frentes seguían húmedas y un punto blando, el kópavi,2 coronaba sus cabezas.

Era la hora de la luz amarilla, Síkangnuqa, la segunda fase del amanecer de la Creación, cuando el aliento de la vida entró en el hombre.

Salió el sol por el horizonte, secó la humedad de sus frentes y endureció sus coronillas.3

Era la hora de la luz roja, Tálawva, la tercera fase del amanecer de la Creación, cuando el hombre, ya formado y sólido, volvió orgullosamente la cara hacia su Creador.

La Mujer Araña les dijo:

Es el Sol. Os encontráis con vuestro Padre el Creador por primera vez. Debéis siempre recordar y observar estas tres fases de vuestra Creación. La hora de las tres luces, la morada oscura, la amarilla y la roja, revelan una tras otra el misterio, el aliento de la vida y el calor del amor. Éstos contienen el plan de vida que el Creador tiene para vosotros, como dice la Canción de la Creación.

Como el primer pueblo creado en el Primer Mundo, Topkela, no sabía hablar,4 Palongauhoya envió su llamada por el eje del mundo hasta los centros vibratorios de la Tierra5 para que desde allí resonara su mensaje en todo el universo. La Mujer Araña reclamó para ellos la sabiduría y el poder de reproducirse, “así podrán gozar la vida y dar gracias al Creador”, tras lo cual Sótuknang les concedió el habla, “una lengua distinta para cada color, y respeto para sus diferencias”.

En Topkela, la dirección era el oeste; el color, sikyangpu, el amarillo; el mineral, sikyásvu, el oro. En él eran significantes el káto'ya, la serpiente de cabeza grande; wisoko, el ave comedora de grasa; y muha, la pequeña planta de cuatro hojas.

Así pues, el Primer Pueblo siguió sus direcciones, fue feliz y comenzó a multiplicarse.

Entendía no sólo el misterio de su origen sino también su propia naturaleza como hombres: “se comprendía a sí mismo”.

El cuerpo vivo del hombre y el cuerpo vivo de la Tierra estaban construidos de la misma forma. Un eje atravesaba cada uno de ellos.

Pero como es propio del devenir cíclico, acabó pervirtiéndose:

Gradualmente, hubo algunos que olvidaron que Sótuknang y la Mujer Araña les habían ordenado respetar al Creador. Usaban cada vez más los centros vibratorios de sus cuerpos con fines sólo terrenales, olvidando que su propósito principal era llevar a cabo el plan de la Creación.

Llegó la discordia con Lavaíhoya, “el hablador”, quien bajo la forma de un pájaro llamado Mochni los confundió señalando sus diferencias. Luego apareció Káto'ya, “el seductor”, bajo la forma de una serpiente de cabeza grande, acentuando aún más lo que los separaba. Con ellos se rompió la armonía con el reino animal, y sembraron la cizaña y la rivalidad entre los hombres. Sótuknang y Taiowa decidieron destruir el mundo para poder empezar de nuevo.

Los que se mantenían puros de corazón emprendieron la marcha, dejando todo atrás, guiados a través del kópavi, la puerta, que se mantenía abierta en ellos, atendiendo a señales concretas en el cielo. Algunos los siguieron. Desde todos los rincones convergieron en un punto en que se encontraron con Sótuknang, quien les condujo a un enorme montículo habitado por el Pueblo de las Hormigas. Sótuknang pisó el techo y las hormigas les invitaron a entrar.

– Ahora entraréis en esta kiva6 de las Hormigas, dijo. Ahí estaréis seguros cuando destruya el mundo.

Así hicieron, tras lo cual Taiowa ordenó a Sótuknang destruir el mundo.

Sótuknang lo destruyó por el fuego, porque lo había liderado el Clan del Fuego. Hizo que lloviera el fuego sobre él. Abrió los volcanes. El fuego brotó de arriba, de abajo y de todo alrededor hasta que la tierra, las aguas y el aire se volvieron un solo elemento, fuego, y no quedó nada excepto los seres humanos a salvo en el útero de la Tierra. Ese fue el fin de Tokpela, el Primer Mundo.

Mientras tanto, aquellos escogidos sobrevivieron en perfecta convivencia con las hormigas. Cuando el mundo se enfrió, Sótuknang lo purificó y creó el Segundo Mundo, Tokpa, “oscura medianoche”, en el que invirtió el agua y la tierra para borrar la memoria de aquella perversidad. Volvió a pisar el techo de la kiva de las hormigas y, tras agradecerles su ayuda, se dirigió a los hombres:

Salid ahora al Segundo Mundo que he creado. No es tan bello como el Primer Mundo, pero es casi tan bello como él. Os gustará. Multiplicaos y sed felices. No obstante, recordad al Creador y las leyes que os ha dado. Cuando os oiga cantarle alegres alabanzas sabré que sois mis hijos; y estaréis cerca de mí en vuestros corazones.

La dirección del Segundo Mundo era el sur; su color, el azul; su mineral, qöchásiva, la plata. Sus jefes eran salavi, el abeto; kwáhu, el águila; y kolíchiyaw, el zorrillo, aunque los animales ya vivían en estado salvaje, separados de los hombres. Éstos se ocupaban pues de sus propios asuntos, construían casas, pueblos y senderos para unirlos. Fabricaban cosas con las manos y almacenaban el alimento como las Hormigas.

Cuando empezaron a comerciar e intercambiar mercaderías entre ellos, comenzaron los problemas. Tenían todo cuanto necesitaban en este Segundo Mundo, pero querían más, y cuanto más tenían, más querían. Olvidaron cantar alabanzas al Creador, celebrando por el contrario los bienes materiales.7 Y fue así como empezaron las peleas, las luchas y las guerras entre pueblos. Para colmo, aquellos que recordaban la Canción y la cantaban eran señalados y se vieron obligados a esconderse, cantándolas en el secreto de sus corazones.

Sótuknang recibió el aviso de que algo no iba bien y decidió, junto con Taiowa, destruir el Segundo Mundo. De nuevo, pidió a las hormigas que acogieran a aquellos pocos que aún creían, y ordenó a los gemelos Pöqánghoya y Palöngauhoya que abandonaran sus puestos en los extremos norte y sur del eje, lo que provocó que el mundo perdiese el equilibrio. Como éste giraba a través del espacio frío y sin vida, se congeló.

Al cabo de muchos años, Sótuknang ordenó a los gemelos que le devolvieran el equilibrio retornando a sus puestos y el hielo se rompió, dejando que volviera la vida. Sótuknang se dirigió a la kiva de las hormigas para repetir una vez más las consignas a los hombres, advirtiéndoles que si reiteraban en su error, volvería a destruir el mundo. Tras lo cual, éstos salieron al Tercer Mundo. Éste se llamaba Kuskurza.8 Su dirección era el este; su color, el rojo. Lo regían el cobre, palásiva; la piva, el tabaco; el angwusi, el cuervo; y el chöövio, el antílope.

La gente salió, se volvió a dispersar y a multiplicarse, pero todo fue cada vez más rápido y se hizo cada vez más grande, y volvieron a caer en el olvido. Aquéllos que aún recordaban su función cantaban cada vez más a menudo y con más fuerza desde las alturas. Sin embargo, Sótuknang decidió poner fin también a este mundo sin remedio, y lo hizo esta vez por el agua, ordenando a la Mujer Araña cortar unas cañas huecas y colocar dentro a los hombres que debían salvarse. Empezó a inundarse la tierra.

Al cesar la inundación, los hombres salieron de sus cañas selladas y se reconocieron en un punto de tierra que había sido antes la cima de “una de sus montañas más altas”, rodeados de agua.9

Enviaron muchos tipos de pájaros, uno tras otro, para volar sobre las aguas y encontrarlo. Pero todos regresaron agotados sin haber visto ninguna señal de tierra. Entonces sembraron una caña que creció alto en el cielo. La escalaron hasta arriba y miraron sobre la superficie de las aguas, pero no lograron ver tierra.

Sótuknang le dijo a la Mujer Araña:

– Debéis continuar vuestro viaje. Os guiará vuestra sabiduría interior. Está abierta la puerta en vuestras cabezas.

Ante lo cual, los seres humanos construyeron unas barcas redondas y planas con las cañas huecas en que habían llegado, y se entregaron a las aguas. Durante su navegación, recalaron en varias islas pero ninguna de aquellas era el Cuarto Mundo. De vez en cuando oían un ruido fuerte que retumbaba pero no identificaban de dónde provenía.

La Mujer Araña les repetía una y otra vez:

– La vida aquí es demasiado fácil y agradable para vosotros. Volveríais pronto a caer en vuestras maneras perversas. Debéis seguir adelante. ¿No os dijimos que el camino se haría más difícil y más largo?

Habiendo cumplido con su deber, les dijo que debían seguir solos y encontrar la Salida.

Remaron con energía, de día y de noche, durante mucho tiempo, como si estuvieran avanzando cuesta arriba.

Finalmente encontraron tierra, el Cuarto Mundo, pero no había forma de desembarcar pues por ahí por donde lo intentasen, se empinaba la costa. Recordaron las palabras de la Mujer Araña y dejaron de remar, “abrieron las puertas de sus cabezas y se dejaron guiar”. Sólo así lograron desembarcar y encontrar el lugar de la Salida. Apareció entonces Sótuknang, quien les instó a guardar el recuerdo y el significado de la Salida. Y añadió:

– El nombre de este Cuarto Mundo es Túwaqachi, Mundo Completo. Averiguaréis por qué. No todo es bonito y fácil, como los anteriores. Tiene altura y profundidad, calor y frío, belleza y esterilidad; tiene de todo, para que podáis elegir. Lo que elijáis determinará si esta vez podéis llevar a cabo en él el plan de la Creación o si deberá ser destruido también. Ahora os separaréis y emprenderéis distintos caminos a fin de reclamar toda la Tierra para el Creador. Cada grupo seguirá su propia estrella hasta que ésta se detenga. Ahí se establecerá. Debo irme ahora. Pero contaréis con la ayuda de las deidades apropiadas, de los buenos espíritus. Sólo mantened abiertas vuestras propias puertas y recordad siempre lo que os he dicho. Estas son mis palabras.
Entonces desapareció.

Empezaron a ir tierra adentro cuando volvieron a oír aquel ruido. Esta vez apareció un hombre apuesto quien resultó ser quien producía aquel ruido para atraerlos hacia allí. Él era el cuidador, guardián y protector de aquellas tierras. Su nombre era Másaw. Le preguntaron si iba a ser su líder, a lo que contestó que alguien más poderoso les había dado un plan que tenían que llevar a cabo primero, y debían seguir sus estrellas hasta el lugar en que debían establecerse. Entonces sería su líder. Pero también les advirtió que si reincidían en su maldad, les privaría de la tierra.

También les informó que si se dirigían hacia el norte, encontrarían frío y hielo. Esa era la Puerta Trasera de esta tierra y aquellos que fueran a través de dicha puerta, entrarían sin su consentimiento. Másaw les entregó cuatro tablillas sagradas donde se les explicaba cómo hacer las migraciones, cómo reconocer su lugar de asentamiento permanente y cómo vivir en él, tras lo cual desapareció.

La gente se dividió entonces en grupos y empezó sus migraciones. Así empezó todo en este Cuarto Mundo, Túwaqachi, Mundo Completo. Su dirección es el norte, su color sikyangpu, blanco amarillento. Sus jefes son kneumapee, el enebro; mongwau, el búho; tohopko, el puma; y el mineral mixto sikyápala.

A partir de aquí, cada clan guarda su propia memoria de hasta dónde llegó en su migración, de su regreso y de qué ha hecho desde aquel Sitio del Principio para cumplir con el Plan de la Creación hasta hoy día, memoria que se comparte entre clanes durante sus ceremonias y que Frank Waters (1902-1995), de padre medio Cheyenne, recogió en su libro Book of The Hopi. Waters conoció de primera mano distintas culturas del suroeste americano, acompañando a su padre, de quien heredó el amor por su cultura. El libro rescata, por primera y única vez, la tradición oral narrada por treinta ancianos Hopi durante los años 60, hasta entonces mantenida en secreto. Esta apertura representa un legado para las futuras generaciones.10

Y ahora, antes que Másaw volviera la cabeza y se volviera invisible, explicó que cada clan debe hacer cuatro migraciones, una en cada dirección, antes de que lleguen todos a su hogar común y permanente.


NOTAS
1 Ver acápite “Geografía Sagrada”, módulo II-33, Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, Ed. Symbolos, Barcelona, 2003.
2 El kópavi es la “puerta abierta” por la que se recibe la vida y a través de ella se comunica el hombre con su Creador. Ver nota siguiente.
3 A la hora de la luz roja, Tálauva, última fase de la creación del hombre, el kópavi se endurecía y la puerta se cerraba hasta el momento de la muerte, en que se volvía a abrir para dar salida a la vida.
4 De hecho, no les hacía falta pues se entendían entre sí sin necesidad de la palabra.
5 Dichos centros aseguran la comunicación axial, dando “aviso si algo está mal”.
6 La kiva es el espacio donde se celebran los ritos y ceremonias (así como todas las reuniones). Construida bajo el kisonvi o plaza central del pueblo, donde tienen lugar los bailes públicos que se realizan tras la ceremonia, la kiva es de carácter secreto y se halla hundida en el suelo como una matriz. Se accede a ella mediante un agujero en el suelo que simbólicamente conduce al mundo anterior o al Inframundo, mientras la abertura por la que se sale al exterior desde dentro representa la salida al mundo de arriba. Un solo pueblo puede tener numerosas kivas, en función del número de clanes que convivan en él, como es el caso de Oraibi, donde existen 14, siendo el número máximo.
7 “La multiplicidad de las tradiciones es una forma evolutiva que reviste aquella Tradición Única de los orígenes en el proceso cíclico de caída a través de las edades históricas. Y así como en el Arbol Sefirótico cuatro planos progresivamente densos separan a la Deidad Primera del Reino de este Mundo, así también en el tiempo las cuatro edades –del oro, la plata, el bronce y el hierro– marcan el progresivo ocultamiento de aquella Tradición Primordial bajo el disfraz de tradiciones diversas y cada vez en apariencia más distintas, hasta el punto de llegar a admitir contradicciones entre ellas en el plano de su literalidad, que es el único que está al alcance de la generalidad de los hombres en la actual edad oscura. A ello se refiere el mito bíblico de la Torre de Babel, relativo al momento en que el género humano empieza a interesarse por el desarrollo de la civilización –las artes, los oficios y las grandes empresas técnicas– y es ‘castigado’ con la confusión de las lenguas”. Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, Módulo II, 40, op. cit.
8 Palabra antigua para la que no hay traducción moderna.
9 En este punto, son muchas las analogías con otros mitos del diluvio.
10 Todo este escrito está basado en el libro de Frank Waters, Book of Hopi. Ed. Penguin Books, Nueva York, 1977. Todas las citas y entrecomillados están extraídos del libro y traducidos por la autora de este artículo.
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