SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

REVELACIONES DEL ZIGURAT

MARÍA CORREA




En esos días… Los sumerios cantaban a sus templos, dedicaron himnos a las Casas de los dioses, moradas vírgenes en las que Cielo y Tierra intiman la Unidad; nos lo cuenta así el Zigurat que en la sencillez de sus formas revela –hoy y siempre– que ese éxtasis se vive entrando en el templo de uno mismo.

Mesopotamia va descubriéndose poco a poco; un tiempo y un espacio que ya se reintegraron a su origen dejando el rastro que la tierra enterró, para reabrirlo recientemente en el contemporáneo anochecer de nuestra humanidad, recuperando para estos seres postreros todo un caudal de símbolos con la posibilidad de volver a revivificarlos. Este adentramiento a lo que nos dejaron aquellas culturas es análogo a adentrarse a un templo en el que uno se va identificando con su simbólica, que le sale al encuentro llena de misterios –los del cielo y la tierra– y en ella se deja transportar. La diosa Sabiduría sutilmente está retirando alguno de sus velos...

Dentro de este nuevo espacio-tiempo que nos brinda la Historia saludamos a la que fue la construcción de templos más característica de aquellos lares por decenas de siglos, el Zigurat.

Mientras pervivieron estas culturas de Mesopotamia, también los Zigurats pervivieron, aunque quizá sea más correcto decir que mientras pervivió el Zigurat, pervivieron aquellas diferentes culturas que allí habitaron. Estos templos, por milenios, fueron reconstruyéndose continuamente, y ha sido también por milenios que como unos montículos sin más, estuvieron recogidos en el olvido, en el sueño de la historia; y reaparecen ahora como si sus dioses despertaran de la siesta, esas divinidades a las que los habitantes de aquella Mesopotamia cantaron y vinieron a morar entre ellos, según se recoge en el legado de arcilla en la que moldearon sus letras y sus ladrillos.

El templo es una imagen en pequeño del cosmos y por ende del microcosmos, del hombre con todo su potencial. El ser humano los construye como soporte simbólico para lo único que en verdad da sentido a su existencia, el conocimiento o realización de los misterios cosmogónicos que dan acceso a su último destino, Más Allá; un viaje interno o vertical, que se hace por etapas hasta conseguir la consciencia de todo en su Unidad, en la cópula del Cielo y la Tierra. Un acoplamiento cuya imagen vierte el Zigurat en sus formas: una base cuadrangular que simboliza a la tierra, el triángulo de su forma piramidal al cielo, y las escalas a los grados o etapas de conocimiento.

El templo reúne las energías verticales con las horizontales, atrapando el tiempo sucesivo y fugaz en el espacio sagrado, siendo éste el recipiendario de las energías o vibraciones divinas, de lo eterno, para difundirlas en el plano de la tierra, en la horizontalidad de la comunidad social…1

Con estas construcciones, el hombre ha ido dejando la huella de la necesidad y validez de estos soportes simbólicos mediante los cuales se llama a actuar a esas fuerzas divinas que nos guían en el viaje, pues es con su luz que se realiza la limpieza de la estructura del pensamiento para ir re-conociendo esa otra realidad celeste que también nos conforma. De manera que todas las formas, medidas, materiales, ornamentación, colores, etc., del templo no se corresponden con gustos sociales o estilos de época o creencias, sino que son los mismos módulos arquetípicos del universo traídos a este nivel para que puedan asimilarse, especialmente diseñados para accionar en el alma, para abrir el análogo templo interno o “portátil” como también lo llaman.

El Zigurat, como toda construcción sagrada de las culturas tradicionales, se alza en un emplazamiento que se reconoce previamente por señales divinas –como en este caso lo es un promontorio o elevación concreta de la tierra en cuya cúspide se une al cielo–, estableciendo un punto de referencia, un eje cielo-tierra, que fijará el centro del que toda esa cultura recibirá su razón de ser. Podemos decir para los Zigurats aquello que Federico González dijo refiriéndose a las pirámides de Mesoamérica:

Estas pirámides, pues, se encuentran enmarcando el centro, el eje del mundo, por donde fluyen todas las emanaciones sagradas y desde donde el hombre establece su orden, su existencia.2

E1 (o E2) es la palabra o símbolo sumerio para casa o templo, escrito ideográficamente con el signo cuneiforme 𒂍. Los nombres de los Zigurat los encabeza esta letra, aunque no eran fijos ya que se denominaban según distintas referencias; así alguna vez, al mismo templo se le llama de formas diferentes, como por ejemplo en Ur al templo de Nanna, dios Luna, que lo llamaron el Eguishirgal, “Casa de la gran luz” y Eteminunguru, “Casa cuya alta terraza inspira temor” y también con otros nombres.

Toda la estructura de estos templos está fundamentada en ricos conocimientos aritméticos, geométricos y astronómicos que poseían los maestros en las coordenadas terrestres y celestes, las que mueven los hilos de la existencia, pues esos conocimientos eran en sí una cristalización de la sabiduría divina. Tal es así que incluso en algunas tablillas se describe como el Etemenanki lo diseñó el mismo Enki, dios de la sabiduría y las aguas profundas, y lo alzó en Eridu para sí mismo, “con su sagrada caña”. Este himno lo sumerge a uno en lo sublime del Zigurat:

Entonces el mensajero de Enki sube al Zigurat y dice:
En ti un altísimo lugar ha sido fundado, el sagrado cielo está en tu umbral…
La casa edificada al borde (de la tierra), creada para el perfecto poder divino.3

En otras tablillas consta que los zigurats de Ur, Uruk y Nippur de alrededor del siglo XXI a. C. fueron reconstruidos bajo la supervisión de Ur-Nammu, primer regente de la tercera dinastía de Ur, y se cree que ellos son los primeros templos con esta forma. Sin embargo es sumamente probable que antes de estas construcciones, ese mismo emplazamiento ya estuviese consagrado de algún modo con una forma similar, quizás más simple. Cada ciudad de Mesopotamia levantó un zigurat a su dios patrón y alguna población a alguno más, y se cree que llegaron a haber más de 30, pues de algunos sólo se sabe por los textos. Se han encontrado vestigios en “Eridu, Uruk, Ur, Larsa, Nippur, Kish, Borsippa, Sippar, Dur-Kurigalzu y Babilonia; al norte de Mesopotamia, en Asiria, los arqueólogos excavaron partes de cinco zigurats en Assur, Kalhu, Dur-Sharrukin, Kar-Tukulti-Ninurta y Qatara (Tell al-Rimah) a los que se suman los de Choga Zanbil y Tepe Sialk, en Irán”4. El hecho de la dedicación de un templo a la deidad patrona de la ciudad está en el culto de toda civilización; se trata de un reconocimiento especial a un aspecto del Ser, que actúa como intermediario, un prisma que por combinaciones de ciertas características se hace más evidente en un lugar y tiempo, y actúa como catalizador, para aquella sociedad, de las influencias divinas.

En la estructura del Zigurat debe comprenderse el recorrido cósmico, y servir de atracción de los poderes celestes, mediante los que se recrea ese tiempo sagrado donde se guarda y revivifica la memoria del Ser, y ése es el aspecto simbólico en el que nos adentramos, pues:

En realidad, lo que verdaderamente interesa, es el espacio interno y sus cualidades diferentes, significativas, sagradas, y no la sucesión cuantitativa de ventanas y columnas del templo…5

Haciendo referencia a su estructura piramidal, encontramos en la etimología de la palabra “pirámide” –que procede de otra palabra egipcia que significa “altitud”– la misma idea que en la de Zigurat, que proviene de un término asirio para designar lo “alto” o “elevado” o “construir en lo alto”. El Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos nos dice en la entrada “Pirámide” que:

La pirámide es un símbolo sustituto de la montaña, en el sentido de altura y elevación espiritual que ello significa. (…)

Son todas ellas sendas hacia la sumidad intelectual y lo más alto.

La más frecuente es la pirámide de base cuadrangular y caras triangulares, (…).

Los números que tocan a estas armoniosas y prístinas edificaciones hace años que se han investigado, y su relación con los fenómenos celestes, solsticios y equinoccios, y en particular con una medida mayor: la precesión de los equinoccios que se produce cada 25.920 años, que las antiguas Tradiciones conocían sin el apoyo que supone hoy la tecnología, o basadas en otros elementos, mucho más sencillos, y que igualmente sirvió para sus propósitos cosmogónicos.6

Las construcciones piramidales están, pues, identificadas con la montaña, siendo ésta un arquetipo del templo.

El “monte” por el hecho de ser el punto en que convergen el cielo y la tierra, está en el “centro del universo” y es indudablemente el punto más alto de la tierra. Por eso las regiones consagradas –lugares santos, templos, palacios, ciudades santas– son asimiladas a “montañas” y se convierten a su vez en “centros”, es decir, se integran mágicamente en la cúspide de la montaña cósmica. (...)

Los nombres mismos de los templos y de las torres sagradas son índices de esta asimilación a la montaña cósmica: “el monte casa”, “la casa del monte de todos los países”, “la montaña de las tormentas”, “la unión del cielo y la tierra”, etc. El término sumerio para designar la ziqqurat era propiamente hablando, un “monte cósmico”, es decir, una imagen simbólica del cosmos; sus siete pisos representaban los siete cielos planetarios (como en Borsippa) o tenían los colores del mundo (como en Ur). (…) A Larsa, por ejemplo, se la llamaba entre otras cosas “la casa de la unión entre el cielo y la tierra”; a Babilonia, “la casa del fundamento del cielo y de la tierra”, “el enlace entre el cielo y la tierra”, “la casa del monte luminoso”, etc.7

Como ya se sabe, la forma cuadrada o cuadrangular de la base del Zigurat está evocando a la tierra, lo ctónico, pero se da algún caso en que esta elevación tomó forma ovalada, como un útero, haciendo referencia al mismo aspecto femenino universal, a la Tierra, extremo inferior del axis Mundi. Sobre una primera base se asientan otras superpuestas en decreciente tamaño, que van dando forma al triángulo, símbolo del cielo, masculino y extremo superior del Eje; realizándose así la complementariedad entre ambos polos.

Esta conjunción de las energías ctónicas-celestes estaba también presente en la orientación del Zigurat, basada en la relación de los movimientos de la tierra y los de los cuerpos celestes. Según algunos investigadores, la orientación de cada uno de estos templos tenía que ver con los movimientos del astro o estrella del dios al que estaba dedicado, o señalado de algún modo en los relatos mitológicos de estas deidades. En general, dicen que tenían sus esquinas marcando los cuatro puntos cardinales y sus caras vendrían orientándose por los puntos solsticiales y equinocciales, o incluso según las fases lunares como el de Ur, Casa del dios Luna, Nanna.

El número de niveles de estas pirámides de Mesopotamia, aunque hay variedad de opiniones, se dice que constaban de tres, cuatro o siete, equivalentes a los cielos o los grados sucesivos de conocimiento. El paso de un nivel a otro se simbolizaba por los ritos propios de cada escala, en la que estaban representadas las cualidades de ese cielo en numerosos detalles que actuaban como ventanas, o mejor, puertas de entrada que llaman a penetrar, conocer y realizar ese estado del Ser que dará acceso al siguiente, más y más sutil.

Adrian Snodgrass, en un acápite dedicado al “Simbolismo astronómico en la arquitectura de Oriente próximo”, escribe referente a esta simbólica:

El simbolismo cosmo-cronográfico de las ciudades de Mesopotamia con siete murallas se repetía en los siete niveles del zigurat. Los siete niveles del zigurat y las siete murallas eran simbólicamente equivalentes: los siete niveles son las murallas de la ciudad retractadas y comprimidas en una Montaña-torre central; o, alternativamente, las murallas de la ciudad son una expansión, un despliegue de los niveles del zigurat. Las siete escalas del zigurat, engalanadas con ladrillos esmaltados de siete colores diferentes, son los siete planetas, las siete zonas de la tierra, los siete cielos, y las siete escalas de ascenso al cielo.

Y antes había dicho:

Uruk tenía una significación cosmológica y estelar: cada una de sus siete murallas concéntricas estaban pintadas en el color de cada uno de los siete planetas y correspondían cada una a una esfera de los cielos, regida y movida por un dios. (...) Cada esfera planetaria, y cada muralla levantada en su semejanza, se correspondía con un nivel de iniciación, y los iniciados progresaban desde el primer nivel hacia el siguiente más alto a través de las purificaciones y ritos de cada nivel, acercándose así al centro de la ciudad, donde se alzaba una torre-palacio representando la Montaña Cósmica, el axis del universo y pivote de las revoluciones de los planetas. Las almenas de los muros delineaban unas ondas como las que generan los siete planetas sobre la línea de la elíptica, las alzas y caídas de esta forma senoidal están significando los aspectos complementarios –luz y oscuridad, benéfico y maléfico– del paso de los planetas; también marcan las posiciones sucesivas de los planetas apareciendo sobre el horizonte celeste. Para enfatizar las referencias estelares el almenado de las murallas lo ornamentaban con rosetas de tipo estelar.8




Es característico del Zigurat, además de su forma piramidal de punta truncada y base cuadrangular y de las escalas o niveles, que el ámbito más secreto de ese espacio sagrado estuviera coronando la pirámide; a él se accedía por unas escaleras que también formaban parte de su estructura. En algunos de ellos, en una de sus caras orientadas al este (NE según la mayoría de referencias), había una escalinata central que partía alejada del Zigurat y llegaba hasta la cúspide; su recorrido era recto aunque se dividía en fases. La primera de éstas llegaba hasta, más o menos, su mitad; un punto intermedio donde se unían otras dos escaleras laterales oblicuas que partían cada una de ellas de una esquina diferente de esa misma cara del Zigurat. Desde ese punto intermedio, al que han llamado “el templete” y que es la entrada al primer gran nivel del zigurat, sólo continúa el ascenso la escalera central, en algún caso con varios rellanos intermedios, hasta llegar al templo de la cúspide. Estas escaleras forman una gran cruz vista desde arriba; el centro de esa cruz podría estar manifestando el estadio del centro del ser, semejante al altar de la catedral, o el corazón, desde donde se da comienzo un ascenso por los misterios de los cielos que se abren al Misterio Absoluto, simbolizado en el más alto nivel por el templo que corona el Zigurat, Centro de centros “que representa el centro del Ser total, más allá del cual se encuentran sus estados supraindividuales y supracósmicos, en donde hallará su auténtica Liberación y Suprema Identidad”9. Éste es el alcance, que trasladado al viaje de Conocimiento representa la realización de un ser divino, un dios, que participando de ambas naturalezas, actuará como verdadero intermediario entre los dioses y los hombres. En las primeras etapas de estas culturas en Mesopotamia, dicha función era representada por la figura del Rey, lo que es característico de un tiempo en el que los poderes sacerdotal y real no estaban todavía separados.

Algunas recomposiciones actuales del Zigurat ponen en ellos otras escaleras laterales en zigzag en los niveles superiores que acompañan a la central. Éstas, y las otras también laterales, podrían estar simbolizando a las dos corrientes cósmicas, la positiva y la negativa, la femenina y la masculina, polarización de la unidad del Axis Mundi, como lo expresado en el caduceo de Hermes por las dos serpientes que se entrecruzan a distintos niveles.

Esas mismas escalas que jalonan mundos o estados del Ser, son también medios por los que descienden los dioses, o la gracia, desde lo inmanifestado hacia la manifestación. En este sentido hay un texto sumerio del tercer milenio a. C. que habla de ese gesto prototípico que se repite cuando en un alma pura desciende una influencia espiritual, llamada por el corazón que se ha abierto para recibirla y lo imanta hacia ese tiempo primordial, más allá del tiempo que corre. El texto dice algo así:

El Cielo (masculino) solía bajar y la Tierra se ensancha para recibir al Cielo
Él servía a la Tierra cumpliendo con su deber masculino
La Tierra y el Cielo gritaban juntos.
Todavía no existía Enki ni Nunki,
En aquel tiempo Enlil no estaba vivo, Ninlil no estaba viva,
En aquel tiempo la luz del cielo no brillaba y la luz de la luna no salía…10

Observemos que el Zigurat, de arriba hacia abajo, va ampliándose a medida que desciende, o sea que se abre para recibir al cielo en todo lo que pueda dar de sí; sus bases se ensanchan y el fundamento último es la misma tierra que se extiende toda, entregándose para acoger toda posibilidad celeste. El texto sigue diciendo que el Cielo se derramaba en ella, se vertía en sus agujeros...

Otro aspecto singular que nos revelan estas formas desenterradas es como se ha recogido en su estructura las fases por las que iban pasando aquellas culturas a lo largo de su historia. Las ciudades mesopotámicas fueron conformando con el tiempo unas colinas artificiales a las que se ha llamado “tells”; estos montículos iban creciendo por la acumulación de los materiales de construcción, que al ser débiles, a veces se desplomaban, o bien los mismos ciudadanos los derribaban para reconstruir sobre las viejas estructuras la nueva ciudad. Lo mismo ocurría con los Zigurat, que sin abandonar sus emplazamientos sagrados antiguos, se reconstruían encima con bases que resultaban cada vez más amplias y más elevadas, y sin variar la estructura básica, sí se realizaron cambios en los planos del templo de la corona. Este sistema de edificación ha preservado las características de lo derrumbado y ha dejado constancia de las diferentes etapas por las que iban pasando aquellas poblaciones. Se descubre que los materiales utilizados, con el tiempo, se iban solidificando y las construcciones fueron perdiendo en simplicidad, con una clara tendencia a aumentar la solidificación, lo que indica también una necesidad creciente de establecer una memoria exterior más y más evidente, como soporte de la también más y más creciente pérdida de la memoria interior.

Y así se sabe que a finales del IV milenio se utilizaba principalmente como material de construcción el cañizo, para pasar posteriormente al ladrillo de adobe, o sea al barro mezclado con paja, bastante débil aunque fue el más usado sobre todo en la época de los acadios. Sin embargo, para el revestimiento de los exteriores, se utilizó el ladrillo cocido y para los adornos simbólicos, cerámica incrustada en cuñas que protegía mejor de las inclemencias climáticas; luego se aplicaba la cal para el blanqueo, que además protege, y el betún y los azulejos de colores; los ladrillos de arcilla cocida, a los que se selló con nombres y más tarde se esmaltaron para embellecerlos y mejorar su durabilidad. Cabe comentar que cada Zigurat tenía además elementos propios –piedras, conchas, etc.– principalmente relacionados con las cualidades de la divinidad de la que era su Casa.

Cada ladrillo tenía el sello del rey que ordenaba la construcción. Éstos se unían entre sí con mortero, arcilla o cal, a veces con betún. Los ladrillos estaban a menudo con brillantes azulejos de color azul, amarillo, blanco y adornados con animales u otras formas de vidriado.11

Con estos cambios, el Zigurat iba adquiriendo, además del alzado imponente de los muros y el elevado grosor de éstos, una también mayor voluptuosidad con adornos y detalles en todo el conjunto, a tal punto que en la postrera edad de estas culturas, cuando el centro ya se había fijado en Babilonia, algunos extranjeros llegaron a observar cómo en esos templos la apariencia había adquirido protagonismo, y sin poder reconocer su esencia, sólo vieron en el Zigurat una figura del orgullo del hombre que pretende alzarse hacia el cielo, como quedó descrito en el libro del Génesis (11,1-9) en el pasaje de la Torre de Babel, que según se cree se refiere al zigurat dedicado a Marduk, el Etemenanki en Babilonia.

No queremos dejar de mencionar, antes de finalizar este breve estudio, que aunque el tipo de templo en forma piramidal lo encontramos en otras culturas repartidas por todo el orbe, al zigurat se le han visto grandes semejanzas con las pirámides de piedra egipcias de la misma época, o sea las del tercer y segundo milenio a. C., con todas sus variedades, desde la escalonada de Dyeser –la más antigua de las que se conocen–, hasta las majestuosas de Guiza, etc.; y también con las de los templos de Mesoamérica, de base cuadrangular, escalonadas, con una gran escalera central, en algún caso con otras tres que conforman una cruz y un templo en la cúspide; tal el caso, entre las muchas que hay, de las pirámides de Teotihuacán, “donde los hombres se convierten en dioses”, o la de Kukulkán en Chichen Itzá por cuya escalera principal se ve descender en los equinoccios a Quetzalcóatl. Siendo que estas dos tradiciones fueron herederas de la gran tradición Atlante, nos hace pensar que quizás haya alguna relación entre ellas y las culturas que habitaron Mesopotamia…Y de paso, decir de estas aguas atlantes, que por medio de varios eslabones de la cadena áurea iniciados en los misterios del antiguo Egipto (como Pitágoras, “iniciado por los sacerdotes egipcios, guardianes de la sabiduría de Hermes-Thot”12), ese saber luego de varios siglos quedó reintegrado en la Tradición Hermética.



Pirámide del Sol en Teotihuacán.

Y ante esta semejanza, de nuevo, citamos unas referencias de Federico González para aquellas pirámides de Mesoamérica aplicables también al Zigurat:

Como se sabe, en la América precolombina, especialmente en Mesoamérica, la pirámide de punta truncada ha sido el templo por antonomasia y es su verticalidad escalonada, de mayor a menor, la que permite establecer contacto con los mundos invisibles siempre presentes llamados cielos.13

Estos templos son verdaderamente una revelación de nuestro mismo ser, en ellos reconocemos el propio viaje de autoconocimiento recorriendo las fases, escalando con voluntad, paciencia, generosidad y rigor, devolviendo lo que uno va recibiendo, expandiendo el cielo en la tierra o lo que es lo mismo, alzando la tierra hacia el cielo, y si Dios quiere, consiguiendo la realización de esa sagrada unidad.

Las estructuras simbólicas se pueden transponer al ser individual, en cuanto éste asimismo es capaz de establecer en un momento dado de su vida, a través de sus signos y señales propios, una vinculación directa con otros mundos, con diferentes planos integrativos de una realidad única, advertida por medio de sus manifestaciones de más en más sutiles e impalpables. Lo que equivale a la vivencia de los estadios secretos del Ser Universal, al conocimiento de una cosmogonía simbolizada en este caso por la pirámide de base cuadrangular y los diversos niveles que hay que ascender escalonadamente hacia la cima.14



NOTAS.
1 Federico González, El Simbolismo precolombino. Ed. Kier, Buenos Aires, 2003.
2 Ibíd.
3 Siegfried Giedion, Himno de Eridu. El presente eterno: Los comienzos de la arquitectura. Ed. Alianza Forma, Madrid, 1988. Traducido por Joaquin Fernández Bernaldo de Quirós.
4 National Geographic Historia, página web.
5 Federico González, El Simbolismo de la Rueda. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
6 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
7 Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones. Ed. Era, México, 2007.
8 Adrian Snodgrass. Architecture Time and Eternity. Ed. Aditya Prakashan. Nueva Delhi, 1994.
Es remarcable el parecido de esta descripción con la utópica Ciudad del Sol de Campanella “con similitudes de la República de Platón y el Adocentyn de Picatrix, ésta con su templo consagrado al sol erigido por Hermes Trismegisto”, descrita a inicios del S. XVII: «La Ciudad del Sol se halla situada sobre una colina que se alza en medio de una vasta llanura y está subdividida en siete porciones circulares (giri, giros) que llevan los nombres de los siete planetas»”. (Toda esta descripción está extraída de Frances A. Yates, Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Ed. Ariel Filosofía, Barcelona, 1986.)
9 Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha. Revista Symbolos nº 25-26, Barcelona, 2003.
10 Conferencia sobre Mesopotamia impartida por Gonzalo Rubio en el Museo Arqueológico Nacional de España en Madrid, mayo 2017.
11 Academia.edu, Períodos Históricos de Mesopotamia.
12 Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada, Programa Agartha, op. cit.
13 Federico González. El Simbolismo Precolombino, ibíd.
14 Ibíd.

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