SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
  [RENE GUENON]
PSICOLOGIA

Capítulo III
CONCIENCIA, SUBCONSCIENCIA, INCONSCIENCIA
(resumen mecanografiado)

Tras haber mostrado cuál es el objeto de la psicología y cuál es el método que conviene a este objeto, la primera cuestión que conviene tratar es la de la conciencia, ya que la conciencia, cual sea por otra parte la manera en que podamos llegar a definirla, es la forma común de todos los hechos psicológicos, tanto de los hechos emotivos y volitivos como de los hechos propiamente intelectuales.

Antes de nada, como es necesario entenderse sobre el sentido preciso y sobre el alcance exacto de los términos que empleamos, debemos tener cuidado en observar que cuando hablamos de la conciencia en psicología no damos en modo alguna a esta palabra el sentido corriente que tiene en el lenguaje vulgar, o sea la acepción especial de conciencia moral: ésta puede ser considerada a lo sumo como si formase un dominio muy particular en el interior del dominio más amplio de la conciencia psicológica.

No se puede separar ningún pensamiento, ningún sentimiento, ninguna volición de la conciencia: sería lo mismo que hablar de un pensamiento que no fuera pensado, sentimiento no sentido, volición no querida.

La tesis según la cual habría fenómenos psicológicos inconscientes sería pues contradictoria en los propios términos: ¿no es la condición esencial del fenómeno psicológico ser percibido?

Sin embargo, no queremos decir que en todo hecho psicológico esté encerrado este acto de reflexión que consiste en pensar que pensamos, que sentimos, que queremos, pero al menos es cierto que no existe pensamiento, por ejemplo, sin que el ser que piensa sepa, al menos en cierto grado, que piensa.

Por otra parte, el ser del fenómeno mental consiste en ser percibido, sin esto nada lo distinguiría de los otros fenómenos, nada le queda si se le quita esto; así pues, de la misma manera que el fenómeno psicológico no es simple epifenómeno del fenómeno fisiológico, igualmente la conciencia no es un simple epifenómeno del fenómeno fisiológico.

Todo hecho psicológico es consciente e inversamente: ciertos filósofos estaban equivocados al hacer de la conciencia una facultad aparte, que era para ellos, con respecto al fenómeno psicológico, como un ojo que mirara pasar objetos ante él. En realidad, ni la conciencia ni el fenómeno psicológico son inteligibles el uno sin el otro: sin un fenómeno psicológico, la conciencia no es más que una forma vacía, y sin conciencia, el fenómeno no tiene una naturaleza aparte y es imposible distinguirlo de los fenómenos no psicológicos.

Nos queda por establecer con cierto detalle que no existe inconsciente psicológico, aunque esto pueda parecer evidente según lo que ya hemos dicho.

La cuestión puede plantearse así: "A todo lo que es consciente en el grado que sea (ya que tomamos el término de conciencia en su sentido más amplio y la conciencia clara y distinta no constituye forzosamente toda la conciencia) se le podrá llamar psicológico", y éste es un punto que nadie discute, pero se podrá decir inversamente que: "Nada de lo que es inconsciente es psicológico" o que "No existe inconsciente psicológico". Todo depende evidentemente del sentido que le demos aquí a la palabra psicológico.

Si se la ve sinónimo de consciente, por definición la cuestión está por ello mismo resuelta o más bien eliminada, y es necesario reconocer que hay en efecto, en casi todas las ramas de la filosofía, cuestiones que existen solo porque están mal planteadas; no obstante es necesario siempre darse cuenta de las razones por las que estas cuestiones han podido plantearse de hecho, y, por otra parte, una asimilación como esta de lo psicológico y lo consciente, si debiera ser puramente verbal, no presentaría gran interés.

En efecto, queda aun por definir claramente la conciencia entendida en su sentido general, después habría que probar que existe el inconsciente, sin el cual el dominio de la psicología comprendería todos los fenómenos posibles y entonces todas las otras ciencias no tendrían su razón de ser, sino como simples ramas de esta psicología (es la cuestión anteriormente planteada bajo esta forma: "¿Hay verdaderamente otros fenómenos además de los fenómenos psicológicos?").

O bien, para descartar esta dificultad, habría que especificar que la psicología estudia no precisamente los fenómenos conscientes, lo que supone que hay inconscientes, sino los fenómenos en tanto que son conscientes, mientras que las otras ciencias estudian los fenómenos (los mismos u otros) bajo otros aspectos o bajo otras modalidades.

Si ahora se admite que la naturaleza de un fenómeno en tanto que fenómeno, en el sentido aparente, y sin preocuparse de lo que puede haber tras esta apariencia, no es en el fondo otra cosa más que el aspecto o el punto de vista bajo el que se le contempla, será legítimo considerar los fenómenos psicológicos, o sea los fenómenos contemplados bajo el punto de vista de la conciencia, como si constituyesen una clase especial de fenómenos o un caso particular de los fenómenos en general, puesto que la conciencia no es, entonces, más que el punto de vista bajo el cual la psicología estudia fenómenos y no algo que se supone que pertenece a ciertos fenómenos con exclusión de otros.

En estas condiciones, no hay pues que presuponer que existen diferentes categorías de fenómenos irreductibles unas a otras, sino únicamente admitir (lo que no implica ninguna hipótesis particular) que para estudiar los fenómenos podemos situarnos en un cierto número de puntos de vista diferentes, y son entonces estos puntos de vista los que constituyen para nosotros los objetos de otras tantas ciencias distintas.

La psicología será pues una de estas ciencias, aquella que estudia los fenómenos en tanto que conscientes, o sea desde el punto de vista de la conciencia.

Se llamará psicológicos a los fenómenos que son susceptibles de ser contemplados de esta manera y en tanto que los contemplemos efectivamente así.

Sin juzgar nada de antemano en cuanto a la naturaleza de la conciencia, estas explicaciones, precisando la manera en que debe ser comprendido el objeto de la psicología, hacen todavía más evidente la afirmación de que no puede haber inconsciente psicológico; sin embargo, de hecho, ciertos psicólogos han admitido este inconsciente: estamos seguros de que esto no puede ser más que una ilusión, pero debemos preguntarnos qué ha podido dar origen a esta ilusión.

Hemos dicho ya que la conciencia clara y distinta no es quizás toda la conciencia y, en efecto, está lejos de encerrar todo lo que los psicólogos que admiten el inconsciente se creen obligados a arrojar en este inconsciente, el cual perderá toda su razón de ser si mostramos que hay de hecho y lógicamente subconsciente.

El subconsciente pertenece también al consciente, aunque esté fuera del dominio de la conciencia clara y distinta: es como una especie de prolongación o extensión de la conciencia, y la demostración de la existencia de este subconsciente hará desvanecer todo argumento en favor del pretendido inconsciente psicológico.

Ante todo, los fenómenos psicológicos que duran muy poco no pueden ser claramente conscientes; cuando estos fenómenos son recubiertos demasiado deprisa por los que les siguen, es fácil explicarse que no pueden ser observados, ni con mayor razón ser rememorados después, al menos en las condiciones de la vida psicológica ordinaria.

Esto basta ya para hacer comprender la existencia de fenómenos psicológicos subconscientes, o sea fenómenos psicológicos conscientes, pero en grado débil y por consiguiente capaces de hacer creer que son inconscientes. Después hay fenómenos que han sido verdaderamente conscientes, que todo el mundo está de acuerdo en contemplar como tales, y de los cuales sin embargo uno no se acuerda.

No basta pues que la memoria no pueda encontrar la huella de un fenómeno para que se tenga derecho a contemplar este fenómeno como si hubiera sido realmente inconsciente.

Cierto número de psicólogos contemporáneos han creído tener razones para admitir en nosotros la existencia de una pluralidad de conciencias: si esto es así, como es verdad que no tenemos claramente conciencia de las conciencias subordinadas a la conciencia central, es evidente que estas comunicaciones no son plenamente conscientes para la conciencia central y que la actividad de las conciencias subordinadas no puede ser más que subconsciente.

Hay que decir por otra parte que esta pluralidad de conciencias no es más que una hipótesis bastante discutible: la verdad es que el yo es bastante más complejo y posee una unidad mucho más relativa que lo que se cree generalmente, pero basta contemplar las prolongaciones de la conciencia normal para dar cuenta de esta complejidad, sin que por ello estas prolongaciones puedan ser consideradas como si constituyesen otras conciencias distintas y más o menos independientes.

Siempre queda pues que estas prolongaciones, cual sea la manera en que se las contemple, forman parte de lo que llamamos el subconsciente.

Pero hay aun otros argumentos más concluyentes a favor de la subconsciencia, y ante todo éste: en lo que respecta al hecho, algunas veces la memoria se hace cargo, por así decir, de la subconsciencia, por ejemplo cuando después de haber escuchado distraídamente dar la hora, se cuenta los toques mediante el recuerdo, o cuando nos damos cuenta de un ruido en el momento que cesa.

No se puede sostener que dos hechos cuyo recuerdo es claramente consciente han sido ellos mismos inconscientes; puesto que estos hechos no han sido claramente conscientes, la denominación de subconsciente es la única que conviene aquí.

El análisis interior nos hace tocar la subconsciencia más de cerca aun: cuando experimentamos una vaga tristeza o una vaga alegría, vemos, reflexionando, que teníamos preocupaciones capaces de inclinar a la tristeza o a la alegría, y que no habíamos aun observado.

La reflexión tiene entonces por efecto aumentar la intensidad de lo que estaba ya en la conciencia, o en otras palabras hacer claramente consciente lo que no era sino subconsciente. Si se considera los hechos llamados de trabajo mental inconsciente es difícil no concluir lo mismo.

Ocurre también que nuestros recuerdos se suceden sin que entre dos anillos de la cadena el pensamiento pueda acordarse de un intermediario consciente: incluso entonces es una suposición gratuita pensar que haya un intermediario puramente fisiológico entre dos fenómenos que son verdaderamente psicológicos, y por otra parte, si se admite que a todo fenómeno fisiológico ha debido corresponder un fenómeno psicológico, no hay razón para contemplar este último como si no hubiera sido consciente al menos débilmente, como tampoco se ve de qué manera lo que pasara fuera de la conciencia pudiese finalmente influir sobre ella.

El fenómeno de la sugestión es también favorable a la subconsciencia, y lo que tiende a probarlo es la inquietud muy consciente del sujeto que se halla impedido de obedecer a la sugestión en el momento señalado de antemano.

Muchos experimentos prueban también que en los seres vivos hay un conocimiento profundo de la organización, conocimiento que no es claramente consciente, pero que no puede estar enteramente fuera de la conciencia ya que cuando él se revela, por ejemplo en ciertos sujetos hipnotizados, y deviene claramente consciente, sería ininteligible decir que la conciencia no encerraba ya lo que se manifiesta ahora.

Finalmente, si no se admite la subconsciencia para explicar la memoria, si se quiere explicarla únicamente mediante un mecanismo fisiológico o por un susodicho inconsciente psicológico, quizás se llegue a explicar la reminiscencia pero no el reconocimiento.

Podríamos citar además muchos otros hechos, como los casos de memoria ancestral, ciertos fenómenos del sueño.

Volvamos ahora a las razones de orden teórico y racional que demuestran rigurosamente la imposibilidad del inconsciente psicológico:

1. Como hemos dicho desde el comienzo, el inconsciente psicológico es verdaderamente impensable y contradictorio; ahora bien, la lógica prohibe hablar de cosas de las que no se puede incluso ni pensar y lo que implica contradicción no puede ser más que una imposibilidad.

2. Se han apoyado con razón o sin ella en Leibniz para defender el inconsciente psicológico en nombre del principio de continuidad. Según este principio, por ejemplo, cuando se cesa de tener conciencia de manera clara y distinta de escuchar el sonido de la campana que se va desvaneciendo, se cesaría completamente de tener conciencia, pero sin embargo la sensación duraría todavía aunque inconsciente y le sería imposible pasar bruscamente a 0, ya que habría entonces discontinuidad en su decrecimiento. Este argumento no es sino engañoso: ante todo, habría que poner muchos reparos al valor del principio de continuidad, que está lejos de ser tan universalmente aplicable como hubiera querido Leibniz y que, bajo la forma en que éste lo enunciaba, lleva incluso a consecuencias completamente ilógicas. Sin duda hay en la naturaleza cosas que son continuas, el espacio y el tiempo, pero la continuidad no es una propiedad común a todo lo que existe: así el número es discontinuo.

La observación muestra también que en los hechos psicológicos existe lo discontinuo; así es en lo que concierne a la pretendida intensidad de las sensaciones. Pero sigamos adelante. Podría ser muy bien que en un cierto momento la impresión producida por el excitante exterior fuese tan débil que no le correspondiera un hecho psicológico por débil que fuese: en este caso no habría, y ello a la vez, ni conciencia, ni sensación, y por consiguiente ni sensación inconsciente.

Pero podemos ir más lejos, la aplicación estricta del principio de continuidad lleva a lo opuesto de la tesis que combatimos: si es imposible en efecto que la sensación pase bruscamente a 0, debe evidentemente ser lo mismo para la conciencia; conciencia y sensación irán ambas decreciendo indefinidamente al mismo tiempo. Desde el momento que se admite que el principio de continuidad es aplicable a todo, deber ser aplicable a la conciencia lo mismo que a la sensación.

3. Los partidarios del inconsciente psicológico invocan también el principio de causalidad, que enuncian bajo esta forma: "Toda parte de una causa debe producir una parte proporcional del efecto que produce la causa total"; por ejemplo si escuchamos el ruido de mil olas debemos escuchar también el rumor de una sola ola e incluso el de cada una de las gotitas de agua que componen esta ola, pero aquí no hay ya conciencia, estas sensaciones son pues sensaciones inconscientes.

A este argumento se ha respondido que puede ser necesaria una cierta cantidad mínima de la causa para producir el efecto que produce esta causa cuando actúa en proporciones más considerables: es posible pues que haga falta el rumor de más de una gotita de agua e incluso de más de una ola para que se produzca una sensación, y entonces no hay motivo para suponer conciencia por debajo del punto en el que la sensación cesa de producirse.

Por lo demás, el principio invocado hace poco, si se quiere aplicarlo rigurosamente, conduce directamente a la teoría que sostenemos; si este principio es verdadero, en efecto hay que decir que si el ruido de mil olas produce un efecto que es una sensación consciente, el ruido de una sola ola debe producir un efecto de la misma naturaleza, o sea igualmente una sensación consciente, aunque lo sea muy poco.

4. Ciertos psicólogos dicen que sensación y conciencia son inversa una de otra, y pretenden por consiguiente que ahí donde la sensación es muy intensa, no hay en absoluto conciencia. Si en lugar de decir simplemente conciencia, dijeran conciencia reflejada o reflexión, se podría darles la razón: por ejemplo aquel que es víctima de un sentimiento muy violento no se juzga a sí mismo, pero sabe aun lo que le pasa.

Si deja de saberlo, si sufre un síncope cuando la emoción es violenta, la conciencia cesa, o casi, pero con ella cesan todas las sensaciones y todos los sentimientos.

En suma, no hay ningún argumento a favor del inconsciente psicológico, que no podamos contemplar más que como una imposibilidad pura y simple, mientras que hay muchos a favor del subconsciente.

Se impone aquí una observación complementaria: la conciencia clara y distinta o la conciencia normal puede ser considerada como si ocupase en cierta manera la región central en el dominio de la conciencia íntegra, y tiene, como hemos dicho, prolongaciones que ocupan el resto de este dominio.

Por lo tanto, es evidente que se puede contemplar prolongaciones extendiéndose en diversos sentidos a partir del centro común al que están ligadas, pero la palabra subconsciencia, por su composición, parece indicar que se trata únicamente de prolongaciones inferiores de la conciencia, y son en efecto éstas a las que se contempla habitualmente bajo este nombre.

Si se admite pues la subconsciencia (y según todo lo que hemos dicho es necesario admitirla), parece que hay motivo también para admitir correlativamente una super-consciencia, o sea un conjunto de prolongaciones superiores de la conciencia, lo cual no hacen en general los psicólogos.

Sin embargo algunos han empleado este término de super-consciencia, pero en un sentido completamente diferente; son los psicólogos que admiten una pluralidad de conciencias y que llaman super-consciencia a la conciencia central por oposición a las conciencias subordinadas: empleado de esta manera, este término no es sino un neologismo inútil, puesto que no designa nada más que la conciencia propiamente dicha.

No sucede lo mismo cuando se opone super-consciencia a subconsciencia, como nosotros lo hacemos, distinguiéndola al mismo tiempo de la conciencia ordinaria, pero como el estudio de lo que puede ser la super-consciencia así entendida se sale [del dominio] de la psicología clásica, no nos es posible insistir más aquí y debemos limitarnos, sobre este punto, a estas pocas indicaciones.   

Traducción: Miguel Angel Aguirre
 
Capítulo IV
LA NATURALEZA DE LA CONCIENCIA
 
Presentación
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