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LAS BACANALES Y DESFILES DIONISÍACOS: JUEGOS Y REPRESENTACIONES TEATRALES CARLOS ALCOLEA |
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Los juegos y representaciones teatrales han acompañado siempre las festividades como símbolos de la energía rítmica del cosmos, del ritmo del universo; también proyectan ese símbolo en el movimiento. La representación o juego teatral es el método por el cual los poderes del universo, o la Divinidad, crean y se expresan a través de la manifestación; por eso hablamos naturalmente del "juego" de esas fuerzas. También expresan la exuberante energía del Creador. Hablamos del "juego" de la luz solar, que fertiliza e ilumina, donde se da la interacción de los poderes masculino-femenino, de las fuerzas opuestas, pero complementarias. El juego significa también el papel que el hombre desempeña en el escenario de la vida. Este juego del mundo manifiesto es expresado más adecuadamente por el hinduismo y el budismo tántrico a través del juego de la deidad creadora en la Danza de Shiva, que ha creado el mundo de los fenómenos, de mâyâ o la ilusión. Es interesante señalar que la palabra "ilusión" deriva de la expresión latina "jugar o representar un juego".1 |
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Se ha dicho que “conocer el juego, es aprender a salir de él jugándolo”2. En verdad no queda otra; para salir de los límites que el propio juego impone hay que conocerlos, o sea, jugar el juego de la Vida. Un proceso arduo con pruebas y obstáculos que superar, en el que hay que tomar decisiones todo el tiempo renunciando a los frutos, es decir, con desapego, de lo contrario se produce un encadenamiento a las cosas del mundo, como le ocurre a Perséfone, raptada por Hades y encadenada a permanecer en el Tártaro al probar de los frutos de este. Lo que nos lleva directamente a plantearnos nuestra posición con respecto “al mundo y sus negocios, económicos y políticos, sentimentales, ideológicos, pasionales, etc., etc.”3, es decir, hasta qué punto estamos encadenados a estas cuestiones, en medio de un escenario laberíntico con los demonios desatados y en el que lo queramos o no, estamos metidos.
La abundancia de escenas en los vasos de Paestum y también en los vasos áticos de mejor calidad, dan fe de lo populares que en su momento llegan a ser los desfiles dionisíacos y otras representaciones, en las que podemos ver a “los dioses puestos en acción por los actores teatrales”5 que cantan, bailan y actúan “de modo un tanto demencial”6, pasándolo a lo grande, como niños ensimismados en estos juegos recreativos, mientras el espectador asiste encantado, aunque quizá no termina de encajar lo que ocurre, ya que todo aquello es imposible de definir. Incluso puede llegar a resultar excesivo y desproporcionado hasta el rechazo y el horror, por lo grotesco de los personajes y las situaciones, y paradójicamente experimentarse una atracción indescriptible, semejante a la de un vértigo, al punto de producirse insospechadas aperturas, la percepción de otras realidades, “mundos nuevos que permanecían invisibles y sin embargo nos son familiares”7. Todo lo cual evidencia que lo cómico y lo grotesco también tiene un lugar dentro del amplio abanico de aspectos y formas que adopta la danza de la divinidad. La profusión de representaciones de Phlyax en la cerámica, pone de manifiesto la importancia de este tipo de juegos escénicos originados en la Magna Grecia.
En sus inesperadas apariciones, se presenta
Ciertamente hay un amplio repertorio de escenas simbólicas pintadas en los mencionados vasos de Paestum en las que aparecen personajes insólitos que llaman la atención por su actitud desmedida y/o su deformidad física. De entre ellos, permítasenos invocar a Hefesto, el dios tullido cuya historia ejemplar es análoga a la de nuestra civilización, en la actualidad, absolutamente desproporcionada, deforme e invertida con respecto al modelo arquetípico. Para muestra, un botón: si una de las principales cualidades de Hefesto es la de dominar a la perfección el fuego con el que funde los metales para su modelaje, nuestra civilización ha llegado a creer que ejerce el dominio total sobre el fuego en el sentido literal, llegando a concebir bombas destructoras de magnitudes insospechadas. Sin duda que esta deidad “prefigura a la Edad de Hierro en la que envejece –y agoniza– el mundo que hemos conocido”10. Viene al caso recordar el episodio en que Hefesto es expulsado del Olimpo. De ello hay dos versiones que resultan contradictorias si sólo aplicamos una lectura literal, en cambio, a la luz de la simbólica podemos observar que son complementarias. La primera muestra que nuestro personaje es lanzado de las alturas por defender a su madre Hera, suspendida de una cadena de oro entre cielo y tierra11, mientras que en la segunda versión es la propia madre la que lo lanza. En primer lugar debe tenerse en cuenta que Hera-Juno, como ya se ha dicho con anterioridad, es la contraparte femenina del Padre de los dioses, Zeus-Júpiter. Además éste, según la primera versión del mito, es el responsable de que Hera permanezca suspendida entre cielo y tierra, lo que estaría indicando el papel intermediario de esta entidad, representada precisamente mediante una cadena de oro que religa el presente actual con el origen de los tiempos, que resulta ser coetáneo.
Y sin dejar en ningún momento de apuntar a instancias más altas y sutiles, así se manifiesta la presencia de esta entidad inclasificable:
Por lo que
En realidad, no puede ser de otro modo, “pues ¿qué somos los hombres y las mujeres sino actores y actrices de una obra titulada Cosmogonía, compuesta y dirigida por un Dios Desconocido (al que nunca se ve en la sala)?”18. Mediadores, por tanto, de lo Innombrable, cumpliendo cada quien con el papel que le tocó en suerte representar. En este sentido, hablar de buenos y malos no tiene razón de ser, lo que no quita para denunciar el empoderamiento creciente de las energías tendentes a la multiplicidad y la disolución, que se han hecho fuertes y campan a sus anchas, encarnadas en una turba de energúmenos disfrazados para la ocasión. Sin olvidar que estos, no son sino espejos en los que se reflejan nuestras miserias, “los asesinos de la verdad, (…) monstruos a sueldo de nuestros peores instintos”19. Sea como sea:
¿Qué pretensiones entonces? ¿Qué reconocimiento personal y de quién? ¿Con qué fundamento? ¿A quién interpelar? Todo lo más que podemos hacer, es ritmarnos al tono universal, afinar, armonizar, conjugar las dos corrientes de energía.
Las representaciones de las máscaras pintadas en las paredes de las casas de Pompeya y otras escenas evidentemente simbólicas, dan testimonio del universo sagrado en el que cohabitan sus habitantes. Para estos, como para toda mentalidad verdaderamente tradicional en el auténtico sentido de lo que ello significa, el Rito resulta un método operativo y por lo tanto eficaz de escenificar y recrear el descenso de las energías celestes, sublimadas por los participantes –actores y espectadores– que las encarnan y por lo tanto las reciben. De todo ello encontramos no pocos ejemplos registrados, entre los que cabe destacar por su conservación y claridad, el que se encuentra en la Villa de los Misterios en Pompeya, concretamente en la sala con el mismo nombre, donde se hallan escenas representativas acerca de lo dicho.
Al fondo, en el centro de la pared se encuentra Dioniso presidiendo la escena, junto a él se aprecia una figura sentada que lo abraza, cuyo rostro ya no es posible ver, unos dicen que se trata de Ariadna, célebre por el hilo que le entrega a Teseo para no perderse en su recorrido por el laberinto, en cuyo centro le espera el Minotauro, la bestia a la que ha de vencer. Este sale victorioso de la empresa y Ariadna se fuga con él, quien posteriormente la abandona dejándola dormida en la isla de Naxos –según nos cuenta Hesíodo–, donde Dioniso la encuentra y se casa con ella. Otros prefieren ver en la misteriosa identidad la presencia de Venus –o Afrodita–, la diosa del Amor, que al decir de Apuleyo en su invocación a Isis es también “la madre de toda la naturaleza, el alma del orbe entero, el origen y germen de los elementos”23. En cualquier caso, ambas entidades o Energías-Fuerza, se encuentran figuradas en esta representación que celebra la Unión por Amor.
A la derecha según el punto de vista del espectador, se ve a un grupo de personajes que conforma el cortejo dionisíaco. De entre los más cercanos al dios, mirando fijamente al espectador, destaca una máscara que nos recuerda a Phlyax y cuya expresión nos sume en la extrañeza. Parece sostenerla una figura misteriosa o bien también podría verse como si estuviera asomando por una abertura, que en realidad es una de las franjas oscuras que decoran las paredes, donde justamente se apoya otro personaje que recuerda a Sileno –o Silvano para los romanos–, el hijo de Hermes al que suele representárselo como un anciano ebrio, preceptor y acompañante de Dioniso, que aparece en su séquito junto a Pan, al que por cierto se lo representa con pezuñas de macho cabrío, ya que figura las energías ctónicas complementarias a las uránicas –celestes o sutiles–. He aquí otro personaje cuyas características físicas dejan patente que la monstruosidad es Belleza a otro nivel, tal y como señalan las brujas de Macbeth al decir: “lo feo es bello y bello lo que es feo”, verdaderas Sibilas que profetizan con precisión el auge y caída de un reino, análogo al reino que es cada quien; un drama truculento que representa con puntual exactitud el que se nos ofrece a diario. Sirva todo esto para evidenciar que lo monstruoso ocupa un lugar significativo en el panteón de los dioses, modelo que nuestras estructuras culturales manifiestan, siguiendo con la idea de que “lo de abajo es como lo de arriba y lo de arriba como lo de abajo”, según reza la Tabla Esmeralda atribuida a Hermes Trismegisto, texto hermético por excelencia, que se dice fue grabado en la esmeralda caída de la frente de Lucifer, piedra que simboliza el tercer ojo o sentido de la eternidad. Lo que ejemplifica el descenso a los estados inferiores del Ser, vivido precisamente como la expulsión del Paraíso, una caída análoga a la que experimenta Hefesto. Pero volviendo de nuevo a la máscara que parece asomar de la profundidad, sus ojos vacíos y llenos de vida, así como su boca abierta nos sumergen en el misterio. ¿De donde proviene la fuerza de esa mirada inquietante que nos sigue al punto de no dejarnos en ningún momento? Quizá Nicolás de Cusa puede aportar pistas acerca de ello. Oigamos lo que dice en su obra La Visión de Dios:
Arcano que nos lleva de nuevo a la escena de la iniciación que se representa en este espacio llamado Sala de los Misterios. El rito culmina con una mujer arrodillada en posición de descubrir lo que hasta ahora le estaba vedado, figurado por el Falo primordial, símbolo del Logos o Verbo divino, el “eje axial emisor de las semillas que penetrarán en el receptáculo vacío fecundándolo”.25
También en otros puntos de Pompeya encontramos casas con numerosos Phlyax representados en frescos excelentemente conservados, así como otras escenas teatrales que recogen hechos míticos y personajes arquetípicos, tal es el caso de la Casa Longus, Casa de los Vetii, con personajes como Príapo con su falo de dimensiones desproporcionadas,
O la famosa Casa de la Venus de la Concha, llamada así por el impresionante fresco en el que aparece la diosa Venus en una concha que recuerda al yoni femenino como imagen de la receptividad por excelencia. Y esto son sólo algunos ejemplos escogidos de los muchos que se encuentran por doquier en todo el mediterráneo.
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