SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

NOTA ACERCA DEL LIBRO LA PALMERA DE DÉBORA
DE MOSHE BEN YA’ACOB CORDOVERO

LUCRECIA HERRERA


Tríptico holandés (fragmento)
“Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como estrellas, por toda la eternidad”. (Dan 12, 3)
No es de extrañar que este librito titulado Tomer Deborah (La Palmera de Débora) escrito por uno de los más profundos exponentes de las enseñanzas del Zohar, Moshe ben Ya’acob Cordovero (RaMaQ), haya tenido una extraordinaria difusión en su día. Autor del célebre y extenso tratado Pardés Rimonim (El jardín de las granadas) que terminó de escribir a los 27 años y su segunda gran obra, el Elimah Rabbati, además de una larga lista de manuscritos y comentarios sobre el Zohar, las grandes cuestiones sobre la Cábala, la Torah y el Talmud, fruto de sus intuiciones y revelaciones, fue considerado uno de los más fecundos y grandes cabalistas de Safed. Infatigable en su labor de escritura y enseñanzas era además juez y dirigía una yéshiva en Safed por la que pasarían varios grandes cabalistas como Eliahu de Vidas, Abraham Galante, Isaac Luria, que “nunca dejó de reclamarlo como su maestro”, Samuel Galico y Rabi Menahem Azariah de Fano quien testimonia que Cordovero:
Era un gran erudito en materia de guemará, pasaba todos los días en la yéshiva para aguzar a los estudiantes, esos retoños de olivo; tenía también un magisterio fijo y ejercía la justicia entre el hombre, su hermano y su vecino.1

El título de este opúsculo ha sido tomado del capítulo 4, 4 del libro de Jueces2 pero el significado exacto del título y su relevancia al tema del libro no es muy claro. Mas veamos, ¿quién era Débora? Esta pregunta nos remite al Antiguo Testamento específicamente a la historia de los Jueces de Israel, donde se dice lo siguiente:

Por aquél entonces, Débora, una profetisa, mujer de Lapidot, era juez en Israel.
Solía instalarse bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraín; y los israelitas acudían donde ella en busca de justicia (Ju 4, 4).

Y continúa:

Débora mandó llamar a Barac, hijo de Abinoán, de Cades de Neftalí, y le dijo:
“¿No te ha dado Yahvé, Dios de Israel, la orden de que reclutes y tomes contigo en el Monte Tabor a diez mil hombres de las tribus de Neftalí y de Zabulón, que yo atraeré hacia ti al torrente Quisón a Sísara, jefe del ejército de Yabín, con sus carros y sus tropas, y los entregaré en tus manos?” Barac le respondió: “Iré a condición de que tú vengas conmigo. Pero, si no me acompañas, no iré, porque no sé en qué día me dará la victoria el Ángel de Yahvé”. “Iré contigo”, dijo ella, “sólo que entonces no será tuya la gloria de la campaña que vas a emprender, porque Yahvé entregará a Sísara en manos de una mujer”. Débora se puso en marcha con Barac hacia Cades. Y Barac convocó en Cades a los de Zabulón y Neftalí. Subieron tras él diez mil hombres, y Débora subió con él (Ju 4, 4).

Recordemos que en aquel entonces los israelitas conformaban distintas tribus de pueblos nómades que habitaban el desierto. Al llegar a la tierra prometida, “volvieron a hacer lo que desagradaba a Yahvé” dando culto a los Baales y a las Aserás, cayendo nuevamente en el olvido de su Dios y de sí mismos. Gobernados y oprimidos por los reyes cananeos clamaban los israelitas a Yahvé.

La mujer a la cual Débora hace mención más arriba es Yael, mujer de Jéber el quenita que “se había separado de la tribu de Caín y del clan de Jobab, el suegro de Moisés; y había plantado su tienda cerca de la Encina de Saananín, cerca de Cades” (Ju 4, 11).

Débora dijo a Barac: “Prepárate, porque éste es el día en que Yahvé ha dispuesto poner a Sísara en tus manos. Ya sabes que Yahvé marcha delante de ti”. Barac bajó del Monte Tabor seguido de diez mil hombres. Yahvé sembró el pánico en Sísara, en todos sus carros y en todo su ejército ante Barac.
Sísara bajó de su carro y huyó a pie. Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jeróset Hagoin. Todo el ejército de Sísara cayó al filo de la espada: no quedó ni uno (Ju 4, 14).
Pero Sísara había huido a pie hacia la tienda de Yael porque reinaba la paz entre Yabín, rey de Jasor, y el clan de Jéber, el quenita. Yael salió al encuentro de Sísara y le dijo: “Entra señor en mi casa. No temas”. Sísara entró en su tienda y lo tapó con un cobertor. Él le dijo: “Por favor dame de beber un poco de agua, que tengo sed”. Ella abrió el odre de la leche, le dio de beber y lo volvió a tapar. Él le dijo: “Quédate a la entrada de la tienda, y si alguno viene y te pregunta a ver si hay alguien aquí, responde que no”. Pero Yael, mujer de Jéber, cogió una clavija de la tienda, tomó el martillo en su mano, se le acercó callando, y le hincó la clavija en la sien hasta clavarla en tierra. Él estaba profundamente dormido, agotado de cansancio; y murió. Cuando llegó Barac persiguiendo a Sísara, Yael salió a su encuentro y le dijo: “Ven que te voy a mostrar al hombre que buscas”. Al entrar donde ella, vio que Sísara yacía muerto con la clavija en la sien (Ju 4, 17).
Después de esta victoria el país quedó tranquilo cuarenta años (Ju 5, 31).

Débora, bajo la palmera. Catedral Basílica
de San Clemente, Tenancingo, México

Como vemos, Débora, no sólo era una profetisa y juez3 sino también guerrera, entendida aquí la guerra como la Gran Guerra o Guerra Santa. Era una mujer de gran sabiduría, discernimiento y receptora de la revelación a quien acudía todo el pueblo a escuchar sus designios. Una de las grandes profetisas del Antiguo Testamento, Débora –como lo fue María, la profetisa, hermana de Aarón (Ex 15, 20)–, solía sentarse bajo la palmera, (del hebreo: tamar, tomer) es decir, el Árbol de la Vida desde donde emitía la palabra revelada, emanada de Yahvé.

Árbol de vida para los que a ella están asidos, felices son los que la abrazan (Pr 3, 18).4

Débora, nombre propio hebreo, quiere decir “abeja”, relacionado etimológicamente con el término dabar (compuesto por las letras daleth, beth, resh) y deriva de la raíz dbr que significa “palabra”, “hablar”, “verbo”, vinculado también con la revelación y la profecía.

El Cántico de Débora y Barac (Ju 5, 1) es una de las piezas poéticas más antiguas de la Biblia y fue compuesta poco después de los acontecimientos narrados más arriba. Aunque no citaremos aquí este poema, pues nos desviaría del tema que aquí nos ocupa, pero sí hacer mención de este potente himno que se presenta como un canto de victoria, lo que vincula el nombre de Débora = “abeja” con la victoria y la riqueza, como recompensa a los valerosos.5

La Palmera de Débora,6 obra escrita por R. M. Cordovero es un tratado de “ética” dedicado a la aplicación de la doctrina cabalística de la imitatio Dei, doctrina basada a la vez en la semejanza del hombre con Dios. Semejanza que puede ser restaurada a través del profundo conocimiento de la esencia de las diez sefiroth, es decir, de las cualidades y atributos de la Divinidad que conforman el Árbol de la Vida y ponen los límites a la Realidad. Pero para lograr esa unión con el Principio de dónde todo emana, y conservar el orden preestablecido por ello es necesario que el obrar del hombre aquí abajo, en la tierra, tienda hacia ciertos principios y cualidades divinas, gobernado por la Luz, ya que “lo que el hombre hace en el mundo inferior tiene sus efectos en el mundo superior”.7

Este breve pero profundo tratado pertenece al mundo de la Cábala “donde las intuiciones tienen su fundamento y principio en ese universo del pensamiento”.8 enraizado en lo más alto y misterioso, desconocido e ilimitado, “Aquello que es Infinito, En Sof, Sin Fin. Pero, ¿cómo es que En Sof, emerge como Dios de la Creación? ¿Cómo es que el mundo finito emerge del Infinito, cómo es que la Perfección produce la imperfección? Los cabalistas responden que es por medio de diez emanaciones divinas, las diez Sefiroth –no nueve ni once, ni más ni menos, sino diez numeraciones, porque así fue decretado en Su divina Sabiduría–, a través de las cuales En Sof se revela”.9

En su Pardés Rimonim R. M. Cordovero lo explica así:

En el principio, En Sof, emanó diez sefirot, que son de su esencia, unidas a ello. Ello y ellas son enteramente uno. No hay cambio o división en el emanador que se justificaría diciendo que ello está dividido en partes en estas varias sefirot. La división y el cambio no es de ello, sólo de las sefirot externas.
Para ayudarte a concebir esto, imagina el agua fluyendo a través de receptáculos de diferentes colores: blanco, rojo, verde y así sucesivamente. Conforme el agua se esparce a través de esos recipientes, ella parece cambiar en los colores de los recipientes, aunque el agua está exenta de todo color. El cambio de color no afecta al agua en sí misma, sólo nuestra percepción del agua cambia. Y así es con las sefirot. Ellas son recipientes, conocidos por ejemplo como, Hesed, Gueburah y Tiferet, cada uno coloreado acorde a su función, blanco, rojo y verde, respectivamente, mientras que la luz del emanador –sus esencias– está en el agua, sin tener color alguno. Esta esencia no cambia; sólo parece cambiar al fluir a través de los recipientes.
Mejor aún, imagina un rayo de luz del sol brillando a través de un vitral de diez colores diferentes. La luz del sol no posee ningún color en absoluto, pero parece cambiar de matiz al pasar a través de los diferentes colores del vidrio. Luz coloreada irradia a través de la ventana. La luz no ha cambiado esencialmente, aunque sí pareciera hacerlo para el espectador. Así mismo, con las sefirot. La luz que se viste a sí misma en el recipiente de las sefirot es la esencia, como el rayo de la luz solar. Esa esencia no cambia de color en absoluto, ni el juicio ni la compasión, ni lo derecho o izquierdo.10

Aun cuando este escrito se considera como un libro de “ética”, como ya dijimos más arriba, no se refiere a la idea de un texto moralista en sí, propio de lo “piadoso y religioso”, que nada tiene que ver con lo sagrado o metafísico, sino más bien con una manera de ser y obrar del cabalista o el iniciado, es decir, “que los ‘actos’ del hombre deben asemejarse, a los ‘actos’ de Dios”.

Dice Charles Mopsik, en la Introducción a su traducción y notas de esta obra:

Lo que se desprende de una lectura atenta es que la palabra “acto” no significa tanto una acción mecánica, sino que designa, en este libro, la totalidad de las disposiciones del hombre, de sus intenciones, de sus pasiones, de sus pensamientos, comprometidos en acciones concretas, sus relaciones con el prójimo y con la divinidad. Muy claramente, poco se trata de lo que comúnmente se llama “una moralidad práctica”, nunca es una codificación de la buena conducta, una mejora de la moral, de lo qué se trata.11

Por otra parte, en el Prólogo a su traducción al castellano de La Palmera de Débora, Núria García i Amat sintetiza la obra de esta manera:

En La Palmera de Débora, el opúsculo que aquí presentamos, Cordovero mostrará y describirá minuciosamente el paralelismo e interacción existentes entre el mundo superior y el mundo inferior. El estudio de las Escrituras dará razón de un orden primordial, perdido a causa del pecado [error] y desobediencia del pueblo de Israel, al que se debe converger de nuevo en aras de un regreso a una edad dorada. En este sentido, conviene señalar que Cordovero hace un uso indirecto de una de las principales fórmulas bíblicas, la de la imagen y la semejanza, que supone una unión indefectible entre ambos mundos. Por otra parte indicar que este regreso a una edad dorada es en efecto un retorno, y en ningún caso la pretensión de alcanzar una situación inexistente en el pasado. La edad de oro, cuyo modelo por excelencia es el mundo paradisíaco, es un retorno salvífico, de restauración (tiqún) con unas claras reminiscencias médicas.12

En otras palabras podríamos decir que en tanto el hombre “caído” no recupere la memoria de quién es, de dónde viene, cuál es su verdadero origen, su verdadera Identidad, jamás podrá efectuar ese retorno salvífico de restauración del hombre y del mundo, esa edad dorada que implica, claro está, toda una transmutación paulatina de su ser. Ya que es por la reminiscencia de su origen divino –cuando habitaba el Paraíso, el Pardés, donde fue creado del polvo de la tierra y recibió el soplo, el hálito vital del verbo insuflado por la divinidad, ‘vistiéndose’ de luz–, que el hombre exiliado de su auténtica morada puede recuperar ese estado de la conciencia de Unidad y el sentido de la eternidad que lo asemejan a su Creador, restaurando en sí ese mundo paradisíaco, esa edad de oro cuando el hombre también conocía la esencia de los nombres, pues era Uno con Dios. Respecto a esto último, Charles Mopsik señala lo siguiente:

En concordancia con la tradición cabalista, Cordovero siempre pensó que el verdadero significado estaba en las palabras, y que cuanto más penetrábamos en las palabras, más significado encontrábamos. Éste surge de las palabras, aunque a veces haya que arrancarlas como el metal del mineral. No tener nada en común con Dios excepto el nombre es tener en común con él lo esencial. En su Pardés Rimonim, R. M. Cordovero dice que es la Chekhina, la presencia divina, aspecto femenino de la divinidad, a quién se le llama “nombre”. En esto él no hace más que retomar el Zohar.13 El nombre es, pues, la dimensión femenina de la divinidad. Quizás porque un nombre, el nombre propio, en primer lugar, se sufre como una marca. En la vida del hombre es su primera pasión. De los demás recibimos un nombre, la pasividad fundacional. Lo que también significa que existimos para ellos. El nombre que recibió el primer hombre, Adán, porque fue tomado de la tierra-adama (Gn 2:7), corresponde al nombre que Adán atribuyó a Dios, según un antiguo midrash: después de haber dado nombre a todos los animales, a las aves y a los ángeles, él “también dio un nombre al Santo, bendito sea, como está escrito:
“Y el nombre que el hombre daría a todo ser viviente será su nombre (Gn 2:19). Él le llamó YHVH”.14

Interesantísimo tema que R. M. Cordovero desarrolla en su extenso tratado Pardés Rimonin. Como vemos en su Introducción a esta obra, Charles Mopsik abre espacios para penetrar el significado de ciertas cuestiones, como la de los nombres, que muchas veces se nos escapan por su profundidad.

Y continúa diciendo Mopsik:

La primera afección que padeció la divinidad fue su nombre. Esta pasividad inicial fue entendida por los cabalistas como la dimensión más cercana de lo divino y la más sujeta a las acciones de los hombres, su aspecto femenino, la Chekhina. Teniendo un nombre, Dios no es un acto puro, un motor inmóvil que mueve todo inexorablemente, sino que “simpatiza” (en el sentido etimológico: experimentar una pasión con, compartir, concordar). Mientras el Dios de los filósofos aparece apático e impasible (sin pasión), el Dios de los cabalistas es “simpático”.15

Simpatía que se destaca con razón en La Palmera de Débora desde el primer párrafo donde R. M. Cordovero señala que los “actos” del hombre deben asemejarse [ritmarse] a las “actos” de Dios. Dice:

El hombre tiene el deber de imitar a su Creador, pues fue hecho a su semejanza (Gen I, 26) según el secreto de la Suprema Forma. Y la imagen y semejanza con el Supremo consiste ante todo en los hechos, pues si la semejanza humana se limita a la apariencia corporal y prescinde de los hechos ultraja a la suprema Forma.16

Apunta García i Amat en la introducción a su traducción a este tratado,

Si bien es cierto que la acción del hombre, y en particular la del judío piadoso, es parangonada con la actuación que de Dios se describe en la letra santa, la acción del hombre no es en modo alguno una acción identificable con la de la divinidad, sino que su obrar se debe a un orden establecido por Dios y, en consecuencia, al cumplimiento de la ley, que constituye la auténtica esencia no sólo del judaísmo más ortodoxo, sino también de todas sus expresiones místicas o esotéricas.17

Se refiere aquí a los mitzvot (mandamientos), que al ser debidamente cumplidos dan cabida a la restauración de la armonía primordial, a la armonía de las sefiroth divinas.

“Pero es importante señalar –continúa diciendo esta traductora– que para R. M. Cordovero, como para todos los cabalistas”,

El obrar del hombre es metafísicamente efectivo; lo que el hombre hace en el mundo inferior tiene sus efectos en el mundo superior, y ambos mundos, en tanto que mundos de la divinidad, están caracterizados por su Providencia. (...) el buen obrar del pueblo elegido tiene unos efectos cósmicos cuya consecuencia es la preservación del orden preestablecido por la divinidad.18

A lo que agrega:

Los atributos de la divinidad, las sefirot, son los instrumentos (Kelim) mediante los que Dios pone límites a la realidad, pero estos límites conformadores de realidad no aseguran por sí mismos la subsistencia del mundo, sino que es su reflejo material, el mundo inferior o creado, el que se erige como reclamo último al que la divinidad responde concediendo el flujo vital que permite su subsistencia. (...)
Malkut, la última de las sefirot, constituye el manantial del que fluye el mundo inferior; pero este manantial para seguir siendo tal, no puede dejar de recibir el flujo procedente de su origen, la sefirah superior o Kether, flujo que es mediado por las restantes sefirot.19

Pero veamos lo que nos dice R. M. Cordovero respecto a las Cualidades de las sefiroth20 y de este flujo continuo; citaremos solamente algunos párrafos que sintetizan su pensamiento, dada su extensión. Con una lectura atenta iremos viendo como este sabio cabalista va haciendo constantes analogías entre el mundo superior y el inferior, entre las cualidades de las sefiroth y el comportamiento del hombre, a veces con ejemplos inesperados, pero si ponemos atención y aplicamos la paciencia y releemos aquello que a la primera no comprendemos se nos irá aclarando, tornándose inteligible aunque hay cuestiones que superan las dimensiones de nuestro entendimiento.


Árbol de la Vida y las diez sefiroth

En el Capítulo II, Cualidades de Kether, él señala que:

Según el secreto de la Suprema Corona es propio del hombre asemejarse a su Creador y tender hacia las principales cualidades de la sagrada Providencia.
Primera Cualidad: el atributo de humildad. Esta cualidad incluye todas las cualidades, por ello pertenece a la Corona que es el atributo más alto, [Kether].21
No aumenta ni es exaltada con el ascenso sino que, por el contrario, desciende en todo momento.
Por medio de la humildad descubre el hombre que no hay nada de valor en él. (...) Por ello, al esforzarse en adquirir esta cualidad, el resto de las cualidades buenas le seguirán como a una estela. Por la primera cualidad de la Corona se considera a sí mismo como nada frente al Uno de quien emana.
Por ello todo hombre debe considerarse a sí mismo como nada y entender que su anterior no-existencia es mejor que su propia existencia.
Ahora mostraré la manera por la que el hombre puede acostumbrarse a estas cosas poco a poco, de modo que pueda curarse de la enfermedad del orgullo y pueda traspasar las puertas de la humildad. El remedio se compone de un ungüento de tres bálsamos. El primero consiste en huir de los honores en la medida de lo posible, a fin de impedir que tales honores alimenten su orgullo y su naturaleza halle satisfacción en ellos, cosa esta de difícil cura.
El segundo consiste en amaestrar sus pensamientos y estimar sus propios méritos…
El tercero consiste en reflexionar constantemente sobre sus propios pecados [errores], persiguiendo la pureza a través del reproche y el sufrimiento…
De estos tres ingredientes debe elaborarse el ungüento para el corazón, acostumbrándolo a él por todos los días de su vida. He encontrado aún otra medicina que también resulta adecuada, aunque no es tan vigorosa como la anterior. Consiste ésta en que el hombre se habitúe a hacer dos cosas: en primer lugar, honrar a todas las criaturas, pues en ellas está comprendida la excelencia de la naturaleza del Creador, que creó al hombre con Sabiduría, y obrando así con todas las criaturas, la Sabiduría del Creador está con él.
En segundo lugar, conviene que el hombre lleve grabado en su corazón el amor hacia los demás hombres, mostrándose amoroso incluso con el malvado, como si todos los hombres fuesen sus hermanos, manteniendo esa llama hasta que el amor hacia el prójimo quede firmemente establecido en su corazón.
¿Y cómo puede llegar a sentir amor hacia ellos? Llevando en su pensamiento sus buenas cualidades, omitiendo sus defectos, negándose a incidir sobre sus faltas y centrándose únicamente en sus buenas cualidades.

En el Capítulo III, Cualidades de Hokhmah se pregunta:

¿Cómo puede ser adiestrado un hombre para poseer el atributo de la Sabiduría?
Debes saber que la Sabiduría tiene dos caras. La cara superior está vuelta hacia la Corona, aunque no la mira fijamente, sino que muestra su faz inclinada recibiendo el influjo de la Corona por arriba. El segundo rostro, más bajo, dirige su rostro hacia abajo para controlar a las sefirot, que reciben la emanación de la Sabiduría. Por esta razón debe el hombre mostrar dos rostros: uno, en la soledad con su Creador, a fin de aumentar la sabiduría que el Santo, Bendito sea, ha vertido en él. Este flujo de la Sabiduría se vierte en cada sefirah según su justa medida, por lo que, necesariamente, la sabiduría es vertida sobre cada hombre según las dimensiones de su entendimiento, procurando no verter más sabiduría de la que el entendimiento del receptor es capaz de recibir a fin de evitar todo daño, pues la sefirah más elevada [Kether] no añade nada a la cantidad determinada por los límites del destinatario.
En efecto, la Sabiduría concede la vida a todo aquello sobre lo que fluye.
Además, la Sabiduría es el padre que creó todas las cosas. Está escrito: “¡Cuán numerosas son tus obras, oh Señor! En tu Sabiduría has creado todas las cosas” [Sal CIV, 24], y todas ellas viven y existen a partir de esa fuente.
Por eso no debe ser despreciada ninguna cosa creada, pues todas ellas fueron creadas en Sabiduría. No debe ser arrancada ninguna cosa que crezca a menos que sea necesario, ni se debe dar muerte a ningún ser viviente a menos que sea necesario. Y aún en caso de necesidad se debe escoger para ellos una muerte digna, valiéndose de un cuchillo que haya sido cuidadosamente examinado; debe mostrarse piedad hacia todas las cosas y no herirlas, pues todas ellas dependen de la Sabiduría, a menos que se trate de hacerlas ascender a un grado más elevado, de vegetal a animal, y de animal a humano; en este caso está permitido desarraigar la planta y matar a la bestia, a fin de extraer lo meritorio de lo demérito.

En el Capítulo IV, el Rabi M. Cordovero trata las Cualidades de Binah y el tema de la Compresión por medio de la cual nos acercamos a Dios, que implica, principalmente, el sincero arrepentimiento.

En el Capítulo V respecto a las Cualidades de Hesed dice que:

La principal vía por la que el hombre puede penetrar en el secreto de la Clemencia [Misericordia] es amando a Dios con un amor perfecto y manteniéndose fiel a su servicio, que no debe ser abandonado por ningún motivo, pues nada es comparable al amor del Bendito Uno.
Cuando decimos: “Y trae frente a nosotros la justicia como la luz, ¡oh Dios Santo!”, queremos decir que esa Belleza, que es igual a la Justicia, debe emerger hacia la luz, que está en el lado Derecho, y entonces será santo y estará alejada de los Poderes.
Todos los actos de pacificación del mundo inferior son semejantes a los actos de benevolencia de los mundos superiores.

Y sobre las Cualidades de Gueburah,

Debes saber que todas las acciones excitadas por la mala inclinación mueven los fuertes poderes de lo alto. Por eso el hombre no debe ser excitado por la mala inclinación, a saber, para no despertar los Poderes. Sabe que el hombre es creado con dos inclinaciones, la buena y la mala; una pertenece a la Clemencia, la otra al Rigor.
Así, en el Zohar, refiriéndose a la primera sección del Génesis, se declara que la buena inclinación fue creada a causa del hombre, y la mala inclinación a causa de su esposa. ¡Mirad cuánta dulzura hay en sus palabras! Observad que la belleza, el atributo misericordioso, se vuelve hacia la derecha y todos sus actos son conforme a la Derecha, es decir, conforme a la buena inclinación. Pero la Hembra pertenece al lado Izquierdo, y sus actos son conforme el Rigor.
Por el contrario, el hombre debe reconducir suavemente la mala inclinación de su esposa para dirigirla hacia los poderes de la dulzura [los poderes de la Derecha], abasteciéndola, por ejemplo, con ropa y con una vivienda. Y debe decir: “Al proveerla de ropa, adorno a la Shekinah”, pues la Shekinah es ornada con la Inteligencia, que es el Poder en el que se incluyen todos los Poderes endulzados por los diversos grados de la misericordia. Por ello todas las necesidades de la casa se cubren por medio de los Tiqunim de la Shekinah, de modo que la Shekinah es endulzada mediante la mala inclinación, que fue creada por la voluntad del Creador sin otro propósito que éste.

El Capítulo VII, nos habla de las Cualidades de Tifereth.

¿Cómo puede ser adiestrado un hombre para poseer el atributo de la Belleza?
Sin duda la cualidad de la Belleza se halla en el estudio de la Torah. Sin embargo, el hombre debe procurar no abandonarse al orgullo a causa de las palabras de la Torah, pues ello causaría un gran mal. En la medida que incrementa su orgullo, el atributo de la Belleza, que es la Torah,22 se eleva y se aleja en lo alto, Dios no lo permita. Pero aquél que se humilla bajo las palabras de la Torah hace descender la Belleza para que vierta su influencia sobre lo que está debajo de ella.

Y en el Capítulo VIII acerca de la Cualidades de Netzah, Hod y Yesod dice:

Por otra parte, todo aquél que estudie la Torah debe estar dispuesto a aprender de todos los hombres, como está escrito: “Aprendí de todo aquél que me enseñó” [Sal CXIX, 99]. La Torah no puede ser convenientemente estudiada a partir de un solo maestro. En consecuencia, todo discípulo debe alcanzar el mérito suficiente para llegar a ser carro para la Paciencia y la Majestad, pues con ello su enseñanza es del Señor, y aquél que enseña la Torah alcanza el grado de Belleza.
Así, cuando se sienta para estudiar, consigue que la Belleza fluya sobre la Paciencia y la Majestad, y entonces se encuentra realmente en el grado que le corresponde.

Y en el Capítulo IX, de las Cualidades de Malkhuth señala que:

En cuarto lugar, debe observar que la falta en sus actos empuja a la Shekinah que está sobre él e impide la unión de amor entre el Rey y la Reina,23 por lo que debe mostrarse temeroso a causar este gran mal. Este género de temor es el que sitúa al hombre en el camino correcto, pues por la perfección de esta cualidad tiene lugar la unión.
Según esto, el hombre se encuentra entre dos hembras, la hembra física de abajo, que recibe de él comida, vestiduras y los derechos conyugales, y la Shekinah superior, a la que bendice al darle lo que le corresponde a la mujer de su pacto. Según esto, la Belleza se sitúa entre las dos hembras: la Madre Altísima, que vierte fuera de ella todo lo que se requiere, y la Madre inferior,24 que recibe de aquélla el alimento, las vestiduras y los derechos conyugales, que son, como es sabido, la clemencia, la justicia y la piedad, por lo que la Shekinah sólo se unirá al hombre siguiendo el modelo de la Suprema Realidad. El hombre sólo puede separarse de su esposa por tres razones: en primer lugar, cuando ella se encuentra en sus periodos de separación, en segundo lugar, durante los días de la semana mientras estudia la Torah y, en tercer lugar, cuando se ausenta de su hogar y se preserva del pecado.
Durante estos periodos de separación, la Shekinah se une a él, se circunscribe a él y no se aleja de él, a fin de que no quede desamparado ni separado, y para que se mantenga siempre como corresponde al hombre perfecto, macho y hembra, por lo que, una vez que la Shekinah se le ha unido, y mientras dure el tiempo de separación, el hombre debe procurar que no se aleje de él. Debe mostrarse industrioso y útil, recitar la oración del viajero y ayunar para la Torah, pues en virtud de ello la Shekinah, que guarda sus caminos, intercederá en todo momento por él, siempre y cuando procure no pecar y estudiar la Torah. Del mismo modo, cuando su esposa se encuentra en los periodos de separación, la Shekinah estará con él si cumple con propiedad las leyes de la separación.

Hay un último Capítulo, el X, titulado “El árbol ascendente” en el que dice:

R. Simón nos dice que en el primer capítulo del Génesis se halla un magnífico consejo de la Torah, a saber, cómo conformar la Suprema Santidad del hombre para que jamás se aleje de la sefirah superior. Para preservar esta unión el hombre debe comportarse de forma adecuada en cada momento, es decir, debe saber cuál es la sefirah que gobierna en cada momento y ligarse a ella, y así, actuando según el atributo gobernante, ejecutará el Tiqún.
Después estudiará la Torah para establecer un tiqún con la Shekinah, pues está escrito: “Te servirán de guía en tu camino, –alejándote del Otro Lado–, y velarán por ti cuando durmieres, y cuando despiertes te hablarán”, y entonces Ella se unirá a Él. La forma de su alma ascenderá al Jardín del Edén, donde la Shekinah se deleita con la compañía del virtuoso, pues por él Su voz es oída en todas partes.
Éste es el ciclo diario del hombre según el ciclo de las sefirot, ciclo que debe seguir para ser gobernado por la Luz Dominante. Este magnífico consejo se encuentra en el primer capítulo del Génesis, y también está compilado en diversos pasajes del Zohar. Sabe que comprendiendo esto, el hombre permanecerá unido para siempre a la santidad, y así la corona de la Shekinah jamás se alejará de su cabeza.

*
*    *

Dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen,
como semejanza nuestra...”
Creó, pues, Dios al ser humano
a imagen suya,
a imagen de Dios lo creó,
macho y hembra los creó (Gn 1, 26-27).25
NOTAS
1 Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006. Versión online: Presencia viva de la Cábala.
2 Todas las citas de Jueces han sido extraídas de la Biblia de Jerusalén. Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1998.
3 “Los jueces, en efecto, son líderes carismáticos que surgen en un momento y circunstancias determinadas del pueblo con una función salvadora, denunciando, salvando o invitando a la esperanza, y abriendo el pueblo al futuro cuando parecía estar abocado a su fin”. Jesús Peláez del Rosal. Los orígenes del pueblo hebreo. Capítulo VI, “Los Profetas”. Ed. El Almendro, Córdoba, 2003.
4 Cita extraída del libro de Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala, op. cit.
5 “Este Cántico celebra una gesta de la guerra santa, en la que Yahvé lucha contra los enemigos de su pueblo y exalta a las tribus que han respondido a la llamada de Débora, e increpa a las que no han acudido al combate”. Biblia de Jerusalén, op. cit.
6 Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora. Traducción al castellano y notas por Núria García i Amat. Ed. Indigo, Barcelona, 1998.
7 Ibid.
8 Moïse Cordovéro. Le Palmier de Débora. Traducción al francés, Introducción y notas por Charles Mopsik. Ed. Verdier, Lagrasse, 1985.
9 Rabbi Moses Cordovero. The Palm Tree of Deborah. Traducción del hebreo al inglés con Introducción y notas por Louis Jacobs. Sepher-Hermon Press, New York, 1974.
10 (Traducción al inglés de Daniel Matt). Cita extraída del libro de Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala, ibid.
11 Charles Mopsik, en la Introducción a su traducción al francés de Moïse Cordovéro. Le Palmier de Débora, op. cit.
12 Núria García i Amat. Prólogo a su traducción al castellano de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
13 Zohar Hadach 118: “Los de arriba (= los ángeles) y los de abajo (=los hombres) son nombrados por la Chekhina a quien se le llama: nombre”. Charles Mopsik, en la Introducción a su traducción al francés de la obra de Moïse Cordovéro. Le Palmier de Débora, ibid.
14 Según un texto hebreo: Avot de rabbi Nathan. Charles Mopsik, en la Introducción a su traducción al francés de Moïse Cordovéro. Le Palmier de Débora, ibid.
15 Charles Mopsik, en la Introducción a su traducción al francés de Moïse Cordovéro. Le Palmier de Débora, ibid.
16 Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora. Traducción al castellano y notas por Núria García i Amat, ibid.
17 Núria García i Amat en el Prólogo a su traducción al castellano de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
18 Ibid.
19 Ibid.
20 Todas las citas relacionadas con las Cualidades de las sefiroth están extraídas de la traducción al castellano por Núria García i Amat de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
21 “Kether es el atributo más elevado, y en él están contenidos potencialmente el resto de los atributos, cuya subsistencia depende, en último término de él. En efecto, Kether, la Corona, constituye la fuente primigenia en la que el Ein Sof ha concentrado su voluntad creadora; en ella se encuentra integrada la totalidad del orden de la creación. Por esta razón, Cordovero afirma acto seguido que su movimiento tan sólo puede ser descendente”. Núria García i Amat en nota a su traducción al castellano de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
22 “La Torah es representada por la sefirah de la Belleza”. Núria García i Amat, en el Prólogo a su Traducción al castellano de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
23 “La unión entre Tiferet y Malkhut, la reunión entre los polos masculino y femenino del mundo sefirótico”. Núria García i Amat, en nota a su traducción de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
24 “La Madre inferior se identifica con la sefirah Malkut, que en este sentido constituye el aspecto inmanente, el aspecto externo de la Shekinah, de la Presencia divina. Frente a este aspecto inmanente se considera el aspecto íntimo, la Shekinah en su esencia trascendente que se corresponde con la sefirah Binah, la Inteligencia divina”. Núria García i Amat, en nota a su traducción al castellano de Moshe ben Ya’acob Cordovero. La Palmera de Débora, ibid.
25 Biblia de Jerusalén, op. cit.
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