SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

EL TEATRO DE LA MEMORIA
CARLOS ALCOLEA

(final)

Ciertamente existen innumerables analogías sobre este misterio que abarca la vida y la muerte. Aspectos inseparables sin los que nada podría ser lo que es.

El niño Dionisos-Baco mantiene un estado de pureza y plenitud que se refleja tanto en su desbordante alegría melancólica como en su locura rebosante de cordura, llena de Amor a la vida y sus expresiones, aunadas por la mano de lo invisible. No se identifica con nada ni lo necesita, ya que se ve a sí mismo como un todo, y por eso mismo puede ponerse en cualquier punto de vista, en ésta o aquélla circunstancia con total desapego. Algo así como un personaje tragicómico al que no le queda más opción que caminar al límite entre una y otra cosa, entre lo humano y lo divino, por lo que su razón de ser constituye el punto de contacto entre ambos.

Bien podría comparársele a un Loco (no patológico sino más que lúcido), que vaga errante por el mundo al que considera un reflejo de su verdadera patria celeste. El Loco, habiendo comprendido la futilidad de lo manifestado y aun de él mismo, pero también la majestuosidad que todo ello representa como auto expresión de lo divino, se identifica con lo universal a través de su humanidad, que es el soporte para realizar el recorrido que le llevará de vuelta a su hogar. Lo que incluye trascender su parte terrenal en etérea, por lo que comprende que no hay nada a lo que agarrarse, que el camino se hace al andar reiterando continuamente muertes y renacimientos tal cual hace el sol en sus recorridos por la órbita celeste.

Así que en tanto exiliados de nuestro auténtico reino, que es divino, somos extranjeros, eso sí, adscritos a ciertos límites espacio-temporales que pueden ser sobrepasados tomando como punto de partida dicha limitación. Por cierto que antiguamente las compañías de comediantes (y otras corporaciones artísticas o artesanales), también circulaban por la geografía desplazándose por pueblos y ciudades donde realizaban sus representaciones teatrales, algo así como un peregrinaje que desde cierto punto de vista, podría ser comparado al que padece el hombre en su paso por la tierra. A este respecto, René Guénon dice que el teatro y su origen

(…) fue por una parte esencialmente ambulante, y por otra, estaba revestido de un carácter religioso, al menos en cuanto a sus formas exteriores —carácter religioso que se aproxima al de los peregrinos y al de las gentes que tomaban sus apariencias. Lo que da todavía más importancia a este hecho, es que no es particular a la Europa de la Edad Media; la historia del teatro en la Grecia antigua es completamente análoga, y se podrían encontrar también ejemplos similares en la mayoría de los países de oriente. (René Guénon. Apercepciones sobre la Francmasonería y el Compañerazgo. Cap. VII. "A Propósito de los Peregrinajes").

En lo que concierne al teatro que se representó durante la Edad Media, no podemos pasar por alto los llamados "misterios", entre otras cosas por la significancia de su puesta en escena, montada en varios niveles correlacionados entre sí y análogos a los distintos mundos (cielo, tierra e infierno).

Resulta curioso observar que las escenas se desarrollaban en cada uno de estos planos simultáneamente, lo cual constituye un símbolo de la sincronía entre los distintos estados del ser y la esencia que los conforma. De alguna manera, la acción dramática que se planteaba en cada uno de dichos planos, reflejaba la inmanencia divina que se manifiesta en diversos grados cualitativos y cuantitativos.

En este triple cuadro escénico articulado verticalmente, se puede reconocer una semejanza bien evidente con los tres principios universales presentes en todas las cosmogonías (la tradición hindú los denomina como sattwa, rajas y tamas).

En efecto, la aparente oposición entre las energías ascendentes, sutiles (sattwa), y las descendentes, densas (tamas), conforma un eje erecto e invisible cuya tensión se conjuga en un punto intermedio del mismo, dando lugar a una tercera fuerza que se irradia circularmente pero en un plano horizontal. O sea que al armonizarse las cualidades de estas dos potencias verticales, se produce una irradiación horizontal que reúne en sí las características de ambas, originándose la creación como expresión refleja de dos fuerzas antagónicas.

A este respecto, Giulio Camillo en su obra La Idea del Teatro dice que las cosas se conocen por sus motivos y no por sus efectos. De ahí que él mismo recurra al arte de la memoria como un juego de relaciones que establece analogías entre los distintos planos de manifestación y las entidades que los habitan.

Es bien sabido que nuestros antepasados se entrenaban en cierta disciplina nemotécnica que les era muy útil para desarrollar largos discursos sin riesgo de perder el hilo de la disertación. Básicamente este método seguía algunas reglas que consistían en visualizar mentalmente un edificio más o menos emblemático: un palacio, un teatro o cualquier otro que poseyera ciertas características excepcionales. En él se incluían varios pisos divididos en estancias ordenadas y amuebladas de manera insólita (así era más fácil retener en la memoria los conceptos que ellas representaban). Su ambientación exterior e interior, constituía en sí un decorado con imágenes ornamentales, que podían ser tanto representaciones pictóricas, como escultóricas o de otra índole, pero siempre estaban organizadas de forma que el propio orador pudiera descifrar sin dificultad su sentido, siguiendo una lógica discursiva análoga al recorrido que efectuaba intelectualmente.

Es decir, que antes de comenzar la alocución, el conferenciante debía entrar en una especie de estado contemplativo válido para traer a la memoria el edificio que había concebido para su discurso, con el que había establecido anteriormente (gracias a una instrucción y guía previas), un maridaje inseparable. Entonces comenzaba un recorrido imaginario en el que su mente se adentraba en la edificación traspasando el pórtico principal que da al vestíbulo (donde ya habría elementos decorativos a tener en cuenta a lo largo de la disertación) y, siguiendo un itinerario meditado previamente, iba abriendo puertas que descubrían salas y salones llenos de imágenes cuya significación se correspondía con el sentido y buen desarrollo de su retórica.

A efectos de una congruencia conceptual era muy importante tanto la ubicación de cada dependencia como el mobiliario que determina su aspecto. Si de lo que se trata es de realizar un discurso coherente, se debían reconocer todas las posibilidades y analogías a las que daba lugar cada detalle. Ahora bien, como dice Giulio Camillo,

(…) si los antiguos oradores, al intentar colocar de día en día las partes de sus discursos que tenían que pronunciar, las situaban en lugares perecederos como cosas perecederas, es razonable que nosotros, si queremos exponer de modo duradero lo eterno de todas las cosas que puedan ser incluidas en un discurso que contenga lo eterno de ese mismo discurso, les encontremos lugares eternos. (…) (Giulio Camillo. La Idea del Teatro. "El primer grado del teatro". Pág. 52. Edit. Siruela).

Ciertamente, Camillo conocía la importancia del mito como método válido para comprender y en definitiva encarnar las ideas universales y aun metafísicas tomando como soporte la Memoria. Consciente de ello desarrolló un procedimiento memorístico que concentra un pensamiento de por sí cargado con Energías-Fuerza, cuya potencia simbólica traspasa los límites espacio temporales.

El oyente que es capaz de escuchar sin prejuicios estos enigmáticos relatos, muchas de las veces aparentemente ilógicos e incluso sin ética ni moral definidas, encuentra una filiación misteriosa entre lo que escucha y él mismo (los niños sienten una fascinación especial hacia estas narraciones, generalmente adaptadas en forma de cuentos). Una correlación que no se puede explicar coherentemente sin caer en contradicción con el propio rol individual, pero que está ahí, viva y presente. En cualquier caso, la expresividad con que se manifiesta el mito a través de sus imágenes y su intensidad, se remonta a los principios inmemoriales del hombre, que desde siempre ha sentido la necesidad vital de conocer el origen de la creación y su ordenamiento, así como el papel que él mismo representa dentro de ella, es decir, la Cosmogonía Perenne que cada cultura tradicional describe a su modo.

En efecto, las andanzas de dioses y númenes representan un juego simbólico en el que se entrecruzan distintas energías conjugando tensiones y distensiones que revierten en el plano material, nuestro mundo.

Giulio Camillo, inspirado por este entramado de ideas que alcanza a todos los planos del Ser, estructura un sistema basado en imágenes que simbolizan los principios esenciales, sobre los que se asientan los fundamentos del drama cósmico que contiene el devenir.

Para ello diseñó un teatro circular al modo clásico, compuesto por siete gradas o escalones. Desde la perspectiva que ocupaba el espectador, en este caso situado en el centro del escenario, se podía ver el conjunto de los planos o mundos representados por dichas gradas y sus correspondencias y analogías con cada una de las puertas planetarias emplazadas en cada grada, a su vez relacionadas con imágenes significativas ligadas a mitos, espíritus celestiales, dioses y semidioses. Todo ello colocado en orden descendente con respecto al ascenso escalonado del teatro, siendo el de mayor importancia y dignidad aquél que se encontraba más cerca del centro escénico (lugar preferente del observador).

Pero en su teatro Camillo no sólo establece relaciones entre los mitos, entidades angélicas y planetas (Astronomía-Astrología), sino que como buen conocedor de la Cábala, también hace uso de otro método de ideas acreditado por los grandes magos, teúrgos, hermetistas, alquimistas y cabalistas de la época. Este procedimiento del que hablamos, se basa en un diagrama cargado de Energías-Fuerza, un mandala si se quiere, llamado "Árbol de la Vida Sefirótico". Está compuesto por diez esferas numeradas en orden descendente de la 1 a la 10, dispuestas en tres columnas verticales y cuatro niveles horizontales.

Cada una de estas esferas o Sefirot posee una cualidad numérica y un nombre, lo cual encuentra justa correspondencia con el alfabeto hebreo y su arte combinatoria como método mágico teúrgico capaz de reducir a la sola unidad todo cuanto puede ser contado, pesado y medido. Así mismo estas esferas se encuentran asociadas a divinidades, potencias planetarias, signos zodiacales, metales, artes y ciencias sagradas (pitagóricas), y también a otras entidades como las Musas, etc. Incluso el Tarot, como libro mudo de imágenes cargadas de ideas esencialmente transmutatorias, constituye un juego de relaciones en el que los naipes se ubican a lo largo y ancho de este diagrama cabalístico, pero eso sí, siguiendo un orden basado en proporciones y analogías micro-macrocósmicas que incluye esferas y planos, tal y como nos muestra Federico González en su libro El Tarot de Cabalistas. Vehículo Mágico. Así mismo, cada una de las tres columnas se relaciona con un principio alquímico (en total son tres: Azufre, columna de la Gracia o Amor; Mercurio, columna del Rigor; Sal, columna Central que equilibra las anteriores), y cada plano con cada uno de los cuatro elementos (de arriba a abajo: Fuego; Aire; Agua y Tierra). Las asociaciones y equivalencias que se dan entre ellos son indefinidas, lo que conforma un sistema coherente, que refleja el cosmos entero y su creación, en el que por supuesto está incluido el hombre como un "pequeño todo" análogo a este esquema simbólico.

Pero volviendo al teatro de Camillo, veamos qué nos dice acerca de su disposición en siete niveles ordenados según el Arte:

(…) Así pues, nos hemos esforzado intensamente por hallar, para estas siete dimensiones, un orden adecuado, preciso y diferenciado que mantenga siempre los sentidos despiertos, y la memoria, estimulada. Con todo, considerando que sería emprender algo demasiado dificultoso el hecho de querer poner a otras personas ante estas altísimas dimensiones, y tan alejadas de nuestro conocimiento que sólo han podido ser alcanzadas, si bien ocultamente, por los profetas, tomaremos en vez de éstas los siete planetas, cuyas características son harto bien conocidas incluso por el vulgo, pero los usaremos de tal modo que no los concebiremos como límites que no podamos rebasar, sino como aquellos elementos que siempre representan en la mente de los sabios las siete dimensiones supracelestes.(…)

Esta alta e incomparable colocación no sólo sirve para que podamos preservar las cosas, las palabras y la técnica asignadas, que podremos hallar en función de nuestras necesidades sin ningún impedimento, sino que además nos ofrece la verdadera sabiduría en sus fuentes, dado que llegamos a conocer las cosas por sus motivos y no por sus efectos. Lo expresaremos más claramente con un ejemplo. Si nosotros nos encontrásemos en un bosque inmenso y deseáramos verlo bien en toda su extensión, no podríamos satisfacer nuestro deseo estando en el bosque, ya que, al mirar a nuestro alrededor, no podríamos vislumbrar más que una pequeña parte de él, pues las plantas cercanas nos impedirían ver a lo lejos; pero, en el caso de que junto al bosque hubiera una llanura que nos condujera a una colina, si salimos del bosque, empezaremos a ver casi toda su forma desde la llanura; después, si subimos a la colina, podremos representárnoslo en su totalidad. El bosque es este mundo inferior nuestro, la llanura son los cielos, y la colina, el mundo supraceleste. Para comprender bien estas cosas inferiores, es necesario ascender a las superiores, y, mirando de arriba abajo, podremos tener un conocimiento más certero. (…) (Giulio Camillo. La Idea del Teatro. "El primer grado del teatro". Págs. 52, 53, 54, 55. Edit. Siruela).

Está claro que Camillo sabe bien de lo que habla y por eso toma a lo más elevado, al Principio original como lo que es, una atalaya inamovible desde la que observar no sólo el devenir universal, sino aun sobrepasando todo ello, las ideas que generan el cosmos y su movimiento.

Por encima de los bienes perecederos de este mundo, más allá, mucho más allá de la psiqué y sus pasiones, de cualquier dominio particular en esta o aquella materia y sin embargo aquí y ahora mismo, se encuentra un saber inmortal que no está en ninguna parte y está en todas. Contiene toda ciencia, todo arte, toda sapiencia, lo abarca todo. No se trata de nada concreto y no obstante es único. Su intangibilidad se manifiesta espontáneamente, de indefinidas maneras y todas ellas constituyen un reflejo de la Armonía divina.

También Vitruvio, reconocido arquitecto romano y autor del tratado Los Diez Libros de la Arquitectura, señala en dicho volumen el valor que tiene el conocimiento de todas las Artes y Ciencias como complemento fundamental a esta disciplina emparentada con la idea de un Arquitecto Universal, que recrea constantemente una edificación con materiales arquetípicos.

Sugiere ahondar en la instrucción del lenguaje y la palabra, como forma de revalidar la memoria, muy vinculada con el dibujo por su evidente trascendencia para expresar conceptos por medio de imágenes. No menos importancia le da a la Geometría, pues gracias a ella se pueden levantar construcciones a plomo, virtuosamente trazadas por el compás, la escuadra y el nivel. La Aritmética es otra ciencia imprescindible, ya que ella soluciona mediante cálculos convenientes toda cuestión referente a proporciones y correspondencias entre las partes a proyectar, lo cual se relaciona con el conocimiento de la Armonía y la Música, que además serán utilísimas a la hora de estructurar una acústica adecuada a cada caso. En este sentido resulta evidente la diferencia de necesidades según se trate de una biblioteca o un teatro.

Y si en determinadas circunstancias la sonoridad resulta crucial, no lo es menos la disposición de la luz vinculada con las cuestiones de la Óptica, los movimientos del astro rey y en definitiva con la orientación espacial y los ciclos estacionales, o sea, la Astrología para saber construir incluso relojes de sol. La Historia es otro de los puntos que el buen arquitecto no puede ni debe desconocer, ya que gracias a ella el artista es capaz de reflejar a conveniencia una decoración tanto exterior como interior, que armonice y dé entidad simbólica al edificio, así se mantiene un recuerdo significativo que expresa determinados valores esenciales. Ni qué decir en los Templos y otros espacios sagrados.

También la Medicina deberá formar parte del bagaje intelectual del arquitecto, pues como ciencia se relaciona con el conocimiento de las propiedades y características medioambientales del entorno donde se pretenda edificar y su condición salutífera o nociva para el hombre. Por lo que se han de tener presentes las cualidades ígneas, aéreas, acuosas y terrestres del lugar, ya que la combinación entre todas ellas, sus afinidades y desavenencias generan los distintos estados climatológicos (calor, frío, humedad, sequedad), que asimismo hay que conocer para determinar el tipo de construcción adecuado a cada caso.

Por supuesto esto incluye dominar los fundamentos y características de la materia como una de las partes que trata la Ciencia de la Alquimia (distintos sólidos, líquidos y gaseosos. Su mezcla en la elaboración de argamasas, y otras sustancias, etc.), para saber cuál será el más conveniente a cada particular. Por ejemplo es obvio que un hábitat frío y húmedo obligará a revestir las paredes con refuerzos específicos que impidan el paso a uno y otro. Igualmente, dependiendo del tipo de terreno y la calidad de sus aguas se construirán canalizaciones en esta o aquélla parte, buscando siempre los materiales que mejor resistan el desgaste que produce la misma.

En cuanto a los elementos, sus estados y cualidades, desde luego se relacionan con el ser humano tanto a nivel físico (corporal), como de la psiqué (alma inferior), y aun más allá, con el alma superior, lo que en el plano de lo psicológico se concreta en sus indefinidos cambios de humor, análogamente inversos a la actividad que llevan a cabo las energías cósmicas y su despliegue cíclico, que inevitablemente influyen en el hombre lo quiera o no, pues todo se encuentra interrelacionado.

Desde el instante en que se nace a la vida cada cual muestra especial inclinación hacia una u otra cualidad intelectiva y anímica según esté configurado el mapa celeste, es decir según la posición de los astros, que en este sentido señalan conjunciones y oposiciones a distintos niveles. Por medio de la Astrología o Astronomía judiciaria como se denominaba a esta ciencia en la antigüedad, se puede establecer un esquema que asocia los doce signos zodiacales con los cuatro elementos y sus propiedades relacionadas con los diferentes temperamentos a los que da lugar.

Signo Elemento Cualidades Temperamento
Aries-Leo-Sagitario Fuego caliente-seco bilioso
Tauro-Virgo-Capricornio Tierra frío-seco nervioso
Géminis-Libra-Acuario Aire cálido-húmedo sanguíneo
Cáncer-Escorpio-Piscis Agua frío-húmedo linfático

Damos a continuación las relaciones entre el cuerpo humano y los signos del zodíaco:

ARIES: la cabeza y el rostro; TAURO: el cuello y la garganta; GEMINIS: hombros, brazos, manos; CANCER: pulmones, pecho, estómago; LEO: espalda, corazón, hígado; VIRGO: vientre e intestinos; LIBRA: riñones y vías urinarias; ESCORPIO: órganos genitales; SAGITARIO: muslos y nalgas; CAPRICORNIO: rodillas; ACUARIO: piernas; PISCIS: los pies.

(Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Revista SYMBOLOS 25-26, 2003. "Astrología". Pág. 253).

Obviamente todos estos conceptos como ya hemos señalado, constituyen un tejido de interrelaciones al que se llega a través de la Filosofía (amor a la Sabiduría), con la que el Maestro constructor dirime la Gran Obra con Voluntad y Recta Intención, libre de prejuicios, sin fanatismo ni ambición, pues construye para mayor gloria del Gran Arquitecto, consciente de que él mismo forma parte de dicha construcción y sus obras son nada más (y nada menos), que un reflejo de lo inefable y su majestuosa grandeza.

Sin duda Vitruvio conocía las Artes Pitagóricas y sus correspondencias micro-macrocósmicas, de ahí que haga tanto hincapié en el conocimiento de este legado intelectual que en otras épocas como la edad media, romana y griega vertebraría un saber que unifica dos corrientes o aspectos, lamentablemente divorciados por el racionalismo. En efecto, la mentalidad del hombre moderno tiende a separar lo especulativo de lo práctico, la esencia de la sustancia, negando el vínculo natural entre ambos, lo que nos ha conducido a un materialismo bestial que elimina la contemplación en beneficio de la acción como un fin en sí misma. Por no hablar del constante rechazo hacia todo aquello que no pertenezca al pensamiento progresista y su estupidez congénita.

En cuanto al tema de las siete Artes Liberales, añadir que se dividen en dos grupos. Por un lado está el Trivium, que se corresponde con la Gramática, la Dialéctica o Lógica y la Retórica. La Gramática está vinculada al significado de las palabras, que de manera refleja expresan lo incognoscible, lo inexpresable. La Dialéctica se refiere al conjunto de dichas palabras, al lenguaje como un sistema estructurado de ideas supraformales que al relacionarse entre sí coherentemente conforman un entramado intelectual significante. La Retórica supone el discurso lógico y verbal, que al estar fecundado por la chispa del intelecto divino actualiza la Memoria Universal. A través de la comprensión gradual de esta tríada, se accede al segundo grupo de estas siete Artes denominado Quadrivium, que contiene a la Aritmética, la Música, la Geometría y la Astrología.

Con respecto a la Aritmética o ciencia del número, se puede decir que constituye la Idea-Fuerza central, la estructura medular sobre la que se fundamentan las otras seis restantes, pues todas ellas son relativas al estudio de las medidas, los ritmos, la proporción, los ciclos y en definitiva al número como Potencia iluminadora. Siempre dentro del Quadrivium, la Música es otra disciplina no menos importante. Desde cierto punto de vista se la puede relacionar con la cadencia rítmica, los patrones sonoros y la métrica. Pero desde una perspectiva más amplia tiene que ver con la Armonía Universal entre el sonido y el silencio. El primero pone límites al segundo que es ilimitado. O dicho de otra manera, el silencio al manifestarse, lo hace como un reflejo invertido de sí mismo, entonces es cuando se produce el sonido. Por lo que sin la posibilidad inmensurable del silencio no podría existir sonido alguno. Ahora bien, conocer el límite que el propio discurso sonoro representa lleva a trascenderlo, lleva al silencio, a la eternidad.

También del estudio de la Geometría (geo: tierra, metría: medida), se obtienen abundantes frutos, y si bien se refiere a la idea de medida y proporción, a otro nivel nos está hablando de un encuadre necesario para que todo sea. En él se inscribe el conjunto de la creación cósmica signando el espacio y sus ciclos temporales. Por último nos queda la Astrología, que responde al movimiento de las esferas celestes, sus posiciones y revoluciones en torno a un centro, lo que signa el tiempo y su devenir como padre que devora el mundo.

Como se ve, estas ideas constituyen un teatro bellísimo en el que se representa de forma ordenada, un sistema coherente diseñado para ser incorporado en uno mismo, o sea, encarnado. Penetrar en su interior, supone el comienzo de un recorrido por el plano del alma inferior (Mundo de las Formaciones), que nos habrá de conducir, Dios mediante, por distintas etapas, que trazan un derrotero laberíntico, con sus luces y sus sombras, hasta el corazón del edificio, el escenario, (Mundo de la Creación), donde se le revela al iniciado su función como actor protagonista, dentro del gran teatro del mundo, en el que se representa la divina comedia. De ahí en más, el recorrido ya no es lineal sino vertical. Atrás queda la tramoya, y el adepto, libre de sus ataduras, continúa en su ascensión por la escala jerárquica del Ser, superando incluso lo sutil para fundirse con la emanación primera, la Unidad, principio y fin de todo cuanto es, ligada a la oscuridad más que luminosa, en definitiva, el No Ser, última escala en nuestro camino hacia la liberación total.De ahí venimos, y ahí dirigimos nuestros pasos, aunque esto, es una manera de decir, una forma de expresar que el origen y el destino coinciden.


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