ANALES DEL COLEGIO INVISIBLE
JOSCELYN GODWIN
XIII
El Camino Interior

Un modo de ver al Colegio Invisible consiste en que sus miembros no constituyen una Orden ni una suerte de círculo o conciliábulo en el sentido corriente sino que su "colegialidad" existe en un plano más elevado. No se conocen ni actúan de común acuerdo sino que los une una comunidad espiritual.

Es un hecho evidente que, en las esferas más elevadas de la mística, las experiencias de quienes provienen de diferentes religiones y grupos étnicos tienden a confluir, por ejemplo, en una autoidentificación con la Divinidad, y en una inexpresable certidumbre que trasciende las imágenes y palabras que aquí abajo ofician de barreras. Puesto que dichas experiencias también trascienden la percepción de tiempo, espacio, y causalidad, tal vez no importe cuándo y dónde vivieron estas personas. No son tanto un grupo que sesiona junto, sino más bien un número de conductos separados, abiertos hacia la Voluntad Divina, que de ese modo realizan necesariamente su labor en la tierra.

No hay garantía de que la "Voluntad Divina" sea única y uniforme para todas las personas y para todos los tiempos. Aparentemente es mucho más probable que se regocije con la variedad y, nos atreveríamos a decir, con el conflicto. Pues no hay nada como el conflicto para concentrar nuestras intenciones y fortalecer nuestra determinación. Es probable que los sabios concuerden de manera sublime en las cortes celestiales, pero son todo menos uniformes en sus personalidades terrenas. Tampoco parecen estar acostumbrados a agruparse, como si hacerlo fuera para ellos casi una pérdida de esfuerzos. Más bien semejan grandes árboles solitarios, de distintas especies, que protegen y albergan individualmente a innumerables criaturas menores, y proveen semillas que pueden llegar a ser tan grandes como ellos o tal vez no.

Un árbol de esos fue Jacob Boehme (1575-1624), el zapatero de Görlitz, quien crea el nexo histórico entre los místicos del Rin (Meister Eckhart, Suso, Tauler, etcétera) y los teósofos de los siglos XVII, XVIII y XIX. Los escritos de Boehme son actualmente de muy difícil lectura, pero el simple hecho de su existencia brilló como un faro a través de las oscuras épocas del "iluminismo" secular. Aquí se trataba de un artesano y padre de familia –no de un pastor, un monje, un cardenal o un aristócrata– que fue elegido para desentrañar misterios profundísimos, y que no vivió la simple creencia conveniente para su posición social sino que vivió la lúcida consciencia de Dios. El ejemplo de Boehme demostró que el Cristianismo podía ser más que ética y Escrituras (aunque él era por demás conocedor de éstas), y más que ritos, esteticismo y sacramentos. Podía ser una realidad interior más real que todo lo existente en el mundo y más preciosa que todo lo que el mundo podía enseñar. Tal como él mismo lo dice refiriéndose a su gran experiencia de 1600: "en ese cuarto de hora vi y aprendí más que si hubiera estudiado muchos años en una universidad... pues percibí y reconocí al Ser de todos los seres".

Lo que más diferencia a la teosofía cristiana de la tradición principalmente católica de la mística es que, como sendero experimental, se dirige tanto al intelecto como a las emociones. No carece de aspecto emotivo y tampoco de su propio erotismo espiritual, pero también penetra en las actividades de la metafísica y la cosmogonía. Tal vez pueda ser innecesario saber cómo funcionan las partes del alma y del espíritu humanos, qué hacen las diferentes jerarquías angélicas o cuán complicado es el propio ser de Dios. Sin embargo, algunos son naturalmente inquisitivos y no se contentan con que les digan "no te metas en lo que no te importa" y deja estas cuestiones en manos de quienes las entienden. El mensaje de Boehme es este: "Yo las entiendo porque las vi, las sentí y las fui". Si el hombre es capaz de esto, ¿por qué no hemos de utilizar nuestro divino don cognoscitivo en lugar de agazaparnos en una ignorancia disfrazada de humildad?

La Teosofía lleva el principio protestante a su conclusión suprema. El "sacerdocio de todo creyente" y el derecho a indagar en las Escrituras se elevan desde el sermón y el estudio bíblico hasta trascendentales experiencias e iluminaciones. Tampoco faltan teósofos católicos, como Louis-Claude de Saint-Martin o Franz von Baader, quienes cansados por igual de la complacencia y flojera en la que su religión se había hundido, tomaron a Boehme como su maestro.

El aspecto intelectual de la teosofía apunta a más que a satisfacer meramente la curiosidad: es una Gnosis, o sea, la integración consciente del ser humano con su propia naturaleza trascendente. Fiel al principio hermético ("como es arriba, es abajo"), el Dios que Boehme descubre es también él mismo que se descubre como ser divino. Su Dios es un proceso angustioso y dinámico en el que el Inmanifiesto se da a conocer a sí mismo. Las siete cualidades que este proceso engendra generan el cosmos con todas sus variedades y su evolución cíclica e igualmente agonística. Por consiguiente, las contradicciones y los conflictos que bien conocemos tienen sus raíces no sólo en la rebelión de Lucifer y en la Caída del Hombre, sino también en el ser mismo de Dios. Participamos en el proceso como individuos, como raza humana y como Naturaleza. "Efectivamente, Dios se halla tan cerca de ti que el nacimiento de la Sagrada Trinidad se efectúa u opera incluso en tu corazón, sí, las tres Personas en total se generan en tu corazón, incluso Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo" (Aurora 103). "De manera que cada uno llega a ser un Cristo (o un Ungido) a partir de esta deificada raíz que se abre dentro de su propia alma" (Jane Leade).

La ortodoxia evita con razón estas expresiones por el daño que pueden causar a las almas débiles y sugestionables. Pero así como todos los sabios se encuentran en la cima de la montaña, de igual manera esas expresiones son el lugar en el que, como Boehme lo sabía bien, se encuentran conjuntamente el Cristianismo y la Kabbalah, el Hermetismo y la Alquimia, a los que podemos sumar el Sufismo, el Hinduismo de los Upanishads y el Budismo Mahayana. 

El físico Basarab Nicolescu también ha demostrado el paralelismo que existe entre el sistema de Boehme y la física post-cuántica. No le parece inconcebible que el ojo espiritual pueda revelar verdades fundamentales sobre la naturaleza de las cosas, que los científicos aún están descubriendo de manera más torpe y unidimensional. Nicolescu ha reclamado en voz alta y con claridad que se reconozcan los valores metafísicos producidos por la teosofía y la física moderna, junto con una ciencia ética y una nueva Filosofía de la Naturaleza. La Naturaleza de los teósofos no es un impulso automático ni ciegamente evolutivo sino un ser consciente y, lo que resulta bastante extraño, una parte del hombre, de la cual él es responsable.

Los principios en juego en la cosmología de Boehme, al igual que en la física, son pocos y fijos, y presentan números simples. Pero el modo con que operan aquí abajo no ha sido determinado aún, y tampoco lo es el destino de este particular experimento humano y natural. El hecho es que la ciencia acaba de poner las potenciales herramientas de destrucción y transmutación en manos de seres luciferinamente ignorantes. ¿Hay alguna posibilidad de iluminarlos o ésta será otra creación que fracasará? El científico consciente tiene que ser pesimista, pero el teósofo sabe que, cualquiera que sea el destino de este planeta, el individuo aún tiene la posibilidad de lograr en esta vida lo que Boehme llama el "nuevo nacimiento".

Los seguidores de Boehme en Alemania y Holanda, Francia, Inglaterra y Pensilvania son un brillante hilo de la Gnosis que atraviesa el desolado paisaje religioso de principios de la historia moderna. Algunos de ellos son solitarios, como Saint-Martin, mientras otros formaron estrechos círculos, como el de John Pordage y Jane Leade en Londres. Johann Georg Gichtel, de Amsterdam, que fue uno de los más creativos exégetas de Boehme, congregó una "Sociedad de los Treinta", dispersa en varias ciudades. Todos los nombrados no fueron meros estudiantes sino que lograron sus propias experiencias teosóficas que les confirmaron las de Boehme. Otra modalidad fue la de la comunidad cuasi monástica de Conrad Beissel, quien llegó al Nuevo Mundo en 1720 y cuyos bellos y austeros edificios aún están en pie en Ephrata, Pensilvania.

En principio, el camino del teósofo cristiano es un sendero estrictamente interior, sin necesidad de que otros lo sepan. No hay relatos sobre cuántas almas sinceras lo recorrieron con o sin la ayuda de Jacob Boehme. Sin embargo, es dable preguntarse hasta dónde el otro tópico de este ensayo –la Alquimia– es también un sendero interior.

En muchos aspectos, la Alquimia y la Teosofía son paralelas, si es que no son idénticas en su intención; pero su vocabulario imaginal es diferente. La teosofía cristiana espera, y recibe, experiencias en el mundo imaginal que se revisten de figuras bíblicas y símbolos: la Trinidad, Lucifer, Cristo, la Virgen Sophía, etcétera. Los dramatis personae de la alquimia consisten más bien en metales y minerales (Mercurio, Azufre, Sal, Magnesio, Antimonio, Plata, Oro, etcétera), una colección de animales y aves (Dragón, León, Sapo, Aguila, Pelícano, Pavo Real, etcétera) y una cantidad de figuras de la mitología clásica (los siete dioses y diosas planetarios, más Hércules, Atalanta, Osiris, etcétera). Con seguridad, en la alquimia hubo "vestimentas" cristianas (y judías e islámicas), tal como la teosofía de Boehme tiene una "vestimenta" alquímica, pero sus principios y metas fueron establecidos independientemente de Moisés y antes de Cristo.

La literatura alquímica se propone enseñar cómo hay que trabajar las sustancias físicas, y un primer nivel interpretativo de sus símbolos constituye un código precientífico de procedimientos químicos. Los historiadores de la ciencia mostraron que los textos alquímicos enseñan cómo hay que operar, por ejemplo, para extraer oro de minerales compuestos valiéndose del antimonio. Pero especialmente desde 1600, en coincidencia con la teosofía de Boehme y movimientos afines, aparentemente los textos alquímicos se volvieron cada vez menos químicos. Autores como Heinrich Khunrath, Cesare della Riviera y Thomas Vaughan están claramente menos interesados en el trabajo de laboratorio que en una alquimia espiritual.

El principio de la alquimia espiritual consiste en que las sustancias representan elementos existentes en el hombre y en el mundo espiritual, y los procedimientos tienen lugar dentro de su alma. He aquí algunos ejemplos: el alambique o el crisol es el complejo psicofísico humano, y el laboratorio es el mundus imaginalis, el universo real, pero que no es físico, en el que tienen lugar las transmutaciones espirituales. El fuego es el esfuerzo interior y deliberado que se efectúa durante la meditación, el cual puede llegar a inducir una sensación de calor, y su regulación se realiza mediante control de la respiración, como en el yoga. La purificación del material requiere ahora un control más que corriente de la mente (= la "fijación del Mercurio"), pero el trabajo real de transmutación ocurre tan sólo entonces. Se corre un verdadero peligro: que el recipiente estalle presumiblemente por agotamiento físico o nervioso. El operador afronta en cada etapa fuerzas opuestas que debe dominar o de lo contrario ha de retroceder, e intentarlo de nuevo. Igual que en el cosmos de Boehme, estos son seres reales que procuran apartarlo de su meta; y al mismo tiempo forman parte de él mismo. Es necesario hacer heroicos esfuerzos y vencer múltiples temores para mantener "intacta" nuestra materia a lo largo de la obra, o sea, persistir en esta búsqueda interior, la cual pone al buscador en situaciones absolutamente inimaginables para un extraño. El oro que queda finalmente en el crisol es el Ser del héroe totalmente transformado que libró la batalla y ganó. Es también la Panacea Universal porque es la cura de todos los males que son producto de la mortalidad. Para quien en su corazón (para citar a Boehme) "ha operado la Sagrada Trinidad", la muerte no puede ser otra cosa que un accidente químico. 

C. G. Jung contribuyó revalidando la alquimia ante el público ilustrado y la libró de ser una nota a pie de página en la historia de la química. Sin interesarse en la alquimia operativa, mostró cómo podía interpretarse que los procesos descriptos tenían lugar –de manera simultánea o exclusiva– en la psiqué o alma. Sin embargo, la "integración de la personalidad" según Jung, apenas parece equivaler a la pasmosa meta anteriormente descripta, aunque podría tratarse de un sabio requisito previo.

Casi simultáneamente con el estudio de Jung sobre la alquimia, surgió una protesta contra la tendencia demasiado "internalizante". Los escritos del misterioso Fulcanelli fueron el origen de esto, aunque nadie sabe dónde estaba su laboratorio y qué hizo realmente allí, y ni siquiera quién fue él. No obstante, Francia se convirtió en el centro de un nuevo interés por la alquimia operativa.

Después de la segunda guerra mundial, el Frater Albertus (Riedel) y Jean Dubuis, fundador de los Filósofos de la Naturaleza, rompieron con los centenarios hábitos obscurantistas y secretos, y enseñaron los procesos espagíricos en modernos laboratorios. Dejaron de lado el objetivo de transmutar "plomo" en "oro", entendido esto tanto espiritual como materialmente, y fomentaron metas más accesibles, especialmente la preparación de medicamentos. Los nuevos alquimistas trabajan con sustancias físicas, pero con conocimiento de las fuerzas sutiles (planetarias, elementales e incluso angélicas) y el efecto del operador sobre el material. A la inversa, el proceso espagírico se refleja, al estilo de Jung, en el alma del operador.

Aquí no tiene sentido el principio científico universal de que el experimento debe ser repetible: las cosas no funcionarán si la persona carece de la "virtud" requerida. Tampoco existe una rígida división entre el cuerpo y el alma, que se hallan tan estrechamente vinculados por el principio de correspondencia. Es de suma importancia una actitud reverente hacia la Naturaleza. Si existe una vanguardia de la ciencia del futuro –la única clase de ciencia que podemos sustentar– esa vanguardia está aquí.

Quienes proponen diferentes clases de alquimia son psicológicamente distintos entre sí y, como tales, es poco probable que concuerden en sus respectivos métodos. Quienes trabajan con sustancias físicas lo hacen porque esto les cuadra, pero igualmente el proceso de transmutación humana puede avanzar sin el tiempo, el espacio y los gastos de un laboratorio bien equipado. De lo contrario, el pobre Jacob Boehme no habría llegado lejos. Sin embargo, si podemos dar crédito a lo que leemos, ¿no es extraordinario que las recetas químicas del Egipto alejandrino, cuando se las interpreta de un modo trabajan en el laboratorio, y cuando de otro, proporcionan una guía confiable en el sendero teosófico?

Efectivamente, es extraordinario que la mente moderna, tan brillante en física y química, sea tan ignorante en cuanto al mundo interno e imaginal. Casi enternece esta fe como de criaturas en que el mundo material es el único real, y todo el resto sus epifenómenos. Pero, ¿qué ocurriría si invirtiéramos las cosas y sugiriéramos que el mundo interno precede al externo? ¿Y que la imaginación, en lugar de seguir a un suceso, lo precede? ¿Y que vemos las estrellas por la sola razón de que en ese momento compartimos su creación perpetua? Entonces, los estados mentales e imaginales serían los que tendrían precedencia, seguidos por los procedimientos químicos. Como personas normales subdesarrolladas sólo somos capaces de percibir y vivir en un mundo normal y subdesarrollado, y este es el mundo que la ciencia conoce. Pero aparentemente es probable que una vez que domináramos los estados conscientes supernormales, entonces viviríamos en un mundo supernormal con leyes distintas a las de la física clásica. Esto explicaría las curaciones milagrosas atribuidas a Cristo y otros, y hasta la transformación del plomo en oro. Traducción: Héctor V. Morel


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