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CRISTINA FLÓREZ-ESTRADA |
Eros, recógenos en tu sagrada barca para cruzar el amplio mar de las pasiones por el que los entregados de corazón al conocimiento hemos de surcar y salir victoriosos, ya que sólo si es conducida por tu intermedio, divino capitán, podrá llegar a su Destino, la patria de tu fértil y virginal madre. Generoso demon, que con la mínima ofrenda realizada de corazón, te nos revelas. El batir de tus alas anuncia tu llegada produciendo la más dulce y esperanzadora melodía, y a la vez prepara al alma para la batalla, para la lucha de amor que desencadenará “esa pasión interna con su contrario donde se producen las bodas alquímicas entre la sabiduría y quien la pretende”1. Al oírte, querido Eros, el alma revolucionada se desnuda y corre hacia ti para ir contigo por donde sea que tú la lleves. ¡Ay bello y risueño niño! El “dulce amargo” te llama el gran Zeus. Tú que empuñas con tu arco las flechas impregnadas de tu encantamiento amoroso. Te pedimos nos dispares en el corazón. ¡Mátanos de amor! Apuntas en dirección nuestra y con una mirada picarona sueltas la tensión de la dorada cuerda de tu arco, y viajando a toda velocidad se clava precisa la vira en el centro del corazón. ¡Hemos sido flechados! ¡Ay cómo duele! Más, ¿quién no moriría por Amor? Al despertar, uno vislumbra que la creación entera lleva clavada tus flechas. Amor siempre presente en todo y con todo, nada ni nadie se escapa de la herida del Amor. Y así empieza este maravilloso viaje de amor en pos del Conocimiento. Uno ha muerto en vida, aceptando su inevitable Destino al quedarse quieto cual diana y rendirse a la flecha de Eros. La vida cobra por fin un sentido cuando se tiene la certeza de que el Destino es el Origen. Pero, ¿cómo se regresa al Origen? ¿Serás Tú, Eros, quien nos eleve en brazos, volando a nuestra patria? Más allá de los sentidos, del tiempo y del espacio, se oyen los estruendosos rugidos de feroces tigres acompasados al ritmo de tambores, flautas, címbalos y risas, todo un aparente caos pero ordenado. ¿Podrá ser esto posible? ¿De dónde viene esta música tan irresistible? De pronto, la tierra empieza a temblar, tiembla y tiembla; Eros suelta una risita y sale al vuelo hacia la música. Al estar ligados a Él, sin saber muy bien cómo ni por qué, le seguimos inevitablemente, corriendo antes de perderle la pista. La música se hace más y más fuerte a medida que avanzamos. Imantados, somos conducidos por el ágil niño alado y llegamos a la entrada de una gran caverna llamada Agartha, en donde se producen las rupturas de nivel. Resguardada por bestias monstruosas, bellas a causa de su ausencia; su labor consiste en espantar lo profano, mientras que a la vez protegen lo sagrado. En su entrada, se halla señalado: “Abandonad toda esperanza vosotros que entráis”2. Eros se introduce en la gruta fugazmente sin darnos si quiera tiempo a pensárnoslo bien. “¡Por amor!”, exclaman los aventureros enamorados mientras se lanzan en el profundo profundísimo interior de la caverna. Una vez dentro no hay vuelta atrás, todo es oscuridad en el interior de la tierra, pero no dejamos de oír el revoloteo de las pequeñas alas. De pronto irrumpe de nuevo la irresistible música que nos trajo hasta aquí y somos jalados por un repentino furor embriagador. En medio de oscuridad cegadora aparece esplendoroso escoltado por panteras negras como la noche, atributo del furibundo dios. ¡Dioniso! ¡El nacido dos veces! Coronado con hojas de vid, arropado en pieles de tigre y con tirso en mano, símbolo del eje. Sumida en el frenesí que tu presencia provoca, se une el alma en éxtasis a tu séquito de ménades, ninfas y sátiros que portan serpientes anunciando la hora de la muda de piel. Bailamos todos al compás del latir de la tierra, brindando por el macho cabrío y bebiendo en exceso su vino delicioso, imbuidos por la fuerza del rito que llama a la fecundidad. Cupido ayudando a Baco en el pisado de la uva. John G. Unneverh, 1863. ¡El que incita al alma a sacudir todos los apegos en danzas! ¡No hay quien se te resista! ¡Gran Hierofante! ¡Libéranos de nuestros lastres y cadenas! ¡Llévanos a la Locura! ¡Evohé! ¡Evohé! ¡Evohé! ¡Oh Tú! Multiforme, que por momentos apareces como un niño, dios niño, y por otros como un furibundo de prominentes barbas. ¿Igual que Eros, del cual dicen es el viejo más joven del mundo? Aparente dualidad que tus iniciados han de conciliar en el interior de su corazón. ¿Quién eres? ¡Cuán misteriosa es tu presencia! Llegado el momento del sacrificio, señalas el camino hacia el altar donde guiados por Amor durante toda la ceremonia, nos entregamos sin reservas, y ahí donde está nuestro corazón, matamos a la muerte que nos mata, clavando la espada en su centro, como el guerrero que se autoinmola, para que corra la sangre en honor a los dioses y se genere un nuevo espacio, virgen y fecundo cual copa vacía, en donde poner nuestro tesoro. De esta manera da inicio el proceso de transmutación del alma, justo cuando nos arrojamos vivos al fuego abrasador de la pasión que disuelve lo grotesco y denso que hay en ella, mientras que simultáneamente se conjuga en armonía el mercurio con el azufre gracias a ti, Eros, la sal alquímica que permite la unión del principio masculino con el femenino al conciliarlos. En la unión de los opuestos y complementarios se fundamenta tu gran arte amatoria, presidiendo las reiteradas bodas químicas que tienen lugar en lo más secreto del alma, nuestro athanor portátil. El aprendiz atisba que este es un viaje largo y por etapas; el camino es certero y verdadero, plagado de múltiples pruebas y obstáculos que se irán presentando, más no desfallece en la constante entrega, orando y laborando en su laboratorio alquímico; armándose de paciencia y perseverancia y con la muerte como su gran aliada. La clave reside en el mantenimiento y regulación del fuego que cuece la obra alquímica, del cual Tú querido Eros, eres guardián. “¡Oh potente fuerza del amor! El amor animado por la verdadera fe todo lo puede”3. Ya no hay pasado, ni futuro, hemos quemado las ilusiones y miedos que mantenían con vida al fétido hombre viejo. Hoy, que es siempre, es el primer día de vida del Hombre Nuevo.
¡Eros, haz que nada se interponga en este viaje de Amor! Uno lo ha apostado todo; ya no hay nada que perder, pues el furor que inspiran las musas nos ha llevado a arrojarnos al fuego vivo del Conocimiento. Habiendo aceptado el sacrificio, Eros nos impulsa al vuelo vertical y de la mano nos lleva a recorrer los escalonados peldaños del pensamiento que rodean el eje del mundo, abriéndonos las puertas hacia espacios de la conciencia más sutiles que hasta entonces habían permanecido ocultos, inaccesibles. Se percibe otra luz más luminosa, anunciando el fin de la oscura y negra noche. La espesa niebla de la tempestad se ha retirado, y lo que antes parecían sombras o siluetas aparece como un bellísimo jardín en donde todo está perfectamente ordenado, medido y pesado por obra de la Inteligencia. El alma naufraga a los pies de una gran isla –el país de los Antepasados la llaman–, donde se vislumbran múltiples caminitos por recorrer; vestida con flores de todos los colores, fuentes de aguas cristalinas, frutales en abundancia, y en cuyo centro se ubica una gran palmera que comunica todos los planos simultáneos del Ser; aquí todo es júbilo y fecundidad. Conducidos por Eros, hemos accedido a la ciudadela del alma, en cuya entrada está escrito: “Conócete a ti mismo”. En ella somos instruidos por las nueve musas, que en gozosa compañía nos revelan los secretos contenidos en las ciencias y artes que inspiran mediante dulces cantos, bailes, poesía y teatro, imágenes todas de la memoria del mundo. ¡Divino furor el que inspiráis dulces doncellas, incitando al alma a recorrer las esferas del Árbol de la Vida, ofreciendo la posibilidad de penetrar en ellas! ¡Que vuestros cantos sean siempre escuchados, Veneradísimas! Erato, musa de la poesía lírica. Charles Meiner, 1800. Junto a vosotras se encuentra Hermes, guía, instructor, intermediario, psicopompo, escriba y mensajero divino, quien a través de la Vía Simbólica nos comunica la esencia de la Tradición que auspicia con el soporte del símbolo, el mito y el rito, conformando una red de analogías que articulan la estructura invisible del cosmos, es decir de nosotros mismos. Y en las noches serenas y despejadas del alma, nos muestra los atributos y hazañas de los dioses plasmados en el firmamento estrellado. Mercurio dando lecciones a Cupido. François Boucher, 1738. De nuevo suena una irresistible música, esta vez produciendo una delicada, dulce y muy sutil melodía; el alma vibra de alegría al reconocerse parte de ella y tras haberle Hermes señalado el camino, sale a su encuentro de la mano de Eros. ¡Es Apolo! ¡Luz que alumbra las Ideas eternas y universales! Que al tocar su lira, regalo del dios Hermes, entona la música secreta de las esferas en perfecta armonía; siete son las cuerdas de la áurea lira de Apolo, como siete es el número de los planetas que conforman el plano intermediario y de los metales con los que se corresponden, energías que se hallan reflejadas en el interior del ser humano como microcosmos; metales con los cuales el alquimista ha de trabajar en su constante labor transmutatoria, tomándolos como materia prima, para separar lo espeso de lo sutil, y así poder conciliar la ambivalencia existente en las energías que los conforman. Nada hay fuera de la deidad. Este proceso no sólo implica el conocer las virtudes que han de ser aprehendidas, conquistadas por el aspirante al Conocimiento, sino también la faceta oscura de cada una de las esferas que conforman el plano intermediario del alma, o sea, las dos caras de una misma moneda, en donde la una no queda excluida en beneficio de la otra, sino que ambas son reintegradas en un solo y único Principio. Conocer muy bien al enemigo interno, aprovechando su fuerza para ser impulsado hasta el punto central donde se une el alma inferior con la superior, donde la aparente dualidad es trascendida al vivenciar que Uno es Todo y Todo es Uno. Las musas danzan grácilmente al son de la melodía que entona el resplandeciente Olímpico, mientras las tres Gracias se aúnan conformando una “ronda sacra, cuyo hilo sutil y luminoso une la periferia con el centro, acompasándose al triple ritmo de la generosidad: dar, aceptar y devolver”5. Impulsada por Eros, el alma alza la mirada hacía ti, radiante Apolo, cegada por tu luminosa presencia es imantada por la Belleza que tus rayos expelen y sin poder evitarlo, peregrina a tu encuentro para fundirse en el abrazo solar. ¡Cuán reconfortante es el calor apolíneo que alumbra al niño alquímico! Las cópulas sagradas del Sol y la Luna reúnen las dos mitades del huevo cósmico, dando a luz al Andrógino Primordial que une Cielo y Tierra ¿Phanes? ¿Eros? ¿Quién? Como el ave fénix, renacemos de nuestras propias cenizas para continuar el recorrido ascendente. El dios geómetra coge su arco y apuntando hacia arriba dispara la flecha dibujando un radio que une periferia y centro, trazando el camino a seguir. Sagrado adivino, que vaticinas las cosas futuras. ¡Oh, resplandeciente! Tú que elevas el alma “por encima de la mente a la Unidad misma”6, abriendo camino hacia “el Espíritu y al ojo que todo lo ve”7. Apolo y la serpiente Pitón. Cornelis de Vos, 1636-1638. Sale el alma divinizada hacia la puerta de los dioses, bañada de Luz y coronada de laureles. ¡Amor triunfante! Llega entonces la barca de Eros, insuflada por el hálito de vida, y portando en su interior los frutos áureos del jardín del Paraíso, lleva labrada en su cubierta como insignia “Amor Vincit Omnia”8, “el Amor todo lo puede”. La lucha de Amor no ha llegado a su fin, Eros nos invita a navegar con él y así continuar el viaje de retorno por la vertical hacia la autentica Patria, la celeste, donde el furor de la Venus Urania nos aguarda.
Friedrich Rehberg, 1808. Descorrido el velo, la diosa se revela en todo su esplendor, y en amoroso beso, somos reintegrados en su Principio, restaurados en la Unidad; las ansiadas bodas del Alma con el Espíritu. Abandonando las formas penetramos el abstracto mundo de las Ideas puras, en donde el único reflejo existente se halla contenido en la sacra tríada del sujeto que conoce, el objeto conocido y el Conocimiento mismo, conformando la Triunidad del Espíritu. El furor que inspiran las Musas, Dioniso, Apolo y Venus ha sido el vehículo, que como distintas facetas de una sola Deidad, de la Deidad, nos ha elevado hasta aquí. Al igual que Venus, Eros y todos los dioses, nos hemos desprendido de nuestros nombres propios para Ser una única Identidad y encarnar la simultaneidad. ¡Centro de centros! ¿Todo este viaje para llegar a la conclusión de que el Uno nunca salió de Sí Mismo? ¿Se tratará acaso de un sueño? ¿Nos habrán gastado una broma pesada? Cuan misteriosa es la Deidad. Reintegrados en Kether, en el Uno que es Amor, somos un punto afirmado en el seno de la Nada, del Silencio, de la región de la Metafísica, Inmanente en todo cuanto existe, ámbito de donde Todo ha salido, Misterio, del cual sólo se puede hablar en términos negativos. ¡El Innombrable! ¡Inconmesurable! ¡Insonsable! ¡Infinito! Desprendidos de todo lo aprehendido y sin mirar atrás, ubicados en la clave de bóveda, salimos a la conquista de la auténtica Libertad. ¡Adiós!
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