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ROBERTO CASTRO |
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Los gigantes aparecen en la mayoría de los mitos de todas las tradiciones y su extinción se asocia a la idea de una raza corrompida e insolente que enfada a los dioses, a tal punto que éstos deciden liquidarlos de un plumazo. Este enfado de los dioses en forma de cataclismo lo encontramos en el Antiguo Testamento cuando se describe el Diluvio Universal de Noé. El propio Apocalipsis de Juan profetiza también un cataclismo que pondrá fin al actual ciclo y que se intuye muy próximo. De igual modo aparece en el testimonio más antiguo del que tenemos constancia: las tablillas sumerias donde se narra el mito de Gilgamesh y este Diluvio purificador. Los gigantes existieron como una raza superior en fuerza y tamaño a los humanos según distintas tradiciones, los cuales precedieron a éstos habitando la tierra, aunque también algunos mitos narran que en un momento determinado llegaron a mezclarse gigantes y hombres; se podría decir que los gigantes son sobrehumanos aunque pertenecientes al mismo ciclo de manifestación. Su extinción se produjo, pues, por su rebelión contra los dioses, o lo que es lo mismo, por su transgresión de la Ley divina, por lo que las deidades, airadas por semejante desafío, deciden su final. A la humanidad actual le aguarda un mismo destino, inminente e inexorable, por su soberbia al haberlos desafiado con el olvido. Aclarar que esto no tiene que ver con lo moral. El olvido es a la vez la afrenta y el castigo, pues se deja de ser lo que ya no se reconoce.
La primera tradición en la que queremos detenernos es la hebrea, recogiendo así el testigo de nuestro último trabajo en el anterior número de SYMBOLOS que dedicamos a Abraham y los albores del pueblo judío. La Biblia dice que en Canaán, en la época de Abraham, existían los Nefilim, gigantes y grandes guerreros cuyo origen se entronca con la Atlántida, y a su vez ésta, con la Hiperbórea, origen de la Tradición primordial. Esta raza de gigantes fue aniquilada por los israelitas durante su invasión de Canaán, la Tierra prometida. Los Nefilim (en hebreo: הַנְּפִלִ֞ים, de la raíz nafal, que significa “los caídos”) eran, según el relato bíblico, una legendaria raza de gigantes surgidos del deseo contra natura de algunos ángeles caídos de unirse sexualmente con mujeres humanas, los cuales habrían existido en la época de los patriarcas antediluvianos Enoch y Noé y se habrían extinguido en gran medida durante el Diluvio universal, aunque algunos sobrevivieron. A Noé se le reveló que acontecería un gran Diluvio y por ello construyó el arca, para preservar toda vida y así comenzar un nuevo ciclo, pero de ello no debe hacerse una lectura literal, pues él y su familia no fueron los únicos supervivientes, como se desprende de todas las historias bíblicas sobre hombres y gigantes acontecidas tras el Diluvio. Además del relato que da la Biblia en el Génesis, se mencionan en otros libros canónicos judíos, como en Números o el Libro de Baruc, o en textos apócrifos como el Libro de Enoch. La primera referencia bíblica la encontramos, pues, en el Génesis:
Otra mención la encontraremos en el Libro Primero de Samuel, donde se relata el mito hebreo de David contra Goliat. Goliat era un gigante filisteo que medía 2,80 metros y David logró vencerlo, simbolizando así la astucia frente a la fuerza colosal. Según la genealogía bíblica, los filisteos eran descendientes de Mizraim (Gén. 10:13), que vivió hasta los 700 años, hijo de Cam y procedente del antiguo Egipto, y Goliat era el último descendiente de los Nefilim. Así se nos narra el encuentro de David y Goliat:
Y prosigue:
Otra alusión a estos seres de gran tamaño la encontramos en el libro Números:
En este pasaje se usa la palabra gigantes pero en el texto original se usa la misma expresión hebrea que en el Génesis (los Nefilim) para referirse a unos hombres de gran altura que habitaban en Canaán en el momento de la conquista israelita de la Tierra prometida. De acuerdo al contexto del relato, éstos fueron avistados por los doce espías hebreos enviados por Moisés, diez de los cuales dieron después un reporte que causó pánico entre el pueblo, afirmando que estos hombres eran descendientes de los Nefilim antediluvianos y que comparados con los hebreos, éstos eran como “saltamontes”. En este versículo se señala a los anaquim, anaquitas o hijos de Anac como gigantes y descendientes directos de los Nefilim, aunque puede que mezclados con humanos y con tendencia a ser de menor tamaño. También se habla de otros descendientes de los Nefilim: los refaítas y los emitas (Deuteronomio 2:11-25). Justamente de este libro queremos también destacar esta referencia a la altura desmesurada de estos gigantes:
Esos nueve codos del rey Og equivalen a unos 4 metros. La estatura de Goliat era de seis codos, o sea, casi 3 metros de altura. También del rey Nemrod (o Nimrod), quien intentara en vano matar al patriarca Abraham cuando nació, se dice que pertenecía a esta raza de gigantes. (Gén. 10:8). René Guénon, en su obra Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, aborda la figura de Nemrod relacionándola con los kshatriyas de la Tradición Hindú:
Es muy interesante cómo, a continuación, Guénon hace una analogía entre Nimrod y el Set o Shet bíblico, hijo de Adán, para, posteriormente, ligarlo con el Seth de los antiguos egipcios, que en su relación con Osiris guarda perfecta correspondencia con Caín respecto a Abel. Y de este modo afirma que algunos advierten que Nimrod es uno de los “cainitas” que logran sobrevivir al cataclismo antediluviano. En definitiva acaba concluyendo que esta vertiente maléfica y benéfica de los dos Seth “no son en el fondo sino dos serpientes del caduceo hermético. Son, si se prefiere, la vida y la muerte, emanadas de un poder único en su esencia pero doble en su manifestación”. Otras menciones a los gigantes aparecen en la Biblia cuando se relata el exterminio de los anaquitas en Josué 11:22, y se vuelve a mencionar a Og, rey de Basán, en Josué 12:4 y 13:12. En Josué 15:13-14 se alude al ya referido gigante Anac de los tiempos de la conquista de Canaán. En Crónicas 11:23 se cita a un egipcio de gran tamaño, de 5 codos de altura; y también en Crónicas 20:4-7 se habla de Lajmí, hermano de Goliat. Ambos gigantes fueron muertos por el rey David y sus hombres. Estos fueron matando a todos los gigantes, culminando así su exterminio. En el Libro Segundo de Samuel, David mata a cuatro más de la estirpe de los filisteos. (2 Samuel 21:22). Los relatos bíblicos describen a los Nefilim como descendientes de los hijos de Dios (bene ha-Elohim) mezclados con las hijas de los hombres, o sea, hijos de los ángeles con humanas. Se trata de una raza intermedia entre los hombres-dioses de la Edad de oro y los hombres actuales, los cuales fueron víctimas de su soberbia, provocando la ira de Dios que desencadenó el Diluvio, para así extinguirlos. Esto se cuenta también, como decíamos, en el libro apócrifo de Enoch, donde se afirma que eran hijos de los Vigilantes o ángeles caídos (el primer Libro de Enoch se llama, de hecho, el Libro de los Vigilantes).
La primera parte del libro de Enoch describe la caída de los Vigilantes, los ángeles que engendraron a los Nefilim y que desataron la violencia sobre la tierra y pervirtieron a la Humanidad. Los Vigilantes o ángeles guardianes se desviaron de su misión, que era enseñar a la Humanidad la Verdad y la Justicia. Estos ángeles caídos incurrieron en la opresión de los hombres, la guerra, la vanidad, la brujería, la fornicación y el engaño, y por eso fueron destruidos por Dios enviando a los Arcángeles Miguel, Gabriel, Uriel y Rafael para que los aniquilaran por orden del Cielo ante la sangre derramada y la injusticia acometida.
“La tierra desolada grita hasta las puertas del Cielo por la destrucción de sus hijos”. Entonces Dios envía a los Arcángeles a encadenar a los Vigilantes y a destruir a los gigantes “pues han oprimido a los humanos”. Los ángeles caídos rogaron a Enoch que intercediese por ellos y los gigantes ante Dios. El Libro de Enoch ha sido considerado apócrifo y por lo tanto excluido del canon bíblico, pero los rollos del Mar Muerto confirman su autenticidad y que era muy considerado por los esenios de Qumrán. También de Qumram es precisamente la obra perdida llamada el Libro de los Gigantes. Se dice perdido porque son muy pequeños los fragmentos encontrados de este texto, no pudiéndose llegar a reconstruir ni siquiera una frase entera. Nos llaman la atención algunas ideas que se vislumbran de los mismos como que “conocieron los misterios” o que “por la violencia hecha a los hombres [...] fueron matados”. Y que su prostitución y corrupción duró “hasta la venida de Rafael”. Enoch fue un gran profeta y patriarca antediluviano. Era hijo de Jared descendiente de Set, hijo de Adán (el séptimo hombre en la línea genealógica). Jared lo tuvo a los 162 años y Enoch a los 65 años concibió a Matusalén, entre otros hijos. Era bisabuelo de Noé y vivió 365 años. En realidad en la Biblia hay varios personajes con este nombre, como el primero, que fue hijo primogénito de Caín u otro que fue nieto de Abraham, pero aquí nos estamos refiriendo en todo momento al hijo de Jared. En el Libro de los Jubileos se cuenta que Enoch “durante trescientos años, aprendió todos los secretos del Cielo y de la Tierra de los bene Elohim, los hijos de los dioses” (Jubileos 4:21). De Enoch se dice que fue el que contempló el comienzo de la Humanidad y que será enviado para asistir a su final. Le acompañará el más grande de los profetas: Elías. Ambos son análogos al dios griego Hermes, por su condición de intermediarios con la Deidad. Nos llama la atención que el animal que representa simbólicamente a Thot-Hermes es el ibis, y el comportamiento tan peculiar de este pájaro: es el último de los animales en desaparecer cuando se avecina una gran tormenta, y el primero en aparecer cuando ésta se ha disipado. Un último apunte sobre Enoch es que el Sefer Hejalot, libro midrásico sobre los secretos del Cielo, lo identifica con Metatrón tras ser ascendido a los Cielos:
Y una última referencia bíblica a los gigantes la encontramos en el Libro de Baruc:
Al comienzo mencionábamos a Gilgamesh y de él debemos decir que es el relato más antiguo sobre un gigante que se conserva. Su estatura era de 5,6 metros según las tablillas que relatan el mito de este Héroe-Rey. En este mito sumerio encontramos también a Humbaba, un gigante vomitador de fuego y guardián de la morada de los dioses, el cual fue abatido por el propio Gilgamesh, que ignoraba que era una bestia sacra y por ello los dioses mataron a su compañero y amigo Enkidu. Para abordar este mito en profundidad sugerimos la lectura del artículo Gilgamesh de Beatriz Ramada publicado en la anterior edición de esta revista, el nº 58 de SYMBOLOS. * La idea de una generación corrupta que provoca el enfado de los dioses y que éstos promuevan un cataclismo a modo de regeneración se narra también en los mitos griegos de la Titanomaquia y la Gigantomaquia. En la mitología griega se distinguen cuatro tipos de seres de dimensiones gigantescas que eran razas distintas y previas a la existencia de la Humanidad. Por un lado están los Hiperbóreos, que eran considerados unos gigantes inmortales que vivían al norte de Tracia, más allá de los vientos del norte, de ahí su nombre. Se les describía como inmortales y como un sagrado linaje poseedor de conocimientos secretos próximos a los dioses. De ellos se dice también que vivían sin preocupaciones, sin tener que trabajar, y que bailaban y reían siempre, afirmándose que nunca envejecían. En definitiva, custodios del Centro polar o Centro de centros. Según los mitos griegos, el dios Apolo acudía a la región Hiperbórea cada 19 años para mantenerse eternamente joven y Medusa, sacerdotisa en un inicio del templo de Atenea, fue desterrada a estas tierras. El propio Heracles buscó en estas remotas regiones a la cierva de oro de Artemisa en uno de sus trabajos. También se decía que Pitágoras era descendiente de los Hiperbóreos. Varios autores como Heráclides Póntico, Protarco, Hecateo de Abdera, Apolonio de Rodas, Posidonio o Antímaco decían que los Hiperbóreos eran una tribu celta. La tradición celta confirma esta vinculación entre celtas e Hiperbóreos, pues contiene mitos sobre una avanzada civilización en el lejano norte. El Libro de las invasiones, texto gaélico irlandés del siglo XII que narra la historia de Irlanda, explica cómo el pueblo celta adquirió todos sus conocimientos de los Hiperbóreos:
Junto con Tule, Hiperbórea fue una de las terrae incognitae de los griegos y romanos, pues los autores Plinio el Viejo, Píndaro y Heródoto, así como Virgilio y Cicerón, relataron que en aquellas tierras la gente vivía hasta los mil años y disfrutaba de vidas de completa felicidad. En esa zona, situada en las regiones polares árticas, el sol salía y se ponía sólo una vez al año. Eliano, en su obra Varia Historia, constata este vínculo de los Hiperbóreos con Apolo y su condición de gigantes:
Para René Guénon, los Hiperbóreos son los padres de la Tradición primordial y de la actual Humanidad. Afirma que la Tradición atlante es heredera de los Hiperbóreos, y a su vez, los atlantes son los precursores de la tradición del antiguo Egipto y de la cultura greco-romana. Por otro lado, están los gigantes propiamente dichos, cuya primera generación eran hijos de Urano y Gea. Eran fuertes y testarudos, y Urano, que los temía, los encerró en el Tártaro hasta que Zeus los liberó para aliarse con ellos y así derrotar a su padre Cronos. Los gigantes forjaban a Zeus sus rayos, así como el tridente de Poseidón, el arco y las flechas de Artemisa, y el casco de invisibilidad encargado por Hades y que entregó a Perseo para que éste pudiera matar a Medusa.
Otro tipo de colosos son los Cíclopes, que igualmente corrieron la misma suerte que los gigantes al ser encerrados en el Tártaro y también formaron alianza con Zeus. Fueron descubiertos por Odiseo en una remota isla. El propio Odiseo mata, gracias a su inteligencia, al gigante Polifemo, quien pretendió devorar a los hombres que acompañaban al héroe en su periplo hacia Ítaca.
Luego están finalmente los Titanes, que fueron engendrados por Urano después de haber arrojado a sus hijos rebeldes, los Cíclopes, al Tártaro. Eran conocidos como los doce dioses de la Edad de oro y gobernados por Cronos, el cual derrotó a su padre Urano y a su vez él acabaría sucumbiendo luego a los dioses olímpicos. Tras la derrota de los Titanes, éstos fueron encadenados en el Tártaro. El único que no sufrió este castigo fue Atlas o Atlante, el mayor de los doce hermanos, que fue condenado a sostener la bóveda del Cielo sobre sus hombros para toda la eternidad. Atlante gobernaba el reino de la Atlántida, que estaba más allá de las columnas de Heracles y que como civilización era heredera de la Tradición primordial de los Hiperbóreos y anterior a la actual Edad de hierro. Los atlantes eran seres muy virtuosos, pero cayeron en la soberbia, la avaricia y la crueldad y los dioses enviaron un Diluvio que hizo sucumbir por completo a la Atlántida.
Otro titán muy destacado es Prometeo, el cual roba el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres. Éste no fue castigado en un inicio dado que ayudó a Zeus, igual que lo hicieran sus hermanos Epimeteo y Menecio, pero sí tras el referido robo, pagando como penitencia que un águila le comiera el hígado cada día hasta ser liberado por Heracles. Por esta entrega del fuego a los hombres es llamado el creador de la Humanidad. Prometeo también reveló a Heracles el modo de obtener las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. Por otra parte se relata que los Titanes, instigados por la propia Gea y comandados por Cronos, trataron de rescatar a los Cíclopes del Tártaro, pero acabaron igualmente encerrados en el inframundo. Los propios gigantes también enfurecieron porque Zeus había encerrado a sus hermanos los Titanes en el Tártaro, asaltaron el Cielo atacando a los dioses para tratar de liberarlos. Hera profetizó que los Titanes nunca podrían ser matados por ningún dios, sino sólo por un mortal con piel de león, Heracles. Según Apolodoro, los dioses, en la Gigantomaquia, opusieron gran resistencia y lograron matarlos, pero siempre era Heracles quien tenía que asestar el golpe mortal. La Gigantomaquia es el relato mítico de estos gigantes guerreros que lucharon contra los dioses olímpicos por la supremacía del Cosmos. Autores griegos llegan a confundir a los titanes con dichos gigantes. Sin embargo, los titanes fueron una generación anterior de los hijos de Gea y Urano. Se dice que los gigantes derrotados por los dioses fueron enterrados bajo volcanes y que éstos eran los causantes de las erupciones volcánicas y los terremotos. Según Homero los gigantes eran una raza de hombres de grandes dimensiones y fuerza colosal que fueron derrotados por su insolencia hacia los dioses. Homero considera que los gigantes eran los feacios, los cíclopes y los lestrigones.
Homero alude en otra ocasión a los gigantes en general cuando menciona a Eurimedonte, “de altivo corazón, que reinó en los soberbios gigantes y al cabo a su pueblo insensato arruinó y a la par a sí mismo”. (Odisea 7:58), si bien se extiende con la figura de los Cíclopes, los cuales viven en una isla donde arribará Odiseo-Ulises y tendrá que vérselas con ellos. El más destacado era Polifemo, hijo de Poseidón y la ninfa Toosa, quien vivía en una cueva y encerró allí a Odiseo y sus hombres cuando los sorprendió comiéndose el banquete que él allí resguardaba. Tras comerse Polifemo a varios de ellos, el héroe ejecutó un astuto plan, lo emborrachó y cuando estuvo ebrio, le clavó una lanza en el único ojo del cíclope. Sin embargo, Hesíodo los considera seres divinos que surgieron de la sangre que Urano derramó sobre la tierra cuando Cronos lo castró, siendo pues Gea su madre:
En la mitología griega también aparece el gigante Gerión en uno de los doce trabajos de Heracles. Hay historiadores renombrados de la tradición greco-latina como Flavio Josefo, que menciona “restos óseos de gigantes” en su obra Antigüedades judías (Libro 5, capítulo 3:3) o Plinio el Viejo, que hace referencia a un gigante llamado Gabbaras, de nueve pies de altura (2,7 metros) y que fue enviado al emperador Claudio desde Arabia. En el Hinduismo, encontramos a los gigantes mencionados en el Majábharata (texto sagrado del siglo III a. de C.): aparece la historia de una demonia gigante llamada Pūtanā que adoptó forma humana y dio de mamar al bebé Krishna con su pecho envenenado para intentar matarlo, pero terminó asesinada por éste. También encontramos al dios Murugan, que era un gigante que nació del fuego que emanaba del tercer ojo del dios Shiva cuando éste lo abrió para quemar al dios Manmata, que intentó perturbar su meditación tratando que su mente se inclinara hacia los placeres terrenales. En este libro sagrado y en el Bhagavad Gita, también se habla de la raza de gigantes llamada los Daityas, dioses solares, que lucharon contra sus medio hermanos los Asura porque estaban celosos de ellos. Estos gigantes fueron exterminados por los dioses del actual panteón hindú, como lo hicieran los dioses olímpicos con los Titanes y los Gigantes en la tradición griega. * En las tradiciones precolombinas también nos topamos con estos grandes seres a los que se refieren los propios conquistadores españoles, como el testimonio de Bernal Díaz del Castillo (1495-1584), que en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España nos relata:
O la crónica registrada en el cuaderno de bitácora del explorador portugués Fernando de Magallanes (1480-1521) que describe su encuentro con los Patagones (los aonikenk o tehuelches):
Otro cronista es José de Acosta, jesuita y antropólogo, que escribió en su Historia Natural y Moral de las Indias que los chichimecas, nativos que ocupaban parte de México y llegaron hasta el Potosí, eran gigantes “que arrancaban las ramas de los árboles como nosotros deshojamos lechugas” y que fueron vencidos por los tlaxcaltecas. Por su parte, Juan de Velasco, también jesuita, destacó en su Historia Antigua del Reyno de Quito que “Manta fue a principios de la era cristiana el teatro de la espantable raza de los gigantes” y detalló los espectaculares tamaños de los esqueletos y huellas encontradas. El propio Américo Vespucio escribió tres cartas célebres donde relata cómo él y diez de sus hombres se encontraron en una isla a siete gigantas y treinta y seis gigantes. F. J de Torquemada, en su Monarquía Indiana, hace esta referencia:
En el Códice Vaticano A se los describe como de una fuerza descomunal y que convivían con los hombres.
Otros exploradores que arribaron a las tierras de la actual Patagonia en el siglo XVI también dejaron el testimonio de haber visto seres de dimensiones gigantescas, como Anthonie Knivet, que dijo haber encontrado cadáveres de 3,7 metros; o William Adams que informó de un encuentro violento entre la tripulación de su barco y nativos gigantes. Otro fue John Byron, que afirmó haber visto una tribu nativa de 9 pies de altura (2,7 metros).
En la mitología azteca se relata que hubo cuatro generaciones de gigantes: los de la primera, de la era de Atonatiuh o del primer Sol, eran los Quinametzin, descendientes de los dioses Tlacihuatl y Tlatecuhtli que engendraron cientos de hijos. A los Quinametzin, que habitaron ese primer Sol, llamado el Sol de agua y que concluyó con inundaciones, se les atribuía ser los constructores nada menos que de la ciudad de Teotihuacán y de Tlachihualtépetl, sobre el que se levantó el principal templo dedicado al dios de la Serpiente Emplumada Quetzalcoatl. Los tlaxcaltecas relataban que sus ancestros habían luchado contra los últimos Quinametzin. Tenochtitlán fue fundada por el gigante Tenoch. Todas las grandes ciudades mexicas fueron fundadas por gigantes. Los de la segunda, los Hueytlacome, pertenecían al segundo Sol. Los de la tercera son llamados Tzocuiliceque, aunque también se alude a los Quinametzin. Esta raza fue creada durante el tercer Sol. Su gobernante era Tláloc, a quien le correspondió ser el Sol que alumbró durante esta era cosmogónica, y que concluyó cuando Quetzalcoatl hizo que lloviera fuego y estos gigantes murieron quemados. Otras versiones atribuyen esta lluvia de fuego al propio Tláloc. Vemos que se repite así la extinción de los gigantes por voluntad de los dioses. En esta tercera época, los dioses se apiadaron de los hombres que suplicaron misericordia y el dios Tezcatlipoca fue el único que se atrevió a ayudarlos y los transformó en aves. A la cuarta generación de gigantes también se les deparó un destino de desolación y crepúsculo. Tras la destrucción de todas estas generaciones sobrevivieron unos pocos hombres que fueron convertidos en peces. En América del Sur, cuando llegaron los españoles, los incas explicaron a éstos que las construcciones megalíticas que sus ojos veían no fueron construidas por ellos sino que lo hicieron gigantes que vivían en Cuzco, seres enormes que cargaron grandes piedras para dar vida a edificaciones increíbles como las de Sacsayhuamán, Tiahuanaco o el Machu Picchu. La mitología de los incas narra cómo Viracocha (análogo a Quetzalcoatl para los aztecas, Kukulcán para los mayas o Hermes para los griegos) creó el Cielo y la Tierra, y también modeló a partir de una piedra una raza de gigantes. Finalmente disgustado con ellos, hizo volver a estos gigantes a su origen, que era esa piedra, a partir de una inundación devastadora.
Llama la atención que la palabra “gigante”, de procedencia griega, encuentra en el quechua una sorprendente similitud: chikan, que significa: tamaño abundante, excesivo, de proporciones gigantescas. Por su parte, los mitos mayas también nos hablan de seres gigantes. Federico González Frías los aborda en su obra Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, precisamente en la entrada “Gigantes”:
Respecto al hallazgo físico de gigantes en el continente americano hay que mencionar los descubrimientos de un equipo de arqueólogos que en 1912 encontraron en Wisconsin esqueletos de más de 3 metros de altura y de lo cual se hizo eco el New York Times. Este diario también reportó otros descubrimientos similares: un esqueleto de 3,5 metros en 1856 en Illinois, otros de 3 metros en Virginia en 1871, otro en Minnesota en 1882 e incluso un cementerio de gigantes en Nuevo México en 1902. Podríamos contar cientos de leyendas míticas de ancestros gigantes de las múltiples tribus nativas, pero alargarían este trabajo sobremanera. Sí queremos hacer alusión a una en concreto que nos llama especialmente la atención. En el estado de Nevada, en EEUU, aún hoy pervive una tribu nativa conocida como los paiutes. Entre sus leyendas de transmisión oral se encuentra la batalla contra una tribu enemiga, los Saiduka o Si-Te-Cah, que eran descritos como gigantes blancos y pelirrojos que vivían en una cueva vecina. Estos gigantes comían un vegetal llamado tule, de ahí su nombre, que significa “los comedores de tule”, una planta acuática fibrosa que les servía de alimento pero con la que también construían canoas para desplazarse por el lago Lahontan. Estos gigantes capturaban a los paiutes y luego se los comían. Los paiutes buscaron alianzas con otras tribus para librar una guerra que pusiera fin a estos gigantes que describían como de 4 metros de estatura y así lo hicieron, logrando su exterminio. En el siglo XX se han hecho diversas incursiones arqueológicas en la referida cueva, llamada Lovelock, recogiendo más de 10.000 piezas arqueológicas, entre ellas objetos confeccionados con la mencionada hierba tule, o una piedra circular con 365 muescas que era un calendario. También trabajos de cestería o restos óseos de seres de gran tamaño, que han sido datados en el año 1450 a. de C. En la Mitología nórdica los gigantes, llamados Jotuns, o gigantes de hielo, también luchan contra los dioses. Son descendientes de la giganta Bestla y del dios Bor y representan las fuerzas del caos primitivo y de la indomable e indestructible naturaleza. Los Jotuns asaltarán Asgard, el hogar de los dioses y provocarán el fin del mundo. Luchan también con frecuencia contra el dios Thor. Se cree que la etimología de Jotun significa “sed de sangre”. En estos mitos escandinavos también encontramos al gigante Heimbal, que era el guardián de la morada de los dioses y también del arco iris. Su derrota a manos de los dioses representa el restablecimiento del orden universal en el que lo elevado y lo sutil prevalecen sobre lo grosero. Y el mencionado dios Thor frecuentemente visita el mundo de los gigantes para asesinar a cuantos pueda. Los mitos nórdicos atribuyen a los gigantes la construcción de los dólmenes. En la mitología nórdica también existen los gigantes de fuego que se contraponen a los gigantes de hielo. Por su parte, en Inglaterra, los mitos también hablan de los gigantes Gog, Magog y Ettin, seres enormes de dos cabezas. Hoy perviven en las tradiciones populares de pueblos y ciudades los gigantes y cabezudos que salen a danzar en las fiestas populares, nada menos que en 90 países según se estima. En este sentido, también en las leyendas autóctonas de la península ibérica los encontramos en los mitos gallegos y en los vascos. En la mitología gallega aparecen los gigantes llamados Gonxos y en la vasca figuran dos tipos de gigantes: los Jentilak (los gentiles) y los Mairuak. De ellos se dice también que fueron los constructores de los dólmenes (Trikuharriak) y los menhires (los Harrespil o los Zutarri). Cuenta un mito vasco que cuando los gigantes vieron una luz brillante en el Cielo, fueron a buscar al más anciano y sabio de ellos y éste les dijo que se trataba de Kixmi, el Cristo o Mesías, el cual había venido a anunciar el fin de su raza, quedando sólo el carbonero Olentzero, el cual precisamente tendría como cometido anunciar dicho fin. Los hay también en la tradición de China y Japón, e incluso en el cristianismo a través de San Cristóbal; el mito pagano de los gigantes es incorporado al cristianismo a través de este santo que es el portador de Cristo y suele representarse como un gigantón.
* Queremos terminar este trabajo apuntando algunas reflexiones que nos suscitan todas estas historias míticas sobre los gigantes. Por un lado, hemos visto cómo en algunos mitos se describe a los gigantes como hostiles, acérrimos enemigos de los dioses por dominar el Cosmos, como en la Gigantomaquia, o como grandes guerreros que luchan entre los hombres, el caso de Goliat. También los hay benéficos y protectores de los hombres como Prometeo o los propios Nefilim y sus progenitores, los Vigilantes, que relevan toda clase de ciencias y saberes a los hombres, aunque a la vez tienen un faz oscura y terrible hacia éstos. O sea que los gigantes no son ni buenos ni malos ni todo lo contrario, sino que tienen el carácter ambivalente de los símbolos. Por otro lado, todas estas longevidades y estaturas de nuestros ancestros descritas a lo largo de este trabajo denotan que cuanto más nos remontamos atrás en los tiempos, esto es, a los comienzos del ciclo de esta Humanidad o del Manvántara, más grandes eran los hijos de Dios en edad, tamaño y sabiduría. Es como si todos los atributos humanos, tanto relativos a su constitución física, como a sus capacidades espirituales, etc., en los albores del ciclo, estuvieran más cercanas a lo divino, y a medida que avanza la ley cíclica de las cuatro edades del Hombre, se fueran reduciendo de forma paulatina y gradual hasta el actual fin. O sea la grandeza de la Humanidad va menguando en todos los sentidos y aspectos de su ser y se aleja de su arquetipo, el Adam Kadmon de la Cábala hebrea, cuya simbólica ha pervivido hasta nuestros tiempos para que podamos vivenciar la inmensa realidad del Ser Universal, simbolizada como un Hombre Universal de proporciones gigantescas. O dicho de otro modo: el Adam Kadmon es la idea arquetípica, y aún más, prototípica, del Hombre primigenio, un gigante que se identifica con el Ser Universal y con el Árbol de la Vida sefirótico, y dado que pervive por siempre y todo es simultáneo, al hombre actual, pese a lo alejado que pueda estar de él, se le brinda, aun hoy, la posibilidad de espejarse en él como su expresión más divina y real. Federico González y Mireia Valls, en su obra Presencia Viva de la Cábala, mencionan en diversas ocasiones a este Adam Kadmon, queriendo consignar la siguiente referencia a un pasaje del Zohar que describe el viaje post-mortem del alma:
Todas estas proporciones no tienen nada que ver con una visión cuantitativa de las cosas, sino con unas relaciones divinas entre ellas y los ciclos, con una correspondencia entre los estados del Ser acordes a cada ciclo de manifestación. Esto también tiene que ver con la propia naturaleza del Cosmos, según la cual, a medida que avanza la ley cíclica, el espacio se comprime y el tiempo se acelera, lo cual da pie a formas de manifestación donde todo queda reducido. Los primeros hombres son una copia manifestada, o sea, simbólica, del atributo divino de eternidad, por eso eran tan longevos y tan gigantescos, pero el hombre actual, el hombre caído, es justo su inversión: un hombre empequeñecido, miserable y perdido. Y correrá la misma suerte que los gigantes: será barrido para dar oportunidad a un Nuevo Comienzo; sin embargo, el prototipo del Adam Kadmon, o sea del Hombre Universal, pervive por siempre. |
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