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DE FELICITATIS DESIDERIO "Cosme de’ Medici saluda a Marsilio Ficino. Ayer marché a mi finca de Careggi, pero para cultivar mi inteligencia y no la finca. Ven con nosotros, Marsilio, lo antes posible. Trae contigo el libro de Platón sobre el Bien Supremo, que supongo que habrás traducido del griego al latín tal como prometiste. No deseo nada con más entusiasmo que conocer cuál es el camino que conduce más ciertamente a la felicidad. Adiós. Ven, y trae contigo tu lira órfica."
I "Marsilio Ficino saluda a Cosme de’ Medici. Vendré contigo tan rápidamente como pueda y con mucho gusto. Qué podría ser más placentero que estar en Careggi, la tierra de las Gracias, hablando con Cósimo, el padre de las Gracias. Mientras tanto, acoge por favor en estas breves palabras lo que los platónicos dicen acerca de la vía más conveniente para la felicidad. Aunque no creo que sea necesario mostrar el camino a un hombre que ya casi ha alcanzado la meta, pienso que tu deseo debe ser obedecido tanto en tu ausencia como en tu presencia. Todos los hombres desean actuar bien, lo cual es vivir bien; y viven bien si están dotados de tantas cosas buenas como sea posible. Se dice que tales cosas buenas son las riquezas, la salud, la belleza, la fuerza, la nobleza de nacimiento, los honores, el poder, la prudencia así como la justicia, la fortaleza y la templanza, y por encima de todo lo demás, la sabiduría, la cual incluye verdaderamente la esencia completa de la felicidad, pues la felicidad consiste en alcanzar con éxito la meta deseada y la sabiduría hace esto para cada actividad. Así, los flautistas diestros extraen lo mejor de sus instrumentos, y los gramáticos instruidos comprenden lo relacionado con la lectura y la escritura de la mejor manera. También los timoneles sabios alcanzan un buen puerto en su viaje antes que otros, y el general sabio conduce la guerra con el mínimo peligro. El doctor sabio puede devolver la salud del cuerpo de la mejor manera posible. Así pues, la sabiduría, con toda su fuerza, nos otorga la maestría de toda actividad humana de acuerdo con nuestro deseo. Ella nunca vacila, ni se equivoca; de otro modo, ella no sería verdaderamente la sabiduría. Puesto que la sabiduría es la causa de que se alcance la meta, ella es necesariamente todopoderosa en lo que concierne a la felicidad. Se dice también que sólo son felices los que están provistos de muchos dones, pero no son felices antes de que estos dones les beneficien y no se benefician de ellos a no ser que los empleen. La posesión sin uso no contribuye a la felicidad. Tampoco es suficiente su mero uso, pues uno puede usarlos mal y resultar dañado en vez de auxiliado. Así como hemos añadido el uso a la posesión, hay que añadir la rectitud al uso, pues no sólo debemos usar nuestros dones sino que debemos usarlos debidamente. Sólo la sabiduría asegura que lo hacemos. Esto puede verse en las artes, donde sólo aquéllos que son diestros en su arte hacen un uso correcto de su materia, no menos que el que hacen de sus herramientas. Del mismo modo, la sabiduría asegura que usamos rectamente las riquezas, la salud, la belleza, la fuerza y las otras cosas que se llaman buenas. Por esta razón, el conocimiento es la causa de actuar bien y con éxito en la posesión, el uso y la operación de todos los dones. El hombre que posee muchos dones y los usa sin inteligencia sufre más daño conforme más posee, pues tiene más para emplear erróneamente. Verdaderamente, cuanto menos hace alguien que es ignorante, menos errores comete. Cuantos menos errores comete, menor es el daño que hace. Cuanto menor es el daño que hace, menos miserable es. Ciertamente, uno hace menos si es pobre que si es rico, si es débil que si es fuerte, si es tímido que si es atrevido, si es perezoso que si es vigilante, si es lento que si es rápido, si es tonto que si es listo. Por consiguiente, ninguna de las cualidades que antes se han llamado buenas son buenas en sí mismas, pues si son dominadas por la ignorancia son peores que sus opuestas en tanto que pueden proporcionar abundantemente medios criminales a un dirigente malvado. Si por el contrario la prudencia y la sabiduría gobiernan estas cualidades, entonces son tanto mejores. Así, ellas no son buenas o malas en sí mismas. Para el hombre sabio, tanto las ventajas como las dificultades se vuelven útiles porque él hace un buen uso de unas y otras, pero al ignorante se aplica lo opuesto. De todo lo que es nuestro, sólo la sabiduría es buena en sí. Y sólo la ignorancia es mala en sí. Puesto que todos deseamos ser felices y la felicidad no puede ser obtenida sin el uso recto de nuestros dones, y dado que el conocimiento revela su uso adecuado, debemos dejar todo lo demás a un lado y esforzarnos, con el apoyo pleno de la filosofía y la religión, en llegar a ser tan sabios como sea posible, pues así es como nuestra alma se volverá más parecida a Dios, que es sabiduría en sí mismo. En esta semejanza consiste el más alto estado de la felicidad, según Platón." II "Marsilio Ficino saluda a Ottone Niccolini y Benedetto d’Arezzo, juristas, y a Piero de Pazzi y Bernardo Giugni, caballeros. Me habéis persuadido para traducir las Leyes de Platón del griego al latín; también el gran Cósimo me animó a hacerlo. Y lo he hecho, y de muy buena gana pues considero que el estado necesita a los mejores juristas más que a los buenos comerciantes o a los doctores. Del mismo modo que Minos benefició a los griegos más que Galeno, el alma es superior al cuerpo y al hálito, y la vida eterna a la temporal. Verdaderamente, el comercio se asemeja al cuerpo del estado, la medicina al hálito y la ley al alma. Y si bien parece haber muchas leyes en el estado, no hay muchas almas. Al igual que muchas habilidades y muchos niveles de ciudadanos no constituyen muchos estados sino solamente uno si todos persiguen la misma meta y se guían por los mismos principios, cabe que existan muchas reglamentaciones de magistrados en una ciudad pero no hay más que una ley pública: la norma común de la vida justa, la cual conduce a la felicidad pública. Dios y la naturaleza nos preparan para esta ley, las regulaciones nos guían hacia ella y Dios solo, finalmente, nos conforma a ella, pues de la ley divina nacen tanto la ley de las estrellas como la ley de los hombres. Por esta razón todos los legisladores, en parte como monos, han copiado a Moisés, el más auténtico autor de leyes divinas, y en parte obligados por la verdad, no se de qué manera, han afirmado de distintas maneras que han recibido las leyes de Dios: Osiris, el transmisor de las leyes a los egipcios, de Mercurio; Zoroastro de los arimaspianos, de un buen espíritu; Zalmoxis de Scythia, de Vesta; Minos de Creta y Solón de Atenas, de Jove; Licurgo de Esparta, de Apolo; Numa, rey de los romanos, de la ninfa Egeria; Mahoma, rey de los árabes, del ángel Gabriel. Nuestro mismo Platón organizó sus libros sobre las leyes según Dios, a quien declaró autor universal de todas ellas. Esto lo confirma en el diálogo titulado Protágoras diciendo que las habilidades relacionadas con el sostén de la vida nos fueron legadas por Prometeo, es decir por la providencia humana, pero que la ley del vivir bien y felizmente nos ha sido otorgada por Jove, la divina providencia, por medio de Mercurio, la inspiración angélica. Mis buenos amigos, no puedo sino admirar el poder de la ley, pues el orden y la armonía de la ley son necesarios para los elementos del universo, los humores de un ser vivo, la vida de las bestias y también para una guarida de ladrones; incluso tales hombres no pueden vivir juntos sin un orden justo. Mas ¿qué diremos acerca de ello? Que aunque entre seres inferiores pueda no haber otras virtudes, no faltan la ley y la justicia que castigan al malvado de acuerdo a su merecido; y que aunque entre los bienaventurados no sean necesarias las virtudes que contribuyen a calmar la agitación del cuerpo y los sentidos en los mortales –de la que ya están libres los que gozan de la vida bendita–, la ley y la justicia florecen entre ellos, entregando a cada cual recompensas eternas según sus méritos y protegiendo a los benditos. Adiós, hombres afortunados." Traducción: Marc García |
NOTAS |
* La traducción se ha efectuado a partir de la edición inglesa de Shepheard-Walwyn cotejada con el original en latín de Opera Omnia. |
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