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CENTROS ORACULARES DE LA TRADICIÓN HERMÉTICA (1ª Parte) MIREIA VALLS |
I El ser humano pregunta, se interroga acerca de sí mismo, del mundo, del tiempo, de lo que es, ha sido o será. La deidad responde con palabras y señales. El hombre escucha, acepta, piensa, interpreta y con sus decisiones va dando cumplimiento a su destino. El oráculo implica esta reciprocidad, este diálogo entre los estados inferiores y los superiores del Ser que coexisten en nuestro interior. El oráculo es el puente entre niveles de la conciencia simultáneos, pero jerárquicos, que se religan a través de la palabra emitida y recibida conformando un solo discurso, el de la vida del Ser que se actualiza a través los seres humanos y de los dioses que también somos. Occidente siempre ha estado atento a la Voz de la deidad, proferida con más fuerza en ciertos lugares sagrados a los que acudían reyes, sabios y multitudes a la búsqueda de un consejo, de una orientación, de una revelación. Los centros oraculares han regido el destino de nuestra cultura y de la vida de todos sus integrantes. Hace apenas unos siglos que los seres humanos de Occidente se han taponado los oídos y han endurecido su corazón. Se dice que en muchos de esos centros ha cesado de emitirse la Tradición. Cierto, y así nos va a esta civilización, en caída libre arrastrando tras de sí al mundo entero. Nos acercaremos a algunos de estos enclaves tan significativos y estaremos atentos a lo que allí se escuchaba, trayéndolo a estas páginas. Pero nos preguntamos, ¿el oráculo ha callado definitivamente? ¿Sigue hoy en día produciéndose esta reciprocidad? ¿Dónde? II
Ha habido oráculos de Apolo, de Artemisa, Zeus, Hermes, Asclepio y también de Dioniso, extendidos por toda la Grecia insular y peninsular, y también en Egipto, Libia, Lidia, etc., etc. Nos fijaremos en esta primera entrega en dos de los dedicados a Apolo –el de Delos y el de Delfos–, dios de la adivinación, de la profecía, la música, el canto, la poesía, la aritmética, la medicina y la sanación. También nos dirigiremos al de Trofonio en Lebadea, dejando para la segunda parte de este estudio los dedicados a Zeus, Artemisa y otras deidades. En verdad toda la geografía del Mediterráneo está cuajada de lugares donde la deidad ha revelado no sólo el porvenir, sino, y esto es lo más importante, la enseñanza tradicional, la doctrina liberadora. Muchos sabios dedicaron su vida entera a esta búsqueda y escucha, tal el caso de Plutarco, sacerdote del templo de Delfos que en su libro Sobre los Oráculos dice:
Con estas misteriosas palabras, Plutarco nos introduce de lleno en el mundo de los oráculos, advirtiendo de la enorme trascendencia de la palabra, que proferida por la deidad y oída por ciertos seres, será decisiva a la hora de instaurar un centro sagrado apto para recibirla y transmitirla. Se nombra en la cita a uno de esos centros, Delfos, enclave altamente significativo en la historia de Occidente durante más de dos mil años, por cuanto todo lo que allí profirió Apolo por mediación de sus emisarios (sacerdotes y pitonisas) determinó el presente y el futuro de nuestra civilización, y también se designan las entidades a él vinculadas: Pitón, Temis, Febe-Apolo y Dioniso. No en vano Platón ya afirmó en su Fedro (244 b) que los adivinos y profetisas inspirados por el dios “han hecho a Grecia, privada y públicamente, muchos hermosos beneficios”. Sigamos, pues, estas pistas en las que se entrecruzan la historia sagrada de Occidente y ciertos mitos que tienen como protagonistas a los hermanos gemelos Apolo y Artemisa y a su madre Leto, de la mano de los cuales descubriremos el entronque de nuestra tradición con la Tradición Primordial y la Atlante con las autóctonas de la antigua Grecia. Es imprescindible sumergirnos en los saberes y enseñanzas que se ocultan tras estas deidades –vinculadas con la adivinación, la música, el canto y las iniciaciones mistéricas–, cuyos centros oraculares actuaron como verdaderas matrices (de ahí por ejemplo el nombre de Delfos, que deriva de delphis, o sea útero en griego) en las que se gestaban y alumbraban las ideas y se transmitían en forma de versos, cantos, himnos, señales y paradojas a todos los que allí acudían buscando la Verdad.
Tal como sintetiza David Hernández de la Huerta al final de su libro Oráculos griegos:
Además apunta en otro momento:
O sea que el oráculo está en el fundamento de la constitución y/o reactualización de la Tradición, desde sus orígenes primordiales a través de Gea y Temis –las primeras profetisas– y posteriormente por mediación de otras deidades de un momento más avanzado del ciclo, cuya voz seguirá articulando y organizando la vida de la cultura y proveyéndola de los soportes para el Conocimiento y la realización iniciática.
Evoquemos en primera instancia al mito del dios principal de la adivinación en la generación de los Olímpicos, Apolo. Su madre Leto es hija de dos titanes, Ceo y su esposa Febe; es pues una deidad de las primordiales, perteneciente a las que “habitaron” la Edad de Oro. Sus hermanas son Asteria y Ortigia. Quedémonos con estos nombres que aparecerán un poco más adelante en el relato, relacionados con las islas donde nacerán Apolo y Artemisa. Ciertos autores dicen que la residencia habitual de Leto es la Hiperbórea y que adoptando la forma de loba huyó de su tierra cuando Hera la comenzó a perseguir porque había yacido con su esposo Zeus y estaba encinta de unos gemelos (de ahí uno de los epítetos, “licógenes“, esto es “nacido del lobo”, con que se conocerá a Apolo una vez alumbrado). Pero sigamos con la diosa, que se verá obligada a errar de aquí para allá ya que Hera la vigila por doquier ordenando que ninguna tierra le dé cobijo. La celosa esposa de Zeus se había jurado que Leto no alumbraría a sus hijos en ningún lugar donde brillasen los rayos del sol. Una versión del mito dice que Poseidón, al conocer tal acoso, levantó las olas del mar y fabricó una especie de cúpula líquida sobre una pequeña isla, Delos, donde al abrigo del astro rey, Leto dio a luz a Apolo. Mas, ¿por qué fue Delos la escogida para ese parto casi furtivo? Se cuenta de Delos que era
Algunos autores refieren que antes de denominarse Delos, la áspera isla era conocida como Ortigia (isla de las codornices), mientras otros dicen que Ortigia era otra isla, aquélla en la que Leto dio a luz primero a Artemisa. En todo caso, los nombres de las dos hermanas de Leto (Asteria y Ortigia) fueron traspuestos a esas islas que recibieron a sus sobrinos. No deja de ser muy evocador este hecho, que quizás esté simbolizando el descenso de unas entidades primordiales a través de este viaje sobre las aguas hasta otro momento del ciclo cósmico, ya más caído, pasando por tanto de una ubicación geográfica hiperbórea a otra más meridional (Grecia), tierra que acogería esas enseñanzas primigenias para que siguieran fecundando e iluminando a los seres humanos de este período mucho más alejado de los orígenes. Es el mismo Apolo quien, desde las entrañas de su madre, le indica:
Y amorosa, se oye la voz de Delos que la llama:
De este modo, Leto llega a Delos y amarrada a una palmera, único árbol que crece en medio de la isla, habla a su hijo para que nazca suavemente, asistida por Ilitía, la diosa facilitadora de los partos que finalmente persuadida por Iris se ha dignado a ayudar a la parturienta. En ese momento suceden cosas extraordinarias:
Leto estaba acompañada en este trance por Dione, Rea, Temis, Icnea y Anfítrite, las que se regocijaron al ver al radiante niño, lo lavaron en agua cristalina, dejándolo limpio y puro según refiere el Himno Homérico a Apolo, y envuelto en blancos pañales y ceñido con un cinturón de oro, no lo pusieron al pecho de su madre, sino que Temis le dio néctar y agradable ambrosía. Sorprende esta reunión tan nutrida de diosas femeninas en torno a este nacimiento (de hecho Apolo siempre estará acompañado por diosas, por ejemplo las nueve Musas, las tres Gracias, las Horas…), y que lo primero que hacen las ninfas Delíades al contemplar el niño divino es entonar un canto a la diosa Ilitía. Por alguna razón simbólica será que en Delos (“la brillante”) se congregan tantas entidades femeninas… El mito sigue dándonos pistas acerca de este gineceo divino. Nomás nacer el dios, Delos se convierte en un centro oracular de culto y peregrinación importantísimo; mas leyendo atentamente el Himno a Delos de Calímaco, se descubre que esta isla ya recibía cada año la visita de unas misteriosas jóvenes venidas de la Hiperbórea, y como muchas de ellas decidían quedarse en la isla y no regresar a su patria, los hiperbóreos enviaron posteriormente sus ofrendas anuales haciéndolas pasar de mano en mano por los distintos pueblos que mediaban entre la zona Boreal y Delos.
Y en Herodoto descubrimos que estas peregrinaciones de jóvenes vírgenes venidas del norte, acompañadas por unos conductores varones llamados Perférees, no las realizaban solamente en honor a Apolo, sino que parece ser que un culto antiquísimo a Ilitía las traía hasta esta isla desde antaño, donde depositaban sus ofrendas y celebraban con himnos, cantos y danzas unos ritos ancestrales que luego los delios y los jonios adoptaron como suyos en adelante, tal como refiere el Himno Homérico a Apolo. Es éste un ejemplo de la asimilación de la Tradición Primordial por una de sus ramas secundarias, en este caso la Tradición Griega integrante de la Tradición Hermética. Pero sigamos con esas muchachas, sus misteriosas ofrendas y los ritos que practicaban según las declaraciones de Herodoto:
Aunque no coinciden totalmente los nombres de esas jóvenes en Calímaco y Herodoto, es claro que de la Hiperbórea llegaban emisarias acompañadas de ciertos varones escogidos, portando unas ofrendas envueltas en paja que entregaban a los dos hermanos recién nacidos, especialmente a Apolo; pero con anterioridad, ya habían descendido hasta Delos otras comitivas de vírgenes para rendir culto a otra diosa, más antigua, vinculada con el parto, el alumbramiento y el nacimiento a un nuevo estado, Ilitía. Más adelante volveremos sobre esta deidad, pues ahora quisiéramos ahondar en lo que esas mujeres y hombres procedentes de la Hiperbórea transmitieron a los habitantes de Delos. Sobre las ofrendas nada sabemos (sólo que estaban envueltas en gavillas de trigo), permanecerán por siempre jamás en el secreto, como secreta es la entrega total a la deidad en el corazón del ser que decide recorrer una senda iniciática. Y esa entrega, que tiene que ver con la realización de la unidad del ser, impele al alma a entonar cantos a todos los seres intermediarios, especialmente a los dioses, para atraer su presencia y operar así la nupcia interna, el ritmado del alma individual con el alma del mundo y el enlace de ésta con el Espíritu.
Canto, himno, poesía, danza… todo ello es lo que aquellas muchachas transmitieron, o sea, la música del cosmos, su orden y despliegue, que los delios y los jonios acogieron y recrearon, actualizando la cosmogonía. Así nos lo relata el Himno Homérico a Apolo:
Desde luego que esto no eran meros entretenimientos festivos, sino ritos que tenían como soporte fundamental la palabra ritmada –el canto–, traducida también en gestos ritmados –la danza–, revelaciones que atesoraron esas doncellas que luego honraron al dios que acababa de “nacer”, Apolo, el receptor directo de las enseñanzas polares arribadas a esa isla. Ellas son capaces de hablar todas las lenguas, el lenguaje de los pájaros, que es una forma poética de decir el lenguaje del símbolo.
En Delos se estableció el primer centro oracular del dios y a partir de aquel alumbramiento, él sería el transmisor de la Tradición bajo el ropaje simbólico del número y de la letra, sublimemente armonizados, motivo por el cual a Apolo se lo conoce como la deidad de la Belleza, la Armonía y la Música, así como también de la Aritmética. Apolo Musageta se rodeará de las nueve Musas que unidas a él suman diez; nueve diosas trazando una circunferencia, siendo Apolo su centro. Y en consonancia con la figura geométrica evocada (que es también la del oro alquímico), la más perfecta de todas al decir de Platón, es bien significativo lo que sucede con su isla natal, proyección sobre la geografía del centro polar:
Así, en Delos confluirán por un lado emisarios hiperbóreos de la Tradición Primordial y por otro representantes de una tradición secundaria, la Minoica, heredera de la Atlante (que a su vez era depositaria de la gran Tradición Unánime), simbolizada por Teseo y todo su mito, héroe que recalará también en ese centro oracular insular cantando y bailando en consonancia con las danzas e himnos de los hiperbóreos. Por todo ello, Apolo aglutina ideas muy elevadas, siendo el mediador directo entre el mundo manifestado y su Principio, o mejor dicho, el que reúne lo aparentemente múltiple en su unidad esencial, de ahí otro de los atributos que se le dará, Karneîos, cuyas consonantes KRN significan “elevación” y “potencia”. En palabras de René Guénon:
Y en una nota, ese autor añade para remarcar el carácter polar de esta deidad –que no siempre es el primero que se destaca, pues se lo reconoce más bien como un dios solar, equiparado a la Luz y la Armonía, generador de la vida y centro de la Creación–:
Delos es, pues, una cuna que recibe las aguas de vida verticales y horizontales, las que purificarán y harán germinar en el recién nacido la Sabiduría Perenne que él mismo transmitirá a partir de ahora a la humanidad de este fin de ciclo. Delos es un estado del alma que se alcanza tras un largo proceso de transmutación. De rocosa y áspera pasa a ser “la Brillante”, por el relucir del oro fruto de la perfección alcanzada al acoger en su seno al dios de la luz, del esplendor y la claridad, atributos relacionados con ideas universales emanadas directamente de la Inteligencia. En la isla se levantarán dos altares; uno de piedra cúbica, como acabamos de ver, y otro llamado Kératon, “enteramente formado por cuernos de bueyes y cabras sólidamente juntados; es evidente que esto se refiere directamente a Karneîos…”,14 siendo también los cuernos un emblema del poder y de lo ubicado en la sumidad.
Muy alta es la función de Apolo, nada menos que la de albergar en sí la semilla imperecedera de la Tradición Unánime, que empezará a crecer y se expandirá desde sus centros oraculares, siendo el de Delos el primero, al que seguirá Delfos, donde nos dirigimos ahora de la mano del mito.
Pero antes:
Apolo viaja lejos, muy lejos, de ahí que se lo conozca también como el dios de la lejanía, aludiendo a ese lugar zenital al que se desplaza, donde recibirá las enseñanzas más profundas acerca de los orígenes del Ser y la penetración de las ideas más primordiales y cercanas a la Verdad, que luego transmitirá a los que abran su corazón a su influjo. Todo lo referente a Apolo tiene un carácter suprahumano, por eso “el sentido de su revelación es éste: indica a los seres humanos no la dignidad de su individualidad y la profunda intimidad de su alma personal, sino lo que está encima de la persona, lo inalterable, las formas eternas”.17 Y lo curioso es que no solamente viaja a la Hiperbórea al iniciar su peregrinaje vital, sino que lo hace cíclicamente, cada año. Se aparta del mundo, o mejor dicho, de los planos más materiales e individualizados y se lanza a la búsqueda de lo supraformal, de las ideas en estado puro y de los arquetipos, para luego, con su retorno, repartirlos generosamente aquí y allá, iluminando el mundo y sobre todo el alma de los seres humanos que aceptan su regalo.
Además de la lira, Apolo siempre va provisto del arco y las flechas, armas axiales que apuntan a las más elevadas ideas y al origen de todas ellas, aunque también las dispara en sentido opuesto, hacia dioses, héroes o bestias –“el que hiere de lejos” es otro de sus epítetos–, provocándoles la muerte súbita, trance imprescindible para poder despertar o renacer a otros “estados más amplios, verdaderamente universales”. Entonces el ser humano reconocerá que la naturaleza del alma del mundo y la suya es musical, y no le quedará otra que ritmarse a ese orden armónico participando en una danza de alcances macro y microcósmicos, o bien quedar atrapado en las marañas de una mente pequeña y chata obsesionada en minucias y tonteras.
Al volver de la Hiperbórea lo vemos dirigirse sin demora a la cima del Olimpo. Cuando entra en el banquete, todos los dioses se pondrán de pie y fijarán su atención en el instrumento que porta en su mano. Con la música de su cítara deleitará a todos los congregados, especialmente a las diosas, las Gracias, las Horas, Afrodita, Armonía, Hebe, que no dejarán de bailar entrelazando sus manos alrededor del bello dios; “en torno a él hay un resplandor radiante y despiden destellos sus pies y su bien hilada túnica”. Pero también Ares y Hermes serán cautivados y ensamblados en una danza de alcances cósmicos.
Sin embargo, aún y reconocido por todos los asistentes como el orquestador del orden, del esplendor y la belleza, ello no le exime de tener que seguir con su peregrinaje a la búsqueda del lugar donde levantar su majestuoso templo, acorde con las proporciones y ritmos que él conoce como nadie. Necesita construir un hogar que acoja los dones de los que es portador; un hogar en el que recibir a la humanidad sedienta de escuchar su palabra; un hogar que aglutine todo lo que debe ser conservado y transmitido. Por otra parte, aún y los dones recibidos, que ya ha exhibido ante el divino banquete, debe conquistar por sí mismo la función que se le ha asignado, que es la de ser la Voz de la Tradición, función que en momentos anteriores del ciclo detentaban las diosas profetisas, comenzando por Gea, Temis y Febe. Por ello, tras un largo periplo, es finalmente Delfos el lugar elegido, pues allí residía la gran serpiente Pitón, entidad subterránea tremenda que protegía el oráculo de Gea, ahora caído en el olvido. Apolo debe vencer al monstruo, asimilando así su fuerza primordial y todos sus saberes ancestrales para poder sacarlos a la luz y darnos así la oportunidad de conocerlos, incluso hasta hoy en día.
Es en Delfos donde Apolo se hará levantar su santuario. Dicen diversas fuentes tradicionales recogidas por R. Graves en su libro Los mitos griegos I, que no fueron uno sino cuatro y hasta cinco los templos que se le erigieron con diferentes elementos constructivos. Veamos su relato, en el que también nos advierte que el dios viene a ser el receptor, y a veces hasta usurpador, de ese oráculo mucho más antiguo detentado por entidades femeninas:
Nótese aquí de nuevo un punto de contacto entre este dios y dos representantes de la Tradición Unánime, Pagaso y Agieo, de los que nada se sabe, salvo su nombre y que se establecieron en Delfos. Pero volvamos al templo:
Más adelante, el mismo autor refiere que el templo de piedra fue obra de los hermanos Trofonio y Agamedes, el primero de los cuales tiene un oráculo a su nombre del que pronto hablaremos. Es enigmático lo de los diferentes materiales de construcción, pero da toda la impresión de que cada uno de ellos está en consonancia con un momento cíclico, y que el primero, hecho de plumas y cera de abejas se correspondería con un estadio muy primordial de este ciclo cósmico que vivimos, aquél en el que diversas cosmogonías –entre las que destaca la de los Pelasgos– ubican a una entidad femenina como la gran receptora y gestadora de todas las posibilidades creacionales. Además, y esto no nos parece casualidad, se observa con claridad la huella de la Tradición venida del Norte, o sea de la Hiperbórea, en los orígenes de este relato cosmogónico de los antecesores de los griegos que sitúan a una diosa como la madre de todos los seres. Veamos este mito tan desconocido:
En Creta también se daba culto a una gran diosa madre, y a la diosa Ilitía promotora de los partos, de la que Pausanias nos da una información clave que la entronca directamente con la Edad de Oro, revelándonos que es incluso anterior a Crono:
Y este mismo autor abunda en esta deidad primordial, según se recoge en la entrada Ilitía de la Wikipedia:
Tendremos oportunidad de volver sobre esta diosa de los partos en la segunda parte de nuestro trabajo, cuando nos dirijamos a los oráculos de Leto-Latona y Artemisa.
Pero volviendo a la influencia de Creta en Delfos, es bien significativo que según Homero, los primeros sacerdotes del santuario de Apolo fueron un grupo de navegantes cretenses cuya negra barca fue interceptada por el mismo dios metamorfoseado en Delfín, que la hizo recalar en el puerto cerca de Delfos. Desde entonces los cretenses:
Lo que Delos y Delfos significaron a partir del establecimiento del oráculo de Apolo es imposible de recoger en estas páginas. Ambos lugares marcaron los lineamientos de la historia, la política, el comercio, la cultura, las artes, los certámenes literarios y gimnásticos, o sea la vida entera de nuestra civilización. Y fueron por encima de todo enclaves privilegiados para el trato o relación con el “más allá”, con el mundo de los dioses y las ideas y por tanto con el conocimiento de uno mismo y su efectivización, de ahí la máxima que estaba grabada en el frontispicio del templo en Delfos: “Conócete a ti mismo”. Y ello es así porque estos dos lugares fueron receptores, como hemos podido advertir, de la doctrina aportada directamente por los hiperbóreos y por los minoicos, doctrina que no es sino la Sabiduría Perenne que se transmite íntegra de edad en edad, de ciclo en ciclo, para alumbrar el corazón de los que la buscan por encima de cualquier relatividad.
No porque sí, en Delfos aparece también la simbólica de los Siete Sabios, análogos a los siete rishis de la tradición hindú, los depositarios simbólicos y conservadores de la tradición que se transmite de un ciclo cósmico a otro.
No hemos hablado directamente de la iniciación en relación a estos dos centros oraculares. De hecho, no se los conoce como lugares en los que se realizasen ritos iniciáticos. Lo que se sabe es que los consultantes debían someterse a purificaciones y abluciones en las fuentes cercanas a los santuarios antes de hacer la consulta, e igualmente la Pitia, que además de tales baños rituales, ayunos, libaciones, oraciones, etc., ingería ciertas sustancias e inhalaba vapores emanados de la roca que la hacían entrar en trance. Pero sus éxtasis y el contacto directo con el dios se producían en el más absoluto secreto y soledad, como secreta e intransferible es la recepción de la influencia espiritual en el corazón del iniciado.
Si hubo ritos propiamente iniciáticos en Delos y Delfos no ha trascendido. Sin embargo, sí nos han llegado testimonios del rito al que se sometía el consultante en el oráculo de Trofonio en Lebadea, que como veremos en lo expuesto por Robert Graves en su libro ya citado, es lo más cercano a un rito iniciático. El aspirante se entregaba a la muerte y renacía como un hombre nuevo que había acogido en sí mismo la palabra de Verdad. Recordemos que Trofonio y su hermano Agamedes fueron los arquitectos del templo de piedra de Apolo en Delfos. Tras su construcción, pidieron al dios que les retribuyera de la mejor manera que considerase. Al cabo de una semana les sobrevino la muerte súbita instigada por Apolo, y desde entonces se dice que el alma de Trofonio se refugió en Lebadea, viviendo bajo tierra y revelando su oráculo.
Las palabras hablan por sí mismas. Lo extraordinario es que de nuevo aparecen huellas de la Tradición Unánime en la conformación de estos ritos, o sea que la influencia espiritual transmitida por el orador invisible emana directamente de la Tradición Primordial.
No podemos finalizar sin mencionar que Delfos no fue solamente la residencia de Apolo. Hay otro dios que está allí enterrado y renace de nuevo cada 8 de noviembre, momento en el que Apolo viaja a la Hiperbórea y permanece allí durante los tres meses de invierno.
Se trata de Dioniso, la deidad que inspira el furor mistérico; el dios que rompe las cadenas, el que lanza por los aires todo el orden que caracteriza a Apolo y arrastra tras de sí el divino frenesí que conduce al alma a los límites entre la vida y la muerte. Es el liberador, complementario del ordenador Apolo, el que sacude y catapulta hacia los límites de lo finito. Las mujeres forman parte de su cortejo (de nuevo las mujeres), pero no las dulces y armoniosas seguidoras de Apolo, sino aquellas hembras que abandonan su “confort” y se lanzan con estrépito tras el dios del vino; son madres y nodrizas, hembras que han pasado por la experiencia del parto, y que por tanto conocen de cerca a la ya mencionada Ilitía.
Dioniso es el tres veces nacido, prototipo del iniciado y de todas las pruebas a las que se somete vividas como muertes y renacimientos. Nace primero el dios en Creta, de la unión de Zeus metamorfoseado en serpiente con su nieta Perséfone, y Hera, atacada por los celos instiga a los Titanes a que atraigan al niño Dioniso con juguetes (espejos, tabas, pelotas, manzanas, peonzas), argucias y disfraces (se embadurnan la cara con yeso). Una vez capturado, lo descuartizan, cocinan sus carnes y se las comen, excepto el corazón, que es rescatado por Atenea entregándoselo a Zeus. Éste ordena a Apolo que vaya a por los restos de Dioniso y los entierre en Delfos, y luego implanta el corazón en una figura de yeso que ha hecho modelar con la apariencia de su hijo, volviéndolo a la vida. Segundo nacimiento. Otra versión dice que es la mortal Semele la que ingiere el corazón quedándose preñada. Mas de nuevo la ira de Hera arremete contra el dios que crece en la matriz de la mujer, persuadiéndola de que le pida a Zeus que se presente con toda su potencia. Cuando éste se muestra con su rayo atronador, fulmina a la mortal Semele. Se interrumpe así la gestación y Dioniso nace prematuramente, pero entonces Zeus lo agarra y se lo implanta en su muslo hasta que cumplido el ciclo, nace por tercera vez. A este dios permanentemente desgarrado y recompuesto se le dará culto en Delfos, siendo la contraparte de Apolo. Los aparentes opuestos se concilian en este centro oracular. En Delfos se dibuja con toda nitidez el eje del mundo que une la tierra con el cielo con las dos serpientes enroscadas cual caduceo.
Delfos es, pues, no sólo un centro sagrado en una geografía concreta desde la que se irradiará una influencia espiritual que aúna lo más alto del cielo con lo más bajo de la tierra, sino que es esta influencia en sí. Delfos es la síntesis de una doctrina imperecedera que revela la simultaneidad de los estados del Ser. Delfos es la voz de la tradición, receptáculo de esta enseñanza, escenario de mitos vivos y actuantes. Delfos es la matriz del mundo, una madre que alumbra a todos los que se acercan buscando la luz. Delfos es la comadrona y la nodriza, la maestra, la transmisora. Es la profecía, la adivinación, el consejo, la muerte y el renacimiento, el desenfreno, la purificación, la conciliación de los opuestos. El delirio, el éxtasis, el desmembramiento, la contemplación pura, la armonía, la curación, la lejanía de Apolo y la cercanía de Dioniso, y más y más. Decir Delos, Delfos y Lebadea es traer al presente el enigma de lo que somos y la respuesta en clave simbólica. Todo induce a conciliar los complementarios y a operar la alquimia transmutadora. Los dioses nos siguen hablando desde estos centros oraculares que moran en el interior de nuestra conciencia. Seguiremos atentos a los mensajes proferidos por Apolo, Dioniso y Trofonio, y nos dirigiremos ahora hacia los oráculos de Leto, Artemisa y Zeus con la mayor celeridad posible. Los dioses todavía tienen mucho que revelarnos… (Continuará) |
NOTAS. | |
1 | Plutarco, Sobre los oráculos. J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2007. |
2 | David Hernández de la Huerta, Oráculos Griegos. Alianza Editorial, Madrid, 2008. |
3 | Ibíd. |
4 | Calímaco, Himnos y Epigramas, “Himno a Delos”. Ed. Gredos, Madrid, 2011. |
5 | Ibíd. |
6 | Ibíd. |
7 | Ibíd. |
8 | Ibíd. |
9 | Herodoto, Los nueve libros de la historia. Ed. Porrúa, Mexico, 2011. |
10 | Himnos Homéricos. Ed. Akal, Madrid, 2000. |
11 | Calímaco, Himnos y Epigramas. Ibíd. |
12 | René Guénon, Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Cap.: “Armas simbólicas” y “El simbolismo de los cuernos”. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988. |
13 | Ibíd. |
14 | Ibíd. |
15 | Calímaco, Himnos y Epigramas, “Himno a Apolo”. Ibíd. |
16 | Pierre Grimal, Diccionario de Mitología Griega y Romana. Paidós, Madrid, 2010. |
17 | Walter F. Otto, Los dioses de Grecia. Ediciones Siruela, Madrid, 2003. |
18 | Ibíd. |
19 | Platón, Leyes 653, citado en: Walter F. Otto, Los dioses de Grecia. Ibíd. |
20 | Robert Graves, Los mitos griegos I. Alianza editorial, Madrid, 2011. |
21 | Ibíd. |
22 | Ibíd. |
23 | Ibíd. |
24 | Wikipedia, entrada “Ilitía”. |
25 | Robert Graves, Los mitos griegos I. Ibíd |
26 | David Hernández de la Huerta, Oráculos Griegos. Ibíd. |
27 | Robert Graves, Los mitos griegos I. Ibíd. |
28 | Ibíd. |
29 | David Hernández de la Huerta, Oráculos Griegos. Ibíd. |
30 | Walter F. Otto, Dioniso. Mito y culto. Ediciones Siruela, Madrid, 1997. |
31 | Walter F. Otto, Los dioses de Grecia. Ibíd. |
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