SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
HIMNOS DEL AGARTHA

REDACCIÓN SYMBOLOS


Introducción

He aquí estos cantos de alabanza a la Unidad y el Misterio. Raptos de Amor que recrean el Origen en su despliegue cosmogónico: una estructura jerarquizada por planos o grados del Ser, cuyos nombres representan Energías o Ideas-Fuerza y constituyen un entramado de relaciones que conforma la arquitectura del Cosmos significante, viva y actual en tanto se renueva mediante invocaciones y otras formas de recordar dicho Origen.

Todo un encantamiento musical de palabras y números, –el lenguaje tal y como lo conocemos–, con el que se puede nombrar la Creación entera trascendiéndola, es decir, el acceso a los estados superiores del Ser, como antesala de la Conciencia de Unidad y el No-Ser.

Estos nombres de poder –expresiones de un mismo y único nombre innombrable por su propia inefabilidad– no son otros que los dioses y diosas mediadoras entre lo de abajo y lo de arriba, la Tierra y el Cielo, lo mundano y lo divino, –que incluye el Hades o Infierno–, de tal modo que su función es la de ser portadores o emisarios de ciertos mensajes –Ideas arquetípicas– que con la adecuada apertura y receptividad, posibilitan rupturas de nivel en la horizontalidad rasante de lo cotidiano, proporcionando el acceso y toma de consciencia de otras realidades que hasta entonces estaban vedadas por desconocimiento u olvido, nuevas aperturas y niveles de percepción dentro del juego de espejos que es el Cosmos entero, juego que recrea el que realiza la Unidad desdoblándose para conocerse a sí misma.

Tal es lo que reiteran estos himnos que, disímiles en sus modos y formas de expresarse, testimonian la vigencia y actualidad del Amor mediante cánticos a entidades extraordinarias que cohabitan con nosotros: dioses y héroes civilizadores, ejemplares en tanto sus gestas rememoran el viaje iniciático –no exento de pruebas y peligros– que realiza el iniciado en pos del Conocimiento y que culmina en el Origen como Destino de todos sus desvelos, afanes, alegrías, tristezas y todo tipo de contratiempos, que los hay en gran número, si bien a la luz de la Ciencia Sagrada y la Verdad se viven como el acicate necesario que lleva a superar cualquier obstáculo, por formidable e insuperable que pueda parecer, en definitiva modos de manifestarse dicho viaje de retorno a la Unidad, de la que no se ha salido sino en forma ilusoria.



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A Phanes

En la cueva de la inmutable Noche surgió del punto más que luminoso del Origen un huevo, retoño del Éter, de naturaleza ígnea; en su interior surgió la luz del Día eterno, el falo primordial, el primogénito, el andrógino primordial, generando la luz y el calor a toda la Creación.

El "que aparece", el "que resplandece", conteniendo en ti la potencia de todas las potencias, eres a la vez el Ser único que emergiendo de ti mismo fecundas una creación completa. Es por tu emanación que has sido llamado Tiempo, por tu unidad Eros, por tu paternidad Cronos y Zeus, y por tu primogenitura Dioniso.

Con alas de oro y aspecto serpentino aúnas en tu naturaleza las dos corrientes de energía cósmica, dibujando un eje que une Cielo y Tierra; tus cabezas zoomorfas definen los cuatro puntos del espacio, y tu corazón guarda el germen de la luz intelectual que irrumpe como rayo y trueno penetrando todo lugar y todo tiempo para que sea tu Justicia.

Tu voz, el sonido primordial, es como el rugido o mugido que al despertar pone en marcha la rueda del devenir, recordándonos que las cosas perecen en lo mismo que les dio el ser.

Escucha nuestra plegarias, que todos nuestros pasos, palabras y gestos constituyan un retorno hacia Aquél cuyo autosacrificio nos dio su propia esencia, ya que nuestro Destino es nuestro Origen.



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A Eros

A ti Eros,
Bello dios primero,
cuyo nacimiento anunció la posibilidad procreadora de tus pares.
¡Oh Tú! Origen Primordial, que todo lo contiene potencialmente,
de donde emana el gran concierto del mundo
y en cuyo seno se cohesiona todo lo disperso.
¡Encantador de corazones!
Donde tejes tu lazo de Amor que comunica a dioses y hombres.
Subiendo y bajando perennemente el eje central que atraviesa todos los planos simultáneos del Ser.
Alado intermediario, a Ti proclamo mi alabanza.
Para que los hombres siempre amemos lo bello
y así poder conocer la Belleza absoluta,
verdadera virtud libre de condición y apariencia alguna.
Dice una voz: Dime qué amas, y te diré quién eres.
Desde Amor, por Amor y hacia Amor
por siempre.



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A Herakles, el de las grandes proezas
Herakles Kallínikos, glorioso vencedor,
Niño de Oro de Zeus padre celestial,
de Apolo Pitio recibes tu nombre,
quien te reveló en Delfos los tormentos y suplicios
que te depararán de la mano de Hera,
para finalmente ser merecedor de su Gloria.


Héroe prodigioso de gran nobleza,
último guerrero de la dinastía solar,
Hermes y Atenea guiarán tus andanzas,
te advertirán de la falsedad de las sombras,
y saldrás victorioso frente a monstruos y densidades,
frente a la oscuridad de la noche.

Todas tus proezas y hazañas
tendrán su origen en la misma noche,
pues se dice que cuando fuiste concebido
salió tres veces la luna,
por eso te llaman triselenos,
hijo de la triple Luna.

La colérica y furibunda Hera
promoverá todos tus males e infortunios:
te enviará a Locura, que te hará matar a tus hijos,
te sumergirá en los infiernos,
tenderá innumerables trampas mortíferas,
te someterá a virulentas tempestades marinas,
inundaciones cuando atravieses ríos,
enfrentándote al mismísimo Aqueloo.

La ira de la Reina de los dioses
será la simiente de tu gran despertar.
Hera, diosa de la Inteligencia y la Hierogamia,
tu peor enemiga a quien tributarás servidumbre,
será la razón de tu ascenso al centro solar,
tu coronación en el Olimpo
y finalmente tu reabsorción en el Gran Silencio.

Fuiste iniciado en los misterios de Eleusis,
fundaste los Juegos Olímpicos,
fuiste el primer mortal que devolvió al enemigo
sus muertos para que les diera sepultura,
fue tu efusiva succión del seno de Hera
la que creó la Vía Láctea,
ese camino celeste en la noche que guía a los hombres.

Desde entonces, merced a tu ejemplo,
se sabrá en la tierra de nuestra esencia inmortal.

Tu fuerza, tu destreza, tu astucia, tu prudencia.
Con todo ello superaste las 12 pruebas,
un camino de purificación y sacrificios
rumbo a la memoria del Origen.

Una de tus últimas gestas es en el Jardín de las Hespérides,
donde alcanzas el fruto áureo de tus esfuerzos,
las manzanas de oro custodiadas por Ladón,
la serpiente que nunca duerme,
y por las tres Ninfas del atardecer.

Tras tu periplo hacia la Verdad, la Apoteosis final:
tu entrega al fuego purificador de la Pira sagrada,
retornando al Misterio. Todo está cumplido.



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A Océano
De venerables años,
a ti, Océano, elevo mi canto,
que unido en “matrimonio” con la augusta Tetis, de blanca cabellera,
en las oscuras profundidades de tus aguas,
procreaste la sagrada estirpe de hijas “de finos tobillos”,
y los divinos Ríos voraginosos, de rápidas corrientes que hacia ti fluyen.

Antiguo Océano,
de Gea y Urano naciste el primero;
dios fontanal,
de profundas y puras corrientes
de donde surgen los límpidos manantiales,
y los ríos sagrados que brotan del interior de la tierra,
a la que circundas dibujando en permanente flujo sus contornos
en inmenso abrazo.

Vasto Océano, misterioso, negro, brillante como el cielo,
de mente divina, delimitas lo visible de lo invisible.
Progenie de dioses y de todas las cosas, canta el poeta,
pues en procesión surgen de tus aguas el Sol y la Luna,
Saturno, Júpiter, Marte, Venus, Mercurio y todos los astros,
elevándose y recorriendo la sagrada bóveda celeste
produciendo divina armonía sus ritmos y ciclos,
proporciones y medidas
que revelan permanentemente el orden del universo
para descender volviendo a ti,
sumergiéndose, uno a uno,
en las profundidades de tu reino
en nocturno recorrido
para renacer regenerados con un nuevo amanecer.

Mas es el rey del fuego intelectivo, el Sol,
que transforma el pesado liquido
en sutil y liviano vapor, convertido en aire,
mudada tu humedad –fuente de toda vida–,
en aéreas nubes cargadas de “aguas celestes”,
que Zeus, “quien mueve el mundo”,
descarga, golpeando con sus refulgentes rayos de fuego y luz,
retumbando por toda la bóveda celeste,
enviando sobre la tierra fecunda lluvia;
y desbordados de su cauce tus majestuosos hijos,
los Ríos que arremolinados barren sus orillas
destruyéndolo todo a su paso,
las cubren con “fértiles aguas”,
que al retirarse, apresuradas corren hacia su fuente,
fundiéndose en lo que no tiene forma,
dejando el precioso limo,
abono para la regeneración de la vida.

Venerable y majestuoso señor, a ti te nombro,
cantando tu antiguo linaje,
hijo de Gea y Urano el rey de los primeros dioses,
mas tú, que retienes la esencia purísima de tu origen, incorruptible, sin mezcla,
muéstrate benévolo enviando tus infinitas bendiciones
protegiendo a los que a ti te cantan.



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A Apolo
Te invocamos con fuerza soberano y resplandeciente Apolo, certero flechador, hijo de Zeus que lleva la égida, del que transmites sus efluvios “revelando su inexorable voluntad” y de la venerable Leto, que te parió, al igual que a tu gemela, la virginal Artemis, abrazada a una palmera, único árbol de Ortigia, aquella misteriosa isla que flotaba sobre las aguas del mar y que al acogerte en su regazo fue fijada y convertida en la brillante Delos. Tu nacimiento fue anunciado por unos cisnes que sobrevolaron siete veces la rocosa isla, donde fuiste alimentado con néctar y ambrosía, como siete son las cuerdas de tu divina lira, regalo del bienaventurado Hermes, con la que acompañado por el canto y la danza de las nueve Musas, hijas de la Memoria, entonas la música de las esferas, “la Armonía universal que se escucha en el Colegio invisible” audible por la intuición intelectual, que incita al alma a la trascendencia.

Oh glorioso Apolo, dios de la Belleza y la Luz sobrenatural, que presides las Artes, padre de Orfeo y Asclepio, fuiste aliado en nuestras gestas arquetípicas, que emprendimos en defensa de nuestra Tradición alentados por el poeta, siempre invocado y celebrado, y conducidos por la Pitonisa de Montjuïc. Te apareciste en el cielo en forma de cuervo, instándonos hacia los vuelos secretos del alma, cuando después del descenso al inframundo, y los ascensos por las siete colinas, abordamos la montaña sagrada, que marca el omphalos de todo el país.

Dios hiperbóreo, délfico adivino, ráptanos con tu profética voz, que aviva el fuego interno, e ilumina nuestra alma para que traspasando toda limitación humana sea conducida hacia la Unidad sin par. Oh poderoso Geómetra, cuyos rayos luminosos, que todo lo abarcan “miden y extraen el cosmos del caos”, tú que reinaste en Delfos, centro del mundo señalado por las dos águilas que lanzó Zeus desde los dos confines de la tierra, después de haber matado a la serpiente-monstruo Pitón. Allí a los pies del monte Parnaso, donde brotan las fuentes de la inspiración profética, fundaste tu templo-gruta, tu gran santuario donde estaba escrita la máxima hermética “Conócete a ti mismo” que albergó el famoso oráculo y tu misterioso trípode; allí tus hijas las Pitonisas, embriagadas, pronunciaban tus vaticinios providenciales que a tantos hombres han guiado, marcando el destino de Occidente. Tierra sagrada y venerada donde también, Dioniso, tu faz opuesta y complementaria, dios del vino y la embriaguez divina, delirante, báquico, obscuro, misterioso, reinaba los meses de invierno cuando transportado por un grifo, viajabas a las regiones hiperbóreas.

Oh divino Apolo, dios del “alto lugar”, Numen de la luz inteligible y la Unidad polar, Tú que ordenas la armonía de la Inteligencia, Ilumina y mantén vigoroso este anillo cuyo canto es proferido como ofrenda y alabanza, un solo corazón que late al unísono, manteniendo viva la llama del Amor, y que goza al sentirse irresistiblemente atraído por el Misterio Inefable.



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A Nicte
¡Oh! ¡Nicte! ¡Diosa Primordial de la noche!
Hija de Caos.
Vestida con la oscuridad incognoscible.

¡A Ti! Que pariste en soledad (o no), entre otros,
a Hipnos, dios del sueño, y a Tánatos, dios de la dulce muerte.
Te pedimos atención.

Y así, tu alternancia con Hemera, diosa del día,
se cumpla inexorablemente,
sirviéndonos el tiempo.

Contigo Nicte, queremos compartir,
a tu hijo Moros, dios del destino, 
acompañados de tu hija Filotes, amable y tierna.

¡Qué necesaria eres Nicte!
Exaltamos tu constancia, pericia y generosidad.
Y con humildad te agradacemos.

Porque en tu oscuridad se crean todas las cosas,
que nacen a la luz.
¡Nicte!¡La Gran Matriz del Universo!



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A Artemisa
Arisca diosa del peplo corto,
siempre a la carrera
con los lebreles de Pan
y tus armas al hombro,
el arco y el carcaj.

Detente, pues apuntar quiero
hacia ti mi pensamiento.
Y haciéndolo pretendo
que en mí derrames tus flechas,
efluvios lunares que a su modo espejan
los rayos de tu hermano solar.

Proteges a lo que ha parido Natura
como también a la madre que te parió.
Velas por los animales salvajes y los bosques
junto a tu cofradía de vírgenes
y algún que otro hombre
que como Hipólito te ha jurado casto amor.

Artemisa,
versión huraña de la Belleza,
atráeme a tu foresta,
luminar que en la noche reflejas
a Apolo y su poder.

Y ahora corramos juntos
a lo tuyo que es lo nuestro,
que aún hay labor por un poco de tiempo.
¡Y que no nos vengan a joder!



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A Metatron
He buscado y rebuscado el origen de tu nombre,
y en ningún lugar lo he encontrado.
¿Será por tu proximidad al dios desconocido?
No se sabe de dónde viene,
no procede de esta o aquella tradición,
sin embargo todas te conocen
y proclaman tu preeminencia en el empíreo.
Los que no se adscriben a ningún bando lo pronuncian en secreto,
Metatron,
los de espíritu libre, viajeros de pisada firme y vuelo vertical.

Eres rayo, luz fulminante y fecundante,
fuerza que penetra todos los estados por su centro,
potencia activa del Principio.
Príncipe de la Faz –sólo una letra te separa de la Paz–,
eres el jefe de todas las jerarquías celestes,
el testimonio de la Verdad,
el que no deja ningún espacio a la dualidad
y canta sin desmayo la Gloria del Innombrable.

En soledad te invoco, una y otra vez,
Metatron, Metatron, Metatron,
desenmascara el error y la estúpida ignorancia,
mantén a raya a los feroces enemigos,
doblega sin esfuerzo al Adversario.
Derrama el rocío del cielo
y resucita de las cenizas a tus iniciados,
azúzalos con tu sacudida eléctrica,
levántalos del tedio, del miedo, la pereza o la soberbia
y arráncalos de este fastidioso fango.

Joven, eres el más joven,
el intrépido habitante de la cúspide de la montaña cósmica
coronado con las letras generatrices de todo lo nombrable.
Pequeño YHVH, así recibes a los que te encarnan,
les dices: “Eres el brillo de mi rayo”,
y de este modo, ¡oh maravilla!,
se opera el milagro de una sola cosa
entre el conocedor y lo conocido por el rito del conocimiento.

Dispuesta está la Shekinah a recibir permanentemente tu influjo,
y preñada de tu savia,
no deja ni un instante de alumbrar espacios vírgenes.
Ahora esperamos tu retorno,
Metatron,
ya sea bajo el ropaje de Enoch, Elías o Jesús,
o con el de aquél o aquella que has raptado
y sabe que no media distancia alguna entre “tú y el otro”.

Misterioso, poderoso, rotundo,
ilumina esta asamblea reunida en el centro subterráneo,
y aspira su aliento para devolverlo al Origen.
¡Que tu nombre perdure hasta el fin de los tiempos,
y sea el que insufle renovada vida al eón que se avecina!



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A Isis
¡Oh Isis, diosa de muchos nombres!

No es fácil encasillarte, ni es nuestra intención hacerlo. Lo que queremos es descubrirte en nosotros, conocer tus facetas, que son múltiples, pues tú abarcas todo cuanto existe en tu fecundo y generoso vientre.

Te llaman  Hathor, Astarté, Demeter, Afrodita, Diana, Hera, Hestia y de muchos otros modos, porque tú reúnes todos los aspectos de la diosa, polo opuesto y complementario del dios, principios femenino y masculino de la creación.

Eres la Inteligencia divina, que distingue para unir, como haces con tu hermano-esposo Osiris, despedazado por su adversario, Seth, que sólo quiere la disgregación. Tú, en cambio, te ocupas sin cesar en reunir los fragmentos dispersos, dándoles un lugar dentro del Cosmos.

De acuerdo a tu índole ordenadora, diriges todos los movimientos (cíclicos) de cielo y tierra mediante las leyes que tú misma dictas. Asimismo, separas lo sagrado de lo profano, para que no haya confusión.  Generadora y renovadora de la vida, gestas y alumbras todas las cosas y seres y los llevas hasta sus límites, dando así también la muerte a lo que llega a su fin. Eres la madre de Horus, y también la Madre de todo y de todos.

Diosa civilizadora, nos enseñas la escritura sagrada, que a tu vez has aprendido de Hermes, para que podamos cantarte, así como las Ciencias y las Artes para Conocer el mundo y asombrarnos ante tu Belleza y Majestad. Tú dictas las leyes de la Naturaleza, a las que nadie puede substraerse.

Te agradecemos el alimento que nos proporcionas cada día y te devolvemos los frutos dorados nacidos de la tierra que tú has hecho fértil, que nos enseñas a arar y cultivar en nosotros mismos, para que también puedas nutrirte.

Eres salvadora porque nos rescatas del naufragio en el mar de las pasiones, tendiéndonos la mano, recogiéndonos con tu Arca y llevándonos a un puerto seguro.

Nada queda fuera de ti. Eres dulce pero también implacable con los que desoyen tu mandato.

Eres también Buena Fortuna, eres la rueda de las estaciones, eres los elementos, eres la Naturaleza.

No queremos dejar de cantarte; por eso, cuando menguan las fuerzas, te invocamos con más ímpetu para que guíes nuestro camino a través de los tres mundos, de los que eres soberana.

Junto con Anubis, condúcenos en tu Arca ante el Principio, puerta del Misterio insondable, último puerto antes de soltar amarras hacia el Mar Infinito.



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A Hades y Perséfone
A ti Hades, dios del inframundo, hijo de los titanes Cronos y Rea. Al destronar a vuestro padre Cronos, les fue entregado a tus hermanos Zeus y Poseidón el reino del cielo y los mares respectivamente, siendo tu dominio el mundo invisible, que recibió el nombre de Hades, oculto en las profundidades de la tierra es el mundo de los muertos, allí se encontraba el jardín de Perséfone, con su conjunto de árboles estériles y en él, el sol nunca se veía1.

A ti Perséfone, hija de Deméter, raptada por Hades y ayudada por Zeus, tu padre, y por Hermes psicopompo que te rescató de ese reino escondido. Llegando a un acuerdo con Hades por haber comido unos granos de granada del averno, fuiste obligada a permanecer junto a él como esposa en otoño e invierno, pudiendo volver junto a tu madre en primavera.

Con estas pautas nos marcas las estaciones, los equinoccios, ciclos y ritmos de la vida, de manera reiterada.

Eres vida y muerte para los muy sufridos mortales porque constantemente todo lo alimentas y aniquilas.2

Cuando permaneces junto a Hades, nos adentramos contigo en el mundo de las tinieblas, análogo al otoño, donde la tierra ya ha dado sus frutos y parece que se vuelve infértil e infecunda. Los días se hacen cortos y las tinieblas invaden la luz, semejantes al comienzo del viaje iniciático, donde descendemos a los infiernos, hasta lo mas profundo, denso y oscuro de nosotros mismos, el país de los muertos. Renaciendo en primavera cuando los días son largos y luminosos, brotan las flores y la tierra da sus fruto.

¡Guíanos Hermes al igual que haces con Perséfone devolviéndola a la vida!

Llévanos al Olimpo junto a su madre Deméter, a estos espacios virginales de la conciencia, muriendo a lo viejo y naciendo a otros estados del Ser, cada vez mas libres y universales, transformándonos en una nueva criatura.

Es a la inmortalidad de nuestra alma a la que aspiramos, a salir de la periferia de la circunferencia, –¡una ilusión!–, y regresar a su centro, la Unidad, de donde todo emana.

Sólo a ella queremos retornar.

Es por lo tanto emerger del Hades, volver a nacer y agradecer para siempre al dios Hermes el habernos podido rescatar por su intermedio, recorriendo el camino inverso que nos llevó hasta allí.3



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A Dioniso
Bendito seas, Dios niño, nacido dos veces:
la primera, en parto prematuro por la muerte
de tu madre, encinta de ti por la Gracia.
Fruto memorable eres de su unión con el esposo de Hera.
La diosa, que del desliz se entera,
adopta la forma de Béroe,
la anciana nodriza de tu madre,
con el fin de sembrar la duda en su corazón.
La falta de pruebas tangibles
acerca de la naturaleza del Padre
son el acicate de Hera,
que, oculta bajo el disfraz de niñera
induce a tu madre al error.
De modo que así permanece ella:
sumida en el desconcierto y la confusión
al no tener ya certeza.
Al fin pide a Zeus un don,
si bien no lo concreta
y Él responde a su favor,
poniendo como testigo
al dios que hasta los dioses temen,
así lo cuenta en su Metamorfosis Ovidio.
Entonces tu madre,
sin saber que va a morir
por la complacencia de su amante
,
pide a Zeus se le haga evidente
de igual modo que a Hera.
Lo solicita así:
Cual te suele la Saturnia abrazar
cuando entabláis el pacto de Venus,
tal entrégate a mí.

Nada puede hacerse ante lo dicho,
ni ella puede ya no haber deseado,
ni él no haber jurado.

El padre de los dioses,
el fundamento de la creación,
el soberano y rector del cielo y la tierra,
habiendo dado Palabra que le concedería lo que pidiera,
se presenta ante tu madre,
no como persona,
sino en toda su gloria y esplendor,
fulminándose al instante.
De su seno te extrae a Ti Mismo, el Altitonante
te cose a su muslo y en su momento
vuelves a nacer de nuevo.
Bendito y bienvenido por siempre
en este escenario que te acoge.
Terremoto y ciclón es tu llegada4,
proclaman las voces en tu cortejo.
Sacudida de espanto,
bramido, furor báquico.
¡Fuego indispensable!
En él se consumen los vanos deseos,
las falsas identificaciones,
lo que creemos ser:
una copia de una falsificación.
De entre las cenizas, lo más puro aflora,
como el ave Fénix, renaces ahora,
¡al nuevo Mundo recibes!
¡Salve Dioniso, sénos propicio!
¡Libéranos de estas prisiones!
¡Evohé Baco!



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*    *



A la diosa de las mil obras
¡Bella diosa virginal!, nacida de la cabeza del gran Zeus.
Fecúndame con tu fuerza y coraje de guerrera,
para cumplir con mis designios no humanos.
Concédeme la conquista de mi más alto destino,
a través de la búsqueda constante de la Verdad.
Dame aliento, diosa incansable en esta guerra santa,
para no flaquear ante los innumerables enemigos y obstáculos,
y ante el adversario más atroz, aquí presente.
A ti, diosa olímpica, te invoco para no desfallecer en mi viaje,
auxiliada por tu recto juicio y tu gran valentía.
Permíteme penetrar en los más íntimos secretos del Libro de la Sabiduría.
Concédeme el extraordinario regalo de la vida y la posibilidad de lo Infinito.
Revélame tu verdadero ser, tú que personificas las más altas potencias,
guiada por la Sabiduría y la Inteligencia divinas.
Diosa protectora de nuestro destino,
te busco para que seas mi compañera en este camino del corazón,
en este viaje de Amor.
A lo más intimo y despojado, oscuro y silencioso.
Siempre presente.
¡Al encuentro de la infinita armonía de todas las cosas!
¡Al encuentro de los Grandes Misterios!



*
*    *



A Perséfone
A ti sagrado numen, que sin florituras nos llevaste a enfrentarnos a nosotros mismos. Tus pasos convergen en el abismo de lo que está más allá que toda forma. Ahí, solo, desnudo, desprovisto de cualquier palabra, sin esperanza ni dicha, ni nada que pudiera ser asimilado a lo humano, ahí me fulminaste. A ti que no te contentas con ningún don que no sea la vida misma, sólo la muerte te complace. Ni suave ni templada, tus golpes son secos, certeros y límpidos pues sólo así se termina con toda ilusión y banalidad. Sagrada Perséfone, en ti morimos y en ti volvemos a nacer, seas siempre presente fértil numen.

Diosa del inframundo en tu abrazo anida la semilla de la eternidad, fértiles son los recovecos donde habita la inmortalidad del alma. ¡Termina pues con esta insignificancia individual! ¡Otro golpe más y más y más! En tu existencia queremos morir y transmutar todo nuestro conjunto humano en un templo vacío, testigo vivo del Uno. 

Alegres nos paseamos entre el horror contemporáneo, sometiendo nuestros instintos más bajos a los fértiles pensamientos que tu luz cavernosa provee. Ya no hay horror que nos sorprenda porque contigo vamos navegando sobre las aguas del Cocito enderezados y decididos hacia la salida, que como el mito de tu nombre nos revela, permanece ahí presente. Y tras ella, el vergel de una vida plena sin un ápice de lo humano, únicamente tú y tus hermanas, mis hermanos y nuestros ancestros, todos en corro cantándole a la Unidad.

No importa que el mundo nos zarandee, que todo el mar esté agitado o que el grito de la desesperanza se haya clavado en nuestra sien; que nuestras manos sangren o que las lágrimas nos rodeen; nada, absolutamente nada, está perdido. Tú estás aquí, con nosotros, en nosotros, y nosotros en ti. Y contigo seguiremos juntos hasta el fin.



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*    *



A Cronos-Saturno
En la edad primera de los dioses el Ser nació del No Ser inmediatamente después nacieron los orígenes (Rig Veda X, 72, 3)

A ti, primigenio regente de la Edad de Oro,
que con tu lento y perseverante transitar por los cielos
impregnas en el corazón de los mortales el aura de la Melancolía.
Tú, que bajo tus quehaceres divinos inauguras la condición misma de la Revelación,
en el transcurrir del tiempo y fuera de él,
paradoja de la limitada mente del hombre.
Tiempo mítico, de muertes y resurrecciones,
tiempo que dispone nuestras almas a la vivencia de Eternidad.
Tus labores siempre anticipan profundas transformaciones en el alma del alquimista,
por eso la Ciencia del Alma pone bajo tu patrocinio las labores más pacientes:
lentas, misteriosas y ocultas.
Aún a sabiendas de tu severidad,
puesto que todo debe retornar a su origen,
aceptamos en nuestro corazón,
los designios de la total aniquilación,
tan cercana en estos tiempos finales.
Tu faz oscura no es sino la visión del peregrino que asciende por el Árbol de la Vida,
y le invita a la continua cocción en su Altar Portátil,
pues debe desprenderse de todo aquello que no es Uno.
Tu Melancolía pre-alumbra un estado más luminoso del alma,
permitiendo la Visión.
Un alma que despojada de su lastre pre-alumbra la Verdad.
Verdad que es, al mismo tiempo, un velar y desvelar, un revelar y ocultar.
Una Cosmogonía Perenne.
¿Cómo, sino, los mortales podrían vivir en su corazón la vivencia de la deidad?
Experiencia e Inteligencia son algunos de tus atributos, así como la ancianidad.
Tú, que vengaste a Gea de la insaciabilidad de Urano con la hoz,
Arrojaste al Tártaro a Cíclopes y Hecatónquiros,
Para inaugurar un nuevo ciclo de la deidad.
Favorece nuestro peregrinar en el ocaso de esta era,
pues,

El verdadero iniciado aprende que el esplendor de la belleza, la bondad y la verdad, es sólo el más importante lugar para ser jalados hacia el Silencio, la Oscuridad y el Misterio, es decir hacia el No-Ser.5



*
*    *



A Marte
Suenan tambores de guerra anunciando tu llegada
y por ti se inflaman los corazones y relucen las corazas.
Guerrero de corazón ardiente que haces prevalecer el orden
para que pueda reinar la Justicia,
en el corazón de Roma te consagró Numa un altar,
pues príncipes y amantes de la Paz son tus iniciados.
Fiel guardián del tesoro, justiciero de cobardes y traidores,
aniquilas sin piedad a los usurpadores
que ilícitamente se arrogan lo sagrado.
Hierro corre por tus venas para ejecutar la Ley,
y no dejas más opción que la lucha cara a cara,
instando a comprender que sólo la Muerte libera
de la férrea y tenaz sombra que a cada quien acompaña.
Sólo a ella entrega libremente su alma
el que en su desnudez no busca sino ser Uno con todo.
Y así divides y separas de raíz para poder unir sin trabas,
fulminando las altas torres que se afirman soberbias en falso.
Es tu color el de la sangre y el Fuego
que con vigor alienta el combate glorificando tu marcial estirpe.
Oh dios de la Guerra, atraviesa con tu espada todo corazón valiente
para que en tu ara arda y en purpúreo arrebato
alcance el éter cubierto por el regio manto.
Sólo traspasando tu dura coraza
se libera el alma del temor que provocas,
porque conocerte es amarte,
y al reflejarse la más hermosa en tu flamante armadura
atrae tu hierro y te desarma sin fuerza,
dejándote penetrar su desnuda belleza
para revelarse el Amor más puro y verdadero,
el que justifica y dignifica la dura lucha interna
que acrisola y sublima el alma.
Tú que con Sabiduría custodias la Obra
señalando con tu airosa flecha el camino de las estrellas,
otórganos la fuerza del héroe
para merecer y honrar tan excelso destino,
y aprender a transmutar el dolor en comprensión,
tiñéndose así de cobre todo exceso de rigor,
pues tras el arte de la guerra se esconde el arte de amar.
Y aunque te escudes en disuasoria apariencia,
no es sino pureza lo que tu corazón destila,
y tu dura coraza de oro púrpura refulge
en la oscura noche del alma
al reflejar el camino ascendente
que lleva al héroe a alcanzar su Destino.



*
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A Gea
Gea, de amplio abrazo,
no contengas tu ternura para mí, Diosa.
Estas palabras nos dejó David seguramente para que te lo canten las generaciones,
pues tú en verdad escuchas al que te canta y le recibes maternalmente con tu mirada inteligente.
No contengas tu ternura para mí, Diosa.

En Ti el Misterio de la fecundidad,
el misterio de la unión amorosa,
el misterio de la generación,
misterio de la vida de todo ser, de la Vida del Ser.
Madre de todos los nombres, Tú enuncias el Verbo,
Tú fijas la letra en el libro de la vida,
aunque dejas que tus hijos decidan lo que quieren escribir.

Entregada al amor profundo que sientes hacia el Principio inventas todas sus imágenes.
Envuelves de forma las semillas del estrellado Urano dejando intocable el germen del Origen.
Y en esa fructuosa producción estallas en gozo.

Te enorgullece tu amor por el Cielo, no lo disimulas,
y tu regocijo en su unión lo danzas en las bellezas que deleitan los sentidos.
La Naturaleza orquesta ese placer.
Aquellos días mostraste la locura de esa pasión de muchas maneras,
así como esos Ríos de límpidos coloridos entre verdes, ocres y celestes que brotan de continuo con susurro tan cristalino como ardiente,
la armonía de lo que siendo no cesa en empeño de ser.
Nace de Ti la montaña y
el vacío eterno del cañón inmenso que se abre paso vestido de naturaleza para albergar todo el que venga a ser.
Las abundantes aguas rosadas, que en su entrega se rompen al blanco y caen en generosas cascadas entre arco iris de perpetua formación.
Y el lago dorado, el remanso de paz.
Y la naturaleza salvaje que sin cesar devora y nace para seguir nombrando lo que llamamos vida.
Y más y más, inagotable productora del Todo del Uno.
En ti las posibilidades del Rostro de Dios,
espejo del Infinito, la deseada y el amor del Cielo.

Y te lloramos también el horror que nace entre las sombras de la diferenciación y arranca la forma de tus potencias.
Es el dolor de donde parece que ya sólo amanecen pesadillas,
un espacio que manifiesta una profunda inversión,
generadora de remolinos gigantes que,
disimulados en la superficie, te hunden con fiereza fatal,
agentes dedicados a entorpecer o anular la comunicación con los cielos que ya muy raramente es directa,
y almas flacas autoproclamándose como medios de salvación;
pues desde aquí se ve mucha desesperación, incomprensión y lágrimas y las mayores animaladas que revuelven los estómagos más firmes.

Diosa Madre líbranos de volver la mirada atrás mientras dure la enfermedad de la ignorancia en nuestro corazón, lastre éste que recojo y devuelvo y vuelvo a tomar y de nuevo lo entrego, ¿hasta cuándo este vaivén?
Señora del mundo, Madre misteriosa que forjaste la hoz del límite, ¿qué queda todavía por manifestarse?
Aplasta ya de una vez con tu manto luminoso a la orgullosa ignorancia, arrogancia mortal nacida de esta trampa que es la razón por la sola razón y que se yergue sobre la naturaleza material imponiendo sus chatos límites. Vuelve tu mirada misericordiosa y dile a tu hijo Cronos que no se demore mucho en realizar esa empresa cósmica por la que retornan del sueño estas almas que te miran.
Aunque aún nacen brillos auténticos ¿cómo si no se sostendría el mundo?… Gracias.
Que cada paso que demos sobre Ti sea conforme al misterio.
¡Oh Madre, que tu nación avance por el sendero de la vida, cara a los vientos violentos! ¡Que caminemos sobre Ti con firmeza! ¡Que nuestros pasos no vacilen jamas! ¡Nosotros y todo lo que se mueve sobre Ti enviamos nuestras voces al Gran Espíritu! ¡Ayúdanos! Todos juntos gritamos al unísono: ¡Ayúdanos!6

Quieta, silente, entregada, Virgen, Amorosa.
La fémina sabia en las entrañas de cada ser se goza de tu realidad participada.
Madre Gea, míranos y guíanos en tu Luz,
Diosa, no contengas tu ternura para mí.



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NOTAS.
1 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: "Hades-Leteo", Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2 (Himno Órfico a Perséfone). Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: "Perséfone". Ibíd.
3 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: "Hades-Leteo". Ibíd.
4 Federico González. Noche de Brujas. Auto Sacramental en dos actos. Ed. Symbolos, 2007.
5 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, Entrada: “Apolo-Helios”. Ibíd.
6 Las dos citas en cursiva pertenecen a La pipa sagrada de Alce Negro.

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