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CENTROS ORACULARES DE LA TRADICIÓN HERMÉTICA (2ª Parte) MIREIA VALLS |
El oráculo de Latona en Butona La madre de los mellizos divinos, Leto para los griegos y Latona para los romanos, tenía también sus centros oraculares. Uno de los más conocidos es el que describe Herodoto en su libro segundo de Historia, aunque según su relato Latona no es la madre de Apolo y Artemisa, sino su nodriza. Esto nos cuenta Herodoto:
Además de la singularidad de esta construcción, de una sola pieza, lo que transmite la idea de solidez, estabilidad y unicidad, se dice también que está cerca de una laguna en la que hay una “isla flotante”, análoga a la mítica Delos, que como sabemos erraba sobre las aguas hasta que Leto se amarró a una palmera que crecía en el centro insular para alumbrar bajo su sombra a los hermanos divinos, quedando entonces fijada y quieta.
No deja de sorprendernos esta idea de una isla que va surcando los mares, y que ora se la encuentra en Egipto, ora en Grecia, dando cobijo a esa pareja de dioses y a su madre o nodriza venidos de “otro lugar” (recordemos el vínculo de Leto, Apolo, y como veremos también de Artemisa, con la Hiperbórea) y que en su discurrir transporta a esa tropa divina hacia nuevas tierras con el cometido de transmitir los conocimientos de la Tradición Primordial a otras tradiciones secundarias, pertenecientes a momentos más caídos del ciclo de esta humanidad, como son la Egipcia y la Greco-latina. Aunque nada sabemos de lo que se revelaba en ese centro oracular de Butona, sí se desprende una idea oculta en lo que acabamos de relatar: ciertas deidades son las emisarias directas de las enseñanzas polares, y a ellas compete protegerlas y adaptarlas para que lleguen incólumes a los seres humanos de otras geografías y tiempos. Ya vimos en la anterior entrega de este artículo las funciones que asume Apolo como dios del número, la aritmética, la música, la poesía, la danza, el canto y todas las artes vinculadas con el ritmo y la armonía, y a su maestría con el arco, que siempre apunta a una diana certera, cuyo centro es el centro de centros, la residencia del Espíritu. Salvaguardar el corazón y ascender directamente desde él hasta la cúspide de la montaña cósmica es el impulso de la energía apolínea cuando se hace consciente en nuestro interior. De su madre Leto nos dice Proclo en su libro Lecturas del Crátilo de Platón que “difunde toda la luz vivificadora, iluminando las esencias intelectivas de los dioses y los órdenes de las almas, e ilumina cumplidamente todo el cielo perceptible, generando la luz pericósmica y estableciendo la causa de ésta en sus hijos Apolo y Ártemis, haciendo resplandecer en todo la luz intelectiva y vivificadora”...3 arrebatando también a las almas de los tortuosos y densos caminos de la materia. Leto suscita en el alma el olvido de los males y del desorden y la agitación propia de la generación, o sea, el olvido de las cosas materiales (de ahí también el nombre de Leteo dado al río del olvido) para poder despertar entonces al recuerdo de los inteligibles, de las ideas y de la Causa Primera. Ese es el cometido de esta diosa, hacernos olvidar lo que es necesario olvidar para de este modo recordar lo esencial. Ahora nos toca acercarnos a Artemisa, su hija, y escuchar la revelación de la melliza de Apolo a través de su ser, de los mitos en los que está implicada y de los lugares en los que su presencia se hacía sentir con gran intensidad.
No se habla propiamente de centros oraculares de Artemisa, pero en muchos de los santuarios que se erigieron en su honor por toda Grecia y Asia Menor, su mensaje irrumpía con fuerza a través de la propia naturaleza de la diosa y de los ritos que en ellos se practicaban. A destacar los que se llevaban a cabo en el santuario de Braurion, en el de Muniquia, Perge, Patras y en el de Éfeso y también en Delos. El acercamiento a la revelación de la diosa siempre joven debe tomar nuevos derroteros. No esperemos respuestas sobre tal o cual acontecer, pues quien se le aproxima no la interroga tanto acerca de cosas concretas o particulares, sino que las enseñanzas que aporta Artemisa a la Tradición Hermética y sus iniciados se refieren a cuestiones doctrinales muy ocultas que se han escondido fundamentalmente tras los mitos y ritos de los que es protagonista. Ahora, en la medida de lo posible, los iremos desvelando, pues como apunta Federico González, los oráculos:
Artemisa es agreste, una diosa esquiva que corre por los montes y los lugares vírgenes, amante de la vida salvaje, de la cacería y de la juventud y aunque también está provista de arco y flechas como Apolo, es la antítesis de su hermano. Ya siendo niña, sentada en el regazo de su padre Zeus, le pide:
Lo curioso es que Zeus no sólo concede todo lo que le solicita la diosa, sino que además serán treinta, e incluso más, las ciudades en las que se la venerará con distintos epítetos, haciéndola también protectora de los caminos y los puertos, además de las niñas y las parturientas. Y si con Apolo llega la civilización y el orden, Artemisa siempre parece que lo transgrede, que lo suyo es una especie de rebeldía y deseo de independencia unido a una necesidad de preservar lo más puro y virginal, pero no de una forma remilgada sino totalmente guerrera y hasta cruenta, de ahí los sacrificios que se le tributaban en algunos enclaves como Patras. Pensamos que algo muy profundo se esconde en este modo suyo de ser, indomable, inviolable, fiero a la hora de atacar y defender y, sin embargo, tremendamente amoroso en el momento del alumbramiento de un nuevo ser. Algunos autores actuales, como Anne Baring y Jules Cashford, ven en Artemisa la reunión de aspectos muy primordiales de la diosa:
En muchas cerámicas cretenses de la época minoica y en otras piezas de Esparta, Rodas e incluso etruscas, se la representaba alada y junto a pájaros, ciervos, abejas y leones,8 que como sabemos son animales asociados a la gran diosa madre, la que reunía en sí misma sin fragmentación todos los atributos de lo femenino; y lo que es más significativo, con numerosas esvástikas a su alrededor.
Esto último es clave, pues por este símbolo perteneciente a la Tradición Primordial y extendido posteriormente a todas las tradiciones derivadas de ella, Artemisa se vincula directamente con el origen inmutable, y por tanto, con la idea del Centro primigenio del que emana el Conocimiento y la Verdad. Artemisa, siendo un símbolo de la corriente femenina del cosmos, recibe y alberga todo el caudal sapiencial de la gran Tradición Unánime y empezará a difundirlo por doquier, de ahí su aparente diversificación y la multitud de epítetos con que aparecerá aquí y allá llevando la buena nueva y ayudando a alumbrarla; pero a la vez protegiéndola encarnizadamente para evitar que se contamine con el error en el que va incurriendo la humanidad a medida que se aleja de su Principio.
Ahora empezamos a entender por qué Artemisa quiere mantenerse virgen, pues aquello de lo que es depositaria –las verdades eternas e inmutables–, no admiten tergiversación ni disminución y deben conservarse sin mácula y transmitirse incólumes a través del tiempo; por eso aquella necesidad de habitar lugares indómitos, como las cumbres de las montañas, los prados jamás pisados, las cascadas inaccesibles en las que la Verdad seguirá brillando sin que nada ni nadie le haga sombra. De ahí también la castidad de la diosa, con la que consigue evitar que nadie penetre los secretos más altos y profundos si no es haciéndose uno con ella, con la pureza del alma que en realidad Artemisa simboliza; igualmente castiga de modo implacable a aquellos que intentan violarla, e incluso a los que tan solo contemplan su desnudez escondidos tras unos arbustos, como Acteón, al que transforma en un ciervo por haberla espiado y acaba siendo despedazado por sus propios perros, pues como dice Calímaco en su himno dedicado a la diosa:
Nada de lo dicho anteriormente tiene que ver con lo moral, sino con la necesidad de purgar y purificar el alma, de manera que recupere su estado virginal y original, lo que es equiparado a la conquista del estado de conciencia que Artemisa simboliza, aquél que está más allá de las apetencias, los deseos y todo lo vinculado con el confort dentro de los límites conocidos. Artemisa llama a transgredirlos, pero no por una simple rebeldía o curiosidad, sino por la imperiosa necesidad de conocer, o sea, de ser lo que se es en verdad. Es imprescindible pasar entonces por la muerte, por la entrega sin reservas a la llamada de la diosa que nos alumbrará a un mundo que teníamos olvidado, se diría que desconocido pero presentido, cercano a la fuente primordial de donde mana la Vida, lo que retrotrae al iniciado en sus misterios a esa infancia en la que todo era novedoso, limpio, sencillo, directo y puro.10 Esto la hace también muy cercana a las parturientas, a las mujeres que se hallan en ese trance entre la vida y la muerte y a las que a veces favorecerá, y en otras ocasiones arrebatará para sí como ofrenda, pues la diosa se alimenta de la sangre derramada. Igualmente sus correrías por las montañas y los bosques con un ejército de ninfas y sacerdotisas que velarán por mantener a su ama alejada de las miradas de los profanos, nos hace comprender que el ámbito en el que se desenvuelve Artemisa es totalmente sagrado, podríamos decir que es lo sagrado en estado puro, descarnado, sin desarrollos. La esfera de Artemisa es arcaica y está conectada directamente con los estados más altos de la conciencia, los más universales, libres de las cortapisas que impone la psiqué a medida que cae y se aleja del Principio. Ella habita siempre en lo alto, en las cumbres y peñascos de los que sólo desciende para asistir en los partos, asimilándosela a veces con Ilitía, la diosa a la que iban a rendir culto cada año en Delos las jóvenes hiperbóreas, portadoras de unas misteriosas gavillas que ofrendaban a la diosa de los nacimientos.
Según llevamos dicho, hay dos momentos claves en los que Artemisa irrumpe con toda su potencia: en la edad prepúber y en el trance del alumbramiento; dos momentos cruciales para las mujeres. El primero corresponde a su infancia, desde que la niña adquiere el uso de razón hasta que aparece la primera regla, período en el que goza de una gran libertad de la mano de Artemisa. Participando en las actividades patrocinadas por la diosa, podrá abismarse en las profundidades de sí misma, abriéndose a los misterios que porta en su interioridad sin contaminaciones ni prejuicios. En este sentido, leemos:
Dicho vínculo con la osa tiene una primera razón de ser en el amor y protección de Artemisa hacia los animales salvajes, a los que paradójicamente también caza. Sabido es que en la antigüedad esta dedicación tenía sobre todo un carácter ritual, y lejos de ser una actividad puramente de subsistencia –y más adelante recreativa o competitiva– consistía en la práctica de una serie de estrategias como la persecución, la puntería y la astucia a través de las cuales se alcanzaba el animal, que era sacrificado y entregado en primer lugar a los dioses, para investirse inmediatamente el cazador de la energía-fuerza vehiculada por el animal. Se trata, pues, de un proceso de identificación, no con el animal en sí, sino con las ideas de las que él es portador.
Artemisa misma se identifica con la osa y ama a sus jóvenes adeptas de la misma manera que este animal, aún siendo uno de los más fieros que existen, ama tiernamente a sus crías. Sigamos con los ritos en los que participaban las pequeñas oseznas de la diosa:
¿Qué se buscaba despertar en estas niñas? ¿Por qué era tan crucial esta consagración a Artemisa bajo el aspecto de oseznas? Ya estamos advirtiendo que en el desarrollo de esos ritos el papel de la diosa era el de una nodriza imprescindible…
He ahí el propósito fundamental de todas estas ceremonias: alumbrar la naturaleza andrógina de las prepúberes; o sea, hacer consciente –ya que esas niñas se acercaban al final de su infancia y era inminente su ingreso en un nuevo ciclo de su feminidad– que su ser más profundo aunaba lo masculino y lo femenino, la idea de la androginia, que es origen de todos los pares de opuestos. No era poca cosa tener la posibilidad de reconocer la completitud de su ser antes de entregarse, o no, en su vida adulta a ser las gestadoras de nuevos seres. Ártemis se revela aquí como una auténtica comadrona que facilita el alumbramiento intelectual, la toma de conciencia de que la hembra es un ser al que nada le falta, y eso es así por la propia esencia andrógina del alma. La forma de instrucción de la diosa se intuye muy marcial, de ahí todos esos entrenamientos en el arte de la caza –incluso psicodramatizaciones si se nos permite utilizar el término– en los que las pequeñas se vestían de osas, atrapaban a sus presas y las sacrificaban en honor de su patrona. Ritos cruentos no exentos del vertido de la sangre, pues es bien sabido que las deidades en los tiempos más primordiales se han alimentado de ese líquido vital. Luego, muchas de estas jóvenes iniciadas en los misterios de su ser eran devueltas a su medio, y según los planes del destino devendrían madres que alumbrarían a nuevas vírgenes, que de nuevo tendrían la oportunidad de repetir este rito de recuerdo y memoria viva; sin embargo otras, perecían en la lid. Las ropas ensangrentadas tanto de las que superaban la prueba como de las que morían en el parto se ofrendaban a Artemisa.
De entre esa multitud de jóvenes, algunas eran escogidas y se consagraban por entero a la diosa, convirtiéndose en las guardianas e instructoras de sus santuarios, o sea, en sus sacerdotisas. Quizás el caso más conocido sea el de Ifigenia, hija de Agamenón y Clitemnestra. Se dice que este rey ofendió a Artemisa al matar a un ciervo –animal que también le estaba consagrado a la diosa–17 haciendo alarde de ser el mejor de los cazadores. Para apaciguar la ira de Artemisa ante tamaña afrenta, ésta le pide que le sacrifique a su hija. De Ifigenia, cuya etimología significa “mujer de raza fuerte” nos sigue desvelando el mito:
Retengamos este hecho altamente significativo: la sacerdotisa es reemplazada por una osa, y vayamos ahora a este otro mito, protagonizado de nuevo por nuestra diosa y por otra de sus seguidoras, donde también aparece esa fiera que es finalmente exaltada al cielo y convertida en una constelación:
La cazadora ha sido cazada y para que no se olvide lo que esta fiera simboliza, queda fijada como una constelación, de hecho serían dos pues también se dice que su hijo fue exaltado al firmamento. En el libro misterioso del cielo estrellado, la Osa viene a guardar y transmitir aspectos esenciales de la doctrina de los ciclos cósmicos y de cómo se produce la transferencia de la enseñanza esotérica imperecedera de un momento a otro de un ciclo para perpetuarse en el tiempo. Demos un paso adelante en esta investigación y veamos qué simbolizan el jabalí y la osa, según nos desvela Federico González Frías en la entrada “Osa” de su Diccionario:
O sea que en última instancia la Osa –identificada con Artemisa y su séquito de sacerdotisas y adeptas– es simbólicamente esa entidad guerrera receptora y depositaria en un momento más caído del ciclo de manifestación de la doctrina esotérica, que en la edad de los orígenes detentaba y salvaguardaba la casta sacerdotal, pasando luego a ser recibida y transmitida por los kshátriyas. De ahí se comprende el carácter marcial, casto y virginal de la diosa y de todas sus allegadas, pues por un lado son las receptoras de ese legado que deben defender y proteger contra la degradación, asegurando su integridad, y por otro, deben procurar su transmisión ininterrumpida a los que realmente se abren a estos saberes sin pretender apropiárselos, actuando entonces como verdaderas correas de transmisión y no como usurpadoras, como acabaron siendo muchos de los integrantes de la casta guerrera. La cita anterior, además, nos pone sobre la pista de que en la tradición griega también se recordaba que la Atlántida había sido la receptora directa de la gran Tradición Primordial, y que muchos de sus saberes doctrinales pudieron llegar a las colonias atlantes distribuidas a lo largo de la cuenca del Mediterráneo antes de que ese continente-isla desapareciera bajo las aguas, fecundando así a las culturas que allí florecían. Esto nos obliga a detenernos en el mito de Atalanta.
Además, la Ilíada relata otra versión en la que Artemisa, no contenta con haber enviado el jabalí que podría haber enderezado a toda aquella caterva de luchadores egóticos, promueve una gran y tumultuosa guerra entre los etolios y los curetes que se estaban disputando los despojos del animal. A partir de ese momento, dado que la casta guerrera olvida cada vez más su filiación y su función tradicional, la misma Artemisa la aboca a una sucesión de batallas encarnizadas que la irán degradando cada vez más, y ella y sus adeptas se verán obligadas a refugiarse en los lugares inaccesibles, a apartarse del mundo y de sus míseras lides, poniendo a cubierto el tesoro de que son depositarias.
Pero volviendo al mito de Atalanta, lo que está claro es que la joven instruida y protegida de Artemisa lleva en la raíz de su nombre el de la mítica Atlántida, y ella es la que paradójicamente da la primera estocada a la fiera; por eso Meleagro le reconoce el derecho de investirse con los atributos del jabalí, con su piel y sus colmillos. Con este gesto simbólico se está significando, no la muerte o fin de los saberes sacerdotales en manos de la casta guerrera, sino su transferencia a los que son dignos de recibirla, pues el revestirse con la piel y los colmillos del animal implica la plena aceptación y asimilación de lo que esta fiera representa. Atalanta ha sido la elegida para acoger esta transmisión espiritual, mas ello despierta inmediatamente la envidia y la competencia entre todos los otros guerreros-cazadores, que se disputan el trofeo alegando falsas justificaciones y poderíos menores. De ahí en adelante, esa casta guerrera se embarcará en múltiples contiendas para acaparar cada vez más poder temporal, arrogándose el derecho de supremacía. Serán pocos los integrantes de esa casta que se mantendrán fieles a la legitimidad de su función, y en el mito queda claro que es Artemisa y sus incondicionales adeptas a quienes corresponde tan alto cometido.
Y eso es lo que modestamente estamos haciendo en este escrito. Reseguir la presencia de ese sacerdocio femenino en la antigua Grecia, advirtiendo que, en medio de toda aquella degradación de los guerreros que denuncia Guénon, es a la inviolable Artemisa y sus acólitas a quienes tocará custodiar y transmitir la doctrina procedente de la Tradición Unánime sin ninguna traza de desvirtuación. Al respecto sigue develando el metafísico francés:
Así sucedió, a partir de aquel momento la inmensa mayoría de los Kshátriyas se enrolaron en interminables luchas, pero según nuestro parecer, y después de habernos acercado a Artemisa y sus mitos, pensamos que fue a esa mítica cofradía de vírgenes seguidoras de la diosa a quienes les tocó conservar el recuerdo del entronque de su casta guerrera con la sacerdotal y proteger todos los saberes más nucleares de la tradición, que legaron a quienes se hicieron dignos de ellos. Esa es la profunda revelación de Artemisa, ese es su oráculo, su palabra.
Hay un hecho curioso que vincula a Artemisa con el color blanco, no solamente por ser reina de la noche y emisaria de la luz lunar, sino porque se la identifica con la Diosa Blanca:26
Con esta denominación de “Diosa Blanca”, algunos autores contemporáneos se refieren a esa faceta más primordial del aspecto femenino de la deidad, cuando aún no estaba diferenciada en sus múltiples atributos, que luego darían lugar a la aparición de las diosas de todos los panteones. Artemisa conserva en su ser esa plenitud anterior a la fragmentación, por eso muchos santuarios arcaicos estaban consagrados a ella, pasando luego a ser centros de culto de sus sucesoras. A modo de ejemplo nos referiremos solamente a uno de ellos, el santuario de Despena en Licosura, que en su origen estaba consagrado a Artemisa Hegemone. Fue un centro iniciático de Arcadia muy importante, y aunque nada se sabe de cómo se desarrollaban los ritos mistéricos, sí se han hallado sus restos arqueológicos y algunas descripciones aportadas por autores antiguos. Despena, que se traduce como “Señora de la casa”, era el sustantivo sustitutivo de una diosa cuyo nombre solamente se revelaba a los iniciados; se suponía hija de Deméter y Poseidón, y de ella se dice:
Cuanto más retrocedemos en el tiempo, más brilla de luz de Artemisa y más se intuye su vínculo con estratos antiquísimos en los que el recuerdo de la gran Tradición Unánime y sus símbolos estaba muy vivo. Al acercamos a nuestros tiempos, la presentimos recluida en lugares apartados pero altos, protegiendo el preciado tesoro. Transponiendo toda esta simbólica a nuestra alma, allí está, en su cumbre, presta a recibir todo el influjo fecundador del intelecto.
Hay un apunte final que nos parece significativo. En el mito de Calisto conocimos que la ninfa embarazada por Zeus y repudiada por Artemisa fue transformada en osa y elevada al firmamento pasando a ser la Osa Mayor, siendo su hijo Arcadio la Osa Menor. Además,
Esta cesión de las estrellas que pertenecieron a Artemisa es señal de una nueva transferencia. Tras el predominio de la Diosa Blanca viene el tiempo de la regencia de Zeus; los santuarios de Ártemis fueron perdiendo fuerza y emergieron los centros oraculares del rey del Olimpo en Dodona, Olimpia y Ziwa, de los que quizás tendremos oportunidad de hablar en un próximo trabajo. Pero las constelaciones de la Osa Mayor y Menor seguían y siguen en el cielo.
Dicho movimiento dibuja una esvástika, y como ya apuntamos, éste es un símbolo que remite directamente a la Tradición Primordial, que nunca jamás desaparecerá. Terminamos con una cita de lo atesorado en la simbólica de esa cruz gamada:
Bienvenidas sean las revelaciones de las Osas.
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NOTAS. | |
1 | Herodoto, Los nueve libros de la historia. Ed. Porrúa, Mexico, 2011. |
2 | Ibíd. |
3 | Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón. Akal, Madrid, 1999. |
4 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Oráculo”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. |
5 | Leemos en Juan Richepin, Mitología griega y romana. Ed. Musa, Barcelona, 1990: “No hay en la mitología griega figura más compleja, más variada, más diversa que la de Ártemis. Los sobrenombres que se le dan, los epítetos de que se acompaña su nombre, son aún más numerosos que los que se han dado a Zeus, puesto que han llegado a conocérsele más de doscientos. (…) La multiplicidad de atribuciones de Ártemis se explicaría por la descomposición de una divinidad única en gran número de divinidades diferentes. Poco a poco, por un fenómeno inverso, todas estas divinidades se fusionaron de nuevo en una sola que tomó el nombre común de Ártemis”. Para los epítetos de la diosa ver págs. 94-97 del libro de Walter Otto, Los dioses de Grecia. Ediciones Siruela, Madrid, 2003. Destacamos algunos de ellos: “la reina de las ásperas montañas”, “reina de los animales salvajes”, “la que lleva el arco”, “la que tira la saeta”, “la que hiere de lejos”, “diosa vagante de la noche”, “la cazadora de ciervos, con antorchas en ambas manos”, “lucífera”, “la indicadora de caminos”, “salvadora”, “reina de las mujeres”. |
6 | Himno de Calímaco a Artemisa citado por Juan Richepin, Mitología griega y romana, op. cit. |
7 | Anne Baring y Jules Cashford, El mito de la diosa. Ed. Siruela, Madrid, 2005. |
8 | “Zeus te ha hecho una leona para las mujeres y te ha otorgado matar a la que quieras”, dice Homero en la Ilíada (21, 483-4) a propósito de Ártemis. |
9 | Citado en Juan Richepin, Mitología griega y romana, ibíd. |
10 | “Que de nuestra señora Ártemis, Platón transmite tres propiedades: la inmaculada, la bien ordenada y la elevadora. Por la primera propiedad, se dice que la diosa ama la virginidad; por la segunda, según la cual es perfeccionadora, se dice que es a modo de éforo de la virtud; y por la tercera, según la cual es conversiva, se dice que odia los impulsos generadores”. Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón. Akal, Madrid, 1999. |
11 | Acerca de la etimología de Artemisa, se dice en la Wikipedia: “Una hipótesis relaciona a Artemisa con la raíz protoindoeuropea h₂ŕ̥tḱos, ‘oso’, debido a los ritos de culto de las Brauronias y los restos neolíticos de la cueva Arkoudiotissa (Creta). Aunque se ha sugerido y confirmado una relación con nombres anatolios, a partir de un «término de ambos géneros que significa ‘oso’ en hitita»; la forma más antigua verificada del nombre «Artemisa» es la griega micénica a-ti-mi-te, escrita en alfabeto silábico lineal B en Pilos. Artemisa fue venerada en Lidia como Artimus. En una etimología más tradicional dentro del griego antiguo, el nombre ha sido relacionado con ἀρτεμής artemes, ‘seguro’, o ἄρταμος artamos, ‘carnicero’”. |
12 | Karl Kérenyi, La Religión Griega. Herder, Barcelona, 1999. |
13 | Ibíd. |
14 | Juan Richepin, ibíd. En este sentido, se dice en el libro de Baring y Cashford ya citado: “Las jóvenes danzaban en honor de Ártemis ataviadas con máscaras y disfraces de oso, explorando así la libertad de su propia naturaleza de oso, por lo que se las llamaba arktoi, ‘osas’. En la Creta contemporánea, María, en su papel de madre, sigue siendo adorada como ‘virgen María del oso’”. En cuanto a los animales que se le ofrendaban: “La cabra y el cabrón eran los animales que preferentemente se le ofrecían en sacrificio: el ciervo, el corzo, la liebre, el búfalo, le estaban consagrados. Entre las aves era su predilecta la alondra, el ave de la primavera, estación preferida por la diosa y en la que se celebraban sus principales fiestas” (Juan Richepin, ibíd.). Y: “Por otra parte los animales salvajes estaban igualmente bajo la protección de Ártemis, en particular el oso, el jabalí, el león, el lobo. En Patras se quemaban en la misma hoguera animales salvajes y domésticos. Según creencia popular, ambos géneros de animales vivían en perfecta armonía en algunos bosques consagrados a la diosa” (Juan Richepin, ibíd.). |
15 | Anne Baring y Jules Cashford, El mito de la diosa, op. cit. |
16 | Ibíd. |
17 | El carro de Artemisa estaba tirado por varios ciervos de cuernos de oro y pies de bronce, lo que no deja de ser un símbolo encubierto de la doctrina de las cuatro eras que conforman un ciclo cósmico completo, a saber, la Edad de Oro, la de Plata, la de Bronce y la de Hierro. Desde luego, el que se mencionen dos de esos metales como constitutivos de los animales que guían el carro de la diosa no nos parece un hecho casual o alegórico. Es una de esas estrategias ocultas en el mito para transmitir que esa deidad ha viajado por el tiempo y el espacio desde los orígenes de los tiempos hasta la edad de bronce vehiculando enseñanzas doctrinales. Además, “Ártemis interviene igualmente en uno de los doce trabajos de Heracles, que lo mismo que la aventura de Bufago, está localizado en Arcadia. Se trata de la célebre cierva de Cerinea, que tenía cuernos de oro y pies de bronce, y que la ninfa Taigeta había consagrado a Artemis. Este animal fabuloso dormía, según se dice, en un santuario de la diosa en Ené, al que volvía después de haber corrido un año entero sin detenerse para escapar a la persecución de Heracles. Éste le alcanzó al fin a orillas del Ladón, más en el momento en que iba a degollarlo, Ártemis y Apolo lo disuadieron de su propósito. Por sus consejos, Heracles pone la cierva sobre sus espaldas y la lleva viva a Tirinto, en donde Euristeo la consagra de nuevo a Ártemis” (Juan Richepin, ibíd.). El que la cierva de la diosa siga viva en el ciclo de los héroes, que es el correspondiente a la Edad de Hierro, indica que su influjo espiritual se sigue transmitiendo. |
18 | Juan Richepin, ibíd. |
19 | Robert Graves, Los mitos griegos I. Alianza editorial, Madrid, 2011. |
20 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Osa”, op. cit. |
21 | Robert Graves, op. cit. |
22 | Resulta del todo comprensible la ira y la furia de aquellos integrantes de la casta guerrera que comprenden la profunda función intelectual-espiritual que tienen encomendada como continuadores cuando ven que muchos de sus compañeros incurren en luchas de poder temporal, tergiversaciones, desviaciones y hasta inversiones. Por eso Artemisa, rama pura de los guerreros, envía al jabalí (símbolo del sacerdocio), para que arremeta contra el error y la soberbia representados por esas copias de árboles que ya no son la auténtica doctrina. |
23 | Juan Richepin, ibíd. |
24 | René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Eudeba, Buenos Aires, 1988. |
25 | Ibíd. |
26 | Ver al respecto lo que se relata en nuestro anterior artículo “Cuando los dioses hablan: centros oraculares de la Tradición Hermética (1ª Parte)” publicado en el número 59 de esta revista, en el apartado dedicado al oráculo de Trofonio en Lebadea. Ver también el artículo de Patricia Serdá en este nº 60 de la revista. |
27 | Robert Graves, ibíd. |
28 | Wikipedia, entrada: Despena. |
29 | Wikipedia, entrada: Licosura. |
30 | Robert Graves, ibíd. |
31 | Marc García, Mitos del Cielo Estrellado. Colección Aleteo de Mercurio 7. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2020. |
32 | Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada, https://www.introduccionalsimbolismo.com/modulo2a.htm#7 |
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