SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

LOS ORÍGENES DE LA GUERRA SON SAGRADOS

CRISTINA FLÓREZ-ESTRADA



Portada del palacio de Rapara.
Comienzos del primer milenio.
Reconstrucción.

Desde el comienzo de los tiempos, la guerra ha estado siempre presente. Esto es, desde el momento en que la Unidad se polariza en el acto de conocerse a Sí Misma, generando “el binario de dos energías de signo opuesto a las que podríamos nombrar con lo pasivo y lo activo”1, bueno y malo, alegría y tristeza, paz y guerra, etc. Toda la creación está signada por el binario, y éste existe con el solo propósito de ser conciliado y nuevamente restaurado en la Unidad.

Los pueblos de la antigüedad sabían que todo lo que se vivía en la tierra era un reflejo de lo que sucedía primeramente en el cielo. Pues la Tradición –es decir las verdades eternas, esto es el mundo Arquetípico y Atemporal– había sido revelada a todas las culturas de manera suprahumana:

Lo que llamamos “cultura” depende en todas sus formas de un mito imperante, inextricablemente ligado al mito de lo divino. Con la creación de ese mito se constituye la cultura y la esencia de un pueblo; antes no existen siquiera.2

Es, pues, a través del mito, el símbolo y el rito que las diferentes culturas han expresado su cosmovisión, o sea la manera en que percibían el universo; culturas todas ellas diferentes en su ropaje exterior pero análogas en esencia puesto que todas se expresan de acuerdo a una estructura invisible idéntica que se corresponde con la cosmogonía perenne o Tradición Primordial.

Sucede lo mismo con la antigua Mesopotamia, una de las ramas tradicionales que confluyen en la civilización occidental. Y aunque no se sepa mucho de ella, pues se trata de una cultura recientemente descubierta por el mundo moderno, uno puede entrever en sus escritos que los mesopotámicos vivían una existencia en constante comunión con lo sagrado a través del rito incesante. Su legado fue fijado bajo la forma de la poesía, gracias a la cual hemos podido conocer a sus dioses, sus atributos y andanzas, sus hazañas, sus humores, su jerarquía y sus batallas.

En aquellos tiempos de antaño, la guerra, como todo, se vivía como un ritual puesto que reflejaba las batallas cósmicas llevadas a cabo por los dioses en otro plano. Es decir, que había una consciencia de que su origen es sagrado; de ello dan cuenta los poemas sumerios y acadios en donde también se ve la estrecha relación que tiene la guerra con el comercio y la comunicación.

Por razones cíclicas, hoy día esas mismas tierras que vieron la valentía y el vigor con el que luchaban sus deidades y reyes guerreros en batallas por nobles causas, se han convertido en territorios hostiles marcados por la agresividad de la guerra por la guerra misma y expresada bajo las formas más crudas, sangrientas y grotescas, deviniendo en un concepto de la guerra totalmente invertido, desvinculada de su sacralidad.

Es por eso que hoy más que nunca corre la imperiosa necesidad de recordar el legado de los antiguos mesopotámicos, cuyo rico contenido y lenguaje simbólico nos permite sumergirnos en un tiempo otro, en el aquí y el ahora. Hagamos pues memoria de ello, ya que es sabido que “al rememorar los hechos míticos, la conciencia se sustrae al tiempo presente, insertándose en un tiempo suspendido, arquetípico, vivenciando los sucedido en el origen primordial”3.

Se trata pues de ritualizar el presente, de la invocación consciente de energías sutiles y armoniosas que luego cristalizan. Bien dice Mircea Eliade, “por la paradoja del rito, todo espacio consagrado coincide con el Centro del Mundo, así como el tiempo de un ritual cualquiera coincide con el tiempo mítico del «principio»”4, y en este otro escrito, “puesto que la recitación ritual del mito cosmogónico implica la reactualización de este acontecimiento primordial, se deduce que aquél para quien se recita queda proyectado mágicamente al «comienzo del Mundo» y se convierte en contemporáneo de la cosmogonía”5.

Nos adentraremos en la simbólica de tres célebres poemas que relatan sobre la guerra en Mesopotamia, y que no sólo nos permiten conocer los panteones sumerio y acadio, sino que confirman la unidad de pensamiento con el resto de Tradiciones. Empezaremos con El Poema de Agushaya, seguiremos con Ninurta y las Piedras y finalizaremos con Enmerkar y el Señor de Aratta.

Sin más, dejamos pues a nuestros lectores empezar el recorrido con esta cita de Ananda K. Coomaraswamy:

como la propia Revelación (shruti), igualmente nosotros debemos comenzar por el mito (itihâsa) la verdad penúltima respecto a la cual toda experiencia es un reflejo temporal.6

*
*    *

¡Celebro a la más suprema,
La más valiente de entre los dioses!
Exalto el poder
De la hija de Ningal
¡Sí, de la muy suprema Istar,
La más valiente de entre los dioses,
La hija de Ningal,
Repito, ensalzo su poder!
¡Sus hazañas son famosas,
Sus ardides, sibilinos:
Ella siempre está peleando
Y con una actividad desconcertante!
¡Ella baila ante los dioses y los reyes
Con toda su virilidad!
¡Alabo a Istar,
La diosa suprema!
¡En sus manos sostiene Todo el conjunto de Poderes
Que distribuye según su voluntad!
¡Istar sostiene en sus manos
Las riendas de los pueblos
Y sus diosas se cuidan
De sus órdenes!
¡Su palabra es soberana
Y su decreto es definitivo!
Ningún dios, en su Asamblea,
Se atreve a oponerse a ella.7

Con este himno se glorifica a Ishtar, diosa del amor y de la guerra, al comienzo de El poema de Agushaya. En él se relata cómo Éa (Enki en sumerio) –dios encargado de organizar y ordenar el mundo– logra aplacar el mal carácter y excesivo impulso bélico de la diosa mediante la creación de Querella, su sosias, pues nadie se atreve ni es capaz de enfrentarse a la furibunda Ishtar. Éa sabe que sólo al verse reflejada en otro ser de su misma fuerza y proporciones, Ishtar calmará su agresividad y humor pendenciero que alborota incluso la morada de los dioses, provocando terror e impulsando el constante combate entre los hombres. Entonces Éa, apoyado por los dioses, procede con la creación de Querella:

Reunidos y hablando
De este proyecto que los sobrepasaba,
Los dioses lo remitieron a Éa, el Príncipe:
¡Es a ti a quien conviene
Una obra de este tipo!
“¿Quién si no tú,
Podría llevarlo a cabo?”
Ante esta petición,
Éa, el Sabio
Limpia siete veces
La tierra de (debajo) de sus garras,
La amasa, la cuece.
¡Así fue como Éa, el Príncipe
Creó a la Señora Querella (Saltu).8

Es interesante ver cómo Éa utiliza la tierra para la creación de Querella; esto recuerda que “el hombre está hecho de tierra (arcilla) que el hacedor mezcló con agua formando una materia en la que esculpió al propio Adán, es decir, a todos nosotros, sus herederos”9. Éa ha generado una estatua dotada de vida con el solo propósito de que ésta refleje los excesos combativos de Ishtar. Pero ¿por qué le da forma con tierra, la misma materia con la cual fue modelado el ser humano? ¿será quizás porque todo lo que está hecho de tierra está sujeto a lo temporal, y por tanto a lo perentorio? Siendo esto así, uno puede entrever el inevitable destino que le espera a Querella; pues todo exceso que ella representa ha de ser balanceado mediante la conjugación con su energía opuesta y complementaria. Toda expansión, llegada a su límite, ha de retornar mediante la concentración al centro o eje de donde salió sólo ilusoriamente, y en donde ambas energías se unen para equilibrarse.

Como la misma palabra lo indica, la concentración equivale a volver al centro, es decir al Origen, pues mediante este acto de concentración todas las posibilidades de la circunferencia retornan a ese punto virtual, al motor inmóvil que genera todo movimiento, y desde donde todo es visto en simultaneidad. Este acto de concentrar la atención requiere detener toda acción que tiende a la dispersión, lo que es lo mismo que la acción por la acción misma; o en el caso de Ishtar, el combate por el combate mismo, sin una razón de ser. Se trata, pues, de ritualizar el presente mediante la unión de la acción y la contemplación, ya que la una no excluye a la otra. Este gesto de replegarse o centrarse resulta esencial para todo aquél que ha tomado conciencia del verdadero sentido de la vida y de su papel intermediario entre cielo y tierra; es decir para aquél que ha muerto a su condición de hombre viejo y ha renacido a una visión regenerada, donde todo es simbólico y por tanto sagrado; sin duda alguna para todo aquél que se ha aventurado en la búsqueda de la Verdad o Conocimiento. Son muchas las armas que brinda la Tradición al iniciado para enfrentarse a las constantes batallas cotidianas, donde el Adversario acecha por doquier bajo sus disfraces múltiples con ánimo de sembrar la ignorancia. Pero es quizás la concentración el arma más poderosa con la que cuenta el aspirante al Conocimiento, pues al ubicarse en el centro, se está en comunión con la deidad, con el Uno, el ojo que todo lo ve.

Aquél que está centrado en el Tao Puede ir donde quiera sin peligro. Percibe la armonía universal Incluso en medio de un gran dolor, Pues ha hallado la paz en su propio corazón.10

Una vez Querella es creada, Éa le comunica que su misión consiste en enfrentarse a Ishtar. Es entonces cuando el muy astuto dios describe de manera exaltada a Ishtar para que Querella sepa reconocer a su contrincante, asimismo logra provocar los celos de la sosias, quien encolerizada va en busca de Ishtar. Mientras tanto, Ishtar, habiéndose enterado de la presencia de Querella, envía a Ninshubur, su paje, a que le dé informes de Querella. Esto en definitiva nos habla de la importancia de conocer bien al enemigo, sobre todo al interno:

Si el enemigo es uno mismo hay que conocerse perfectamente bien para no dejarse enredar una vez más. Esto es imposible sin la idea de estrategia: vencer a través de la inteligencia aprovechando la fuerza del enemigo. Las artes marciales no proponen otra cosa; la lucha se entabla en tres planos coexistentes y sucesivos. Hay distintas lecturas de ese enfrentamiento. Lo que cada quien obtenga dependerá de la suya y de su entrega al Conocimiento.11

Las grandes guerras son las internas, las que libramos con nosotros mismos, con nuestros múltiples egos, miedos, ilusiones, formatos caducos inherentes al hombre viejo. En definitiva, con los aspectos más bajos e inferiores del alma que nos impiden el ascenso a espacios más sutiles y vírgenes, donde habitan los dioses aguardando que participemos de ello y a los que hay que invocar sin cesar para que “despierten de su siesta” y nos guíen y protejan en estas luchas de amor en pos de la conquista de la Sabiduría.

Del enfrentamiento entre Ishtar y Querella no se saben detalles, pues las tablillas de arcilla encontradas del poema aparecen dañadas y faltan trozos. Lo que sí se sabe es que Ishtar, después de haber combatido con Querella, resulta la vencedora y a partir de este momento, se la llama bajo el nombre de Agushaya. Tras su triunfo, se dirige donde Éa para reprocharle por haber creado a Querella, y le pide –ya que él es el único que puede hacerlo– que la elimine. Éa está encantado, pues ve que al haber vencido a Querella, Ishtar ha logrado calmar su ímpetu combativo, y por ello cumple la petición de la diosa haciendo desaparecer a Querella. Y para que se recuerde siempre el motivo por el cual fue creada Querella, Éa instaura un baile anual en donde Ishtar-Agushaya atenderá las súplicas de los hombres y mujeres que le invocan.

Kramer y Bottéro, en su Cuando los Dioses hacían de Hombres explican el significado del nuevo nombre de Ishtar, Agushaya:

Gushaya y Gushea fácilmente relacionables con la batalla, los gritos bélicos, etc. Se trata por tanto como cabía esperar, de una designación propia de la Ishtar guerrera. Desconocemos el origen de dicho nombre aunque existe una etimología, muy probablemente popular, que se manifiesta en las deliberadas asonancias de una invocación a Ishtar realizada durante un ritual de exorcismo, Gushea ga ishat gushati, que relaciona dicho término con el verbo gashu, que significa girar, “bailar en círculo” y con el sustantivo relacionado con él, gushtu ,“baile giratorio”, es decir algo similar al “vals”. Así pues, dicha invocación se podría traducir, de manera muy libre, como “Gushea la que baila valses”, la “bailarina de valses”.12

Ishtar/Inanna es la diosa del amor y de la guerra para los antiguos mesopotámicos, contiene en sí los dos aspectos que caracterizan la unión entre los dioses griegos Venus y Marte, de cuya unión nacen Harmonía, Fobos y Deimos. La imagen de Querella ha reflejado al enemigo que Ishtar portaba dentro de sí y que manifestaba a su través, pues “el espejo es siempre el otro, el que no es el que es, o el que lo sustituye en una constante interrelación de personajes, la danza del yo y el otro”13. Gracias a este encuentro, Ishtar ha logrado ver esa fuerza discordante, la ha reconocido en su interior, y la ha puesto en su sitio reintegrándola en la Unidad. Agushaya, “la que baila valses”, ha vencido al enemigo ritmándose a la danza del universo, siempre en un constante solve et coagula, bailando vigorosamente frente a los dioses y reyes, lo cual recuerda lo que dice el evangelio apócrifo de Tomás (114):

Simón Pedro les dice: “Que María salga de entre nosotros, pues las hembras no son dignas de la vida”. Jesús dice: “He aquí que le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en el Reino de los Cielos”.

Siempre y cuando se interprete de manera simbólica, se trata de despertar la virilidad en uno, ya que ésta es la energía-fuerza que se requiere para enfrentarse a todas las pruebas venideras, y así, poco a poco, hacer camino hacia mundos otros, más sutiles, que están aquí y ahora, ubicados en un eterno presente; hasta penetrar la esfera más alta, la Unidad sin par de donde Todo emana, para luego dejarlo todo pegando el gran salto hacia el No-Ser.

Ishtar-Agushaya recuerda también a Shiva, el principio destructor-transformador que conforma la Trimurti hindú, al cual “se lo representa bailando dentro de un círculo de llamas de fuego y esa danza es la entera creación que ha generado por medio de su acción renovadora”14. Ishtar ha puesto su faz guerrera a su favor, destruyendo todo lo que niega la Unidad.

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Nuestro próximo mito se llama Lugal.E o Ninurta y las Piedras. Se trata de un poema bastante antiguo, probablemente anterior a la época de Ur III y se cree que fue escrito en tiempos del gran Gudea de Lagash (hacia 2100 a. C.), “ya que algunos de sus rasgos literarios recuerdan a los famosos cilindros de dicho gobernante”15. En él se relata cómo Ninurta, el hijo de Enlil, desata una guerra contra Assaku, un dragón cuyos orígenes son antiquísimos, ya que se dice nace de la unión del Cielo y de la Tierra; un ser demoníaco portador de la enfermedad y que se ha apoderado de la Montaña.

En el panteón sumerio, la primera y más importante tríada está compuesta por los dioses An, Enki, y Enlil. Este último es hijo de An (el cielo) y Ki (la tierra), que al nacer se llevó consigo a su madre separándola de su padre y generando un nuevo espacio, la atmósfera, de ahí su nombre, que se traduce por “El Señor de los Vientos”. Enlil tiene el patronazgo de la ciudad de Nippur y es el encargado de guardar “las tablillas del destino” donde se encuentra decretado el destino de todo lo existente. De su unión con Ninlil, su fémina, nace Ninurta; y los tres dioses reciben culto en el templo de Nippur, llamado el Ékur, que quiere decir “casa de la Montaña”.

Ninurta quiere decir “Señor de la tierra (arable)”, convirtiéndose en el dios de la agricultura. Es asimismo un dios guerrero y habiendo participado en más de 12 batallas, ha salido victorioso como héroe vencedor.

¡Invoquemos pues a Ninurta! ¡El valiente, para que sea él quien a través de estas palabras se manifieste con todo su vigor y que la luz de su mensaje logre fecundarnos!

Empieza el poema con una celebración que se estaba llevando a cabo en honor a Ninurta en el Ékur. Ahí estaban también los grandes dioses An y Enlil, pasándolo de lo más bien, entre cantos, alabanzas y bebida; cuando de pronto Sharur, el arma mágica en forma de maza de Ninurta, avista a lo lejos una revuelta en la Montaña. Inmediatamente informa a su Señor sobre lo que está ocurriendo: el Assaku, una bestia arrogante y asesina, ha invadido la Montaña y acoplado a ella ha obtenido una descendencia de Piedras, las cuales unánimemente han aclamado a su rey a la Piedra-U. El Assaku ha instaurando el terror y ha logrado corromper varias ciudades de la Montaña. Asimismo, Sharur le comunica a Ninurta que el Assaku se ha mandado erigir un trono donde “resuelve soberanamente los asuntos del país sin que nadie se atreva a reaccionar ante su resplandor sobrenatural”16, decidido a usurpar la soberanía de Ninurta y arrogándose los poderes, ¡los sagrados me! que Ninurta había obtenido en el Abzu. Y la Montaña, que al comienzo se mantenía firme, ha empezado a sucumbir ante los deseos de revuelta y expansión del Assaku, pues éste:

Le concede y hace que se le entreguen regalos para ganarla a su bando: ¡Pero, en recuerdo de tu padre, Ésta, Ninurta, te invocó a ti en primer lugar!17

El texto nos relata que la revuelta se da en la Montaña, y aunque los estudiosos nos ofrecen una interpretación más historicista –la cual no negamos– en donde se supone que a través del poema se relata el conflicto que aconteció en aquellos tiempos entre las regiones Noreste y Este del país, nos gustaría ampliar la lectura.

El Assaku ha invadido nada menos que la Montaña, y aunque no sea exactamente el Ékur, no quiere decir que no se trate de un lugar sagrado, pues no es casual que el templo de los mismos dioses se ubique en lo alto de una montaña. La montaña simboliza el “Eje del Mundo”, “representa la sumidad, y el ascenso a ella, en todas las Tradiciones, es signo de elevación espiritual”18. Otras culturas también han vinculado la cima de la montaña a la morada de los dioses, como es el caso del Olimpo para la cultura grecorromana. Así pues, la montaña también está vinculada con la idea de Paraíso, y con el templo; y su estructura que tiende hacia lo vertical recuerda a la misma estructura del ser humano que aspira ascender hacia lo superior o celeste.

No olvidemos que el Assaku es representado con la imagen del dragón, y aunque este animal mítico puede tener connotaciones que lo vinculan a lo celeste, como sucedía en la Tradición China en donde el dragón era el emblema nada menos que del emperador, es también una figuración de las energías ctnónicas y densas. Este Assaku se instala en la Montaña pretendiendo usurpar la soberanía de Ninurta, incluso ya ha logrado convencer a algunas comarcas de la Montaña para que se rebelen contra los dioses. Hay que estar bien despiertos y atentos a las energías que permitimos canalizar a nuestro través; para ello es fundamental, como ya se dijo antes, conocer bien al enemigo, es decir nombrarlo para luego poder ubicarlo en su sitio. Y éste a veces se nos presenta de las formas más complacientes, como bien lo relata el poema cuando el Assaku entrega regalos a las comarcas para ganarlas a su bando. Se trata de estas energías inferiores que se quieren apropiar de lo sagrado, y a las que si damos la mínima cabida se van infiltrando de a poco, como quien no quiere la cosa, hasta que ¡oh sorpresa!, se nos ha colado, y nada menos que en el templo que hemos edificado en nuestro corazón, receptáculo en donde hemos depositado nuestro más preciado tesoro: el Conocimiento. Esto recuerda el pasaje en el que Cristo expulsa a los comerciantes –que simbolizan lo profano– del templo de Jerusalén, y les dice que no ha “venido a traer paz, sino espada”.

Las energías ctónicas están en perpetua batalla con las energías celestes, esto sucede ahora, en este mismo instante. El verdadero héroe sabe que la salida es por la vertical, y ésta, al atravesar todos los mundos, incluye también el descenso a los infiernos –como lo hizo nuestra querida Ishtar guerrera– a donde bajamos para conocernos a nosotros mismos, los aspectos inferiores del alma que se traducen en múltiples enemigos o egos ocultos, “y de quienes nos hemos de liberar o ‘desligar’ para acceder a la verdadera Vida prometida por la Iniciación y la Enseñanza”19. El guerrero es, pues, aquél que a través de la perpetua oración del corazón batalla en todos los frentes, como un teúrgo, que conoce y maneja con arte las energías que pasan a través suyo; y que haciéndose caña hueca proyecta los efluvios celestes.

Por cierto, lo ctónico no niega lo celeste, sino que son dos polos de una misma cosa, como lo muestra también el poema al ser el Assaku uno de los frutos de la unión del cielo con la tierra, lo que lo convertiría en hermano de Enlil. Entonces, no es que uno es malo y el otro bueno, concepto de índole moral-religioso que se queda atrapado en la dualidad en lugar de trascenderla y así llegar a conciliar todo opuesto, es decir, encontrar la Unidad en todas las cosas. Pues, ¿qué sería lo malo? ¿lo que no es bueno?, y entonces, ¿qué sería lo bueno? Recordemos que lo bueno de hoy puede ser lo malo de mañana y viceversa; y ya sabemos que este juego es un perpetuo e indefinido girar en la periferia de la rueda donde todo muere para volver a nacer y nace para volver a morir, cuando lo que interesa aquí es el acceso a su centro inmóvil, es decir, a lo eterno; lo cual equivale al Bien con mayúsculas, que se sostiene por sí mismo más nada le sostiene; el Bien es, pues, otro nombre de Dios o de la Unidad.

Retomando nuestro poema, tenemos a un muy encolerizado Ninurta que tras haber oido las noticias que le trajo Sharur, envía al Huracán y la Tempestad a desatar el Cataclismo en la Montaña, la que con su fuego devoraba todo cuanto venía a su encuentro, arrasando con los bosques y los hombres. Entonces Ninurta sale en su barca Makarnunta’ea rumbo a la Montaña llevando consigo a su jabalina y a su arma fatal al campo de batalla para arremeter contra las comarcas rebeldes. Fue tal la masacre que desató el iracundo Ninurta, que no quedó ni un sólo brillo en la Montaña. Sharur sube volando a lo alto de la Montaña para examinar la situación, y es entonces que se le comunica que la revuelta aún continua. Sin perder más tiempo, va directo donde su amo y le dice que mientras el Assaku siga con vida la revuelta no se detendrá, es decir que ha de enfrentarse al dragón. Lo cual recuerda a la lucha de Heracles contra la Hidra de Lerna, cuyas cabezas se multiplican al ser mutiladas, mas cuando llega al centro de su corazón, logra matarla. Sharur le advierte a Ninurta sobre el peligro que supone enfrentarse al poderoso Assaku, pero el héroe, decidido a enfrentarse al monstruo, emprende junto con sus tropas una segunda batalla, esparciendo su oscura sombra sobre la Montaña una vez más. Partió pues con su jabalina, su lanza, su hacha, su maza y su escudo; pero para mala suerte de nuestro héroe, cuando éste avanzaba hacia la Montaña, el Assaku sale a su encuentro y se le abalanza encima derrotándole en el primer encuentro. Entonces:

¡Anu, horrorizado y en cuclillas, llevaba sus manos al vientre;
Enlil, totalmente tembloroso, se escondía en un rincón;
Los Anunna se apretaban contra los muros,
Mientras el Templo, amedrentado, gemía como tórtolas!
Y Enlil, el Gran Monte, comenzó a gritar a su Ninlil:
¿Quién me amparará entonces, oh esposa mía,
Si mi hijo ya no está aquí?
El Señor Ninurta, el orgullo del Ékur,
La noble picota impuesta (a los enemigos) por su padre.20

Ya antes de la batalla, Sharur también había ido a advertir a Enlil sobre el peligro al cual se enfrentaba Ninurta. Entonces Enlil manda aliento y protección a su hijo a través de Sharur, lo cual infunde a Ninurta el valor necesario para enfrentarse al Assaku nuevamente, logrando esta vez vencerlo con creces y recubriendo toda la región con su esplendor sobrenatural.

En su libro, La Historia empieza en Sumer, Kramer titula el ácapite XXIV “Muerte del dragón: El primer «San Jorge»”, en donde nos habla de que antes del San Jorge cristiano, en Mesopotamia los dioses ya habían luchado contra dragones: Enki contra Kur; Gilgamesh contra Huwawa; y Ninurta contra Assaku. El simbolismo de San Jorge nos habla una vez más de ese guerrero que batalla contra las potencias de las tinieblas y el caos simbolizadas por el dragón, al cual mantiene en su sitio con la ayuda de su lanza o espada.

Al igual que la montaña, la espada es un símbolo del eje, de la “Vía del Medio” que el iniciado ha de seguir para alcanzar el Conocimiento. La espada, lanza, flechas o hacha “son armas que tradicionalmente se han asociado al rayo y a la luminosidad fulgurante del relámpago, es decir que tienen una conexión directa con el simbolismo de la luz, entendida como una energía esencialmente fecundante, al mismo tiempo que destructora de todo lo que se opone a lo superior, es decir la oscuridad tenebrosa y la ignorancia”21. Quizás llame la atención el hecho que Sharur, el arma de Ninurta, sea personificada; pero esto en el fondo nos habla de que el héroe y su arma son uno solo, siendo el arma pues, una extensión del héroe, como Zeus y el trueno.

Ninurta es glorificado y celebrado por los dioses tras su victoria. Convierte el cuerpo del Assaku en piedra formándose un enorme yacimiento que llega hasta lo profundo del Reino de los muertos, pero la muerte del Assaku provoca un problema, pues:

las aguas furiosas del Mar Primordial se lanzan al ataque de la tierra e impiden que el agua dulce se extienda por los campos y jardines; y los dioses que, hasta entonces, llevaban “el pico y el cesto” de Sumer, o sea, dicho en otras palabras, que velaban por el buen funcionamiento de la irrigación y los cultivos del país, están desesperados. El Tigris ya no tiene crecidas; y el agua que transcurre por su cauce ha dejado de ser “buena”.22

Ninurta entonces amontona las piedras en la Montaña para edificar una presa que proteja al país de las aguas saladas y así no vuelvan a invadir más los campos de cultivo. Luego reúne las aguas dulces dispersas por el territorio y las desemboca en el Tigris, estableciendo así la agricultura y un sistema de regadío impecable. Su madre Ninmah al enterarse de las heroicas hazañas de su hijo insiste en ir a visitarle. A Ninurta le conmueve profundamente saber que su madre quiere visitarle en la Montaña a pesar de la hostilidad que le rodea:

Oh, Señora, porque tú has querido venir al Kur,
Oh, Ninmah, porque a causa de mí,
Tú quisieras penetrar en este país hostil,
Porque tú no temes el horror de la batalla
Que se desarrolla a mí alrededor,
Quiero que la colina que yo, el Héroe, he amontonado,
Tenga por nombre Hursag y que tú seas su Reina.23

Todo ello se basa en la realidad de los efluvios divinos, de las Emanaciones de la Mente Creadora que van desde lo no manifestado a la manifestación formal pasando por diferentes grados de cristalización hasta llegar finalmente al mundo donde vivimos.24

El ser humano, al ser una imagen del cosmos en pequeño, un microcosmos, anhela en lo más profundo de su ser reflejar ese mismo orden interno, acompasarse a la jerarquía que se expresa en el macrocosmos y que produce la Armonía del Mundo.

Por eso Dios es el padre de todas las cosas, el sol el artesano, y el cosmos el instrumento de su artesanía. La sustancia inteligible gobierna el cielo, el cielo a los dioses, y los demonios, bajo las órdenes de los dioses, gobiernan a los hombres. Y éste es el ejército de los dioses y los hombres.
Dios crea todas las cosas por sí mismo a través de ellos y todas son parte de Dios; y si son partes de Dios, Dios es todas las cosas. De modo que creando todas las cosas, se crea a sí mismo y no podría cesar nunca, pues él mismo es incesante. Y puesto que Dios no tiene fin, así su creación no tiene principio ni fin.25

El poema finaliza cuando Ninurta le confía a la diosa Nisaba la administración de la Montaña. Dejamos un pequeño trozo del poema que glorifica a Nisaba, diosa por cuyos atributos bien nos puede recordar a la Atenea griega, deidad muy alta asociada a la Inteligencia y la Sabiduría; virgen, protectora, “contraparte femenina de Ares-Marte a quien vence con su lanza, en su faz guerrera y en su aspecto estratégico”26:

A aquella a la que ostenta la augusta tablilla
En la que están consignadas
Las prerrogativas de reyes y pontífices,
A aquella a la que en el Santo montículo
Enki había dotado
De una inteligencia superlativa!
¡Gloria a Nisaba!
¡A la mujer, a la Estrella que en el Apsu
Contenta de maravilla al Príncipe!
¡A la dama de la sabiduría, que distribuye la felicidad!
¡La única apta para gobernar,
El Receptáculo del saber y la prudencia!27

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Hemos llegado al final de nuestro recorrido. Hasta aquí hemos visto a nuestros dioses guerreros enfrentarse en luchas de cuerpo a cuerpo contra criaturas bestiales y dragones. Sin embargo, este ultimo relato mítico nos habla de otro tipo de batalla, esta vez vinculado exclusivamente a la lucha a través del intelecto. Nuestro tercer poema se titula Enmerkar y el Señor de Aratta; se trata de “una veintena de tablillas que recogen las rivalidades que suscitaron entre Uruk y su lejana colonia Aratta (en el altiplano iraní) y que traduce míticamente cuestiones tanto político-religiosas como económicas”28. De autor anónimo, este poema sumerio data de finales del tercer milenio a. C. –aunque los acontecimientos sucedieron mucho antes de ser plasmados en la arcilla– y en él se aprecia el ingenio de sus gobernantes, las tácticas de guerra y la invención de la escritura, la cual es atribuida al mismísimo rey Enmerkar. Sin más, nos adentramos en este legendario poema heroico, rico en magia y claves simbólicas.

Se dice que en aquel entonces, cuando aún no existía el país de Dilmun, el gran Enmerkar fundó la ciudad de Uruk entre el Tigris y el Éufrates, donde la recurrente lluvia producía cebada veteada. Ahí, en Kullab, barrio sagrado de la ciudad de Uruk, estaba ubicado el Eanna, santuario dedicado a la diosa del amor y la guerra, Inanna, el cual destacaba del adobe “como la plata destella en un filón”29. Se dice que en ese entonces aún no se comerciaba con las regiones vecinas en la montaña por oro, plata ni piedras preciosas. A lo lejos de Uruk, a siete montañas de distancia, se encontraba Aratta, una ciudad rica en metales y piedras preciosas y piedra de montaña, buena para la construcción. Allí, el señor de Aratta había construido también un templo revestido de lapislázuli para la diosa Inanna; sin embargo, según relata el poema, esto no había agradado tanto a la diosa como lo que le hizo Enmerkar, quien había hecho relucir su gipar –su recóndita morada– como la plata sobre Kullab.

Un día, Enmerkar le envía una súplica a Inanna:

¡Hermana mía! ¡Que la ciudad de Aratta me trabaje con destreza oro y plata para Uruk, que me corte claro lapislázuli en bloques, y que con ámbar y brillante lapislázuli Aratta construya una Montaña pura! ¡Que Aratta edifique en un sitio elevado el exterior de tu morada, la Casa bajada del cielo! ¡Que Aratta me haga con destreza el interior de tu residencia, el sagrado gipar! ¡Déjame saltar por ahí como un ternero! ¡Que Aratta se someta a Uruk, que el pueblo de Aratta baje para mí piedra de montaña! Que con esa piedra me construya el Urugal, y que prepare el Gran Santuario para mí, que haga surgir el Gran Santuario, destinado a los dioses, y que me construya mi lugar sagrado en Kullab!30

Con esto Enmerkar le pide ayuda a Inanna para dominar Aratta, y así poder embellecer con preciosas piedras y metales el templo de la diosa, el Eanna, y su interior, el sagrado gipar, al igual que el Urugal, el comedor del dios del cielo, An, quien junto a Inanna, era el patrón de Uruk. Le pide también que le ayude a construir su propio templo en Kullab y luego por último, solicita la ayuda de la diosa para que Aratta le proporcione los materiales necesarios para glorificar el templo del dios Enki, el Abzu, ubicado en la ciudad de Eridu. De manera que la gente de Uruk lo mirará admirada, y su padre, Utu, el dios sol, lo verá con alegría.

Inanna, conmovida con las plegarias del rey Enmerkar, le confirma que Aratta se someterá a Uruk y asimismo hará todo lo que él desee. Luego, le da consejo para lograr dicha conquista: Enmerkar debe elegir de entre sus tropas un mensajero inteligente de fuertes muslos, pues ha de recorrer los montes de Anshan que separan ambas ciudades para llevar el mensaje a Aratta. Sin más, Enmerkar elige al mensajero adecuado y le dicta un mensaje para que éste lo recite ante el señor de Aratta, palabra por palabra, pues en ese entonces aún no existía la escritura. El mensajero, pues, debe memorizar el mensaje para luego reproducirlo con exactitud. En el discurso al señor de Aratta, Enmerkar anuncia que está amparado por Inanna y ordena que se le envíen piedras y metales preciosos y piedra fuerte para la construcción de los templos en Uruk. Asimismo, le advierte al señor de Aratta que de no someterse a Uruk, destruirá la ciudad de Aratta, y junto con esta advertencia recita el sortilegio de Nudimmud, que es otro nombre del dios Enki. Dicho sortilegio cuenta cómo antaño Enki había salvado a los hombres y mujeres del diluvio destructor; pues Enlil, regente de la edad de Oro, estaba ya harto de escuchar el machaqueo de una sola lengua, y había amenazado en enviar un diluvio y así acabar con la humanidad. El dios Enki, apiadado de los hombres y mujeres, puso fin a la edad de Oro mediante la confusión de las lenguas y dispersión de las gentes, lo cual significó también la instauración de la “lucha entre señores, ataques entre príncipes y guerra entre reyes”31.

Una vez llegado el mensaje al señor de Aratta, éste se encoleriza y se niega a aceptar las demandas de Enmerkar, rey de Uruk; pues él también dice ser el protegido de Inanna, ya que fue ella misma quien trajo los santos “me” a la ciudad de Aratta. Así pues, le envía decir a Enmerkar a través del heraldo que él también hubiese preferido recurrir a la guerra o a un combate singular entre dos campeones, pero al ser la diosa Inanna la que, a través de las palabras de Enmerkar, se ha declarado en su contra:

¡No deseo la guerra, pero sí un duelo de ingenio!32

Asimismo, accede en darle a Enmerkar lo que desea, siempre y cuando éste le proporcione grano para alimentar a su pueblo, pues hace una larga temporada que “el ave del trueno portadora de la tormenta y de la lluvia benefactora”33 está encadenada, instalándose la sequía en la montaña. ¡Pero ojo! Además, exige que los granos sean transportados a Aratta en redes de carga sobre asnos, de ninguna otra manera.

Uno puede entrever la prepotencia del señor de Aratta, quien a pesar de estar avisado de que Inanna y los dioses An, Utu y Enki están con Uruk, se resiste a ceder a las peticiones de Enmerkar. Una vez finalizado el mensaje del señor de Aratta, el heraldo se pone en marcha de regreso a Uruk, y llegado a su ciudad le transmite el mensaje al rey Enmerkar, reproduciendo su misma prepotencia y cólera a modo de imitación. Enmerkar, sin inmutarse, se retira a meditar antes de dar una contestación; y al día siguiente el rey:

Después de haber sido aseado por sus esclavos, se dispuso a efectuar la ceremonia ritual cotidiana. Mezcló agua del Tigris con la del Éufrates, mezcló la del Éufrates con agua del Tigris, colocó las grandes jarras repletas de agua ante la imagen de An. El rey Enmerkar, el hijo de Utu, tomó en sus manos el cáliz eshda, repujado en oro, y efectuó la sagrada libación.34

Tras efectuar las libaciones al dios An, la diosa Nidaba (también llamada Nisaba, como vimos en Ninurta y las Piedras), la dama de enorme inteligencia, abrió para el rey su “Casa sagrada del saber”, es decir le dio una idea, y recibida ésta, Enmerkar se dirigió al templo de An, donde estuvo meditando.

A través de este bello pasaje, uno puede vislumbrar cómo los antiguos sumerios vivían una existencia sagrada, a través del poder siempre actuante y regenerador del rito y la invocación a los dioses, que no son otra cosa que los estados superiores del alma.

Enmerkar, antes de dirigirse a An, pasa por un proceso de limpieza o purificación, lo cual recuerda a la muerte iniciática, ya que sin una previa purificación el acceso a otros mundos permanece vetado. Una vez vaciada la copa de su corazón, le hace una ofrenda a An, cual teúrgo, con la mezcla de las aguas de los ríos Tigris y Éufrates, dos ríos que provienen, según el Génesis, nada menos que del Edén.

El agua es el símbolo de la indiferenciación primordial, la sustancia primigenia a partir de la cual son posibles todas las formas. El agua representa a los fluidos en general y a su indeterminación, donde se hallan en potencia los gérmenes de cualquier creación. Preceden por lo tanto a la génesis y son la base en que se sustentan las manifestaciones cósmicas, las realidades verificables. Es también el símbolo por excelencia de la fecundación.35

Con esto dicho, la libación realizada por Enmerkar a An, dios supremo del cielo, podría sugerir que se trata de una manera de entregarse y aceptar “sea lo que que sea lo que Dios quiera”; es decir, la oración del corazón, “la que no pide nada y todo lo agradece. La más extraordinaria energía de que puede disponer un ser humano, no sólo en relación con los dioses, es decir, con todas las cosas, sino particularmente consigo mismo”36. Efectuada la libación, la diosa de la inteligencia y sabiduría, Nidaba, le abre el acceso al mundo de las Ideas, donde todo es visto en simultaneidad; la copa es entonces colmada por los efluvios celestes. Seguidamente, Enmerkar accede al templo del dios An para meditar y tomar una decisión sobre el asunto de Aratta. Esto refleja el verdadero sentido que tiene el papel de un rey o una reina, “que eran tales porque antes habían llegado a ser los reyes y jefes de sí mismos, gobernando de acuerdo a la Voluntad del Cielo, a la que representaban ante sus súbditos”37. Lo que sucede dentro del templo no es mencionado en el relato, símbolo de que la comunicación entre dioses y hombres y/o mujeres sucede en lo más secreto del corazón, y al ser Secreto, el intentar ponerlo en palabras sería en vano.

Al salir del templo, Enmerkar manda con su heraldo a decir al señor de Aratta:

Mensajero, cuando hayas hablado con el señor de Aratta y comentado sobre ello dile: “Mi cetro es un gran árbol, cuya base está en el sagrado puesto de la realeza, su corona da sombra protectora a Kullab, bajo su enramada corona se refresca el recinto del Eanna, sede de la sagrada Inanna. Cuando él haya cortado de ese gran árbol un cetro, que lo lleve, que sea en su mano como si fuera de cornalina y lapislázuli y que el señor de Aratta lo traiga ante mi.38

Con este bello y revelador mensaje y con los asnos cargados de grano, sale el mensajero en dirección a Aratta. Al llegar a la ciudad de Aratta, sus gentes se llenaron de gozo “¡como si los dioses hubieran retornado a sus moradas!”39 Fue entonces que el señor de Aratta se dio cuenta de que efectivamente, Inanna había soltado de su mano a Aratta, para tomar la mano de Uruk. Y tras haber hablado con los ancianos sabios de la ciudad, cuando ya estaba decidido a someterse a Uruk, se le ocurrió cómo resolver el asunto del cetro. Entonces le manda decir a Enmerkar a través del heraldo que cuando el rey de Uruk haya conseguido un cetro que no sea de ningún tipo de madera (procede en nombrarlas todas), ni de oro, ni de cobre, ni de plata, ni de cornalina ni de lapislázuli, entonces que se lo traiga a Aratta y sólo entonces ésta se someterá a Uruk.

Enmerkar no salía de su asombro, al ver que su súbdito, el señor de Aratta, lo trataba de igual a igual, ¡y encima tras haber salvado la existencia de su ciudad! Indignado, le pide consejo a Enki, y según las indicaciones recibidas del dios –las cuales nuevamente no son mencionadas–, Enmerkar escoge entre sus objetos mágicos un amuleto de piedra, lo muerde y aplica el trozo de piedra a una vara de sushima (un tipo de madera no mencionada por el señor de Aratta); y la vara, gracias a aquel acto, pasó “de la luz a la sombra” y “de la sombra a la luz”. El rey Enmerkar al ser quien porta la corona, la cual:

(…) simboliza las virtudes más elevadas que existen en el hombre, de ahí que se ciña sobre la cabeza, la “cúspide” del microcosmos humano esto es, en aquella parte del mismo que se corresponde con el Cielo, cuya forma circular la corona reproduce. Pero, precisamente por ello, también expresa lo que está por “encima” o “más allá” del cosmos y del hombre: la realidad de lo divino y lo trascendente.40

Después de 10 años, Enmerkar cortó la vara reluciente con un hacha purificada, y sobre su raíz vertió aceite de junípero, extraído de las cimas de la montaña, convirtiéndola en un cetro. Entonces le entrega el cetro, símbolo de su realeza, a su mensajero y sin más mensaje que éste le pide que se lo entregue al señor de Aratta.

A estas alturas del relato, conviene destacar algunas claves o armas con las que cuenta el guerrero en las labores de Conocimiento; la primera es la paciencia “que es la contención del gesto innecesario y la creencia en la potencialidad de lo gestual, o sea, la fe y la esperanza en lo que nos depare el destino”41; la segunda es la perseverancia, ya que “gracias a ella pueden obtenerse logros duraderos en la realización”42 espiritual; la tercera es la osadía, pues hay que ser valiente y transgresor para encarnar los procesos de transmutación por los que el alma ha de pasar muriendo a modelos caducos para así renacer a una visión del Universo nueva y regenerada; y la cuarta es la estrategia:

Formas que toma el pensamiento en el arte de la guerra para prevenir accidentados futuros. En términos intelectuales es vencer al enemigo, al monstruo del mundo moderno y sus falacias que trata nuevamente de atraparnos en su estúpida cotidianidad. La iniciación intelectual-espiritual es también concebida como una guerra interna donde debe imponerse más la contemplación que la acción. ¡Vaya paradoja!43

Estas claves ayudarán al iniciado a permanecer en la batalla consigo mismo, “confiando en la memoria, la que debidamente entrenada por el ejercicio y el estudio, por la escritura interna que imprimimos en ella, se constituirá en una energía constante que actuará por sí misma, como si manifestara un orden mágico y divino”44. El objetivo de nuestros esfuerzos es –a través de un proceso escalonado– lograr recuperar la Memoria, pues por nuestra condición de seres caídos hemos olvidado quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos; todo ello es lo mismo que decir que nuestro Destino es el retorno al Origen.

A lo largo del relato se ve como Enmerkar, rey guerrero, se vale de estas herramientas para vencer al enemigo a través de una guerra con el intelecto. Quizás lo que más llama la atención es la gran paciencia que tiene para tratar este asunto, lo cual evoca la parábola evangélica de la cizaña (Mateo XIII, 24-30 y 36-43), en donde se nos recuerda de dejar crecer la mala hierba a la par del trigo (símbolo de la Enseñanza) hasta que ésta haya alcanzado el tamaño necesario para poder ser distinguida, no vaya a ser que nos apresuremos y cortemos accidentalmente el trigo. La cizaña, sembrada por el “ego”, simboliza esa mala hierba que nos “desvía del camino que la razón e intuición superior nos dice que es el que debemos seguir”45, manteniéndonos anclados y sujetos a las pasiones de “este mundo”, sin posibilidad de liberarnos de lo denso.

Una vez el señor de Aratta recibe el cetro enviado por Enmerkar, éste piensa en rendirse, pues por su brillantez cegadora, era evidente que aquel cetro encerraba potencias mágicas. Sin embargo, al poco rato nuevamente vuelve a cambiar de opinión; esta vez le dice al heraldo de Enmerkar que le mande decir a su señor que han de solucionar este asunto mediante un combate singular entre campeones, para lo cual Uruk ha de elegir su mejor campeón, pero ¡ah! no uno cualquiera, pues éste no ha de ser ni negro, ni blanco, ni marrón, ni gris, ni verde, ni iridiscente.

Al escuchar el mensaje de Aratta, Enmerkar pierde la paciencia y manda decir al señor de Aratta que acepta el reto y que enviará a su campeón para que batalle contra el campeón de Aratta, pero a cambio exige que el señor de Aratta de una vez por todas ponga fecha al envío de metales y piedras preciosas para embellecer los santuarios de Inanna, An y Enki (en Eridu), y que de no hacerlo, procederá en destruir Aratta. De pronto, en medio del discurso, Enmerkar se detiene al ver la cara de preocupación del heraldo, que ante la extensión del mensaje, es incapaz de retenerlo. Entonces pues, el rey de Uruk “tomó arcilla en sus manos, la alisó y puso por escrito sus palabras en ella a manera de una tablilla”46. Fue así, a través del gesto de Enmerkar de fijar las palabras como nació la escritura en Mesopotamia.

Recibida la tablilla en Aratta, el señor de la ciudad la examinó bien pues nunca había visto nada igual, estaba estupefacto. El mensajero estaba atento, expectante a la respuesta del señor de Aratta, y cuando éste estaba a punto de ceder, de pronto empieza una abundante lluvia y en los flancos de Aratta, en medio de las montañas que andaban castigadas por la sequía, comienza a brotar el trigo y habas salvajes por sí solos. Pues el hijo de Enlil, Ishkur, el tronador del cielo y de la tierra vio aquel día propicio para enviar lluvias fertilizantes y así ser generoso con los humanos. Con esto, el Señor de Aratta recobró el valor y mandó a decir a Enmerkar que:

De la manera más magnífica, Inanna, reina de todas las tierras, se ha manifestado.
Es evidente que no ha abandonado su hogar, Aratta.47

Dicho aquello, el señor de Aratta relató los orígenes del pueblo de Aratta al mensajero de Uruk:

¡Mensajero, escucha! Los hombres de Aratta son hombres elegidos entre los demás, son hombres a quienes Dumuzi escogió de entre los hombres. Ellos llevan a cabo órdenes de la sagrada Inanna, son campeones despiertos, esclavos nacidos en la casa de Dumuzi, son verdaderamente excepcionales.
Estuvieron en el Diluvio; pero una vez pasó aquél, Inanna, la reina de todas las tierras, por su gran amor a Dumuzi, les roció con el agua de la Vida, y puso el país bajo su mando.48

Al recibir la noticia de los acontecimientos, Enmerkar, comprendiendo que se trataba de una señal divina, cumplió con las exigencias que había solicitado el señor de Aratta, enviándole así a su campeón con “un pequeño gorro de color blanco y negro que le cubría solo la coronilla; pero iba vestido con una piel de león”49. Entonces el señor de Aratta, cumplió en enviar a Uruk metales y piedras preciosas para la construcción de los templos de los dioses.

Nos dice Federico González Frías sobre el dios de la guerra griego, Ares:

Como todos los dioses no es ni bueno ni malo en sí mismo, sino que denota un modo creacional o un estado de la conciencia humana. Es también un emisario y un filtro por el que se expresa la deidad, cuya manifestación directa sería aniquilante. Está así presente tanto en la ira que suscita el combate, como en la estrategia para vencer al enemigo evitando la lucha y aun perdonándolo cuando su influencia se relaciona con su paredro en el Árbol de la Vida Cabalístico: Hesed.50

Así pues es como la fuerza del Amor logra conciliar la dualidad existente entre el rigor, representado a través del dios Ares (Gueburah para la Cábala) y la clemencia, simbolizado por Zeus/Júpiter (Hesed). Es esto lo que simboliza también la unión de Venus con Ares, pues la diosa del Amor es la única capaz de desarmar al dios de la guerra. Lo cual recuerda igualmente al refrán que dice: después de la guerra viene la paz, con lo cual no nos referimos a “pequeñas treguas que pueblan nuestra mente y que se suelen manifestar por tal o cual idea de confort espiritual”51, sino a la paz final análoga a la obtención del Conocimiento, “emblema de la inmortalidad del alma y la vida eterna”52.

La Tradición brinda al iniciado múltiples vehículos para realizar el viaje de retorno en pos del Conocimiento. Lo cual nos conduce a la última clave que el guerrero ha de tener en cuenta en el arte de guerra, y es que una vez obtenido el Conocimiento, restituido en el Sí Mismo, ubicado en la cúspide de la Corona y abierta la clave de bóveda en lo más Alto del Cosmos, debe dejarlo todo, y sin mirar atrás, entregarse al No-Saber lanzándose al misterioso vacío.



NOTAS.
1 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Binario. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2 Walter F. Otto, Dioniso, Mito y Culto. Tr. Cristina García Ohlrich. Ed. Siruela, Madrid, 1997.
3 Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo Profano. Trad. L. Gil. Editorial Labor, Barcelona, 1985.
4 Mircea Eliade, El mito del eterno retorno: Arquetipos y repetición. Ed. Emecé, Buenos Aires, 1968.
5 Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo Profano, op. cit.
6 Ananda K. Coomaraswamy, Hinduism and Buddhism. Munishram Manoharlal Publishers, New Dehli, 1986.
7 Samuel Noah Kramer y Jean Bottéro, Cuando los Dioses hacían de Hombres. Ed. Akal, Madrid, 2004.
8 Ibíd.
9 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Tierra, op. cit.
10 Tao Te King, Tr. Stephen Mitchell. Ed. Gaia, Madrid, 1999.
11 Federico González, En el vientre de la Ballena, Textos Alquímicos. Ediciones Obelisco, Barcelona, 1990.
12 Samuel Noah Kramer y Jean Bottéro, Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibíd.
13 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Espejo, ibíd.
14 Ibíd. Entrada: Shiva.
15 Samuel Noah Kramer y Jean Bottéro, Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibíd.
16 Ibíd.
17 Ibíd.
18 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Montaña, ibíd.
19 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite: Simbolismo de la Espada. Revista Symbolos nº 25-26, Barcelona, 2003.
20 Samuel Noah Kramer y Jean Bottéro, Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibíd.
21 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite: Simbolismo de la Espada, op. cit.
22 Samuel Noah Krammer, La Historia Empieza en Sumer. Ed. Alianza, Madrid, 2019.
23 Samuel Noah Kramer y Jean Bottéro, Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibíd.
24 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Jerarquía, ibíd.
25 Textos Herméticos, XVI, 18-19.
26 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Palas Atenea-Atenea, ibíd.
27 Samuel Noah Kramer y Jean Bottéro, Cuando los Dioses hacían de Hombres, ibíd.
28 Federico Lara Peinado, Mitos de la antigua Mesopotamia: Dioses, Héroes y Seres Fantásticos. Ed. Dilema, Madrid, 2017.
29 Ibíd.
30 Ibíd.
31 Ibíd.
32 Ibíd.
33 Ibíd.
34 Ibíd.
35 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Agua, ibíd.
36 Ibíd. Entrada: Oración del Corazón.
37 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite: La Corona, ibíd.
38 Federico Lara Peinado, Mitos de la antigua Mesopotamia: Dioses, Héroes y Seres Fantásticos, ibíd.
39 Ibíd.
40 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite: La Corona, ibíd.
41 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Gesto, ibíd.
42 Ibíd.
43 Ibíd. Entrada: Estrategia.
44 Ibíd. Entrada: Labor.
45 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite: La Cizaña, ibíd.
46 Federico Lara Peinado, Mitos de la antigua Mesopotamia: Dioses, Héroes y Seres Fantásticos, ibíd.
47 ibíd.
48 ibíd.
49 ibíd.
50 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: Ares, ibíd.
51 Ibíd. Entrada: Paz.
52 Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada: Programa Agartha. Acápite: Heracles-Hércules, ibíd.

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