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ALBERTO PITARCH |
Nómadas guerreros habitantes de las llanuras euroasiáticas que van desde el Mar Negro hasta las orillas del Macizo de Altái; desde la gélida Siberia hasta las zonas limítrofes del Imperio Aqueménida. ¿Quiénes son los escitas? Letales, arcaicos, justos y sabios son los adjetivos que la voz de occidente les ha ido dedicando a lo largo de la historia. Cultura clave en la transmisión de las ideas y en la protección de un legado, se establecieron como puente entre Oriente y Occidente, representando al paso definitivo del nomadismo al sedentarismo o lo que es lo mismo: de la absorción del tiempo por el espacio. Los escitas llevaban una vida en movimiento representada por la simbología del fluir (bucles, espirales, esvásticas, enroscamientos entorno a un centro, etc.). Habitaban un espacio que se muestra inabarcable, sin límites ni referencias más que las marcadas por la bóveda celeste. El horizonte no está dibujado por ninguna muralla, ni templo, palacio o calle. Los nómadas se sitúan dentro de la cabaña, centro del mundo, en uno u otro lado de la estepa (o tundra o taiga), según marquen los designios celestes. Ligeros y sin posesiones, plantarán su tienda allí donde el destino le dicte y plantándola harán de este nuevo espacio el Centro del Mundo.
Naturalmente, no se puede comprender a los escitas desde un punto de vista Occidental, fundamentalmente sedentario y cada vez más entumecido, instalado en un etnocentrismo radical que desprecia todo aquello que desconoce. Es necesario parar un momento, sustraerse a esa realidad y mirar atrás estableciendo analogías entre dicha cultura y sus precedentes, aquellas de la que pocos testimonios formales han quedado y cuya aproximación más actual serían las hoy llamadas “primitivas” africanas, australianas, americanas y oceánicas, las cuales han podido permanecer –en la medida de lo posible y hasta hace muy poco– lejos de la masacre idealista de la religión, el racionalismo y el orientalismo occidental. Dejados estos prejuicios culturales en el párrafo anterior (recordemos en este momento la importancia de la Palabra), nos adentramos en la apoteosis de las exhalaciones prehistóricas. En el punto de unión entre Oriente y Occidente, en el cabalgar sin tiempo y en la transmisión de unas ideas y un saber que viene de muy antiguo. Para este propósito tenemos pocos aliados en la contienda que el siempre presente Tiempo tiende en lo cotidiano: los testimonios escritos (clave en la transmisión) son pocos, indirectos y generalmente sesgados por una falta de comprensión de un modo de vida otro; por otra parte, la arqueología (también clave en la transmisión formal del símbolo) es prácticamente nula, pues los escitas no habitaron ciudades, ni construyeron templos, ni tampoco existen grandes yacimientos que den testimonio de su Historia (y menos de su evolución en ella; de nuevo aquí la idea de No-Tiempo). Por lo que para ahondar en esta cultura nómada es necesario abandonar el pensamiento discursivo construido a través de horas, patrones y costumbres sedentarias y adentrarse en un mundo mucho más sutil y fino, donde todas las construcciones mentales, imágenes y formas quedan atrás para dar paso a una revelación que viene por intuición directa a través del símbolo auditivo, la analogía tonal y la manifestación rítmica. En definitiva, un paraíso musical en el que todo es emanado a través del tono que penetra la totalidad de cuanto existe, desde los mundos más sutiles hasta los más formales, generando en su descenso una sinfonía que abarca en su abrazo a todos los reinos, aunando en su despliegue todo lo manifestado en una sola Unidad cuya respiración se cerciora a través del movimiento.
La irrupción de los escitas en la Historia es fundamental pues constituye el último paso antes de la caída cíclica ante la cual nos encontramos. La desaparición del nomadismo supuso la pérdida de la primacía de la capacidad auditiva y de las artes vinculadas a ésta, como la danza, la música o la poesía en detrimento de “un arte más puramente geométrico y plástico basado en la proporción y la medida, como la arquitectura, la pintura, la escultura, la escritura (los nómades transmitían sus tradiciones oralmente), es decir, artes y ciencias que se despliegan en el espacio pero hechas para perdurar en el tiempo, y directamente relacionadas con la facultad visual”.1 Aunque el saber de los escitas no pereció con la desaparición de su modo de vida, sino que sus símbolos, mitos y ritos fueron asimilados por las culturas que les iban a suceder, dando lugar a la “espacialización de su centro sagrado, y por lo tanto una concentración de energías tal que dio pie al florecimiento de civilizaciones con un alto grado de desarrollo cultural”, como fue el caso de la civilización griega que tuvo como uno de sus precursores la figura de Pitágoras y el estudio del número en sus dos vertientes, la dinámica asociada al ritmo y la música y la estática asociada al trazo y la geometría.
La irrupción en la Historia Numerosos autores clásicos nos presentan a una Escitia salvaje y bárbara, “la tierra bárbara de Escitia” sentencia Cátulo en uno de sus poemas (Poemas III, 4-91) siguiendo una vasta enumeración de “ensueños crueles”. También Ovidio (Amores 16, 35) es exiliado y muere en Escitia, el país que reconoce como contrapuesto al suyo y el menos acogedor de cuantos existe. Virgilio (Eneida IX, 333) sitúa el fin del mítico héroe hiperbóreo Abaris en un campamento en dicha tierra, donde Euríalo y Niso le provocan la muerte en medio de una apoteósica matanza. Plinio (Historia Natural VI, 53), por su parte, continúa con esta visión tremenda de las tierras escitas:
Hecho también testimoniado por Estrabón (Geografía VII, 3):
Aunque fue sobre todo Heródoto (Historia IV) quien más versos dedica a mostrar unos escitas belicosos y primitivos, llegando a ser bestiales por momentos, a los que dedica casi por completo el libro cuarto –Melpómene–2 donde presenta su origen mítico, costumbres, ceremonias, funerales, estrategias de guerra, peculiaridades, geografía, clima y tradiciones. Un completo compendio a través del cual el autor muestra a Escitia y a sus particulares habitantes, muy alejados de la norma imperante por aquel entonces en Occidente. Para limar estas asperezas y tratar de comprender a los nómadas de las estepas, Estrabón (Geografía VII -3) aporta al mismo tiempo un importante giro en cuanto a la percepción de los pueblos escitas, su función en el escenario de la vida y los valores que estos encarnan, situando con valentía la causa de esta popular fama salvaje que se les había asignado entre los griegos.
Estrabón nos presenta a unos escitas sencillos, humildes, nobles y justos que sólo se llegan a pervertir cuando se establece el contacto con los comerciantes griegos. Esta misma sencillez también es exaltada por Filón de Alejandría (Sobre los Sueños II, 59) en un pasaje en el que nombra a Escitia como la tierra de donde provienen las plantas aromáticas que emplean los perfumistas, en contraposición con la vanagloria y los excesos que estaban gobernando en el mundo occidental. “¿Qué copa necesitamos más que la de la naturaleza, obra maestra del arte?” o “¿por qué hacernos con una multitud de vasos de plata y oro, si no es por el orgullo que alborota grandemente y la vanagloria siempre dispuesta a exaltarse?” sentencian aquello en lo que se estaba convirtiendo el mundo helenizado.
Pero sigamos recorriendo las agrestes tierras escitas de mano de nuestros ancestros. También en Escitia acontecen importantes gestas en torno al mito occidental, por ejemplo, Nono de Panópolis (Dionisiacas XVIII-246), sitúa en Escitia el lugar de autoexilio escogido por Asterios, general cretense al servicio de Minos, tras la batalla en la Guerra India en favor de Dioniso y desde donde ascendió al cielo “siguiendo los pasos del padre de su padre, Taurus el Toro, transportado al cielo estrellado” (XL-91). Por cierto, que esta misma influencia de Tauro sobre el cielo de Escitia también es comentada por Manilo (Astrología IV-755):
Apolodoro (Biblioteca I, 7-1 y II, 5-11), por su parte, nos recuerda que fue en el Cáucaso, un monte de Escitia, donde Hefesto encadenó a Prometeo tras haber dado el fuego a los hombres. Allí acudía un águila diariamente a devorarle el hígado hasta que finalmente Heracles de camino al Jardín de las Hespérides lo liberó.
En cuanto a las divinidades, fueron sobre todo Heródoto (Historia Natural) y Lucano (Farsalia) quienes han dado testimonio del panteón escita así como de algunas de sus ceremonias. Lucano (Farsalia I, 445) habla sobre la importancia del culto a la Diana escítica en diversas ocasiones, destacando que la figura que se yergue sobre el Santuario de Diana en el bosque sagrado de Aricia, al pie del monte Albano, “procedía de Escitia, concretamente de la Táuride, donde fue robada por Orestes, llevada a Atenas y de allí a Italia” (Farsalia III, 86). Y más adelante Orestes, tras haber dado muerte a Clitemnestra y ser perseguido por las Furias, acude a purificarse al Quersoneso Táurico, donde su hermana Ifigenia oficiaba como sacerdotisa de dicha diosa:
Este culto a la virgen guerrera es también indirectamente mencionado por Hipócrates (Sobre los Aires, Aguas y Lugares XVII):
Aunque es de nuevo Heródoto quien detalla las otras potencias del panteón escita:
El autor continúa narrando los diferentes ritos, sacrificios y ceremonias sagradas que se le ofrecen a los dioses, que no se mencionarán aquí para no extendernos demasiado, por lo que invitamos al lector a hacerse con el libro y navegar en las palabras del historiador griego.
Pero, ¿qué son las divinidades? Energías vivas y actuantes que preñan el cosmos de potencia creadora (y destructora), formando parte todas ellas de una emanación constante que tiene un único Origen, que a su vez es su mismo Destino. Una escala numérica ordenada jerárquicamente. Quién no comprenderá entonces todos los bienes (intelectuales) que se pueden desprender de la atracción de estas energías ordenadoras, de un modo de vida acorde con la armonía y el ritmo de sus ciclos extraídos de un diapasón único. Ordenación que traída al plano humano es gobierno, no el gobierno que se entiende hoy en día como tal sino el auténtico gobierno, aquel que establece la ley en la tierra espejándose en la ley divina, y que hace de la vida terrenal una expresión refleja de la celeste. A este respecto, Jenofonte (Recuerdos de Sócrates II, 1-10; III 9-2) introduce al pueblo escita como ejemplo de buen gobierno, en una conversación que tiene lugar entre Aristipo de Cirene y Sócrates, en la que ambos discuten sobre quién vive mejor si los gobernados o los gobernantes.
Y más adelante, de nuevo se les vuelve a nombrar, cuando se preguntan si el valor se puede enseñar o es una cualidad natural:
Y continua Sócrates:
Siguiendo con la justicia y las riquezas que la diosa Inteligencia (discernimiento) nos procura, es ahora a través del maestro Platón por donde podremos penetrar en esta cultura y las altísimas cualidades que representa. En su diálogo Cármides, Platón nos introduce a dos personajes clave en la transmisión de las ideas de Escitia a Grecia y Roma. En la obra, Sócrates reflexiona con Critias, Querofonte y Cármides (descendiente de Solón) sobre la belleza y la curación, destacando la figura de Zalmoxis como rey y curandero y que, en contra de la medicina que se practicaba en Grecia (Zalmoxis era tracio), curaba a las partes por el todo:
Y a partir de aquí todo el diálogo se centra en qué es la sensatez y cuán buena es para el alma.
El texto se adentra en cualidades como la sensatez, asimilada a la justicia y la prudencia, y anima también a perpetrar las obras que se piensan, a hacer de la voluntad una aliada hacia la ocupación de las buenas obras;
Finalmente, Platón revela que en Delfos, junto con el “Conócete a ti mismo” también estaba escrito el “Sé sensato”:
Es muy significativo lo que Platón nos testimonia de forma encriptada. Pues fue en Delfos (con su entidad tutelar Apolo) donde se aunó todo el conocimiento del ciclo anterior y se adaptó al venidero. Fue allí donde se depositó todo el saber de las distintas culturas que poblaban Occidente y desde donde la Tradición volvería a irradiarse a través del número y la palabra, adaptando la ciencia y el arte para ser comprensible por los ciudadanos contemporáneos hasta el final del presente ciclo. Zalmoxis y Ábaris, por su parte, fueron dos entidades intermediarias que no sólo hicieron de puente entre Oriente y Occidente en el plano horizontal sino que fueron los encargados de transmitir unas ideas imperecederas provenientes directamente de la Hiperbórea –la Tradición primordial–, a la cultura griega, quien actuaría de depositaria y transmisora de las verdades eternas a través de las espiras del tiempo. Ábaris, del que hablaremos más adelante, navegaba sobre una flecha dorada en los cielos de Occidente, promulgando la ciencia del número, de la curación y la armonía. A Zalmoxis se lo asocia más con Tracia, los ritos telúricos, las iniciaciones cavernosas, el desmembramiento y la generación y el renacimiento. Dos entidades complementarias que recuerdan al brillo apolíneo y al frenesí dionisíaco, ambas deidades situadas en el centro del Axis Mundi, encargadas de expandir la belleza de la complementariedad de los opuestos por doquier. Los escitas participaron en esta recepción y emisión del mensaje de la Tradición a través de estas dos entidades intermediarias y a través de una cualidad altísima como la sensatez. O sea que no sólo se trataba de un pueblo guerrero en el campo de batalla geográfico, sino que la verdadera hostilidad la libraban también en el interior de sus conciencias, con la Verdad por estandarte, la justicia como maza y la prudencia y la sabiduría como modo de ser.
Nómadas guerreros Los ritos de iniciación guerrera existían desde el inicio de la cultura indoirania, habiendo testimonios entre los iranios de Zaratustra o en los mismos textos védicos; o más recientemente entre las tribus celtas y germanas. Así, fue en las tribus germánicas donde pervivieron hasta bien entrada la Edad Media, siendo además los germanos unos de los herederos culturales de los escitas. Vale traer al presente el poder del símbolo y la analogía, que permiten comprender y cerciorar que una misma realidad puede ser expresada de distintos modos según el medio en que se exprese. Así, para penetrar en los ritos guerreros escitas, nos valdremos de los de sus compañeros los germanos, a través de los cuales podremos leer los testimonios de Heródoto y sus contemporáneos ausentes de prejuicios. Los germanos testimonian iniciaciones de jóvenes guerreros en las cuales se transformaban en fieras que vivían en absoluta plenitud; no sólo mostraban una mayor fuerza física sino que se liberaban de todo rasgo humano y adoptaban por completo la fiereza y la furia agresiva de los depredadores que presidían sus fraternidades y ritos iniciáticos. Durante sus ritos se cubrían con las pieles de los animales que estaban simbolizando y bebían líquidos embriagantes que les ayudaban a liberarse de todo ápice humano. Así, con el revestimiento de sus pieles, el joven se convertía en el depredador y
Estos guerreros germanos eran conocidos como berserkr “guerreros revestidos de oso” y ûlfhêdhnar, “hombres de piel de lobo”. Siguiendo con M. Eliade:
También Heródoto, uno de nuestros principales compañeros de la antigüedad en este periplo por las estepas, nos presenta a los neuros, tribu escita.
En fin, esta deshumanización por lo más alto tiene más que ver con el camino de conocimiento que con barbarismos y desproporciones. En el bosque se producían teofanías gracias al poder del símbolo, a través del cual se procuraba la apertura del alma y la penetración del Espíritu. Una identificación escalonada con todas las potencias del Uno para finalmente dejar de ser alguien y fundirse en el silencio de lo suprahumano.
Siguiendo con los germánicos, se puede cerciorar que la guerra también forma parte de la mitología y que así está inscrito en la etimología de los propios dioses, por lo que puede afirmarse que es algo intrínseco a estas culturas nómadas.
Esta misma encarnación del comportamiento depredador es también el punto inicial que promovía las guerras, recreando rituales de caza mediante los cuales se iba persiguiendo a una presa, generalmente un cérvido, que hacía de guía (y psicopompo).8 Éste iba avanzando y deteniéndose de modo que el depredador lo pudiera ver pero no tomar, forzándole así a descubrir nuevas tierras y a tener que enfrentarse a sus pobladores si éstos no aceptaban la intromisión de los invasores. Esto es recogido por Jordanes (De origine actibusque Getarum sive Gothorum, 123 ss, cap. 24) a propósito de las invasiones hunas en Escitia:
¿Qué mejor destino podía esperar un guerrero que morir en el campo de batalla? La entrega absoluta y sin condiciones del alma en lo que está siendo un nuevo advenimiento del Ser, que traspasa sus límites y se adentra hacia lo desconocido, antesala del No Ser y del Misterio.
Después de esta lectura guerrera de los pueblos nómadas de Centroeuropa se entiende que en todo escrito legado por Occidente se destaque la supremacía de los pueblos bárbaros (escitas, germanos, godos, etc.) en las artes de la guerra, y no es de extrañar cuando toda la sociedad vivía alrededor de ella, copando la parte más importante de toda la existencia humana y la iniciación en los misterios. Ni el sacrificio humano,10 ni incluso la antropofagia, pueden ser juzgados como algo perverso, inferior o peyorativo, sobre todo teniendo en cuenta la importancia de la guerra para estas culturas así como el profundo respeto a todo lo que la envolvía, incluidos los enemigos. Con todo esto no es de extrañar que la principal divinidad a la que veneraban fuera Ares:
¿Desde qué otra perspectiva más rica, amplia y libre puede entenderse ahora el legado de Heródoto?
Antes de terminar con el potencial belicoso escita cabría nombrar, aunque sea brevemente, el arte del tiro con arco, principal arma de la que se valían los escitas para lograr ser tan letales en el campo de batalla. Arma real por excelencia, asociada tanto a la luz y el simbolismo polar, como al de pasaje y puente entre dos espacios. Coomaraswamy dedica un volumen completo a estudiar el simbolismo del tiro con arco del que extraeremos sólo una breve cita:
Junto con el tiro con arco también conviene destacar el poder de otra arma como es la realización de sonidos aterradores y desmedidos (gritos), pues el encantamiento a través de la voz no sólo se produce por la palabra ritmada, la poesía o la belleza y la armonía; sino que la voz también puede producir lo contrario, es decir, que la realización de un sonido terrible correctamente modulado puede llegar a paralizar, dejando al enemigo fuera del campo de batalla de forma súbita. Existen testimonios de este tipo de caza en la prehistoria,12 aunque no hace falta irse tan lejos para ver el efecto destructor de los ataques sónicos en la actualidad. Pero en el arte de la guerra no sólo hay que tener en cuenta las armas con las que uno cuenta para enfrentarse al enemigo, sino que igualmente es necesario tener una visión del conjunto, una voluntad direccionada hacia un punto bajo el cual toda acción es finiquitada y sólo queda la paz y la calma interior producida finalmente por la unión de los contrarios. Así, la idea de trazar una estrategia es fundamental para alcanzar ese “más allá” de la contienda en el campo de batalla, trascendiendo finalmente todos los accidentes espacio-temporales y logrando sumirse en el silencio original. A este respecto, Heródoto alaba lo gran estrategas que son los pueblos escitas, cómo llegan a evitar la batalla en campo abierto o cómo van retrocediendo para ir desgastando al enemigo, eliminando a su paso todas las fuentes para que los enemigos no puedan tomar provisiones. También narra un hito que requeriría un estudio completo: la alianza con las amazonas, conseguido gracias a un acercamiento paulatino que tenía como base la paciencia, la perseverancia y la comunicación. Finalmente, los testimonios de Tucídides (Guerra del Peloponeso II, 96-1) y Heródoto (Historia IV, 46-2) en cuanto a la superioridad guerrera de los escitas:
Del arco a la lira: Abaris-Pitágoras y la transmisión de un legado En el transcurso de la Historia aparecen mensajeros y entidades intermediarias que facilitan la transmisión de la Sabiduría y el Conocimiento entre los distintos ciclos que la conforman, protegiendo su esencia y procurando que ésta permanezca intacta, aunque haciéndola a su vez comprensible para los contemporáneos del nuevo ciclo, adaptándola. Hermes es el numen por excelencia de dichos puentes, entidad volátil y multiforme, ha ido tomando distintos nombres a la vez que ha ido patrocinando un hilo conductor a través del tiempo para que nada se pierda y hoy mismo seamos capaces de acceder, a través de Él, al Conocimiento y de ahí a la realidad Metafísica que está más allá del Ser. La historia sitúa a los escitas como uno de los pueblos indoiranios que llegaron desde la zona de Siberia y Turkestán cuyo dominio abarcaba latitudes inmensas a través del extenso continente Euroasiático. Esta disposición geográfica muy próxima al Polo15 les hizo receptores directos de la tradición Hiperbórea, ocupando así un lugar fundamental en la transmisión de las ideas y en la adaptación y actualización del Conocimiento. Numerosos autores clásicos testimonian esta vinculación,16 Plinio el Viejo, Pausanias o Heródoto son algunos de ellos, que no entraremos a detallar para no extender demasiado el artículo, aunque se invita al lector a hacerse con estos libros regalados por las Musas y su madre Mnemosyne, y navegar con ellas los mares simultáneos hasta arribar a su unión con el Espíritu.
Los escitas tuvieron contacto directo con el Eje del Mundo que además era así porque lo reconocían en su interior y así lo expresaban cada vez que paraban sus caravanas y plantaban la tienda de campaña, levantaban su mástil central y azuzaban la llama que alumbraba todo su horizonte. Símbolos como la esvástica, el árbol de la vida, la rueda o el bestiario estepario preñaban su cosmogonía de sabia nutricia directamente emanada del Origen. Llegado un momento, les “tocó” transmitir dicho saber a Occidente, aunque sus pobladores eran muy distintos, pues Occidente estaba vestido de pequeños núcleos urbanos con construcciones permanentes que tenían a la cultura del agro y al sedentarismo como base de todo su desarrollo. La tarea no era fácil. Tenían que adaptar una concepción del cosmos dinámica, tonal y rítmica a expresiones geométricas e imágenes sin que el número, base fundamental del saber, perdiera toda su carga simbólica y su poder transmutador. Dicha transmisión se produjo de forma orgánica a los pueblos vecinos con los que ya compartían modo de vida como los dacios, los germánicos o los nórdicos. Pero uno de los intermediarios claves entre Oriente y Occidente, entre un ciclo y otro, entre el arco y la lira, que se situó en ese punto de inflexión, momento de detención que marcará el nacimiento de la cultura Occidental tal cual la conocemos hoy día y que aglutinará en su núcleo el Conocimiento tal cual fue en su Principio, fue Pitágoras, receptor del mensajero Abaris y cuyo numen era Apolo. Platón, Heródoto, Ovidio, Pausanias, Estrabón o Jámblico relatan la existencia de un héroe hiperbóreo que vestido como un escita se paseaba montado sobre una flecha por todo el Mediterráneo. Este es Abaris: sacerdote, chamán, sanador, músico y poeta; se le atribuyen una Teogonía, oráculos escitas, ensalmos y un poema titulado La llegada de Apolo entre los Hiperbóreos. Desgraciadamente sus trabajos escritos se han perdido, aunque ahí están los libros de los clásicos grecolatinos que testimonian la importancia que éste tuvo entre los pitagóricos. Así, se establece el contacto directo con Apolo, dios luminoso de la Armonía y la Belleza, patrocinador de las artes y las ciencias y clave en el encuentro de los opuestos. Bajo su patrocinio se pasó del arco a la lira, de actuar el tono y el ritmo en el campo de batalla a vivenciarlo a través de un instrumento (simbólico). El alma seguía ritmada al diapasón universal pero el medio histórico-geográfico requería una adaptación acorde con la caída cíclica que se estaba produciendo entonces, y esto no quita un ápice de la efectividad y la valía y, sobre todo, de la posibilidad en cualquier instante de poder salir de la ilusión cosmogónica y adentrarse en la realidad metafísica que está más allá del Ser. Junto con Apolo y la expansión de su luz por Occidente, también Pitágoras y la escuela por él fundada estudiaron el número en toda su amplitud (desde su desarrollo cósmico hasta su realidad metafísica), estableciendo las bases de lo que hoy conocemos como Occidente. El papel clave de la Memoria y los ejercicios mnemotécnicos (diarios) para el recuerdo de la verdadera Identidad, el estudio de la proporción en su aspecto dinámico y estático (música y geometría), la concentración en torno al movimiento de los astros y su ligazón directa con el alma humana, el equilibrio constante de los opuestos o el poder terapéutico de la música como medicina del alma son algunas de las máximas pitagóricas que también se reconocen en la herencia escita. Apolo y Pitágoras jugaron pues un papel fundamental en la transmisión de la Tradición a Occidente, pues
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NOTAS. | |
1 | Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Acápite “Nómades y sedentarios”. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003. |
2 | Melpómene deriva del griego Μελπομένη “La melodiosa”, musa del canto, de la armonía musical en un principio, después pasó a ser una de las dos musas del teatro, más concretamente la de la tragedia. ¿Está Heródoto velando el legado matemático-musical tras la atribución del pueblo escita a esta musa? |
3 | Lucano, Farsalia VII, 777. Ed. Gredos, Madrid, 1982. |
4 | Heródoto, Historia IV, 59. |
5 | Mircea Eliade, De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y folkore de Dacia y de la Europa Oriental. Ed. Cristiandad, Madrid, 1995. |
6 | Mircea Eliade, Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas. Ed. Paidos Orientalia, Barcelona, 1999. |
7 | Ibíd. |
8 | Esta misma persecución del animal guía se da también en las culturas sedentarias a través de los mitos fundacionales. A partir del punto donde el animal yacía se levantaba la ciudad entera. |
9 | Mircea Eliade, De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y folkore de Dacia y de la Europa Oriental. Op. cit. |
10 | No sólo culturas consideradas “barbaras” por Occidente realizaron sacrificios humanos. Existen testimonios occidentales recogidos por Plutarco y San Agustín. “Jerjes hizo enterrar vivos nueve muchachos y nueve muchachas cuando se embarcó para Grecia, a fin de asegurarse la victoria. Se sabe, por otra parte, que Temístocles, a indicación de un oráculo, hizo sacrificar tres jóvenes prisioneros en vísperas de la batalla de Salamina”. Plutarco, Vida de Temístocles, XIII. Y a continuación: “Se acusaba a San Pedro de haber sacrificado un niño de un año, puer annniculus, para asegurar al cristianismo la duración de trescientos sesenta y cinco años”. Mircea Elíade en De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y folkore de Dacia y de la Europa Oriental. Ibíd. |
11 | Heródoto, Historia IV, 62-1. Op. cit. |
12 | “El primitivo debe acercarse al animal, atraerlo con gritos de celo o de peligro. Existen cazadores que con unas palabras místicas logran asustar animales hasta reducirlos a la inmovilidad o a la paralización temporal de todas sus fuerzas. Muchas veces la flecha mortal no hace más que ratificar la victoria ya lograda”. Marius Schneider en El Origen Musical de los animales-símbolos en la mitología y la escultura antiguas. |
13 | Tucídides, Guerra del Peloponeso II, 96-1. |
14 | Heródoto, Historia IV, 46-2. Ibíd. |
15 | La misma disposición que se produjo en su alma. |
16 | Además de los testimonios escritos, uno también puede cerciorarse de esta vinculación entre los Hiperbóreos y los Escitas a través de su simbología, esencialmente asociada a la Luz, uno de los aspectos del dios Apolo, así como a las artes que este patrocina. |
17 | Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite “Nómades y sedentarios”. Op. cit. |
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