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LUCRECIA HERRERA |
Dice Federico González que,
Antes de que Alce Negro relatara su gran visión a John G. Neihardt, quien recopiló este maravilloso relato, antes de empezar a hablar, primero, este hombre sabio y chamán de los Sioux de Oglala, tribu que habitó las llanuras de Norteamérica, eleva la pipa sagrada con una ofrenda al Espíritu del Mundo para que le ayude a ser veraz. Así da inicio la narración de una cosmogonía que le fue revelada cuando aún era un niño de cinco años. Por su extensión y complejidad no podemos citarla en su totalidad en esta breve nota, pero sí compartir algunos fragmentos de ella.2 No nos detengamos, pues, y oigamos lo que nos dice, ya en su vejez, este hombre de conocimiento tocado por el espíritu acerca de su gran visión:
Luego, invocando hacia donde el sol se pone, a los seres del trueno, donde el Gigante Blanco vive poderosamente; donde el sol brilla sin pausa, donde aparece el lucero del alba y el día; donde vive el verano y las profundidades del cielo, águila de poder; a la Madre Tierra; a las cuatro regiones del mundo, dice:
Una vez elevada su oración al Gran Espíritu enciende la pipa sagrada compartiéndola con aquellos que estaban allí presentes, ese día. Cuando Alce Negro apenas tenía cinco años fue que oyó por primera vez las “voces” como si alguien lo llamase, aunque no aconteció sino hasta que cumplió nueve años que volvió a escucharlas, esta vez llamándole con premura pues “el tiempo había llegado”. Pero, esa primera vez, siendo un niño aún, cuenta que un día montaba su caballo trotando por el bosque a lo largo de un riachuelo ya que se avecinaba una tormenta por el oeste, y de pronto vio un muscícapa (ave que emite un canto melodioso y cuya etimología proviene del latín: “musca”, mosca y “capere” que quiere decir coger), posado en una rama; en el momento que se disponía a dispararle con el arco, el pájaro se anticipó y le habló:
No fue un sueño, ocurrió.
Pese a que Alce Negro era un niño, se quedó contemplándolos, ya que acudían del lugar donde los gigantes viven, que es el norte. Pero cuando se encontraban muy cerca de él, se desviaron hacia el oeste y, de pronto, se convirtieron en gansos y desaparecieron.4 Inmediatamente, la lluvia cayó con fuerza acompañada de un ventarrón bramador. Por otra parte, no debe extrañarnos que este sabio, habitante de las llanuras de Norte América, haya tenido esta visión aún siendo niño. Nos dice Federico González Frías en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
Alce Negro no contó su visión a nadie. Pensaba en ella pero temía contarla. Y así pasaron los años hasta el verano en que cumplió nueve años. Pero, cuando en soledad surgían las voces, no comprendía qué le decían; igualmente, si no las oía se olvidaba de ellas. Pero cierto día un hombre que le tenía estima llamado Hombre Cadera le invitó a comer a su tipi y mientras comían una voz le dijo:
A la mañana siguiente se levantó el campamento y cabalgando por el camino con los muchachos de su edad sucedió que se detuvieron a beber agua en un arroyo y al desmontar se le doblaron las piernas. Estaba enfermo; tenía hinchadas las piernas, los brazos y la cara. Tan enfermo estaba que permaneció acostado en el tipi al lado de su padre y su madre. Recuerda, sin embargo, que podía ver fuera por una ranura; y esto es, muy resumidamente, lo que en ese instante vio y oyó:
Vio que estos seres partían inmediatamente, como flechas lanzadas por el arco hacia lo alto y como las piernas ya no le dolían se levantó y los siguió, observando que tenía mucha agilidad. Y así abandonó el tipi. Al salir vio que una nubecilla se movía muy de prisa; lo enarcó y lo arrebató retrocediendo al lugar de donde procedía.
Y con esos susurros da inicio a la narración de su gran visión, una cosmogonía a él revelada por seis ancianos que se le presentaron entre nubes sentados en fila en el interior de un tipi cuya entrada abierta era un arco iris.
Seis Antepasados, que todo le revelaron, dándose cuenta que el sexto era él mismo:
Pasarían años, más bien casi toda su vida, antes de que pudiera comprender plenamente en su corazón lo que escuchó y vio, y pudiera, en su momento, manifestarlo, ponerlo en escena, llevando a cabo, ordenadamente, todo lo que le habían revelado, recreando a través del rito y el símbolo lo que había recibido y comprendido en su interior encarnándolo en unión con su nación. En aquel último día de su narración, acompañado por su hijo y otros sabios compañeros de aventuras y combates de su juventud: Trueno de Fuego y Oso Erecto, recuerda Neihardt que al terminar el relato de su maravillosa visión, Alce Negro se levantó del lugar donde sentados en círculo habían permanecido mientras hablaba. Se arregló y pintó y se encaró con el oeste, manteniendo la pipa sagrada delante de él con la mano derecha. Alzó luego su voz, débil, tenue, perdida en el vasto espacio que les circundaba. Y con lágrimas en los ojos habló así:
Empezó a caer la lluvia, y resonó, murmurante, un trueno sin relámpagos.
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NOTAS | |
1 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Visión. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. |
2 | Ver: John G. Neihardt (Arco Iris Llameante), Alce Negro Habla. Ediciones de la Tradición Unánime, Barcelona, 1984. |
3 | Todas las citas (a excepción de las señaladas puntualmente) son extraídas del libro Alce Negro Habla, escrito por John G. Neihardt (Arco Iris Llameante) a través de varias reuniones que mantuvo con Alce Negro en su vejez. Las ilustraciones a color que aquí reproducimos son de Standing Bear que aparecen en la edición de Washington Square Press, New York, 1972. |
4 | Este hecho nos recuerda que en la tradición griega, Apolo, dios de la profecía, la Luz y la Inteligencia, el canto sagrado y la visión, cuya morada era la Hiperbórea, más allá del viento Bóreas, el norte, va siempre acompañado de blancos cisnes cantores o de gansos albos. |
5 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Visión, op. cit. |
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