SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

LOS OJOS DE EROS

BEATRIZ RAMADA

De la espiral de mis oídos se exhala una levedad que se perpetúa
a miles de kilómetros de distancia. Me he escuchado a mí mismo
a través de la longitud del tiempo y lo que he oído no ha sido mi voz
Nada de lo que suponía ha sido; sólo lo que soy se ha hecho presente.1




Amor desinteresado, Guercino. c. 1654. Museo del Prado.

Hay algo realmente inexpresable cuando uno se aproxima a aquello que Eros simboliza, puesto que está a la vez dentro y fuera, envolviendo y penetrando todo cuanto es, invisible a los sentidos, elevado más allá de lo que la razón es capaz de comprender, y aun así es el motor de toda existencia. Conocido unánimemente, en la medida en que es innato a todos los seres la facultad de amar (aunque por ignorancia se entienda a ésta como el deseo de posesión de algo que está fuera de uno mismo), es el gran desconocido.

Multiforme, de naturaleza dual, es capaz de adoptar todas las formas mientras permanece oculto en su verdadera esencia, y sólo por la gracia que él mismo derrama es posible conocerlo en diferentes grados –escala ascendente–, en medida proporcional a la disposición del alma que se entrega al rapto del dios.

Según la cosmogonía órfica, Eros es el primer dios nacido de la Noche indiferenciada. En su origen es anterior a cualquier determinación y por tanto está más allá del Ser, si consideramos a éste una primera afirmación con respecto a la infinitud del No Ser. Por ello, Eros es –tal su magnitud– la llave o clave que abre el umbral a la Suprema Identidad entre Ser y No Ser, y es también la energía que posibilita a la Inteligencia acceder a la conciencia de Unidad, donde todos los seres se reconocen en una misma esencia, en la armonía única del Todo.

La fuerza de atracción de Eros hacia la Realidad metafísica es lo que el alma experimenta como un anhelo de retorno al Origen increado; y es su energía, innata a la esencia misma de la Creación, la que la guía a través de los distintos planos o mundos jerarquizados hacia lo supracósmico, insuflando a través de su hálito un estado de entusiasmo erótico propio del enamoramiento.

Los mortales le llaman Eros, el dios alado; los inmortales Pteros, el que da alas.2

También Platón en su conocido diálogo El Banquete o Sobre el amor recoge en el discurso las enseñanzas de Diótima –maestra de Sócrates– acerca de la naturaleza de Eros, interrogándose si el amor es un dios o un demon. Aquí, Eros es presentado como un gran demon intermediario capaz de infundir en el alma el deseo de la Belleza eterna, increada e imperceptible. Siguiendo con este sentido de transmisor, de guía, en el Corpus Hermeticum se llama al divino Cupido, Hermes inspirado.

Del Amor se dice que es el más antiguo de los dioses porque por su primordialidad participa del misterio del Absoluto, del Deus absconditus; también que es el más joven pues renace en la simultaneidad del presente; y considerado como intermediario es el gran demon que se revela en el alma como potencia capaz de hacer retornar todas las cosas a la unidad de su origen, por ello es el gran cohesionador de todo lo creado.

Aunque pueda intuirse a través de estas palabras algo acerca de la energía tan elevada que Eros simboliza, siempre hay un punto inexpresable por el lenguaje que sólo puede ser reconocido a través de la vivencia interna del alma, que primero ha de entregarse y despojarse de la voluntad propia apegada a la limitación de una identidad con un yo particular o separado, que impide la conciencia de Unidad que el Amor simboliza. Este proceso se efectúa de forma análoga a la entrega del amante que solamente quiere lo que el otro quiere –el amado–, identificándolo con todo cuanto es bueno y bello, proceso que llega a su plenitud cuando el amor es recíproco y amante y amado se unen en un solo corazón, “yo soy tú”.

Quizás el símbolo más claro de lo que venimos diciendo, por cercano y por ser común a la naturaleza humana, sea el de los cónyuges, al vivificar a través de su unión –de lo femenino y lo masculino– la energía del amor. Este gesto, cuando es verdadero, es un sacrificio –hacer sagrado–, lo que es lo mismo que decir que es significativo, en la medida que simboliza la idea de unidad a través de la conjugación de los opuestos impresa en toda la creación atravesada por las dos corrientes sexuadas. Pero como decíamos, éste es un símbolo que se puede reconocer o nombrar porque en nuestro interior esa misma energía, la de Eros, ha despertado el deseo de Conocer, o sea el amor a la Sabiduría, lo que conduce a una búsqueda que nos liga con la Tradición, con los textos sapienciales y revelados fruto de la obra de transmisión de los iniciados de la cadena áurea, que nos han legado un lenguaje –el lenguaje de los símbolos– con el que las ideas, en el sentido platónico, se hacen inteligibles. Así que este amor a la Sabiduría y esta búsqueda de la que hablamos han conducido al alma por distintos grados, haciéndola ascender por la escala del Pensamiento, en la que la Unidad se revela en los diversos planos del Ser. En cada hito significativo de este recorrido se encuentra Eros elevándose cada vez hacia ámbitos más sutiles, en los que el Ser se va reconociendo a Sí mismo en su Unidad esencial, donde halla su plenitud o Suprema Identidad.

Este lenguaje promovido por Eros ha sido conocido por todas las culturas y todas las tradiciones. Es el Amor, una vez más, el punto donde convergen o se unen todas las ramas o ríos de la Tradición Primordial, y es la fuente de donde han bebido los iniciados de todos los tiempos y lugares. En este sentido, al ser la energía capaz de guiar al alma en su camino de retorno al origen y de actualizar la unión con lo inefable, tiene un carácter eminentemente polar, y es extraordinario reconocer el hecho de que el amor, en su aparente simplicidad y cercanía, es la energía más elevada y liberadora.

En su tratado De Amore, Marsilio Ficino dejó escrito que ”todos los dioses están ligados por una especie de caridad mutua, de tal manera que puede decirse en justicia que el amor es nudo y vínculo permanente del universo”3.




Cupido, Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun.

El símbolo une una realidad conocida y otra desconocida, por ello puede decirse que la Vía simbólica es el lenguaje del Amor (el símbolo etimológicamente recoge esta acepción de unión análoga a la acción del amor). Lenguaje que más allá de todo conocimiento conduce a la docta ignorancia, a amar sin condiciones, a reconocer que como nada se puede poseer todo ha de ser entregado en la puerta del Misterio, lo que puede ser vivificado como un estado de la conciencia, ubicado en el límite de lo ilimitado, en el centro axial del Ser donde se asienta el trono de Eros.

Citamos al maestro Eckhart para sintetizar todo cuanto llevamos dicho:

Donde quiera que esté el alma es donde Dios opera su obra. Esta operación es tan grande que no es otra cosa que Amor, pero el Amor no es otra cosa que Dios. Dios se ama a Sí Mismo, ama su Naturaleza, su Esencia y su Deidad. Pero en el Amor con que Dios se ama a Sí Mismo, ama también a todas las criaturas, no en tanto que criaturas, sino en tanto que ellas son Dios. En el amor con que Dios se ama a Sí Mismo, ama al mundo entero.4

Siguiendo este mismo pensamiento, y utilizando otros términos, el Amor es la energía que hace inteligible la revelación de la presencia divina, o sea de la inmanencia divina –la Shekinah según la Cábala–, cuyo paredro es Metatron, la potencia divina en acción. Vemos en esta relación de la Shekinah y Metatron nuevamente la expresión del Amor o Eros.

Esta unión se efectúa en el centro del Ser, para el hombre en el corazón, por ello éste es considerado la sede de la Inteligencia capaz de despertar la visión interior; a esto hemos denominado los ojos de Eros. Visión que permite reconocer que “todo es Uno y que uno es todo”.

La visión está relacionada con la Luz, primera manifestación del pensamiento y de las ideas. Así, la Luz inteligible es la primera emanación del Intelecto divino y está preñada de la potencia unificadora del Amor, por lo que tiene el poder de cohesionar todos los seres y planos en una estrecha relación armónica, simbolizada por el desarrollo de la década, de los diez primeros números naturales, y de la conjugación de los opuestos.

Desde el punto de vista cosmogónico, el uno da nacimiento al dos y a partir de este número se produce la separación entre los dos polos de la manifestación, activo y pasivo, yin y yang, esencia y substancia, cielo y tierra, espíritu y materia. Entre ambos se establece una fuerza de atracción que actúa en dos direcciones, ascendente-descendente, que no es sino la energía de Eros, la cual permite conjugar ambas corrientes en un eje central, que genera y recorre axialmente todo el ámbito del alma universal situada entre el punto más alto equiparado al Espíritu y el más bajo, relacionado con la concreción material (como leíamos en la cita del maestro Eckhart: “Donde quiera que esté el alma es donde Dios opera su obra”).

La manifestación universal conlleva una caída que se traduce en un progresivo alejamiento del Principio; la dualidad de que hablábamos más arriba implica una aparente separación, y de ahí en más la sucesión numérica es una fragmentación hacia lo múltiple, lo que implica una progresiva pérdida del sentido de Unidad y con ello el olvido del Sí mismo. En este estado de ignorancia, el amor se vive como algo propio o particular y aparece como una energía posesiva, encerrándonos en estructuras mentales cada vez más alienantes que nos conducen a percibir el mundo sólo por los sentidos, como un objeto material solidificado. La existencia se convierte en un vagabundeo entre esfumaturas sin ningún sentido. No se reconoce al Ser y mucho menos a lo supracósmico. Los ojos de Eros se han cubierto de anteojeras pollinas.

Pero Eros tiene sus armas, sus flechas y el carcaj, y al disparar suele ser certero, despertando un pequeño fuego en lo más íntimo del corazón, capaz de reavivar la visión interior, posibilidad que siempre ha estado ahí. Ese pequeño fuego tiene el poder de calcinar las viejas estructuras y concepciones caducas de este mundo, y es de sus cenizas de donde surge la piedra preciosa, el brillante, los ojos de Eros, iniciándose un proceso en la conciencia que permite el retorno al Origen. Esta reintegración al estado primordial es vivido por el alma como un proceso de transmutación alquímico donde se producen las coagulaciones y disoluciones necesarias para reconocer, en el sentido de la reminiscencia platónica, nuestro origen celeste. Esta es una visión sagrada de la realidad que fecunda al alma dispuesta a escuchar aquí y ahora; un ahora que aúna tiempo y eternidad, y aquí, porque no hay otro lugar sino éste.

Permítanos el lector citar la Tabla Esmeralda relacionada con esta visión sagrada inspirada por los ojos de Eros:

1. En verdad, ciertamente y sin duda: Lo de abajo es igual a lo de arriba, y lo de arriba, igual a lo de abajo, para obrar los milagros de una cosa.

2. Así como todas las cosas proceden del Uno, y de la meditación del Único, también todas las cosas nacen de esta cosa Única mediante su emanación.

3. Su padre es el Sol, y su madre la Luna, el viento lo llevó en su vientre, y su nodriza es la Tierra.

4. Es el padre de las maravillas del mundo entero.

5. Su fuerza es perfecta cuando se convierte en tierra.

6. Separa la tierra del fuego, y lo fino de lo grueso, suavemente y con todo cuidado.

7. El sube de la Tierra al Cielo y de allí vuelve a la Tierra, para recibir la fuerza de lo de arriba y de lo de abajo. Así poseerás la luz de todo el mundo, y las tinieblas se alejarán de ti.

8. Esta es la fuerza de todas las fuerzas, pues domina a todo lo que es sutil, y penetra en todo lo sólido.

9. Por tanto, el mundo pequeño está hecho a semejanza del mundo grande.

10. Por ello, y de este modo, se realizarán aplicaciones prodigiosas.

11. Por eso me llaman Hermes Trismegisto, pues yo poseo las tres partes de la sabiduría universal.

12. Terminado está lo que he dicho de la obra del Sol.5

La luz de la naturaleza se unifica con la luz del Espíritu y se asienta en el trono del Amor, receptáculo y fuente de toda vida verdadera, hierogamia perenne en la que se actualiza la Tradición o transmisión del lenguaje emanado de la realidad metafísica, fruto de la caridad, cualidad del Amor.

Es a través de los ojos de Eros que el alma percibe la belleza de la música de las esferas y el caleidoscopio de formas cambiantes que la diosa virgen y madre es capaz, por el amor que siente hacia el Principio, de generar en la naturaleza. Un encantamiento de números y letras, del que los textos sagrados nos advierten que no hay que quedarse prendado, para poder así acceder a los más elevados misterios, ocultos en las “tinieblas más que luminosas del Ser”, unión con lo inefable que Eros simboliza.

Ciertamente estamos invitados a un banquete pero en éste no hay cabida para la sabiduría humana, que es como decir lo particular, lo que se solidifica con el devenir. Dicho banquete es la celebración de un presente, el de las nupcias de Eros y Psique, y éste es un tema divino.




Amor, Anton Raphael Mengs.


NOTAS.
1 Federico González Frías, En el Vientre de la Ballena. Textos Alquímicos. Ediciones Obelisco, 1990.
2 Platón, Fedro, http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf02257.pdf
3 Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, módulo III, acápite Marsilio Ficino. Revista Symbolos nº 25-26, Barcelona, 2003.
4 Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, módulo II, acápite El Amor. Revista Symbolos nº 25-26, Barcelona, 2003.
5 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Entrada: Esmeralda.
https://www.diccionariodesimbolos.com/esmeralda.htm#diccionario

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