SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

CUANDO LOS DIOSES HABLAN:
CENTROS ORACULARES DE LA TRADICIÓN HERMÉTICA
(1ª Parte)

MIREIA VALLS



Bustos de Apolo y Artemisa.
Reproducciones, colección particular.

I
Oráculos

El ser humano pregunta, se interroga acerca de sí mismo, del mundo, del tiempo, de lo que es, ha sido o será. La deidad responde con palabras y señales. El hombre escucha, acepta, piensa, interpreta y con sus decisiones va dando cumplimiento a su destino. El oráculo implica esta reciprocidad, este diálogo entre los estados inferiores y los superiores del Ser que coexisten en nuestro interior. El oráculo es el puente entre niveles de la conciencia simultáneos, pero jerárquicos, que se religan a través de la palabra emitida y recibida conformando un solo discurso, el de la vida del Ser que se actualiza a través los seres humanos y de los dioses que también somos.

Occidente siempre ha estado atento a la Voz de la deidad, proferida con más fuerza en ciertos lugares sagrados a los que acudían reyes, sabios y multitudes a la búsqueda de un consejo, de una orientación, de una revelación. Los centros oraculares han regido el destino de nuestra cultura y de la vida de todos sus integrantes. Hace apenas unos siglos que los seres humanos de Occidente se han taponado los oídos y han endurecido su corazón. Se dice que en muchos de esos centros ha cesado de emitirse la Tradición. Cierto, y así nos va a esta civilización, en caída libre arrastrando tras de sí al mundo entero.

Nos acercaremos a algunos de estos enclaves tan significativos y estaremos atentos a lo que allí se escuchaba, trayéndolo a estas páginas. Pero nos preguntamos, ¿el oráculo ha callado definitivamente? ¿Sigue hoy en día produciéndose esta reciprocidad? ¿Dónde?

II
La impronta del oráculo en la configuración de la Tradición Hermética



Inscripción en terracota de la máxima que figuraba en el templo
de Apolo en Delfos: “Conócete a ti mismo”.
Los oráculos de Delos, Delfos y Lebadea

Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses. (Inscripción del adyton del templo de Apolo).

Ha habido oráculos de Apolo, de Artemisa, Zeus, Hermes, Asclepio y también de Dioniso, extendidos por toda la Grecia insular y peninsular, y también en Egipto, Libia, Lidia, etc., etc. Nos fijaremos en esta primera entrega en dos de los dedicados a Apolo –el de Delos y el de Delfos–, dios de la adivinación, de la profecía, la música, el canto, la poesía, la aritmética, la medicina y la sanación. También nos dirigiremos al de Trofonio en Lebadea, dejando para la segunda parte de este estudio los dedicados a Zeus, Artemisa y otras deidades. En verdad toda la geografía del Mediterráneo está cuajada de lugares donde la deidad ha revelado no sólo el porvenir, sino, y esto es lo más importante, la enseñanza tradicional, la doctrina liberadora. Muchos sabios dedicaron su vida entera a esta búsqueda y escucha, tal el caso de Plutarco, sacerdote del templo de Delfos que en su libro Sobre los Oráculos dice:

No temeré contar la historia de un bárbaro que logré encontrar a orillas del Mar Rojo sólo tras muchos viajes y de pagar mucho por la información.

Se muestra únicamente una vez al año, el resto del tiempo vive con las ninfas nómadas y los daimones. Cuando finalmente di con él, me recibió educadamente y me permitió conversar con él. Es el hombre más apuesto que yo había visto nunca. No ha estado enfermo jamás, de lo cual se protege con el uso de un fruto amargo que toma sólo una vez al mes. Conoce varias lenguas, pero casi todo el rato me hablaba en dorio, y su lengua no distaba mucho de la poesía y el canto. Cuando hablaba, el olor que exhalaba de su boca perfumaba todo lo que tenía cerca.

De sus conocimientos disponía constantemente, pero había un día al año en el que gozaba de la inspiración profética y acudía a la orilla del mar, donde predecía el porvenir. Reyes, príncipes y grandes señores acudían en gran número a consultarlo, y se retiraban tras haberlo escuchado. Decía que el don de la adivinación lo había recibido de los daimones. Cuando hablaba de Delfos, de los sacrificios que allí se celebran, y de las aventuras de Dionisos, aseguraba que tenían su origen en daimones.

También hablaba de Pitón, y decía que quien la había matado no había sido exiliado durante nueve años, ni en Tempe, sino que había ido a otro mundo, en el que había permanecido durante el transcurso de nueve ciclos (Grandes Años), y que de allí había salido sin mácula tras haber quedado purificado y realmente “resplandeciente” (“Febo”) y que había tomado de nuevo la dirección del oráculo, que durante todo aquel largo tiempo había quedado al cargo de Temis”.1

Con estas misteriosas palabras, Plutarco nos introduce de lleno en el mundo de los oráculos, advirtiendo de la enorme trascendencia de la palabra, que proferida por la deidad y oída por ciertos seres, será decisiva a la hora de instaurar un centro sagrado apto para recibirla y transmitirla. Se nombra en la cita a uno de esos centros, Delfos, enclave altamente significativo en la historia de Occidente durante más de dos mil años, por cuanto todo lo que allí profirió Apolo por mediación de sus emisarios (sacerdotes y pitonisas) determinó el presente y el futuro de nuestra civilización, y también se designan las entidades a él vinculadas: Pitón, Temis, Febe-Apolo y Dioniso. No en vano Platón ya afirmó en su Fedro (244 b) que los adivinos y profetisas inspirados por el dios “han hecho a Grecia, privada y públicamente, muchos hermosos beneficios”. Sigamos, pues, estas pistas en las que se entrecruzan la historia sagrada de Occidente y ciertos mitos que tienen como protagonistas a los hermanos gemelos Apolo y Artemisa y a su madre Leto, de la mano de los cuales descubriremos el entronque de nuestra tradición con la Tradición Primordial y la Atlante con las autóctonas de la antigua Grecia. Es imprescindible sumergirnos en los saberes y enseñanzas que se ocultan tras estas deidades –vinculadas con la adivinación, la música, el canto y las iniciaciones mistéricas–, cuyos centros oraculares actuaron como verdaderas matrices (de ahí por ejemplo el nombre de Delfos, que deriva de delphis, o sea útero en griego) en las que se gestaban y alumbraban las ideas y se transmitían en forma de versos, cantos, himnos, señales y paradojas a todos los que allí acudían buscando la Verdad.



El omphalos de Delfos.
Museo Arqueológico de Delfos.

Tal como sintetiza David Hernández de la Huerta al final de su libro Oráculos griegos:

El mundo de los oráculos griegos, como se ha visto, es un complejo fenómeno que no se reduce a la mera curiosidad por el futuro o a la superstición de los antiguos. Es una manifestación de enorme riqueza que combina aspectos espirituales, que están en la base de la religión, la mitología o el pensamiento de los griegos, con aspectos literarios, identitarios, socio-políticos, jurídicos o económicos.2

Además apunta en otro momento:

Vemos, en definitiva, que los orígenes de la adivinación y los oráculos griegos están entroncados en los mitos con el nacimiento de los dioses principales de las generaciones del cielo y de la tierra. Más antiguos y primordiales, los oráculos de la tierra –y los héroes tragados por ella– ponen en contacto al hombre con el mundo de la época primigenia y con el más allá subterráneo. Por otro lado, los oráculos celestes de Zeus y Apolo son garantes del orden cósmico, y, a la vez, del ciclo de la vida y la muerte, a través de otros dioses y figuras míticas mediadoras que constituyen un tercer grupo de divinidades.3

O sea que el oráculo está en el fundamento de la constitución y/o reactualización de la Tradición, desde sus orígenes primordiales a través de Gea y Temis –las primeras profetisas– y posteriormente por mediación de otras deidades de un momento más avanzado del ciclo, cuya voz seguirá articulando y organizando la vida de la cultura y proveyéndola de los soportes para el Conocimiento y la realización iniciática.



Apolo, Guarana Giacomo, 1792. Fuente: Inventario de los bienes
históricos y artísticos de la diócesis de Trento.

Evoquemos en primera instancia al mito del dios principal de la adivinación en la generación de los Olímpicos, Apolo. Su madre Leto es hija de dos titanes, Ceo y su esposa Febe; es pues una deidad de las primordiales, perteneciente a las que “habitaron” la Edad de Oro. Sus hermanas son Asteria y Ortigia. Quedémonos con estos nombres que aparecerán un poco más adelante en el relato, relacionados con las islas donde nacerán Apolo y Artemisa. Ciertos autores dicen que la residencia habitual de Leto es la Hiperbórea y que adoptando la forma de loba huyó de su tierra cuando Hera la comenzó a perseguir porque había yacido con su esposo Zeus y estaba encinta de unos gemelos (de ahí uno de los epítetos, “licógenes“, esto es “nacido del lobo”, con que se conocerá a Apolo una vez alumbrado). Pero sigamos con la diosa, que se verá obligada a errar de aquí para allá ya que Hera la vigila por doquier ordenando que ninguna tierra le dé cobijo. La celosa esposa de Zeus se había jurado que Leto no alumbraría a sus hijos en ningún lugar donde brillasen los rayos del sol. Una versión del mito dice que Poseidón, al conocer tal acoso, levantó las olas del mar y fabricó una especie de cúpula líquida sobre una pequeña isla, Delos, donde al abrigo del astro rey, Leto dio a luz a Apolo. Mas, ¿por qué fue Delos la escogida para ese parto casi furtivo? Se cuenta de Delos que era

una roca golpeada por las olas, tierra ventosa y firme, más accesible para las gaviotas que para los caballos…¿Qué es lo que te agradaría escuchar? ¿Acaso cómo, en los orígenes, un gran dios golpeando las montañas con su tridente, obra de los Telquines, fabricó las islas marinas, las levantó a todas desde sus bases y las precipitó en el mar? Y allí, en lo más profundo las enraizó, para que se olvidaran del continente. A ti, en cambio, no te oprimió la necesidad; navegabas a tu capricho por los mares. Antiguamente, Asteria era tu nombre, porque saltaste, semejante a un astro, desde el cielo al profundo abismo, huyendo de la unión con Zeus. Entonces no habías recibido aún a la resplandeciente Leto; eras Asteria, no te llamabas Delos todavía.

Pero cuando ofreciste tu suelo como lugar natal de Apolo, los navegantes te impusieron el nombre de Delos a cambio del de Asteria, porque ya no surcabas las aguas invisibles a sus ojos y habías echado raíces en las olas del mar Egeo. Y no temblaste ante Hera furiosa.4



Leto y sus hijos. Escultura en mármol de Willian
Henry Rinehart, 1870. The Met 150, EEUU.

Algunos autores refieren que antes de denominarse Delos, la áspera isla era conocida como Ortigia (isla de las codornices), mientras otros dicen que Ortigia era otra isla, aquélla en la que Leto dio a luz primero a Artemisa. En todo caso, los nombres de las dos hermanas de Leto (Asteria y Ortigia) fueron traspuestos a esas islas que recibieron a sus sobrinos. No deja de ser muy evocador este hecho, que quizás esté simbolizando el descenso de unas entidades primordiales a través de este viaje sobre las aguas hasta otro momento del ciclo cósmico, ya más caído, pasando por tanto de una ubicación geográfica hiperbórea a otra más meridional (Grecia), tierra que acogería esas enseñanzas primigenias para que siguieran fecundando e iluminando a los seres humanos de este período mucho más alejado de los orígenes.

Es el mismo Apolo quien, desde las entrañas de su madre, le indica:

Hay una isla diminuta que se deja ver sobre las olas, errando por los mares; no tiene sus raíces en tierra, sino que flota, como un asfódelo, según el curso de la marea, por donde el Noto, el Euro o las ondas del mar quieran llevarla. Allí es a dónde debes conducirme, pues tu llegada será bien recibida.5

Y amorosa, se oye la voz de Delos que la llama:

– Hera, haz de mí lo que te plazca, pero no me voy a cuidar de tus amenazas. Ven, ven a mí, Leto.6

De este modo, Leto llega a Delos y amarrada a una palmera, único árbol que crece en medio de la isla, habla a su hijo para que nazca suavemente, asistida por Ilitía, la diosa facilitadora de los partos que finalmente persuadida por Iris se ha dignado a ayudar a la parturienta. En ese momento suceden cosas extraordinarias:

Y los cisnes, aedos cantores del dios, abandonando el Meonio Pactolo, dieron la vuelta siete veces en torno a Delos, y siete veces cantaron durante el parto como aves de las Musas que eran, las más melodiosas de cuantas tienen alas: por eso el Niño, más adelante, ató a su lira tantas cuerdas como veces los cisnes celebraron su alumbramiento. Ya no cantaron por octava vez, y él nació. Las ninfas Delíades, linaje de un antiguo río, prolongadamente entonaron el canto sacro de Ilitía, y el resonante éter dejó oír enseguida como un eco el penetrante clamor. Y Hera no se irritó, pues Zeus había borrado su cólera. Todo su suelo, Delos, se convirtió entonces en oro; oro manaba todo el día el lago circular; en oro floreció el vástago de olivo que asistió al nacimiento; de oro rebosaba el abundante Inopo de sinuoso curso. Tú levantaste al niño desde el suelo de oro, lo pusiste en el regazo materno, y hablaste así…7



El nacimiento de Apolo y Diana, grabado de Diana Scultori, 1560.
National Gallery of Art, Whashington.

Leto estaba acompañada en este trance por Dione, Rea, Temis, Icnea y Anfítrite, las que se regocijaron al ver al radiante niño, lo lavaron en agua cristalina, dejándolo limpio y puro según refiere el Himno Homérico a Apolo, y envuelto en blancos pañales y ceñido con un cinturón de oro, no lo pusieron al pecho de su madre, sino que Temis le dio néctar y agradable ambrosía. Sorprende esta reunión tan nutrida de diosas femeninas en torno a este nacimiento (de hecho Apolo siempre estará acompañado por diosas, por ejemplo las nueve Musas, las tres Gracias, las Horas…), y que lo primero que hacen las ninfas Delíades al contemplar el niño divino es entonar un canto a la diosa Ilitía. Por alguna razón simbólica será que en Delos (“la brillante”) se congregan tantas entidades femeninas…

El mito sigue dándonos pistas acerca de este gineceo divino. Nomás nacer el dios, Delos se convierte en un centro oracular de culto y peregrinación importantísimo; mas leyendo atentamente el Himno a Delos de Calímaco, se descubre que esta isla ya recibía cada año la visita de unas misteriosas jóvenes venidas de la Hiperbórea, y como muchas de ellas decidían quedarse en la isla y no regresar a su patria, los hiperbóreos enviaron posteriormente sus ofrendas anuales haciéndolas pasar de mano en mano por los distintos pueblos que mediaban entre la zona Boreal y Delos.

Cada año recibes los primeros frutos de la cosecha como diezmo, y todas las ciudades ponen en pie sus coros en tu honor, las de oriente, las de occidente y las que pueblan la parte central de la tierra, y las gentes que tienen su morada más allá de la orilla Boreal, raza la más antigua de todas. Ellos son los primeros portadores hacia ti de la caña de trigo y de las sacras gavillas de espigas; reciben a continuación las primicias, que vienen de muy lejos, los Pelasgos de Dodona que duermen en el suelo, sirvientes del caldero nunca mudo; llegan, en segundo lugar, a la ciudad Iria y a los montes de la tierra Mélide; de allí navegan hasta la fértil llanura Lelantia de los Abantes; desde Eubea no es larga la travesía, pues sus puertos son ya vecinos tuyos. Las primeras en llevarte las primicias desde el país de los rubios Arimaspos fueron Upis, y Loxo y la feliz Hecaerge, hijas de Bóreas, y también unos varones, lo más granado de la juventud Hiperbórea. Ninguno de ellos regresó a su casa, pero fueron dichosos y consiguieron gloria y renombre. Las muchachas delíades, en efecto, cuando el armonioso himeneo hace temblar su alma, ofrecen la juvenil cabellera a aquellas vírgenes, sus coetáneas, y los muchachos ofrecen como primicia a aquellos jóvenes la primera cosecha de bozo en sus mejillas.8

Y en Herodoto descubrimos que estas peregrinaciones de jóvenes vírgenes venidas del norte, acompañadas por unos conductores varones llamados Perférees, no las realizaban solamente en honor a Apolo, sino que parece ser que un culto antiquísimo a Ilitía las traía hasta esta isla desde antaño, donde depositaban sus ofrendas y celebraban con himnos, cantos y danzas unos ritos ancestrales que luego los delios y los jonios adoptaron como suyos en adelante, tal como refiere el Himno Homérico a Apolo. Es éste un ejemplo de la asimilación de la Tradición Primordial por una de sus ramas secundarias, en este caso la Tradición Griega integrante de la Tradición Hermética. Pero sigamos con esas muchachas, sus misteriosas ofrendas y los ritos que practicaban según las declaraciones de Herodoto:

Cuentan los delios asimismo que por aquella misma época en que vinieron esos conductores, y un poco antes que las dos doncellas Hipéroque y Laódice, llegaron también a Delos otras dos vírgenes hiperbóreas, que fueron Agra y Opis, aunque con diferente destino, pues dicen que Hipéroque y Laódice vinieron encargadas de traer a Ilitía o Diana Lucina el tributo que allá se habían impuesto por el feliz alumbramiento de las mujeres; pero que Agra y Opis vinieron en compañía de sus mismos dioses, Apolo y Diana, y a éstas se les tributan en Delos otros honores, pues en su obsequio las mujeres forman asambleas y celebran su nombre cantándoles un himno, composición que deben al Liceo Olen, el cual aprendieron de ellas los demás isleños, y también los jonios, que reunidos en sus fiestas celebran asimismo el nombre y memoria de Opis y de Agra. Añaden que Olen, habiendo venido de la Licia, compuso otros himnos antiguos que son los que en Delos suelen cantarse. Cuentan igualmente que las cenizas de los muslos de las víctimas quemados encima del ara se echan y se consumen sobre el sepulcro de Agra y Opis que está detrás del Artemisio, vuelto hacia Oriente e inmediato a la hospedería que allí tienen los naturales de Ceo.9

Aunque no coinciden totalmente los nombres de esas jóvenes en Calímaco y Herodoto, es claro que de la Hiperbórea llegaban emisarias acompañadas de ciertos varones escogidos, portando unas ofrendas envueltas en paja que entregaban a los dos hermanos recién nacidos, especialmente a Apolo; pero con anterioridad, ya habían descendido hasta Delos otras comitivas de vírgenes para rendir culto a otra diosa, más antigua, vinculada con el parto, el alumbramiento y el nacimiento a un nuevo estado, Ilitía. Más adelante volveremos sobre esta deidad, pues ahora quisiéramos ahondar en lo que esas mujeres y hombres procedentes de la Hiperbórea transmitieron a los habitantes de Delos. Sobre las ofrendas nada sabemos (sólo que estaban envueltas en gavillas de trigo), permanecerán por siempre jamás en el secreto, como secreta es la entrega total a la deidad en el corazón del ser que decide recorrer una senda iniciática. Y esa entrega, que tiene que ver con la realización de la unidad del ser, impele al alma a entonar cantos a todos los seres intermediarios, especialmente a los dioses, para atraer su presencia y operar así la nupcia interna, el ritmado del alma individual con el alma del mundo y el enlace de ésta con el Espíritu.



Apolo y las Musas, Simon Vouet, 1640. Museo de Bellas Artes de Budapest.

Canto, himno, poesía, danza… todo ello es lo que aquellas muchachas transmitieron, o sea, la música del cosmos, su orden y despliegue, que los delios y los jonios acogieron y recrearon, actualizando la cosmogonía. Así nos lo relata el Himno Homérico a Apolo:

… Pero tú, en Delos, Febo, sientes una alegría especial en tu corazón; allí, en tu honor, los jonios de largas túnicas se reúnen con sus hijos y sus respetadas esposas. Ellos, invocándote, te deleitan con el pugilato, la danza y el canto, cada vez que organizan los juegos.

Quien se encontrara allí, cuando los jonios están reunidos, diría que son inmortales e inmunes a la vejez. Pues vería la elegancia de todos ellos; deleitaría su corazón al contemplar a los hombres y a las mujeres de hermosa cintura, sus rápidas naves y sus muchas posesiones. Además de esto, hay una gran maravilla, cuya fama nunca perecerá: las jóvenes de Delos, servidoras del que lanza sus rayos a lo lejos. Éstas, después de celebrar primero a Apolo y luego a Leto y a Ártemis la flechadora, entonan un himno, evocando a hombres y mujeres del pasado y fascinan a los pueblos allí congregados. Saben imitar las lenguas y la manera de expresarse de todos ellos. Cada uno podría afirmar que es él mismo el que habla. Tan adaptado está a ellos su hermoso canto.10

Desde luego que esto no eran meros entretenimientos festivos, sino ritos que tenían como soporte fundamental la palabra ritmada –el canto–, traducida también en gestos ritmados –la danza–, revelaciones que atesoraron esas doncellas que luego honraron al dios que acababa de “nacer”, Apolo, el receptor directo de las enseñanzas polares arribadas a esa isla. Ellas son capaces de hablar todas las lenguas, el lenguaje de los pájaros, que es una forma poética de decir el lenguaje del símbolo.



Los leones cerca del templo de Apolo en Delos, c. s. VI a. de C.

En Delos se estableció el primer centro oracular del dios y a partir de aquel alumbramiento, él sería el transmisor de la Tradición bajo el ropaje simbólico del número y de la letra, sublimemente armonizados, motivo por el cual a Apolo se lo conoce como la deidad de la Belleza, la Armonía y la Música, así como también de la Aritmética. Apolo Musageta se rodeará de las nueve Musas que unidas a él suman diez; nueve diosas trazando una circunferencia, siendo Apolo su centro. Y en consonancia con la figura geométrica evocada (que es también la del oro alquímico), la más perfecta de todas al decir de Platón, es bien significativo lo que sucede con su isla natal, proyección sobre la geografía del centro polar:

Asteria [Delos] perfumada de incienso, en torno a ti las islas forman círculo y alrededor de ti disponen una especie de coro. Y Héspero, el de la rizada melena, no te ve silenciosa ni callada, sino siempre rodeada de clamores. Unos acompañan el canto del viejo Licio, el que trajo el adivino Olén desde Janto; las danzarinas del coro golpean, por su parte, el firme suelo con el pie. Se cubre entonces de coronas la sagrada y famosa imagen de la antigua Cipris, la que un día Teseo consagró, al regresar de Creta con los jóvenes: habiendo escapado al cruel mugido, y al feroz hijo de Pasífae, y a la curva morada del tortuoso laberinto, danzaron en círculo, señora, alrededor de tu altar, al son de la cítara, y Teseo dirigía el coro. Desde entonces envían los cecrópidas a Febo los aparejos de aquella nave peregrina, como ofrenda sagrada e imperecedera.11

Así, en Delos confluirán por un lado emisarios hiperbóreos de la Tradición Primordial y por otro representantes de una tradición secundaria, la Minoica, heredera de la Atlante (que a su vez era depositaria de la gran Tradición Unánime), simbolizada por Teseo y todo su mito, héroe que recalará también en ese centro oracular insular cantando y bailando en consonancia con las danzas e himnos de los hiperbóreos. Por todo ello, Apolo aglutina ideas muy elevadas, siendo el mediador directo entre el mundo manifestado y su Principio, o mejor dicho, el que reúne lo aparentemente múltiple en su unidad esencial, de ahí otro de los atributos que se le dará, Karneîos, cuyas consonantes KRN significan “elevación” y “potencia”. En palabras de René Guénon:

Karneîos es el dios del Karn, es decir, del “alto lugar” que simboliza la Montaña sagrada del Polo, y que entre los celtas estaba representado sea por el tumulus, sea por el cairn, o montón de piedras que ha conservado aquel nombre. La piedra, por lo demás, está a menudo en relación directa con el culto de Apolo, como se advierte en particular por el Omphalos de Delfos y también por el cubo de piedra que servía de altar en Delos, cuyo oráculo obligó a duplicarle el volumen…12

Y en una nota, ese autor añade para remarcar el carácter polar de esta deidad –que no siempre es el primero que se destaca, pues se lo reconoce más bien como un dios solar, equiparado a la Luz y la Armonía, generador de la vida y centro de la Creación–:

Se atribuye generalmente a los “betilos”, asimilables al Omphalos, una significación “solar”; pero ésta ha debido superponerse en determinado período a una significación “polar” primitiva, y puede que haya ocurrido lo mismo con Apolo. Notemos además que Apolo está representado como el protector de las fuentes (el Borvo céltico le ha sido asimilado a este respecto); y las fuentes están también en relación con la piedra, que es uno de sus equivalentes en el simbolismo “polar”.13

Delos es, pues, una cuna que recibe las aguas de vida verticales y horizontales, las que purificarán y harán germinar en el recién nacido la Sabiduría Perenne que él mismo transmitirá a partir de ahora a la humanidad de este fin de ciclo. Delos es un estado del alma que se alcanza tras un largo proceso de transmutación. De rocosa y áspera pasa a ser “la Brillante”, por el relucir del oro fruto de la perfección alcanzada al acoger en su seno al dios de la luz, del esplendor y la claridad, atributos relacionados con ideas universales emanadas directamente de la Inteligencia.

En la isla se levantarán dos altares; uno de piedra cúbica, como acabamos de ver, y otro llamado Kératon, “enteramente formado por cuernos de bueyes y cabras sólidamente juntados; es evidente que esto se refiere directamente a Karneîos…”,14 siendo también los cuernos un emblema del poder y de lo ubicado en la sumidad.

Siguiendo a Febo planearon los hombres sus ciudades, pues Febo se complace siempre en la fundación de ciudades, y el propio Febo construye los cimientos. Tenía cuatro años cuando lo hizo por primera vez en la bella Ortigia, cerca del lago circular. Cuando volvía de la caza, Ártemis traía cabezas y cabezas de cabras Cintíades, y Apolo edificó con ellas un altar: de cuernos hizo el basamento, con cuernos ajustó el altar, córneos eran los muros que puso alrededor. Así aprendió por primera vez Febo a erigir los cimientos de las ciudades.15

Muy alta es la función de Apolo, nada menos que la de albergar en sí la semilla imperecedera de la Tradición Unánime, que empezará a crecer y se expandirá desde sus centros oraculares, siendo el de Delos el primero, al que seguirá Delfos, donde nos dirigimos ahora de la mano del mito.



Mapa del Ártico de Gerardus Mercator, edición de 1623. Fuente: Gallica.

Pero antes:

… Zeus envió regalos a su hijo: diole una mitra de oro, una lira y un carro tirado por cisnes. Luego le ordenó que fuese a Delfos. Pero los cisnes condujeron primero a Apolo a su país, a orillas del Océano, allende la patria del Viento del Norte, en la tierra de los Hiperbóreos, los cuales viven bajo un cielo siempre puro y que han consagrado a Apolo un culto que celebran sin cesar. Allí permaneció el dios un año, recibiendo los homenajes de los Hiperbóreos, y regresó luego a Grecia…16

Apolo viaja lejos, muy lejos, de ahí que se lo conozca también como el dios de la lejanía, aludiendo a ese lugar zenital al que se desplaza, donde recibirá las enseñanzas más profundas acerca de los orígenes del Ser y la penetración de las ideas más primordiales y cercanas a la Verdad, que luego transmitirá a los que abran su corazón a su influjo. Todo lo referente a Apolo tiene un carácter suprahumano, por eso “el sentido de su revelación es éste: indica a los seres humanos no la dignidad de su individualidad y la profunda intimidad de su alma personal, sino lo que está encima de la persona, lo inalterable, las formas eternas”.17 Y lo curioso es que no solamente viaja a la Hiperbórea al iniciar su peregrinaje vital, sino que lo hace cíclicamente, cada año. Se aparta del mundo, o mejor dicho, de los planos más materiales e individualizados y se lanza a la búsqueda de lo supraformal, de las ideas en estado puro y de los arquetipos, para luego, con su retorno, repartirlos generosamente aquí y allá, iluminando el mundo y sobre todo el alma de los seres humanos que aceptan su regalo.


Estatua de Apolo, jardines del Castillo
de Champs sur Marne, Francia.

La lejanía pertenece a la naturaleza de Apolo. En Delos, Delfos y otros lugares de culto se cree que una parte del año queda en la lejanía misteriosa. Al comenzar el invierno se va para volver sólo con la primavera, acompañado de cantos piadosos. Para Delos, él permanecía los meses invernales en Licia (…). El mito délfico indica que su paradero era el legendario país de los hiperbóreos, mencionado muchas veces en Delos desde tiempos muy antiguos. “Ninguna nave ni caminante puede llegar allí” (Píndaro, Pít. 10, 29). Allá vive el pueblo sagrado que no conoce ni enfermedad ni edad, y del que están ausentes penas y luchas. Apolo se deleita con sus sacrificios solemnes. Por todas partes suenan coros de doncellas, sonidos de lira y flauta, y el laurel reluciente corona el cabello de los alegres comensales (Píndaro, Pít. 10, 31 ss). Atenea condujo allá una vez a Perseo, cuando tuvo que matar a la Górgona (Píndaro, Pít. 10, 45). En general, sólo elegidos por Apolo han visto el país legendario.18

Además de la lira, Apolo siempre va provisto del arco y las flechas, armas axiales que apuntan a las más elevadas ideas y al origen de todas ellas, aunque también las dispara en sentido opuesto, hacia dioses, héroes o bestias –“el que hiere de lejos” es otro de sus epítetos–, provocándoles la muerte súbita, trance imprescindible para poder despertar o renacer a otros “estados más amplios, verdaderamente universales”. Entonces el ser humano reconocerá que la naturaleza del alma del mundo y la suya es musical, y no le quedará otra que ritmarse a ese orden armónico participando en una danza de alcances macro y microcósmicos, o bien quedar atrapado en las marañas de una mente pequeña y chata obsesionada en minucias y tonteras.

A los dioses les dio lástima el género humano sobrecargado. Entonces instituyeron las fiestas divinas para el desahogo de los mortales y les dieron como compañeras a las musas, el conductor Apolo y Dioniso… Todo lo que es joven no puede permanecer quieto y tranquilo. Siempre anhela movimiento y expresión. Así se divierten, los unos saltando y brincando, bailan y se chancean entre ellos, los otros profieren sonidos de todo tipo. Mientras que los demás seres animados no pueden comprender la regularidad de los movimientos, es decir ritmo y armonía, este sentido y su deleite nos lo regalaron los mismos dioses que el cielo nos dio como compañeros de fiesta. Ellos dirigen nuestros movimientos y conducen nuestros corros uniéndonos por el vínculo de bailes y cantos.19

Al volver de la Hiperbórea lo vemos dirigirse sin demora a la cima del Olimpo. Cuando entra en el banquete, todos los dioses se pondrán de pie y fijarán su atención en el instrumento que porta en su mano. Con la música de su cítara deleitará a todos los congregados, especialmente a las diosas, las Gracias, las Horas, Afrodita, Armonía, Hebe, que no dejarán de bailar entrelazando sus manos alrededor del bello dios; “en torno a él hay un resplandor radiante y despiden destellos sus pies y su bien hilada túnica”. Pero también Ares y Hermes serán cautivados y ensamblados en una danza de alcances cósmicos.



Apolo tocando la lira, Onorio Marinari (1627-1715).

Sin embargo, aún y reconocido por todos los asistentes como el orquestador del orden, del esplendor y la belleza, ello no le exime de tener que seguir con su peregrinaje a la búsqueda del lugar donde levantar su majestuoso templo, acorde con las proporciones y ritmos que él conoce como nadie. Necesita construir un hogar que acoja los dones de los que es portador; un hogar en el que recibir a la humanidad sedienta de escuchar su palabra; un hogar que aglutine todo lo que debe ser conservado y transmitido. Por otra parte, aún y los dones recibidos, que ya ha exhibido ante el divino banquete, debe conquistar por sí mismo la función que se le ha asignado, que es la de ser la Voz de la Tradición, función que en momentos anteriores del ciclo detentaban las diosas profetisas, comenzando por Gea, Temis y Febe. Por ello, tras un largo periplo, es finalmente Delfos el lugar elegido, pues allí residía la gran serpiente Pitón, entidad subterránea tremenda que protegía el oráculo de Gea, ahora caído en el olvido. Apolo debe vencer al monstruo, asimilando así su fuerza primordial y todos sus saberes ancestrales para poder sacarlos a la luz y darnos así la oportunidad de conocerlos, incluso hasta hoy en día.



Apolo matando a Pitón, grabado incluido en
“La historia de Apolo y Dafne”, Baldassare Peruzzi, British Museum.

Es en Delfos donde Apolo se hará levantar su santuario. Dicen diversas fuentes tradicionales recogidas por R. Graves en su libro Los mitos griegos I, que no fueron uno sino cuatro y hasta cinco los templos que se le erigieron con diferentes elementos constructivos. Veamos su relato, en el que también nos advierte que el dios viene a ser el receptor, y a veces hasta usurpador, de ese oráculo mucho más antiguo detentado por entidades femeninas:

El oráculo de Delfos perteneció primero a la Madre Tierra, que eligió a Dafnis como su profetisa; Dafnis, sentada sobre un trípode, inhalaba los vapores de la profecía, como sigue haciendo la sacerdotisa pitia. Algunos dicen que la Madre Tierra cedió después sus derechos a la titánide Febe, o Temis, y que ésta a su vez los cedió a Apolo, quien se construyó un santuario con ramas de laurel traídas de Tempe. Pero otros dicen que Apolo robó el oráculo a la Madre Tierra después de matar a Pitón, y que sus sacerdotes hiperbóreos Pagaso y Agieo establecieron su culto ahí.20

Nótese aquí de nuevo un punto de contacto entre este dios y dos representantes de la Tradición Unánime, Pagaso y Agieo, de los que nada se sabe, salvo su nombre y que se establecieron en Delfos. Pero volvamos al templo:

Se dice que en Delfos se levantó el primer santuario, hecho de cera de abejas y plumas; el segundo, de tallos de helecho entrelazados; el tercero, de ramas de laurel. También se dice que Hefesto construyó el cuarto de bronce, con doradas aves canoras apostadas en el tejado, pero que un día la tierra se lo tragó; y que el quinto, hecho de piedras labradas, se quemó el año de la quincuagésima octava Olimpiada (489 a. de C.) y fue reemplazado por el actual.21


Estampa de Trofonio, Guarana Giacomo, 1792.
Fuente: Inventario de los bienes históricos
y artísticos de la diócesis de Trento.

Más adelante, el mismo autor refiere que el templo de piedra fue obra de los hermanos Trofonio y Agamedes, el primero de los cuales tiene un oráculo a su nombre del que pronto hablaremos. Es enigmático lo de los diferentes materiales de construcción, pero da toda la impresión de que cada uno de ellos está en consonancia con un momento cíclico, y que el primero, hecho de plumas y cera de abejas se correspondería con un estadio muy primordial de este ciclo cósmico que vivimos, aquél en el que diversas cosmogonías –entre las que destaca la de los Pelasgos– ubican a una entidad femenina como la gran receptora y gestadora de todas las posibilidades creacionales. Además, y esto no nos parece casualidad, se observa con claridad la huella de la Tradición venida del Norte, o sea de la Hiperbórea, en los orígenes de este relato cosmogónico de los antecesores de los griegos que sitúan a una diosa como la madre de todos los seres. Veamos este mito tan desconocido:

En el principio Eurínome, diosa de Todas las Cosas, surgió desnuda del Caos, pero no encontró una base sólida en la cual apoyar sus pies, así que separó el mar del cielo danzando sola sobre las olas. Danzó en dirección al sur, y el viento que se creaba a su paso pareció algo nuevo y distinto, apropiado para comenzar una obra de creación.

Volviéndose, atrapó este viento del norte, lo frotó entre sus manos y he aquí que apareció la gran serpiente Ofión. Eurínome siguió bailando para entrar en calor, su danza era cada vez más y más salvaje, hasta que Ofión, invadido por la lujuria, se enroscó entre esos miembros divinos y se vio impelido a copular con ella. Este viento del norte, también llamado Bóreas, fertiliza por eso las yeguas que con frecuencia tornan sus cuartos traseros al viento y conciben potros sin ayuda alguna de semental. Fue así como Eurínome quedó encinta.

Después tomó la forma de una paloma y anidó en las olas, y, llegado el momento, puso el Huevo Universal. A petición suya Ofión se enroscó siete veces en este huevo hasta que se rompió y se dividió en dos mitades. De él salieron sus hijos, todo lo que existe: el sol, la luna, los planetas, las estrellas, la tierra con sus montañas y ríos, sus árboles, hierbas y todas las criaturas vivientes.

Eurínome y Ofión establecieron su morada en la cima del monte Olimpo, donde él la ofendió afirmando ser el creador del universo. Acto seguido, ella le golpeó la cabeza con el talón, le arrancó los dientes de un puntapié y lo desterró a las oscuras cavernas subterráneas.

Después la diosa creó las siete potencias planetarias, poniendo cada una de ellas bajo el control de un titán y una titánide: Tía e Hiperión para el sol; Febe y Atlas para la luna; Dione y Crío para el planeta Marte; Metis y Ceo para Mercurio; Temis y Eurimedonte para Júpiter; Tetis y Océano para Venus; Rea y Crono para Saturno.22



Origen desconocido.

En Creta también se daba culto a una gran diosa madre, y a la diosa Ilitía promotora de los partos, de la que Pausanias nos da una información clave que la entronca directamente con la Edad de Oro, revelándonos que es incluso anterior a Crono:

El licio Olén, un antiguo poeta, que compuso para los delios, entre otros himnos, uno dedicado a Ilitía, la describía como “la hábil giradora”, identificándola claramente con el destino, y la hacía más antigua que Crono.23

Y este mismo autor abunda en esta deidad primordial, según se recoge en la entrada Ilitía de la Wikipedia:

En la época clásica tenía altares a ella consagrados en varias ciudades de Creta (donde fue especialmente adorada), como Lato y Eleuterna, y se cree que se le consagraban cuevas (como la de Inatos), quizá en alusión al canal de los nacimientos. En el continente griego, Pausanias vio en el siglo II d. C., en Olimpia, un arcaico altar con un sótano interior consagrado al salvador-serpiente de la ciudad (Sosipolis) y a Ilitía, en el que una sacerdotisa virgen cuidaba de una serpiente a la que alimentaba con agua y pasteles de cebada y miel. El altar conmemoraba la aparición de una anciana con un bebé en brazos, en un momento crucial en el que los habitantes de Elis estaban amenazados por los arcadios. El niño, al ser dejado en el suelo entre las fuerzas contendientes, se transformó en una serpiente, echando a volar y haciendo huir a los arcadios antes de desaparecer en la colina. Había antiguos iconos de Ilitía en Atenas, y uno de ellos fue traído de Creta, según contaba Pausanias, quien también mencionaba altares a ella consagrados en Tenea y Argos, siendo el de Egio extremadamente importante.24

Tendremos oportunidad de volver sobre esta diosa de los partos en la segunda parte de nuestro trabajo, cuando nos dirijamos a los oráculos de Leto-Latona y Artemisa.



Artemisa, reproducción en mármol de una escultura renacentista.
Nobel Park, Estocolmo.

Pero volviendo a la influencia de Creta en Delfos, es bien significativo que según Homero, los primeros sacerdotes del santuario de Apolo fueron un grupo de navegantes cretenses cuya negra barca fue interceptada por el mismo dios metamorfoseado en Delfín, que la hizo recalar en el puerto cerca de Delfos. Desde entonces los cretenses:

dejaron su música sagrada, sus rituales, danzas y el calendario como una herencia para los helenos. El cetro cretense de la Madre, el labrys, o hacha doble, daba nombre a la corporación sacerdotal de Delfos, los Labriadas, que aún seguía existiendo en la época clásica.25



Labrys, hacha ceremonial de doble filo en bronce,
Creta. Símbolo polar del eje y su desdoblamiento.

Lo que Delos y Delfos significaron a partir del establecimiento del oráculo de Apolo es imposible de recoger en estas páginas. Ambos lugares marcaron los lineamientos de la historia, la política, el comercio, la cultura, las artes, los certámenes literarios y gimnásticos, o sea la vida entera de nuestra civilización. Y fueron por encima de todo enclaves privilegiados para el trato o relación con el “más allá”, con el mundo de los dioses y las ideas y por tanto con el conocimiento de uno mismo y su efectivización, de ahí la máxima que estaba grabada en el frontispicio del templo en Delfos: “Conócete a ti mismo”. Y ello es así porque estos dos lugares fueron receptores, como hemos podido advertir, de la doctrina aportada directamente por los hiperbóreos y por los minoicos, doctrina que no es sino la Sabiduría Perenne que se transmite íntegra de edad en edad, de ciclo en ciclo, para alumbrar el corazón de los que la buscan por encima de cualquier relatividad.



Reconstrucción del Santuario de Delfos.

No porque sí, en Delfos aparece también la simbólica de los Siete Sabios, análogos a los siete rishis de la tradición hindú, los depositarios simbólicos y conservadores de la tradición que se transmite de un ciclo cósmico a otro.

[Delfos] era un verdadero centro cultural panhelénico al que Atenas enviaba una importante embajada, encabezada por el architheoros, que recorría la llamada ruta pítica, a través de Beocia y Fócida, hasta el santuario. Delfos fue desde antiguo el ombligo de la cultura griega y el lugar donde se atesora la tradición e identidad cultural y religiosa del mundo griego, desde su multiplicidad. El otoño de cada cuatro años desde 582 a. de C., cuando fueron establecidos por la liga délfica, se celebraban los famosos juegos píticos. Con origen en una antigua ceremonia agrícola, los juegos píticos reunían durante tres meses en época clásica a los mejores poetas, músicos y deportistas del mundo griego como atestiguan los epinicios de Píndaro dedicados a estos últimos. A diferencia de los juegos olímpicos, que se celebraban un año después, los píticos incluían estas competiciones artísticas, con himnos a Apolo y otras manifestaciones del saber y la tradición panhelénica. Allí, de hecho, era donde estaban grabados simbólicamente los dichos de los Siete Sabios.26

No hemos hablado directamente de la iniciación en relación a estos dos centros oraculares. De hecho, no se los conoce como lugares en los que se realizasen ritos iniciáticos. Lo que se sabe es que los consultantes debían someterse a purificaciones y abluciones en las fuentes cercanas a los santuarios antes de hacer la consulta, e igualmente la Pitia, que además de tales baños rituales, ayunos, libaciones, oraciones, etc., ingería ciertas sustancias e inhalaba vapores emanados de la roca que la hacían entrar en trance. Pero sus éxtasis y el contacto directo con el dios se producían en el más absoluto secreto y soledad, como secreta e intransferible es la recepción de la influencia espiritual en el corazón del iniciado.



Estampa de la Pitia profiriendo los oráculos
durante la luna nueva, Émile Bayard,
1886. Fuente: Arthur Gallery.

Si hubo ritos propiamente iniciáticos en Delos y Delfos no ha trascendido. Sin embargo, sí nos han llegado testimonios del rito al que se sometía el consultante en el oráculo de Trofonio en Lebadea, que como veremos en lo expuesto por Robert Graves en su libro ya citado, es lo más cercano a un rito iniciático. El aspirante se entregaba a la muerte y renacía como un hombre nuevo que había acogido en sí mismo la palabra de Verdad.

Recordemos que Trofonio y su hermano Agamedes fueron los arquitectos del templo de piedra de Apolo en Delfos. Tras su construcción, pidieron al dios que les retribuyera de la mejor manera que considerase. Al cabo de una semana les sobrevino la muerte súbita instigada por Apolo, y desde entonces se dice que el alma de Trofonio se refugió en Lebadea, viviendo bajo tierra y revelando su oráculo.



Oráculo de Trofonio en Lebadea, Ludwig Lang, 1836.

– En Lebadea hay un oráculo de Trofonio, hijo de Ergino el argonauta, donde el consultante debe purificarse con varios días de antelación y alojarse en un edificio dedicado a la Buena Suerte y a cierto Genio Bueno, bañarse solamente en el río Hércina y hacer sacrificios a Trofonio, a su nodriza Deméter Europa y a otras deidades. Allí se alimenta de carne sagrada, especialmente de carnero que ha sido sacrificado al espectro de Agamedes, hermano de Trofonio que le ayudó a construir el templo de Apolo en Delfos.

– Cuando está apto para consultar el oráculo, el suplicante es conducido al río por dos muchachos de trece años, y allí lo bañan y lo ungen. A continuación, bebe de una fuente llamada Agua del Lete que le ayudará a olvidar su pasado, y de otra fuente cercana, llamada del Agua de la Memoria, que le ayudará a recordar lo que ha visto y oído. Vestido con botas de campo y una túnica de lino, y envuelto en vendas como una víctima dispuesta al sacrificio, se acerca entonces a la sima oracular, que se parece a un enorme horno de hacer pan, de ocho yardas de profundidad, y, después de bajar por una escalera, encuentra una estrecha apertura al fondo por la que introduce sus piernas, sujetando en cada mano una torta de cebada mezclada con miel. De repente algo le tira de los tobillos y es arrastrado como por el remolino de un río, y en la oscuridad recibe un golpe en la cabeza, de tal forma que parece que va a morir, pero entonces un orador invisible le revela el futuro y muchos otros secretos misteriosos. En cuanto la voz ha acabado de hablar, pierde el conocimiento y la comprensión y al instante lo llevan de nuevo, con los pies por delante, al fondo de la sima, pero sin las tortas de miel. Después de eso lo sientan en la llamada Silla de la Memoria y le piden que repita lo que ha oído. Finalmente, aún medio aturdido, vuelve a la casa del Genio Bueno, donde recupera el sentido y la capacidad de reír.27

Las palabras hablan por sí mismas. Lo extraordinario es que de nuevo aparecen huellas de la Tradición Unánime en la conformación de estos ritos, o sea que la influencia espiritual transmitida por el orador invisible emana directamente de la Tradición Primordial.



Grabado en cobre de Johann Theodor de Bry para el
Tractatus posthumus de divinatione & magicis præstigiis
de Jean-Jacques Boissard, Oppenheim, 1615.
Biblioteca Nacional de España

– El orador invisible es uno de los Genios Buenos, pertenecientes a la Edad de Oro de Crono, que han descendido de la luna para hacerse cargo de los oráculos y los ritos iniciáticos y que actúan en todas partes como castigadores, vigilantes y salvadores. El genio consulta con el alma de Trofonio, que tiene forma de serpiente, y da el oráculo solicitado como pago por la torta de miel del suplicante. (…)

– El procedimiento realizado en el Oráculo de Trofonio –que Pausanias en persona visitó– recuerda el descenso de Eneas, muérdago en mano, al Averno, donde consultó a su padre Anquises; recuerda también una consulta anterior de Odiseo con Tiresias, además de demostrar la conexión de estos mitos con una forma común de rito iniciático en el que el novicio sufre una muerte fingida, recibe instrucciones místicas de una supuesta ánima y luego renace dentro de un nuevo clan o sociedad secreta. Plutarco destaca que los trofoniadas –los mistagogos de la caverna oscura– pertenecen a la época preolímpica de Crono, y los empareja correctamente con los dáctilos del Ida, que ejecutaban los misterios de Samotracia.28

No podemos finalizar sin mencionar que Delfos no fue solamente la residencia de Apolo. Hay otro dios que está allí enterrado y renace de nuevo cada 8 de noviembre, momento en el que Apolo viaja a la Hiperbórea y permanece allí durante los tres meses de invierno.



Estatua de Dioniso, época Romana, 150-200 d. C., la Storta, Italia.

Se trata de Dioniso, la deidad que inspira el furor mistérico; el dios que rompe las cadenas, el que lanza por los aires todo el orden que caracteriza a Apolo y arrastra tras de sí el divino frenesí que conduce al alma a los límites entre la vida y la muerte. Es el liberador, complementario del ordenador Apolo, el que sacude y catapulta hacia los límites de lo finito. Las mujeres forman parte de su cortejo (de nuevo las mujeres), pero no las dulces y armoniosas seguidoras de Apolo, sino aquellas hembras que abandonan su “confort” y se lanzan con estrépito tras el dios del vino; son madres y nodrizas, hembras que han pasado por la experiencia del parto, y que por tanto conocen de cerca a la ya mencionada Ilitía.

Así, además de la embajada oficial ateniense a Delfos, en época histórica existieron cada dos años procesiones dionisíacas de mujeres, cuidadosamente seleccionadas en Atenas, que partían hacia el santuario para honrar a su otro dios durante los tres meses de invierno. Ataviadas como ménades, las mujeres seguidoras del dios recorrían el camino a Delfos pasando por Panopea, como refiere, ya en el siglo II, Pausanias (X4). De sus ritos y apariencia da una buena idea la citada obra de Eurípides, Bacantes, que las representa caminando por los montes, cubiertas por pieles de animales y empuñando el tirso.29



Altar con una bacante, Museo Arqueológico de Sevilla.

No debemos olvidar que el mundo dionisíaco es ante todo un mundo femenino. Las mujeres despiertan y crían a Dioniso; las mujeres lo acompañan allá donde vaya. Las mujeres le aguardan y son las primeras que caen presas de su locura. Por ello, con toda la voluptuosidad y plenitud que inspiran, procaces, en muchas obras conocidas que las retratan, el elemento propiamente erótico permanece en la periferia y más importante que la unión sexual es dar a luz y alimentar. (…) La terrible conmoción del parto, el salvajismo que forma parte de la esencia de la maternidad, y que irrumpe de un modo pavoroso no sólo entre los animales, todo ello muestra el ser más íntimo de la insania dionisíaca: el socavamiento de las bases de la vida, circundadas de muerte. Y como semejante convulsión ocurre y se anuncia en las profundidades extremas, toda embriaguez vital se inspira en la locura dionisíaca, siempre dispuesta a transmutar la fascinación y el hechizo en peligroso salvajismo. El estado dionisíaco es un fenómeno primigenio de la vida, en el que también ha de participar el hombre cada vez que un producto de su existencia creadora ve la luz.

A este universo femenino se enfrenta el de Apolo como el propiamente masculino. En éste no reina el misterio de la vida de la sangre y las fuerzas terrenas, sino la pura claridad y la amplitud del espíritu. Pero el mundo apolíneo no puede subsistir sin el otro. Por ello tampoco le ha negado nunca su reconocimiento.30

Dioniso es el tres veces nacido, prototipo del iniciado y de todas las pruebas a las que se somete vividas como muertes y renacimientos. Nace primero el dios en Creta, de la unión de Zeus metamorfoseado en serpiente con su nieta Perséfone, y Hera, atacada por los celos instiga a los Titanes a que atraigan al niño Dioniso con juguetes (espejos, tabas, pelotas, manzanas, peonzas), argucias y disfraces (se embadurnan la cara con yeso). Una vez capturado, lo descuartizan, cocinan sus carnes y se las comen, excepto el corazón, que es rescatado por Atenea entregándoselo a Zeus. Éste ordena a Apolo que vaya a por los restos de Dioniso y los entierre en Delfos, y luego implanta el corazón en una figura de yeso que ha hecho modelar con la apariencia de su hijo, volviéndolo a la vida. Segundo nacimiento. Otra versión dice que es la mortal Semele la que ingiere el corazón quedándose preñada. Mas de nuevo la ira de Hera arremete contra el dios que crece en la matriz de la mujer, persuadiéndola de que le pida a Zeus que se presente con toda su potencia. Cuando éste se muestra con su rayo atronador, fulmina a la mortal Semele. Se interrumpe así la gestación y Dioniso nace prematuramente, pero entonces Zeus lo agarra y se lo implanta en su muslo hasta que cumplido el ciclo, nace por tercera vez. A este dios permanentemente desgarrado y recompuesto se le dará culto en Delfos, siendo la contraparte de Apolo. Los aparentes opuestos se concilian en este centro oracular. En Delfos se dibuja con toda nitidez el eje del mundo que une la tierra con el cielo con las dos serpientes enroscadas cual caduceo.


      
Apolo Licio y Dioniso, s. II d. C., Museo del Louvre.

No es probable que tales uniones fueran consecuencia de encuentros externos o de una equiparación forzada. Quien quiera ir más allá de las hipótesis simplificadoras, deberá reparar forzosamente en el sentido que tiene una comunión entre Apolo y un dios del cariz de Dioniso.

El reino de lo olímpico se alza sobre el abismo de lo terrenal, cuyo poder omnímodo lo quiebra. Pero la estirpe de sus dioses emana de esas profundidades y no se empeña en negar su oscuro origen. No serían si no existiera la eterna noche ante la cual se inclina el propio dios, y el regazo materno, fuente del Ser y de todos los elementos, con todas las fuerzas que lo protegen. A pesar de que todo lo oscuro, lo bondadoso que envuelve y lo que insta, perentorio, todo lo que da vida y la quita, va más allá de sí mismo en la transmutación olímpica, es cierto que la luz y el espíritu que allí habitan han de contar con lo siniestro y las honduras maternales, fundamento de todo lo que es.31

Delfos es, pues, no sólo un centro sagrado en una geografía concreta desde la que se irradiará una influencia espiritual que aúna lo más alto del cielo con lo más bajo de la tierra, sino que es esta influencia en sí. Delfos es la síntesis de una doctrina imperecedera que revela la simultaneidad de los estados del Ser. Delfos es la voz de la tradición, receptáculo de esta enseñanza, escenario de mitos vivos y actuantes. Delfos es la matriz del mundo, una madre que alumbra a todos los que se acercan buscando la luz. Delfos es la comadrona y la nodriza, la maestra, la transmisora. Es la profecía, la adivinación, el consejo, la muerte y el renacimiento, el desenfreno, la purificación, la conciliación de los opuestos. El delirio, el éxtasis, el desmembramiento, la contemplación pura, la armonía, la curación, la lejanía de Apolo y la cercanía de Dioniso, y más y más.

Decir Delos, Delfos y Lebadea es traer al presente el enigma de lo que somos y la respuesta en clave simbólica. Todo induce a conciliar los complementarios y a operar la alquimia transmutadora. Los dioses nos siguen hablando desde estos centros oraculares que moran en el interior de nuestra conciencia.

Seguiremos atentos a los mensajes proferidos por Apolo, Dioniso y Trofonio, y nos dirigiremos ahora hacia los oráculos de Leto, Artemisa y Zeus con la mayor celeridad posible. Los dioses todavía tienen mucho que revelarnos…

(Continuará)


NOTAS.
1 Plutarco, Sobre los oráculos. J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2007.
2 David Hernández de la Huerta, Oráculos Griegos. Alianza Editorial, Madrid, 2008.
3 Ibíd.
4 Calímaco, Himnos y Epigramas, “Himno a Delos”. Ed. Gredos, Madrid, 2011.
5 Ibíd.
6 Ibíd.
7 Ibíd.
8 Ibíd.
9 Herodoto, Los nueve libros de la historia. Ed. Porrúa, Mexico, 2011.
10 Himnos Homéricos. Ed. Akal, Madrid, 2000.
11 Calímaco, Himnos y Epigramas. Ibíd.
12 René Guénon, Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Cap.: “Armas simbólicas” y “El simbolismo de los cuernos”. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988.
13 Ibíd.
14 Ibíd.
15 Calímaco, Himnos y Epigramas, “Himno a Apolo”. Ibíd.
16 Pierre Grimal, Diccionario de Mitología Griega y Romana. Paidós, Madrid, 2010.
17 Walter F. Otto, Los dioses de Grecia. Ediciones Siruela, Madrid, 2003.
18 Ibíd.
19 Platón, Leyes 653, citado en: Walter F. Otto, Los dioses de Grecia. Ibíd.
20 Robert Graves, Los mitos griegos I. Alianza editorial, Madrid, 2011.
21 Ibíd.
22 Ibíd.
23 Ibíd.
24 Wikipedia, entrada “Ilitía”.
25 Robert Graves, Los mitos griegos I. Ibíd
26 David Hernández de la Huerta, Oráculos Griegos. Ibíd.
27 Robert Graves, Los mitos griegos I. Ibíd.
28 Ibíd.
29 David Hernández de la Huerta, Oráculos Griegos. Ibíd.
30 Walter F. Otto, Dioniso. Mito y culto. Ediciones Siruela, Madrid, 1997.
31 Walter F. Otto, Los dioses de Grecia. Ibíd.

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