SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

EROS Y PSIQUE

LUCRECIA HERRERA

Oh Dios, así concédeme
que mi alma llegue a ser bella;
y que las cosas que pertenecen
al cuerpo no impidan la belleza del alma;
y que yo considere rico al que es sabio.1




Psique reanimada por el beso de Amor.
Antonio Canova, 1793.

Acerca de Eros y Psique2

Sumerjámonos en el mito, en esta historia “ejemplar” que Apuleyo nos relata en su libro El Asno de Oro, al que también suele llamársele Metamorfosis, que nos llevará por un recorrido arquetípico que efectúa el alma, o la joven Psique, en su viaje de retorno a su auténtica morada, seducida y arrebatada por Amor hasta fundirse indisolublemente con el Espíritu. Aventura de amor no exenta de grandes peligros, vicisitudes y duras pruebas iniciáticas provocadas por el rigor de Venus, diosa de la Belleza y el Amor, que no se deja conocer ni entrega a su hijo Eros o Cupido sin antes morir a la ilusión, y, someter a Psique a una transmutación total. Esto implica un despertar a la realidad sagrada de la vida y la existencia a través de una visión simbólica de la misma. Por lo que el alma debe ser devuelta a su estado virginal de inocencia y belleza debidamente purificada y despojada de la ignorancia, del error3 y de su falsa identidad, y así recuperar la memoria de quién es, de dónde viene y a dónde va. Entonces muere y desciende a lo más profundo de sí misma, y allí disuelta, en la oscuridad del inframundo renace de una pequeña semilla fecundada por el Espíritu a otro mundo, desconocido pero real. Acepta esta nueva realidad en la que está inmersa y se deja conducir por la Deidad, entregada a su destino y a la vivencia de su identidad verdadera. Guiada por esa divina Luz que yace en el seno de su corazón, más poderosa que ninguna, irradiará luminosos destellos hacia todos los ámbitos de su ser.

Y, ¿quién es el que por allí se cuela? Eros, el gran daimon intermediario: “quien despierta las cosas que duermen, y las tenebrosas ilumina; da vida a las cosas muertas y forma las no formadas; y brinda perfección a las imperfectas; alabanzas todas éstas, de las que casi no hay ninguna que pueda decirse o pensarse que sea mayor”4. Poseída, entonces, por el dios alado, el alma es iniciada en las “cosas del amor” y emprende un viaje escalonado de conocimiento de la belleza, el bien y la verdad, que le conducirá, si es valiente, generosa, paciente y sabia, finalmente de vuelta a su Origen, completamente divinizada culminando un círculo completo5 fundiéndose con su Amado, Amor, cuya Belleza arrebata todas las cosas hacia sí dándoles la perfección6. Y “¿no crees que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar (...) virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún otro hombre puede serlo, inmortal también él?”7

*

Vayamos, pues, por donde nos lleve esta “fábula”, un poco larga, bajo la cual se esconde este mito. Y siendo el símbolo polivalente, podemos ir tejiendo analogías allí por donde el alma se ritme con unos u otros para finalmente pasar a otra.


Primera parte

Había una vez un rey y una reina que habían engendrado tres hijas cuya belleza la Fama se había encargado de regar por todas las comarcas cercanas a la ciudad.
Pero la belleza y perfección de la más pequeña, que Psique se llamaba, sobrepasaba la de las otras mortales. Atraídos por tan destacada hermosura llegaban desde muchos pueblos ciudadanos y extranjeros a admirarla, venerándola con toda devoción como si fuera la mismísima Venus.




Psique venerada por la gente. Luca Giordano, 1695-97.

Decían que la diosa engendrada en las profundidades del Océano y formada de la espuma del mar se hacía manifiesta nuevamente por la potencia creadora del cielo, la tierra y el líquido vital produciendo otra Venus en la flor de su pureza y juventud, inculcando dicha creencia en los ánimos de los que desconocen la realidad.
Pero sucedió que ya nadie concurría a los templos de Venus en Pafos, ni en Cnido ni en Citera para verla ni hacer los sacrificios y ofrendas necesarias a la diosa de la Belleza. Y así sus templos iban quedando abandonados y olvidados convirtiéndose la joven en la misma encarnación de Venus, a la que ofrecían flores, guirnaldas, sacrificios y banquetes sagrados invocando el nombre de la diosa en su ausencia.
Pero este traspaso de divinos ritos a una simple mortal enojó en sobremanera a la diosa Venus provocándole profunda y violenta cólera:

Yo pues, la primitiva madre de la naturaleza, el origen y el germen de los elementos, la Venus nutricia del universo, ¿he de verme reducida a compartir con una joven mortal los honores debidos a mi majestad? Y, ¿ha de profanarse con la suciedad de la tierra mi nombre que está consagrado al cielo? ¿Puedo tolerar que el culto de un nombre en común para las dos motive confusiones entre mis adoradores y los de una sustituta? ¿Ha de representarme entre los hombres una joven destinada a la muerte? (...) Pero esta criatura, como quiera que sea, no ha de continuar triunfando y usurpando mis honores: le haré lamentarse hasta de esa seductora hermosura.

Así pensó la diosa en su fuero interno y llamando a su hijo, el bello, pícaro y sinvergüenza, el joven, otrora niño alado, Cupido, le explicó la rivalidad que se había levantado entre ambas por la belleza de la joven Psique, incitándole que la acompañara a la ciudad donde ésta vivía para mostrársela.
Y entre sollozos y suspiros de rabia Venus exclama:




Venus y Amor. Villa Farnesina, 1517-18.

–Te conjuro, por los lazos de cariño materno, por las dulces heridas de tus flechas, por el delicioso fuego de tu antorcha: venga a tu madre, que sea completa la venganza, y castiga sin compasión a esta terca hermosura; concédeme tan sólo una cosa, y con esta sola cosa me doy por enteramente satisfecha: haz que esta joven se enamore perdidamente del último de los hombres, un maldito de la Fortuna en su posición social, en su patrimonio y en su propia integridad personal; en una palabra: un ser abyecto que no pueda hallar en el mundo entero otro desgraciado comparable a él.

Así habló, y abrazando a su hijo y llenándolo de besos se dirigió al mar, y “pisando con sus pies de rosa la cresta espumosa de las aguas” se deja llevar por ellas. Aparecen súbitamente las divinidades marinas, las hijas de Nereo con su bello canto y Portuno, Salacia, Palemón y los Tritones soplando sonora caracola, acompañados de delfines saltarines escoltando a la bella diosa en su viaje hacia el profundo Océano.
Entretanto las hermanas mayores de Psique habían contraído matrimonio con pretendientes de sangre real; pero a pesar de su extraordinaria belleza, si bien Psique era el encanto de todos, yacía sola sin pretendiente alguno que quisiera desposarla. El padre afligido y desesperado por el triste destino de su hija menor y sospechando que alguna maldición divina hubiese caído sobre ella, decide ir a consultar el oráculo de Apolo de Mileto recibiendo esta enigmática respuesta:

Sobre una roca de la alta montaña, instala, ¡oh Rey!, un tálamo fúnebre y en él a tu hija ataviada con ricas galas. No esperes un yerno de estirpe mortal, sino un monstruo cruel con la ferocidad de la víbora, un monstruo que tiene alas y vuela por el éter, que siembra desazón en todas partes, que lo destruye todo metódicamente a sangre y fuego, ante quien tiembla el mismo Júpiter, se acobardan atemorizadas las divinidades y retroceden horrorizados los ríos infernales y las tinieblas del Estigio.
– Ahora me doy cuenta, ahora veo claro: el nombre de Venus ha sido la única causa de mi perdición, dice Psique.

Mas ella sin titubear y temblando de miedo por su futuro marido se entrega a su destino, a lo desconocido.

– Llevadme, colocadme sobre la roca que el destino me ha asignado.


Segunda parte

Sola en la cúspide de la montaña y transcurrido apenas poco tiempo vino el suave viento, el Céfiro, el espíritu vital, que levantándola suavemente de la alta roca la lleva volando a un bello y florido prado donde la posa y se queda dormida.




Psique transportada por Céfiro descubre el Palacio de Cupido.
Luca Giordano, 1695-97.

Al despertar ve un frondoso bosque y una fuente de aguas cristalinas que corren; y en el centro de la foresta, en un claro, una espléndida mansión. Tentada por la curiosidad y atraída por lo desconocido cruza el umbral sin que nadie la detenga y penetra en ella. Sorprendida, ve aquella maravilla jamás antes imaginada, construida con perfecta medida, anchura y profundidad, cubiertas las paredes de oro y plata y el pavimento todo de perlas y piedras preciosas: una arquitectura grandiosa que desprendía luminosos destellos y que por su magnificencia se diría que era digna de una divinidad, seguramente del mismo Júpiter que había construido “este paraíso como palacio en la tierra para vivir con los hombres”.

– ... y allí contempla todas las maravillas del mundo entero y conoce la totalidad de lo que puede ser conocido. Unas voces sin forma ni figura la sirven con solicitud. Es un lenguaje nuevo el que escucha, pero que comprende admirablemente. La joven, prototipo del alma, ha conocido en un instante todos los tesoros del mundo, la cosmogonía completa.8

“Psique reconoció en esta felicidad un efecto de la divina providencia”. Y entrada la noche, es conducida por las voces al lecho nupcial. Aunque horrorizada y temiendo por su honor se entrega nuevamente a lo desconocido. Ya está a su lado su misterioso marido, que no es otro sino Cupido que se ha enamorado de ella, y la hace su esposa. Pero antes del amanecer éste desaparece.




Amor y Psique. François-Édouard Picot, 1817.

Y de allí en más pasan los días sin interrumpir sus ritos nocturnos sin que ella lo vea; aunque, invisible, “no deja de oírlo y de tocarlo como muy presente y real”. Mientras tanto las hermanas se habían enterado de todo y fingiendo tristeza, llorosas, acuden a visitar a sus padres que han perdido toda esperanza. Pero esa noche su esposo le advierte:

– Psique, adorable y querida esposa, estás en peligro de muerte, te persigue la Fortuna con acentuada crueldad; has de ponerte en guardia con la mayor cautela. He ahí mi consejo. Tus hermanas, alarmadas, te creen ya muerta y buscan tu rastro; pronto llegarán a la consabida roca. Si, dado el caso, oyeras sus lamentos, no contestes; más todavía, no vuelvas la mirada en su dirección; de lo contrario, a mí me acarrearías el más vivo dolor y a ti te esperaría la mayor de las desgracias.

Así le habló, y ante todo le advierte que nunca trate de averiguar cómo es él pues sería un acto sacrílego. Pero ella, lamentándose de su soledad y situación, “encerrada en esta cárcel feliz, sin poder hablar con ningún mortal” –atormentada por sus anhelos muy humanos–, no cesa de suplicar, llenando a su marido de besos y dulces palabras hasta que rendido éste por la fuerza del lenguaje amoroso, accede a que vea a sus hermanas aunque le pone en guardia, incansablemente, noche tras noche.
Pero ineluctablemente Psique escucha las voces de las “Sirenas” y vuelve la mirada hacia atrás.

¿No ves –le dice su esposo– el grave peligro que te amenaza? (...) Unas pérfidas lobas concentran todo su esfuerzo en disponer contra ti criminales emboscadas; la fundamental consiste en convencerte de que averigües qué cara tengo; pero como yo te lo he dicho muchas veces, si ves una vez mi cara ya no la volverás a ver.9

Esa noche su marido le hace saber que van a tener familia y le dice que el niño que lleva en su seno será un dios si sabe callar y guardar el secreto; si lo profana será un simple mortal.
Pero las perversas y malvadas hermanas que han llegado a visitarla una y otra vez a su mansión dorada, se han percatado, con sutiles engaños, de que Psique nunca ha visto a su misterioso marido10, y que bien puede ser un dios, y su hijo un niño divino. Llenas de envidia y podridas de rabia, encubriendo sus turbados rostros con sonrisas y halagos fingidos, infunden en el corazón ingenuo de Psique un terrible miedo y desconfianza respecto a su esposo, recordándole lo que el oráculo había proclamado. Psique descompuesta por el veneno que exhalan sus viperinas hermanas, aterrada por lo que escucha, olvidándose de sí misma, de las advertencias de su marido y las promesas que ella le ha hecho, cae, revelando su secreto y, perdido ese estado de gracia en el que se encontraba, accede a la vil treta ideada por sus infernales hermanas: la de dar muerte a su marido mientras duerme.
Entrada la noche y después de sus habituales escaramuzas amorosas, Eros cae dormido. Unos instantes de duda se prolongan un poco pero Psique cobra valor y sin hacer ruido se escurre del sagrado tálamo y va en busca de una lámpara y, con la otra mano toma una afilada navaja.




Psique y Amor. Simon Vouet, c. 1626-1629.

Mas al alumbrarse la habitación, ¡oh maravilla!, si era el mismo Eros que allí estaba dormido en toda su belleza y esplendor. Temblorosa ante tamaña visión se desploma de rodillas deslizándose el arma de su mano al ver aquel divino rostro, su rubia cabellera perfumada de ambrosía…

su cuello blanco como la nieve, sus mejillas de púrpura, surcadas de rizos en gracioso desorden (...); su vivísimo resplandor hacía palidecer la llama de la misma lámpara; en las espaldas del dios volador se destacan sus alas blancas y resplandecientes como flores cubiertas de rocío; aunque están en reposo, el fino y delicado plumón que las ribetea se agita sin cesar en caprichoso revoloteo; el resto de su cuerpo era tan liso y brillante que no podía pesarle a Venus el haberlo traído al mundo. Al pie de su lecho estaban el arco, el carcaj y las fechas, armas propias de su divino poder.

Pero la soberbia y el deseo de saciar su humana curiosidad, lleva a Psique a sacar una de las poderosas flechas del carcaj y al tocar su punta se hiere el dedo. Sin saber cómo, Psique se enamora del Amor y arde en pasión por el dios cubriéndolo de besos. La fatalidad hace que olvidada de la lámpara, salte una gotita de aceite hirviendo sobre el hombro del dios, que sobresaltado por la quemadura se despierta, y al ver que su secreto ha sido profanado, alza vuelo en silencio.
En el instante que Eros emprendía su ascenso al más alto de los cielos, Psique se agarra de su pierna derecha pretendiendo seguirlo así colgada. Agotada, se suelta y cae a tierra. Sin embargo al verla allí rendida Eros no la abandona sino que se posa en la cima de un ciprés desde dónde, emocionado, le dice que por amor a ella ha desavenido las ordenes de su madre, Venus, quien quería unirla en matrimonio al más indigno de los hombres, pero que ahora, su castigo será dejarla. Y agitando sus alas alzó vuelo hasta perderse en el espacio.




Cupido abandona a Psique. Luca Giordano, c. 1695-97.

Viéndolo desaparecer, Psique se echa a llorar amargamente, desgarrado su corazón por la pérdida de Amor y lo único que desea es morir, acabar con su vida. Corre hacia un río cercano y se lanza de cabeza. Pero el propio río, seguramente honrando al dios, la acoge cariñosamente en una especie de remolino y protegiéndola del peligro la deposita en la orilla. Precisamente en ese instante, sentado en la cima de una loma, se encontraba el dios Pan instruyendo a Eco en la repetición de varias tonadas, pero enterado de lo sucedido le recuerda de dónde viene, lo que ha sufrido motivada por amor, y que debe invocar de todo corazón a Eros, el mayor de los dioses. Sin emitir palabra, en silencio, en su fuero interno Psique le rinde alabanza y agradece la protección del dios, y se entrega completa a la Voluntad divina emprendiendo su largo y difícil camino de retorno a su Origen.11
Pero la dura venganza estaba por llegar. Por un atajo llega a una ciudad donde reinaba el esposo de una de sus hermanas. Al reunirse con ella le recuerda el consejo que le dio respecto al monstruo serpentino de su marido, al que debía matar. Pero tendiéndole una trampa, Psique le relata lo sucedido diciéndole que Eros horrorizado ante lo que ella iba a hacer, la repudia y le dice que ahora se casará con su hermana –nombrándola a ella–, en solemne matrimonio. Enloquecida por una pasión desenfrenada, la hermana cegada por la ambición, la vanidad y el orgullo corre a la conocida roca esperando ser acogida por Eros y sostenida por el suave Céfiro, despeñándose y cayendo hecha pedazos, sirviendo de comida a los buitres. Psique sigue su camino, y, por azar, llega a otra ciudad donde casualmente vivía la otra hermana. Ésta en su estupidez y en sus ansias por suplantar a Psique corre a toda prisa a la roca de sacrificio lanzándose al vacío encontrando también la muerte. Así, Psique, matando a sus hermanas, destruye simbólicamente en sí sus falsos egos, sus máscaras, sus pretensiones, su pasado, enviándolos al fondo del abismo, junto con su tontera e ignorancia, y, con toda humildad, continúa su camino.
Pero mientras Psique recorría el mundo en busca de Eros, éste, herido por la quemadura guardaba cama en la morada de su madre. Mas Venus sin enterarse de nada se bañaba y nadaba en el seno del Océano. Entonces, la gaviota, pájaro indiscreto, en su vuelo rasante junto a las olas marinas se sumerge en las aguas en busca de la diosa, y posado a su lado le chismorrea:

que su hijo ha sufrido una quemadura, que su herida es grave y dolorosa, que está muy decaído, que guarda cama, que su estado es alarmante, que en boca de todos los pueblos del mundo corren ciertos rumores maliciosos, que las malas lenguas tienen en entredicho a toda la familia de Venus:
– Dicen que ambos habéis desaparecido, él para seguir a una mujer cualquiera en la montaña, tú para dedicarte a la natación en el mar; que por eso se acabó ya la vida placentera, la gracia, la amabilidad y que, al contrario, todo se ha vuelto feo, burdo, desagradable; que no hay matrimonios fecundos, no hay vida social, no hay cariño entre los hijos, la corrupción no tiene límites, decaen las instituciones entre el hastío y el aburrimiento.
Venus, hondamente indignada exclamó interrumpiéndolo:
– ¿Así, pues, el bueno de mi hijo tiene ya un amor? Dime enseguida (...), dime el nombre de la que ha corrompido a ese menor tan cándido e inocente: ¿Es alguna de las incontables Ninfas? ¿Una de las numerosas Horas? ¿Forma parte del coro de las Musas? ¿O es una de las Gracias que me sirven?
– No lo sé, señora, contestó el pajarraco; creo que es la niña, si mal no recuerdo, se llama Psique; dicen que está locamente enamorado de ella.

Con la máxima excitación, chillando así, “remonta al instante sobre la superficie de las aguas y se va directamente a su rica morada encontrando a su hijo enfermo.” Gritando a todo pulmón desde el umbral, Venus le lanza todo tipo de improperios, largo y tendido discurso, maldiciéndolo.

– ¡Tenías que empezar pisoteando las órdenes de tu madre, y, lo que es más, de tu reina! (...), bribón seductor y antipático. (...) has sido malcriado desde tu más tierna infancia; (...) me has pegado muchas veces (...). Pero yo te haré arrepentir pronto tus travesuras, yo te haré sentir la acidez y amargura de tu matrimonio.

¡Ay, Amor, dulce-amargo!
Furiosa se lanza al exterior, “con la bilis exaltada, ¡la bilis de Venus!”12
Pronto se encuentra con Ceres y Juno que al verla tan descompuesta le preguntan el motivo de esa horrenda mueca que le quita la gracia a sus relucientes ojos. Pero bien enteradas de lo ocurrido tratan de calmar su violenta furia:

– ¡Qué delito tan grande ha debido cometer tu hijo, cuando tú pones tal empeño en contrariar sus impulsos y hasta ansías la perdición de la mujer que él ama! ¿Qué hay de malo, dinos, en que a tu hijo le guste sonreír a una muchacha bonita? ¿Ignoras acaso que es un varón y que es joven? ¿O te has olvidado de los años que tiene? ¿Acaso te sigue pareciendo un niño por conservar la gracia de la infancia? Tú eres madre y, además, mujer sensata: ¿Vas a inspeccionar siempre de cerca las diversiones de tu hijo, echarle en cara sus galanterías, contrariar sus amores y condenar en esa preciosidad de hijo tus mismos métodos y tus propios encantos? ¿Qué dios, qué mortal podría tolerar que tú sigas sembrando pasiones por el mundo cuando en tu propia casa prohíbes el amor a los Amores y les cierras una escuela que está abierta para todos: la del mundo femenino y sus debilidades?




Venus con Ceres y Juno. Villa Farnesina, 1517-18.

Pero Venus, indignada por lo que las diosas le dicen, seguramente para congraciarse con Cupido por temor a sus fulminantes flechas, con paso firme, acelera su rumbo en dirección al mar.


Tercera parte

Pasan los días y las noche y Psique sin descanso busca a su marido. Entregada a esta aventura de pronto ve un templo a los lejos en la cima de un monte y, hacia allí se dirige pensando si no encontraría a su amado. Ya en la cumbre ve que habían espigas de trigo y cebada en montones, formando algunas coronas al pie de una estatua. Tiradas por el suelo al azar encuentra varias herramientas de segador que recoge con todo cuidado y pone cada una en su lugar ordenadamente. Mientras hacía estas labores imploraba la benévola compasión de la divinidad. De pronto se presenta Ceres, la diosa nutricia, a quien le han conmovido sus lágrimas y desearía ayudarla pero no puede ofender a Venus, y le pide que se vaya en seguida de su templo y que agradezca que no la detenga y la meta en la cárcel.
Ante tal desolación, Psique da media vuelta y sigue su camino. Atraviesa un bosque sagrado y a lo lejos ve un templo construido con una extraordinaria arquitectura. Se acerca a la sagrada puerta y ve en su interior unas telas colgando que llevan inscripciones con el nombre de la diosa a quien estaban dedicadas las ofrendas. Postrándose de rodillas ante el altar lo abraza derramando lágrimas y pronuncia esta oración:

– ¡Hermana y esposa del gran Júpiter! (...) sé para mí la Juno Salvadora en mi desesperada situación; me hallo cansada, agotada de tanto pensar; líbrame de inmanente y espantoso peligro.

Al instante Juno se aparece, majestuosa, y le dice que no puede ir contra la voluntad de Venus y que no puede darle refugio.
Abandonando finalmente toda esperanza, y recogida en su fuero interno reflexiona:

– ¿Que más puedo intentar en mi desgracia? ¿A quién he de acudir si ni las mismas diosas, a pesar de su buena voluntad, han podido ayudarme? Si me envuelven tantas redes, ¿a dónde he de dirigir mis pasos? ¿Qué refugio, qué tinieblas pueden ocultarme para escapar a la ineludible vigilancia de la poderosa Venus? ¿Por qué no te armas ya de varonil energía, renuncias heroicamente a ese resto de vana esperanza, te entregas voluntariamente a tu soberana y, aunque tarde procuras calmar con humildad su exacerbado furor? ¿Quién sabe, además, si la persona que tanto tiempo llevas buscando no está allí, en casa de su madre?

Entretanto, Venus decide renunciar su búsqueda por vía terrestre y se remonta a los cielos subida en su resplandeciente carro de oro fabricado por Vulcano como regalo de bodas, tirado por cuatro palomas blancas.




Venus en su carro. Villa Farnesina, 1517-18.

Así emprende vuelo acompañada de su alegre y estrepitoso séquito de gorriones y toda clase de aves cantando dulces y bellas melodías. Se abren las puertas del Cielo ante su hija que se dirige directamente al palacio de Júpiter y le solicita los servicios de Mercurio, el heraldo divino, para un asunto importante. Júpiter accede al pedido y Venus desciende del cielo acompañada por su hermano.




Venus y Júpiter. Villa Farnesina, 1517-18.

– Bien sabes, hermano arcadio que tu hermana Venus nunca hizo nada sin la asistencia de Mercurio.




Mercurio. Villa Farnesina, 1517-18.

Y le pide que divulgue por todos los pueblos la promesa de una recompensa a quien descubra dónde se halla la desaparecida Psique, entregándole una ficha con todos sus datos. Entonces, Mercurio emprende su misión yendo de pueblo en pueblo pregonando la divina recompensa y tal fue el efecto del anuncio que Psique, finalmente, decide entregarse a su soberana.
Y así empiezan las más difíciles pruebas para Psique donde tendrá que pasar por varias muertes despojándose cada vez más de lo humano y de su individualidad, para acceder a lo divino, a los estados superiores del ser donde ya no hay acepción de personas.
Sin oponer resistencia Psique es brutalmente arrastrada del pelo por Costumbre, una de las sirvientas de Venus, quien la lleva ante la presencia de la diosa que, fijando su penetrante mirada sobre Psique, enfurecida, lanza una estruendosa carcajada.

– Por fin te has dignado venir a saludar a tu suegra –le dice–, o ¿más bien has venido a visitar a tu marido?

Y manda llamar a sus otras esclavas, Inquietud y Tristeza, para que la sometan a toda clase de tormentos. Luego la llevan nuevamente ante Venus, que abalanzándose sobre Psique despedaza su vestimenta, le arranca el pelo y le golpea la cabeza sin misericordia, extirpándole definitivamente con esa violenta sacudida esos estados que la mantienen atada a la costumbre, al hábito, a los apegos, a lo disperso, a su belleza externa, a lo perecedero, a su humanidad.
Cuatro son las pruebas que Venus le exige.
Manda, entonces, que le traigan trigo, cebada, mijo, semillas de amapola, garbanzos, lentejas y habas, todos frutos de la tierra, y mezclándolos en un solo montón le dice:

– Me parece que una criada tan fea como tú no puede conquistarse a sus amantes si no es sirviéndolos con esmerada eficacia; pues bien, quiero probar yo también lo que vales.

En seguida, le exige que separe todos esos granos, uno por uno, clasificándolos por especies antes del anochecer, mientras la diosa se va a un banquete nupcial.
Pero Psique al ver “esa masa informe e inextricable”, enmudecida ante la imposibilidad de cumplir el encargo se queda atónita, ni siquiera intenta emprender tamaña empresa. Entregada a la Providencia, a su destino, de pronto aparecen oleadas de hormigas que compadeciéndose de la compañera del gran dios del Amor, acuden en su auxilio separando, distribuyendo y agrupando todos los granos, uno por uno, en especies, desapareciendo en un instante. Entrada la noche regresa Venus del banquete “saturada de vino y destilando perfumes”. Al ver cumplida la tarea que suponía un prodigio, sabe que no ha sido obra de Psique. Y lanzándole un pedazo de pan se retira a dormir.
Al día siguiente, al aparecer la Aurora, Venus llama a la joven pidiéndole vaya de inmediato a un bosque donde pastan unas furiosas y mortíferas ovejas “cuyos vellones tienen el auténtico brillo del oro” y le traiga un mechón de su lana.

– Arréglatelas como puedas: tal es mi voluntad.

Inmediatamente, Psique se pone en marcha no con el propósito de cumplir la orden sino con la intención de lanzarse en el río desde una roca y acabar con sus infortunios. Pero, de pronto, escucha entre el fluir de las aguas, el suave y melodioso susurro de una verde Caña que entre leves brisas, por divina inspiración, le revela cómo deberá superar tan peligrosa prueba. Habrá de esperar que caiga el ardiente sol de mediodía cuando estos animales están al máximo enfurecidos. Pero cuando el rebaño se encuentre descansando –"te bastará sacudir la enramada de los árboles que tienes a tu lado"– y encontrará la lana de oro. Así aleccionada se anima, y obedeciendo las indicaciones se hace con la dorada lana y con las manos llenas vuelve a la morada de Venus.
Pero tampoco consigue la aprobación de la diosa que ahora quiere probar su carácter y de inmediato Venus le dice:

– ¿Ves el agudo picacho que remata aquella altísima montaña? Allí brota una fuente tenebrosa cuyas aguas negruzcas se recogen en la cuenca del valle inmediato para pasar a la laguna del Estigio y alimentar la estruendosa corriente del Cocito. Sube a la cumbre aquella, y en el mismo punto en que el agua helada sale a la superficie de la tierra, llena esta jarrita y vuelve inmediatamente a traérmela.

Y lanzándole todo tipo de amenazas, le entrega una jarrita de cristal para que en ella recoja el agua.
Ante la magnitud e imposibilidad que suponía esta empresa, la joven queda petrificada, presente y ausente sus sentidos a la vez. Pero la adversidad que sufría Psique no pasó inadvertida a la mirada de la Providencia. De pronto aparece el gran águila de Júpiter con sus alas desplegadas, que queriendo honrar al divino Cupido, acude a socorrer a su esposa.

– ¿Cómo? ... sin experiencia en esta clase de asuntos, ¿esperas poder robar aunque sólo sea una gota de esta fuente tan sagrada como horripilante? ¿Esperas al menos llegar a ella? ¿No has oído decir que hasta los dioses, incluido el propio Júpiter, se sobrecogen ante las aguas del Estigio? ¿Y que, si así como los mortales juráis por el poder de las divinidades, los dioses tienen la costumbre de jurar por la majestad del Estigio? Dame tu jarra.

Toma el águila la jarrita entre sus fuertes garras y se lanza sorteando con sus enormes alas en un sutil balanceo las horrendas fauces abiertas de los furiosos dragones que lanzan vibrando sus filudas lenguas el triple dardo; al acercarse a las aguas, éstas resistiéndose, le mandan que se retire de inmediato sin profanarlas. Pero el astuto enviado divino les responde que viene por orden de Venus a quien sirve. Y con este cuento puede cumplir su cometido.




Psique lleva la jarrita a Venus. Villa Farnesina, 1517-18.

Superada la tercera prueba con la ayuda del águila, Psique recoge la jarrita llena de agua y se apresura a dársela a Venus. Sin embargo, esta vez tampoco consigue aplacar la cólera de la diosa.

– Ahora veo que debes ser una gran hechicera, muy versada en magia, para poder cumplir tan pronto órdenes como las que yo te doy.

Y no sin terribles amenazas la envía a la morada de Plutón para un nuevo encargo.

– Coge esta cajita, y vete corriendo al infierno, hasta la tenebrosa morada del Orco. Allí entregarás la caja a Proserpina y le dirás: Venus te ruega que le mandes un poquito de tu hermosura, aunque sólo sea la mínima ración de un solo día.

Pero, ¿cómo bajará al inframundo, saliendo victoriosa de sus profundidades y satisfaciendo la voluntad de Venus? Decidida y entregada a la muerte Psique sube a una alta torre desde donde precipitarse directamente a los Infiernos. Mas repentinamente, la torre empieza a hablar.

– ... ¿te rindes por las buenas ante esta última prueba, este último trabajo?

Le pide entonces que la escuche, y sin demora se pone a profetizar. Con todo detalle le indica el camino que la conducirá a la oculta morada de Plutón y Proserpina, advirtiéndole de los grandes peligros y pruebas que debe sortear. Debidamente preparada, con toda concentración y calma, Psique penetra en el inframundo, el país de los muertos. Sin dejarse distraer, ni atemorizar, ni convencer por las súplicas de los muertos sigue su camino hasta llegar a un río donde se encuentra con el barquero Caronte, que toma una de las dos monedas que lleva en su boca, en pago por cruzarla en su barca a la otra orilla.




Caronte y Psique. John Roddam Spencer Stanhope, 1883.

Psique no sucumbe a los ruegos de los muertos y sigue su camino hasta toparse con el Can Cerbero, guardián del umbral y el atrio de Proserpina. Le tira una de las tortas que lleva en las manos, adormeciéndolo, y penetra en la morada de la diosa. Psique se sienta en el suelo, a sus pies, sin comer nada más que un pedazo de pan y le transmite el encargo que Venus le ha confiado. Inmediatamente se levantan y van a llenar y cerrar la cajita en secreto. Psique la recibe y emprende su viaje de retorno. Primero distrae al rabioso Can con la otra torta que le queda, y con la segunda moneda que lleva en la boca le paga al barquero. Impaciente sube de la oscuridad del Infierno a la Luz, y al “recuperar la luz resplandeciente de este mundo” se deja llevar nuevamente por esa temeraria curiosidad que ya anteriormente le ha acarreado tan grandes infortunios.

– ¿Tengo en mis manos la divina hermosura y no voy a coger para mi una pizquita así?

Abre la cajita en la que nada había; solamente un sopor infernal que al salir envolvió a Psique cayendo desplomada en el más profundo de los sueños.




Cupido y Psique. Anton van Dyke c. 1638.

Pero Cupido, completamente recuperado de su herida y sus alas fortalecidas por tan largo reposo, extrañaba a Psique allí recluido. Fugándose por un tragaluz de la alcoba, a toda velocidad levanta el vuelo y acude junto a Psique. Viendo a su amada profundamente dormida, como muerta, recoge con cuidado el Sueño y lo vuelve a encerrar en la cajita como estaba antes. Saca una de sus flechas del carcaj y con su punta la despierta con una leve picadura.
En ese espacio vacío entre el sueño y la realidad vive un instante fugaz fuera del tiempo.

– Mira, desgraciada, chiquilla, una vez más has sido víctima de tu curiosidad habitual. Pero no pierdas tiempo, cumple con diligencia la misión que mi madre te ha encomendado; de lo demás me encargaré yo personalmente.

Mientras Psique se apresura y lleva a Venus el obsequio de Proserpina, Eros consumido por un exceso de amor, alza el vuelo directamente al cielo y se presenta ante Júpiter con su súplica. Y este pícaro, de inmediato, consigue que el Rey de los cielos apruebe su causa. Dándole un beso en la mejilla, Júpiter le dice:




Amor y Júpiter. Villa Farnesina, 1517-18.

– Es verdad, ilustre hijo mío, que nunca me has conferido los honores que por consentimiento de los dioses me corresponden; mi corazón ordena las leyes que rigen los elementos y el curso de los astros, y tú en cambio hieres continuamente con tus golpes ese corazón y lo deshonras con sus frecuentes caídas bajo el impulso de terrenas pasiones; (...) no obstante, teniendo en cuenta mis normas de bondad y dado que te he visto crecer entre mis brazos, te concederé cuanto me pides (...)

Dicho esto, Júpiter manda a Mercurio, mensajero divino, que convoque una asamblea con todos los dioses amenazándoles con una multa al que no se presente. Dadas estas condiciones de inmediato se llenó el anfiteatro del cielo y sentado, majestuoso, en su trono Júpiter, pronuncia estas palabras:




Concilio de los dioses. Villa Farnesina, 1517-18.

– Dioses conscriptos, cuyos nombres figuran en el blanco tablero de las Musas, he aquí a un jovencito a quien yo he criado con mis propias manos, como sin duda todos sabéis. (...)
Ha elegido a una muchacha y se ha hecho con su virginidad: sea para él, guárdela como suya; sea para siempre feliz unido a Psique, su amor.
Y, volviendo su mirada hacia Venus, añade:
– Y tú, hija mía, no te apenes lo más mínimo; que esta alianza con una mortal no inspire reparos a tu ilustre linaje. Yo igualaré la categoría de los contrayentes, haré que la unión sea legítima y conforme a las normas del derecho civil.
E, inmediatamente, manda a Mercurio que rapte a Psique y la traiga al cielo.




Mercurio lleva a Psique al Olimpo. Villa Farnesina, 1517-18.

Ofreciéndole una copa de ambrosía, le dice:
– Toma, Psique, y sé inmortal; Cupido nunca romperá los lazos que a ti le ligan:
el matrimonio que os une es indisoluble.

Al instante se sirve el espléndido banquete nupcial presidio por Cupido con Psique en sus brazos.

Seguía Júpiter con su esposa Juno, y sucesivamente todos los dioses en orden jerárquico; circula la copa de néctar, que es el vino de los dioses; a Júpiter se la ofrece su escanciador, el consabido pastor; en cambio a todos los demás los servía Liber; Vulcano guisaba. La Horas revestían todo con la púrpura de las rosas y otras flores; las Gracias derramaban el perfume del bálsamo, y las Musas hacían oír sus voces armoniosas. Luego, Apolo cantó al son de la cítara, Venus exhibió su gracia en la danza al compás de la deliciosa música cuya orquesta ella misma había organizado así: las Musas formaban el coro, un Sátiro tocaba la flauta, y un discípulo de Pan acompañaba con su caramillo. Así, regularizada ya su situación, quedó Psique en poder de Cupido. A su debido tiempo tuvieron una hija, a quien llamamos Voluptuosidad13.




Banquete Nupcial. Villa Farnesina, 1517-18.

Y así llegamos al final de esta “historia” arquetípica, como se dijo al comienzo, que vive el alma de aquéllos que entregados a lo desconocido, al Misterio por el que en realidad subsiste el mundo, se preguntan permanentemente quiénes son, de dónde vienen y a dónde van. Y en esa búsqueda, sin saberlo, de repente en el silencio de su soledad, es raptada su alma por Amor, y, seducida por el gran Daimon es conducida paulatinamente a través de un viaje circular jerarquizado que le lleva de vuelta al Uno, a la Unidad del Ser, a su Origen y Principio, de donde sólo salió ilusoriamente para conocerse a sí misma y a su Creador. Y todo esto vivido ahora, a través del poder evocador del mito oculto tras una fábula contada por una viejecita a una joven, que al despertar de un terrible y funesto sueño no encuentra consuelo para su alma.

– Ten confianza, reina mía, y no te dejes asustar por las vanas ilusiones de los sueños.

Pues como dijo Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”14



NOTAS.
1 “La luz del alma es verdad, y ésta sola Platón en sus oraciones solía pedir. En esta oración Platón declara que la belleza del alma consiste en la verdad y en la sabiduría; y que ésta es concedida por Dios a los hombres.” (Marsilio Ficino, Sobre el Amor, Comentario al Banquete de Platón. Cap. XVIII. UNAM, México, 1994.)
2 Para el estudio de este mito nos hemos basado en el libro de Apuleyo, El Asno de Oro. Ed. Gredos, Madrid, 1978. Todas las citas han sido extraídas de este libro, a excepción de alguna debidamente identificada. Y si bien se ha seguido casi textualmente todo el relato de Apuleyo, nuestros comentarios se han intercalado dentro del relato, sin más, para no interrumpir el discurso.
3 Aristófanes afirmó que “la soberbia fue la causa de que el alma, que nació entera, se cortase en dos, esto es, que de dos luces usase después una, dejando la otra. Por eso se hundió en lo profundo del cuerpo, como en el río Leteo, y, olvidándose de sí al mismo tiempo, se deja arrastrar por los sentidos y la concupiscencia, como por unos esbirros y un tirano. Pero una vez que el cuerpo ha crecido, y se han purgado los instrumentos de los sentidos, por medio de la disciplina, se despierta algo; y en ese momento la luz natural comienza a resplandecer y busca el orden de las cosas naturales. En esa búsqueda se percata de que existe un sabio arquitecto del edificio del mundo, y desea gozar de él. Este arquitecto, sólo puede ser entendido con luz sobrenatural; y por esto la mente resulta impulsada y seducida por la búsqueda de la propia luz, a recuperar la luz divina; y en tal seducción consiste el verdadero Amor.” (Marsilio Ficino, Sobre el Amor, Comentario al Banquete de Platón, op.cit.)
4 Marsilio Ficino, Sobre el Amor, Comentario al Banquete de Platón, ibíd.
5 “Porque, si Dios atrae hacia sí al mundo, y el mundo es atraído por él, existe una cierta atracción continua entre Dios y el mundo, que de Dios comienza y se transmite al mundo, y finalmente termina en Dios; y como en círculo, retorna ahí de donde partió. Así que un solo círculo va desde Dios hacia el mundo, y desde el mundo hacia Dios.” (Marsilio Ficino, Sobre el Amor, Comentario al Banquete de Platón, ibid.)
6 Dice Agrippa que el cuarto Furor, aquél enviado por Venus “cambia y transmuta el espíritu del hombre en Dios por el ardor del amor, y le torna totalmente semejante a Dios, como la imagen de Dios. Esto hace decir a Hermes: ‘¡Oh Asclepias! Es un gran milagro que el hombre, animal honorable y adorable, por tomar la naturaleza de Dios que le convierte en Dios, ha conocido la raza de los demonios, de modo que sabe que salió de una fuente parecida a ellos; considera la parte de naturaleza humana en él, fortificado por la divinidad de la otra parte.’ El alma pues modificada y convertida en Dios, recibe de él tan grande perfección que conoce todas las cosas por cierto contacto esencial de la divinidad, que la eleva por encima de todo intelecto; es por ello que Orfeo describe el amor sin ojos, porque está por encima del entendimiento. Entonces el alma, así convertida en Dios por el amor, y elevada por encima de la esfera intelectual, además de haber adquirido por la pureza de su virtud el espíritu de vaticinio y profecía, efectúa a veces obras más maravillosas y grandes que la naturaleza del mundo, y tal obra se llama milagro. Así como el cielo por su imagen, su luz y su calor realiza cosas que la fuerza del fuego no cumple por su cualidad natural (lo que se aprecia claramente en las operaciones de alquimia y por la experiencia misma), de igual modo Dios por su imagen y su luz, cumple cosas que el mundo no puede realizar por su virtud innata: la imagen de Dios es el hombre, y quien es semejante a Dios por el furor de Venus sólo vive por el pensamiento, con el corazón lleno de Júpiter. El alma del hombre, según los doctores hebreos y cabalistas, es definida como una luz de Dios, creada a imagen del Verbo, primer ejemplo de la causa de las causas, sustancia de Dios, representada por un sello cuyos caracteres son el Verbo eterno. Al considerar esto Hermes Trismegisto dice que “el hombre es de tal condición que sobrepasa a los habitantes del cielo, o que, al menos, está en posesión de una misma suerte.” (Cornelio Agrippa, Filosofía Oculta, Libro III, cap. XLIX. Ed. Kier, S.A., Buenos Aires, 1991.)
7 Platón, Banquete. 211c-212a. Ed. Gredos, Madrid, 1992.
8 Mireia Valls, Las Diosas se Revelan. “Notas acerca de Venus”. Colección Aleteo de Mercurio 2. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017.
9 Dice Boccaccio en su comentario a este texto que Cupido prohíbe a Psique verlo “si no quiere perderlo”, es decir que no quiera conocer aquellas “cosas que sólo son conocidas para Dios. Pues cuantas veces los mortales investigamos tales cosas, lo perdemos, apartándonos sin duda a nosotros mismos del camino recto.” (Giovanni Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos. Ed. Centro de Lingüística Aplicada Atenea, Madrid, 2007.)
10 “A Dios nadie le ha visto jamás” dice el Evangelio. (Juan 1, 18).
11 “Pues ninguno retorna al cielo, si no ha complacido al Rey de los cielos. Y le complacen aquéllos que le aman por encima de todo. Ciertamente, conocerle completamente en esta vida es imposible. Pero amarle, de cualquier manera que se le conozca, es posible y fácil.” (extraído de Martín José Ciordia, Amar en el Renacimiento. Un estudio sobre Ficino y Abravanel. Ed. Miño y Dávila, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 2004.)
12 ¿Pero, a qué se refiere esta “bilis” o “rabia”? Se dice de un “furor insano”, enfermo, relacionado con la libido que lleva al amante “continuamente, desear disfrutar del otro en tanto que cuerpo, en tanto de exterioridad.” Es decir, el “olvido de sí mismo por el deseo del otro” que termina corrompiendo lo propio, lo esencial en cada uno.
“De ahí que estos deseos de disfrutar tocando y copulando (libido) acaben en la pérdida del espíritus y de la sangre más pura y clara del amante, que trae como consecuencia una producción excesiva de la bilis colérica o de la melancolía, cuyos síntomas y resultado final son un amante seco y pálido, atormentado y rabioso.” (Martín José Ciordia, Amar en el Renacimiento. Un estudio sobre Ficino y Abravanel, op. cit.)
13 “Es decir el placer y la alegría eternas”. (Giovanni Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos. Ed. Centro de Lingüística Aplicada Atenea, Madrid, 2007.)
14 La vida es sueño, Calderón de la Barca. Extraído de la novela Defensa de Montjuïc por las Donas de Barcelona de Federico González Frías. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2009.
* Las imágenes de la Loggia de Psique en la Villa Farnesina son atribuidas a Rafael, y llevadas a cabo en su taller por sus pupilos: Giovanni da Udine, Giulio Romano, Raffaellino del Colle y Gianfrancesco Penni.

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