|
(2ª parte) ROBERTO CASTRO |
En nuestro anterior trabajo sobre los gigantes hacíamos mención a los hiperbóreos, que los griegos consideraban gigantes inmortales que vivían más allá del norte. Eran los depositarios de la Tradición primordial de esta Humanidad y, a decir de René Guénon, la tradición Atlante fue heredera de la Hiperbórea. A su vez, los atlantes transmitieron su saber a los antiguos egipcios y a los principales pueblos precolombinos de América (olmecas, toltecas, mexicas, mayas, etc.). Es aquí donde queremos detenernos y profundizar en esta segunda parte: la Atlántida y la diáspora de sus supervivientes, tras el gran diluvio, hacia América, África y Europa. Según el mito griego, la Atlántida fue creada por Zeus como un regalo al dios de las aguas Poseidón. Por eso se le rendía culto en un templo ubicado en el centro de esta isla-continente alrededor del cual había tres círculos de agua y dos de tierra. Poseidón engendró y crió cinco generaciones de gemelos varones, y dividió toda la isla en 10 partes, entregando la mayor y mejor a su primogénito Atlante, que lo nombró rey. A su segundo hijo, Gadiro (Eumelo para los griegos), le dio la zona más próxima a las columnas de Hércules. Esta zona recibe el nombre en su honor: Gadirica. De aquí hereda el nombre la actual ciudad de Cádiz. Era una sociedad de seres gigantescos donde reinaba la Virtud hasta que la soberbia los corrompió. Así, cuando se alejaron de su origen celeste vino su declive, su caída y su destrucción. Platón describe así su final en el Timeo:
Y así se describen en el Critias las razones de dicho final:
Aquí de forma brusca e inexplicable se interrumpe la narración de Platón. En este último fragmento puede observarse la condición de seres semidivinos descendentes directamente de su numen tutelar, Poseidón, y su degradación por irse mezclando con humanos, aspecto ampliamente tratado en nuestro anterior trabajo. Según Platón, pues, la Atlántida estaba ubicada más allá de las columnas de Hércules (el actual estrecho de Gibraltar) y este gran continente fue destruido y sumergido por un cataclismo que tuvo lugar 9000 años antes de la época de Solón. O sea, hace 11.500 años, lo que nos sitúa a mediados de la Edad de Bronce, que es la anterior a la actual Edad de Hierro. Estrabón y Proclo narran los mismos hechos que Platón. De hecho, Proclo cita al historiador griego Marcelo que escribió, en su obra Etiópicas, las siguientes palabras con anterioridad a que fuesen escritos el Timeo y el Critias:
Platón narra que fueron sacerdotes egipcios los que contaron al legislador ateniense Solón sobre la existencia y el legado de la Atlántida. Más tarde Plinio el Viejo confirmaría la veracidad de este relato y, por su parte, Plutarco en el siglo II d. C., en su obra Vidas Paralelas,4 menciona incluso los nombres de estos sacerdotes egipcios que habrían relatado a Solón la historia de la Atlántida: Sonquis de Sais y Psenofis de Heliópolis. Finalmente, el mismo Proclo refiere que, trescientos años después de Solón, los sacerdotes saítas mostraron en Egipto a Crantor (340-290 a. C.), filósofo de la Academia de Atenas, las columnas con la historia jeroglífica de la Atlántida, o sea, donde se hallaba escrito el relato que escuchó Solón. De la sabiduría tradicional egipcia son herederos Tales, Pitágoras, Solón, Heródoto y el propio Platón, pues viajaron a Egipto para recibir la iniciación de los sacerdotes egipcios y así coger el testigo de la Cadena Áurea. Otro autor que también habla de una gran isla en medio del océano atlántico es Diodoro Sículo en su obra Biblioteca Histórica:
De este relato se desprende que el titán Atlante fue quien gobernó la Atlántida; en cambio, en la versión que hemos dado al comienzo, se trata de otro Atlas: el hijo de Poseidón y de la mortal Clito el que fue el primer rey de la Atlántida. Ambos en todo caso son homónimos y con idénticas funciones. Pero todavía hay otra fuente que lo hace hijo de Jápeto y Asia, siendo entonces uno de los doce titanes de la segunda generación, encabezados por Crono. Fueron anteriores a los dioses olímpicos y gobernaron la Edad de Oro. Los titanes hicieron la guerra contra los dioses olímpicos, ganando estos últimos y condenando a aquéllos al Tártaro, menos a Atlas o Atlante que fue perdonado por Zeus aunque lo condenó a sostener la bóveda del cielo sobre sus hombros por toda la eternidad. Atlante era el padre de las Pléyades, las Híades y las Hespérides. Y justamente aquí encontramos otra conexión con el mito de la Atlántida, pues recordemos que el mito de Heracles-Hércules sitúa el jardín de las Hespérides (destino al que se dirige el héroe griego en uno de sus últimos trabajos) “más allá de las columnas de Heracles”, o sea, en la Atlántida. Esta ubicación también la relata Pomponio Mela en su Descripción del mundo:
Hay un pequeño relato del historiador griego del siglo IV a. C. Teopompo de Quíos que alude también a la Atlántida o quizá al continente americano, que se dice fue susurrado por el sabio Sileno al rey Midas de Frigia:
La Atlántida pereció y quedó sumergida para siempre pero algunos de estos gigantes Atlantes sobrevivieron y portaron la Tradición a América, a África y a Europa, destacando en este lado del Atlántico el antiguo Egipto como depositario de todos sus saberes sobre la Ciencia Sagrada, pues de ellos se nutrirán más tarde Grecia y Roma, aunque también se sabe de otras colonias atlantes alrededor del Mediterráneo. Esta influencia atlante tras el gran diluvio podemos constatarla por un sinfín de coincidencias, analogías y correspondencias entre las principales culturas de ambos lados del Atlántico. Van desde similitudes arquitectónicas como las pirámides, pasando por las lingüísticas, o muchos otros símbolos, mitos y ritos. Hay coincidencias astronómicas sorprendentes como la fecha que da comienzo al calendario azteca y al egipcio que lo iniciaban en el mes de Thot y que era para ambos el 26 de febrero. El relato de Platón describe la Atlántida como una isla con una montaña rodeada de anillos concéntricos de murallas y de canales, muy semejante a la acrópolis representada en los dibujos aztecas de Aztlán del Códice Boturini.8 En dicho Códice se relatan los orígenes del pueblo azteca: el mito de Aztlán. Se cuenta que los ancestros de los mexicas (o aztecas) vivían en una isla en medio del Atlántico y que lo que anunció su partida para huir del cataclismo que se avecinaba fue la aparición de un pájaro que no paraba de cantar, advirtiendo así que debían partir. La peregrinación estuvo guiada por el dios Huitzilopochtli.
Esta migración la narran los mitos de otros pueblos mesoamericanos como ya hemos dicho: Tepanecas, Xochimilcas, Chalcas, Acolhuas, Tlahuicas, Tlaxcaltecas, Olmecas, Toltecas, Mexicas e incluso pueblos indígenas de Colombia. El mito narrado en el Códice Boturini habla de unas islas primigenias y de siete cavernas sagradas de las que surgieron siete linajes (“Las siete tribus nahuatlacas”) que dieron origen a los pueblos del Anáhuac, que abarcaban desde Canadá hasta Nicaragua. Este lugar originario era el Chicomóztoc (en náhuatl: ‘Lugar de las siete cuevas’).
Dependiendo de la fuente, el mito de Chicomóztoc varía. Del referido Códice se infiere que se trata de un lugar de paso de algunas de las migraciones salidas de Aztlán, en el que se asentaron durante algún tiempo. Sin embargo, en otras versiones, como la de Fernando de Alvarado Tezozómoc, en su Crónica Mexicáyotl, no hace ninguna diferencia entre Aztlán, Chicomóztoc y Colhuacán. Fray Diego Durán, historiador español dominico de la época de la conquista española, asegura en sus crónicas que tanto Aztlán como Chicomóztoc hacen referencia al mismo lugar. Estos migrantes de Aztlán llegan finalmente a Tula, en el actual estado de Hidalgo, México, la cual fue la capital del imperio tolteca. Fundan así la “nueva Tula”, réplica de la Tula atlante. Hay que decir que llama poderosamente la atención la consonancia entre las palabras Aztlán y Atlántida. Azteca tiene su raíz en azt, de Aztlán y Aztlán a su vez en Atlántida. De hecho la lengua náhuatl cuenta con una notable presencia de palabras con las letras tl, de clara herencia atlante. La voz náhuatl atl significa ‘agua’. También significa ‘agua’ para muchas otras tribus de Utah, de Nevada, de Colorado, del sur de California, del norte de México y también de Guatemala y Nicaragua. Todos estos pueblos se atribuyen un origen común y una patria lejana, que llaman “donde surge el alba”, Aztlán. Esto está ligado al mito de Quetzalcoatl, rey de Tula, que se inmola en una pira sagrada y se acaba transformando en el lucero de la mañana, que es Venus. La Atlántida, pues, sería etimológicamente ‘el país en medio del agua’. Otra coincidencia muy sorprendente del fonema atl es que en el dialecto berebere del África septentrional también significa ‘agua’. Se cree que los guanches de las islas Canarias eran de origen berebere, islas especialmente próximas a la sumergida Atlántida. Más adelante detallaremos más conexiones entre guanches y atlantes. Resulta sorprendente observar cómo lenguas alejadas en el tiempo y el espacio tienen ciertas afinidades lingüísticas, que dan mucho que pensar. Por ejemplo el vocablo theos, dios en griego, que en náhuatl es teotl. Podríamos extendernos mucho en relación a estas coincidencias lingüísticas, pero tan sólo pondremos algunos ejemplos más, sin que con ello estemos diciendo, por supuesto, que todas tengan una procedencia atlante: en náhuatl ‘casa de los dioses’ es teocali y en griego ‘casa de dios’ es theou kalia; ‘río’ en náhuatl es potomac y en griego es potamos; ‘colina’ en náhuatl es tepec y en los dialectos turcos de Asía central es tepe; ‘rey’ en lengua aimara es malku y en hebreo ‘reino’ es malkhuth; ‘sacerdote’ en lengua maya es balaam y ‘mago’ en hebreo es bileam; ‘casa’ en guaraní es oko y en griego oika; ‘mariposa’ en náhuatl es papalotl y en latín es papillo; ‘nube’ en náhuatl es mixtli y en griego es omichtli; ‘hacha’ en araucano es bal y en lengua sumeria es también bal; y, finalmente, encontramos muchas similitudes para la palabra ‘padre’: en quechua es taita, en vasco aita, en náhuatl tatli, en húngaro atya, en egipcio antiguo aht, en latín tata, en yiddish tatale y en galés tad.9 Mención aparte nos merece el euskera. La lengua vasca no tiene afinidades lingüísticas con ninguna otra lengua europea, pero, en cambio, su estructura gramatical se parece mucho a las lenguas indígenas del vasto continente americano. Hay estudios que evidencian que la conjugación de los verbos en lengua vasca es idéntica a muchas lenguas amerindias del norte, en especial la de los delaware y la de los chippewa. Son muchos los indicios que indican que el pueblo vasco puede provenir de un núcleo concreto del éxodo de los supervivientes atlantes. Recordemos que, como expusimos en nuestro anterior trabajo, es un pueblo que recoge en sus mitos a los gigantes como sus ancestros, y que siempre ha estado asentado en los Pirineos, siendo que esta palabra tiene su origen etimológico, según relata el mito de Heracles, en una princesa atlante: Pirene. Pero hay más, el pueblo vasco conserva también en sus mitos la historia de sus antepasados como procedentes de una isla, cuna de una gran civilización que se hundió en el mar, que llaman Atlaintika. En relación a todo esto que apunta claramente a unos vocablos de origen común, en el libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh, encontramos este pasaje:
Y a propósito del Popol Vuh, también en este texto sagrado se hace alusión al diluvio que arrasó la Atlántida:
También el Chilam Balaam maya ofrece un relato detallado de una gran catástrofe acaecida al este, como igualmente la narran las tradiciones orales de las tribus de los delawares, de los iroqueses y de los sioux. El cronista español Bernardino de Sahagún en su obra Historia general de las cosas de la Nueva España consigna que los ancestros de los mexicas “vinieron atravesando las aguas y desembarcaron cerca (en Veracruz)... los ancianos sabios que tenían todos los escritos, los libros, las pinturas”.12 La influencia de la Atlántida en el continente americano llegó hasta el imperio Inca. Los conquistadores españoles encontraron la ciudad de Tiahuanaco y cuando preguntaron sobre su origen les explicaron que fue construida en una sola noche por gigantes desconocidos. Los incas hablaban de los habitantes originales de la ciudad y de su fundador Kon Tiki, más tarde llamado Viracocha, dios análogo al Quetzalcoatl de los mayas. Este dios, decían que vino del mar para enseñar a los nativos la ciencia de la astronomía, las matemáticas, etc., a fin de poder construir ciudades tan colosales como Tiahuanaco. De Tiahuanaco y el pueblo aimara se llega a decir que fue uno de los diez reinos derivados de la Atlántida. La vinculación de los pueblos precolombinos con los atlantes y la importancia simbólica de la mencionada ciudad sagrada de Tula, las expone René Guénon en El Rey del mundo:
Queremos transcribir también una nota que René Guénon consigna en este capítulo:
En la mencionada ciudad de Tula, capital del imperio tolteca, en sus actuales restos arqueológicos, destacan los atlantes de Tula; cuatro figuras antropomorfas, guerreros toltecas de unos 4 metros y medio de altura que eran los pilares que sostenían el tejado del templo del dios Quetzalcoatl. Estas estatuas colosales representaban fielmente a la raza de gigantes que eran los ancestros de los toltecas y que procedían de Aztlán.
Esta ciudad fue uno de los grandes centros de poder junto con Teotihuacán y Tenochtitlán. La palabra tolteca significa ‘morador de Tula’. Este centro sagrado dedicado a Quetzalcoatl simbolizaba la idea de vida, muerte y resurrección, y a él acudían para operar los ritos iniciáticos para alcanzar la inmortalidad. Otras representaciones de la mítica Tula atlante las encontramos en la ciudad costera maya de Tulum, en Yucatán y también en la región de los Altos de Guatemala se encuentra el lago Atitlán, cuyo nombre contiene la raíz tl. Incluso en zonas remotas de América como Canadá, los inuit denominan a sus ancestros los Thule. Por último, decir que son muchos los autores de la antigüedad que mencionan la arquetípica ciudad de Tula: Homero, Aristeas, Esquilo, Píndaro, Heródoto, Hecateo de Abdera, Calímaco, Apolonio de Rodas, Eratóstones, Pausanias, Diodoro Sículo, Virgilio, Estrabón, Ovidio, Séneca, Plinio el Viejo, Plutarco, Ptolomeo, Pomponio Mela, Jámblico, Avieno, etc. De los toltecas queremos destacar que más que una etnia o tribu eran hombres de Conocimiento que iban esparciendo su influencia en los otros pueblos. Se cree que la importancia del dios Kukulcán en la cultura maya (análogo también, como sabemos, a Quetzalcoatl) proviene de esta influencia tolteca, de la cual encontramos un testimonio en el Códice Matritense que dice lo siguiente:
Pero volvamos a las analogías entre las culturas que han poblado estos continentes separados por el océano Atlántico. Tláloc es el dios de la lluvia o del agua celeste. En una inscripción del templo de Palenque de los mayas se dice: “Oh Tláloc, dios del agua, ten piedad de nosotros, ¡No nos pierdas!”. Y también se habla de “un horrible terremoto que levantaba la tierra a oleadas, como el mar”. Y concluye dicha inscripción:
Otro elemento de conexión entre la Atlántida y los pueblos precolombinos fueron los sacrificios humanos, análogos a los practicados en los ritos de Dioniso. A este respecto D. Merejkowski dice sobre los atlantes:
Como elementos comunes comparten también semblanzas muy llamativas en lo tocante a la arquitectura como es la construcción de pirámides. En este sentido, más allá de la propia estructura piramidal para construir la ‘casa de los dioses’, observamos que la torre de cinco plantas de Teotihuacán recuerda a la pirámide, con los mismos rellanos, del faraón Zoser, de la tercera dinastía, en Saqqara. En la tierra de la Sumer prebabilónica, así como en el antiguo México, el número cinco era sagrado: cinco dioses-planeta, cinco cielos-eones. Por eso las Torres de Sumer, los Zigurat y los teocalli paleomexicanos tienen cinco pisos. Las principales semejanzas entre la arquitectura piramidal egipcia y la de América central son las siguientes: la elección del lugar, la disposición de los cuatro lados de los fundamentos según los cuatro puntos cardinales, el paso del meridiano astronómico a través del centro de la pirámide, la construcción en pisos, la consagración al Sol, la entrada a través de la calle de los muertos, la estructura interior, etc. Otra similitud radica en el calendario: los cinco días añadidos al ciclo de los 360 del año paleomexicano son también los epagómenos, los días suplementarios de Menfis. También que la rueda del zodíaco se divide en doce signos animales en Egipto y en Babilonia, de igual forma que en el antiguo México. Por otro lado, observamos cómo la teocracia de Perú es parecida a la egipcia. El rey peruano Inca es el encarnado dios Sol, como el faraón; koya, la consorte del Inca, es su hermana de sangre o hermanastra, como la consorte del faraón; en ambos reinos se observa la ley de las divinas mezclas de la sangre, para conservar la pureza de la sangre solar. De igual modo, las momias peruanas son muy parecidas a las egipcias: casi los mismos cortes en los mismos puntos para la extracción de las vísceras; son tratadas con las mismas sales desinfectantes, montadas con las resinas perfumadas; son envueltas en las mismas vendas de lino. Al Códice Vaticanus A se lo conoce como libro de los muertos azteca por su gran parecido al libro de los muertos egipcio. Curiosamente, los mencionados guanches de las Canarias, de los que se dice que eran de gran estatura, preparaban de la misma forma sus momias, enterrándolas también en sepulcros piramidales. Porque, efectivamente, se han encontrado estructuras piramidales en estas islas. Concretamente siete pirámides escalonadas de 15 metros de altura, del mismo estilo que los zigurat mesopotámicos. Cuando las Islas Canarias fueron descubiertas por los españoles todavía estaba vivo entre los nativos, los guanches, el mito de los Diez Reyes, en concordancia con el mito narrado por Platón. También los mayas conservaban en su tradición el mito de los Diez Reyes como la génesis de su pueblo. Un último apunte de los guanches es que se cree que eran de origen berebere y cuando acudimos a los mitos de este pueblo nómade del África septentrional, que también los encontramos en el pueblo Tuareg, descubrimos la historia de la última soberana atlante, la reina Tin-Hinan (que se corresponde con la mítica Antinea) de la que se dice era gigante. El propio historiador Diodoro Sículo menciona a los guanches y dice que vivían a los pies de los montes atlantes en torno al lago Tritonis, que fue destruido por un cataclismo y los define como Atlantioi, o sea muy emparentados con la extinta Atlántida. Un término muy parecido a este último y que nos permite tejer otra analogía es la figura de Atlanteotl (muy presente en la cultura maya), que se lo representaba sosteniendo la bóveda celeste al igual que el mito griego del titán Atlante. También los indios chibcha de Colombia representan a su héroe civilizador Bochica llevando el mundo sobre sus hombros.
Federico González Frías, en su excepcional obra El simbolismo precolombino, Cosmovisión de las culturas arcaicas, nos ofrece la siguiente reflexión del porqué de estas analogías entre todas estas culturas separadas por el océano Atlántico:
Y nos parece de sumo interés la nota que recoge en este mismo capítulo sobre el legado y la impronta que ha tenido en estas culturas la Tradición atlante:
Otros cronistas que no mencionamos en nuestro primer trabajo que atestiguan sobre los gigantes prehispánicos son por ejemplo Fray Andrés Olmos, el cual narra que en el palacio del primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, se encontraron huesos enormes de pie humano, haciendo la comparación de que cada dedo correspondía a la palma de una mano. También Alfonso Álvarez de Pineda, que describió a las tribus indígenas asentadas cerca del Misisipi como “una raza de gigantes, de 7 a 8 pies de estatura” (entre dos y dos metros y medio de altura). En 1528, Pánfilo de Narváez y su colega Álvaro Núñez Cabeza de Vaca fueron testigos de gigantes en la bahía de Tampa, Florida, y así los describieron: “todos los indios de Florida que vimos eran arqueros y eran muy altos e iban desnudos, en la distancia se nos aparecían como gigantes”. En 1539 la expedición liderada por Francisco Coronado y documentada por su acompañante Pedro de Castaneda también se topó con indios de gran tamaño. Este último así los describe:
Hernando de Alarcón y sus hombres también hablaron de indios gigantes, al igual que Hernando de Soto que igualmente exploró Florida, tildando a los ancestros de los indios Creek como “los indios gigantes”. El Inca Garcilaso de la Vega, que también acompañó a de Soto, relató que aquellos indios, liderados por el jefe Tuscaloosa, eran medio metro más altos que ellos y “parecían ser gigantes”. Antonio Pigafetta, en su crónica La primera vuelta al mundo, de 1519, describe esto cuando iban por la Patagonia:
Hablábamos de los Quinametzin como los gigantes que habitaron América, siendo éstos mencionados en los Códices Florentino, en el Vaticano, por fray Diego Durán y por San Juan de Zumárraga. Este último explica que los gigantes fueron una creación divina que murió como consecuencia de una gran inundación. Hay más datos muy llamativos del continente americano, como el yacimiento arqueológico ubicado en el actual estado de Wisconsin, Estados Unidos, reportado por primera vez por el New York Times en 1891. Se trata de un asentamiento indígena llamado Aztalan, donde sus habitantes construyeron montículos con forma de pirámide con fines funerarios y espirituales y donde se han hallado restos de esqueletos gigantes de más de dos metros de altura. Este tipo de montículos piramidales han sido hallados de forma muy numerosa en el vasto territorio de América del norte.22
Incluso en nuestros días podemos apreciar vestigios de estos seres gigantescos que poblaron América en numerosos ejemplos de indios de más de dos metros de la época en que los sajones invadieron Norteamérica en los siglos XVIII y XIX.
Por su parte, en este lado del Atlántico, las poblaciones celtas de Inglaterra y de Gales se consideraban descendientes de antepasados comunes procedentes de una tierra hundida en el mar occidental: un paraíso perdido denominado Avalon. Y los vikingos hablaban de una tierra mítica en occidente llamada Atli. Fenicios y cartagineses recordaban una gran isla occidental llamada Antilla, y así lo confirma el mismo Aristóteles, discípulo de Platón. La leyenda irlandesa de Tir-nan-n’oge habla de una gran ciudad que fue sumergida por el océano, mientras que otras leyendas celtas se refieren concretamente a “la ciudad de las puertas de oro”, hundida en el Atlántico. Las tribus que poblaban la Galia atribuían la construcción de los menhires y los dólmenes a sus ancestros atlantes y, de hecho, el complejo megalítico más conocido de todos, Stonehenge, lo conocían por el nombre de “la danza de los gigantes”. Este templo de forma circular era un santuario dedicado a Borvon, dios solar de los celtas, siendo el lugar más sagrado para este pueblo, al que peregrinaban desde todos los puntos de la Galia para realizar sus cultos mistéricos. El mito celta cuenta que este centro sagrado fue construido por el mago Merlín ayudado por gigantes. Este mito está registrado en el manuscrito llamado Le Roman de Brut del poeta Wace, datado alrededor del año 1150 d. C., el cual se basa en la obra Historia de los Reyes de la Bretaña de Geoffrey of Monmouth. Estos gigantes habrían transportado los megalitos desde Salisbury Plain.23 En la Edda, la compilación más importante de la mitología nórdica, a las tierras del norte se las conocía como Adalland, Aldland o Atland, y el mar abierto como el “sendero de Atle”, donde Atle o Atal es el nombre de la divinidad del océano. Respecto a los egipcios, un último apunte, a menudo en sus jeroglíficos hablan de “los pueblos del Mar”. Concretamente, en las inscripciones de Medinet Habu, cercanas a Lúxor, se nos habla de 10 reyes enemigos capturados y ejecutados, y recordemos que la Atlántida tenía 10 reinos gobernados por los 10 hijos de Poseidón. También hay inscripciones que relatan que los pueblos del mar atlánticos trataron de dominar el antiguo Egipto pero fueron derrotados por Ramsés III en el Delta. Sin embargo, nunca se ha llegado a saber con certeza quiénes fueron estos pueblos del Mar. El hombre moderno no recoge nada de todo lo expuesto en la “historia oficial”, lo ve como simples fantasías o ensoñaciones; aunque esto no debe extrañarnos, pues forma parte del Plan Divino que al final de este ciclo cósmico se extienda el olvido y reine la más absoluta oscuridad y negación en cuanto a la existencia de centros espirituales que influyen en otros, transmitiéndoles sus conocimientos para que la Ciencia Sagrada se perpetúe. De este modo la ciudad sagrada de Agartha, receptora de todos estos saberes actualmente, que es análoga a la Tula primordial, la Tula hiperbórea, se encuentra oculta y resguardada en el interior de la Montaña Sagrada. Falta muy poco para que emerja y se imponga a las tinieblas. Queremos cerrar el presente trabajo con estas palabras de René Guénon, de su artículo Lugar de la Tradición atlante en el Manvántara, publicado por primera vez en castellano en el número 17-18 de la Revista SYMBOLOS:
|
NOTAS. | |
1 | Platón, Ión, Timeo, Critias. Alianza Editorial, Madrid, 2004. |
2 | Ibíd. |
3 | Proclus, Commentary on Plato’s Timaeus, Ed. Cambridge Univ. Press, Cambridge, 1997. |
4 | Plutarco, Vidas paralelas. Ed. Cátedra, Madrid, 2005. |
5 | Diodoro Sículo, Biblioteca histórica. Alianza Ed., Madrid, 2003. |
6 | Pomponius Mela, De situ orbis. Ed. Forgotten Books, London, 2019. |
7 | Roberto Pinotti, Atlántida, el misterio del continente perdido. Ed. Luciérnaga, Barcelona, 2018. |
8 | Códice Boturini, tira de la peregrinación. Ed. Raf, México, 2013. |
9 | Roberto Pinotti, Atlántida, el misterio del continente perdido, op. cit. |
10 | Popol Vuh, Ed. Trotta, Madrid, 2008. |
11 | Ibíd. |
12 | Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España. Ed. Fomento Cultural Banamex, México, 1982. |
13 | René Guénon, El Rey del mundo. Ed. Paidós, Barcelona, 2003. |
14 | Ibíd. |
15 | Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España, op. cit. |
16 | Dimitri Merejkovski, Taina Zapada: Atlántida-Europa, Belgrado, 1930. Citado en: Roberto Pinitti, Atlántida, el misterio del continente perdido. Ed. Luciérnaga, Barcelona, 2018. |
17 | Ibíd. |
18 | Federico González, El Simbolismo precolombino. Cosmovisión de las culturas arcaicas. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. |
19 | Ibíd. |
20 | Crónicas de Indias, Ed. Cátedra, Madrid, 2000. |
21 | Antonio Pigafetta, La primera vuelta al mundo, Alianza Ed., Madrid, 2019. |
22 | Jim Vieira & Hugh Newman, Giants on record. Avalon Rising Publications, Illinois, 2015. |
23 | Roberto Pinotti, Atlántida, el misterio del continente perdido, op. cit. |
24 | René Guénon, Lugar de la Tradición atlante en el Manvántara, publicado en castellano en el nº 17-18 de la Revista SYMBOLOS, Barcelona, 1999. |
|