SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

LAS GENEALOGÍAS DE EROS

MIREIA VALLS

Eros es anterior a lo creado y nos sume siempre en ese estado donde nada
es hecho todavía y donde todo es posible y por lo tanto ilimitado.1




La victoria de Eros, Angelica Kauffmann.

Vivenciar lo increado, o como dice el poeta “ese estado donde nada es hecho todavía y donde todo es posible y por lo tanto ilimitado”… es lo que nos ha impelido a investigar y meditar en las genealogías de Eros; no tanto para conocer lo cognoscible, que también, sino para poder experimentar lo que está más allá y es el origen de cualquiera de sus linajes.

El demon intermediario entre el punto más alto del cielo y el más profundo de la tierra, el que todo lo une con lazos invisibles, “el que nos vacía de extrañamiento y nos llena de intimidad”; el que “nos otorga mansedumbre y nos quita aspereza”, “el más hermoso y mejor guía”, el que “en la palabra es el mejor piloto, defensor, camarada y salvador”, a él dirigimos nuestros pensamientos para que siga encantando “la mente de todos los dioses y de todos los hombres” y nos conduzca a las puertas de ese abismo que sólo podremos traspasar embebidos de su esencia.

Sabemos, porque nos lo han dicho y lo hemos conocido muy de cerca, que “la divinidad no tiene contacto con el hombre, sino que es a través de este demon como se produce todo contacto y diálogo entre dioses y hombres, tanto si están despiertos como si están durmiendo”2. Por eso, para vivir constantemente ese diálogo reiterado entre nuestros estados superiores y los más inferiores, nos hemos dejado raptar por este numen mediador, multifacético, que tan pronto se presenta con la apariencia de niño alado como de joven bellísimo o de monstruo serpentino y bisexual. Decimos raptar, porque su toque provoca un arrebato en el alma, un deseo ardiente de conocer y de ser la plenitud de lo que simboliza. Comenzamos preguntándole:

¿Quién eres Eros? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu ascendencia, tu padre y tu madre? ¿Con quién te unes? ¿Tienes acaso descendencia?

¡Cómo no acudir en primer lugar a Hesíodo, el pastor-poeta que inspirado por las Musas dice de ti que surges después de Caos y al mismo tiempo que Gea, así, sin más! No te reconoce progenitores, sólo que eres el más hermoso entre los dioses inmortales, el que aflojas los miembros y “cautivas de todos los dioses y de todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos”3. ¡Que así sea! Ablanda, pues, nuestra áspera alma, todas las rigideces y la dura cerviz que nos impiden concebir aquello que emana directamente de lo Incognoscible y que no es fruto de una unión sexual, sino previo a la primera polarización. ¿Será por eso que Homero no te entona un himno, y que Orfeo te invoca como el juguetón que conoce los resortes de todas las cosas y que maneja el timón del mundo, pero sin mencionar a tus padres en el canto que te dedica? En cambio, en los fragmentos teogónicos atribuidos al poeta tracio, hallamos las pistas más primordiales de tu ascendencia, las que nombraremos al final de este recorrido hacia tu Origen.

Para dibujar tu árbol genealógico empezaremos la labor desde abajo e iremos remontando la escala allí por donde nos guíes. De hecho, seguiremos la estructura del Árbol de la Vida sefirótico y sobre él iremos ubicando a tus progenitores.

Hemos leído muchas veces ese mito que Apuleyo introduce en su Asno de Oro en el que se cuenta que tu amante y esposa es Psique, o sea el alma, lo cual nos está revelando que en cualquier momento y tiempo, el ánima de aquél que te ha “visto”, aunque sea de modo fugaz, se enamora irremediablemente de ti, y por ese amor más que humano se somete a duras pruebas hasta que purificada, queda totalmente unida a tu esencia. Eres, pues, el amante de todas las almas arrebatadas por tu fulgor y tu belleza, furor que les hace crecer las alas y trascender su individualidad, pudiendo conocer así sus aspectos universales. Y esto, travieso Eros, acontece en este mismo instante; una cópula simultánea de tu ser con el Alma del Mundo que renace, regenerada por tu influjo, y no cesa de remontar la escalera que tú trazas en prosecución de lo Bello en sí, partiendo de la unión de los cuerpos bellos hacia las bellas normas y maneras, y de éstas a las ciencias y las artes que hacen conocer, finalmente, la Belleza en sí misma. Quizás por eso, en cada una de esas gradas del pensamiento, los poetas e iniciados te reconocen un padre y una madre, motivo por el que son tantas tus genealogías, y los líos que se han organizado al intentar fijar de modo rígido tu parentela. Pero como no es nuestra intención la clasificación, bien haremos en aflojarnos y dejar que fluyan los relatos, pues con cada uno nos acercaremos cada vez un poco más a tu íntima naturaleza.

Nos cuenta Filón en sus diálogos de amor con Sofía que “el padre del amor es lo bello amado; la madre es el conocedor que ama lo bello, la cual, preñada de él, ama y desea parir un bello semejante, mediante el cual la belleza viril se une y goza perpetuamente”4. Así, en un primer estadio, en el Mundo de la Concreción Material o de Asiyah –el que perciben los sentidos y cristaliza en cuerpos–, tus progenitores son el amante y el amado que atraídos por la belleza que uno irradia y el otro conoce, logran realizar esa unidad que perpetúa la Belleza en el mundo. ¿Estará esto diciendo que cualquier tú y yo raptados por el furor de Amor engendran y gestan a Eros en su conciencia deviniendo sus progenitores y coadyuvando a prolongar su presencia aquí y ahora? ¿Es esto posible? Pues sí, ése es el cometido final de los amantes, aunque la inmensa mayoría no sean conscientes de ello, y únicamente unos poquísimos pueden cumplir este mandato y aprehender tu nacimiento no sólo en este mundo corporal, sino también en los otros mundos invisibles.

Cicerón, en Sobre la naturaleza de los dioses, afirma que el primer Cupido (o sea tu nombre en latín) nació de Mercurio y de la primera Diana. El segundo, de Mercurio y la segunda Venus y el tercero de Marte y la tercera Venus. Si nos fijamos atentamente, esos tres primeros dioses mencionados asociados a los planetas son los tres más cercanos a nosotros; nos referimos a Diana-Luna, Mercurio y Venus, interiores al Sol. Luego ya aparece en escena Marte, para unirse también con la diosa del amor, y darte nacimiento en otro plano más allá del astro rey.

Pero en este mundo del alma inferior, de la psique más densa e individualizada que la Cábala conoce como Mundo de Yetsirah o de las Formaciones sutiles, tu padre es indiscutiblemente el alado mensajero de los dioses, el dispensador de bienes, instructor en las ciencias y las artes, dador de la palabra y conductor del viaje iniciático, Mercurio, numen capaz de atraer y fecundar tanto a la fría Luna como a la ardiente Venus, y al conciliar a estas dos aparentes irreconciliables, engendra a Amor en cada una de ellas. Eres, pues, hijo de ambas, el fruto de esa conjugación de opuestos que Mercurio siempre promueve, y de este modo ya te tenemos revoloteando en los espacios de la conciencia que nos son más próximos, más reconocibles, actuando sobre los sentimientos y las emociones, lanzando tus dardos de oro y de plomo que pueden promover tanto el amor como el odio; despertando también el deseo, activando el placer y la fusión de las almas que se buscan y se encuentran y que de enfocarse hacia más altos vuelos, pueden trascender sus individualidades e ir a la conquista de las instancias universales. Mas si no lo hacen, si no dirigen ese ímpetu para emprender vuelos más elevados, se quedan removiendo el caldo de toda esta emotividad y sentimentalismo que acaba por convertirse en una pócima indigesta y en última instancia, en la gran prisión de la pasión encerrada sobre sí misma. Entonces, enamoramiento tras enamoramiento y odio tras odio, la vida se les escapa sin enterarse para qué la han vivido, y como apunta Aristófanes “los hombres no se han percatado en absoluto del poder de Eros…”5

Aunque si uno permanece atento y cultivando el intelecto, prestará atención a esta gran diosa que ha entrado en escena, Venus-Afrodita, la nacida de manera prodigiosa por un gesto erótico de lo más potente y extraordinario. El lanzamiento de los genitales de Urano sobre el mar embravecido hace que las aguas se arremolinen y de ese orgasmo impetuoso surge de entre la espuma Afrodita, la bella, alegre y seductora diosa del Amor y la Belleza; por eso no es de extrañar que muchos autores le atribuyan la maternidad de Eros con el mismísimo Urano, tal lo transmitido por Safo. Y es igualmente Afrodita la que tras copular con Mercurio, como ya hemos visto, atravesará la esfera del Sol y desarmará al violento Marte. De esa unión adúltera con el guerrero nato (puesto que su esposo formal es Hefesto) dice Cicerón, y también Simónides y luego Boccaccio, que se engendra al pequeño Eros-Cupido, el cual acompañará a su madre en muchas de sus gestas, obedeciendo sus designios y siendo su emisario. Y ese último autor renacentista, recogiendo antiguas tradiciones, te hace también hijo de Afrodita y Zeus-Júpiter. Con todo esto ya se están revelando tus alumbramientos en el Mundo de Beriyah –el del Alma superior o Universal–, pues Marte y Júpiter son los dioses que rigen este plano de la existencia.




Las flechas de Eros, Leon Perrault.

Así vamos descubriendo que tú naces de las semillas de todas las deidades, las que conformarán tu naturaleza y de las que serás portador. De ahí que por Hermes te venga la rapidez, la agilidad y la versatilidad de todos tus gestos y palabras, el ser embaucador y juguetón, ladrón y muy travieso; por Marte, recibes el dominio del arte de la estrategia, del tiro y el manejo de las armas y también el rigor del que a veces haces gala disparando tus flechas, que así como dan vida y regocijo, en otras ocasiones, matan. Y de Júpiter heredas el carácter benévolo, generoso, fecundador, que engrandece y expande el alma y la abre al conocimiento de las ideas informales, de las esencias puras de los seres y las cosas.

¡Y de tu madre, qué diremos! Ella te lega la belleza, el poder de seducción y de persuasión. ¡Ah! y la risa y la alegría sin olvidar su ira y, a veces, hasta su malicia… ¡Eres tan completo! Eso es lo que tiene contar con tantos progenitores. Recibes e incorporas a tu ser tanto lo bueno como lo malo de unos y otros, que debes ir conjugando y trascendiendo, lo cual te permite empezar todo de nuevo con cada uno de tus renacimientos, conocer los mundos vírgenes en los que irrumpes como neonato, las nuevas esferas, los recodos indómitos del alma, hasta conquistarla plenamente.

En todo caso, con Afrodita guardas un vínculo muy estrecho, y si algunos de los antiguos dicen que no naces directamente de ella, sí que eres engendrado el día en que los dioses se reúnen para celebrar el nacimiento de la diosa. Ese es el mito que transmite Sócrates en el diálogo de El Banquete, donde les cuenta a sus contertulios que eres el hijo de Poros (el rico en recursos) y Penía (la pobreza); ésta, presentándose al final del ágape para mendigar como de costumbre, descubre a Poros embriagado de néctar y tumbado en un rincón del jardín, y entonces, impulsada por sus muchas carencias, maquina hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su vera y te concibe. Por eso, sigue diciendo de ti Sócrates:

En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo; hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni mortal ni inmortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia6.

Otros poetas e iniciados, como es el caso de Alceo, te asignan unos padres vaporosos y aéreos, habitantes del aire que está por encima de la esfera de la tierra y del agua, aire que se corresponde también con el Mundo de Beriyah en el que acontece todo lo que ahora estamos narrando. Nos referimos a Céfiro e Iris; él, el viento del oeste, el más suave de todos, fructificador y mensajero de la primavera; ella, el arco iris que surge tras la tormenta, la portadora de mensajes divinos, especialmente de Hera, y de algunos héroes. De ahí que lo tuyo sea fluir sin dejarte atrapar y devienes un gran emisario que transportas innumerables semillas áureas que vas sembrando en los corazones abiertos a tus influjos.

¿Podrás escapar de la constante dualidad que viene signada por tu ascendencia siempre sexuada? Porque si remontamos otro escalón y nos adentramos en el mundo de los Principios universales, o de la Ontología llamado Atsiluth en la Cábala, todavía aquí son dos los que se unen para engendrarte. Según Acusilao eres el fruto de la Noche y el Éter, y para Antágoras y también Orfeo, de la Noche y del Érebo. En este ámbito donde ya no hay formas ni ideas diferenciadas, la negra Noche, nodriza de todos los dioses, primera profetisa y por ello conocedora de todos los oráculos, se presenta como la gran matriz universal, gestadora de todas las posibilidades de ser. Ella te concibe, ya sea del Éter –quintaesencia universal, elemento anterior a la diferenciación de los otros 4 (fuego, tierra, aire y agua)– o del Érebo, entidad asociada a las tinieblas que se expanden hasta los confines del universo. Todo se presenta muy oscuro en este plano del Ser, las deidades ni tan siquiera adoptan formas antropomórficas, dada su proximidad a lo infinito e indiferenciado. La Noche es un inmenso regazo, análogo a una cueva, y siguiendo un texto órfico, nos acercamos a esta genealogía tuya tan y tan antigua:

…A lo primero había Caos, Noche, el negro Érebo y el Tártaro anchuroso, pero tierra aún no había, ni aire, ni cielo. Y de Érebo en el regazo ilimitado engendra lo primero un huevo huero Noche de alas negras, del que, con el transcurso de las estaciones, nació Eros el deseado, de espalda refulgente por su par de alas de oro, parejo a torbellinos raudos como el viento. Y éste, unido al Caos alado en medio de la noche por el Tártaro anchuroso, empolló nuestra raza y la trajo la primera a la luz. Antes aún no existía la estirpe de los inmortales, hasta que Eros unió todas las cosas; a medida que se iban uniendo unos a otros, nacieron el cielo y el océano, la tierra y la estirpe imperecedera de los dioses felices7.

Estamos ya casi “tocando” la cumbre de esta escala donde residen tus ancestros más primordiales, y allí descubrimos a la Noche gestando un huevo del que surgirás como el primer ser; tú, a su vez, ayuntado con Caos, empollarás a la raza de los inmortales. Todo esto es casi imposible de concebir, con la sola razón humana no hay manera, por eso Boccaccio cuando habla de tu relación con Psique dice que le prohibes a “tu esposa que desee verte si no quiere perderte, es decir que no quiera conocer a través de causas lo referente a tu eternidad, los principios de las cosas y su omnipotencia, cosas que sólo son conocidas por Dios. Pues cuantas veces los mortales investigamos tales cosas, te perdemos, apartándonos sin duda a nosotros mismos del camino recto8.

Efectivamente esto le sucede a Psique por su innata curiosidad y por ello se extravía, cae, vive durísimas pruebas y casi muere de no ser finalmente rescatada por ti. Pero es que es inherente al alma preguntarse y desear conocer de dónde viene, si es o no inmortal, reintegrarse en su origen, y ese impulso es más fuerte que cualquier intento de reprimirlo; éste es el que le hace crecer las alas que perdió al encarnarse e ir conociendo sus estados superiores por intuición directa, no dual.




Relieve con Fanes, s. II a. C.

Por eso nos hemos quedado pensando en aquel huevo, y nos preguntamos como muchos lo han hecho, ¿qué será primero, el huevo o la gallina? Plutarco, entre risas, nos responde:

Además de eso, cantaré para conocedores el relato órfico y sagrado, que no sólo demuestra que el huevo es más antiguo que la gallina, sino que le atribuye la absoluta prioridad de nacimiento sobre todo el conjunto de la creación9.

Muchos textos órficos hablan de ese huevo primordial que no es fruto de una cópula, sino que simplemente surge y se lo ubica como origen del Ser Universal. Así reza uno de estos fragmentos: “… luego dispuso el gran Tiempo en el Éter divino un huevo como la plata”, o sea que ya hemos llegado a un punto donde no es posible hallar a una pareja como ancestros de tu ser, Eros, sino que en esta instancia más alta, tú emanas directamente del No ser, del Infinito, de ese ámbito incognoscible de la metafísica.

Se acabaron, pues, los interrogantes, la indagación, hasta la curiosidad se detiene. Todo queda quieto y no resta más que contemplar y advertir la intimidad contigo sumiéndonos en ese “estado donde nada es hecho todavía y donde todo es posible y por lo tanto ilimitado”.

Pero no queremos terminar sin mencionar algunos fragmentos órficos más acerca de tu irrupción como el primer ser, el Primogénito, al que los antiguos llaman Fanes o el Resplandeciente, el surgido de ese huevo primordial.

A continuación, concebido y formado en su propio seno, llevado en alto por el espíritu divino que se había apoderado de él, este inmenso feto se dispuso a aparecer a la luz, como una obra de arte animada salida del seno del abismo infinito; se asemejaba a un huevo por su redondez y a un pájaro por su rapidez.

Rasgó luego Fanes la nube, la esplendente túnica, y, una vez rota la descomunal cáscara del huevo, saltó el primerísimo y echó a correr el macho-hembra Primogénito, el muy honrado.

Ya estamos viendo aquí fijada tu naturaleza andrógina, anterior a la partición de los dos sexos. Nadie la conoce, salvo quien se adentra e identifica con ese estado anterior a la diferenciación.

A Primogénito nadie lo vio con sus ojos, sino la Noche sagrada; ella sola, y todos los otros se admiraban al ver en el éter un fulgor inesperado, tanta luz emanaba del cuerpo del inmortal Fanes.

En muchos pasajes, Orfeo llama con precisión Fanes al unigénito hijo del dios. Cree en efecto que le es adecuado el nombre porque aparece (phainonti) por doquier eterna e invisiblemente y porque propicia que todas las cosas aparezcan (phanenai) de su anterior no-ser. Presenta a Fanes como demiurgo de todas las cosas […] por cuya causa aparecieron (ephane) todas las cosas. Asimismo lo llamaron Fanes de ‘aparecer’, porque cuando apareció, cuentan, la luz comenzó a brillar.

Y ese brillo, cuando adopta formas, lo hace con todas las posibles, de ahí que antes de presentarte como el bello niño o el púber, tienes un aspecto horrible, tipo monstruoso, capaz de unirte contigo mismo, pues nada hay fuera de ti.

Por ello el teólogo forja la imagen del viviente más completo aplicándole las cabezas de un carnero, un toro, un león y una serpiente. Por ello Orfeo llamó a este dios, Fanes, le atribuyó figuras de animales y le dio aspectos multiformes.

Enamorado de sí mismo ya que es un ser bisexual, Fanes se une consigo mismo y fecunda una creación completa. ‘Apacentando en sus mientes un raudo amor sin vista’. ‘Sin vista’ no tiene que ver con la tradicional representación de Eros como ciego, sino que aquí quiere decir que Fanes no precisa ver el objeto del deseo para enamorarse de él, ya que el objeto del deseo es él mismo. Se produce entonces una extraña lluvia. ‘Fanes vertió una indecible lluvia de lo alto de su cabeza.

Esperemos que estas potentes imágenes queden impresas en nuestra conciencia y se tornen experiencias vivas. Que seamos rociados por esta singular lluvia y germine en nuestro corazón el deseo de emprender el ascenso por la escala que nos tiendes. Por eso, te cantamos al unísono con los que nos precedieron:

Invoco a Primogénito de doble hechura, grande, errante por el éter, nacido de un huevo, ufano de sus áureas alas, de taurino mugido, origen de los dioses felices y de los hombres, simiente muy recordada, muy celebrado en ritos, Ericepeo, indecible, que produce un oculto silbido, vástago resplandeciente, que de los ojos disipaste la tenebrosa tiniebla, que por doquier giras a impulsos de tus alas, por el universo esplendoroso, al aportar tu límpida luz, por lo que te invoco como Fanes, Príapo soberano y Antauges de vivarachos ojos. Así, pues, feliz, dotado de múltiples habilidades y múltiples simientes, acude, gozoso, a la sacra iniciación de múltiples formas, junto a los oficiantes.

Los iniciados en estos misterios del Amor te invocamos, siempre, hijo de tantos padres y al mismo tiempo, ingénito del Dios Desconocido.



NOTAS.
1 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2 Todos los entrecomillados anteriores corresponden a Platón, El Banquete. Ed. Planeta De Agostini, Barcelona, 1995.
3 Hesíodo, Obras y Fragmentos. Teogonía. Ed. Gredos, Madrid, 2006.
4 León Hebreo, Diálogos de Amor. Tecnos/Alianza, Madrid, 2002.
5 Platón, El Banquete, op. cit.
6 Ibíd.
7 Hieros Logos. Poesía órfica sobre los dioses, el alma y el más allá. Edición de Alberto Bernabé. Ed. Akal, Madrid, 2003.
8 Giovanni Boccaccio, Los quince libros de la Genealogía de los dioses paganos. Centro de Lingüística Aplicada Atenea, Madrid, 2008.
9 Esta cita y todas las siguen hasta el final del artículo corresponden a Hieros Logos. Poesía órfica sobre los dioses, el alma y el más allá, op. cit.

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