SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

ACERCA DE ALCE NEGRO Y SU GRAN VISIÓN

LUCRECIA HERRERA



Alce Negro en el centro del mundo.

Dice Federico González que,

En numerosas Tradiciones se habla de haber tenido una visión «muchas veces en sueños» y se refieren a la certeza y la profecía; tal las visiones chamánicas, entre las cuales no queremos dejar de mencionar a las tribus norteamericanas, que incluso buscan esa visión y la ritualizan de distintas maneras (vision quest).1

Antes de que Alce Negro relatara su gran visión a John G. Neihardt, quien recopiló este maravilloso relato, antes de empezar a hablar, primero, este hombre sabio y chamán de los Sioux de Oglala, tribu que habitó las llanuras de Norteamérica, eleva la pipa sagrada con una ofrenda al Espíritu del Mundo para que le ayude a ser veraz. Así da inicio la narración de una cosmogonía que le fue revelada cuando aún era un niño de cinco años. Por su extensión y complejidad no podemos citarla en su totalidad en esta breve nota, pero sí compartir algunos fragmentos de ella.2 No nos detengamos, pues, y oigamos lo que nos dice, ya en su vejez, este hombre de conocimiento tocado por el espíritu acerca de su gran visión:

–Mira, lleno esta pipa de corteza de sauce rojo; pero antes de que la consumamos, debes comprender cómo se fabricó y que significa. Las cuatro cintas que cuelgan de su cañón son las cuatro regiones del universo. La negra representa el oeste, en el viven los seres del trueno para enviarnos la lluvia; la blanca, el norte, de donde llega el amplio viento blanco y purificador; la roja, el este, donde brota la luz y donde el lucero de la mañana mora para conceder sabiduría a los humanos; y la amarilla, el sur, del que proceden el estío y la facultad de crecer.
Pero, estos cuatro espíritus son, en resolución, un solo Espíritu, y esta pluma de águila simboliza a Aquel que es como un padre, y también los pensamientos humanos que deben remontarse como las águilas. ¿Acaso no es el firmamento padre, y la tierra madre, y no son hijos suyos todas las cosas vivientes dotadas de pies o alas o raíces? Y este cuero en la boquilla, el cual ha de ser de piel de bisonte, indica la tierra, de la que procedemos y a cuyos pechos nos criamos como recién nacidos durante toda nuestra existencia, en compañía de todos los animales y aves y árboles y hierbas. Y porque significa eso, y mucho más de lo que el hombre puede entender, la pipa es sagrada.
(...)
Enciendo, pues, la pipa, y tras brindarla a los poderes que son un Poder, y una vez haya lanzado mi voz a ellos, fumaremos juntos. Ofreciendo en primer lugar la boquilla a Aquel que está en lo alto, –así– , alzo mi voz:
¡Eh, eh! ¡Eh, eh! ¡Eh, eh! ¡Eh, eh!
Antepasado, Gran Espíritu, siempre fuiste y nadie fue antes que tú. A nadie se puede rezar fuera de ti. Tú mismo, todo lo ves, cada cosa, fue hecha por ti. Tú perfeccionaste las naciones de estrellas en el universo entero. Tú perfeccionaste las cuatro regiones de la tierra. Tú perfeccionaste el día, y en aquel día, todo. Antepasado, Gran Espíritu, inclínate cerca de la tierra para escuchar la voz que te envío...3

Luego, invocando hacia donde el sol se pone, a los seres del trueno, donde el Gigante Blanco vive poderosamente; donde el sol brilla sin pausa, donde aparece el lucero del alba y el día; donde vive el verano y las profundidades del cielo, águila de poder; a la Madre Tierra; a las cuatro regiones del mundo, dice:

¡Soy vuestro pariente! Dadme vigor para recorrer la blanda tierra (...) Dadme ojos para ver y fuerza para entender, a fin de que sea como vosotros. Sólo con vuestro poder puedo encararme con los vientos. (...)
¡Escúchame! Débil es la voz que te envío, pero la emito de corazón. ¡Escúchame!

Una vez elevada su oración al Gran Espíritu enciende la pipa sagrada compartiéndola con aquellos que estaban allí presentes, ese día.

Cuando Alce Negro apenas tenía cinco años fue que oyó por primera vez las “voces” como si alguien lo llamase, aunque no aconteció sino hasta que cumplió nueve años que volvió a escucharlas, esta vez llamándole con premura pues “el tiempo había llegado”.

Pero, esa primera vez, siendo un niño aún, cuenta que un día montaba su caballo trotando por el bosque a lo largo de un riachuelo ya que se avecinaba una tormenta por el oeste, y de pronto vio un muscícapa (ave que emite un canto melodioso y cuya etimología proviene del latín: “musca”, mosca y “capere” que quiere decir coger), posado en una rama; en el momento que se disponía a dispararle con el arco, el pájaro se anticipó y le habló:

–Las nubes que cubren lo alto tienen un solo lado– le dijo.

No fue un sueño, ocurrió.

–¡Atiende! ¡Una voz te llama!
Volví mi vista hacia las nubes y aparecieron en ellas dos hombres cabeza abajo como saetas que caen; y mientras se aproximaban, interpretaban una canción sagrada y el trueno era como el redoble del tambor. El canto y el replicar de los tambores eran así:
–Atiende, una voz sacra te llama; En todo el firmamento una voz sacra llama.

Pese a que Alce Negro era un niño, se quedó contemplándolos, ya que acudían del lugar donde los gigantes viven, que es el norte. Pero cuando se encontraban muy cerca de él, se desviaron hacia el oeste y, de pronto, se convirtieron en gansos y desaparecieron.4 Inmediatamente, la lluvia cayó con fuerza acompañada de un ventarrón bramador.

Por otra parte, no debe extrañarnos que este sabio, habitante de las llanuras de Norte América, haya tenido esta visión aún siendo niño.

Nos dice Federico González Frías en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:

Como se ve, la visión de la que se trata es espiritual y por lo tanto interna y nada tiene que ver con las engañosas formas que percibe el ojo.
(...)
Cuando estas visiones no son engañosas el corazón lo sabe y sigue su camino. Con los años esta aceptación puede considerarse como profética.5

Alce Negro no contó su visión a nadie. Pensaba en ella pero temía contarla. Y así pasaron los años hasta el verano en que cumplió nueve años. Pero, cuando en soledad surgían las voces, no comprendía qué le decían; igualmente, si no las oía se olvidaba de ellas. Pero cierto día un hombre que le tenía estima llamado Hombre Cadera le invitó a comer a su tipi y mientras comían una voz le dijo:

–Ha llegado el momento. Ahora te llaman. Sonó tan recia y clara, que le presté crédito, y me dispuse a ir donde ella quisiera. Me levanté y eché a andar. Los muslos empezaron a dolerme, y de pronto fue como si despertara de un sueño, y no se oía la voz.

A la mañana siguiente se levantó el campamento y cabalgando por el camino con los muchachos de su edad sucedió que se detuvieron a beber agua en un arroyo y al desmontar se le doblaron las piernas. Estaba enfermo; tenía hinchadas las piernas, los brazos y la cara. Tan enfermo estaba que permaneció acostado en el tipi al lado de su padre y su madre. Recuerda, sin embargo, que podía ver fuera por una ranura; y esto es, muy resumidamente, lo que en ese instante vio y oyó:


Los dos espíritus descienden en busca de Alce Negro.

Dos hombres descendieron de las nubes cabeza abajo como flechas que caen, y supe que eran los mismos que había visto con anterioridad. Llevaban sendas lanzas largas, y de las moharras partía un rayo mellado. Llegaron al suelo esta vez y se quedaron algo apartados; me observaron y dijeron:
–¡Apresúrate! ¡Ven! ¡Te llaman tus Antepasados!

Vio que estos seres partían inmediatamente, como flechas lanzadas por el arco hacia lo alto y como las piernas ya no le dolían se levantó y los siguió, observando que tenía mucha agilidad. Y así abandonó el tipi. Al salir vio que una nubecilla se movía muy de prisa; lo enarcó y lo arrebató retrocediendo al lugar de donde procedía.


Alce Negro sube a visitar a los Seis Antepasados.

Cuando miré abajo, vi a mi madre y a mi padre a distancia, y sentí pena de dejarlos. Y después no hubo más que aire y la rapidez de la nubecilla que me transportaba y los dos hombres que nos precedían hacia las alturas, en las que nubes blancas se acumulaban como montes en un vasto llano azul, y en ellas los seres del trueno vivían y bullían y destellaban.
No hubo de pronto más que un mundo nuboso, y los tres nos hallamos en una amplia llanura alba, con colinas y montañas que nos contemplaban; y reinaba una gran quietud; pero se oían susurros.

Y con esos susurros da inicio a la narración de su gran visión, una cosmogonía a él revelada por seis ancianos que se le presentaron entre nubes sentados en fila en el interior de un tipi cuya entrada abierta era un arco iris.


Alce Negro ante los Antepasados.

Seis Antepasados, que todo le revelaron, dándose cuenta que el sexto era él mismo:

... él era el Espíritu de la Tierra, y vi que era muy viejo, mucho más viejo de lo que alcanzan a ser los hombres. Tenía el pelo largo y blanco, su rostro parecía un amasijo de arrugas y sus ojos estaban hundidos y apagados. Le examiné con atención, porque creía conocerle, no sé porqué; y mientras le examinaba, se mudó poco a poco, retrocediendo hacia la juventud, y cuando fue muchacho comprendí que era yo mismo con todos los años que se acumularían en mí.

Pasarían años, más bien casi toda su vida, antes de que pudiera comprender plenamente en su corazón lo que escuchó y vio, y pudiera, en su momento, manifestarlo, ponerlo en escena, llevando a cabo, ordenadamente, todo lo que le habían revelado, recreando a través del rito y el símbolo lo que había recibido y comprendido en su interior encarnándolo en unión con su nación.

En aquel último día de su narración, acompañado por su hijo y otros sabios compañeros de aventuras y combates de su juventud: Trueno de Fuego y Oso Erecto, recuerda Neihardt que al terminar el relato de su maravillosa visión, Alce Negro se levantó del lugar donde sentados en círculo habían permanecido mientras hablaba. Se arregló y pintó y se encaró con el oeste, manteniendo la pipa sagrada delante de él con la mano derecha. Alzó luego su voz, débil, tenue, perdida en el vasto espacio que les circundaba. Y con lágrimas en los ojos habló así:

...lanzo una voz, Gran Espíritu, Antepasado mío, sin olvidar nada de lo que hiciste, las estrellas del universo y las hierbas de la tierra...
Hoy lanzo una voz por un pueblo desesperado. Me diste una pipa sagrada y hago mi ofrenda con ella. Hela aquí. Me concediste del oeste la copa de agua viviente y el arco sacro, el poder de dar vida y el de destruir. Me concediste un viento sagrado y la hierba del sitio en el que mora el Gigante Blanco, la facultad de purificar y curar. El lucero del alba y la pipa del este me concediste; y del sur, el santo aro de la nación y el árbol que florecería. Me llevaste al centro del mundo y me enseñaste la bondad y la belleza y lo extraño de la tierra que reverdece, madre única; y allí me mostraste y vi las formas espirituales de las cosas, tal como deben ser. En el centro de este aro sacrosanto aseveraste que yo haría florecer el árbol.
Con lágrimas en los ojos, oh Gran Espíritu, Gran Espíritu, Antepasado mío, con lagrimas en los ojos he de decir ahora que el árbol jamás floreció. (...) nada conseguí.
Aquí, en el centro del mundo, al que me guiaste en mi juventud y me adoctrinaste; aquí me tienes, en la ancianidad, ¡Y el árbol se ha secado, Antepasado, Antepasado mío! Una vez más, acaso la última en esta tierra, rememoro la gran visión que me enviaste. Tal vez viva aún una raicilla del árbol sagrado. Nútrela si así fuere, para que se cubra de hojas y de flores y de pájaros canoros. Atiéndeme, no por mí, sino por mi pueblo; soy viejo. ¡Atiéndeme a fin de que mi gente logre entrar de nuevo en el aro sacro y halle el buen camino rojo, el árbol amparador!


Alce Negro bajo el Árbol de la Vida.

Empezó a caer la lluvia, y resonó, murmurante, un trueno sin relámpagos.

–En la angustia alzo mi débil voz, ¡Oh seis Poderes del Mundo! ¡Haced que mi pueblo viva!


NOTAS
1 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Visión. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2 Ver: John G. Neihardt (Arco Iris Llameante), Alce Negro Habla. Ediciones de la Tradición Unánime, Barcelona, 1984.
3 Todas las citas (a excepción de las señaladas puntualmente) son extraídas del libro Alce Negro Habla, escrito por John G. Neihardt (Arco Iris Llameante) a través de varias reuniones que mantuvo con Alce Negro en su vejez. Las ilustraciones a color que aquí reproducimos son de Standing Bear que aparecen en la edición de Washington Square Press, New York, 1972.
4 Este hecho nos recuerda que en la tradición griega, Apolo, dios de la profecía, la Luz y la Inteligencia, el canto sagrado y la visión, cuya morada era la Hiperbórea, más allá del viento Bóreas, el norte, va siempre acompañado de blancos cisnes cantores o de gansos albos.
5 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Visión, op. cit.
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