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Hasta hace poco, el medio y forma de vida de prácticamente todos los pueblos nativos del norte del continente americano era nómada, pues cambiaban sus asentamientos influenciados por los extremados cambios climáticos de las estaciones, lo que por esos lares produce un marcado impacto estacional en la fauna y la flora del lugar. Por este motivo, los asentamientos se iban trasladando, aunque generalmente circulaban dentro de unas coordenadas que abarcaban, en ocasiones, comarcas inmensas compartidas por pueblos hermanados unidos por la lengua y cultura. Los indígenas protegían los territorios contra invasores y los cuidaban con verdadero amor y respeto, interactuando con la madre naturaleza y reconociendo en su geografía la voz, o la expresión, de la Madre Tierra. Todo es sagrado para estos nativos y todo así mismo está manifestando una forma de la deidad. En este punto damos con Mackinac, que por lustros los Algonquin reconocieron como un lugar sacro, residencia del Supremo Poder, un espacio cargado de una simbólica que se expresa en “la isla”, “el bosque”, “el montículo” y “el monolito de su corazón”, o incluso “la tortuga que emerge tras el diluvio” y quizás otras que al andante le vengan al encuentro. Gitchi Manitu –con varias acepciones en su escritura y pronunciación– es una deidad muy presente en toda la región Algonquin y extendida a muchos otros territorios. Generalmente se traduce a nuestra lengua como el Gran Espíritu o Gran Misterio, también por Supremo Poder. El Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos dice de esta forma de referirse a lo sagrado:
Nos situamos ahora en la zona donde convergen las aguas de tres de los grandes lagos de Norteamérica, el Superior, el Hurón y el Michigan, un estrecho donde se encuentran varias isletas de las que quizás en más de una de ellas se observó alguna característica que la relacionaba con lo sacro. Entre ellas se encuentra Mackinac cuya enigmática belleza ha hecho de ella, hoy día, un enclave de peregrinación para el turisteo, pero antaño fue reconocida y venerada como un lugar sagrado al que, por lustros, se acercaban muchos seres humanos en peregrinación; allá llevaron sus ofrendas y realizaron sacrificios y otros rituales dedicados a Gitchi Manitou. Se decía que era su hogar.
También se dice que allá se entregaron los restos de personajes ilustres como los jefes de tribus y sus familias y también de chamanes u hombres de conocimiento. El nombre de Mackinac, quiere decir “tortuga”, y la leyenda de los Anishinaabe (una tribu Algonquin) cuenta que fue la primera en asomar después del gran diluvio. La isla emerge desde la inmensidad de estas grandes reservas de aguas dulces. Todo el largo del litoral del noreste es un acantilado que por tramos regala a la vista la belleza del paisaje; en un día soleado será el encuentro de un cielo azul con toda la gama de coloridos turquesas y cristalinos que toma el lago al acariciar sus costas. Sin embargo, por el lado opuesto, desde sus cumbres, el montículo extiende sus faldas de amplios bucles dejando ciertos accesos menos inclinados para los visitantes que quieran subir a los altos, o dedicarse al encuentro del hoy conocido como “Sugar Loaf”, un gran “axis mundi” en el corazón de la isla, el que paradójicamente no resulta nada obvio desde sus alrededores, pues queda velado por una potente y encantadora frondosidad atravesada por laberínticos senderos. Senderos que derivan hacia otros destinos cuya belleza puede dejar atrapados y ensimismados a muchos visitantes, como los acantilados descritos más arriba.
El “Sugar Loaf” queda al pie del punto más alto de la isla, en un pequeño claro respetado por el tupido bosque que cubre gran parte del territorio insular. Es un extraordinario monolito que se yergue en vertical alcanzando, desde su base, unos casi 23 metros de altura. En él se esconden pequeñas cavidades, algunas testigos de muchas y variadas historias, según se cuenta. Esta espectacular formación, junto con gran parte de la isla actual, son el resultado de un arte escultórico llevado a cabo por el poder erosivo de las aguas, cuando el drenaje del ancestral lago Algonquin hace más de 11.000 años. Según la leyenda éste era el lugar de Guitchi Manitu, aunque también corren otro tipo de historias alrededor del Pilar. No sabemos si aún hoy día se siguen haciendo rituales en Mackinac, pues la isla está verdaderamente invadida por el carrusel de apetencias turísticas, aunque… quizás alguno aún se acerque al encuentro de lo que ahí se está espejando, pues todavía por aquellos lares se oye invocar al Gran Espíritu. De ello da cuenta esta oración que traducida de su lengua original canta así:
Las “trampas” que se encuentran en el antes mencionado recorrido laberíntico que rodea el gran axis que se eleva “en las espaldas de la tortuga”,4 persisten hasta el final, pues constatamos que a algunos que circulan cerca del claro del bosque, sorprendentemente, el gran monolito les ha pasado desapercibido. María Correa
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