SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis



Petrus Apianus, Astronomicum Caesareum, 1540.

NOTAS SOBRE EL EJE NODAL Y LA CONCIENCIA TRASCENDENTAL

EMILIO SAURA GÓMEZ *

1. Introducción: algunas nociones fundamentales

Puesto que el simbolismo del eje nodal va asociado al despertar y al desarrollo de la conciencia “trascendental”, tanto a un nivel "exterior" (nodo descendente) como "interior" (nodo ascendente), empezaremos por definir algunas nociones básicas. 1

En primer lugar, hay que hacer constar que el ciclo nodal se divide en dos mitades: de 30º Piscis a 30º Virgo, y de 30º Virgo a 30º Piscis. Cuando la "Cabeza del Dragón" está en la primera posición, la "Cola del Dragón" se sitúa en la segunda, y viceversa. En ambos casos se trata de conciliar los opuestos, bien en la "exterioridad", bien en la "interioridad".

Lo dicho a propósito del Zodíaco podemos afirmarlo asimismo de las casas. De la XII a la I discurre el ciclo completo, dividido en dos mitades: de XII a VII y de VII a XII. Evidentemente, la marcha en el Zodíaco está en conexión directa con la humanidad, en tanto que su evolución a través de las casas se vincula al hombre individual.

Las reflexiones anteriores sobre el desarrollo de la conciencia trascendental nos llevan a establecer una jerarquía dentro del macrocosmos: su peldaño más bajo lo constituirá “Cabeza del Dragón” en Piscis; el más alto, C.D. en Aries. Los distintos grados de la jerarquía se desarrollan a lo largo de 18,5 años aproximadamente. Análogamente, hay una jerarquía microcósmica y se desarrolla a lo largo del ciclo diario: su escalón más bajo es C.D. en XII; el más alto C.D. en I.

¿Cómo conceptualizar tal desarrollo? ¿Cómo interpretar la posición de C.D. en los distintos signos o casas. Puesto que nos las habemos con una integración de los contrarios o, lo que es igual, con una "identificación" de los principios lunar y solar, hay que hablar de la actitud fenomenológica ejercida en los distintos ámbitos de los zodíacos vernal y local. ¿A qué nos referimos? A la conjunción de las esferas subjetiva y objetiva una vez que hemos pasado por su separación o su aislamiento. A este propósito conviene destacar las distintas etapas del proceso fenomenológico: 1) "identificación" anterior a la diferencia; 2) distinción separativa entre ambas esferas; 3) distinción unitiva entre las mismas; 4) "fusión" de ambas esferas tras su previa distinción. Dado que hay 12 sectores en los dos zodíacos, la estrella en cuestión se repetirá dos veces, de manera que en un caso se afrontarán el fuego y el aire, y, en el otro, la tierra y el agua. O, en el ámbito de las casas, I-V-IX con VII-XI-III y II-VI-X con VIII-XII-IV. Hasta aquí la dimensión sincrónica.

En cuanto a la diacrónica, no es otra cosa que el desarrollo del eje nodal a través de signos y casas. O, para hablar con más exactitud, de la evolución de ambos nodos, puesto que el nodo ascendente viene siempre equilibrado por el descendente, que representa el aspecto pasivo o el nivel inferior de la conciencia fenomenológica. Pero volvamos a la dimensión sincrónica. El afrontamiento entre ambos nodos puede ponerse en conexión con el esquema del Tetragrama. Puesto que se trata del contacto entre dos órbitas, podemos simbolizar mediante ellas el ámbito de lo divino (eclíptica) y el de lo humano (órbita lunar). Y así, el nodo descendente representará el "descenso" de lo divino hasta la humanidad, en tanto que el ascendente figurará la "ascensión" del hombre a la esfera de lo divino. O también, el primero simboliza la "humanización" de lo divino, y el segundo, la "deificación" de lo humano.

En cuanto a las dos mitades de la órbita lunar comprendidas entre ambos nodos, simbolizan: la que va del nodo ascendente al descendente, la dimensión divina; la que discurre en sentido inverso, el ámbito humano. Los nodos son, pues, los "sujetos" de la “divinización” o “encarnación”, en tanto que ambas mitades o hemisferios constituirán algo así como la totalidad de la vida en que se expresa la comunión divino-humana.

2. Los conceptos “cuerpo”, “alma” y “espíritu” en la perspectiva nodal.

Nodo ascendente=fusión interiorizada; nodo ascendente=fusión exterior o pasiva; punto medio del hemisferio ascendente=separación máxima antes de la fusión exterior; punto medio del hemisferio descendente=distancia máxima anterior a la fusión interiorizada.

Por tanto, el segundo punto medio, comprendido en el hemisferio sur, simboliza la puerta del camino que conduce a la unión interior; el primer punto medio, comprendido en el hemisferio norte, simboliza la puerta del camino que nos lleva a la unión exterior. El primero es el momento y el lugar en que se inicia el proceso de "descenso”; el segundo es el momento y lugar en que se inicia el camino de “ascenso”. Y aquí podemos ver una semejanza con las "puertas solsticiales", de las cuales una es "humana" o "descendente", y la otra, "divina" o "ascendente".2

Por consiguiente, hay dos puntos en los que la sensación de división o de distancia es máxima: las mitades de una y otra semicircunferencia, o sea los aspectos de cuadratura. En cambio, en ambos nodos el sentimiento de fusión es máximo. Es verdad que ambas experiencias de fusión se distinguen claramente entre sí (una es activa; la otra, pasiva). Pero también se distinguen las experiencias de separación: una viene de la unidad del principio y, por tanto, supone un distanciamiento, a la vez que una pérdida de la "subjetividad"; la otra experiencia discurre en sentido inverso.

En rigor, el acoplamiento fenomenológico puede ser evocado de un modo bastante directo por cualquier pareja planetaria (Sol Luna, Marte Venus, etc.), por cualquier par de casas opuestas (en especial I VII) y, sobre todo, por el eje nodal de cualquier planeta, en donde el nodo descendente simbolizará el principio de la “epojé”, la necesidad de abandonar el mundo "natural", ya se trate de 0º Libra, punto de contacto exterior entre el ecuador y la eclíptica, es decir, entre el ámbito del "cuerpo" y el del "espíritu", ya hablemos de la "Cola del Dragón", punto de contacto exterior o pasivo entre el "alma" y el "espíritu", ya hagamos referencia al contacto exterior entre el plano del horizonte y la eclíptica, a saber, al descendente, que señala la fusión entre el "cuerpo individualizado" y el "espíritu". En cuanto al nodo ascendente, señalará la plena posesión de la epojé o, al menos, el ejercicio consciente de la misma, bien sea 0º Aries como punto de contacto interior entre "cuerpo" y "espíritu", o la "Cabeza del Dragón", contacto interior y activo entre "alma" y "espíritu"; o bien el ascendente, que es el contacto interior o activo entre el "cuerpo individualizado" y el "espíritu".

A propósito de lo cual viene a nuestra memoria el esquema antropológico de san Ireneo, que empareja cuerpo y espíritu y coloca al alma en una posición secundaria, como vehículo otorgado al hombre con vistas a su existencia intramundana. Como en el sistema astrológico (aunque en otro contexto), el alma (Luna) cumple un papel intermediario entre el cuerpo (Tierra) y el espíritu (Sol). El cuerpo ha de ser guiado por el alma hasta el espíritu. Lo cual, en el macrocosmos, se expresaría astrológicamente mediante el contacto entre cualquiera de los dos extremos del eje de los equinoccios y cualquiera de los nodos, y en el microcosmos entre ascendente o descendente y cualquiera de los nodos. Así se producirá el contacto "espíritu" (plano de la eclíptica) "cuerpo" (plano del horizonte) a través del "alma" (plano lunar).

3. ¿Cómo conectar el plano cuerpo-espíritu con la esfera alma-espíritu?

Puesto que, en la mayoría de los casos, no hay conjunción entre ambos habrá que servirse de los aspectos. Y, de este modo, el alma será el puente entre cuerpo y espíritu, por más que ambos estén en contacto a través del ascendente o del descendente. Pero tal contacto es, en rigor, el más elevado en la jerarquía de la epojé. Necesitan unirse por intermedio del alma. En cuanto a las posibilidades extremas de Sol y Luna vienen marcadas por el “Sol negro” y la “Luna negra”: el primero conecta el cuerpo con el espíritu; la segunda enlaza el cuerpo con el alma. Pero en ambos casos se habla de lejanía o de proximidad, no de fusión.

Por consiguiente, una vez que el espíritu ha sido puesto en contacto con el cuerpo a través del alma, el hombre es retrotraído a sus orígenes y reorientado hacia su verdadero destino. A la vista de los símbolos utilizados para describir la epojé es curioso constatar cómo suelen reunir lo más estrechamente posible dos polos (cuerpo y espíritu o alma y espíritu), de manera que la pareja subjetividad objetividad no es sino la representación de la coniunctio oppositorum, de la “unión de los opuestos”.

¿Se puede decir que la epojé trascendental desemboca en una coniunctio semejante? Tal como la plantea Husserl en un primer momento no lo parece, ya que en ella asistimos al emparejamiento entre el objeto más abstracto y de mayor extensión y el sujeto situado a su mismo nivel, a saber, un sujeto no restringido al ámbito de las esencias y, menos todavía, al de las cosas. Dicho sujeto tendría ante sí el "ser en cuanto ser", para utilizar la terminología aristotélica. Ahora bien, semejante sujeto, que no es cuerpo (puesto que no se centra en la multiplicidad de las cosas corpóreas), ni alma (ya que no pone su atención en la pura idea, que trasciende lo individual), ¿cómo podemos definirlo? Es claro que, al no dirigir su mirada a ninguna idea o esencia concreta, sólo puede tener ojos para la "esencia de las esencias".

Es evidente que nos situamos en el ámbito del conocimiento. Pero el ente humano no es sólo entendimiento, sino también voluntad. Por lo cual habrá que plantearse la cuestión de cómo incide el "yo trascendental" en la vida cotidiana y de qué manera podemos asimilar el conocimiento alcanzado a través de él en las restantes dimensiones de nuestro ser. Se trata, pues, de enriquecer la percepción de la realidad más individual y concreta con la comprensión de la esencia más elevada. Por eso, si el camino intelectual es desindividualizador o abstractivo, la vía de la voluntad sólo puede ser individualizadora o concretizadora. Es la contraposición entre los tradicionales solve (de predominio intelectual) y el coagula (en la que domina la voluntad). El punto de partida del solve será, pues, el mundo sensible; el del coagula, el ámbito afrontado por el "yo trascendental", es decir, el “ser mismo" o el "ser en cuanto ser".

Puesto que este último ya ha sido alcanzado por la reflexión “trascendental”, se trata de descender desde la "esencia de las esencias" hasta el mundo sensible, descenso escalonado que pasará primero por las esencias más próximas a la cúspide (los números), seguirá por las esencias representadas en los símbolos astrales (que se sirven de un soporte físico como son los cuerpos celestes), continuará en el 1º grado de abstracción, que prescinde únicamente de la individualidad, para desembocar finalmente en el individuo.

De singulis non est scientia (“de los singulares no hay ciencia posible”) propiamente hablando, pero hay un modo de ocuparse del singular, y es el tema astral. El nos permite entender la existencia individual mediante una red de esencias que trasciende el puro ámbito de los hechos y nos ayuda a trasmutarlo y a universalizarlo.

De este modo, la sucesión de acontecimientos que constituye el tiempo queda referida a esquemas intemporales, pues eso y no otra cosa son los símbolos astrales. Su universalidad los coloca fuera del tiempo y del espacio, puesto que engloban la totalidad de los individuos con independencia del devenir temporal y de la distribución espacial. Así, mientras que como individuos estamos sometidos al tiempo y al espacio, como partícipes de una esencia nos situamos fuera de ambos condicionamientos.

Por eso la "esencia de las esencias" desafía al devenir y a la particularización espacial. El pensamiento, como atributo del espíritu, se mueve, por tanto, desde el 1º al 3º grado de abstracción. Este último es el auténtico ámbito del espíritu. Por eso se trata de "fijar lo volátil" (hacer partícipe al espíritu de la condición del cuerpo) y no sólo de "volatilizar lo fijo" (hacer partícipe al cuerpo de la condición del espíritu). Así, si las esencias planetarias (como todas las demás) se encuentran en el "espacio" de la eternidad, el movimiento referirá dicho "espacio" al tiempo. Tan sólo el "punto adimensional" del centro del círculo carece de toda referencia espacial. De ahí que su "imagen" en el hombre, el "yo", permanezca inmóvil en medio de las vicisitudes temporales.

Consideraciones interesantes sobre el lenguaje brotan inmediatamente en conexión con las anteriores, referidas al mundo de las ideas. El lenguaje, en efecto, no es sino la concretización y el reflejo del ámbito de las ideas en sus diferentes niveles. Aquí, como en todas las dimensiones del hombre, se da el contraste entre la eternidad y el tiempo, entre el significado de los vocablos (de por sí intemporal) y su articulación (necesariamente ligada al tiempo).

Pero continuemos con el tema del sujeto inmóvil en medio del acontecer temporal. Es justamente el tiempo el que caracteriza al individuo, a diferencia del ámbito entero de las esencias, que se distingue por su atemporalidad. Y si el "ser en cuanto ser" supone la máxima extensión y la mínima comprensión, el individuo o la "sustancia primera", situado en los antípodas, supondrá, a la inversa, la mínima extensión y la máxima comprensión (como diría Aristóteles, “de él se dice todo, pero él no se predica de nadie”). Frente a la pura esencia del "ser en cuanto ser", el individuo es pura existencia. Es por eso que la existencia es temporalidad, a diferencia de la esencia, pura atemporalidad. La intuición de la individualidad se encuentra, pues, en los antípodas de la intuición de la "esencia de la esencias". Pero tal intuición tiene por tema la "esencia existenciada", algo que permanece en medio de las vicisitudes del tiempo y que, por consiguiente, lo desafía. Y el tiempo sirve de ocasión al desarrollo de dicha esencia en sus diferentes aspectos, de manera que el ciclo temporal de cada individuo no es sino el despliegue sucesivo del contenido sincrónico de la "esencia existenciada". Y el ciclo dura mientras queda por desarrollarse algún aspecto de aquella. Por consiguiente, no es posible comprender la realidad individual al margen del ámbito atemporal. ¿Cómo hablar del singular si no es desde el universal? ¿Cómo hablar de la temporalidad si no es desde el ámbito atemporal, eso sí, encarnado en la existencia?

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NOTAS
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Artículos escritos por el autor en la edición impresa de la revista Symbolos:
-Aproximación a la signatura astral de la Filosofía (1ª y 2ª parte).
-Rene Daumal y la enseñanza de Gurdjieff.
-Sobre la paradoja de la subjetividad en Husserl ¿una apertura al esoterismo?
-En torno al tema astral de la era cristiana.

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La Luna gira alrededor de la Tierra describiendo una elipse en uno de cuyos focos se encuentra la Tierra. El perigeo (distancia mínima de la Luna a la Tierra) está a 363.296 km y el apogeo (distancia máxima de la Luna a la Tierra) está a 405.504 km, siendo la distancia media 384.400 km. La inclinación de la órbita lunar respecto de la eclíptica es de algo más de 5º (5º08' 43,33017'').
La órbita lunar es una elipse en la que la Tierra ocupa uno de los focos. Evidentemente, el otro foco no es ningún cuerpo, sino que está vacío. Es lo que algunas escuelas astrológicas denominan la "Luna negra", cuya posición coincide con el apogeo lunar y que recorre el Zodíaco en algo menos de 9 años. El polo opuesto, a veces llamado "Príapo", es el perigeo. 
A partir de estos datos astronómicos, la Astrología ha desarrollado el simbolismo del eje de la "Luna negra": si la Tierra simboliza el "cuerpo" y la Luna el "alma", la "Luna negra" representará el punto de mayor alejamiento del "alma" respecto del "cuerpo", en tanto que el polo opuesto señalará la mínima distancia entre ambos. No es de extrañar, pues, que la "Luna negra" se interprete como negación del cuerpo, máximo distanciamiento de él, “cerebralidad” exagerada o tendencia desmesurada a la abstracción; el polo opuesto, por el contrario, se relaciona con el mundo de la pura instintividad o de la mera inmediatez. 
Algo semejante ocurre cuando se considera la trayectoria aparente del Sol en torno de la Tierra, la eclíptica. La Tierra ocupa uno de los focos de la elipse, mientras que el segundo foco, el vacío, es llamado "Sol negro", cuya posición zodiacal es la misma que la del apogeo solar. 
Por tanto, la relación se da aquí entre el "espíritu", simbolizado por el Sol, y el "cuerpo", del que es símbolo la Tierra. Y así, el apogeo señalará la máxima distancia entre ambos, y el perigeo, la mínima. Por eso se suele hablar del "Sol negro" como símbolo del Valor Supremo, del "Absoluto" trascendente, irreductible o "ausente". El polo opuesto simbolizaría entonces la máxima proximidad del mundo de los valores, su "inmanencia" o presencia avasalladora. 
Tanto el eje de la "Luna negra" como del "Sol negro", cada uno a su nivel, constituyen, pues, posibilidades extremas, difíciles de equilibrar, es decir, la experiencia a menudo desgarradora y separativa de los opuestos. 
En cuanto al eje de los nodos lunares, señala los puntos de contacto entre la órbita lunar y la eclíptica. La primera se halla inclinada sobre el plano de la segunda, de manera que la Luna se mueve, bien al norte de la eclíptica, bien al sur de la misma. Sólo se sitúa en la misma eclíptica cuando pasa sobre uno de los nodos. 
De ahí el simbolismo del eje de los nodos lunares o "eje del Dragón": los dos puntos en donde se produce la fusión "alma-espíritu" o la "conjunción de los opuestos". La "Cabeza del Dragón" o nodo ascendente (o norte) simboliza, pues, el "umbral interior", el "alma" al servicio del "espíritu" y "transfigurada" en él. La "Cola del Dragón" o nodo descendente (o sur) representará el "umbral exterior", el "espíritu" al servicio del "alma" y "encarnado" en ella.  Se comprende el papel mediador del eje en cuestión y su función equilibrante.



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Sobre el tema, cf. los artículos “Las Puertas Solsticiales” y “El Simbolismo del Zodíaco entre los Pitagóricos”, Caps. XXXV y XXXVI respectivamente del libro Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, de René Guénon.
Hay que hacer notar que el plano del eje nodal es horizontal, mientras que el de las “puertas solsticiales” es vertical. Por eso, el paralelismo directo se da entre los puntos medios de uno y otro hemisferio lunar y las “puertas solsticiales”. En concreto, entre el punto medio del hemisferio norte y la “puerta de los hombres”, de un lado, y el punto medio del hemisferio sur y la “puerta de los dioses”, de otro.

 
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