SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
LA ISLA
MIREIA VALLS

¿Quién no ha visualizado alguna vez al paraíso en una isla? Una mítica porción de tierra virgen que emerge de entre las aguas y que rociada por la danza de los cuatro elementos ampara y da cobijo a indefinidos seres de todos los reinos de la naturaleza. Un lugar donde el hombre vive en consonancia con los ritmos telúricos y estelares, abierto al influjo de todas las potencias intermediarias y libre de cualquier cadena. Un espacio en el que el tiempo casi desaparece, viviéndose al son de los ciclos cósmicos y del instante siempre actual que roza lo eterno. Una tierra generosa y fecunda, que obsequia con sus elixires, frutas jugosas y nutrientes maternales; de aguas cristalinas, aire fragante y espermático, cielo claro y luz brillante. Un símbolo del centro, corazón del mundo y morada de la semilla de inmortalidad.

*
*    *

Al abrir los ojos la realidad parece otra. Desde la ventana únicamente se percibe una ínfima porción de cielo atrapado entre miles de antenas parabólicas, una atmósfera gris y polvorienta, y un rumor compacto de motores. Aquella isla, ¿acaso es sólo un sueño? ¿La proyección de un deseo? ¿Una vía de escape?

Con el interrogante en el corazón, no queda otra que salir a buscarla. La calle en directo se presenta todavía más hostil: una jungla sin jerarquía. Ejércitos de seres alistados a las redes de la mente; millones de conexiones que se entrecruzan, riadas de tráfico compacto que siguen canales delimitados y cada vez más colapsados; voces que propagan conversaciones nimias a través de ondas invisibles, pero que tejen mallas muy tupidas, aumentando el peso de la solidificación. ¡Qué asfixia!

Y en medio de tal desbarajuste, ¿dónde hallar la isla tan vívidamente evocada?

El autobús sigue su recorrido fijo y se abre paso hacia la playa. Con los ojos cerrados el circuito deviene algo más plástico e imprevisible: alternancias de luz y oscuridad, bolsas de silencio entre los múltiples ruidos e imágenes fugaces, como la de ese rótulo publicitario con una "punta de lanza que rasga el cielo"… Sí, quizás desde la orilla del mar se divise la ínsula anhelada.

Con el frenazo abrupto, los párpados se levantan en un acto reflejo, y allí, sobre los mástiles de los barcos mecidos por las aceitosas olas del puerto, aparece el peñasco rodeado por las aguas, majestuoso, y envuelto por un fino halo áureo. Una voz cercana advierte: –Ya no hay que ir más a la playa.

Cierto, no es necesario otear el horizonte desde la arena, sino que la isla está mucho más cerca, casi a tocar, salvando sólo la ensenada del puerto, que por otra parte, y según se mire, no es poca cosa.

¿Por dónde, entonces, abordarla? En la pregunta ya está implícita la respuesta, y tras un aspir profundo, la certeza que debe conquistarse por el aire. Justo enfrente, una alta torre metálica terminada en "punta de lanza que rasga el cielo" sostiene los cables de acero por los que se deslizan las pequeñas cabinas rojas del teleférico. El ascensor eleva unas decenas de metros en un santiamén. Aquí los compañeros de viaje hablan otras lenguas, lo familiar quedó abajo, el mundo acomodado, el hombre viejo. En el boleto de pasaje la cifra 9, como las nueve sefiroth invisibles del Arbol de la Vida.

Hay que viajar de pie, arrimado a las ventanas si se quiere contemplar la panorámica. Desde la parte delantera del pequeño recinto, mirando en picado, el abismo; pero inexorablemente el mecanismo se pone en marcha y transgrediendo la ley de la gravedad inicia su lento ascenso salvando el precipicio. Sólo las rupturas de nivel dan acceso a otros mundos. Abajo, flotando entre las naves amarradas, restos y desperdicios cual las escorias de las que uno se desprende cuando es aspirado hacia lo alto, al territorio de la isla.

Y ahora dejarse mecer al vaivén de otros sones, olvidar lo que se creía ser, abrir los espacios del amplio espectro de la conciencia, y reconocerse en esas posibilidades que borran todos los contornos de la individualidad. En la bocana del puerto se desliza un ropaje a la deriva: es la túnica de piel arrancada de raíz para aligerar el equipaje, y poder así revestirse de un manto mucho más vaporoso. En alquimia se habla de la transmutación interna. Todo se vive en este instante, y por fuera nadie ve nada.

El primer fotograma al aproximarse a la isla es un jardín botánico impensable –palmeras de varias especies, cactus altísimos, árboles exóticos y gran variedad de autóctonos con sus ramajes desnudos repletos de aves– que ha crecido, entre asilvestrado y cultivado, en la ladera escarpada de la montaña. La cabina desciende, sobrevolándolo, y se adentra como en una gruta donde se detiene. Subiendo las escaleras de la estación, una soleada terraza abierta al mar recibe al nuevo visitante y le obsequia con ligeros refrigerios; pero no hay que abusar del receso. Los pájaros que planean alrededor de la cabeza advierten sobre la necesidad de conquistar el territorio y llegar al corazón de la isla, si no ¿para qué se vino? ¿Acaso sólo para solazarse en el umbral?

Hay numerosas vías y senderos sobre esta geografía única que reproduce mundos dentro de mundos. Muchos paseantes se han conseguido mapas que señalan los principales puntos de interés y sus conexiones. Pero en verdad el mapa lo lleva uno grabado dentro. La cartografía, que son las 10 esferas arquetípicas y las 22 letras con las que se escribe el mundo, es lo que uno es, un camino ascendente por las gradas del pensamiento hacia la fuente y el origen primordial. La meta es penetrar el Santo Palacio interno, y aquí cerca hay un palacio, aunque hoy sea museo.

Las enseñanzas que se han recibido por años cobran vida a cada paso… Y paso a paso se actualiza el eje invisible que conecta cielo y tierra. Aunque también en ciertos tramos conviene ayudarse de algún vehículo, como este bus del parque, que resigue con mayor presteza muchos de los parajes olvidados y escondidos refrescados a lo largo del trayecto.1

El palacio ya está cerca, y al rodearlo a pie para buscar su puerta principal, el camino se desvía hacia abajo, y se aleja más y más. No es por aquí. ¡Qué fácil desviarse si uno no se mantiene alerta y concentrado! Rectificando, se bordea el extremo de un jardín con nombre de poeta, y en el propio diseño de ese espacio se desvela la enseñanza que está grabada desde siempre en la conciencia.

Una alta verja de forja con una puerta cerrada impide entrar, pero no contemplarlo. Del otro lado, hay un estanque circular de aguas calmas con cuatros niños a su vera jugando y musicando con flautines y caracolas marinas, del que arranca en pendiente suave hacia arriba una escalinata que lo conecta con otro estanque gemelo pero a mayor altura, y remontando un poco más, se levanta una graciosa columnata circular de estilo griego, sin puertas ni techumbre, abierta a los cuatro vientos y a la bóveda celeste. Todo flanqueado por una arboleda de majestuosos magnolios que aumentan la profundidad y verticalidad de la visión rociada por una luz clarísima.

La vía hermética es así: un ascenso contracorriente con el soporte de los símbolos que se tienen al alcance de la mano, ¿qué otra cosa sería sino la revelación? Y no puede haber descripciones estereotipadas, ni pautas preestablecidas, ni enseñanzas de manual: es una experiencia interna única para cada cual, una entrega incondicional y radical al Conocimiento, y un dejarse conducir por las ondas de los hados, participando de sus gestas, de una vez por todas y sin concesiones a las pequeñas posesiones que con frecuencia se pretenden guardar en el fondo del bolsillo por si acaso algo fallara. Nada falla. Ante la certeza procurada por la intuición intelectual directa no hay dudas ni equívocos.

Queda en compás de espera el paseo por el otro lado de la cancela, porque nunca hay que dar nada por supuesto, sino vivirlo en lo más interno uno mismo; pero ahora tira la llamada del palacio.

En la fachada sur del gran edificio bañada por el Sol del mediodía, como siempre medio escondido pero evidente para quien lo invoca, aparece en lo alto el alado mensajero en su faz de instructor y protector, cerca de la ventana y mirando fijo a un niño que le tiende los brazos confiado. Hermes al aire libre, para proclamar el Verbo espermático a expensas del aire, y seguir fecundando con su savia nutricia al que se entregue a su recepción. Como el primer día y hasta el último, que es siempre hoy, la revelación hermética está aquí.

Difícil trance ahora el poner por escrito unas vivencias internas más cercanas al silencio que a la palabra, aunque ésta sea uno de los principales símbolos con los que lo innombrable se revela. En este Monte de los Judíos, Montjuïc, el abecedario sagrado de ese pueblo cobra vida, y se dibuja en el pensamiento la visión de su letra más pequeña, Iod, el germen, la primera estela del Misterio. Y al pronunciar internamente "huella" y visualizar la Iod, en ese preciso instante, se oye la señal sonora del chasquido de los cascos de un caballo. El Fiat Lux atraviesa todos los mundos y concatena los ecos de su impronta primigenia. Tiempo y Eternidad se tocan. Lo eterno irrumpe en el tiempo y éste insinúa lo eterno. En la isla coexisten simultáneamente estas posibilidades, y se puede salir de las cuadradas coordenadas espaciotemporales sin salir de ellas. Oír todos los sones a la vez, motores, voces, gritos, gorjeos, ladridos, trinos… y además el cristalino tintineo de otro ámbito del pensamiento… y una música sin notas… y el gran silencio previo al estremecimiento.

El que se sabe habitante de la isla ya no la abandona jamás, pero no por ello deja de descender y atender sus menesteres. Esos mundos otros por los que se ha paseado jamás estuvieron fuera; no se toman y se dejan, son permanentes, mas a veces la conciencia juega a olvidarlos, lo que paradójicamente posibilita el tornar a recordarlos, y así repetir el rito cósmico de la reminiscencia.

Y al bajar no se es el mismo aunque pueda parecerlo. Como la estrella que cruza el firmamento, la transmutación del alma se opera sin prisa pero sin pausa.

A lo largo de la gran escalinata real, las señales siguen manifestándose. Por aquí asoma uno de esos espías, tipos listos que haciéndose los distraídos van con un micrófono en alto, captando y atrapando las ondas de estas regiones mágicas, para entregarlas luego a los magnates de este mundo, ladrones varios que se apropian de lo universal para su pequeño poder y lucro personal.

¡Ah!, pero Atalanta acecha aquí y allá, y en este rellano de la escalera, se calza unos deportivos para salir corriendo tras el balón dorado, dejando que los Hipómenes que la desean de todo corazón la puedan alcanzar. Sabiduría siempre se deja desposar.

Mas la lucha es dura, nada fácil. En el llano, un ejército de hombres máquina está montando un gran dispositivo mecánico para hacer de los pies de la estructura cósmica una prisión sin escapatoria. Congresos, convenciones, exposiciones, conferencias, compras, ventas y comercios muy rasantes que nada quieren saber del gran negocio con los dioses de la isla. Todo se calcula para uniformizar y diversificar, es decir, desplegar hasta el límite la cantidad y la multiplicidad.

Pero aún no terminó el descenso, hay que tocar más hondo, y adentrarse en el submundo, en esa máquina que corre a toda velocidad por las entrañas de la ciudad, bajo las cloacas y entre millones de roedores. En el punto más bajo, cuando todo parece perdido, las cuerdas de un violín recuerdan que aquí también el alma puede rememorar la música de las esferas. Además, en este circuito subterráneo, una de las estaciones tiene una correspondencia para llegar a la isla por otra senda.

*
*   *

"Montjuïc, un salto por encima de la ciudad", "Una fuente que a veces puede llegar a tocar el cielo", dicen los reclamos publicitarios en el pasillo de acceso al funicular. Aquí los pocos compañeros de viaje también hablan otras lenguas. El tren trepador se pone en marcha y ascendiendo la suave pendiente por el túnel de la montaña, pronto sale al aire libre y finaliza su recorrido en otra especie de pequeña cueva.

Los jardines del poeta siguen vedados. Sólo abren el día del Sabat y el Domingo. Habrá que esperar. Las ideas fijas topan con puertas cerradas. Mejor, pues, deambular sin ruta fija. No saber a dónde ir. Reconocerse perdido, sin proyectos ni expectativas, sin esperanzas.

Pero éste es territorio isleño, mágico, y nada hay que temer. "Laribal", dice el panel musical de este parque, un jardín donde el protagonista es el agua y su discurso. Adelante. El primer camino a la izquierda tuerce pendiente abajo y llega a un banco de piedra semicircular al pie de una gran encina. El ángulo de visión desde aquí es extraordinario. Bajo una nave abovedada de árboles y arbustos sigue descendiendo el sendero hasta una fuente de piedra octogonal, ubicada en el centro de una pérgola, también octogonal, de cipreses domados por mano de artesano. El número y su geometría son otra "huella" del Misterio, un lenguaje arcano que habla de las medidas, módulos y proporciones con las que el geómetra divino ordena el Universo.

El ocho es cifra de pasaje, y también de purificación. Se entra en la auténtica visión del mundo y ya nunca se abandona, lo que requiere el desbastado completo de las concepciones del hombre viejo. Cerca se oye al jardinero podar las ramas de los árboles. Cuando ya ha crecido convenientemente, hay que cortar lo que chupa la savia de la planta impidiéndole la conquista vigorosa de nuevas altitudes. Igual con los apegos a los que uno se aferra, que de no ser podados a su debido tiempo, constituyen formidables obstáculos para la realización espiritual. El invierno es el momento propicio para las labores de poda.

Desde la fuente parten senderos que acceden a nuevos rincones, pasadizos, puentes, glorietas; perspectivas cambiantes de un todo completo al que nada le falta ni le sobra, pero que al ser recorrido descubre matices y perspectivas otras insinuadoras de nuevas posibilidades. Aunque dicha novedad nunca tiene que ver con agregar ni sustraer, sino con desvelar lo olvidado, reconocer lo escondido, e iluminar con plenitud todos los claroscuros del alma.

Otra fuente de ocho lados hermana de la primera –quizás más delicada por sus materiales cerámicos y sus ornamentos–, se perfila en un espacio hondo pero abierto, coronado en lo alto por árboles con un toque oriental, de ramaje estratificado, que circundan todo este emplazamiento en el que también hay un bonito caserón donde antiguamente los ciudadanos se reunían los días feriados para almorzar y descansar, cantando y bailando al frescor de una tercera fuente con rostro de gato que da nombre a dicho enclave.2

Numerosos pajarillos acuden al surtidor de cerámica para beber y sumergirse en sus aguas, cumpliendo el rito diario del baño purificador y regenerador. El rito es inherente a la existencia del habitante de la isla. Su ser cobra sentido al realizarlo, pues es el bastidor del orden cósmico. Sin rito todo sería un sinsentido, un absurdo, un amorfo. Tomado como rutina ahoga, pero vivido como ritmo secreto del universo, todo lo renueva y reactualiza. Y así el asombro es permanente, y el universo una obra prodigiosa y admirable, de invisibles trazos geométricos y aritméticos que el propio rito en sí va develando.

Desde el punto más alto de "Laribal", desde el origen, y de fuente en fuente, el agua discurre ladera abajo, irrigando todos los recovecos, fertilizando, refrescando, limpiando, fecundando y saciando a los que la beben como Agua de Vida. Y en el llano, se recoge en un estanque que ya se entrevé fuera del recinto.

Saliendo de este jardín proyectado por Forestier con la ayuda de Rubió i Tudurí, se despide con sonora carcajada el macho cabrío3 coronado con racimos de uva, que asoma su faz burlona en el centro de una bóveda de piedra construida a los pies de la escalera que retorna a las alturas. El vino es también estimado por los isleños; bebida espirituosa, alegra el ánimo y desata el furor báquico, iniciador en los misterios de la vida y de la muerte, los que se abren a los del Amor y la Inmortalidad.

Cruzando la umbrosa carretera, una gran fuente circular rodeada por acacias reúne todas las aguas en su regazo matricial, y desafiando la gravedad, las devuelve con ímpetu hacia arriba, como chorro espermático, hacia el origen a donde todo retorna tras cumplir su ciclo de manifestación. La fuente toca el cielo.

Cada isleño encuentra en la geografía que habita los escenarios arquetípicos del alma, del gran teatro del mundo, de su despliegue y reabsorción. Por cierto que también están en labores de jardinería y saneamiento los parterres del "Teatre Grec";4 y las gradas, con su letargo invernal, recuerdan la necesidad de replegarse, de detenerse, de meditar, para que con la primavera y el verano renazcan nuevas obras, nuevos cantos, nuevos sones representados por los que deciden ser actores de esta extraordinaria historia arquetípica.
En la parte trasera del recinto se esconde una pequeña puerta, una de las fronteras invisibles de la isla, que desemboca en un pasaje ubicado en tierra de nadie, sólo conocido por aquellos exploradores osados que van resiguiendo todos los contornos insulares, como fueron en su tiempo aquellos conquistadores que dan nombre a dos calles de más abajo, Elcano y Magallanes, que tras circundar el mundo el primero, y dejarse en ello el pellejo el segundo, pudieron así salir de él por su centro.

*
*   *

Tiene también la isla su faceta inhóspita y gélida, que huele a muerte, hambre y carencia. En la cúspide del monte el aire corta; aunque haya árboles, es tierra yerma; aunque un castillo lo corone, su aspecto es de prisión, y de hecho lo fue durante un tiempo; aunque a sus pies rotan mar y puerto, ciudad y cordillera, el fortín en sí es lugar pétreo, inmovilizante, cual el instante de la muerte. Otro paisaje del alma que debe visitarse con asiduidad y no rehuirlo, como quizás fuera el primer impulso. Dentro es peor, la boca del infierno, mazmorras y humedad acompañan todo un aparato de tortura y destrucción que hasta repugna. Bajos fondos de ignorancia y crueldad, miedo y cobardía.

Sin embargo, nada asusta al isleño, que arremete con la fuerza de la Inteligencia la lucha contra todos esos adversarios, marañas de la mente siempre chatas y horizontales, que pretenden abortar la conquista de otros mundos de la isla, verticales. Y por supuesto, ni a la muerte teme el soldado, porque la ha vivido y vive constantemente; un deceso necesario para abrirse a otros estados, pues no hay nuevas aperturas sin pasar por la guadaña. Y morir es dejar todo: el cuerpo y sus indefinidos disfraces, las pequeñas y grandes posesiones, sobre todo las mentales, los ideales, los proyectos, los deseos, los anhelos y esperanzas… todo lo relativo e ilusorio. Quedarse desnudo, sin nada a lo que aferrarse, ni tan siquiera las más bellas ideas y concepciones. Y nunca es una entrega fingida pensando en posibles recompensas. No hay recompensa, pues si algo se ganara, representaría una nueva posesión. Gran paradoja la de buscar la verdadera Identidad y tener que desprenderse incluso de ella para experimentar lo que no tiene límite, lo Eterno, lo Infinito.

En un rincón de los alrededores de la fortaleza, entre unos setos polvorientos, una lápida escondida recuerda a todos los soldados muertos en la batalla, y en otro enclave, entre naranjos cargados de frutos, una estatua de bronce de "El timbaler del Bruc"5 alude a aquel acontecimiento milagroso en que un joven muchacho, armado sólo con un tambor, logró espantar y hacer retroceder a un ejército entero que iba a asaltar su pueblo, cuando al hacer sonar su instrumento en un desfiladero el repiqueteo se dobló y redobló por efecto del eco, pareciéndole al enemigo el avance de un fragoroso batallón. La gracia acompaña siempre al soldado solitario que, indeleble, se mantiene siempre en pie de guerra, invocando sin cesar la fuerza supranatural que vence indefectiblemente en todas las batallas.

"Al teniente del navío Plus Ultra", dice la inscripción de otro monumento a la vera del castillo. Un más allá que no es temporal ni espacial, sino la eternidad conviviendo con lo perentorio. O sea que la rueda rota y hay que bailar el son, siendo a la vez el movimiento, su origen y lo que no tiene origen porque nunca ha nacido ni fenecerá. Ser y No ser.
Un poco más abajo del fortín, las ninfas y nenúfares de las albercas comunicantes del jardín de Mossèn Cinto Verdaguer, cantan la cosmogonía para, conociéndola, poderla trascender. Este escritor compuso un poema épico sobre la Atlántida, aquel continente desaparecido bajo las aguas del océano que lleva su nombre.  Una isla mítica…

*
*   *

En el parque del poeta se revela la metahistoria. Jacint Verdaguer escribió La Atlántida 6 durante los varios viajes que realizó a América siendo capellán de los barcos de la Compañía Transatlántica del Marqués de Comillas. Sin duda el mito le impactó profundamente, y lo recreó en una composición donde se conjuga mitología con conocimientos astronómicos, geográficos, etimológicos, y por supuesto mucha poesía y términos lingüísticos riquísimos en matices que representan un gran hito para el florecer de la lengua catalana. Son numerosas las "huellas" que insinúa acerca de una ciencia muy antigua e importante desde el punto de vista de la Ciencia Sagrada, la Ciclología o conocimiento de los ciclos cósmicos.7 Y no sólo en los versos se adivinan esos trazos, sino que las notas apuntadas por el escritor recogen valiosa documentación desde la perspectiva de la geografía y la historia sagrada, la que habla del origen vertical intemporal y su proyección horizontal en todas las edades cósmicas. 

Todo empieza con el tremendo naufragio de dos naves, una genovesa y otra veneciana, que sucumben en las turbulentas aguas del mar tras un encarnizado combate atizado por una tempestad. Un solo muchacho sobrevive, genovés, el cual recala en una playa donde un viejo sabio lo auxilia, y para darle coraje y ampliar sus horizontes le relata una antigua historia: Hércules jura vengar la muerte de Pirene (que vivía refugiada en el Pirineo, cordillera convertida luego en el mausoleo de la joven) provocada por Gerión, y bajando desde Creus a Montjuïc se echa a la mar y promete a su regreso fundar una gran ciudad en las faldas del peñasco.

La fenecida Pirene pertenecía a la saga de Tubalcaín, 8 hijo de Set, hijo de Adán, lo que es una forma de dar testimonio que la tradición de nuestras tierras hispánicas está entroncada directamente con la Tradición Primordial, la del Paraíso, que los Atlantes heredaron en su momento y que a su vez transmitieron a los habitantes de los dos continentes bañados por el océano antes del hundimiento de esa isla-continente. Verdaguer aporta mitos significativos de los indígenas de Centroamérica, de las islas caribeñas y de Africa en los que se narra ese gran diluvio, análogo al relatado por la Biblia, el cual representó el fin de dicha civilización de titanes. Pero no todo el legado de ese pueblo sucumbió, sino que justamente la función del mito, y el rito de narrarlo, es vehicular la Sabiduría Perenne de generación en generación y de unas eras cósmicas a otras, para que los hombres y mujeres de todas las épocas puedan conocer su auténtico origen e Identidad intemporal.

Hércules es el puente en este caso. Buscando al tricéfalo Gerión alcanza las tierras de la Atlántida y tras vencer al dragón que protege el jardín de las Hespérides, consigue hacerse con una rama cargada de frutos áureos (símbolo de la doctrina, la Sabiduría Perenne, el conocimiento cosmogónico) y regresa a España plantándola en un vergel de Gades. Mas cautivado por la que había sido esposa de Atlas, Hésperis, el héroe regresa a la Atlántida para rescatarla ante la gran hecatombe que se avecina. En medio de combates y descalabros, el orgullo y la soberbia de los gigantes acrecienta la ira divina, y antes de la destrucción final, Hércules se hace con la titánide, que abandona incluso a sus hijas, las gentiles Hespérides, convertidas luego en las Pléyades que iluminarán el cielo de la nueva humanidad. Huyendo de los grandes terremotos, el héroe la transporta sobre las olas hacia Gades, y cuando ya están cerca, Gerión los intercepta. Tras cruenta lucha, muere el monstruo, y la pareja llega a nueva Hesperia (España), donde florecerá toda una civilización, con el legado de los Atlantes, y el de los pueblos que ya habitaban esas regiones, en las que se dice que incluso habían arribado los caldeos siguiendo el recorrido del Sol, y al ver que en Finisterre la tierra terminaba, se afincaron allí, conformando el pueblo celta. Cuenta además el poeta apoyándose en diversos historiadores que en el vergel de Gades se erigió un templo cuyo frontispicio reproducía los doce trabajos de Hércules, y en su interior no había imagen alguna, pues en él los sacerdotes –que recordaban tanto por sus vestimentas como por sus ritos a los sabios hebreos– adoraban al Dios innombrable, al que Verdaguer se refiere como el Dios desconocido, la más alta expresión de lo que del Misterio inefable puede expresarse.

Hésperis dona descendencia a Hércules, pero de pura añoranza por sus anteriores hijas, muere y retorna al cielo en forma de paloma, deviniendo en el empíreo el lucero vespertino o del alba, Venus. Hércules y sus vástagos van civilizando el territorio. Galates llega a Galicia, tierra de los galos herederos de aquellos viajeros hebreos y caldeos. Y aunque esto no lo diga Verdaguer, este pueblo tenía la certeza que algunos de sus ancestros habitaban las regiones allende el Atlántico. Por eso muchos siglos después, durante el Renacimiento, fueron ricos judíos los que ayudaron a financiar el viaje de Colón,9 que por cierto es el joven genovés al que el ermitaño está relatando esa historia, y que raptado por tal revelación decide al final del poema salir en busca de esa tierra prometida, símbolo del paraíso, pues:

"Detrás de esta Atlántida hundida / la virgen de su corazón ha concebido / como parte más allá de un puente, gentil ciudad / como detrás de este cielo, cielos más hermosos; / como detrás de estos astros luminosos, / el tabernáculo de oro del Increado".10
Y más adelante:
"El mar que a vuestros pies duerme y sueña / ¿no os trae de otras playas la armonía? ¿no os acerca el aire perfumes del paraíso / y plañideros suspiros de una sirena, / que busca de otros brazos la cadena, muriendo de amor en su añorado corazón?".11

Y así, impelido por un furor divino y con el soporte de la corona de Isabel y Fernando, Colón decide franquear las columnas que Hércules había plantado en su día marcando un límite para proteger a la cultura que hizo renacer, pero que ahora debía volver a regenerarse. En el Renacimiento nuestra civilización vive momentos esplendorosos y al mismo tiempo agónicos, como los de la Atlántida en sus postrimerías, que se han ido acrecentando a pasos agigantados hasta nuestros días, donde el fin de un mundo se respira por doquier. Pero el "descubrimiento" de América significó la revivificación del "Paraíso aquí y ahora", el símbolo de esa realidad invisible pero real representada por aquel continente virgen repleto de riquezas y maravillas. Además, para el que tuviera ojos para ver y oídos para oír, los símbolos universales y la identidad de las tradiciones se puso muy al descubierto desde entonces hasta el cielo de hoy, donde todavía es posible revivir en propia carne con el soporte de la Ciencia Sagrada la utopía de la isla invisible del Pensamiento.

En Barcelona hay numerosos rastros del héroe fundador, que finalmente regresó a las lomas de Montjuïc para cumplir su promesa de levantar la ciudad que aún hoy palpita. Fuentes y monumentos lo recuerdan, como una estatua ubicada en el Paseo de San Juan, donde se lo figura con sus atributos. Y a poca distancia, en esta misma calle, se erige otra escultura en memoria de Jacint Verdaguer, cuya columna está rodeada con escenas de La Atlántida. Ah, y Colón no deja de señalar con su dedo que el Paraíso se alberga en la ínsula mítica, símbolo del centro del mundo, un estado de la conciencia que el ser humano puede conquistar plenamente en su corazón.

Continuación

NOTAS
* Publicado en SYMBOLOS Nº 31-32 (Barcelona 2007). Nº doble monográfico dedicado a "HISTORIA Y GEOGRAFIA SAGRADA".
1

De hecho la función del símbolo es la de ser el mediador, el puente entre la orilla conocida y la desconocida u olvidada que hay que rememorar y vivenciar.

2

Al lugar se lo conoce popularmente como "La Font del Gat".

3

Es la víctima escogida principalmente en los ritos dionisíacos. Simboliza la energía sexual, la posesión de energías exacerbantes, la atracción, las pasiones, las energías ocultas, etc., y también lo hediondo, la sobreexcitación, la ignorancia y la estupidez. Es precisamente su carácter transgresor el que le posibilita acceder a otros estados superiores y relacionarlo entonces con la fuerza del Eros, del fuego purificador, de la virilidad y la fecundación espiritual. Paradójicamente es una entidad protectora, pues atrae todas las influencias negativas, que con su fuego interno son transmutadas y sutilizadas. Otra faceta del alma que hay que reconocer, domar y traspasar.

4

En la isla, hay otros espacios dedicados a las artes escénicas, como el "Teatre Lliure", con varias salas que ocupan el antiguo palacio de Agricultura construido a raíz de la Exposición Universal de 1929, y que también es sede de la escuela donde se forman los actores, el "Institut del Teatre". Encontramos además el Palacio de los Deportes, hoy destinado a eventos musicales, y el lugar conocido como "Sot del Migdia", antigua cantera reservada actualmente para la celebración de macroconciertos.

5

"El tamborilero del Bruc".

6

Jacint Verdaguer. L'Atlàntida. Edicions 62, Barcelona, 2003.

7

Dada la importancia de la temática, la revista SYMBOLOS ha dedicado cuatro de sus volúmenes anuales a estos estudios, en particular los números 15-16; 17-18; 19-20 y 21-22.

8

En la Biblia aparece como el primer forjador de metales y conocedor de las artes metalúrgicas, luego de la Alquimia.

9 Ver Federico González, Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo. Editorial Kier, Buenos Aires, 2004, capítulos IX-X. Y: Federico González-Mireia Valls, La Cábala del Renacimiento. Nuevas Aperturas, mtm editor, Barcelona, 2007, capítulo VIII; Zev Ben Shimon Halevi, Adam and the Kabbalistic Tree. Samuel Weiser Inc, New York 1979, pág. 315.
10 L'Atlàntida, op. cit.,  pág. 135.
11

Ibid., pág. 136.



Estudios Generales

Home Page