SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

LOS ESCITAS: NÓMADAS Y GUERREROS

ALBERTO PITARCH



Jinete escita, siglo IV a. de C. Hallado en el Norte del Mar Negro, conservado hoy en el Museo del Hermitage en San Petersburgo.

Nómadas guerreros habitantes de las llanuras euroasiáticas que van desde el Mar Negro hasta las orillas del Macizo de Altái; desde la gélida Siberia hasta las zonas limítrofes del Imperio Aqueménida. ¿Quiénes son los escitas? Letales, arcaicos, justos y sabios son los adjetivos que la voz de occidente les ha ido dedicando a lo largo de la historia. Cultura clave en la transmisión de las ideas y en la protección de un legado, se establecieron como puente entre Oriente y Occidente, representando al paso definitivo del nomadismo al sedentarismo o lo que es lo mismo: de la absorción del tiempo por el espacio.

Los escitas llevaban una vida en movimiento representada por la simbología del fluir (bucles, espirales, esvásticas, enroscamientos entorno a un centro, etc.). Habitaban un espacio que se muestra inabarcable, sin límites ni referencias más que las marcadas por la bóveda celeste. El horizonte no está dibujado por ninguna muralla, ni templo, palacio o calle. Los nómadas se sitúan dentro de la cabaña, centro del mundo, en uno u otro lado de la estepa (o tundra o taiga), según marquen los designios celestes. Ligeros y sin posesiones, plantarán su tienda allí donde el destino le dicte y plantándola harán de este nuevo espacio el Centro del Mundo.


Tuva, sur de Siberia. Paisaje con montículos de enterramientos escitas.

Naturalmente, no se puede comprender a los escitas desde un punto de vista Occidental, fundamentalmente sedentario y cada vez más entumecido, instalado en un etnocentrismo radical que desprecia todo aquello que desconoce. Es necesario parar un momento, sustraerse a esa realidad y mirar atrás estableciendo analogías entre dicha cultura y sus precedentes, aquellas de la que pocos testimonios formales han quedado y cuya aproximación más actual serían las hoy llamadas “primitivas” africanas, australianas, americanas y oceánicas, las cuales han podido permanecer –en la medida de lo posible y hasta hace muy poco– lejos de la masacre idealista de la religión, el racionalismo y el orientalismo occidental.

Dejados estos prejuicios culturales en el párrafo anterior (recordemos en este momento la importancia de la Palabra), nos adentramos en la apoteosis de las exhalaciones prehistóricas. En el punto de unión entre Oriente y Occidente, en el cabalgar sin tiempo y en la transmisión de unas ideas y un saber que viene de muy antiguo. Para este propósito tenemos pocos aliados en la contienda que el siempre presente Tiempo tiende en lo cotidiano: los testimonios escritos (clave en la transmisión) son pocos, indirectos y generalmente sesgados por una falta de comprensión de un modo de vida otro; por otra parte, la arqueología (también clave en la transmisión formal del símbolo) es prácticamente nula, pues los escitas no habitaron ciudades, ni construyeron templos, ni tampoco existen grandes yacimientos que den testimonio de su Historia (y menos de su evolución en ella; de nuevo aquí la idea de No-Tiempo). Por lo que para ahondar en esta cultura nómada es necesario abandonar el pensamiento discursivo construido a través de horas, patrones y costumbres sedentarias y adentrarse en un mundo mucho más sutil y fino, donde todas las construcciones mentales, imágenes y formas quedan atrás para dar paso a una revelación que viene por intuición directa a través del símbolo auditivo, la analogía tonal y la manifestación rítmica. En definitiva, un paraíso musical en el que todo es emanado a través del tono que penetra la totalidad de cuanto existe, desde los mundos más sutiles hasta los más formales, generando en su descenso una sinfonía que abarca en su abrazo a todos los reinos, aunando en su despliegue todo lo manifestado en una sola Unidad cuya respiración se cerciora a través del movimiento.


Meseta de Ukok (Altai) en verano, sudeste de Siberia, 2500 metros sobre el nivel del mar.

La irrupción de los escitas en la Historia es fundamental pues constituye el último paso antes de la caída cíclica ante la cual nos encontramos. La desaparición del nomadismo supuso la pérdida de la primacía de la capacidad auditiva y de las artes vinculadas a ésta, como la danza, la música o la poesía en detrimento de “un arte más puramente geométrico y plástico basado en la proporción y la medida, como la arquitectura, la pintura, la escultura, la escritura (los nómades transmitían sus tradiciones oralmente), es decir, artes y ciencias que se despliegan en el espacio pero hechas para perdurar en el tiempo, y directamente relacionadas con la facultad visual”.1

Aunque el saber de los escitas no pereció con la desaparición de su modo de vida, sino que sus símbolos, mitos y ritos fueron asimilados por las culturas que les iban a suceder, dando lugar a la “espacialización de su centro sagrado, y por lo tanto una concentración de energías tal que dio pie al florecimiento de civilizaciones con un alto grado de desarrollo cultural”, como fue el caso de la civilización griega que tuvo como uno de sus precursores la figura de Pitágoras y el estudio del número en sus dos vertientes, la dinámica asociada al ritmo y la música y la estática asociada al trazo y la geometría.



Fyodor Bronnikov. Himno al Sol Naciente, 1902.
Grupo de pitagóricos celebrando la salida del Sol.

La irrupción en la Historia

Numerosos autores clásicos nos presentan a una Escitia salvaje y bárbara, “la tierra bárbara de Escitia” sentencia Cátulo en uno de sus poemas (Poemas III, 4-91) siguiendo una vasta enumeración de “ensueños crueles”. También Ovidio (Amores 16, 35) es exiliado y muere en Escitia, el país que reconoce como contrapuesto al suyo y el menos acogedor de cuantos existe. Virgilio (Eneida IX, 333) sitúa el fin del mítico héroe hiperbóreo Abaris en un campamento en dicha tierra, donde Euríalo y Niso le provocan la muerte en medio de una apoteósica matanza. Plinio (Historia Natural VI, 53), por su parte, continúa con esta visión tremenda de las tierras escitas:

Después del Mar Caspio y del océano Escítico, nuestro camino tuerce hacia el mar Eoo, dado que la línea costera se vuelve hacia el Este. Su parte primera, a partir del cabo Escítico, es inhabitable a causa de las nieves; la que sigue está salvaje por la brutalidad de los pueblos que allí habitan. Tienen allí su asiento los escitas antropófagos que se alimentan de carne humana; en consecuencia, en su entorno existen parajes deshabitados inmensos y una multitud de fieras que acometen la crueldad de unos hombres en todo semejante a la suya. A continuación, una vez más, se encuentran los escitas, y de nuevo desiertos con animales salvajes, hasta una montaña que se yergue sobre el mar, a la que llaman Tabis.

Hecho también testimoniado por Estrabón (Geografía VII, 3):

Atribuyen, ciertamente, a la ignorancia de Homero el que éste no mencione a los escitas, así como tampoco la crueldad de éstos para con los extranjeros, dado que los sacrificaban, se comían su carne y utilizaban sus cráneos como vasos, debido a los cuales fue llamado el Ponto Áxeno; diciendo que se inventó a unos ilustres hipemolgos, galactófagos y abios, los hombres más justos, los cuales no figuran en parte alguna de la tierra.

Aunque fue sobre todo Heródoto (Historia IV) quien más versos dedica a mostrar unos escitas belicosos y primitivos, llegando a ser bestiales por momentos, a los que dedica casi por completo el libro cuarto –Melpómene–2 donde presenta su origen mítico, costumbres, ceremonias, funerales, estrategias de guerra, peculiaridades, geografía, clima y tradiciones. Un completo compendio a través del cual el autor muestra a Escitia y a sus particulares habitantes, muy alejados de la norma imperante por aquel entonces en Occidente. Para limar estas asperezas y tratar de comprender a los nómadas de las estepas, Estrabón (Geografía VII -3) aporta al mismo tiempo un importante giro en cuanto a la percepción de los pueblos escitas, su función en el escenario de la vida y los valores que estos encarnan, situando con valentía la causa de esta popular fama salvaje que se les había asignado entre los griegos.

Pero incluso ahora hay unos pueblos llamados moradores de carros y nómadas, los cuales viven de su ganado, de leche y queso, especialmente de yegua, ajenos al atesoramiento de bienes y al comercio, a no ser el mero trueque. ¿Cómo es, entonces, que el Poeta no conocía los escitas, si estaba mencionando a unos hipemolgos y galactófagos? De hecho, Hesíodo, en los versos citados por Eratóstenes, sirve de testimonio de que algunos en otro tiempo llamaban hipemolgos a los escitas:

He aquí los etíopes, ligios y escitas hipemolgos (Hesíodo).

¿Acaso hay que asombrarse si, debido a que entre nosotros abunda en demasía la injusticia en torno a los negocios, Homero llamó los más justos y nobles a aquellos que en modo alguno pasan su vida entre negocios y dinero, sino que todas sus posesiones, salvo la espada y la copa, son comunes, compartiendo especialmente mujeres e hijos al modo platónico? También Esquilo da a entender que sostiene la misma opinión que el Poeta cuando habla sobre los escitas:

pero los escitas devoradores de queso de leche de yegua, de rectas leyes (Esquilo).

Esta idea todavía en la actualidad perdura entre los griegos, pues consideramos que los escitas son el pueblo menos capacitado para navegar y en modo alguno artero, siendo mucho más sencillos y autosuficientes que nosotros. Y ciertamente, aquello que sin duda constituye nuestro modo de vida ha propagado a casi todo el mundo un cambio a peor, al introducir la molicie, los placeres y miles de malas artes para sacar ganancias por medio de las mismas. Así pues, mucha de esa maldad ha sobrevenido también a los bárbaros, nómadas y otras gentes. En efecto, una vez que han alcanzado el mar, se han vuelto también peores, ya que no sólo saquean y matan extranjeros, sino que también, al entrar en contacto con múltiples pueblos, copian los lujos y prácticas comerciales de los mismos. Aquello que parece que lleva a un mayor grado de civilización pervierte las costumbres e introduce el fraude en sustitución de la franqueza que acaba de ser mencionada.

(…)

Además, aquellos escitas de generaciones anteriores a la nuestra, especialmente en una época próxima a la de Homero, era de esta naturaleza, y por parte de los griegos se pensaba que lo eran, como muestra Homero. (…) Por esto, Anacarsis, Ábaris y algunos otros personajes semejantes eran estimados por parte de los griegos, porque mostraban algo de ese carácter nacional de benevolencia, sencillez y sentido de la justicia.

(...)

Por cierto, los demás escritores –dice– cuentan aquellas noticias relativas a su salvajismo, sabiendo que es lo terrible y singular lo que causa estupefacción; pero es preciso también contar lo opuesto y adoptarlos como modelo, y él mismo, en efecto, va a escribir sobre aquellos que hacen uso de las costumbres más justas. De hecho, son éstos algunos de los escitas nómadas, los cuales se alimentan de leche de yegua, aventajan a todos por su sentido de justicia, y son citados por los poetas: por Homero cuando dice que Zeus mira la tierra:

de los galactófagos y abios, los hombres más justos

por Hesíodo cuando en su obra llamada Descripción de la tierra dice que Fineo es llevado por las Harpías a la tierra de los galactófagos, que tienen sus carromatos por vivienda.

Y a continuación explica el motivo: porque, al ser sencillos en sus modos de vida y no dedicarse al comercio, gozan de buen gobierno entre sí, y, al tener en común todos sus bienes, mujeres, hijos y toda descendencia, son invencibles e irreductibles para los de fuera, ya que no poseen nada por lo que ser esclavizados.

Estrabón nos presenta a unos escitas sencillos, humildes, nobles y justos que sólo se llegan a pervertir cuando se establece el contacto con los comerciantes griegos. Esta misma sencillez también es exaltada por Filón de Alejandría (Sobre los Sueños II, 59) en un pasaje en el que nombra a Escitia como la tierra de donde provienen las plantas aromáticas que emplean los perfumistas, en contraposición con la vanagloria y los excesos que estaban gobernando en el mundo occidental. “¿Qué copa necesitamos más que la de la naturaleza, obra maestra del arte?” o “¿por qué hacernos con una multitud de vasos de plata y oro, si no es por el orgullo que alborota grandemente y la vanagloria siempre dispuesta a exaltarse?” sentencian aquello en lo que se estaba convirtiendo el mundo helenizado.



Detalle de pectoral de oro de Touta Mohyla Kurgán, de una casa real.
Ucrania, siglo IV a. de C.

Pero sigamos recorriendo las agrestes tierras escitas de mano de nuestros ancestros. También en Escitia acontecen importantes gestas en torno al mito occidental, por ejemplo, Nono de Panópolis (Dionisiacas XVIII-246), sitúa en Escitia el lugar de autoexilio escogido por Asterios, general cretense al servicio de Minos, tras la batalla en la Guerra India en favor de Dioniso y desde donde ascendió al cielo “siguiendo los pasos del padre de su padre, Taurus el Toro, transportado al cielo estrellado” (XL-91). Por cierto, que esta misma influencia de Tauro sobre el cielo de Escitia también es comentada por Manilo (Astrología IV-755):

Tauro domina las montañas de Escitia, la poderosa Asia y a los afeminados árabes, regiones ricas en bosques. El Ponto Euxino, que se curva para formar el arco de Escitia, te venera a ti, Febo, bajo el signo de Géminis; también os venera, hermanos, Tracia, al igual que el Ganges, que en los confines de la tierra baña los campos de la India.


Toro alado de lana bordada. Formaba parte de la decoración de una silla de montar. Siglo IV a. de C. hallado en Berel, Norte de Kazajstán. Hoy se encuentra en el Museo Nacional de dicho país, en Astaná.

Apolodoro (Biblioteca I, 7-1 y II, 5-11), por su parte, nos recuerda que fue en el Cáucaso, un monte de Escitia, donde Hefesto encadenó a Prometeo tras haber dado el fuego a los hombres. Allí acudía un águila diariamente a devorarle el hígado hasta que finalmente Heracles de camino al Jardín de las Hespérides lo liberó.

A su paso por Arabia mató a Ematión, hijo de Titono. Y al llegar, por tierras de Libia, al mar exterior, recibió la copa de Helios; habiendo cruzado al continente opuesto flechó en el Cáucaso al águila, nacida de Equidna y Tifón, que devoraba el hígado de Prometeo. Liberó a éste escogiendo como vínculo el olivo, y presentó ante Zeus a Quirón que, aunque inmortal, estaba dispuesto a morir en su lugar.

Prometeo había advertido a Heracles que no fuera él mismo a buscar las manzanas, sino que enviase a Atlante, y que sostuviera entretanto la bóveda celeste; así, cuando llegó al país de los Hiperbóreos ante Atlante, lo reemplazó, según el consejo recibido.



Fragmento de un vaso de libaciones (ritón) hallado en el kurgán de Merdzhany,
región de Krasnodar. Siglo III a. de C. Hoy en el Museo del Hermitage.

En cuanto a las divinidades, fueron sobre todo Heródoto (Historia Natural) y Lucano (Farsalia) quienes han dado testimonio del panteón escita así como de algunas de sus ceremonias. Lucano (Farsalia I, 445) habla sobre la importancia del culto a la Diana escítica en diversas ocasiones, destacando que la figura que se yergue sobre el Santuario de Diana en el bosque sagrado de Aricia, al pie del monte Albano, “procedía de Escitia, concretamente de la Táuride, donde fue robada por Orestes, llevada a Atenas y de allí a Italia” (Farsalia III, 86). Y más adelante Orestes, tras haber dado muerte a Clitemnestra y ser perseguido por las Furias, acude a purificarse al Quersoneso Táurico, donde su hermana Ifigenia oficiaba como sacerdotisa de dicha diosa:

No otros fueron los rostros de las Euménides que vio el pelópida Orestes antes de haberse purificado en el ara escítica, ni sintieron más espantosos desordenes mentales Penteo, en pleno delirio, ni Ágave, cuando volvió a la razón.3

Este culto a la virgen guerrera es también indirectamente mencionado por Hipócrates (Sobre los Aires, Aguas y Lugares XVII):

Sus mujeres montan a caballo, disparan con el arco, arrojan dardos desde los caballos y luchan contra los enemigos, mientras son vírgenes. No pierden la virginidad hasta que han matado a tres enemigos, y no se casan antes de haber celebrado los sacrificios impuestos por la costumbre.

Aunque es de nuevo Heródoto quien detalla las otras potencias del panteón escita:

Solamente ofrecen sacrificios propiciatorios a los siguientes dioses: principalmente a Hestia, después a Zeus y a Gea (pues creen que Gea es esposa de Zeus); y, tras estos dioses, a Apolo, Afrodita Urania, Heracles y Ares. A estos dioses los reconocen todos los escitas, mientras que los escitas reales también ofrecen sacrificios a Posidón. Por cierto que, en lengua escita, Hestia recibe el nombre de Tabiti; Zeus se llama Papeo; Gea, Api; Apolo, Getósiro; Afrodita Urania, Argímpasa; y Posidón, Tagimásadas. Ahora bien, no tienen por norma erigir imágenes, altares, ni templos, salvo en honor de Ares, ya que a este dios sí que acostumbran a erigírselos.4

El autor continúa narrando los diferentes ritos, sacrificios y ceremonias sagradas que se le ofrecen a los dioses, que no se mencionarán aquí para no extendernos demasiado, por lo que invitamos al lector a hacerse con el libro y navegar en las palabras del historiador griego.


Diosa Api, Kul Uba Kurgán, Crimea. Siglo IV a. de C.

Pero, ¿qué son las divinidades? Energías vivas y actuantes que preñan el cosmos de potencia creadora (y destructora), formando parte todas ellas de una emanación constante que tiene un único Origen, que a su vez es su mismo Destino. Una escala numérica ordenada jerárquicamente. Quién no comprenderá entonces todos los bienes (intelectuales) que se pueden desprender de la atracción de estas energías ordenadoras, de un modo de vida acorde con la armonía y el ritmo de sus ciclos extraídos de un diapasón único. Ordenación que traída al plano humano es gobierno, no el gobierno que se entiende hoy en día como tal sino el auténtico gobierno, aquel que establece la ley en la tierra espejándose en la ley divina, y que hace de la vida terrenal una expresión refleja de la celeste. A este respecto, Jenofonte (Recuerdos de Sócrates II, 1-10; III 9-2) introduce al pueblo escita como ejemplo de buen gobierno, en una conversación que tiene lugar entre Aristipo de Cirene y Sócrates, en la que ambos discuten sobre quién vive mejor si los gobernados o los gobernantes.

En primer lugar, de los pueblos que conocemos en Asia, los persas gobiernan, mientras son gobernados los sirios, los frigios y los lidios. En Europa gobiernan los escitas, pero son gobernados los meocios. En Libia (África) gobiernan los cartagineses y son gobernados los libios. Pues bien, de todos estos pueblos, ¿cuáles crees tú que viven más a gusto? O entre los griegos, de los que tú mismo formas parte, ¿quiénes te parece que llevan una vida más agradable, los que mandan o los que están dominados?

Y más adelante, de nuevo se les vuelve a nombrar, cuando se preguntan si el valor se puede enseñar o es una cualidad natural:

Creo, dijo, que lo mismo que un cuerpo nace más robusto que otro para soportar las penalidades, así, también un alma es por naturaleza más fuerte que otra frente a los peligros, pues veo que hay personas criadas en las mismas leyes y costumbres y son muy diferentes en materia de intrepidez. Pienso, sin embargo, que toda naturaleza puede acrecentar su valor con el aprendizaje y el ejercicio. Por ejemplo, es evidente que los escitas y los tracios no osarían con sus escudos y lanzas a los lacedemonios (...) ni los espartanos a los escitas con sus arcos.

Y continua Sócrates:

Decía también que la justicia y las demás virtudes en general son sabiduría, pues las acciones justas y todo cuanto se hace con virtud es bello y hermoso.

Siguiendo con la justicia y las riquezas que la diosa Inteligencia (discernimiento) nos procura, es ahora a través del maestro Platón por donde podremos penetrar en esta cultura y las altísimas cualidades que representa. En su diálogo Cármides, Platón nos introduce a dos personajes clave en la transmisión de las ideas de Escitia a Grecia y Roma. En la obra, Sócrates reflexiona con Critias, Querofonte y Cármides (descendiente de Solón) sobre la belleza y la curación, destacando la figura de Zalmoxis como rey y curandero y que, en contra de la medicina que se practicaba en Grecia (Zalmoxis era tracio), curaba a las partes por el todo:

Sostenía que no había de intentarse la curación de unos ojos sin la cabeza y la cabeza, sin el resto del cuerpo; así como tampoco del cuerpo sin el alma. Ésta sería la causa de que se le escapasen muchas enfermedades a los médicos griegos: se despreocupaban del conjunto cuando es esto lo que más cuidados requiere, y si ese conjunto no iba bien, era imposible que lo fueran las partes. (...) Así pues, es el alma lo primero que hay que cuidar al máximo, si es que se quiere tener bien a la cabeza y a todo el cuerpo. El alma se trata, mi bendito amigo, con ciertos ensalmos y estos ensalmos son los buenos discursos, y de tales buenos discursos, nace en ella la sensatez.

Y a partir de aquí todo el diálogo se centra en qué es la sensatez y cuán buena es para el alma.

Si, tal como dice Critias, hay en ti sensatez y, en consecuencia, como sensato te comportas, no necesitas los ensalmos de Zalmoxis ni los de Abaris el hiperbóreo, sino que lo que habría que hacer es darte ya el remedio para la cabeza. Pero, en caso de que precises de él, hay que entonar los conjuros, antes de darte un remedio.

El texto se adentra en cualidades como la sensatez, asimilada a la justicia y la prudencia, y anima también a perpetrar las obras que se piensan, a hacer de la voluntad una aliada hacia la ocupación de las buenas obras;

¿Es, pues, a la “ocupación con” (práxis) cosas buenas, o a su creación o producción (poíesis), o como quieras llamarlo, a lo que denominas sensatez? Te defino, pues, claramente la sensatez, como el ocuparse con obras buenas.


Representación del renacimiento de un héroe escita.
Siglo V a. de C. Museo del Hermitage.

Finalmente, Platón revela que en Delfos, junto con el “Conócete a ti mismo” también estaba escrito el “Sé sensato”:

Y el dios no dice otra cosa, en realidad, a los que entran, sino “sé sensato”. Bien es verdad que habla más enigmáticamente, como un adivino. Porque “el conócete a ti mismo” y el “sé sensato” son la misma cosa, según dice la inscripción, y yo con ella … La sensatez es el conocimiento de uno mismo.

Es muy significativo lo que Platón nos testimonia de forma encriptada. Pues fue en Delfos (con su entidad tutelar Apolo) donde se aunó todo el conocimiento del ciclo anterior y se adaptó al venidero. Fue allí donde se depositó todo el saber de las distintas culturas que poblaban Occidente y desde donde la Tradición volvería a irradiarse a través del número y la palabra, adaptando la ciencia y el arte para ser comprensible por los ciudadanos contemporáneos hasta el final del presente ciclo.

Zalmoxis y Ábaris, por su parte, fueron dos entidades intermediarias que no sólo hicieron de puente entre Oriente y Occidente en el plano horizontal sino que fueron los encargados de transmitir unas ideas imperecederas provenientes directamente de la Hiperbórea –la Tradición primordial–, a la cultura griega, quien actuaría de depositaria y transmisora de las verdades eternas a través de las espiras del tiempo. Ábaris, del que hablaremos más adelante, navegaba sobre una flecha dorada en los cielos de Occidente, promulgando la ciencia del número, de la curación y la armonía. A Zalmoxis se lo asocia más con Tracia, los ritos telúricos, las iniciaciones cavernosas, el desmembramiento y la generación y el renacimiento. Dos entidades complementarias que recuerdan al brillo apolíneo y al frenesí dionisíaco, ambas deidades situadas en el centro del Axis Mundi, encargadas de expandir la belleza de la complementariedad de los opuestos por doquier.

Los escitas participaron en esta recepción y emisión del mensaje de la Tradición a través de estas dos entidades intermediarias y a través de una cualidad altísima como la sensatez. O sea que no sólo se trataba de un pueblo guerrero en el campo de batalla geográfico, sino que la verdadera hostilidad la libraban también en el interior de sus conciencias, con la Verdad por estandarte, la justicia como maza y la prudencia y la sabiduría como modo de ser.


Guerrero escita sobre cerámica griega.
Siglo V a. de C. Hoy en Múnich.

Nómadas guerreros

Los ritos de iniciación guerrera existían desde el inicio de la cultura indoirania, habiendo testimonios entre los iranios de Zaratustra o en los mismos textos védicos; o más recientemente entre las tribus celtas y germanas. Así, fue en las tribus germánicas donde pervivieron hasta bien entrada la Edad Media, siendo además los germanos unos de los herederos culturales de los escitas. Vale traer al presente el poder del símbolo y la analogía, que permiten comprender y cerciorar que una misma realidad puede ser expresada de distintos modos según el medio en que se exprese. Así, para penetrar en los ritos guerreros escitas, nos valdremos de los de sus compañeros los germanos, a través de los cuales podremos leer los testimonios de Heródoto y sus contemporáneos ausentes de prejuicios.

Los germanos testimonian iniciaciones de jóvenes guerreros en las cuales se transformaban en fieras que vivían en absoluta plenitud; no sólo mostraban una mayor fuerza física sino que se liberaban de todo rasgo humano y adoptaban por completo la fiereza y la furia agresiva de los depredadores que presidían sus fraternidades y ritos iniciáticos. Durante sus ritos se cubrían con las pieles de los animales que estaban simbolizando y bebían líquidos embriagantes que les ayudaban a liberarse de todo ápice humano. Así, con el revestimiento de sus pieles, el joven se convertía en el depredador y

ya no era simplemente un guerrero feroz e invencible, poseído de furor heroicus, sino que nada de humanidad quedaba ya en él; dicho en pocas palabras: ya no se sentía atado por las leyes y las costumbres de los hombres. En efecto, los jóvenes guerreros, no contentos con atribuirse el derecho a la rapiña y a aterrorizar a la comunidad durante sus asambleas rituales, eran capaces de comportarse como verdaderos animales carniceros, llegando, por ejemplo, a devorar carne humana.5

Estos guerreros germanos eran conocidos como berserkr “guerreros revestidos de oso” y ûlfhêdhnar, “hombres de piel de lobo”. Siguiendo con M. Eliade:

Para hacerse berserkr había que librar previamente un combate iniciático. Así, entre los chatti, escribe Tácito, el postulante no se cortaba los cabellos o barba hasta haber dado muerte a un enemigo. Entre los taifali, el joven tenía que abatir un jabalí o un oso, mientras que entre los heruli había que combatir sin armas. A través de estas pruebas se apropiaba el postulante de la manera de ser propia de las fieras; se convertía en guerrero temible conforme a la medida en que lograba comportarse como un carnívoro. Las creencias relacionadas con la licantropía, que se obtenía ritualmente revistiendo una piel de lobo, se popularizan en la Edad Media; en las regiones septentrionales se prolongan hasta el siglo XIX.6



Grífos tatuados sobre un brazo derecho.
Hallado en el kurgán 2 en Pazyryk.
Museo del Hermitage.

También Heródoto, uno de nuestros principales compañeros de la antigüedad en este periplo por las estepas, nos presenta a los neuros, tribu escita.

Una vez al año todo neuro se convierte en lobo durante unos pocos días y luego vuelve a recobrar su forma primitiva. Estas afirmaciones a mí, sin embargo, no me convencen, a pesar de que insisten en ellas e incluso las refrendan con juramentos.

En fin, esta deshumanización por lo más alto tiene más que ver con el camino de conocimiento que con barbarismos y desproporciones. En el bosque se producían teofanías gracias al poder del símbolo, a través del cual se procuraba la apertura del alma y la penetración del Espíritu. Una identificación escalonada con todas las potencias del Uno para finalmente dejar de ser alguien y fundirse en el silencio de lo suprahumano.



Pantera en oro. Siglo VII a. de C.

Siguiendo con los germánicos, se puede cerciorar que la guerra también forma parte de la mitología y que así está inscrito en la etimología de los propios dioses, por lo que puede afirmarse que es algo intrínseco a estas culturas nómadas.

A diferencia de Varuna, Odín-Wotán es un dios de la guerra; en efecto, como escribe Dumézil, “en la ideología y en la práctica de los germanos, la guerra lo llena todo y da colorido a todo”. Pero en las sociedades tradicionales, y sobre todo entre los antiguos germanos, la guerra constituye un ritual, justificado por una teología. Tenemos ante todo la asimilación del combate al sacrificio: tanto el vencedor como la víctima aportan al dios una oblación cruenta, y de ahí que la muerte heroica se considere una experiencia religiosa privilegiada. Por otra parte, la naturaleza extática de la muerte hace que se asemejen el guerrero y el poeta inspirado, el chamán, el profeta y el sabio visionario. Odín-Wotán adquiere su carácter específico precisamente en virtud de esta exaltación de la guerra, del éxtasis y de la muerte.

El nombre de Wotán deriva del término wut, literalmente “furioso”. Se trata de la experiencia característica de los jóvenes guerreros, que transmutaba su humanidad por un acceso de furia agresiva y terrorífica, asimilándolos a carnívoros enfurecidos. Según un poema [Ynglinga-Saga IV], los compañeros de Odín “marchaban sin coraza, salvajes como perros o lobos, mordían sus escudos y eran fuertes como osos o toros. Daban muerte a los hombres y ni el fuego ni el acero podían nada contra ellos”.7

Esta misma encarnación del comportamiento depredador es también el punto inicial que promovía las guerras, recreando rituales de caza mediante los cuales se iba persiguiendo a una presa, generalmente un cérvido, que hacía de guía (y psicopompo).8 Éste iba avanzando y deteniéndose de modo que el depredador lo pudiera ver pero no tomar, forzándole así a descubrir nuevas tierras y a tener que enfrentarse a sus pobladores si éstos no aceptaban la intromisión de los invasores. Esto es recogido por Jordanes (De origine actibusque Getarum sive Gothorum, 123 ss, cap. 24) a propósito de las invasiones hunas en Escitia:

… los hunos habitaban al otro lado de los pantanos meótidos, dedicados únicamente a la caza. Un día en que los cazadores hunos perseguían sus presas a orillas del río, apareció de improvisto una cierva y quedó atrapada en el pantano. El animal empezó a comportarse como un guía: primero avanzaba un poco y luego se detenía, de modo que los cazadores podían seguirle, y al cabo lograron atravesar los pantanos, que hasta entonces les habían parecido infranqueables, como el mar. Cuando llegaron al país de los escitas (scythica terra), desapareció la cierva. Los hunos, que ignoraban la existencia de otro mundo más allá de los pantanos, se sintieron sobrecogidos de admiración a la vista del país de los escitas. Creyeron que el paso a través de los pantanos les había sido revelado por la divinidad. Cuando regresaron junto a su pueblo, alabaron la scythia terra y convencieron a los demás de que les siguieran a través del vado revelado por la cierva. Una vez llegados al país de los escitas, sacrificaron a la Victoria todos los prisioneros que habían capturado.9

¿Qué mejor destino podía esperar un guerrero que morir en el campo de batalla? La entrega absoluta y sin condiciones del alma en lo que está siendo un nuevo advenimiento del Ser, que traspasa sus límites y se adentra hacia lo desconocido, antesala del No Ser y del Misterio.



Arquero escita sobre plato griego. 500 a. de C. Museo Británico.

Después de esta lectura guerrera de los pueblos nómadas de Centroeuropa se entiende que en todo escrito legado por Occidente se destaque la supremacía de los pueblos bárbaros (escitas, germanos, godos, etc.) en las artes de la guerra, y no es de extrañar cuando toda la sociedad vivía alrededor de ella, copando la parte más importante de toda la existencia humana y la iniciación en los misterios. Ni el sacrificio humano,10 ni incluso la antropofagia, pueden ser juzgados como algo perverso, inferior o peyorativo, sobre todo teniendo en cuenta la importancia de la guerra para estas culturas así como el profundo respeto a todo lo que la envolvía, incluidos los enemigos. Con todo esto no es de extrañar que la principal divinidad a la que veneraban fuera Ares:

En cada provincia de sus dominios tienen erigido un santuario dedicado a Ares que presenta las siguientes características. En una extensión de unos tres estadios de largo por otros tantos de ancho, siendo menor su altura, hay amontonados haces de fajina; y sobre ese amasijo se acondiciona una plataforma cuadrada, tres de cuyos lados son escarpados, pero que es accesible por uno de ellos. Y cada año agregan ciento cincuenta carros de fajina, pues sucede que, por efecto de las tempestades, la pila se va hundiendo paulatinamente.

Pues bien, en cada provincia se erige sobre ese montón de leña un antiquísimo alfanje de hierro, que viene a ser la simbolización de Ares. A dicho alfanje le dedican sacrificios anuales consistentes en ganado y caballos; y, desde luego, a esos objetos les ofrecen un número notablemente superior de sacrificios que a los demás dioses. De todos los enemigos que capturan con vida, inmolan a un hombre de cada cien, pero no de la misma manera con arreglo a la que sacrifican el ganado, sino de acuerdo a un ritual diferente. Tras haber vertido vino sobre sus cabezas, degüellan a los prisioneros sobre un recipiente, que, acto seguido, suben a la plataforma que está sobre el montón de fajina, derramando la sangre sobre el alfanje. Así pues, llevan la sangre a lo alto de la plataforma, mientras que abajo, junto al santuario, hacen lo siguiente: a todos los hombres degollados les cortan el hombro derecho, así como el brazo, y los arrojan al aire; y, posteriormente, cuando ya han completado el ritual con las demás víctimas, se van (por su parte el brazo permanece en el lugar en que ha caído, mientras que el cadáver yace en otro sitio).11

¿Desde qué otra perspectiva más rica, amplia y libre puede entenderse ahora el legado de Heródoto?



Solokha Kurgan. Siglo IV a. de C.

Antes de terminar con el potencial belicoso escita cabría nombrar, aunque sea brevemente, el arte del tiro con arco, principal arma de la que se valían los escitas para lograr ser tan letales en el campo de batalla. Arma real por excelencia, asociada tanto a la luz y el simbolismo polar, como al de pasaje y puente entre dos espacios. Coomaraswamy dedica un volumen completo a estudiar el simbolismo del tiro con arco del que extraeremos sólo una breve cita:

Los simbolismos involucrados son evidentemente los de la penetración, y el de la obtención de los bienes solares no dentro del alcance directo del arquero. (...) En una u otra dirección la “Vía” que conduce directamente desde el sitio del arquero hasta el blanco (solar) es obviamente un equivalente, en proyección horizontal, del Axis Mundi.

Junto con el tiro con arco también conviene destacar el poder de otra arma como es la realización de sonidos aterradores y desmedidos (gritos), pues el encantamiento a través de la voz no sólo se produce por la palabra ritmada, la poesía o la belleza y la armonía; sino que la voz también puede producir lo contrario, es decir, que la realización de un sonido terrible correctamente modulado puede llegar a paralizar, dejando al enemigo fuera del campo de batalla de forma súbita. Existen testimonios de este tipo de caza en la prehistoria,12 aunque no hace falta irse tan lejos para ver el efecto destructor de los ataques sónicos en la actualidad.

Pero en el arte de la guerra no sólo hay que tener en cuenta las armas con las que uno cuenta para enfrentarse al enemigo, sino que igualmente es necesario tener una visión del conjunto, una voluntad direccionada hacia un punto bajo el cual toda acción es finiquitada y sólo queda la paz y la calma interior producida finalmente por la unión de los contrarios. Así, la idea de trazar una estrategia es fundamental para alcanzar ese “más allá” de la contienda en el campo de batalla, trascendiendo finalmente todos los accidentes espacio-temporales y logrando sumirse en el silencio original. A este respecto, Heródoto alaba lo gran estrategas que son los pueblos escitas, cómo llegan a evitar la batalla en campo abierto o cómo van retrocediendo para ir desgastando al enemigo, eliminando a su paso todas las fuentes para que los enemigos no puedan tomar provisiones. También narra un hito que requeriría un estudio completo: la alianza con las amazonas, conseguido gracias a un acercamiento paulatino que tenía como base la paciencia, la perseverancia y la comunicación.

Finalmente, los testimonios de Tucídides (Guerra del Peloponeso II, 96-1) y Heródoto (Historia IV, 46-2) en cuanto a la superioridad guerrera de los escitas:

[Refiriéndose al pueblo de los odrisas] muy inferior al de los escitas en potencial bélico y en número de tropas. Pero a éste no se le pueden igualar no ya sólo los pueblos de Europa, sino que ni siquiera en Asia hay un pueblo que pueda, individualmente, enfrentarse a los escitas si éstos actúan de acuerdo. Sin embargo, tampoco se parecen a otros pueblos por lo que respecta a la sensatez en general y a la inteligencia referida a las circunstancias de la vida.13

Que nosotros sepamos, la nación escita ha resuelto uno de los problemas capitales que se plantean al hombre con un acierto superior al del resto del mundo; sin embargo, no admiro sus otras costumbres. El problema capital que, como digo, han resuelto estriba en que nadie que marche contra ellos puede escapar sin quebranto; y en que, si no desean ser descubiertos, nadie consigue sorprenderlos. Efectivamente, dado que esas gentes no tienen construidas ciudades ni recintos amurallados (sino que, con su casa a cuestas, todos son arqueros a caballo), que no viven de la labranza, sino del ganado, y que tienen sus viviendas en carros, ¿cómo no habían de ser semejantes individuos a la vez invencibles e inaccesibles?14



Arqueros escitas, Kul ́Oba, norte del Mar Negro. Museo Británico.

Del arco a la lira: Abaris-Pitágoras y la transmisión de un legado

En el transcurso de la Historia aparecen mensajeros y entidades intermediarias que facilitan la transmisión de la Sabiduría y el Conocimiento entre los distintos ciclos que la conforman, protegiendo su esencia y procurando que ésta permanezca intacta, aunque haciéndola a su vez comprensible para los contemporáneos del nuevo ciclo, adaptándola. Hermes es el numen por excelencia de dichos puentes, entidad volátil y multiforme, ha ido tomando distintos nombres a la vez que ha ido patrocinando un hilo conductor a través del tiempo para que nada se pierda y hoy mismo seamos capaces de acceder, a través de Él, al Conocimiento y de ahí a la realidad Metafísica que está más allá del Ser.

La historia sitúa a los escitas como uno de los pueblos indoiranios que llegaron desde la zona de Siberia y Turkestán cuyo dominio abarcaba latitudes inmensas a través del extenso continente Euroasiático. Esta disposición geográfica muy próxima al Polo15 les hizo receptores directos de la tradición Hiperbórea, ocupando así un lugar fundamental en la transmisión de las ideas y en la adaptación y actualización del Conocimiento. Numerosos autores clásicos testimonian esta vinculación,16 Plinio el Viejo, Pausanias o Heródoto son algunos de ellos, que no entraremos a detallar para no extender demasiado el artículo, aunque se invita al lector a hacerse con estos libros regalados por las Musas y su madre Mnemosyne, y navegar con ellas los mares simultáneos hasta arribar a su unión con el Espíritu.



Kurgán Pazyryk, Altai, Rusia.

Los escitas tuvieron contacto directo con el Eje del Mundo que además era así porque lo reconocían en su interior y así lo expresaban cada vez que paraban sus caravanas y plantaban la tienda de campaña, levantaban su mástil central y azuzaban la llama que alumbraba todo su horizonte. Símbolos como la esvástica, el árbol de la vida, la rueda o el bestiario estepario preñaban su cosmogonía de sabia nutricia directamente emanada del Origen.

Llegado un momento, les “tocó” transmitir dicho saber a Occidente, aunque sus pobladores eran muy distintos, pues Occidente estaba vestido de pequeños núcleos urbanos con construcciones permanentes que tenían a la cultura del agro y al sedentarismo como base de todo su desarrollo. La tarea no era fácil. Tenían que adaptar una concepción del cosmos dinámica, tonal y rítmica a expresiones geométricas e imágenes sin que el número, base fundamental del saber, perdiera toda su carga simbólica y su poder transmutador. Dicha transmisión se produjo de forma orgánica a los pueblos vecinos con los que ya compartían modo de vida como los dacios, los germánicos o los nórdicos. Pero uno de los intermediarios claves entre Oriente y Occidente, entre un ciclo y otro, entre el arco y la lira, que se situó en ese punto de inflexión, momento de detención que marcará el nacimiento de la cultura Occidental tal cual la conocemos hoy día y que aglutinará en su núcleo el Conocimiento tal cual fue en su Principio, fue Pitágoras, receptor del mensajero Abaris y cuyo numen era Apolo.

Platón, Heródoto, Ovidio, Pausanias, Estrabón o Jámblico relatan la existencia de un héroe hiperbóreo que vestido como un escita se paseaba montado sobre una flecha por todo el Mediterráneo. Este es Abaris: sacerdote, chamán, sanador, músico y poeta; se le atribuyen una Teogonía, oráculos escitas, ensalmos y un poema titulado La llegada de Apolo entre los Hiperbóreos. Desgraciadamente sus trabajos escritos se han perdido, aunque ahí están los libros de los clásicos grecolatinos que testimonian la importancia que éste tuvo entre los pitagóricos. Así, se establece el contacto directo con Apolo, dios luminoso de la Armonía y la Belleza, patrocinador de las artes y las ciencias y clave en el encuentro de los opuestos. Bajo su patrocinio se pasó del arco a la lira, de actuar el tono y el ritmo en el campo de batalla a vivenciarlo a través de un instrumento (simbólico). El alma seguía ritmada al diapasón universal pero el medio histórico-geográfico requería una adaptación acorde con la caída cíclica que se estaba produciendo entonces, y esto no quita un ápice de la efectividad y la valía y, sobre todo, de la posibilidad en cualquier instante de poder salir de la ilusión cosmogónica y adentrarse en la realidad metafísica que está más allá del Ser.

Junto con Apolo y la expansión de su luz por Occidente, también Pitágoras y la escuela por él fundada estudiaron el número en toda su amplitud (desde su desarrollo cósmico hasta su realidad metafísica), estableciendo las bases de lo que hoy conocemos como Occidente. El papel clave de la Memoria y los ejercicios mnemotécnicos (diarios) para el recuerdo de la verdadera Identidad, el estudio de la proporción en su aspecto dinámico y estático (música y geometría), la concentración en torno al movimiento de los astros y su ligazón directa con el alma humana, el equilibrio constante de los opuestos o el poder terapéutico de la música como medicina del alma son algunas de las máximas pitagóricas que también se reconocen en la herencia escita.

Apolo y Pitágoras jugaron pues un papel fundamental en la transmisión de la Tradición a Occidente, pues

gracias a que realizaron obras para perdurar en el tiempo nos es posible tener acceso al conocimiento de su concepción y de su metafísica del mundo, lo que ciertamente no sucede con la cultura de los primeros [nómades], que vagando libremente por el espacio sin límites no tenían necesidad de fijar nada, y la idea del porvenir como la conciben los sedentarios les era por completo ajena.17



Templo de Hera en Metaponto, Italia.

NOTAS.
1 Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Acápite “Nómades y sedentarios”. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003.
2 Melpómene deriva del griego Μελπομένη “La melodiosa”, musa del canto, de la armonía musical en un principio, después pasó a ser una de las dos musas del teatro, más concretamente la de la tragedia. ¿Está Heródoto velando el legado matemático-musical tras la atribución del pueblo escita a esta musa?
3 Lucano, Farsalia VII, 777. Ed. Gredos, Madrid, 1982.
4 Heródoto, Historia IV, 59.
5 Mircea Eliade, De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y folkore de Dacia y de la Europa Oriental. Ed. Cristiandad, Madrid, 1995.
6 Mircea Eliade, Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas. Ed. Paidos Orientalia, Barcelona, 1999.
7 Ibíd.
8 Esta misma persecución del animal guía se da también en las culturas sedentarias a través de los mitos fundacionales. A partir del punto donde el animal yacía se levantaba la ciudad entera.
9 Mircea Eliade, De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y folkore de Dacia y de la Europa Oriental. Op. cit.
10 No sólo culturas consideradas “barbaras” por Occidente realizaron sacrificios humanos. Existen testimonios occidentales recogidos por Plutarco y San Agustín. “Jerjes hizo enterrar vivos nueve muchachos y nueve muchachas cuando se embarcó para Grecia, a fin de asegurarse la victoria. Se sabe, por otra parte, que Temístocles, a indicación de un oráculo, hizo sacrificar tres jóvenes prisioneros en vísperas de la batalla de Salamina”. Plutarco, Vida de Temístocles, XIII. Y a continuación: “Se acusaba a San Pedro de haber sacrificado un niño de un año, puer annniculus, para asegurar al cristianismo la duración de trescientos sesenta y cinco años”. Mircea Elíade en De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y folkore de Dacia y de la Europa Oriental. Ibíd.
11 Heródoto, Historia IV, 62-1. Op. cit.
12 “El primitivo debe acercarse al animal, atraerlo con gritos de celo o de peligro. Existen cazadores que con unas palabras místicas logran asustar animales hasta reducirlos a la inmovilidad o a la paralización temporal de todas sus fuerzas. Muchas veces la flecha mortal no hace más que ratificar la victoria ya lograda”. Marius Schneider en El Origen Musical de los animales-símbolos en la mitología y la escultura antiguas.
13 Tucídides, Guerra del Peloponeso II, 96-1.
14 Heródoto, Historia IV, 46-2. Ibíd.
15 La misma disposición que se produjo en su alma.
16 Además de los testimonios escritos, uno también puede cerciorarse de esta vinculación entre los Hiperbóreos y los Escitas a través de su simbología, esencialmente asociada a la Luz, uno de los aspectos del dios Apolo, así como a las artes que este patrocina.
17 Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite “Nómades y sedentarios”. Op. cit.


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