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SYMBOLOS COMO APERTURA VIVA
Para un iniciado-novicio en los terrenos de la simbología se abre un camino asediado de peligros (también de placenteros encuentros). En un mundo que se conduce entre lo ruidoso y lo inane supone un pequeño milagro que alguien se presente a una convocatoria para profundizar, desentrañar y sacar a la luz elementos simbólicos que filósofos, artesanos y profetas dejaron a lo largo de la historia en sus escritos, creaciones y enseñanzas. Existen trabajos académicos dirigidos a un público determinado, a menudo confusos o encaminados a un terreno muy específico que requiere de significativos saberes previos, que suelen asustar al que se asoma desde la maroma. Salir indemne de esos acercamientos, equivocarse y enmendar lo hecho, trabajar con paciencia, todo ello unido al entusiasmo y a la modestia, auguran los primeros frutos en el estudio de los símbolos desde los distintos prismas. Pero a lo largo de la travesía los cantos de sirena, que son la impostura, los falsos augures y la corrupción en la banalidad enciclopédica (exenta de ciencia sagrada y de corazón), también pueden hacernos naufragar. Una vez perdidos en un mar sin orillas resultará fácil reducirnos a la isla donde la sacerdotisa Circe nos engordará para que olvidemos el regreso a casa, que es el punto de origen y de llegada, quedando así anclados a una prueba que no superamos. El círculo debe completarse y la rueda debe mantenerse girando. Hace bastantes años, tras varios tropezones en el laberinto, me llegó a las manos un ejemplar de la revista SYMBOLOS, en una librería de mi ciudad a cuyo puerto arribaban puntuales las entregas en papel. Recuerdo que me satisfizo ese encuentro y seguí con puntualidad hojeando cada número. Con el tiempo mis amigos Beatriz y Pedro me descubrieron la obra de Federico González. Poco después supe que el autor era también director de SYMBOLOS. De ese modo me adentré, ya sin miramientos, en la revista y en los textos del autor y de sus colaboradores. SYMBOLOS tuvo y tiene la virtud del rigor sin la anestesia que, con frecuencia, suministran un exceso de datos, no siempre necesarios, o un estilo repleto de tecnicismos académicos que eliminan la entraña de lo que se estudia. Hermetismo, alquimia, cábala, astrología, pitagorismo, religiones comparadas, René Guénon, masonería, simbolismo precolombino o mitología son temas que se pulsan en los diversos números de esa pequeña biblioteca de Alejandría que supone la revista, siempre cuidada y compuesta con buen gusto. En ella nunca se pierde de vista, tal como escribió Federico González en su libro El tarot de los cabalistas, que: «El símbolo es el intermediario entre una cosa conocida y otra desconocida». Resaltar algo del conjunto siempre implica un riesgo. Pero no quisiera cerrar este escrito sin iluminar el número doble 25-26 que contiene la Introducción a la Ciencia Sagrada, preparada por Federico González y sus colaboradores, que tanto me ha acompañado durante estos años, una obra que leo y releo. Desde sus inicios en 1991 SYMBOLOS planea como una herramienta indispensable para conocer, estudiar y profundizar en los temas que se plantean en los sucesivos números. En su nuevo formato telemático el pasado año la revista buceó en los mitos de Mesopotamia, de donde parte el poema de Gilgamesh, esa voz arcaica que conserva una parte de la esencia de lo que somos. Ojalá dentro de otros 30 años se me emplace de nuevo para brindar por la continuidad de SYMBOLOS.
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