Un soplo, viento y luz; dador de la Palabra, Padre espiritual; esposo y compañero, amigo; instructor y guía de almas, ‘civilizador’, iniciador en los misterios de la Vida, del Ser y No Ser, intérprete de todo; escritor, artista y poeta; gracioso, amoroso y riguroso, versátil, socorredor, oculto y misterioso, multiforme, todo: mago, teúrgo, sabio, encarnación de Hermes.

Tantos años, cuánto camino andado, y sin embargo hoy me vuelvo a preguntar ¿quién eres?

Aunque en mi corazón siempre lo supe pues te reconocí
en ese mismo instante,
cuando, como un soplo, llegaste
furioso, con paso firme y ligero dejando tu huella invisible;
con un gesto preciso y gran serenidad,
clavaste tu mirada certera, penetrando mi alma, y abriendo la puerta del corazón a un largo camino, a un mundo desconocido, despertándome a la Vida, a la aventura del Pensamiento, a la sacralidad de la existencia, del mundo, de mí misma, y a la posibilidad siempre presente de Ser, y No Ser, como una única Identidad, marcando ese instante, mi futuro, tal vez, “sin quererlo”.

Y cuánto tiempo hubo de transcurrir para en un instante comprender “que el destino ya está escrito”, “de que hoy es siempre, y que no habrá ningún hoy ni ningún siempre sin ese momento que ya fue.”

“Sólo es ahora y siempre ahora; todo es eterno, no hay próxima vez para los dos”;

y vuelvo a recordar tu mirada, y mi vida desde ese instante, fugaz, “con un Pájaro de Fuego y una Palmera al mismo tiempo, en las constantes contradicciones en que se desarrolló nuestra vida en pos de lo metafísico”, sin olvidar reír mucho de janeiro, como tú mismo solías decir.

Gracias por siempre, querido Fede.