DE UN 'DOCUMENTO CONFIDENCIAL INEDITO' (y de las 'aporías' de su 'autor')
ANTONELLO BALESTRIERI
IV

En las secciones precedentes de este estudio hemos tratado de individualizar, examinando algunas de sus manifestaciones particularmente significativas, las líneas directrices –si es que así se pueden llamar– a lo largo de las cuales se desarrolla, en el "Documento confidencial inédito", la facultad expresiva de su "autor"; sumariamente, tales líneas se pueden considerar como trazadas por dos características generales, la segunda de las cuales puede ser vista como una consecuencia de la primera: 1º una dificultad connatural para percibir los propósitos más profundos de la obra escrita de René Guénon, que se acompaña de una predisposición esencialmente historicista, generando un conjunto de perplejidades y recelos frente a la obra "global" de este Autor; 2º una tendencia, a la que no se ha resistido lo suficiente, a volver hacia algo ya formalmente conocido (y en consecuencia reductivo respecto a las perspectivas abiertas por los escritos de Guénon), aquello que el "autor" no ha podido impedirse entrever inicialmente en la obra de este último.1 

Lo que seguirá, previamente a la conclusión de nuestro trabajo, estará dirigido tan sólo a examinar otros puntos específicos del "Documento" que tropiezan contra aquello que, de hecho, dice o sugiere la obra de Guénon, pero los lectores perspicaces no tendrán dificultad en constatar cómo, en definitiva, también en estos casos, las consideraciones del "autor" se ordenan siempre, y a veces incluso simultáneamente, según estos dos elementos constantes de razonamiento; por este motivo, de ahora en adelante, no nos tomaremos el trabajo de volver a hacer expresa referencia en cada caso y, alguna que otra vez, dejaremos a quien lee la tarea de hacerlo. 

En el "Documento", a partir de la pág. 14 de nuestra "impresión", se toca un tema que, a nuestro modo de ver, evidencia más que otros esta superficialidad del "autor" (una superficialidad relativa, obviamente; pero que resulta tal sobre todo cuando se la confronta con la profundidad constante y, como hemos visto, no siempre fácilmente reconocible por medio de instrumentos exclusivamente "racionalizantes", de lo expuesto por R. Guénon)2: el intercambio de escritos entre este último y el ambiente de la "Revue Internationale des Sociétés Secrètes", ligados sobre todo a dos argumentos de gran actualidad e importancia, como la cuestión de los "Superiores Incógnitos" y el "affaire" Taxil (que desembocara años después en aquél de la "Élue du Dragon"); ambos argumentos de todas maneras vinculados con la "opinión" negativa que, a partir de fines del siglo XIX, el "gran público" había sido inducido a formarse sobre la Masonería.  

El "autor" aborda ambos temas desde una perspectiva meramente histórica y al final de su desarrollo concluye de un modo que hace comprender claramente cómo no puede dejar de compartir, al fin y al cabo, el parecer de aquellos "muchos admiradores de Guénon" que "en épocas diversas han expresado su sorpresa y su amargura por verle dedicar tanto tiempo y atribuir tanta importancia a polémicas con publicaciones aparentemente tan poco serias y de difusión tan reducida como la 'R.I.S.S.' y 'Atlantis' de Paul Le Cour". Ahora bien, a tal propósito existe un indicio muy claro de que esta es una manera extremadamente reductiva e impropia de representarse las cosas, y este indicio está constituido por el centenar de páginas, de las cuatrocientas que componen su libro, que M.-F. James ha dedicado a los contactos entre René Guénon y la "R.I.S.S.": cerca del 25% del total de la obra; ¡y una buena parte de este 25% está constituida por la elogiosa exhumación de las tesis sostenidas por los colaboradores de esa revista en contra de las argumentaciones de Guénon! Lo cual quiere decir que estas argumentaciones no sólo daban en el blanco, sino también que este blanco era el "punto sensible" de una construcción erigida con esmero y paciencia y que los golpes que Guénon venía asestándole amenazaban con demoler irreparablemente.3 

Con todo eso, independientemente de esta tardía y para nosotros muy significativa reacción al trabajo de rectificación de René Guénon constituida por el libro de M.-F. James (reacción sobre la cual el "autor" –con su verdadero nombre y en otra ocasión– dice no haberse interesado jamás, hasta el punto de no haber examinado siquiera dicho libro), hay un pasaje, en la obra de Guénon, donde se habla de las leyes en base a las cuales se difunden en un determinado ambiente las influencias psíquicas destinadas a implicar, partiendo de puntos definidos, la mayoría de las veces –como aquí– "escamoteados", porciones cada vez más vastas de "opinión"; este pasaje se halla en el actual cap. IV de Iniciación y Realización espiritual ("La costumbre contra la Tradición", págs. 30-32 de la ed. italiana) y pensamos que puede valer la pena citar lo que allí se examina –téngase presente que por ese entonces Guénon estaba en Egipto– sobre la propagación de tales tipos de infecciones a partir de ambientes circunscriptos y "enmascarados" (la adaptación al caso que estamos tratando no será difícil): "En efecto, es el temor a la 'opinión' ajena lo que, más que cualquier otra cosa, permite a la costumbre imponerse y asumir el carácter de una verdadera obsesión; el hombre jamás puede obrar sin motivo, ya sea legítimo o ilegítimo, y cuando, como en este caso, no puede existir algún motivo realmente válido, puesto que se trata de acciones que verdaderamente carecen de todo significado, hace falta que se encuentre alguno en un orden tan vilmente contingente y tan desprovisto de todo alcance efectivo como aquél al que pertenecen estas mismas acciones. Tal vez se objetará que, para que esto sea posible, se requiere que ya se haya formado una opinión sobre las costumbres en cuestión; pero, de hecho es suficiente que estas últimas se hayan radicado en un ambiente muy reducido, y aunque más no sea –en un primer momento– como una simple 'moda', para que este factor pueda entrar en juego; de ahí, las costumbres, habiéndose asentado debido a que ya no se tiene el coraje de abstenerse de observarlas, podrán luego difundirse más y más, y, consiguientemente, lo que antes no era más que la opinión de algunos terminará por devenir lo que se llama la 'opinión pública'" [cursiva nuestra]. "Semejante carácter disolvente de la costumbre puede sobre todo ser directamente constatado hoy día en los países orientales ya que, por lo que respecta al Occidente, hace ya mucho tiempo que ha superado el estadio donde era hasta simplemente concebible todavía que todas las acciones humanas pudieran revestir un carácter tradicional; pero, allí donde la noción de la 'vida ordinaria', entendida en el sentido profano que ya hemos explicado en otra ocasión, todavía no se ha generalizado, de algún modo se puede verificar de hecho cómo una tal noción llega a tomar cuerpo y el papel que juega en ello la substitución de la tradición por la costumbre".4 

Un argumento que en el "Documento" reviste una notable importancia (o que por lo menos se nota que la tiene para su "autor") es el del "misticismo", cosa que ciertamente no nos sorprende; así y todo, no dedicaremos a este tema demasiado espacio, contrariamente a lo que hemos hecho hasta ahora (y todavía haremos) al ocuparnos de la rectificación de las posiciones intelectuales del "autor" mayormente contrastantes con el significado –a nuestro modo de ver– no percibido (o percibido mal) de las exposiciones de René Guénon: toda la obra de este último está para impugnar las interpretaciones vacilantes y... medrosas del "autor" en este terreno. Nos contentaremos con reproducir aquí solamente algunas de sus afirmaciones al respecto y agregaremos una o dos observaciones de nuestra parte, naturalmente siempre deducidas de la doctrina expresada por Guénon. 

Este tema involucra al "autor" con otro personaje a quien se concede abundante espacio en el "Documento" (y este particular podría ofrecer uno de los posibles indicios a quien quisiera, como hemos sugerido, indagar sobre cuál pueda haber sido la progresiva "vía de escape" del "autor" de su entusiástica adhesión inicial a la doctrina implicada en las obras de Guénon); tal personaje, del cual se habla extensamente con simpatía y añoranza, es Georges Thomas, Redactor en jefe del "nuevo" "Voile d'Isis" hasta que las divergencias doctrinales con René Guénon lo indujeron a presentar su renuncia, en concomitancia con el hecho de haberse enterado –debido a la aparición (1931) de El Simbolismo de la Cruz– que este Autor pertenecía al Tasawwuf. El "autor" se detiene a describir las razones de tal alejamiento de Tamos (este era el seudónimo con el cual escribía G. Thomas) del "Voile d'Isis" del siguiente modo, modo que, aun constituyendo una aparente digresión, creemos que vale la pena reproducir porque, a nuestro parecer, es significativo: 

"No hace falta que diga cuánto iba a reforzar esta noticia la desconfianza de Tamos y a mi vez cuánto debía inquietarme. O más bien, sí, hace falta decirlo, pues quienes han descubierto a Guénon hace diez o quince años [es preciso tener presente que el "autor", con toda probabilidad y como ya habíamos dicho, escribía en 1963] puede que tengan alguna dificultad para ponerse en nuestro lugar. Ciertamente no poníamos en duda las nociones de Tradición primordial, de Revelación primitiva, admitíamos que las tradiciones de la antigüedad clásica, como también el Celtismo, habían conservado todas su depósito más o menos completo [?!]; admitíamos que lo mismo sucedía con el Hinduísmo y el Taoísmo; admitíamos muy bien que estas dos últimas tradiciones, en tal o cual campo del conocimiento, habían conservado más que el Cristianismo e inversamente [!!] [...]. Pero el Islam, del cual no sabíamos más que lo que entonces sabía un francés medio, nos parecía, si no una herejía plagiada sobre el Hebraísmo y el Cristianismo, por lo menos un Cristianismo disminuido por la negación de la divinidad de Cristo.5 No hay que olvidar que nuestra convicción sobre la existencia de una tradición primordial nos venía principalmente del estudio de los trabajos de los eruditos cristianos (católicos y protestantes), de los cuales he nombrado algunos al inicio de estas memorias. Ahora bien, estos eruditos tomaban sus elementos de concordancia entre el Cristianismo y las demás tradiciones de todas las religiones del Antiguo e incluso del Nuevo Mundo... salvo del Islam, el cual, a los ojos de estos eruditos, no podía ser sino una herejía más difundida que otras.6 A partir de ese momento, Tamos estimó que no podía seguir colaborando con Guénon [!]. Como redactor en jefe del 'Voile d'Isis', se sentía más o menos responsable de lo que publicaba Guénon [!?]". 

Y si esto no corresponde, junto a lo que ha de seguir, a cuanto hemos dicho –resumidamente– al inicio de esta IV parte... 

Pero volvamos a la cuestión del "misticismo", sin duda igualmente ligada a las valoraciones que accesoriamente acabamos de citar; tras haber hablado de un "primer conflicto entre Guénon y Tamos", referente a la Masonería y su función iniciática hasta entonces no admitida, el "autor" continúa diciendo que al mismo "muy pronto le siguió otro relacionado con una cuestión de carácter más general. Con ocasión de un libro bastante mediocre, Les problèmes de la vie mystique de Roger Bastide, Tamos había escrito un artículo de donde se desprendía que, aun distinguiendo entre formas inferiores y superiores de la mística, identificaba vía mística con realización espiritual. En esto, no hacía más que amoldarse a un uso común a todos los autores occidentales que han tratado sobre los grados de la vía espiritual. 

Guénon protestó nuevamente y, para poner en claro las cosas, escribió un artículo, 'Magia y Misticismo', que hoy constituye el capítulo II de Consideraciones sobre la Iniciación. Este texto que puede comprenderse hoy, al estar incorporado en una obra en la que se halla precedido por un capítulo como 'Vía iniciática y vía mística' y seguido por otros desarrollos, no podía ser comprendido, aislado, del mismo modo.  

Ignorando tranquilamente las distinciones usuales entre las diferentes formas de la mística, Guénon asimilaba lo que él llamaba 'misticismo', y eso englobando bajo este mismo término a todos los 'místicos', a una búsqueda de 'fenómenos' correspondiente a una aspiración análoga a la de los aficionados a la magia. 

Esto pasaba de castaño oscuro. Y esta vez éramos nosotros –quiero decir Tamos y yo y Tamos más que yo– quienes nos veíamos llevados, no sin visos de razón, a acusar a Guénon de partidismo. No quiero entrar aquí en una discusión sobre la posición de Guénon ante el misticismo, proponiéndome dedicarle a este argumento un estudio especial,7 pero ya puede comprenderse el deplorable efecto de este artículo en unos lectores cristianos. Para nosotros [...] este marcado desprecio hacia lo que considerábamos ser los grados más elevados de la condición cristiana, unido a una defensa más o menos implícita de la Masonería anticristiana, difícilmente podía aparecer de otra manera que como un signo de hostilidad de fondo frente al Cristianismo, por lo menos al Cristianismo postmedieval. No faltaban indicios, en el resto de la obra de Guénon, que pudieran hacer pensar que su obra tendiese, si no a 'islamizar Europa' como debía proclamar años más tarde uno de sus admiradores... provisorios [F. Schuon], por lo menos a 'orientalizar el Occidente'" [todas las cursivas son nuestras]. 

En este largo pasaje, que no deja de sonar a nuestros oídos como una verdadera "confesión", están contenidos in nuce los titubeos, las desviaciones mentales y las falsas ilaciones (estas últimas desmentidas, como ya hemos probado, por toda la obra de Guénon) que se hallan en la base del "Documento" así como de todos los trabajos que del mismo han derivado (y que hoy día todavía se multiplican). De cuáles fuesen los verdaderos destinatarios de la revista "Voile d'Isis", y en definitiva de la entera obra de René Guénon tal como éste los concebía y por consiguiente de los verdaderos propósitos de la misma, hablaremos después, tratando de un caso acontecido más tarde y sobre el cual el "autor" se explayará extensamente; en lo que respecta a las recriminaciones sobre el "misticismo" (por lo demás, harto reveladoras del nivel en el que se atascaba la comprensión intelectual del "autor"), nos ceñiremos, como habíamos anticipado, a formular tan sólo dos observaciones. 

La primera es que el sorprendido asombro manifestado por ambos protagonistas del referido episodio indica que éstos, o no sabían leer o se hallaban ellos mismos dominados por un "partidismo", análogo, pero contrario, a aquél del cual el "autor" acusa a Guénon. En el nº 1 del segundo año de la "Gnose" (Enero de 1911), en un Aviso a los lectores que lleva un título de lo más revelador ("Ce que nous ne sommes pas"), Guénon en efecto decía expresamente: "Al inicio de nuestro segundo año, creemos necesario, para alejar todo equívoco del ánimo de nuestros lectores, y para prevenir posibles insinuaciones, decir muy claramente, en pocas palabras, lo que no somos, no queremos ni no podemos ser. [...] Además, no somos ni ocultistas ni místicos, y no queremos tener ni de cerca ni de lejos ninguna relación, de cualquier clase que fuera, con las múltiples agrupaciones que proceden de la especial mentalidad indicada por una u otra de estas denominaciones" [cursiva nuestra]. 

La segunda es que, si bien es cierto, como por lo demás el mismo René Guénon afirma en distintos puntos de su obra, que los frutos del "misticismo" constituyen "los grados más elevados de la condición cristiana" (para adoptar la manera de decir del "autor"), también es incontestable, –siempre y cuando se tenga una agudeza intelectual adecuada y una honestidad de pensamiento correspondiente– que todo ello no le ha evitado al Occidente caer en esa situación8 que el "autor" no podía hacer muestra de desconocer, porque ya se hallaba descripta en Oriente y Occidente en los términos que seguirán, y él afirmará del principio al fin del "Documento" convenir con el aspecto doctrinal puro, pero también cosmológico, de la obra de René Guénon: "[...] la civilización moderna padece de una falta de principios, y ello en todos los campos; por una prodigiosa anomalía, es una civilización, única entre todas, que no tiene principios, o que los tiene sólo negativos, lo cual viene a ser lo mismo. Es como un organismo decapitado que siguiera viviendo una vida intensa y desordenada al mismo tiempo [...] Suprimida la intelectualidad pura, cada dominio contingente y particular viene considerado como independiente; se invaden el uno al otro y todo se mezcla y se confunde en un caos inextricable; las relaciones naturales resultan invertidas, lo que debería estar subordinado se declara autónomo, toda jerarquía viene abolida en nombre de la quimérica igualdad, tanto en el orden mental como en el social; y, como la igualdad es a pesar de todo imposible de hecho, se van creando falsas jerarquías a la cabeza de las cuales se pone no importa qué: ciencia, industria, moral, política o finanzas, a falta de la única cosa a la que puede y debe normalmente corresponder la supremacía, es decir, repetimos, a falta de verdaderos principios". 

Por lo que toca a cuanto acabamos de decir, incluso en lo que respecta a los contenidos de las notas 5 y 6, y que confuta por anticipado las observaciones del "autor" –que referiremos a continuación– tocantes a su nivel de comprensión de la misma obra pública ya escrita por René Guénon hasta ese momento, el redactor del "Documento" opone a Guénon un reproche y una censura que a nuestro criterio requieren una aclaración. 

En la pág. 21 de nuestra "impresión" el "autor" escribe: "[...] aquí debo disipar una ilusión por lo común bastante difundida [evidentemente se refiere a experiencias propias, en conexión con sus relaciones con los ambientes a los cuales el "Documento" estaba destinado]: tras frecuentar a Guénon durante dieciocho meses yo no había aprendido nada más que lo que se hallaba en sus libros. Gonzague Truc –muy justamente– ha dicho de Guénon que su discurso no era sino su obra hablada. Es necesario precisar: su obra ya estaba publicada en el momento en que hablaba. No quiero decir, desde luego, que no fuera nada: su presencia, su palabra, acrecentaban, con un poder de penetración incomparable, su obra escrita. Su presencia y, más todavía que su palabra, sus silencios. Pero, si bien en su proximidad uno se beneficiaba de una mejor comprensión de lo que había escrito, no se aprendía nada 'nuevo'". 

Y en la pág. 26: "No puedo dejar de pensar que buena parte de los desacuerdos [?] se hubieran podido evitar si Guénon se hubiese explicado antes sobre ciertos argumentos, aunque más no fuera en privado y a título confidencial, si es que estimaba que aún no había llegado el momento de su divulgación [!?], en particular sobre la cuestión de la iniciación que presidía –y explicaba– todo el resto".

 
Parte IV (cont.)
 
NOTAS
1 Con respecto a esto se puede entonces decir que, en realidad, incluso en el caso de este "autor", nos hallamos ante una tentativa más o menos voluntaria de "apropiación" (o "parasitismo") de la doctrina expuesta por René Guénon a favor de los prejuicios occidentales que, aun cuando sean "colectivos" en vez de individuales, con todo eso nada tienen que ver con el alcance universal de los principios expuestos por este último. 

Ya hemos aludido anteriormente a esta limitación del "autor" (que pone de manifiesto todo su trabajo "público" llevado a cabo tras la muerte de Guénon), y todavía volveremos sobre el mismo, pero, dado que esto tiene –como es comprensible– un gran peso negativo sobre los lectores, consideramos aquí conveniente llamar un tanto la atención sobre dicho particular. 

2 A propósito de esto citamos aquí un párrafo tomado de una respuesta pública de René Guénon a uno de sus más violentos contradictores (Frank-Duquesne), reproducida ahora en la pág. 218 de Comptes Rendus, respuesta que manifiesta la absoluta independencia de Guénon de cara a cualquier cliché o prejuicio occidental antitradicional: 

"Nosotros entendemos ser el solo árbitro de cuanto tengamos que decir o hacer en cualquier circunstancia, de lo cual no debemos dar cuenta a nadie; no teniendo nada en común con los occidentales modernos, no nos sentimos por cierto obligados a mantener una actitud 'deportiva', tal como [nuestro contradictor] dice en su estilo grotesco; las razones por las que procedemos de tal o cual manera son de nuestra exclusiva incumbencia, por otra parte tales razones no se cuentan entre las que puedan ser comprendidas por el 'público' y no tienen absolutamente nada que ver con las convenciones que pueden tener curso en el mundo profano en general y en el ambiente de los 'hombres de letras' en particular". 

Razones que, por otra parte, ni el "autor" ni otros "hombres de letras" no distantes del "autor", se hallaban mejor preparados para comprender que el "público" en general... 

3 En las primeras cincuenta de las cien páginas de su libro dedicadas a la "R.I.S.S.", a sus colaboradores y a las relaciones escritas de estos últimos con René Guénon –o mejor, con los aspectos de su función atinentes a la clarificación de la compleja problemática ligada a los verdaderos contenidos iniciáticos de la Masonería– M.-F. James lleva a la práctica un trabajo de contra-información que se espeja de manera análoga en aquel otro que, más recientemente (y más torpemente), ha intentado hacer Perlector en "Charis" (como dijimos en la tercera parte de nuestro estudio sobre las "Nuove tecniche di attacco all'opera di René Guénon") con respecto a los viejos números de las revistas "La Voie" y "Le Voile d'Isis" antes que Guénon se aprestase a enmendar esta última de toda traza de ese ocultismo que era típico en su forma inicial fin de siècle e inicios del siglo XX. 

Apoyándose, larga y extensivamente, sobre todo en los textos de G. Bord y C. Nicoullaud en sus intercambios con Le Liseur y Le Sphynx (nombres con los que R. Guénon firmaba sus colaboraciones para "La France Chrétienne Anti-Maçonnique"; otros escritos suyos de este tipo no llevaban firma) y llegando al punto de aliarse incluso con los más recientes –y a su vez sumamente ambiguos– Pauwels y Bergier de Le Matin des magiciens (!), la autora canadiense se pregunta, con estos últimos, "si los 'Superiores Incógnitos' evocados en los ritos paganos y luciferinos existen realmente" [cursiva nuestra]. Con una notable "doble" sutileza M. -F. James justifica estas "reiteraciones" diciendo: "[...] nos limitaremos a presentar una serie de extractos que juzgamos más reveladores por lo que atañe a las respectivas posiciones de las dos partes en contienda. Si no hemos creído oportuno sintetizar más esta penosa [?] y ardua controversia, es por la simple razón de que la misma constituye un documento único sobre la cuestión de los 'Superiores Incógnitos ', cuestión que Guénon no volverá a tocar de manera tan explícita en la prosecución de su obra, pero que no obstante constituye uno de sus ejes esenciales". 

Mas, teniendo presente lo que el mismo "autor" no puede dispensarse de decir, bien que a regañadientes, al respecto en su "Documento" ("puedo asegurar que por lo menos en lo que se refiere [a la 'R.I.S.S.'], Guénon la consideraba como un 'nido de brujos' y una manifestación de un grupo que continuaba ese culto al 'dios de la cabeza de asno' al que alude en su artículo sobre Sheth"), no se puede dejar de caer en la cuenta de cual pueda ser el efecto negativo de un "desenterramiento" como el que aparece en el libro de la autora canadiense; exhumación que tiende –como mínimo– a reponer en vigencia, en lo posible, al menos una parte de la atmósfera de hostilidad y de recelo frente a la Masonería, generada por el "caso Taxil", que había sido disipada precisamente por los estudios de Guénon de esa época. Y pensar que en uno de los pocos pasajes sensatos del "Documento" el "autor" no pudo dejar de reconocer –con un resto de su inicial honestidad– que "Es innegable que las 'revelaciones' Taxil-Bataille contribuyeron en buena medida a fijar en la mente de muchos católicos la idea de que la Masonería es esencialmente satánica, que no sólo es a-religiosa o anti-religiosa, sino más bien una contra-Iglesia con 'sacramentos infernales'. Por otra parte, la confesión que Taxil hizo de la propia mistificación, arrojó el ridículo sobre numerosos miembros del bajo y alto clero que habían garantizado dichas revelaciones, y esto fue explotado como prueba de la estupidez y credulidad de los católicos". 

A partir de estas acaso demasiado breves observaciones (tal aspecto de la cuestión ciertamente merecería ser ahondado de manera más adecuada) se puede deducir qué corriente infecta circula entre los capítulos de Esotérisme et Christianisme autour de René Guénon y cómo ha sido extremadamente imprudente de parte del responsable de Arché el incitarnos a encarar resueltamente el examen de semejante libro. 

4 Aun aprovechando la apetitosa ocasión que el asunto de las relaciones Guénon-"R.I.S.S." le ofrecía para volver a propagar las aberraciones intelectuales procedentes de los más que sospechosos colaboradores de este último boletín (contradiciendo, pues, como ya habíamos dicho, la superficial posición del "autor" a este propósito), M.-F. James no puede dejar, en otro punto de su libro, de explotar para sus propias miras denigratorias también esta velada crítica contenida en el "Documento". Así, en la pág. 292 vemos que, pretextando que ocuparse de productos literarios secundarios, como a menudo hacía Guénon (y hemos visto poco ha por qué, según la misma explicación de este último), "significa procurar mucha publicidad ... a trabajos de sobra menores", la escritora canadiense introduce esta nota (148), con la cual pretende elucidar dicha actitud, retomando –aquí– las sospechas del "autor", en contra de toda lógica general de su texto: "A lo que parece, la resolución preconcebida de detenerse sobre una literatura secundaria [une maigre littérature] que por la mayor parte revestía apariencias vagamente filosóficas y teológicas, circunstancia que da fácilmente pie a la acusación y la denigración, deriva en nuestro amigo [con esta curiosa y por cierto psicológicamente calculada expresión la autora canadiense quiere referirse a lo largo de todo su trabajo a... René Guénon] de una opción deliberada, oportuna para alcanzar una ventaja a bajo precio de las ideas y posiciones guénonianas frente a la relatividad de los puntos de vista filosófico y teológico; este último [o sea el teológico] hallándose entonces más o menos mezclado, confuso, asemejado a las corrientes más heteróclitas del bloque 'neoespiritualista', corrientes marginales que habría sido mejor, en cuanto tales y en la misma óptica de Guénon [?!], privar de toda publicidad". 

Por donde la astucia, al querer ir demasiado lejos, deviene amanerado expediente... 

5 No son pocas las ocasiones en que en la obra de Guénon (que por entonces el "autor" "descubría" como adherente al Islam hacía ya varios años) se alude o se trata expresamente de la doctrina de la "divinidad de Cristo"; también esta "duda" se demuestra por lo tanto (como las otras que ya hemos señalado en las secciones precedentes) absolutamente infundada siempre que se sepa coger el verdadero significado de las palabras. Dado que consideramos importante la cuestión, que el "autor" toca aquí con la misma ligereza de sabor "defensorio" que a menudo caracteriza su "Documento", creemos conveniente alegar al menos dos pasajes significativos de René Guénon que prueban cuanto hemos sostenido. 

En La Crisis del Mundo moderno (cap. "El individualismo", pág. 75-76 ed. it.): "En efecto, dado que la religión es precisamente una forma de la tradición, el espíritu antitradicional no puede ser sino antirreligioso; primero éste desvirtúa la religión, y, cuando puede, termina por suprimirla del todo. El Protestantismo, por este aspecto, es ilógico, porque aun esforzándose por 'humanizar' la religión, así y todo deja que todavía permanezca, por lo menos en teoría, ese elemento sobrehumano que es la revelación; no se atreve a llevar la negación hasta su término, pero, entregando tal revelación a todas las discusiones que son el resultado de interpretaciones meramente humanas, de hecho la reduce bien pronto a no contar más nada; y cuando se ven personas que, aun siguiendo diciéndose 'cristianos', ya ni aceptan la divinidad de Cristo, nos está permitido pensar que ellas, tal vez sin sospecharlo siquiera, se encuentran mucho más cercanas a la negación completa que al verdadero Cristianismo" [cursiva nuestra]. 

En Autoridad espiritual y poder temporal, cap. IV, nota 4: "Con este motivo, y en relación a lo que ya hemos indicado al tratar sobre la Esfinge, conviene observar que ella representa a Harmakhis, o Hormakhuti, el 'Señor de los dos horizontes', o sea el principio que une los mundos sensible y suprasensible, terrestre y celeste; esta es una de las razones por la cual, en los primeros tiempos del cristianismo, fue considerada en Egipto un símbolo de Cristo. Otra razón es que la Esfinge, al igual que el Grifo del que habla Dante, es el animal de las dos naturalezas, y a causa de eso representa la unión de las dos naturalezas, divina y humana, en Cristo; se puede todavía encontrar una tercera razón en el aspecto por medio del cual ella simboliza, como hemos dicho, la unión de los dos poderes, espiritual y temporal, sacerdotal y real, en su principio supremo" [cursiva nuestra]. 

– Aprovechamos la ocasión para agregar que la "tercera razón" de este último párrafo es suficiente –de por sí– para dar término a todas las suspicacias promovidas en el ambiente cristiano acerca de la concepción del "Rey del Mundo" expuesta por Guénon, y cuya fuente primera, si recordamos bien, fue Jacques Maritain. 

– De más está decir que los dos pasajes citados aquí, no podían resultarle desconocidos al "autor" en el mismo momento de los sucesos narrados, ya que los libros de donde los sacamos fueron escritos el primero en 1927 y el segundo en 1929, o sea, antes de la partida de René Guénon hacia Egipto.

6 También esta afirmación, que el "autor" manifiesta muy suelto como si fuera algo que cayera de suyo, es susceptible de una observación en cierto modo análoga a la de la nota precedente: en Oriente y Occidente (1924), en el capítulo "Acuerdo y no fusión" (IV de la Segunda parte), Guénon, hablando del "estudio de las doctrinas de Oriente ([...] estudio verdadero y profundo, con todo lo que esto conlleva en cuanto al desarrollo personal de los que se consagran al mismo, y no un estudio exterior y superficial a la manera de los orientalistas)", decía: "De hecho, apoyándose sobre lo que se halla más cercano nacerían otros inconvenientes, que, a pesar de ser de otro carácter de los que apuntábamos poco ha, serían igualmente graves; y quizá no se lograrían tantas ventajas reales como para compensarlos, ya que los occidentales conocen a la civilización islámica casi tan mal como a las civilizaciones más orientales, y sobre todo su parte metafísica, que es precisamente la que nos interesa aquí, se les pasa por alto completamente" [cursiva nuestra]. 

Y esto explica tal vez la expresión despreciativa que el "autor" atribuye a los... "eruditos cristianos", de quienes hace de vocero aquí sin decir una palabra de reprobación. 

7 Estudio que nunca hemos leído, ni sabemos si en definitiva haya sido escrito alguna vez por el "autor", pero que si efectivamente lo hubiera sido, verdaderamente valdría la pena examinar...
8 Situación sobre la que Guénon está poniendo sobre aviso con sus escritos, en caso de que ningún occidental se haya dado cuenta – Esta observación sigue siendo válida aún hoy, cuando un Di Vona tiene la osadía de hablar de un... ¡René Guénon contro l' Occidente!.
 
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