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Sabedores de que Eros es la fuerza que cohesiona toda la creación,
A este dios “pícaro y sinvergüenza” pues, nos encomendaremos; No en vano conjuga las energías de Marte y Venus en cópula celestial, En la perpetua conjugación de contrarios.1 |
Origen desconocido. En las primeras teogonías Eros adquiere el aspecto de un dios primordial: “De todos los dioses concibió primero a Eros”2; “… un dios nacido a la par que la Tierra y salido directamente del Caos primitivo, y, como tal, era adorado en Tespias, en forma de una piedra bruta”3. Es ésta una visión del dios como fuerza fundamental y cohesionadora de la creación, aunque también se lo ha concebido como una fuerza perpetuamente insatisfecha, inquieta, que con sus flechas y antorcha se divierte llevando el desasosiego a los corazones de los hombres y los dioses. Incluso su madre lo trata con cierto temor. Como se dice en el Banquete de Platón, “no hay Afrodita sin Eros”, por tanto habremos de convenir con Pausanias que, del mismo modo que hay una Afrodita Urania y otra Pandemos, con Eros también acontece esta dualidad; nada extraño, por cierto, para el hermetista, pues está refiriéndose a los dos aspectos de una misma realidad: el luminoso y el oscuro. Por tanto, “no todo amor ni todo Eros es hermoso ni digno de ser alabado, sino el que nos induce a amar bellamente”4. En estos tiempos predomina un aspecto del dios, el llamado Eros pandemos, que se opone al conocimiento iniciático; prestarle demasiada atención lleva al alma del hombre hacia el desequilibrio, hacia el aspecto oscuro de esta fuerza primordial; es decir, tendente hacia lo sensible y “material”, olvidando lo intelectual y suprasensible que, o bien se desconoce por completo o bien simplemente se lo niega por “inmaterial”. Tal el estado de solidificación de nuestro tiempo histórico; denso y pesado, opuesto a lo ligero y volátil. Un ser humano moderno que siempre se halla predispuesto a la hipnosis colectiva a través de las más excelsas fantasías tecnológicas: distopías en un tiempo en que ya no parece tener lugar lo nuevo y todo se ‘consume a sí mismo’. Un mundo para dejar atrás verdaderamente, por amor a la deidad. Hay pues, en el camino del conocimiento, una elección, una predilección, si así pudiésemos expresarlo, por los asuntos de las cosas celestes. El arcano VI del Tarot de Marsella nos muestra gráficamente el dilema de la elección. Un dilema que no se da nunca de forma definitiva y siempre debe reiterarse, a cada paso. Como en todo lo referente al conocimiento iniciático, el rito conlleva su reiteración, pues de lo contrario el símbolo pierde su fuerza vivificadora. El iniciado debe ‘velar’ con constancia. Es decir, participar del Noûs divino encarnando el símbolo de su amor por lo sublime, por lo intangible e inaprensible.
Entonces el ser humano se vuelve un amante, lo que etimológicamente significa la palabra ‘filósofo’: amante de la sabiduría.
Origen desconocido. Y añadimos que con la humildad que propone Nicolás de Cusa en su Docta Ignorantia: encarnando la “coincidentia oppositorum” y participando del ágape universal. Mito, Rito y Símbolo se hallan presentes en los diálogos platónicos de una forma muy viva. Las interlocuciones de los hablantes con el maestro Sócrates constituyen caminos de lenguaje: el interlocutor se entrega al auditorio y al maestro y, como un amante, se adentra por los vericuetos de la palabra en un diálogo compartido, y muchas veces paradójico; “... el método platónico del diálogo, debe entenderse no como una discusión o exposición de opiniones, sino como un recurso para ayudar a extraer del interior lo que uno ya sabe desde siempre pero ha olvidado, lo que el maestro Sócrates nombró como mayéutica o arte de las comadronas”6. Hemos visto que Eros, además de su tradicional fisionomía de niño alado con flechas y antorcha, es una deidad primordial, asociada al simbolismo del huevo cósmico. También cuenta Platón, en boca de Sócrates, lo que éste aprendiera de la sacerdotisa de Mantinea, Diotima, quien le inició en los misterios: que es un “genio” o “daimon” intermediario entre dioses y hombres. Origen desconocido. La mayéutica socrática, en su proceso obstétrico, ayuda a borrar los efectos de haber bebido de la Fuente del Olvido, en el río Lete del Hades. Por eso los griegos usaban el término Alétheia7, para designar la negación del olvido, desvelar lo olvidado u oculto. Si “uno es lo que conoce” y todo es simbólico, entonces la palabra griega Alétheia podría designar el permanente juego entre la memoria y el olvido que, con sus luces y sombras, permite la apertura al conocimiento y nos dispone a vislumbrar la verdad como un desvelar lo olvidado, una remembranza que se descubre internamente en la más absoluta de las soledades de cada ser humano, algo que se posee internamente como “piedra bruta”; su tallado depende de cada cual. Eros puede ser simbolizado como un fuego esencial (antorcha inflamada, corazón ardiente) o una herida en el corazón (flechas); según los requerimientos de este dios, tan caprichoso como cruel e inquieto. O quizás las dos cosas al mismo tiempo. Su antorcha, por ejemplo, vivifica el corazón del alquimista en la contemplación de la Naturaleza y de sus bellos misterios y secretos. Sus flechas siempre traen incertidumbre e inquietud. Pero en ambos casos es agente activo de la transmutación del alma. Marsilio Ficino, en Sobre el Furor divino, describe las siguientes categorías que pueden inflamar el alma humana, y sus desviaciones:
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