SOBRE EL FUROR DIVINO Y OTROS TEXTOS. Marsilio Ficino. Ed. bilingüe. Ed. Anthropos, Barcelona 1993. 105 págs. 

Este documento, en síntesis, avala ampliamente las relaciones que presenta la obra de M. Ficino con la antigua Sabiduría de Hermes y de Platón. La introducción de sus autores es una valiosa muestra histórico-biográfica, por cuanto los datos que aporta, constituyen un soporte material susceptible de transposición simbólica, que ilumina y evoca uno de los momentos en que la cadena de la tradición se expresó en lo temporal. 

Encadenamiento del que la obra de quien fue maestro de la Academia platónica de Florencia en el s. XV, representó uno de los eslabones. La reapertura de la Academia, después de diez siglos, fue auspiciada por el filósofo de Bizancio Jorge Gemisto Pletón, transmisor del cuerpo de conocimientos hermético y platónico. Para Ficino, la cadena de la tradición se remonta desde los neoplatónicos a Platón, y de éste a Filolao, Pitágoras, Museo, Orfeo, Aglaofemo y Hermes. 

Formaron parte de la Academia, dirigida por M. Ficino y que tenía sus reuniones en Villa Careggi, donada por Cosme de Médicis: Lorenzo de Médicis buen poeta petrarquista; Poliziano, autor de una Oda a Orfeo; Landino, comentarista de la Divina Comedia y Pico de la Mirándola, quien en su Oración por la Dignidad del Hombre, que recoge parte del Asklepio, defiende que la Verdad única revelada a la humanidad está igualmente contenida en los textos cabalísticos, árabes, cristianos, platónicos y herméticos, que Pico leía en lengua original. Asistían ocasionalmente entre otros, León Batista Alberti y Botticelli. 

Es conocido que Ficino emprendió la traducción del griego al latín, empezando por el Corpus Hermeticum, -reunido por M. Psellos en s. XI- que comprende: Poimandrés, Asklepios, Oráculos Caldeos, e Himnos Orficos. Después de esto se dio lugar a la interpretación hermética del Corpus platónico y neoplatónico, con la traducción y comentarios de los Diálogos de Platón como Banquete, Fedro, Parménides, Apología, República, Leyes; así como de textos neoplatónicos, herméticos y cristianos, de Proclo, Porfirio, Jámblico y Plotino, de S. Pablo y de Dionisio Areopagita, Hermias, Sinesio, Alcínoo o Psellos. 

Los Diálogos de Platón fueron el manifiesto y la memoria en el mundo de una antigua sabiduría, apareciendo en una fase del ciclo en que se hace necesario el recuerdo o la reminiscencia de los antiguos dioses, puesto que Platón -que para Numenio el pitagórico no era sino Moisés hablando en griego- dice de su tiempo que los griegos no sabían que pensar de los antiguos mitos ó símbolos. En su obra recae toda la herencia de los tiempos antiguos, desde los presocráticos Empédocles, Parménides, Heráclito y Pitágoras, cuya Sabiduría lleva hasta Apolo y Dionisos a través de los misterios de Orfeo y Eleusis. 

En el centro de traducción que constituyó la Academia de Florencia, tuvo lugar un gran diálogo y verdadero encuentro entre las formas tradicionales representativas del mundo occidental. Como hemos visto, por una parte llega desde Bizancio a Florencia a través de G. Pletón, el Corpus Hermeticum y el Corpus Platonicum, que serán traducidos del griego al latín. Mientras que por otro lado, llega la sabiduría de la Cábala Hispánica por medio de la diáspora judía procedente de Provenza, Gerona, Toledo y Córdoba. Todo lo cual tuvo plena expresión en la obra de Juan Pico, testimonio de la síntesis Hermética, Cabalística y Cristiana. No en balde fue reconocido como el "Príncipe de la Concordia". 

En la Academia se asiste al diálogo entre las Ideas que aseguran la correspondencia entre estas diversas formas tradicionales, donde tiene lugar la traducción y trasvase al latín de la sabiduría griega de Hermes, y de los Evangelios en griego del cristianismo, así como de la Cábala hebrea. Transvase en el que no se ha perdido nada de lo esencial, al menos en cuanto a potencia, si bien es necesaria la memoria revivificadora, que asegura el rescate del olvido. 

La transmisión de toda esta enseñanza nos llega a través de la selección de textos que hacen los directores y traductores de este libro, acertada y representativa, pues se encuentra en ellos la nitidez de una enseñanza de orden cósmico y humano, constituyente de un símbolo, cuya función es la de expresar de algún modo, lo inexpresable. 

Soporte material para este conocimiento fueron las cartas remitidas desde la Academia, por M. Ficino, a corresponsales, entre los que se encontraban Naldo Naldio, Peregrino Alio, Lorenzo de Médicis, Antonio Pellocto Baccio Ugolino, Pedro Divicio, Julián de Médicis o Alejandro Braccio, el sacerdote de las Musas. 

Al joven amigo Peregrino Alio corresponde con la titulada Sobre el Furor Divino, que lleva a lo Supraceleste y que puede considerarse como un comentario al Fedro. Carta en la que se cita a Mercurio Trismegisto; a Orfeo, profeta de Júpiter que preside el alma del mundo entero; a los diálogos Fedón y República, a Pitágoras, Empédocles y Heráclito o a los neoplatónicos cristianos Pablo y Dionisio Areopagita. 

De la carta tratado dirigida a Lorenzo de Médicis, titulada Epítome al Ion de Platón o de la Locura Poética, recordaremos: "la locura que tiende a lo superior es divina como su propia definición indica. Existen, por tanto, cuatro tipos de locura divina: la primera, la locura poética; la segunda, la locura mística; la tercera, la profética y la cuarta, la amatoria. La poesía es debida a las Musas, la mística a Dionisos, la profecía a Apolo, y por último, el amor, es debido a Venus." 

En todo ello, late subyacente la relación íntima que vincula en un diálogo, a las ideas o símbolos, con sus dioses y mitos. "La locura divina es, pues, una iluminación del alma racional [no una iluminación racional del alma, como observamos en un descuido de la traducción, inadecuada, como puede cotejarse en el texto latín paralelo], mediante la que la divinidad vuelve a elevar el alma, descendida a regiones inferiores, a encumbradas sedes". 

Sobre el Furor Divino, aporta a su época la revitalización de la mente de su tiempo, que así rectificaba los conocimientos especulativos de la escolástica racionalista en los que decayó a su fin la edad media. De aquí que la filosofía hermética haya significado en todo tiempo la memoria activa de las potencialidades ocultas en el fondo de cada tradición, regenerándose y recuperando las posibilidades más profundas y arcanas de lectura. 

En todo ello es decisiva la importancia del Corpus Hermeticum, capaz de vehiculizar las verdaderas enseñanzas según el lugar y tiempo al que pertenezcan: según Zoroastro en Persia, profeta de Ahura Mazda; según Hermes en Egipto, profeta de Poimandrés, según Pitágoras en Crotona, transmisor de Apolo, de quien también son heraldos desde Atenas, Sócrates y Platón. Diálogo de diálogos, entre la divinidad y sus portavoces, así como entre éstos y los hombres que guardan su memoria. 

En obras, tan representativas del pensamiento tradicional, como las testimoniadas por M. Ficino y Juan Pico, renuevos de la antigua Sabiduría, encontramos enseñanzas que configuran una verdadera introducción a los misterios de la antigüedad, que se prolongarían más adelante por toda Europa, en líneas radiales que pasarán por Roma, Venecia o Nápoles. Hasta Inglaterra, Francia, el Palatinado del Rhin y Bohemia. Lugares donde la tradición seguiría reverberando a través de otras obras, a lo largo de los s. XVI y XVII, como las de F. Giorgi, N. de Cusa, G. Postel, Abad Tritemio, T. Paracelso, G. Bruno, J. Dee, H. Khunrath, R. Fludd y M. Maier, exponentes de otros muchos, cuyos trabajos se prolongarían a través de la tradición Hermético-alquímica y de la Masonería. J. M. Dolcet

 
 
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