LA TRADICION HERMETICA. Julius Evola. Ediciones Martínez Roca, Madrid 1975. 270 págs. 
Empezamos a escribir estas líneas en el bosque, con la Luna en cuarto creciente a oriente y el Sol de primavera a occidente, declinando. Sol y Luna, nos recuerda Evola, son los principios en que se polariza el en to pan principial: ".en el 'uno el todo', el 'uno' y el 'todo' se constituyen ahora como dos principios distintos. El 'uno' se concreta en el significado de un centro que se manifiesta en el seno del caos (el 'todo') y se afirma como un principio de fijeza incorruptible, de estabilidad, de trascendencia. Del signo   -'la materia prima'- pasamos entonces a   que es el jeroglífico arcaico del Sol. Y lo que en la materia originaria era posibilidad indeterminada, aptitud pasiva para cualquier cualificación, cambio y transformación caótica, se convierte en un principio distinto, al cual, en el hermetismo, le corresponde el símbolo femenino de la Luna   " (op. cit., págs. 55-56). 

El hermetismo, o más precisamente, la tradición hermético-alquímica es, en palabras de Evola, ".una enseñanza secreta, de naturaleza sapiencial pero al mismo tiempo práctica y operativa, que se ha transmitido con grandes caracteres de uniformidad desde los griegos y, a través de los árabes, hasta textos y autores que llegan a los mismos umbrales de los tiempos modernos" (op. cit., pág. 9). El Arte Real es una ciencia tradicional que sólo puede ser revelada oralmente, por lo que el estudio universitario de la literalidad de los tratados de alquimia no puede conducir mas que a un laberinto sin salida. El libro de Evola es, en este contexto, un verdadero juego de pistas que nos permite entrever la significación auténtica de la doctrina hermética, la naturaleza de la materia prima de los alquimistas y el alcance de las operaciones de la Gran Obra interior, pertrechándonos con claves de interpretación simbólica útiles para la comprensión del mensaje cifrado de los Filósofos. Ahora bien, conviene recordar que esta formación teórica no puede tener ninguna virtualidad para quien se halla al margen de las vías de conocimiento que le han sido trazadas, puesto que ".es inútil esperar un resultado antes de llegar a la iluminación. En definitiva, es sobre la iluminación donde debe converger todo el esfuerzo del verdadero alquimista, ya que -según dicen los textos- sólo ella permite penetrar en el 'misterio de los sacerdotes egipcios' que es incomunicable, que siempre estuvo oculto y que, una vez comprendido, hace la Obra tan fácil como un juego de niños y un trabajo de mujer" (op. cit., pág. 260). 

Evola llama la atención en varias ocasiones acerca de la multiplicidad de las significaciones de los símbolos herméticos, así como de la posible diversidad de las expresiones simbólicas de una misma idea. Por ello nos resulta un tanto sorprendente que el autor afirme, con una cierta rotundidad, lo siguiente: "Hay que advertir ya desde ahora que los términos alma y espíritu no poseen aquí el mismo sentido que en la actualidad. El 'alma' es en este caso un elemento propiamente sobrenatural de la personalidad; el 'espíritu', sin embargo, está considerado como el conjunto de las energías psicovitales, que constituyen algo intermedio entre lo incorpóreo y lo corpóreo, y son propiamente la 'vida', el principio animador del organismo. Dicho esto señalemos que el hombre lleva en el alma, herméticamente, la presencia de la fuerza solar y áurea:   ; en el espíritu, la de la fuerza lunar y mercurial   ; y, finalmente, en el cuerpo se expresa la fuerza de la Sal   , es decir, de aquello que en trance de caída es 'crucifixión' y cárcel, y en trance de resurrección será, por el contrario, potencia subyugada, 'Agua ardiente', fijada bajo una ley espiritual" (op. cit., págs. 68-69). 

Esta permutación de significados que Evola postula con respecto a la concepción tradicional de la tríada Espíritu-Alma-Cuerpo (según la cual el espíritu es un aspecto esencial o yang del ser y el alma, con respecto al espíritu, un principio yin situado del lado substancial e intermediario entre aquél y el cuerpo) supone una dificultad para el lector, quien se ve abocado a escrutar penosamente el texto de algunos párrafos de los capítulos sucesivos con el fin de comprender medianamente lo que se pretende decir en ellos acerca del espíritu supraindividual, el alma superior, la psiqué densa y la corporalidad. Por supuesto, no discutimos que la correspondencia planteada por Evola como clave de interpretación simbólica para el ternario microcósmico sea adecuada para los fragmentos de Basilio Valentino, Nicolás Flamel y otros hermetistas en los que apoya su tesis; ahora bien, creemos que hay muchos otros textos hermético-alquímicos para los que resulta más adecuado el simbolismo tradicional de la tríada, y que dichos textos no pueden contemplarse como una especie de excepción en la que ".a causa de un contexto diferente, los mismos símbolos adquieren un sentido que, a veces puede, incluso, ser opuesto al predominante" (op. cit., pág. 69). 

René Guénon, en su reseña sobre el libro que nos ocupa (publicada en la recopilación Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos, Ed. Obelisco, Barcelona, 1984, págs. 99-105), plantea otro punto de discusión: la afirmación de que la iniciación regia, a la que se vincula el hermetismo, es independiente de la iniciación sacerdotal. Evola habla en su trabajo de una "oposición fundamental" entre realeza y sacerdotalidad y de la existencia de ".una tradición iniciática 'real' que, en sus formas puras, puede considerarse como la filiación más directa y legítima de la Tradición única primordial" contrapuesta a ".una tradición sacerdotal, en sentido restringido, con caracteres diferentes de la primera, y a veces opuestos a ella, sobre todo cuando, profanada en formas teístas-devocionales, se encontró frente a las que hemos llamado variantes 'heroicas' de la tradición regia" (op. cit., pág. 12). Tal como apunta Guénon, esta tesis es contradictoria con el hecho de que el hermetismo se remonte a Hermes, idéntico al Thoth egipcio, conservador y transmisor de la tradición y representación del principio inspirador a quien el sacerdocio debía su autoridad y en cuyo nombre transmitía el conocimiento iniciático. Podemos añadir que Evola incurre en la misma contradicción cuando afirma que ".la alquimia presupone una metafísica, es decir, un orden de conocimientos suprasensibles, que a su vez presuponen la transmutación iniciática de la conciencia humana" (op. cit., pág. 251), habida cuenta de que el conocimiento metafísico ha estado vinculado a la casta sacerdotal en todas las civilizaciones tradicionales. 

Estas críticas, en las que hemos intentado no extendernos más de lo necesario, no empañan nuestra apreciación global del trabajo de Evola. Creemos que se trata de una obra central para el conocimiento de la tradición hermética y para comprender que el objeto de la ciencia alquímica es la transmutación interior a partir de la transmisión de un secreto iniciático a quien se halla ".en disposición de asumir el nuevo estado y de transformarse en él" (op. cit., pág. 263). Para aquellos que desean ".empeñarse en la aventura y convertirse en uno de los anillos de la cadena real, áurea y oculta de la tradición de los hijos de Hermes" (op. cit., pág. 270), podemos recordar con Evola estas palabras del segundo manifiesto de los Rosacruces con las que concluye su libro: "Si a alguien le viene el deseo de vernos sólo por curiosidad, jamás entrará en contacto con nosotros. Pero si su voluntad lo lleva realmente y de hecho a inscribirse en el registro de nuestra cofradía, nosotros, que juzgamos por los pensamientos, le mostraremos la verdad de nuestras promesas; de modo que no daremos el lugar de nuestra residencia, porque los pensamientos, unidos a la voluntad real del lector, son capaces de darnos a conocer a él, y él a nosotros" (op. cit., pág. 270). 

Es medianoche en el bosque. La Luna refleja, en el cielo limpio, la luz del Sol, y tiñe de blancura el nigredo nocturno. M. G.

 
 
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