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El lenguaje es mágico, pues a través de él, el hombre puede conocer, que es lo mismo que comprender, identificar, establecer relaciones, crear vínculos, unir, discernir y expresar al mismo tiempo todo lo que está siendo conocido. El hombre puede, por tanto, realizar aquella misión que desde un principio le ha sido encomendada: nombrar todas las criaturas, identificarse con –en– ellas para finalmente devolverlas a su Unidad. El lenguaje es teúrgia viva, espada del Verbo avivada mediante intelecciones y comprensiones que establecen un orden jerarquizado, que devendrá en la creación misma –el Génesis está siendo ahora–. ¿Quién está tras estas chispas divinas que permiten la comprensión, la identificación y el retorno al Uno mismo? Saturno establece el tiempo, Atenea promueve la inteligencia, Hermes facilita la comunicación, Venus otorga sus frutos mediante coherencia, Marte discierne la paja del trigo, Júpiter crea el discurso y Diana aviva con ambrosía las palabras antes de ser manducadas por el recipiendario. Pero ¿quién une todos estos gestos divinos? No podría ser otro: ¡Eros! Él es quien dispara sus flechas a través del lenguaje, penetra el Intelecto y acierta en Sabiduría. Así nace la identificación o Conocimiento en aquél que siendo puro de corazón está presto a escuchar el revoloteo de sus alas. El lenguaje tiene ese poder creador, así es expresado en las antiguas tradiciones y así lo reconocemos en la Cábala, la que vamos penetrando muy de cerca gracias a la obra de Federico González, quien nos ha transmitido este legado vivo. “No existen palabras estúpidas, no puede haberlas”, nos dice en su obra Rapsodia. ¿De qué otra manera podría ser si no? El lenguaje es un tejido sagrado que cubre, oculta, protege y revela el secreto de la verdadera vida. Un caudal de luz expresado a través de grafías que a su vez contienen su sonido equivalente por medio del cual se expande la Palabra hasta los confines del Cosmos, y aún más allá; tras las grafías y el sonido, un murmullo inaudible manifiesta el arquetipo auténtico de la deidad; y cuanto más profundo y desnudo uno penetra, más silencioso y oscuro se vuelve, aunque a su vez más cálido y acogedor. ¿Hasta dónde contigo, querido Eros?
Es muy paradójico que la salida del Cosmos radique en el mismo lenguaje, que es lo primero que se aprende al nacer y al mismo tiempo es lo más compartido por la civilización actual. Ahí está, latente, toda su posibilidad generadora. ¿Quién se atreve a penetrarla? El hombre y la mujer contemporáneos, hoy como siempre, albergan esa posibilidad de manifestar, de hacer presentes (en el ahora, como un agradecimiento revelador) ideas que se originan en planos más sutiles o universales, los cuales cohabitan con otros formales que acaban concretándose materialmente, tal cual es el orden cósmico descendente. Un camino que va desde lo más etéreo a lo más concreto para de nuevo retornar a ese punto mudo que sigue latiendo en su mismidad, del que emana un caudal de vida que nunca ha dejado de manar. Existe, además, una cadena de transmisión que ha encarnado esta Palabra, que ha vivido la unión erótico-orgiástica con el cosmos y que ha manifestado hasta el fin de su existencia tan alta realidad. Así, se podría seguir un hilo desde el origen hasta la actualidad, gracias a las facultades de la deidad llamadas Memoria y Pensamiento. Y en este ritmar perenne del Verbo con la Palabra y su expresión en el tiempo mediante las voces de la Sabiduría, la fuerza impertérrita del símbolo y la analogía, y con ellas el crisol de correspondencias entre letras, números, astros, planetas, minerales, vegetales o animales, se descubre una auténtica orgía ideal generada por un lenguaje vivo, que permanece tan vivo hoy como ayer. Aunque el lenguaje también tiene otra cara más obscura (Eros puede ser desgarrador y letal), pues como poderosísima arma creacional, igualmente es el fundamento de las ensoñaciones; a través de él se forman las imágenes que conforman las ilusiones y que no son otra cosa sino meras distracciones. Esta otra cara temible del lenguaje es aquella que en lugar de permitir elevar el alma y que reconozca así sus estados más altos, la reduce hacia pequeñeces individuales, la atrapa en redes sociales, la maltrata infundiendo errores capitales y la dota de posesión y sentimiento. Sin embargo, Eros siempre está ahí; no sólo cuando las palabras son pronunciadas, sino que siendo Él el primero, las precede. Esto es, antes de que sean nombradas, existe una idea que las contiene, como semilla que habita en el Pensamiento, ahí donde reside toda potencia creadora. Un fuego perenne del que surgen las letras “como llamas al carbón”. Por eso no es de extrañar la insistencia de los primeros hermanos cabalistas cuando destacan la preeminencia de los pensamientos; sabiendo que las palabras son creadoras, ¿qué serán entonces los pensamientos, directamente emanados del Verbo o Fiat Lux divino? Uno debe atender a lo que piensa, pues es el primer enlace de la creatura y el creador, y a la vez, el acto teúrgico por excelencia. E incluso aquí, en estas aulas tan altas, sigue presente Eros, recostado, ligando y convergiendo las ideas bajo un único prisma que abarca la totalidad de lo que puede ser pensado. ¡Qué maravilla poder cerciorarse que uno ya está con Él! ¡Qué está en Él! Y que quede escrito: el desamparo generalizado de las ciudades contemporáneas es relativo, tan sólo se trata de un estado de ánimo y sólo es cuestión de ponerse manos a la Obra, reconociendo la obra de Eros omnipresente, para encontrar la salida olvidada, remontando el hilo del lenguaje. “¿Qué mayor vinculo puede tener uno sino con lo que dice y esto con lo que piensa?” Alberto Pitarch |
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