SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

ALGUNAS CLAVES EN LA TRANSMISIÓN
DEL CONOCIMIENTO DURANTE EL KALI YUGA:
APORTACIONES DE LOS PUEBLOS CALDEO Y CELTA
(Iª PARTE)

PABLO RÍO

Introducción

En esta nueva actualización, SYMBOLOS abre una mirada a las antiguas civilizaciones mesopotámicas. Toda atención a los orígenes conlleva en diferentes grados elementos de fascinación y misterio. Estas antiguas civilizaciones transmitieron a lo largo del espacio y el tiempo unas ideas universales, que pueden ser descifradas gracias a la labor ininterrumpida de hombres y mujeres sabios que se han esforzado en mantener el Conocimiento vivo a través de ellos mismos y del tiempo; la denominada cadena áurea a la que se suma la Tradición Hermética. El presente artículo quiere ser un intento de tomar conciencia de esta herencia transmitida en el plano de las ideas universales. El conocimiento iniciático bebe de fuentes eternas y, por ello mismo, su simbólica permite la transmisión entre culturas a lo largo del tiempo. Intentaremos aportar algunos aspectos que refuerzan esta idea. Los trabajos de los investigadores en la historia de las ideas que durante años han ido realizando estudios acerca de estas civilizaciones arcaicas, aportan indicios acerca de la idea de que se produjo un cambio de ciclo de manifestación en el marco del presente Manvántara; lo que nos situaría en los orígenes del cuarto y último subciclo denominado Kali Yuga o Edad Oscura. Un tiempo que dejó, está dejando y dejará claras evidencias de degradación espiritual. La brutalidad y la guerra no han dejado de ser una constante desde entonces hasta la actualidad, aunque en esos inicios todavía la relación entre dioses y hombres y el papel mediador de éstos se hacía visible y consciente. Inicios de un subciclo final cuyo recorrido ulterior nos toca vivir en la actualidad y que llegará a su fin con la autodenominada civilización occidental. Aunque nadie sepa ni el día ni la hora.

Como todo trabajo iniciático partimos de consideraciones particulares, pero teniendo en cuenta que éstas no son sino el soporte simbólico de lo universal; un lugar del pensamiento en el que aspiramos habitar. Por ello y a pesar de que recurriremos a las contribuciones de los especialistas1 (arqueólogos, historiadores de la religión, lingüistas, etc.), valiosas tanto por sus informaciones como por habernos permitido el acceso a estas culturas tan antiguas, nuestro punto de vista y ubicación es otro. Nuestra mirada es interna y simbólica, pretende atender al corazón como sede de la inteligencia. Por eso, aprovechando algunas de las huellas que estos dos pueblos (caldeos y celtas) han dejado, intentaremos entretejer correlaciones simbólicas. Pues, a nuestro juicio, expresan una misma cosmogonía implícita en sus relatos míticos y desarrollos cosmológicos; y además, tras esas huellas se halla la metafísica, un ámbito absolutamente misterioso del cual nada puede decirse. Esa es la base de toda Ciencia Sagrada. Atenderemos especialmente a los aportes del pueblo caldeo en el marco de la temática mesopotámica pero sin dejar de trazar sus correlaciones con los celtas, coetáneos en el tiempo con los caldeos. En aras a no extendernos demasiado, dejaremos para más adelante una segunda parte que, continuando el hilo que aquí trazamos, se adentrará con mayor profundidad en la influencia de los celtas en el desarrollo medieval del occidente europeo, mucho más próximo culturalmente hablando que el de los antiguos caldeos.

Como las plantas, que crecen en la misma medida que sus ocultas raíces se hacen fuertes en el rizoma bajo tierra, la Tradición Unánime, es decir la doctrina de las ideas universales emanadas de la Tradición Primordial (de acuerdo con lo que René Guénon postuló a lo largo de su obra) muestra a través de la Historia Sagrada sus ricas interrelaciones trenzadas en la materia terrestre. Y eso es precisamente lo que pretendemos a través de la analogía aplicada a los conocimientos legados de estos dos pueblos que han dejado huella de su paso por la tierra. Una tierra que no es sino el recipiente de la vida celeste. Aunque por las señales del tiempo en que vivimos, muchos parecen haberlo olvidado por completo. Claves simbólicas y transmisión; este último término, que procede del latín tradere, refiere a la acción y efecto de transmitir, transferir, trasladar, difundir, comunicar o conducir, según el contexto en que nos hallemos. Y eso es precisamente lo que miraremos de describir y tejer.

Los caldeos, contribuyendo con sus saberes al armazón del segundo imperio babilónico, fueron portadores de la ciencia astronómica y los rituales mágico-alquímicos que hicieron de la arquitectura terrestre una imagen de la celeste. Quedaba así sembrada una semilla que transmitirá muchos de esos saberes más allá de la caída de Babilonia a manos Ciro. De hecho, toda su ciencia astronómico-astrológica pasará a Occidente a través de Alejandro Magno, que actuará como correa de transmisión, hasta su coagulación en la Alejandría de los primeros siglos de nuestra era, donde se reunirán los saberes universales aportados por iniciados venidos de todos los confines del mundo conocido. El sistema sexagesimal caldeo es uno de ellos y constituye todavía una valiosa herramienta en nuestros días pues, como veremos, facilita la toma de conciencia de la voluntad del cielo en la vida de aquellos hombres que hicieron de dioses, gracias a que los dioses quisieron hacer de hombres.

Los celtas, por otro lado, pero en un tiempo simultáneo, hicieron su tarea ocupando el occidente europeo y llevando su aporte. Su coraje en el ámbito de la guerra, cuyo carácter ritual la convierte en símbolo, fue un espejo del conocimiento mágico que sus sacerdotes Druidas extraían en forma de elixir. Los Druidas fueron verdaderos artistas de lo que luego el medievo denominó “ciencia espagírica”. No podemos olvidar el carácter sagrado de la guerra que en su exterioridad no es más que el símbolo de la auténtica batalla que el hombre debe librar en el interior de su alma. Ciertamente la guerra no dejará de ser un aspecto esencial durante este periodo final de manifestación en todos los pueblos que han subido al escenario. Los celtas, a base de guerrear con los pueblos germánicos y nórdicos, pero sobre todo con el llamado imperio del Mare Nostrum, llegaron a la mismísima Roma; la cual ocuparon militarmente, aunque por muy poco tiempo. Su ímpetu los llevó hasta el oráculo de Delfos. Todo el elenco grecorromano los tuvo en consideración, para bien o para mal no pasaron desapercibidos. Tras el lento declive de Roma, ésta dejó paso a la cristiandad, la cual adoptó muchos de los símbolos que los Druidas celtas habían custodiado y transmitido, tanto a través de iniciaciones como mediante el acervo popular. La melodía de sus leyendas evoca las mismas ideas universales, como veremos. El ejemplo más visible de esto último es la leyenda del Grial, cuyo análisis en mayor profundidad nos proponemos abordar en una segunda parte, como ya se indicó.

La búsqueda de analogías entre la simbólica de las distintas civilizaciones que han poblado la tierra a lo largo del tiempo cobra sentido cuando se concibe la cosmogonía desde un punto de vista metafísico: una lectura esotérica en clave de Historia Sagrada. Los ropajes son diversos, pero la esencia permanece; esto es, el influjo del soplo divino que hace respirar cada ciclo de manifestación cósmica: el Regente, el Eón, el Rey del Mundo, etc. Todas ellas figuras simbólicas para que la función sacerdotal, cuyo único propósito debe ser el mantenimiento de la voluntad del Cielo a través de la autoridad Espiritual, cumpla su destino. Autoridad ésta hoy muy olvidada ante el engrosamiento gigantesco del poder temporal, que no es sino una fantasmagoría al servicio del Adversario. En tal situación de degradación nos hallamos en la actualidad al haber pasado ya de la acción antitradicional a la contratradicional.2 Pero no insistiremos en este asunto, pues no queremos fijar demasiado nuestra mirada en ello; no sea que se nos obnubile el pensamiento y nos abandone ya por completo la claridad de la luz que el Agartha guarda celosamente, a la espera del descenso de la Jerusalén Celeste.

Desde los inicios del Kali Yuga vivimos una “descomposición de las antiguas ‘ciencias naturales’ –que al mismo tiempo constituían técnicas soteriológicas y ciencias cosmológicas– y su transformación en técnicas empíricas. Cuando se pierde el sentido tradicional de una ciencia o de una técnica, el hombre utiliza y valora de otro modo su material, que en realidad no es otra cosa que el corolario de la ley de la degradación del sentido; así interpreto yo toda alteración, toda pérdida o todo olvido de una significación original”3. Finalmente, quisiéramos aclarar que nuestro primer, único y ulterior propósito en la realización de estos trabajos es reunificar lo disperso: dar “testimonio de esta eterna pasión del alma: unificar lo real desgarrado por la creación”4.

1. Caldeos, geografía y etimológicas

Caldea alude, desde el punto de vista geográfico, a la zona sudoriental de la cuenca mesopotámica de los ríos Éufrates y Tigris. Es una zona próxima a los desiertos de Arabia. Etimológicamente proviene del latín chaldaeus, éste a su vez del griego antiguo Χαλδαῖος, y éste, finalmente, del acadio Kaldû, la lengua que los nombró. En cuanto al uso del término cabría añadir algunas consideraciones. En primer lugar, que los romanos lo usaron para referirse a astrónomos y matemáticos de Babilonia en términos generales. En segundo lugar, que para la Tradición Hermética existe una referencia a los llamados Oráculos Caldeos; son textos solidarios con el Corpus Hermeticum, escritos que alcanzaron un gran protagonismo durante el Renacimiento en Italia5 y su irradiación europea. Finalmente, ‘caldeo’ en la actualidad es una referencia a los católicos que habitan la Mesopotamia iraquí.

Podemos jugar ahora un poco con las palabras ampliando sentidos, centrándonos en el significado de la acción y resultado del verbo ‘caldear’: el de estar en estado de calor o de exaltar, enardecer, apasionar. Nos aproximamos a una terminología alquímica donde caldero u horno (Athanor) designa el lugar donde se realizan las acciones u operaciones minerales, metálicas y espagíricas que el adepto debe realizar. Y, ¿qué otra cosa es ese caldero sino el alma del hombre? La alquimia es un claro nexo que vincula a muchas culturas que han extraído de ese saber ritual (que siempre se mantuvo como oculto y secreto) el sentido último del lugar del hombre en el cosmos. La alquimia de los metales y minerales en la cultura caldeo-babilónica permite ver correlaciones simbólicas de la transmisión iniciática, y no sólo entre caldeos y celtas, sino entre todas las auténticas tradiciones. Ya tenemos un punto de partida para ‘apasionarnos’ e intentar penetrar en esas ciencias soteriológicas, expresión de la Ciencia Sagrada y sus manifestaciones en los distintos pueblos.

El origen del pueblo caldeo es desconocido. Ciertamente todo lo referido a los orígenes es, desde la perspectiva iniciática, abismarse en la oscuridad para intentar trazar un camino que conduzca a la luz. No especularemos, por tanto, y nos sumergiremos en la magia de su legado.

2. Los caldeos y el Imperio neobabilónico (626-539 a. C.)

Los caldeos se asentaron y afirmaron su presencia en la zona sudeste de la Mesopotamia hacia el siglo XIII a. C. Por su lengua se asume que tuvieron relación con los arameos, aunque estos últimos se establecieron más al norte y Siria. Pero en sentido estricto eran pueblos de origen nómada que en ese tiempo se impusieron a casitas y acadios. Nuestro estudio no pretende hacer una descripción de rigor histórico-geográfico y, por tanto, no nos extenderemos mucho en estas cuestiones y remitimos al lector a los especialistas de referencia en la materia; aunque para el punto de vista tradicional también recomendamos el artículo de Marc García publicado en este mismo número de la revista. Nuestro propósito, como ya se ha anunciado, es ver algunas de las más relevantes interrelaciones simbólicas que los caldeos vehicularon y contribuyeron a desarrollar durante el imperio neobabilónico. Haremos hincapié en las similitudes y analogías con el pueblo celta que, aunque habitó en una zona geográfica distinta, también tuvo influencia sobre el imperio con el que cohabitó: la Roma de Julio Cesar.

Estas tribus que a lo largo del primer milenio a. C. se van imponiendo a acadios y casitas, acabarán uniéndose a los babilonios, ayudando a conformar el imperio caldeo-babilónico, o más conocido como neobabilónico. Estos reyes habitarán, alternativamente, en cada una de las cuatro ciudades más destacadas de sus dominios hasta la recuperación de la ciudad de Babilonia como centro imperial y espiritual. Reyes que realizaron numerosas hazañas, muchas de las cuales fueron detalladas en tablillas de escritura cuneiforme de arcilla secada al sol. De ellas se han extraído muchos de los conocimientos que los especialistas arqueólogos, historiadores y filólogos han aportado al acervo de las fuentes historiográficas.



Mapa esquemático aproximado de las áreas geográficas del imperio
asirio-babilónico y neobabilónico en el Oriente Medio.

El barro o arcilla es la materia prima más abundante en los terrenos de aluvión donde se asentaron los pueblos mesopotámicos. Con arcilla –producto de la sedimentación fluvial (la acción del agua)– se elaboraron no sólo las tablillas con escritura cuneiforme, sino otros muchos de los objetos de uso doméstico y de artesanía. Asimismo, los ladrillos de las construcciones domésticas. Si ahora tenemos en cuenta que es la acción del calor (el fuego) la que acaba coagulando el objeto, ya bien sea por la acción del sol (celeste) o por la de la cocción en el horno (el artesano), podemos empezar a entender las relaciones alquímicas que comprenden la obra en el ámbito de la Historia Sagrada, es decir en el alma de los pueblos. También es una expresión del proceso de coagulación del tiempo cósmico: al acercarse a esta fase final del Manvántara, la solidificación va expresando ese proceso. En un plano más abstracto puede ser expresado mediante la geometría, o la acción que imprime el Principio sobre la materia prima: la cuadratura como símbolo de solidez y, al mismo tiempo, de la orientación terrestre, la base de la acción del centro sobre el círculo generando una figura que expresa la cosmología en el ámbito de la manifestación terrestre.

Con anterioridad al protagonismo caldeo, Babilonia cayó bajo la dominación asiria (911-616 a. C.). Durante estos tres siglos, el gobierno del Imperio correspondió a este pueblo del norte que también usaba el idioma acadio. Con la muerte de Asurbanipal (627 a. C.) el dominio asirio se debilitó y entró en una espiral de guerras civiles brutales. Los caldeos mostraron belicosidad y presentaron una fuerte resistencia al reino asirio. Así, con el reinado de Nabopolasar y en alianza con medos, persas, escitas y cimerios, conquista la ciudad de Nínive en el 612 a. C.; de modo que, cuando Babilonia consiguió restablecer su independencia del imperio neoasirio, aquélla se hallaba bajo una dinastía caldea. A modo descriptivo, detallamos la serie de reyes caldeos que mantuvieron la primacía de Babilonia en la zona durante poco menos de un siglo: Nabopolasar (626-605 a. C.), Nabucodonosor II (605-562 a. C.), Evilmerodac (562-560 a. C.), Neriglisar (560-556 a. C.), Labashi-Marduk (556 a. C.), Nabonido (556 -539 a. C.), Belsasar (hijo de Nabonido, asumía el mando cuando su padre estaba ausente, 539 a. C.). Durante este periodo caldeo, Babilonia alcanzó su máximo apogeo bajo el reinado de Nabucodonosor II, que en el año 598 a. C. llegó a conquistar Jerusalén como medida defensiva ante la alianza de Judá con Egipto. En 587 a. C. es destruido el templo de Jerusalén y se deporta al pueblo judío a Babilonia. No obstante, ese dominio decae en muy poco tiempo, pues en el año 539 a. C. la ciudad de Babilonia se convertirá en provincia del imperio persa, de la mano del rey Ciro II. Son éstos, tiempos de un auge impulsado por un pueblo que tras la llegada de los persas caerá en el olvido. No obstante, su aportación habrá sido tan importante como para que el mundo grecorromano usara su nombre al referirse a todo el elenco de astrónomos y matemáticos del imperio babilónico.

La sede del imperio se trasladó a la ciudad de Babilonia y se abrió un período que, aunque breve, fue testigo de una mejora agrícola y comercial, con un florecimiento de las artes y las ciencias. Un nuevo renacer que recogiendo la semilla de Sumer en los siglos precedentes rebrota con fuerza y expande el conocimiento en general. Éste es el gran aporte del pueblo caldeo.

La recuperación de la independencia de Babilonia respecto de los asirios supuso una toma de conciencia de la antigüedad de su reino: se revivió la cultura sumerio-acadia y, aunque el arameo se había convertido en la lengua de uso cotidiano, se quiso mantener el acadio como lengua vehicular de la administración y la cultura; intentando incluso recuperar aspectos de la escritura cuneiforme más arcaica. Una mirada vuelta a la gloria de un tiempo que quiso reverenciar también el arte y la arquitectura de los tiempos de Sargón I.6 Nabucodonosor II no regateó esfuerzos durante su reinado en reconstruir el templo de Sippar en la época del emperador Naram-Sin (el varón fuerte, dios de Acad, rey de las cuatro partes del mundo).

3. La morada cósmica: el hemisferio celeste y lo terrestre

Ahora nos centraremos en ciertos relatos míticos cosmogónicos y de transmisión del saber sacerdotal, fundamentalmente en todo aquello que tiene que ver con la astronomía-astrología y su alcance metafísico. Aquí la geometría cumple un papel esencial como soporte simbólico de estos saberes que no dejaremos de tener en cuenta. Todo ello visto como las aportaciones por las que serán recordados los caldeos en el mundo grecorromano posterior, como ya se ha dicho.

Magos astrónomos, pero también temidos hechiceros, sostuvieron, una vez más, la mediación con la deidad; ya bien fuera bajo una mirada celeste (deidades superiores) o ctónica (dioses del inframundo). Pues ambos aspectos deben ser conocidos por la sabiduría sacerdotal, que es el ámbito de la iniciación en los misterios. Sin descenso a los infiernos no es posible unir lo disperso y realizar la unidad del saber.

Nos encontramos en un punto de inflexión en el Kali Yuga, en sincronicidad con el pueblo celta en otra área geográfica, pero bajo el mismo hemisferio. Desde el mismo inicio del Kali Yuga o Edad Sombría, los hombres ya no son sin la guerra externa, contrapunto del olvido del sentido de la guerra interna en el alma, la que debe prevalecer en la búsqueda de la identidad con el Espíritu. Así, cuando los dioses quisieron hacer de hombres, no sólo tuvieron mucho trabajo, sino también tuvieron que guerrear. Por eso el impulso de los magos caldeos durante ese período ejerció una influencia y una transmisión al permanente gesto de unir el cielo con la tierra, en un esfuerzo por recordar el origen. Creemos que constituye un impulso que asimismo también se halla relacionado con otros acontecimientos; entre ellos el advenimiento de una nueva revelación, la Abrahámica, clave en el desarrollo histórico de los posteriores siglos en occidente.

La Biblia se refiere mucho a esta cultura con la cual tiene numerosos puntos de referencia ya que los hebreos fueron cautivos y esclavos de este pueblo del cual tomaron numerosos elementos, tal como lo hicieran con los egipcios. Por otra parte, unos y otros eran parientes y descendían de Sem según la Biblia. Recordemos sólo al pasar, que nada menos que el padre Abraham, era de Ur, de Caldea.7

Los caldeos, herederos culturales de los pueblos sumerios que los precedieron, introducen la idea de un cosmos con forma hemiesférica, concepción ésta que será continuada por muchas de las diferentes culturas que habitarán la tierra en los sucesivos siglos. Introdujeron en la geometría celeste lo que hoy conocemos como zodíaco, gracias a su detallada observación de la circularidad y regularidad de los fenómenos celestes. La medición angular por medio de la división en 360 grados de la circunferencia nos permitirá hacer alguna consideración acerca de los números cíclicos un poco más adelante. En aritmética, en lugar del sistema egipcio (fracciones con numerador 1), los caldeos propusieron las fracciones sexagesimales que todavía usamos hoy en día. Asimismo, los fundamentos de sus observaciones astronómicas todavía guardan algún secreto por desvelar en el Museo Británico; anotaciones aún valiosas para la explicación del movimiento lunar, según cuenta Epping,8 un estudioso jesuita del siglo XIX.

Los astrónomos caldeos, que pertenecían al orden sacerdotal, no transmitieron su saber surgido de la nada; ya hacía unos cuantos milenios que sus homólogos sumerios habían construido mapas celestes, hecho divisiones del cielo en constelaciones, catálogos estelares y registro de los movimientos de los astros llamados planetas. También confeccionaron calendarios y pudieron predecir eclipses de luna. Lo sabemos por las tablillas de barro cocido, algunas de las cuales encierran todavía significados ocultos, aún por descifrar. Muchas de ellas, hoy en día, yacen en el Museo Británico de Londres.



Misterioso mapa, denominado imago mundi descubierto por F. E. Peiser en 1899 en un yacimiento de Sippar, en la orilla oriental del Éufrates, al que posteriormente se le añadió otro fragmento, perteneciente a la misma pieza, descubierto en 1995 por I. Finkel, ambos datados al siglo V a. C. El hallazgo consiste en una tablilla de arcilla en la que se han grabado una serie de formas geométricas compuestas por varios círculos de mayor y menor tamaño, un rectángulo y triángulos, situados en los bordes, con pequeñas inscripciones en cuneiforme y dibujos en su interior, todo ello acompañado de un texto explicativo, también realizado en escritura cuneiforme.

Para comprender no solamente a los magos-astrónomos sino al conjunto de los distintos pueblos mesopotámicos y su vida cotidiana, y más ampliamente cualquier sociedad tradicional, hay que tener presente lo que Mircea Eliade denomina “homología total entre el cielo y el mundo”. En sus propias palabras:

Esto significa, por una parte, que todo lo existente en la tierra se da también de una cierta manera en el cielo y, por otra parte, que a cada cosa existente en la tierra le corresponde exactamente una cosa idéntica en el cielo, sobre el modelo ideal de la cual fue realizada la primera.9

Hay, pues, una preeminencia del Cielo sobre la Tierra.

“El Cielo cubre, la Tierra sostiene”; ésta es la fórmula tradicional que determina, con extrema concisión, los papeles de esos dos principios complementarios y que define simbólicamente sus situaciones, respectivamente superior e inferior, con relación a los “diez mil seres”, es decir, al conjunto de la manifestación universal.10

En la teogonía sumeria, de la diosa del océano primordial Namnu, nace An, divinidad del cielo y paredro de la diosa de la Tierra, o diosa madre, Ki. Ambos engendran a Enlil y Enki. Enlil, señor del aire y la atmósfera reside en la Gran Montaña que separa el cielo de la tierra; Enki es el señor del Apsu, vinculado a las aguas subterráneas, las aguas dulces y el fundamento abismal de la tierra y los cielos.


1– Cielo superior: lugar de residencia de Anu, dios del Cielo.
2– Cielo intermedio: lugar de residencia de los dioses celestes, los Igigi.
3– Cielo inferior: lugar de residencia de las divinidades astrales.
4– Tierra de los hombres, rodeada por el Mar (8)
5– Infierno superior: lugar de residencia de los fantasmas de los difuntos.
6– Infierno intermedio: el Apsû, la gran capa de agua dulce, lugar de residencia de Ea/Enki.
7– Infierno inferior: lugar de residencia de las divinidades infernales, los Anunnaki.
8– El Mar, que rodea la Tierra de los hombres.
9– Las Montañas de los límites del mundo.
10– El océano cósmico.
Croquis tomado de Jean Bottéro y Samuel Kramer. Cuando los dioses hacían de hombres.11

Para el pueblo caldeo-babilónico, la Tierra se hallaba en el centro de un gran mar, flotando entre las aguas que la rodeaban; más allá de las inmensas llanuras salpicadas de montañas, en su parte central, se elevaba una enorme montaña. Ese inmenso mar que rodeaba el mundo habitable era llamado ‘aguas de la muerte’, y sólo los dioses podían otorgar el permiso para aventurarse en él, así lo relata la epopeya de Gilgamesh. Este mar era rodeado, a su vez, por una muralla alta e impenetrable construida por el dios Marduk,12 y sustentaba una bóveda semiesférica: el cielo. La muralla estaba construida de un metal duro y pulido que reflejaba la luz del sol durante el día. Durante la noche esa bóveda se tornaba paulatinamente azul oscuro, como un telón para la cíclica representación de la deidad identificada con las luminarias fijas y móviles de ese majestuoso escenario: la noche estrellada. La mitad de esa muralla circular era sólida y la otra mitad hueca, con dos aberturas opuestas a este y oeste: las puertas por las que el carro del dios solar Shamash entraba y salía conduciendo una carroza tirada por onagros. El disco solar visible era una de las ruedas del carro, el cual iba menguando su velocidad a medida que se acercaba a la puerta oeste.13 Una vez traspasada la puerta, ésta se cerraba y daba paso a la oscuridad de la noche. Ahora Shamash conducía el carro a través de una inmensa caverna, de la que salía por la puerta este, dando lugar a un nuevo amanecer.

Shamash es un nombre acadio para el dios Sol y dios de la Justicia en Babilonia y Asiria. Es Utu para los sumerios y su santuario estaba en la ciudad de Larsa y estuvo anteriormente en Sippar. Este dios era conocido por los hebreos que lo llamaron Shemesh. Sin duda relacionado con la luna, Sin, aunque su esposa era Sherida y la representaban con un disco solar de ocho vértices (Aya para los babilonios). Su símbolo también fue la balanza.
Hay referencias a Shamash en la epopeya de Gilgamesh donde se dice que hacían cada mañana una libación en la dirección del sol naciente para tener un buen viaje. Como era un dios de la Justicia disipaba la oscuridad y la injusticia con su luz.
Se piensa que el Código de Hammurabi fue inspirado en él y de acuerdo a las justas leyes de Shamash. Junto con Nannar-Sin e Ishtar comporta otra tríada análoga a Anu, Enlil y Ea. Los poderes de Shamash, Sin e Ishtar representan grandes fuerzas de la naturaleza: el sol, la luna y el amor (el aliento de la vida).14



El rey babilonio Nabu-apla-iddina adorando al dios solar Shamash que está en el trono de su santuario sobre el océano celeste acompañado de pequeños símbolos del dios de la luna, el sol e Ishtar (Venus). Ante el templo, el sol desciende ayudado por los dioses. Sippar, Irak, c. 870 d. C. Museo Británico, Londres.

En el universo mágico-mitológico del que participa el pueblo caldeo también podemos hallar el simbolismo universal de la montaña y de las aguas primordiales, ambos muy vinculados entre sí, como iremos viendo. Los símbolos del centro y del eje del mundo son utilizados universalmente en todas las tradiciones y en todo el planeta a lo largo de la historia. En este marco el Zigurat simboliza la montaña cósmica, el eje del mundo, lo que Eliade denomina imago mundi. Así, “… el camino del paraíso, el que conduce al reino de los muertos (entre los egipcios y los caldeos) o a la morada del dios, todos ellos se asemejan: es el mismo camino hacia la montaña, la misma ascensión, que en la mayoría de los casos se lleva a cabo simbólicamente al subir los diversos pisos de un Zigurat”15. Un camino que se traza mirando al cielo, un espacio consagrado que era lo único verdaderamente real; en él se concentraba todo el universo para los oficiantes.

Un texto babilonio traducido por Meissner precisa que “la estrella Parcela de campo es Babilonia”. Esta estrella estaba situada en la constelación del Carnero (Aries), que, como se sabe, “guía” o “domina” el Zodíaco, justamente como Babilonia, centro del cosmos, “guía” del mundo. Burkitt ha mostrado que cuando Persia suplantó políticamente a Babilonia fue colocada en la constelación del Carnero. De esta manera quedó investida de todas las virtudes imperiales: “consagrada”.16

Una muestra de que el conocimiento iniciático es transmitido sin atender a ésta o aquella cualidad particular de una cultura, sino que la trasciende; pues se trata de algo de un orden distinto, más allá de un estado concreto de la manifestación encarnado bajo múltiples formas, de modo análogo a las cuentas del collar cósmico y la concatenación de los mundos. La esencia permanece, y porque permanece es que se transmite. Se produce lo que podríamos denominar una hierogamia sagrada. Así más adelante el mismo Eliade añade:

Tenemos buenas razones para pensar que esta misma cosmología ha influido sobre los profetas judíos y sobre el autor del Apocalipsis. El concepto fundamental de la misma es la existencia de un centro –imperial en la tierra, polar en el cielo– rodeado de cuatro puntos cardinales o de cuatro fases cardinales de la revolución cósmica.17

Hay pues una ritualidad implícita, empapada de magia en todo el desarrollo de la vida cotidiana de estos pueblos. Una visión mágica que constituirá un aspecto fundamental para comprender tanto la astrología como la alquimia y su papel en el destino de los hombres para una geografía (tierra-espacio) y un tiempo (expresado por el movimiento celeste). Esto es, la noción de destino a través de las influencias y correspondencias entre lo celeste y lo terrestre. Así la alquimia vehiculará las influencias celestes en las substancias coaguladas en lo terrestre. De este modo, si cada planeta se halla gobernado por un dios de la región celeste, al mismo tiempo, por la ley de la homología, cada metal es el reflejo terrestre de esa misma energía celeste:

Enlil, que reinaba sobre el primer mes del calendario anual –y cuya influencia se ejercía, por tanto, también durante un tiempo determinado que le estaba consagrado–, estaba representado por el oro en la jerarquía de los metales. Al mismo tiempo que sustituyó a Enlil, Shamash se convirtió también en señor del más noble y precioso metal, el oro. Un texto neobabilónico precisa de la siguiente manera las relaciones existentes entre los dioses y los metales: Enlil el oro, An la plata, Ea el bronce, Ninidni la piedra. Estas relaciones mágicas entre planetas, dioses y metales –que daban lugar a correspondencias entre los colores, la fecha de nacimiento, el destino, etcétera– todavía pervivían en las creencias populares medievales.18

La transmisión se produce, pero no sin extravíos que la irán desvirtuando paulatinamente a medida que se va perdiendo el significado de su origen mágico-ritual. Por eso el rito es fundamental: su objeto no es otro que la conservación de las leyes sagradas que vinculan el poder efectivo de esos objetos terrestres. El rito pone al símbolo en movimiento a través del oficiante. Una vez perdido el significado mágico del ritual, que se halla vinculado a un cosmos vivo, emerge el carácter de fetiche del objeto; ahora ya sólo es un objeto vinculado a lo intraterrestre pero desvinculado de lo celeste, en una clara pérdida de correspondencia entre lo de arriba y lo de abajo, imposibilitando con ello la efectiva realización de la máxima hermética, “Es verdad, sin mentira, cierto y lo más verdadero: lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para que se obren los milagros de una sola cosa”19.

Siglos más tarde, durante el Renacimiento, asistiremos a las últimas verdaderas prácticas astrológicas, vinculadas a reyes y nobles. Poco después, con el advenimiento de la moderna astronomía, dedicada ya sólo a dar una explicación puramente profana del movimiento de los cielos, la denominada actualmente ‘astrología’ decae, hasta acabar siendo la imagen desvirtuada que muestran la mayoría de los actuales horóscopos que se pueden leer en las revistas modernas y lo que se puede ver en las grotescas imágenes que transmite la televisión de hoy día.

4. La alquimia mineral: magia y metalurgia

Si “como arriba es abajo”, ahora, para una descripción completa de la imago mundi que vivieron y conocieron los caldeos, se hace preciso hablar de los minerales y de la metalurgia en el imperio neobabilónico, ámbito alquímico por excelencia y reservado a conocimientos secretos cuya transmisión oral era fundamentalmente de padres a hijos. Las operaciones en el ‘caldero’ estaban sometidas a auténticos peligros derivados de las energías que se ponían en juego, como vamos a ir viendo.

Pero antes hemos de hablar de una piedra que simboliza por excelencia el nexo entre cielo y tierra en la cosmología y alquimia mesopotámicas: el lapislázuli, una piedra azul que contiene toda la magia que desprende el cielo estrellado cuando éste se abre a los ojos del observador desde lo alto del Zigurat. Esta piedra semipreciosa adquiere la potestad de todas las fuerzas mágicas dirigidas por el mismísimo señor de la noche, la magia lunar. En la tríada semítica Shamash, Nanna-Sin e Ishtar, Nanna-Sin representa esta fuerza germinal lunar en la que sus ritmos fertilizan la vida cósmica que, asociada al agua, es fuente de toda inspiración y asimismo de todo extravío. El rey constructor de la torre de Babel recibe el agua de la vida en una copa, que es, asimismo, la copa de la inspiración:

“Entonces abrí la boca y he aquí que me topé con una copa llena, que parecía rebosar de agua, pero su color era parecido al fuego”. Estamos exactamente ante la copa de la inspiración del bajorrelieve babilonio y de la bebida que le confiere al hombre el don de la construcción cosmológica o de profecía, propiedades sagradas por excelencia.20

Esta copa, mencionada a propósito de Nabucodonosor II, nos sitúa frente a un simbolismo de largo alcance, tanto por su vinculación con caldeos y celtas como en relación con otras tradiciones. No nos podemos extender como quisiéramos. Creemos que la cuestión merece un análisis más profundo y nos proponemos realizarlo en una segunda parte. No obstante, se hace imprescindible apuntar al simbolismo del Grial y la saga de leyendas artúricas que la Tradición Celta transmitió al cristianismo en la Europa occidental. Estas leyendas se incorporarán al cristianismo y se desarrollarán durante todo el medioevo. El Rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda son doce, como los discípulos de Cristo y como las constelaciones en que los astrólogos caldeos subdividen el círculo celeste, entre otras muchas asociaciones que este número conlleva en las relaciones entre el cielo y la tierra. Números celestes y números terrestres.

Continuando con las correspondencias astrológico-alquímicas, los metales y las piedras preciosas están cargados de energías y virtudes mágicas, tanto benéficas como maléficas. Energías que deben ser manejadas con tiento y equilibro por los oficiantes. Por eso la metalurgia debe desempeñarse como arte y de modo ritual, no como industria. En el caso de los metales de origen meteórico su manejo venía señalado desde una atribución o influjo celeste, pero en el caso de aquellos metales extraídos del interior de la tierra la operación requería una inspiración enviada al hombre, pues de lo contrario se abría a las influencias de tipo maléfico-infernal. Por eso Ea-Enki21 era la deidad tutelar a la que se encomendaban aquellos metalúrgicos artesanos que arrancaban de la matriz terrestre esos minerales metálicos de un modo un tanto prematuro. Eran rituales secretos para el manejo de estas peligrosas y misteriosas fuerzas; transmitidos de padres a hijos y siempre bajo el aura de la hechicería, pues debían enfrentarse a los genios subterráneos y guardianes de minas y tesoros a los que Ea-Enki gobernaba.

La mina se tenía siempre por una matriz viviente, en la que los minerales eran engendrados y crecían como en unas entrañas.22

La metalurgia era, por consiguiente, un arte sagrado ejercido por rituales secretos de transmisión oral y reservados a iniciaciones en los misterios. René Guénon nos lo explica con claridad meridiana:

Conviene recordar que, desde el punto de vista tradicional, los metales y la metalurgia se hallan en relación directa con el “fuego subterráneo” cuya idea se asocia en muchos aspectos con la del “mundo infernal”. Por supuesto que si las influencias metálicas son tomadas por el lado “benéfico”, mediante una utilización genuinamente “ritual”, en el más completo sentido de la palabra, efectivamente habrán de ser susceptibles de “transmutación” y de “sublimación”, pudiendo entonces convertirse en un “soporte” espiritual tanto mejor cuanto que aquello que se encuentra en el nivel más bajo corresponde, por analogía inversa, con lo que permanece en el más elevado.23

Pasemos, ahora, del fuego al agua.

5. La creación del hombre, sus ciudades y los dioses salidos de las aguas

De la montaña que emerge de las aguas, arranca toda creación.

Las aguas del diluvio (retorno del caos, el océano primordial, Apsu) no fueron capaces de engullir la cima del mundo, el centro estático, a partir del cual se llevó a cabo la segunda creación.24

Para la mitología mesopotámica tanto la morada celeste como la terrestre es un ‘cosmos viviente’. Y en este cosmos la creación del hombre conlleva el sacrificio del dios. Así Marduk acude a la tierra (barro, arcilla, etc.) pero también a su propia sangre:

Coagularé mi sangre y de ella haré los huesos.
Pondré al hombre de pie, y será en verdad el hombre…
Formaré al hombre, al habitante de la tierra…

King, que ha traducido y publicado este texto, lo equipara a la tradición caldea de la creación, tal como nos ha sido transmitida en griego por Beroso (s. III a. C.) en su inapreciable cosmología babilónica.

Así, pues, viendo que la tierra era desierta, pero fértil, Bel ordenó a uno de los dioses que le cortase la cabeza y que mezclase la sangre salida de la herida con la tierra, a fin de que los hombres y los animales fuesen en adelante capaces de resistir el aire.25

Así el hombre, en su reconocimiento del gesto divino de la creación, volverá una y otra vez a recrearlo acudiendo al sacrificio y las ofrendas. Un gesto universal que encontraremos en toda cultura verdaderamente tradicional. El rito de la sangre tendrá un protagonismo verdaderamente esencial en el cristianismo que emergerá de la tradición hebrea, cuya diáspora es coetánea en espacio y tiempo con los desarrollos caldeos del imperio neobabilónico.

En la mitología mesopotámica también se habla de una inundación global o diluvio que acabó arrasando a toda la humanidad, debido al enfurecimiento de los dioses. Hay dos versiones de este acontecimiento acerca de la inundación global que, escritas en caracteres cuneiformes, se conservan parcialmente en fragmentos.26 Ambas contienen referencias explícitas a la existencia de cinco ciudades antediluvianas que fueron tragadas por las aguas:

Después de que la noble corona y el trono de la realeza fueran descendidos desde el cielo, perfeccionó los ritos y las elevadas leyes divinas […] fundó las cinco ciudades [...] en lugares puros, dijo sus nombres, las asignó como centros de culto. La primera de esas ciudades, Eridu […], la segunda Badtibira […], la tercera Larak […], la cuarta Sippar […], la quinta Shuruppak […].27

Así, pues, Eridu fue la primera ciudad:

No había crecido una caña
no había sido creado un árbol
no había sido hecha una casa
no había sido hecha una ciudad
y las tierras eran mar
cuando Eridu fue creada.28

Eridu cumple el papel simbólico de la ciudad terrestre, imagen de la celeste; y su templo la función de culto a la deidad. Dioses y hombres cumpliendo con el destino signado por los astros en una morada cósmica. Así, mucho después de que Sumer dejara de existir, la tradición cumplió su función transmisora y la mitología y el culto a las deidades fueron repetidas por las culturas de Akad, Asiria y caldeo-babilónicas, que alcanzaron una preeminencia en tiempos posteriores. En aquellos tiempos arcaicos, muy anteriores a la llegada del pueblo caldeo, Eridu se hallaba muy probablemente ubicada muy próxima o unida al estuario del golfo pérsico. La sedimentación de ambos ríos y el paso del tiempo la fueron alejando de la línea marítima en la que probablemente se hallaba. Las excavaciones que nos han permitido descubrirla de nuevo la dejan ubicada en el interior y alejada del golfo pérsico.

Creado el hombre, la mitología sumeria cuenta que de las aguas marítimas emergieron siete Apkallu, que tutelaron y aconsejaron a siete reyes antediluvianos conocidos por su sabiduría en cuestiones de Estado y con grandes habilidades como arquitectos y constructores, según cuenta el sacerdote babilonio Beroso.29 Esos seres también aparecen mencionados como ‘conjuradores’, ‘hechiceros’, ‘brujos’ y ‘magos’ en textos cuneiformes.30 Pero también eran portadores de habilidades mágicas como maestros en química, medicina, carpintería, cantería, metalurgia y orfebrería. Se cuenta que fueron los que pusieron los cimientos de las ciudades; muchos conocimientos les fueron atribuidos a estos siete seres antediluvianos en todos los oficios. Los astrónomos caldeos atribuyeron sus conocimientos acerca de los astros a la revelación de Uanna (Oannes), el primero de estos seres sobrenaturales salidos del mar, enviados por Ea-Enki, pues vivían en el Apsu.

¿Quiénes eran estos Apkallu que emergieron de las aguas para aconsejar a los reyes? Beroso los describe como seres repulsivos que tenían la forma de un hombre con cola de pez (ser anfibio, tritón). En concreto, Uanna (Oannes), fue la primera de las siete deidades que emergió, antes de cuya aparición los hombres “vivían sin leyes, como bestias en el campo”, según cuenta Beroso. Uanna es descrito como un ser con el cuerpo de pez al que tenía unida una cabeza humana y también con voz humana. Al final del día, este monstruo regresaba al mar y allí pasaba la noche. Posteriormente monstruos similares fueron apareciendo, con diversas atribuciones, cumpliendo un papel transmisor del conocimiento civilizador a los hombres: Uanna, “quien terminó los planes para el cielo y la tierra”; Uannedugga “que estaba dotado de una inteligencia global”; Enmedugga “que se le asignó un buen destino”; Enmegalamma “que nació en una casa”; Enmebulugga “que creció en los pastos”; An-Enlilda “el mago de la ciudad de Eridu”; y por último llegó Utuabzu “que ascendió al cielo”.



Uanna, (Oannes).

Estos seres anfibios surgidos de las aguas aparecen muy a menudo sujetando en una mano un cubo y en la otra un cono. Al parecer el cubo contiene ‘agua bendita’ y el cono, llamado mullilu, significa purificador. Hay también escenas en que aparecen con reyes junto a un árbol estilizado, que bien pudiera tener el significado de ‘árbol sagrado’ o ‘árbol de la vida’ y pueden simbolizar tanto el orden del cosmos como el orden terrenal sustentado por el rey. En cualquier caso, son imágenes que se vinculan a ritos protectores, mágicos, de bendición, de unción.

Creados por Ea-Enki, señor del Apsu, estos seres acuáticos con forma de pez se relacionan claramente con los secretos de las profundidades. Con unos ojos que nunca se cierran se ejemplifica la vigilancia perpetua, una omnisciente sagacidad. Gracias a estos seres la civilización entró en una fase excepcional de esplendor y abundancia.


Los Apkallu, cuenca tallada en un bloque sólido de basalto proveniente de la explanada
del Templo de Assur. Actualmente en el Vorderasiatisches Museum de Berlín.

El término Uanna (Oannes) deriva del cuneiforme Uannadapa, a menudo abreviado como Adapa o U-Anna; siendo Adapa un título que significa ‘sabio’. Y los sabios se describen a menudo en la literatura mesopotámica como peces; eso explica que se encontraran espinas de carpa asociadas con la primera capilla de Eridu en las excavaciones. Adapa también es el nombre que dio el pueblo casita al primero de los siete Sabios-reyes mesopotámicos tras el diluvio que narra la epopeya de Gilgamesh. Fue este rey mesopotámico una figura mítica que, sin saberlo, se negó a recibir el don de la inmortalidad. Esta historia que es comúnmente conocida como Adapa y el Viento del Sur31 fue encontrada en tablillas fragmentarias de Tell el-Amarna, así como en la biblioteca de Asurbanipal, en la Asiria del siglo VII a. C. Adapa, de acuerdo con las revelaciones de Uanna, introdujo la práctica de los ritos como sacerdote del templo del Apsu en Eridu.

6. El diluvio. Muerte y resurrección. La semilla de la humanidad

Hemos visto cómo estas cosmogonías de origen arcaico hacen emerger la civilización de las aguas. Son narraciones míticas que también hablan de aniquilación, de catástrofe provocada por la ira de los dioses. La existencia de un cataclismo por el agua se halla presente tanto en la mitología mesopotámica como en la narración bíblica de la tradición hebrea. En el mundo griego, por otra parte, Platón narrará la existencia de la Atlántida y su posterior destrucción por las aguas. ¿Son todas ellas simbólicas relacionadas con el tránsito de un ciclo cósmico32 a otro o entre los subciclos en el seno de uno mayor? ¿Reflejan la voluntad que tiene al hombre como mediador y portador de la semilla de inmortalidad? Puesto que,

… según René Guénon hay una ciencia de los ciclos. Los ciclos deben ser asociados a los ritmos y hay una ciencia de los ciclos y los ritmos ya que los ciclos se encadenan conformando ritmos que análogamente a lo que sucede en el hombre, alientan la vida universal, incluso la historia de los seres humanos, repitiéndose, aunque no exactamente.33

Aventuraremos nuestro pensamiento más allá de toda evidencia, cogiendo al símbolo como vehículo y tomando las diferentes narraciones relativas al diluvio, intentando extraer la simbólica de las mismas. Son relatos de diferente antigüedad y narran hechos que no tienen porqué coincidir exactamente, pero lo que nos interesa es la analogía de lo que expresan, como símbolo de acontecimientos significativos en los que el agua ha sido elemento purificador y renovador. El más antiguo es el poema de Zisudra, al cual nos referiremos tomando lo que se cuenta en las tablillas34 de la Universidad de Pensilvania y la colección Schøyen (ya mencionadas con anterioridad), y al testimonio del sacerdote caldeo Beroso a través de citas que se le atribuyen. En esta narración, así como en las citadas anteriormente hay un un elemento en común: el agua como disolvente y purificador de un estado de degradación que ya no tiene continuidad y exige una muerte para una posterior resurrección. Veamos qué ideas podemos tejer teniendo presente la ciclología, que sucintamente define muy bien el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos como “Ciencia de los ciclos y los ritmos cósmicos, [que] estudia las huellas que ha dejado en su Obra un Creador ausente, pero presente en ella, por sus rastros que lo identifican”35.

En las tablillas de escritura cuneiforme se habla de las cinco ciudades mesopotámicas antediluvianas y se dice que la humanidad, con el paso del tiempo, se ha comportado de un modo tal que desagrada a los dioses. Éstos, en reunión, deciden castigar con una inundación que destruya la tierra. Se cita a un hombre llamado Zisudra, un rey piadoso y temeroso de los dioses; y de un dios que siente piedad por él. Zisudra, según se dice, era sacerdote del dios Enki, quien le advierte de la catástrofe que está por venir. Las tablillas narran una historia llena de lagunas entre las cuales se habla de la fiereza del huracán y la inundación que arrasa con las ciudades, también acerca de un barco en que Zisudra navega para salvaguardar la semilla de la humanidad y que, al final del cataclismo, ofrece en sacrificio un buey y una oveja a los dioses. Después de más lagunas, encontramos a Zisudra en presencia de los grandes dioses del panteón sumerio, Anu y Enlil, que se han arrepentido de su decisión de borrar por completo a la humanidad de la faz de la tierra. Agradecerán al sacerdote haciéndolo inmortal.36 Beroso, quien llama a este sacerdote Xisouthros, nos da más información: es el dios Enki quien le revela en un sueño la destrucción de la humanidad y le ordena el enterramiento de ciertas tablillas (la primera, la de en medio y la última) en la ciudad de Sippar, la ciudad del sol. Asimismo, le da instrucciones para la construcción del barco, en el cual él y su familia (su mujer, su hija y el timonel) junto otros pasajeros, podrán refugiarse durante el diluvio; también le indica acerca de las provisiones y las especies de animales que deberá llevar a salvo de las aguas. Una vez finalizado el diluvio, se narra la desaparición de Xisouthros y su familia tras salir de la barca. Cuando los que aún no habían abandonado el barco salieron, “una voz procedente del aire” dio instrucciones acerca del deber de honrar a los dioses y les dijo que Xisouthros y su familia habían sido llevados a vivir entre los dioses. La misma voz les advertirá del deber de acudir a la ciudad de Sippar para desenterrar las tablillas y devolverlas a la humanidad.

Hay una simbólica subyacente en éste y los otros relatos de los que tan sólo hemos hecho alusión: la semilla de la humanidad y sus avatares para germinar en un nuevo ciclo, sea cual fuera éste. En la epopeya de Gilgamesh es Utnapishti quien relata la peripecia de la inundación, comprobando que “toda la humanidad había retornado a la arcilla”; o lo que es lo mismo, había retornado a su origen. De arcilla o barro mezcladas con su sangre hizo Marduk al hombre según cuenta la cosmogonía sumeria. De barro está hecho el Adán bíblico. También son de arcilla las tablillas que Enki encarga a Xishouthros enterrar en Sippar a la espera del final de la purificación por el agua. Es la simbólica común que alude a la materia prima de la humanidad y el soplo o sacrificio de la deidad que le da la vida. De la tierra, análoga al barro, brota la semilla en busca de la luz; aquélla que queda enterrada en la oscuridad de la tierra y que, gracias al poder del agua, germina para elevar su tallo en busca de la luz. Es de destacar que el significado de Sippar sea el de ‘ciudad de la luz’. Todo ello nos llevaría mucho más lejos aún si tenemos en cuenta el simbolismo de la semilla de inmortalidad asociado al agua de vida. La alquimia como Ciencia Sagrada que muestra al iniciado en los misterios los secretos de la transmutación. Son todas estas ideas las que nos abren a nuevas correlaciones que nos proponemos abordar en una segunda parte más centrada en los aportes que los celtas hicieron en el occidente europeo. Entonces tendremos oportunidad de ver cómo estas ideas eternas se han tejido y vivificado en nuestra propia Tradición Hermética.

En la narración mesopotámica también se habla de los Apkallu, aquellos seres que habían emergido de las aguas y a los que ahora se les ordena no regresar jamás. En esta nueva recreación serán substituidos por otros sabios de ascendencia humana, aunque descritos como “dos tercios apkallu”. ¿No se vislumbra de algún modo un cambio de ciclo? ¿Y no se está describiendo implícitamente, cuando se habla de “dos tercios apkallu”, una cierta pérdida o degradación respecto del anterior ciclo? La semilla volvió a germinar y, con el paso del tiempo, reyes posteriores harán mención de su relación con el mundo antediluviano. Por ejemplo, Nabucodonosor I de Babilonia se describirá a sí mismo como “semilla preservada desde antes del diluvio”. También encontramos esta pretendida vinculación con el ciclo anterior en Asurbanipal (siglo VII a. C.) cuando afirma “he aprendido el oficio de Adapa, el sabio, el cual es el conocimiento secreto [...] conozco bien los signos del cielo y la tierra [...] Disfruto de los escritos en las piedras de antes de la inundación”. Es de destacar que todos estos reyes, paradójicamente, fueron tremendos y sanguinarios guerreros.

Finalmente, destacar que así como el diluvio de Zisudra estaría al inicio del Kali Yuga y con él se inauguraría el último subciclo de este Manvántara, o sea, la Edad de Hierro, los diluvios de Gilgamesh, el bíblico de Noé o el que terminaría con la Atlántida narrado por Platón, parecen referirse a una misma inundación acontecida hacia la mitad de la Edad de Bronce. En cualquier caso, lo principal no son estas cronologías, sino la idea del diluvio como un elemento aniquilador, purificador y simultáneamente, regenerador.

7. La astronomía caldeo-babilónica, la medida del tiempo y los ciclos

Según cuenta Diodoro Sículo, durante mucho tiempo nadie conoció mejor que los caldeos la influencia de los fenómenos celestes y la ciencia del porvenir emanada de los cielos. Así, los cinco planetas eran los llamados intérpretes, pues la observación de su salida y ocaso proporcionaba la sabiduría a aquellos magos liberados de las pasiones terrestres. En la oscuridad de la noche, siempre asociada al misterio, las luminarias eran vistas como portadoras de influencias de tipo espiritual que, bajo una sabia observación en lo alto del Zigurat, se revelaban a los sacerdotes. Esto convirtió a los caldeos en avezados observadores que veían, medían e interpretaban. Esta capacidad de medir es introducida por el sistema duodecimal y sexagesimal (ambos emparentados), lo que permite el manejo del espacio y el tiempo. Introdujeron la división de la semana en siete días, cada uno de ellos asociado a un cuerpo celeste: Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. De modo análogo, con la determinación de la duración del año solar en 360 días (más cinco de ajuste hoy en día), quedó la división angular del círculo en 360 grados y su subdivisión en 60 minutos de arco (ꞌ), a los que hoy añadimos 60 segundos (ꞌ ꞌ). Con esta metodología pudieron observar y predecir las retrogradaciones de los planetas, calcular su salida y ocaso en el firmamento, su acercamiento o alejamiento de las constelaciones o estrellas más brillantes en franjas bien localizadas de la bóveda celeste, etc. En suma, determinar con antelación ciertos acontecimientos como conjunciones, oposiciones y otras determinaciones espaciales y temporales, trasladando esas posiciones a influjos celestes sobre la vida de los hombres y de sus pueblos. Existe una tablilla denominada Venus de Ammisaduqa, un texto cuneiforme en el que se menciona la aparición y desaparición de Venus en la bóveda celeste en la que se identifica claramente que tanto la aparición en al amanecer como al atardecer corresponden al mismo objeto. También consiguieron realizar el cálculo de su ciclo sinódico; esto es, el tiempo que transcurría para que el astro volviera a aparecer en el mismo punto del firmamento. La tablilla recoge observaciones acerca del ciclo venusiano realizadas durante un período de 21 años, determinando la duración del ciclo en 587 días.37

Volviendo al conjunto del firmamento, los caldeos dividieron la circularidad del horizonte celeste en 12 zonas diferentes, adjudicando cada región a un grupo particular de estrellas que fueron nombradas según diferentes figuras mitológicas; así el Carnero (mensajero), el Toro del cielo (toro que va adelante), los Grandes Gemelos, el Trabajador del lecho del río, el León, la Anunciadora de la lluvia, el Creado a la vida en el cielo, el Escorpión del cielo, la Cabeza de fuego alada, el Pez-cabra, la Urna y el Sedal de pesca con el pez prendido. Los griegos, un poco más tarde, continuarán con este legado dando nombre a esta rueda mitológica bajo la denominación de zodíaco, tal cual lo conocemos hoy.

Estos magos-sacerdotes también se ocuparon de los ciclos de eclipses solares y lunares, y de otros más amplios. En lengua acadia se denominaban saro y comprenden un período de 223 meses sinódicos o 18 años y 11 meses. El término saro es una palabra sumeria/acadia (šár), que se correspondía con antiguas unidades de medida. Por lo que se refiere a la atribución del descubrimiento de este ciclo, Eusebio de Cesarea,38 en su libro Crónica menciona la palabra griega saros (σάρος) y cita al astrónomo y sacerdote caldeo Beroso como el descubridor.

El sistema hexadecimal (o sexagesimal) no sólo fue aplicado a la observación astronómica, también formó parte de la vida cotidiana en las operaciones de contar con las manos. Señalando con el pulgar las doce falanges de los otros cuatro dedos de la misma mano, se puede contar hasta 12. Y para seguir con cifras mayores, cada vez que realizaban esta operación se levantaba un dedo de la mano libre hasta completar 60 unidades (12 x 5 = 60), por lo que este número fue considerado una “cifra redonda”, convirtiéndose en una referencia habitual en transacciones y medidas. Similar suerte corrió el número 12 y algunos de sus múltiplos como 24, 180 (12 x 15, o bien 60 x 3) y 360 (12 x 30, o bien 60 x 6). Por esto, el sistema sexagesimal se emparenta en sus raíces históricas con el sistema duodecimal. Así, se dividió la circunferencia en 360 arcos iguales, como ya se ha dicho. Cada una de esas partes recibió el nombre de grado y a cada una de ellas se le asignó un dios. En el zodíaco vuelve a aparecer el doce, pues es esa la cantidad de signos y “casas” que tiene el sistema, abarcando un arco de 30 grados y un conjunto de la misma cantidad de dioses. Los ángulos eran construidos mediante regla no graduada y longitud indefinida, más un compás de abertura fija, mientras se trazaba una circunferencia. Este sistema de construcción geométrica era considerado de origen y uso divino; pues el universo había sido creado con ese método de construcción geométrica. Así, el viejo problema acerca de la cuadratura del círculo se relaciona con esta consideración; y aunque expresa más relaciones simbólicas, se vincula especialmente al problema de construir un cuadrado cuya área sea equivalente al círculo dado por métodos exclusivamente geométricos, esto es, solamente con compás y escuadra. La Tradición Hermética conservará ésta y otras consideraciones, unas vinculadas al pitagorismo y otras heredadas de Egipto y del legado greco-romano. En última instancia la cuadratura del círculo encierra el desarrollo cíclico de la manifestación entre las cosas del cielo y las de la tierra. El círculo es asociado al cielo mientras que el cuadrado está vinculado a la tierra.

8. La función sacerdotal y la magia de los números a través de los calendarios

En toda tradición, la autoridad espiritual, depositaria del saber revelado, es encarnada por la figura del Sacerdote-Rey que se prolonga en una serie de dinastías que encarnan esa función. Él es quien proporciona el impulso para el desarrollo de las ciencias soteriológicas y sirve para expandir la idea de Imperio y poderío a través del comercio y las leyes que permiten el intercambio; y también por las guerras entre dioses fundadores que, cansados de su tarea, las encomiendan a los hombres. Las culturas que habitaron la Mesopotamia en los tiempos arcaicos son un buen ejemplo de ello.

La función sacerdotal es clave en la relación con la deidad y la fundación y consagración de una ciudad y un templo. Justamente los caldeos conformaron esta casta sacerdotal, unida en sus inicios con la función del poder temporal, de ahí la existencia de aquellos reyes-sacerdotes que hemos nombrado anteriormente, aunque después, cuando se dividen ambas funciones, los caldeos siguieron detentando el poder espiritual, o sea, el sacerdotal.

El templo siempre es la plataforma de unión entre el cielo y la tierra: en Babilonia los llamados Zigurats son análogos a las pirámides egipcias y precolombinas, incluso a las estructuras megalíticas que heredaron los celtas. Toda fundación auténticamente tradicional bebe de este importantísimo simbolismo que eleva al hombre hacia la metafísica –es decir, más allá de la manifestación en su sentido más extenso– a través de la realización cosmogónica. El movimiento celeste, imagen de lo divino, coagula a través del hombre en una realización terrestre. Todos estos conocimientos que se han ido transmitiendo desde tiempos antiguos tienen una dimensión metafísica que la aritmosofía hermética (heredera de los saberes sacerdotales caldeos) vehicula a través del espacio y el tiempo, siendo estas dos dimensiones sometidas al devenir, mientras que la metafísica no está condicionada por nada, ni tan siquiera por la primera determinación de la que emanará toda la Manifestación o Ser universal.

Desde una perspectiva hermética, el número tres representa la unidad, ya sea conjugando todo par de opuestos o dando origen a los mismos, según el tipo de ternario del que estemos hablando.39 Asimismo, desde una mirada alquímica es expresión de los tres reinos de la naturaleza (mineral, vegetal y animal). Hemos visto también varias tríadas de dioses cumpliendo una función cosmogónica. El tres es, por tanto, un ternario que bajo la perspectiva de las ciencias tradicionales conlleva un simbolismo que puede ser desarrollado de acuerdo con el espacio y el tiempo. El cuadrado de 3, esto es, 32 = 9 es un número circular, pues tiene la particularidad de que todos sus múltiplos pueden reducirse finalmente a él mismo. Por tanto, está expresando la regularidad, más concretamente la regularidad del círculo o la circularidad misma. Algo que apreciaron los astrónomos caldeos en sus observaciones cuando miraban al cielo desde el Zigurat, que se expresaba geométricamente en el hemisferio celeste y permitía medir el paso del tiempo visto desde la morada terrestre. Ahora bien, el número 9 se representa en geometría con la circunferencia a la que se asignan 360 grados (3+6+0=9). Hay en ello una cuestión que expresa las leyes del cosmos a través del número y la geometría. La división zodiacal y sus desarrollos caldeos ponen al observador (el hombre en su función de Mago) en el centro de un círculo; eso supone añadir a la circunferencia el centro de modo explícito, pues el centro siempre es origen de la misma, esté o no señalado. De él emana todo el desarrollo radial y diametral (9+1=10). Es el hombre como mediador que, al tomar conciencia de sus observaciones celestes, traslada a lo terrestre la revelación divina. La base del Zigurat es geométricamente cuadrada y, por consiguiente, asociada al número 4, del mismo modo que las pirámides egipcias.

“Se dice que los tres primeros números expresan lo inmanifestado e increado y que el cuatro es el número que signa toda la creación. En efecto, al espacio se lo divide en cuatro puntos cardinales que ordenan toda la medida de la tierra (geo=tierra, metría=medida), y a todo ciclo temporal se lo divide en cuatro fases o estaciones”40, tal y como hicieron los astrónomos del pueblo caldeo. “La representación estática del cuaternario es el cuadrado y su aspecto dinámico está expresado en el símbolo universal de la cruz”41. Los pitagóricos harán del número cuatro, a través de la sagrada Tetraktys, la expresión misma del cosmos y sus misterios. Finalmente, el doce (4 x 3 = 12), el número de segmentos circulares en que divide la rueda del zodíaco se vincula también a la transmisión: 12 fueron los discípulos de Cristo y 12 los caballeros de la Tabla Redonda, entre otras asociaciones.



Fragmentos de un calendario estelar babilónico.

La observación del cielo es un arte muy antiguo; en Europa se han encontrado círculos megalíticos de antigüedad casi tan notable como la de la civilización sumeria arcaica (4000-3000 a. C., aprox.). Una función similar a la de los caldeos la cumplió la cultura celta en relación con sus antecesores en estas cuestiones. También sabemos que los antiguos egipcios utilizaron una planimetría y unas medidas muy precisas, tanto para el cielo como para la tierra. La Gran Pirámide engloba su fecha de construcción con alineamientos astronómicos a estrellas fijas. Los sumerios registraron ciclos astrales desde 2000 a. C., y más tarde los caldeos, como hemos visto, definieron el día de 24 horas y el círculo de 360 grados. Fueron caldeos y chinos quienes conocieron el ciclo de eclipses, y de otras medidas denominadas saros, al tiempo que utilizaron diversos calendarios con una precisión que sorprende, como también lo hace el calendario de Coligny en la cultura celta. Los romanos adoptaron el calendario Juliano, allá por el 45 a. C., y finalmente, nuestro calendario moderno se acabó de fijar con todas estas aportaciones y otros ajustes que cristalizaron en el calendario Gregoriano. Intentaremos desarrollar todo esto en una segunda parte.



Fragmentos del calendario de Coligny, encontrado en 1897
y que se remonta a finales del siglo II d. C.

El siglo VI a. C. es un periodo muy rico en contribuciones y transmisión de saberes revelados. Sin ánimo de establecer cómputos de tiempo precisos, nos situamos en una coyuntura con acontecimientos muy significativos de esta edad oscura que denominamos Kali Yuga. Así, en diversas zonas geográficas se producen numerosas aportaciones de renovación y resurgimiento. Además de los caldeos, que ayudan a restaurar brevemente la gloria de Babilonia, sucederá que en la Grecia arcaica es el siglo de Pitágoras, también que en el oriente surge la figura de Buda y de Zoroastro, entre otros. En la biografía de Zoroastro se dice que visitó Caldea para instruirse cuando era joven. ¿Son todas ellas aportaciones que renuevan saberes transmitidos de ideas que son eternas? A partir del siglo VI a. C. muchos de esos saberes fueron heredados por los griegos. Eratóstenes midió el tamaño de la Tierra y Eudoxo ideó una solución para comprender el complejo movimiento de la Luna. En el siglo V a. C., Metón42 ya había descrito el ciclo de 19 años del Sol y la Luna. Este ciclo expresa en el tiempo un movimiento geométrico celeste: que el Sol y la Luna regresan al mismo lugar en el cielo, en el mismo día, después de 19 años y dos horas, con exactitud. Se trata de un asombroso ciclo de repetición que puede ser comparado con los restos de antiguos círculos megalíticos como los de Avebury, el calendario de Coligny y el majestuoso círculo de Stonehenge. Diodoro, un historiador del siglo I a. C., sugirió que los celtas conocieron el ciclo de 19 años. No nos debería sorprender en tanto en cuanto estos pueblos fueron herederos de la cultura de los constructores de círculos de piedra. Un ejemplo de lo que estamos diciendo se halla en el sudoeste de Gran Bretaña; es el caso de Boscawen-un en Cornwall, formado por 19 piedras. Asimismo, las herraduras de piedra de Stonehenge se componen de 19 esbeltos megalitos, traídos desde la Montañas de Preseli del oeste de Gales, a más de 200 Km a vuelo de pájaro.

Partiendo de la astronomía y sus ciclos se nos van abriendo concordancias y similitudes entre caldeos y celtas vinculados por conocimientos antiquísimos que ambos pueblos contribuyeron a transmitir. Coetáneos en el tiempo, ambos heredaron y transmitieron saberes celestes que les fueron revelados. El origen de los celtas y los caldeos es muy desconocido; se cree que proceden de migraciones que partieron de la hiperbórea –(así lo sugiere René Guénon en algunos de sus escritos) y de ahí que se los considere depositarios directos de conocimientos procedentes de la Tradición Primordial–, los cuales se dirigieron hacia el sur en sus respectivos escenarios y su influencia acabará confluyendo, a través de las vinculaciones rizomáticas de una materia terrestre, en una Europa Medieval antesala de un nuevo Renacimiento, que expresará a través de las ciencias herméticas la posibilidad de encarnar el Conocimiento por intermedio de la Ciencia Sagrada, siempre presente, pues expresa ideas eternas.

Intentaremos abordar éstas y otras cuestiones vinculadas a la transmisión del Conocimiento en una segunda parte, más concentrada en el legado celta y que complete esta mirada simbólica a una cadena de transmisión de origen antediluviano. Los postulados de Guénon acerca de la Tradición Primordial y la doctrina de los Ciclos Cósmicos dan coherencia a nuestras pesquisas. El carácter universal de estos conocimientos se entreteje con la simbólica de todos estos pueblos, no sólo en Europa y la Mesopotamia, sino también en la América precolombina y las culturas orientales. Todo ello con el único objetivo de vivir la unidad a través de la comprensión de los ciclos y ritmos que expresan la vida del Ser Universal: la deidad, que crea y destruye en su propio seno para conocerse a sí misma, y el hombre como un vehículo para esos menesteres, pues encarna esa función.


NOTAS.
1 Apreciamos y agradecemos los trabajos de los eruditos en todos los ámbitos, pues ofrecen un panorama de encuadre y un trabajo verdaderamente valioso; pero para nosotros el vehículo es el símbolo. Sin el trabajo con el símbolo la realidad no acaba siendo sino una colección de datos mayor o menormente estructurados, sin la chispa que abre al conocimiento espiritual-intelectual. Pues éste, el conocimiento, no se obtiene sino por el trabajo interno en el alma de quien se presta a estas labores.
2 Véase René Guénon, La crisis del mundo moderno. Paidós Orientalia, Barcelona, 2001.
3 Mircea Eliade, Cosmología y Alquimia Babilónicas, Paidós Orientalia, Barcelona, 1993.
4 Ibíd, pág. 17.
5 El Corpus Hermeticum fue, además, objeto de polémica en torno a su autenticidad y antigüedad, puesto que se creía que sus textos eran mucho más antiguos que los textos bíblicos en el marco de la Prisca Teología. Para mayor detalle ver: Francis Yates, Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Fondo de Cultura Económica, México, 1983.
6 Sargón de Acadia o Sargón de Acad –en acadio Sharrum-kin, “rey legítimo”, “rey verdadero”– (c. 2270 a. C. - 2215 a. C.), ​ fue el creador del Imperio acadio. Su descendencia gobernó Mesopotamia durante el siguiente siglo y medio.
7 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Babilonia”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
8 J. Epping, Astronomisches aus Babylon, 1889. Joseph Epping (1835-1894) fundó el estudio de los textos astronómicos y matemáticos cuneiformes. Enseñó en Holanda desde 1876 y a partir de 1878 trabajó en colaboración con el jesuita alemán Johann Strassmaier (1846-1920) para descifrar una serie de materiales cuneiformes en el Museo Británico.
Fuente: Referencia tomada del artículo Ciencia antigua: astronomía caldea y griega, Charles S. Peirce (1892). Traducción castellana de Roberto Narváez, 2007.
9 Mircea Eliade, Cosmología y Alquimia Babilónicas, ibíd., pág. 24.
10 René Guénon, La Gran Tríada. Paidós Orientalia, Barcelona, 2004, pág. 33.
11 “La imagen del universo según la tradición mesopotámica (la estratificación 1-3 y 5-7 ha sido tomada de un ‘comentario’ del I milenio). Hay que señalar que no se puede olvidar el carácter esquemático y, al mismo tiempo, sistemático de este diagrama y de la imagen de las cosas que a través de él se intenta materializar: se trata de una visión ‘mitológica’…” Extraído de la entrada “Cosmogonía sumeria” en el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González Frías, op. cit.
12 “Marduk, dios babilonio primogénito de Ea, fue el soberano de los hombres y los países. Aparece mencionado en el Código de Hammurabi, ​donde el propio Hammurabi declara que Marduk es el sirviente diario del templo. En el sistema de la astronomía, Júpiter está asociado con Marduk durante el periodo de Hammurabi”. Fuente: Federico Lara Peinado, “Hammurabi de Babilonia, príncipe piadoso”. Rev. sobre Oriente Próximo y Egipto en la antigüedad, Universidad Complutense de Madrid, VIII: 127-134, 2005.
En el sistema de la astronomía, Júpiter está asociado con Marduk durante el periodo de Hammurabi.
13 Observaron que el movimiento aparente del Sol en el cielo no era uniforme; hoy sabemos que se debe a que la Tierra se mueve en una órbita elíptica alrededor del Sol, provocando que el planeta se desplace más rápido cuando está más cerca del Sol y más lento cuando está en el punto más alejado.
14 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Shamash”, ibíd.
15 Mircea Eliade, Cosmología y Alquimia Babilónicas, ibíd., pág. 33.
16 Ibíd., pág. 27.
17 Ibíd., pág. 40.
18 Ibíd., pág. 42.
19 Tabla Esmeralda. Tomado de Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista Symbolos nº 25-26, Barcelona, 2003, pág. 433.
20 Atribuido por Mircea Eliade al cuarto libro, apócrifo, de Esdras en Cosmología y Alquimia Babilónicas, ibíd., pág. 48.
21 De la tríada Anu, Enlil y Ea-Enki.
22 Mircea Eliade, Cosmología y Alquimia Babilónicas, ibíd., pág. 58.
23 René Guénon. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Paidós Orientalia, Barcelona, 1997, pág. 140.
24 Mircea Eliade, Cosmología y Alquimia Babilónicas, ibíd., pág. 34.
25 Ibíd., págs. 64-65.
26 Las tablillas del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pensilvania y las de una colección privada denominada Schøyen en Noruega. Respectivamente en internet: penn.museum
27 Tomado de una cita de Kramer en History begins at sumer y atribuido el texto a William Hallow, Journal of cuneiform studies, vol. 23, 61, 1970. Según cita Graham Hancock en Los magos de los dioses. Ed. La esfera de los libros, Alcobendas, 2016.
28 Michael Roaf, Mesopotamia y el Antiguo Oriente Medio. Ediciones Folio, Madrid, 1992, pág. 51.
29 Sacerdote babilonio-caldeo de alto rango en el templo de Marduk, vivió entre 350 a. C. y 270 a. C. Se sabe que escribió una historia (Babiloniaka) escrita en griego de la que se conservan tan sólo algunas citas en obras de otros escritores.
30 Amar Annus, On the origin of the watchers: a comparative study of the antediluvian wisdom in mesopotamian and jewish traditions. Journal of the Study of Pseudepigrapha, vol. 19., 2019, pág. 285. Citado por Graham Hancock, Los magos de los dioses, op. cit.
31 Hay una identificación simbólica de Adapa con el Adán bíblico. Véase Rafael Jiménez Zamudio, Adapa o la inmortalidad frustrada. Reflexiones sobre el poema de Adapa. Universidad Autónoma de Madrid, 2005.
32 “La Tradición Hindú llama Kalpa al ciclo de vida de un universo, al que divide en catorce manvântaras, o ciclos humanos completos de la existencia. El manvântara, está subdividido a su vez en cuatro yugas, o subciclos, que corresponden exactamente a las cuatro edades de los griegos: el Satya Yuga corresponde a la Edad de Oro; e Trêta Yuga a la de Plata; la de Bronce equivale al Dvâpara Yuga; y la de Hierro al Kali Yuga”. Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, ibíd., entrada: “Ciclos-Ciclología”, pág 165.
33 Ibíd., pág. 167.
34 S. N. Kramer, History begins at Summer, op. cit.
35 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: ”Ciclos, ciclología”, ibíd.
36 En la epopeya de Gilgamesh hay una figura con una función análoga a Zisudra como superviviente tras la inundación. Como explica Irving Finkel, conservador ayudante en el Departamento de Oriente Medio del Museo Británico: “El nombre Zisudra es muy adecuado para un héroe inmortal del diluvio, pues en sumerio significa algo parecido a El-de-la-larga-vida. El nombre del héroe del diluvio en el poema de Gilgamesh es Utnapishti, que posee un significado aproximadamente similar. De hecho, no estamos seguros de si el nombre babilonio es una traducción del sumerio o viceversa”. Irving Finkel, The ark before Noah, Hodder & Stoughton Eds., Londres, 2014., pág. 92.
37 Desde la perspectiva de la astronomía moderna el ciclo contiene un error de 3 días, atribuido al esfuerzo de los astrónomos caldeos de ajustar el ciclo a las fases de la luna.
38 Fue obispo de Cesarea, exégeta y se le conoce como el padre de la historia de la Iglesia porque sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo.
39 René Guénon, La Gran Tríada, op. cit. págs. 17-32.
40 Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit.
41 Ibíd.
42 “Metón de Atenas fue un matemático, astrónomo, geómetra, e ingeniero que vivió en Atenas en el siglo V a. C. Es más conocido por su ciclo metónico de 19 años que introdujo en 432 a. C. en el calendario Ático lunisolar como método para el cálculo de fechas. Metón encontró que 19 años solares son casi igual a 235 meses lunares y 6.940 días”. Fuente: Isaac Asimov, Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología, 1964, pág. 8.


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