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A LA FIGURA DEL PAYASO SAGRADO ENTRE LOS INDIOS NORTEAMERICANOS CARLOS ALCOLEA |
De entrada, invocar la prudencia con la que se ha de abordar un tema como este, y todo lo relacionado con la necesidad en ciertos individuos de cumplir con la función que les ha sido revelada mediante un poder sobrenatural ya sea en visiones, sueños o trances, entre los que se debe incluir la enfermedad como posible vía que indica una cualificación y preludia el acceso al conocimiento de lo oculto, el mundo sobrenatural enmascarado por los sentidos y el descubrimiento de la construcción mental a que da lugar. Los propios trances chamánicos son descritos en general como crisis nerviosas o experiencias de tipo cataléptico en las que la individualidad experimenta un descuartizamiento o bien se ve sometida a un proceso análogo disolutivo, lo que supone un viaje al reino de los muertos a fin de renacer a los estados superiores. Y aunque un observador ajeno no alcance a ver en estas crisis otra cosa que un desequilibrio mental, lo cierto es que para los propios que ejercen estas prácticas se trata de una cualificación que capacita al individuo en cuestión para desempeñar la función que demandan quienes lo han señalado para ello –entidades sobrenaturales– y que lo ratifica como restaurador del equilibrio micro y macrocósmico, es decir, individual y universal, reconociendo su labor como pontífice. En efecto, de entre la diversidad de formas en que se expresa la deidad mensajera iniciando en esta vocación a multitud de mediadores entre lo visible y lo invisible, la figura del payaso sagrado manifiesta de modo absolutamente chocante por contradictorio, la paradoja de ejercer como puente entre lo humano y lo divino, religando distintos planos o realidades mientras actúa como si de un loco se tratase a los ojos del vulgo, que no aprecia la causa por la que procede contra natura, haciéndose más notoria la dualidad por contraste como objeto mediante el que reconocer la Unidad, que es en definitiva la síntesis y el sentido primordial de la creación emanada de aquélla. Entre los indios Selk’nam de la Isla Grande, –acerca de la cual se dice que los primeros navegantes que la costearon capitaneados por Magallanes avistaron fuegos eternos, acaso en representación de la llama perpetua en el corazón de los nativos, símbolo del amor y de los éxtasis y goces de la sublime y fogosa belleza–, se nombra explícitamente a los chamanes mentirosos o impostores que consiguen engañar con su interpretación a grupos de gente haciéndoles creer lo que no es.1 En cualquier caso, hay que destacar la conducta desconcertante y aparentemente caprichosa –tal cual un niño–, que ejercen los payasos sagrados en las culturas indias norteamericanas en general, procediendo al contrario de lo establecido. Este tipo de comportamiento recuerda inevitablemente algunas fiestas que se realizaban en determinados períodos del ciclo anual durante la Edad Media europea, en las que se hacía todo al revés y se daba rienda suelta a los más bajos instintos invirtiéndose la jerarquía, tal como lo ejemplifica el hecho de introducir burros en las iglesias y vestirlos de obispo, otorgándoles el lugar que normalmente ocupaban los cargos eclesiásticos. Todo ello con el fin de garantizar el mantenimiento del orden el resto del año, al dejar que durante un período muy concreto y definido de tiempo se agotaran todas las posibilidades de orden inferior que alberga el ser humano, y que también necesitan ser exteriorizadas. Lo que actualmente ha perdido todo el sentido pues el desorden es generalizado y a tiempo completo. Asimismo, sin salir del viejo continente en épocas pretéritas, no podemos dejar de observar un paralelismo obvio entre los mencionados payasos sagrados y la figura del bufón –relacionada con el juglar, el trovador y el vate o adivino, entre otros–, al que se le puede ver en las cortes europeas ejerciendo de consejero pese a la aparente locura que manifiesta abiertamente, sin complejos ni expectativas, con absoluto desapego, pronunciándose de modos tan insólitos como contradictorios, acostumbrado a la paradoja que rige su comportamiento y que manifiesta un alto grado de desarrollo espiritual, actuando de espejo que refleja lo grotesco y que normalmente resulta repulsivo y despreciable, pero que debe exteriorizarse como en el caso de las fiestas medioevales mencionadas anteriormente. Volviendo de nuevo a la figura del payaso sagrado entre los indios de norteamérica, añadiremos que en general las investigaciones realizadas por los académicos oficiales no aciertan a esclarecer lo que desde el punto de vista analítico y dual relativo al plano de la psique –que es el terreno en el que suelen desarrollarse dichos estudios– resulta inexacto, al tratarse de experiencias cuya naturaleza es netamente suprahumana. De ahí que cualquier propósito de aproximación mediante los métodos habituales de la lógica racional se encuentre abocada al fracaso.
En verdad estamos ante un fenómeno acerca del cual personajes como Dioniso Areopagita, Nicolás de Cusa o el maestro Eckhart –por poner un trío de ejemplos conocidos–, ofrecen su testimonio mediante un discurso basado en la propia vivencia de la paradoja como vía que atestigua contradicciones imposibles de conciliar si se excluyen los principios universales de los que emana el orden cósmico, dando lugar a la creación y sentido pleno al papel que a cada quien le corresponde representar en ella. Ahora bien, no es menos cierto que existen aproximaciones atinadas en las que se explica abiertamente la facultad que poseen los payasos sagrados para ver con los ojos de un niño, por lo que son efectivamente capaces de detectar lo falso a distancia. También se ha señalado su función como despertadores del sueño, es decir, que están cualificados para provocar rupturas de nivel y estados alterados de la conciencia alcanzados por aquellas individualidades que lograrían percibir la ilusión de la existencia traspasando sus confines una vez han llegado al centro de sí mismos, en el que se reconoce la presencia de la divinidad a la par que se asume una actuación delirante llena de extravagancias en la que lo moralmente correcto e irreprochable da paso a conductas excéntricas que el propio interesado experimenta llevando la razón al límite, que es en definitiva lo que conviene dinamitar sin que ello suponga caer en un estado de locura patológica, uno de los peligros que se han de afrontar sin oponerse, para dar paso a un mundo mucho más rico y amplio en el que se percibe la dualidad emanada de la Unidad inmutable y eterna: el Gran Espíritu que reside en el centro de todas las cosas. Del payaso sagrado se ha señalado su vínculo con el pájaro del trueno –thunderbird en inglés– al que se lo ha descrito como un águila de proporciones formidables cuyo batir de alas provoca los truenos y de cuyo pico exhalan los rayos de las tormentas, dando lugar a los fenómenos meteorológicos extremos y demás efectos atmosféricos, todo ello como manifestación visible del poder destructor pero también regenerador que ostenta esta entidad espiritual con la que se codea el idiota sagrado, también llamado “contrario” como expresión reconocida de su conducta a contrapelo o contranatura que vendría a reflejar el misterio de la existencia. No es de extrañar entonces, la asociación de sus frenéticas y sobrecogedoras actuaciones con el relámpago o la estampida sonora del trueno y el viento, vinculados a las sacudidas del tambor que resuena ritualmente en recuerdo de la energía primordial que despliega dicha entidad por encima de consideraciones benéficas o maléficas, siempre relativas por pertenecer al binomio exclusivo en el que lo que para unos resulta ganancia, para otros es pérdida en el cómputo cuantificable correspondiente al tipo de mentalidad habitual en el mundo moderno y su escala de valorizaciones tendente a negar la evidencia: que lo bueno de hoy es lo malo de mañana y viceversa. Para terminar estos breves apuntes, se debe destacar lo que también se ha dicho acerca del payaso sagrado en tanto que en un momento dado, llegarán a optar por una estrategia de renuncia a la forma visible en que manifiestan su carácter sagrado y su función como mediadores entre lo humano y lo divino, ocultándose a las miradas profanas para poder seguir actuando sin la amenaza de aquellos colonizadores que no alcanzan a comprender esta manera de actuar y no toleran ser el blanco de las risas, al punto de llegar a asesinarlos. “Koshare, Koyaala o Hano es el nombre del Payaso Sagrado Kashina de los Hopi (Arizona). Entre los Arapahoe (Grandes llanuras) es llamado Ha Hawkan, ‘idiota sagrado’, y entre los Oglala y los Dakota (Grandes llanuras), Heyoka, ‘loco’.2 Esto último nos lleva a recordar el arcano mayor con el mismo nombre que aparece en el Tarot, obviamente análogo a la figura del clown que estamos tratando, al que se lo presenta desprendido de todas sus posesiones, únicamente provisto de sus instrumentos de poder con los que ejerce la más elevada Magia consistente en regenerar el cosmos manteniendo viva y vigente la memoria de la cohesión entre los distintos planos o mundos –cielo-tierra-infierno– que conforman la totalidad y su orden jerarquizado, esto es, la cosmogonía. Siempre al borde del abismo es consciente de los peligros que no dejan de acecharlo, aunque transita los caminos paradójicos de la vida confiado en el Gran Espíritu, tal cual un niño en estado de inocente plenitud, con su mente y su corazón receptivos a las indefinidas posibilidades que le brinda el presente como emanación directa de la divinidad con la que se identifica.
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NOTAS | |
1 | Ver trabajo de Marc García en este mismo número de SYMBOLOS. |
2 | Ver En el Taller Hermético. Notas y bocetos alquímicos de Ana Contreras. Colección Aleteo de Mercurio nº 4, Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2018. |
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