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Origen desconocido. La Manifestación entera está concebida y originada por Amor; el Amor es la energía-fuerza que la sostiene. La Muerte es transmutación y la Manifestación entera está en constante y permanente transmutación. Así que podemos decir que Vida, Amor y Muerte están íntimamente ligadas o que incluso son aspectos de la misma cosa. Eros y Tánatos en su máxima significación no son el amor sentimental y la muerte física sino el Amor Divino y la Muerte iniciática. Gracias a la muerte iniciática se hace visible el Amor Divino (se efectiviza la memoria viva del Amor universal). Esta muerte sacrificial implica la unión del Cielo y la Tierra y el alma es mediadora, testigo y artífice. El alma emprende su vuelo nupcial cuando asiste a la fecundación de la Tierra por el alto Cielo. En este rito del reencuentro del Sí Mismo, morir es recordar y recordar es un acto de Amor (del latín re cordis: volver al corazón). René Guénon nos recuerda que la muerte iniciática no es más que el acto de disipar la ilusión:
La muerte iniciática deviene una necesidad a partir del anhelo de retornar al Origen. Este ardiente amor de la criatura por conocer a su Principio requiere el sacrificio más alto: su propia autoaniquilación. El iniciado muere así por amor a la Deidad, para unirse a ella, Eros como “nostalgia del Uno”, que diría Platón. El alma que se sacrifica es entonces amada por los dioses y va recuperando de este modo su condición inmortal. O dicho de otro modo: el alma y el Espíritu son aparentemente dos y por Amor, el alma se somete a diversas muertes y renacimientos para ser una con el Espíritu, y alcanzar así la Inmortalidad. Uno de los mitos griegos acerca de Eros nos recuerda que de la cópula entre Abundancia y Pobreza nace Amor, o sea que es el fruto de la unión y la armonía de dos contrarios. En otro mito, también se nos dice que nace del Huevo original, engendrado por la Noche, y cuyas dos mitades al separarse forman la Tierra y el Cielo. Y al decir de Platón, Eros es la búsqueda de la otra mitad, el hacer de dos uno, la aspiración al Uno y al Todo originario. Si el cielo y la tierra se unen gracias a Eros, los dioses y los hombres se comunican también gracias a Él. Platón lo expresa así en El Banquete:
Volviendo a la idea de transmutación, dado que todo lo manifestado porta en sí la posibilidad de mutar, o sea de cambiar de estado, la muerte es imprescindible en este proceso, pues es el vehículo para que se operen dichas mutaciones. Así, es gracias a las sucesivas muertes y renacimientos que se alumbran los indefinidos estados del Ser, que en la escala de retorno al Origen se van tornando cada vez más sutiles, universales, hasta que son finalmente reabsorbidos en la Unidad del Principio. En este viaje de retorno, la muerte tiene una función disolutiva, y el Amor tiende a coagular. Por eso se dice que el Amor es el gran cohesionador cósmico y encuentra su Altar mayor en el corazón del hombre. Su energía une lo masculino con lo femenino, la materia con el Espíritu, el Ser con el No Ser. Dos que se vuelven Uno. Que siempre fueron Uno en realidad. Entregarse al Eros Divino es entregarse a los Planes divinos sin condiciones. Sin reservas. Y cuando el poeta nos dejó dicho que: “Hemos sido invitados a un banquete y llevamos un bocadillo por si acaso”3, el banquete es la “influencia espiritual” derramada por Eros, de la que queremos seguir siendo los últimos depositarios, y el bocadillo son las “influencias psíquicas” y todas aquellas adherencias que nos resistimos a soltar, pero que de no hacerlo, impedirán participar en el gran ágape al que nos invitan los dioses. También es necesario recordar que hay un ámbito más allá del Amor universal que todo lo religa entre sí y con su Principio Único: el ámbito del No Ser, de lo totalmente inmanifestado, del Gran Misterio. Y podríamos vernos tentados de calificarlo como el último estadio del Amor por ser éste un estado de absoluta liberación y de absoluta incondicionalidad. Pero corremos el riesgo de empequeñecer lo inconmensurable, de tratar vanamente de nombrar lo Innombrable. Sólo sabemos que por Amor no hay dualidad entre el estado de Unidad y el de No-dualidad, entre el Ser y el No ser. El amor a la Verdad conlleva la muerte; morir definitivamente a la prisión de lo dual y vivir sin ninguna contradicción la No-Dualidad. Y en tanto que seres manifestados, no queremos olvidar lo que somos: hijos del Amor, un dios antiquísimo.
Roberto Castro |
NOTAS. | |
1 | René Guénon, Iniciación y realización espiritual. Ed. Sanz y Torres, Madrid, 2007. |
2 | Platón, El Banquete. Ed. Alianza, Madrid, 1989. |
3 | Federico González, En el vientre de la ballena. Textos alquímicos. Ed. Obelisco, Barcelona, 1990. |
4 | Himnos del Rig Veda. Ed. Las cuarenta, Buenos Aires, 2014. |
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