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El eco de la llamada escuela pitagórica ha perdurado, con su mística resonancia, en las grandes doctrinas esotéricas de occidente, siempre de modo fragmentario, acogiéndose distintos aspectos de su profunda enseñanza a completar los vacíos de aquellas. No pudo ser de otro modo, puesto que una doctrina tradicional completa como lo fue el pitagorismo sólo podía ser asimilada por otras en sus principios esenciales, no ya en su plenitud prístina, irrescatable de la conspiración del tiempo. El objeto del presente estudio se mostrará satisfecho si consigue, por un parte, disipar algunos de los prejuicios que el hombre moderno ha edificado sobre los cimientos de su ignorancia, y por otra, si logra arrojar un poco de la preciosa luz de la verdad sobre aquellos cuya sencillez les permita recibirla. El primer referente es el primer escollo, pues sólo se sabe de la doctrina pitagórica por lo que en ámbitos académicos se conoce como tradición doxográfica; es decir, por testimonios indirectos y fuentes derivadas, las más de las veces, alejadas de la época a la que se refieren. Adscritos a la fuente doxográfica pitagórica principal, destacan Filolao, Aristóteles y distintos neoplatónicos, tales como Jámblico o Porfirio. No es sino hasta el siglo V a.C. cuando Filolao1, al parecer compelido por una extrema pobreza, decide divulgar algunas enseñanzas pitagóricas hasta entonces inéditas. Una divulgación tal es el origen de las escasas riquezas que han pervivido de la doctrina original, pero contiene además, en sí misma, el germen de la destrucción de cualquier componente iniciático que pudiera albergar antaño. Pues divulgación, implica vulgarización, conlleva hundir la soleada cima de los conocimientos exquisitos hasta el valle umbrío del entendimiento común. No otra razón de ser posee toda doctrina esotérica, que la de dispensar el Conocimiento a aquellos que están ávidos de él, y sólo los que captan el perfume de la ambrosía pueden seguir el camino que señala su tibio vaho. Con todo, poseemos la simiente, el indicio germinal, la idea esencial, que ha podido ser revivificada y redescubierta en el seno de otras escuelas. De ordinario, se acepta que la época clásica griega experimenta un progresivo abandono de las formas míticas en pos de patrones de pensamiento racional. Esto, lejos de constituirse como la substitución, si bien discontinua, de una forma primitiva y supersticiosa de entendimiento por otra forma avanzada y humanizada de reflexión, supone, sin ameritación alguna, un síntoma de la creciente decadencia espiritual que padece el mundo moderno, que se iniciara precisamente con la racionalización del pensamiento filosófico. Supone negar la inagotable riqueza de la Realidad completa, y por ende a la Verdad, en aras de la complacencia con modos de pensamiento que discurren en el limitado marco de la razón. Fue precisamente Pitágoras de Samos, el celebérrimo iniciado de cuya doctrina queremos dar cuenta, a quien la tradición atribuye la acuñación del vocablo filosofía2; se consideraba la , la verdadera sabiduría, como prerrogativa de los dioses, si bien el hombre, sirviéndose del instrumento preparatorio filosófico, podía aspirar a ella. Así pues, lejos de erigirse como fin en sí misma, último y vacío, al modo del tiempo actual, la filosofía era concebida como la herramienta imperfecta de la que se servían la razón y los sentidos para comenzar la jornada hacia la . Apelando a cierta alegoría hermética, el retoño se alimenta primero de leche, y cuando su desarrollo ha alcanzado un nivel óptimo comienza la ingesta de alimento sólido. La filosofía es leche infantil, las Ciencias Tradicionales, alimento adulto y consistente. "Autos epha"3, así invocaban la autoridad de Pitágoras los que veneraban su desaparecida figura como un númen, revistiéndola de atributos míticos4, nimbando su personalidad histórica con el aura de los dioses, siguiendo la senda marcada por Orfeo, Zoroastro o Hermes. El mito es siempre anagógico, se sustrae al confinamiento dictado por las leyes del espacio y del tiempo, jamás pierde lo esencial de su mensaje, pues su contenido no es de orden histórico por más que su forma articulada, externa, pertenezca a ese orden como la explicitación contigente de una realidad universal. Es así que el Pitágoras mítico, o en otros términos, la figura de Pitágoras como símbolo, no sólo no falsea los contenidos de la doctrina que sostuvo, por contra, los ilumina como influencia espiritual viva, irradiando la aurora de los principios de un saber inapreciable en el alba de la comprensión de todo buscador probo. Muy a nuestro pesar, estamos persuadidos de señalar capacidades que parecen haberse abolido en el hombre contemporáneo común, por lo que nos dirigimos en especial al resto, sin perder aún toda esperanza respecto a los otros. En la época clásica de la antigüedad occidental reconocida, se sucedían los intercambios intelectuales y culturales en una medida mayor de lo que se acepta comúnmente5. Filósofos griegos como Tales de Mileto, Anaximandro, Demócrito o Platón, por citar a aquellos que discurren en los límites que nos imponemos para el presente estudio, realizaron estancias prolongadas en regiones del ámbito indoiranio, caldeo o egipcio, peregrinaje del todo natural y lógico para un amante de la verdad digno de tal título. Pitágoras, lejos de encarnar la excepción, fue un viajero apasionado y constante, especialmente durante su juventud, hasta que instalara en Crotona su famosa escuela. Aprendió astrología y magia de persas y caldeos, recibió las iniciaciones órfica y egipcia. Se testimonian contactos con el mazdeísmo6, y se sospechan encuentros con el brahmanismo, lo que explica la existencia de ciertos elementos que no podemos tratar aquí sino de soslayo, pese al profundo interés que revisten7. Pitágoras se impregnó así del conocimiento sagrado, adivinando ya, tras la burda corteza de las cosas, tras el plúmbeo disfraz de lo efímero, la música sublime orquestada en la armonía de las esferas. De regreso a su Samos nativa halló la isla bajo la tiranía de Polícrates, razón suficiente para que decidiera instalarse en Crotona, edificando allí su escuela bajo la égida de Apolo8. No es difícil evocar la efigie de Hermes, en su tersura nívea modelada suavemente por los últimos rayos del atardecer; en el zócalo que entronizaba su porte, una placa rezando: "Eskato Bebeloi"9. Tal era la semblanza de la estatua que presidía el acceso a la escuela de los pitagóricos. La escuela se estructuraba en dos estamentos fundamentales que designaban categorías de conocimiento diferenciadas: los acusmáticos y los matemáticos10. En los inicios de la escuela se presentaban como facetas complementarias, pero sin medida común, mientras que en su período decadente se confrontaban entre sí disputándose la legitimidad. Empero, en origen, antes que constituir categorías excluyentes, conformaban las sendas exotérica y esotérica, que coexistían al abrigo de una doctrina íntegra que incluía tanto los modos de realización propios de la religión como los propiamente metafísicos. Estudiosos modernos con ínfulas de tratar estas cuestiones, cegados por su prejuicio academicista y observándolo todo a través de las cotas impuestas por el método histórico, se han visto incapaces de franquear el ámbito externo de la doctrina pitágorica, esto es, el religioso, toda vez que el relicto documental que se conserva sobre la misma discurre fundamentalmente en esos términos, lo que exige cualidades adicionales en el individuo que la estudia. En verdad, que no puede fundar la primavera quién no ha soñado con flores mecidas por el canto del arroyo. Como ya hemos señalado, el binomio acusmático/matemático correspondía a la relación exoterismo/esoterismo o, si se prefiere, a la categoría de iniciación a los Misterios Menores y a la categoría de iniciación a los Grandes Misterios11. En el presente estudio, nos interesaremos particularmente por el saber acusmático y su transposición a un orden superior, lícito toda vez que el exoterismo, como vía de conocimiento reflejo, conlleva su antagonista complementario, el esoterismo, la vía de conocimiento de la fuente de todo reflejo. El sol puede ser conocido por su lluvia de luz, indirecta y parcialmente sospechada su plenitud; o por su orbe dorado y flamígero, si se asciende la escalera de arcoiris hasta el origen mismo de toda luz. Los acusmáticos debían a su nombre a los llamados acúsmata o sýmbola, un repertorio de sentencias breves, de revistimiento moral, que habrían constituído el código rector del modus vivendi acusmático. Su equivalencia, en un mismo orden, con los preceptos religiosos de doctrinas como las abrahámicas12 es innegable. El corpus acusmático se revelaba entonces como el dogma que convenía a una mentalidad confesional, a la que trazaba un modo de realización espiritual ligado a componentes sentimentales y, que en consecuencia, no trascendía el ámbito humano. Algunos de los acusmas conservados, toman la forma que sigue13:
Apártate de los caminos frecuentados y camina por los senderos Refrena ante todo tu lengua y sigue a los dioses No revuelvas el fuego con un cuchillo Ayuda al hombre que trata de levantar su carga, pero no al que la depone Al calzarte, comienza por el pie derecho, y al lavarte, por el izquierdo No hables de las cuestiones pitagóricas sin luz No pases nunca por encima de un yugo Alimenta un gallo, pero no lo sacrifiques, pues está consagrado a la luna y al sol No te sientes sobre un cuartillo No permitas que una golondrina haga su nido bajo tu tejado No lleves anillo No te mires al espejo junto a una lámpara No creas nada extraño sobre los dioses o las creencias religiosas No te dejes poseer por una risa incontenible No te cortes las uñas durante un sacrificio Tras levantarte de la cama, enrolla los cobertores y allana el lugar donde yaciste. No te comas el corazón Escupe sobre los recortes de tu pelo y las limaduras de tus uñas Borra de la ceniza la huella de la marmita Abstente de las habas14 Abstente de los seres vivos Convenimos de buen grado con Guthrie en el ya señalado carácter moral de las sentencias y en el orden exotérico de interpretaciones con las que ejemplifica algunas, mas debemos exponer objecciones en varios puntos. Como buen académico al uso, Guthrie tilda de "primitivos tabús" aquello que, sencillamente, se sustrae a su acervo racionalista. Amparándose en tal argumento, podría haber emitido la misma conclusión sobre el decálogo cristiano o sobre los preceptos islámicos, por citar un ejemplo. Tabú indica una prohibición de orden moral que se asume implícita entre miembros de una misma cultura, tal y como pudiera ser el tabú del incesto, presente en el grueso de las sociedades existentes. Es por tanto, un código de orden social. La escuela pitagórica, por su carácter reservado, no podía pertenecer a ese mismo orden por más que su faceta exotérica presentara semejanzas con el fenómeno religioso, que se define de naturaleza social. De los tres rasgos que definen un fenómeno religioso, a saber, dogma, moral y culto, el exoterismo pitagórico sólo incluía los dos primeros, excluyendo, por el carácter reservado e iniciático antes aludido, el componente social de culto16. Por tanto, siempre que nos referimos al exoterismo acusmático del pitagorismo como religión, lo hacemos con esa reserva. En cuanto al epíteto "primitivo" debemos igualmente descartarlo si por tal se entiende un estado anterior e irracional del que, por evolución, ha devenido la mentalidad contemporánea. Las Ciencias Sagradas del mundo no son responsables de haber provocado, en su hermosa sencillez de inigualable profundidad, que sus contenidos y objeto sean hoy más inaccesibles que nunca para la mediocridad mecanicista y gris de hombres que sólo comprenden lo que pueden tocar, ver o medir. En cambio, aceptamos con gusto el epíteto si por primitivo se entiende originario y primordial, es decir, que apela a los principios universales sólo accesibles mediante el esclarecimiento y la liberación del espíritu. No menos desatinada resulta su inversión de la jerarquía tradicional de las ciencias de antaño, cuando afirma que los acúsmata tienen su génesis en la magia simpatética. La magia, cualquiera que sea su carácter17, es la aplicación sobre el reino natural de ciertos procederes cuyos objetivos, a la luz de cualquier Ciencia Tradicional poseen escasa relevancia, por constituir fuerzas desencadenadas sobre el aspecto más superficial de lo fenoménico. Es así, que la magia constituye una rama secundaria del tronco principal de una doctrina tradicional completa, subordinada al orden de las aplicaciones, y de escaso interés para los que son susceptibles de aplicarse a una verdadera disciplina de Conocimiento. No en vano, el asimilar el esoterismo a la magia, a la usanza de esta era, es otro de los síntomas harto evidentes de su decadencia. Así pues, los acúsmatas proveían, en su lectura externa, de un código del que los individuos cuya mentalidad confesional lo aconsejara, pudieran servirse con vista a jalonar estratos superiores del conocimiento divino. Los matemáticos, carentes de ese atributo confesional, se aplicaban en exclusiva a la doctrina más profunda e íntegramente intelectual. Con todo, los symbola podían recibir, como apuntamos en líneas precedentes, una lectura de naturaleza superior, y que sin duda era conocida desde sus primeros compases por los matemáticos, que de este modo, hacían de la reinterpretación del baluarte acusmático su primera referencia doctrinal. Los acusmáticos recibían y manejaban los symbola como si de alegorías se trataran, esto es, como de expresiones que aluden indirectamente a una realidad ubicada en el mismo plano de existencia, de modo que "No permitir que una golondrina haga nido bajo tu tejado" encuentra su correspondencia alegórica en "No consientas que individuos curiosos o indiscretos sepan de tu intimidad". Constituyen, en efecto, disfraz y mensaje disfrazado, y como tales, han sido confeccionados uno para otro en el mismo orden de manifestación. Pero adviértase que la lectura simbólica del acúsmata, que no baldíamente ha sido llamado sýmbola, no apela ya a una simple analogía. El símbolo, remite siempre a un orden superior del encarnado por su continente sensible, que actúa únicamente como carcasa sobre la que elevarse a lo suprasensible, al contenido espiritual. Nos disculpamos en este caso de no ofrecer un ejemplo, pero a fin de no faltar a nuestro voto con el verdadero esoterismo, nos dispensamos de efectuar, aún dentro de lo expresable, otras aclaraciones sobre este punto. Los acusmáticos, en su lectura de los sýmbola, ora literal, ora alegórica, practicaron consecuentemente el vegetarianismo18 ("Abstente de seres vivos"), lo que ratifica las fuentes que no presentan tal práctica como asumida indistintamente por todos los pitagóricos, puesto que como ya hemos indicado, el sentido esotérico, que había de ser otro de género muy diferente, era el único que incumbía a los matemáticos. A fin de expresar diáfanamente la forma en que el arroyo místico del número ligaba el valle de lo exotérico con la cima de lo esotérico, hemos seleccionado el símbolo del pentagrama19 o pentagrammon, del que los pitagóricos se servían a modo de rúbrica y señal de reconocimiento entre sí. No cabe destacar que el pentagrama en su representación habitual (Fig. 1) no constituyó patrimonio simbólico exclusivo de la escuela pitagórica, en unos casos por asimilación de este por órdenes iniciáticas ulteriores, como lo fue por la masonería20, y en otros, por concomitancia con la idea universal que expresa, sin necesidad de filiación espaciotemporal alguna. Es muy de notar, por considerar un particular remoto, la trascendencia del pentagrama y su presencia significativa en un poema aliterativo del siglo XIV inscrito en la tradición artúrica y conocido como "Sir Gawain y el Caballero Verde"21. Como último preparativo previo a su partida en busca de la Capilla Verde, Sir Gawain toma su escudo por el tahalí y se lo ciñe pasándolo en torno al cuello. El anónimo autor describe entonces el aspecto del espléndido instrumento defensivo22: Sobre el resto del pasaje, huelga destacar su valor y elocuencia intrínsecas, que por alejarse del cometido de este estudio no será desarrollado aquí. Debemos desplazar de nuevo nuestra atención hacia el pentagrama pitagórico, que halla precedentes pretéritos en la cultura egipcia. En efecto, representaba entre los egipcios de la antigüedad al hijo de Isis, Horus, el dios solar25, cuya presencia irradiante como fuego divino y dispensador de vida persistía, latente, en el sello pitagórico (Fig. 2), como nos proponemos demostrar con doble propósito. Los pitagóricos, acusmáticos y matemáticos indistintamente, compartían el pentagrama como clave de reconocimiento y saludo26. En el interior de las puntas de la estrella se inscribían las letras que formaban el vocablo 27, diosa griega de la salud28, la Hígia itálica o la Salus latina, y que, junto con Ilitia, representaba uno de los aspectos de Hera en su calidad de matrona auxiliadora de partos. Los exotéricos acusmáticos sin duda no sospechaban otra connotación en el grabado del pentáculo que la de una evocación devocional a Hygeía, diosa preservadora de la salud y la vida de los hombres, que configuraba así en el conjunto del pentagrama una suerte de talismán religioso, al modo de uno de los empleos de la cruz cristiana. En esta misma calidad se revelaba el escudo de Sir Gawain, con equivalencias flagrantes que una mente despejada establecerá fácilmente. Otra de sus interpretaciones exotéricas, fue tomarlo como emblema del matrimonio, pues en efecto, el matrimonio precedía a la concepción de los hijos, y por lo tanto, a la generación de vida microcósmica. El pentagrama remite al número 5, formado por el 3 masculino y el 2 femenino, por lo que se prestaba firmemente a representar su unión29. Los esotéricos matemáticos tomaban consciencia en primer lugar, de la significación alusiva al nacimiento, la generación y la vida, dimanado de la entidad divina, en una asimilación de orden más intelectual que emotivo, propiciada por una lectura más profunda de aquella deidad auxiliadora de partos. La comunión de 3 y del 2, no representaba ya para ellos el hecho social del matrimonio, sino el androginato producido por la unión del alma y del espíritu30. Pero es la inscripción en sí la que requiere una atención particular, y a la que debemos regresar so pena de dispersarnos. Se lee
al realizar la lectura en progresión desde el vértice superior
izquierdo del pentagrama, describiendo una trayectoria circular en sentido
horario. Ahora bien, si aplicamos el mismo patrón de lectura comenzando
en el vértice inferior izquierdo, iniciando la lectura en alpha
y concluyendo en esta misma letra, obtenemos la contracción de
Considerando el antes señalado carácter solar del pentagrama en sus aspectos como estrella flamígera y deidad solar, consideramos superfluo añadir nada más. En cambio, anunciamos al estudiante apasionado que revelaciones superiores respiran en la fórmula del pentagrama pitagórico, del que estas observaciones, sólo representan una introducción de superficie, una mirada bajo el primer barniz. Pero esta superficie veteada, transida de destellos engañosos, sugiere la forma perfecta al iniciado. Por lo demás, esperamos que nuestro modesto aporte haya despejado los prejuicios que persisten en atribuir a la doctrina pitagórica un sustrato de índole exclusivamente moral, restaurando la nobleza plena de sus orígenes. |
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NOTAS | |
1 | Director de la escuela pitagórica de Tebas en el siglo V A.C. |
2 | Etimológicamente, amor por la verdad. |
3 | "Lo dijo él" |
4 | Se decía de él que uno de sus muslos era de oro, o que aniquiló a una serpiente de un mordisco. Además, llegó a ser considerado hijo del Apolo Hiperbóreo. |
5 | R. Guénon, Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes. |
6 | Se habla de al menos una entrevista personal con Zoroastro. Agregamos algunos testimonios adicionales. Apuleyo: "Algunos dicen que cuando Pitágoras fue enviado a Egipto entre los prisioneros de Cambises, tuvo como maestros suyos a los Magos persas y, en particular, a Zoroastro, el maestro de todos los conocimientos secretos". Porfirio: "Pitágoras enseñó, sobre todo, a decir la verdad, porque éste era el único modo de asemejarse a Dios. Porque, como aprendió de los Magos, el cuerpo de dios, a quien ellos llaman Ahura Mazda, se asemeja a la luz, y su alma a la verdad". |
7 | Nos referimos, entre otros, a los "números animados" reservados a los iniciados matemáticos de mayor rango, cuya comprensión otorgaba la apopteia, el conocimiento perfecto que hacía audible la melodía celeste. |
8 | El culto a Apolo representaba el aspecto exotérico de los cultos mistéricos dionisíacos. Pitágoras obtuvo una de sus iniciaciones en el templo de Delfos consagrado a Apolo. Apolo equivale al Horus egipcio, al Vishnú hindú o al Mithras persa, al que en la cosmología mazdeísta, no debe confundirse con Mitra, pues uno encarna el principio ígneo y masculino, el otro el principio luminoso femenino. |
9 | "¡Atrás los profanos!" Eduard Schuré, Los grandes iniciados. |
10 | Acusmatici y mathematici. |
11 | No excluímos la muy verosímil posibilidad, de que los iniciados que coronaran los Misterios Menores obtuvieran con ello las cualificaciones precisas para ingresar en el estudio de los Grandes Misterios o Misterios Mayores, pero sin duda que estos casos eran excepcionales, y requerían mucho más que un simple adaptación por tratarse de contextos esencialmente divergentes. No queremos promover la idea de que igualamos la vía exotérica a los Misterios Menores y la esotérica a los Misterios Mayores, pues todo misterio iniciático debe participar de un exoterismo y de un esoterismo, si bien ocurre, que en el caso pitagórico, resultaba mucho más acusado el componente exotérico en su aspecto devocional en la vía de obtención de la gracia de los Misterios Menores, de lo que lo fuera en los Misterios Mayores, donde el exoterismo igualmente presente no adoptaba ya vehículo devocional, sino intelectual. |
12 | Es decir, judaísmo, cristianismo e islam. |
13 | Hubiera sido interesante poder citar en este estudio los numerosos referentes órficos que hereda la escuela pitagórica, pero tal empresa, supondría un estudio mucho más extenso del que nos proponemos ahora. |
14 | El haba poseía un simbolismo fundamentalmente funerario. Según Plinio: "El haba se emplea en el culto a los muertos porque contiene las almas de los difuntos". Pero además, como todo agente simbólico relacionado con el óbito, alberga la noción de renacimiento y trascendencia. En el sacrificio de la primavera, representan el primer fruto proviniente de la tierra, la primera ofrenda de los muertos a los vivos. Su simbolismo sexual es también muy acusado, habiendo sido asimilado por su forma a los órganos genitales de ambos sexos, por lo que, posiblemente, el apotegma "Abstente de habas" se refiera, alegóricamente, a la observancia de abstinencia sexual. Nótese que todo simbolismo mortuorio se liga indefectiblemente a las nociones de regeneración y fecundidad, lo que lo aproxima mejor a sus verdaderas posibilidades esotéricas. El buscador interesado en el hermetismo, hallará mucho de provecho en los comentarios de Fulcanelli sobre el particular, que encarna en el drama de la Gran Obra uno de los aspectos del azufre como embrión (El misterio de las catedrales). |
15 | W. K. C. Guthrie, Historia de la filosofía griega, tomo I. |
16 | Si bien algunos de estos preceptos fueron anteriores al propio Pitágoras, es de notar que figuraran especialmente en la obra de Hesíodo, en las sentencias de los Siete Sabios y en los preceptos délficos. |
17 | Estudiosos modernos como Frazer han efectuado la distinción entre magia simpática y magia simpatética. Magia simpática supone el principio de que "lo semejante atrae a lo semejante" mientras que su homónima simpatética se basa en "aquellas cosas que una vez estuvieron en contacto, se siguen afectando". Con todo, y como ya señalamos su filiación con aspectos doctrinales más elevados, estos axiomas poseen otras lecturas, acordes con esos aspectos de los cuales derivan. La magia se desenvuelve únicamente en el plano físico, con una participación discreta y pasiva en lo sobrenatural. |
18 | Y a su vez, este vegetarianismo provendría y sería reforzado por un entendimiento igualmente superficial de la doctrina de la metempsicosis, que no expondremos aquí, remitiendo en cambio a la obra de R. Guénon El error espírita cap. 6, cuya interpretación debe ser, no obstante, discutida. |
19 | En este caso, se trata del pentagrama estrellado, también llamado pentáculo, que toma el aspecto de una estrella de cinco puntas y diez ángulos, y que era llamado también Hygeia por razones que exploraremos. |
20 | Donde recibe el nombre de estrella flameante o flamígera que, trazada por la escuadra y el compás, la tierra y el cielo, representa la restitución del hombre primordial. |
21 | Debemos al gran lingüista y escritor J.J.R Tolkien su difusión. Editado por Siruela, incluye como apéndices notables estudios de Jacobo F. J. Stuart y A. K. Coomaraswamy. |
22 | Estrofas 27 y 28. |
23 | En el arte de la heráldica, designa el color rojo. |
24 | Es una figura que se dibuja en un solo trazo continuado, finalizando siempre en el punto inicial, que dentro de la ampulosa riqueza de su significado, expresa, del único modo que puede hacerlo una figura sensible, la noción de infinito, que por este mismo motivo, sin transposición anagógica, deviene sólo en la expresión de la idea de indefinidad. |
25 | Que en la tradición cristiana es encarnado por Cristo, lo que remite a nuevas sugestiones sobre el pasaje extractado de "Sir Gawain y el Caballero Verde". |
26 | En su doble sentido de fórmula cordial y salutación, deseo de salud. |
27 | Hygeía o Hygieia. |
28 | Y tenida por hija de Asclepio o Esculapio, cuya figura daría para más de un estudio. |
29 | En la doctrina pitagórica los números impares eran considerados masculinos y limitantes, mientras que los números pares se tenían por femeninos e ilimitados, según una representación gráfica muy conocida, y sobre la que habría mucho que apuntar. Sólo el número uno, el "parimpar" y origen de todo número, se sustraía a esta clasificación. |
30 | El rebis o el hermafrodita herméticos. |
31 | El vocablo se traduce por luz, brillo, rayo solar. compone una interjección que expresa ánimo y alentación. |
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