SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 

ORÍGENES DEL TEATRO I:
EL QUE PORTA LA MÁSCARA

CARLOS ALCOLEA


Soy el comienzo de todas las cosas, hijo del comienzo,
soy la emanación surgida del dios primordial.
Soy el grande, hijo del grande: mi padre ha meditado mi nombre;
soy el de los infinitos nombres, el multiforme:
mi esencia existe en todos los dioses.1



Dioniso niño sentado en la butaca del centro, semejante a la concha de Venus. Nueva Orangerie. Baco de Troschel, foto de Sophus Williams, 1876.

Si hemos de empezar por el principio, tendremos que retrotraernos a los orígenes del teatro, en torno al siglo VI antes de nuestra era, donde encontramos las primeras obras escritas, coincidiendo con un período de transformaciones considerables entre las que cabe destacar la necesidad de registrar escriturariamente la memoria del mundo –por así decir–, para que no caiga en el olvido. Memoria transferida por los autores clásicos “en un lenguaje donde la realidad concreta de las cosas se entreteje armoniosamente con la poética del mito, la leyenda y el símbolo”2. Y si bien mantener viva dicha memoria justifica la necesidad de su registro, tampoco es menos cierto que constituye “un paso más en el proceso de solidificación que desde los tiempos primordiales ha venido sucediendo en todos los ámbitos de la vida social y espiritual del ser humano”3.

Dicho esto a modo de preámbulo, vamos a centrarnos en “el dios de la Epifanía, el que porta la máscara, el del trueno, ¡Bromio!”4, es decir, la deidad de los Misterios y Ritos y todo el culto sagrado, como una simbólica viva que vehicula “ideas-fuerza y energías capaces de actualizarse por nuestra comprensión”5.

Es importante recordar que la divinidad siempre ha sido, es y será una, se la llame como se la llame y si se la invoca de corazón, sea la lengua que sea que la nombre, esta se revelará. En lo tocante a nuestra decadente civilización occidental, gestada en el seno de la bella Europa, la que fuera seducida y raptada por Zeus transformado en un toro albino, –simbólica animal igualmente vinculada con Dioniso–, la divinidad llega desde Oriente, revelándose como una exhalación e imponiéndose en todo el Mediterráneo en la forma de un ser primigenio:

… el nacido dos veces ya que su madre Sémele, murió antes de darlo a luz y Zeus, su padre, extrajo a Dioniso de su seno, lo cosió a su muslo y oportunamente volvió a nacer, lo cual es el símbolo general de los iniciados por excelencia.6


                       

En el centro, sobre un pedestal, aparece el niño Baco sentado sobre una cuba de vino. Con la derecha sostiene una copa en alto, sobre la cual se arracima el preciado fruto, mientras unos niños recogen por las alturas los frutos de la vida que reparte el dador de bienes. Entre tanto, por debajo un personaje se afana en alcanzar lo que de manera simple poseen los inocentes. Al otro lado, el Agricultor persevera con paciencia en sus labores y recoge el fruto, asido al eje en torno al cual se enrosca el sarmiento.

Por iniciados hemos de entender aquellas individualidades que han hecho “de su vida un sacrificio y una entrega total a la llama del amor, y a los éxtasis y goces de la sublime y fogoza belleza”7, o sea, que arden “por el deseo de la belleza divina y por el entusiasmo del bien”, al decir de Marsilio Ficino en su Comentario al Banquete de Platón, al hilo del furor divino que “eleva a las cosas superiores”. Este “ardor”, este deseo entusiasta no es otra cosa que el fuego mediante el que se opera la transmutación o regeneración. He aquí la impronta del dios-niño, en su concepción y nacimiento, del que dan fe diversas fuentes, entre las cuales proponemos algunos ejemplos y la posibilidad de nuevas aperturas:

Zeus Padre recibió a Dioniso semiformado, del flagrante seno de Sémele, cuando saltaba a través del rayo partero; y lo cosió en su muslo macho, (…) Al sufrir Zeus los dolores del parto, la circunferencia de su muslo se hizo femenina; y en rito sin madre fue dado a luz un niño prematuro, que de un vientre femenino había pasado a uno viril.8


Nacimiento de Baco. Jacob Matham, 1616.

De la Tierra al Cielo, de lo sensible a lo sutil, de un vientre femenino, receptivo, –cual acogedora caverna en el interior de la Tierra–, a uno viril, fecundantemente activo cual rayo celeste, cuyo estallido precede al derramarse las aguas de lo alto. Circunstancia que habla por sí sola acerca de la polaridad masculino-femenino, tierra-cielo, humano-divino que la deidad conjuga en sí misma. De ahí también que los Órficos la consideren como “de dual naturaleza”, confirmando a las claras que es divina y humana. Así lo dice el propio Baco:

Me presento como hijo de Zeus en este país de los tebanos, yo, Dioniso. Aquí me dio a luz un día la hija de Cadmo, Sémele, en un parto provocado por la llama del relámpago. He trocado la figura de dios por la humana, y aquí estoy, (…)9

Este parto “provocado por la llama del relámpago” al que se refiere el dios del éxtasis y la embriaguez clarividente, ¿no coincide con la idea de sacrificio mencionada anteriormente? ¿No oculta un significado semejante al de convertirse uno mismo en ofrenda, entregándose “a la llama del amor”, que también es el Padre Zeus, y “a los éxtasis y goces de la sublime y fogosa belleza” concernientes a Apolo? Esta es precisamente la naturaleza dionisíaca que se quiere resaltar, la que despierta por la participación en los ritos, que pueden incluir o no la ingesta de determinadas sustancias: el vino es la sangre del dios hecho hombre, y simboliza “el conocimiento esotérico, es decir, la doctrina reservada a la élite y que no conviene a todos los hombres, lo mismo que no todos pueden beber el vino impunemente. De eso resulta que el empleo del vino en un rito confiere a éste un carácter claramente iniciático;”10 ingerirlo significa ser uno con eso y sus múltiples facultades y facetas, de ahí que otro de sus nombres sea multiforme, como el actor y los diversos personajes que adopta en la representación.

Walter Otto en su libro Los Dioses de Grecia, nos dice de este dios:

Su espíritu arde con la bebida embriagante que se denominó la sangre de la tierra; sensualidad primitiva, delirio, disolución de la conciencia hasta lo ilimitado sobreviene a los suyos como un huracán; los tesoros de la tierra se abren a los extasiados. También los muertos se reúnen alrededor de Dioniso, vienen con él en la primavera, cuando trae las flores. Amor y frenesí salvajes, estremecimiento frígido y bienaventuranza se hallan lado a lado en su séquito. Todos los primitivos rasgos de la deidad de la tierra se acrecientan en él hasta lo ilimitado, pero también hasta la profundidad del pensamiento. Homero conoce muy bien la admirable figura divina. Denomina al dios el "delirante".11




Ilustración de un antiguo bajorrelieve. Arriba Baco y Ariadna con séquito. Abajo Sileno sobre un asno. Sugiere un escenario con dos niveles, cuyas escenas se desarrollan simultáneamente. Giovanni Battista Franco, 1498-1561.

En el siguiente himno que Homero dedica a la divinidad, se evidencia la imposibilidad de retenerla, es decir, definirla, y por lo tanto tratar de entenderla racionalmente, o analizarla, de acuerdo a los patrones de pensamiento extraídos del muestrario de que dispone el propio analizador, con el que se identifica sin darse cuenta de que repite mecánica y sucesivamente el rol que conforma su propia personalidad, o sea, lo que cree ser.

A Dioniso le son gratas las almas que conciertan con él, ritmándose al punto en una danza maravillosa que lleva al éxtasis frenético, ante el abismo de lo inabarcable, de ahí también los distintos nombres de una entidad que se maneja con total soltura por los tres reinos, Cielo, Tierra e Infierno, que en el fondo le pertenecen, pues son en realidad Uno y Él mismo.

Abundante en recursos, nos deja boquiabiertos con su versatilidad. Si somos tocados por él, ciertamente podemos considerarnos inmensamente afortunados.

En torno a Dioniso, de Sémele gloria hijo,
haré memoria, de cómo apareció junto a la orilla del mar límpido,
sobre un avanzado promontorio, a un joven hombre semejante
en su mocedad; hermosos se mecían sus cabellos
oscuros, y un manto alrededor de sus robustos hombros llevaba,
de color púrpura. Mas presto en su bien trabada nave unos hombres
se presentaron velozmente sobre el vinoso océano, piratas
tirrenos: a estos conducía un aciago destino; ellos, tras verlo,
unos a otros se hicieron señas, y con presteza saltaron, y habiéndolo cogido aprisa
lo sentaron en su nave, llenos de alegría en su corazón.
Es que un hijo de los reyes mimados por Zeus decían que era, y con terribles ataduras querían atarlo.
Pero a este no lo retenían las ataduras, y los lazos de mimbre lejos se le caían
de manos y de pies; él se estaba sentado, sonriendo
con sus ojos oscuros, y el timonel al notarlo,
al punto a sus compañeros increpó y les dijo:
“¡Infelices!, ¿quién es este poderoso dios al que atáis
tras capturarlo? Ni llevarlo puede la nave bien construida.
En efecto, este es Zeus, o Apolo de arco de plata
o Posidón; pues no es a los hombres mortales
semejante, sino a los dioses que olímpicas mansiones poseen.
Mas, ea, abandonémoslo sobre la negra costa
al instante, y no le pongáis encima las manos, no sea que, irritado en lago,
levante espantosos vientos y una gran tempestad.”
Así dijo; y a éste el capitán replicó con odiosas palabras:
“¡Infeliz!, atiende el viento favorable y la vela de la nave conmigo despliega
sosteniendo todos los aparejos; que de este ya se cuidarán por su parte los hombres.
Según espero, hasta Egipto llegará, o hasta Chipre
o los Hiperbóreos, o aún más lejos; pero al fin
nos hablará de sus amigos, de sus posesiones todas
y de sus parientes, pues un dios lo puso a nuestro alcance.”
Tras hablar así el mástil y la vela de la nave izaba.
Un viento sopló en medio de la vela y, a uno y otro lado, de los aparejos
tiraron; mas presto se les iban a aparecer hechos prodigiosos.
Primero a lo largo de la veloz, negra nave, un vino
suave al paladar, fragante, borbotaba; y se alzaba un olor
a ambrosía: de los marineros se apoderó el espanto, de todos al verlo.
Y al punto por el extremo de la vela se descolgó
una vid, de una parte y de otra, y de ella pendían muchos
racimos; en torno al mástil se enroscaba la negra yedra
de flores repleta, y sobre ella brotaba su delicioso fruto;
todos los escálamos tenían coronas. Y ellos, al verlo,
entonces luego ya mandaban al timonel que la nave
a tierra acercase. Pero aquél a la vista de ellos se convirtió dentro de la nave en un león
de terrible y torva mirada; y ellos hacia popa salieron huyendo,
y en torno al timonel, que mantenía un ánimo sereno,
se pusieron aterrados: él, de repente abalanzándose,
al capitán atrapó, y los demás evitando el aciago destino fuera
todos a un tiempo saltaron al mar divino, después que lo hubieron visto,
y en delfines se convirtieron. Del timonel apiadándose
lo detuvo y lo hizo inmensamente afortunado y le dirigió estas palabras:
“Valor, viejo dichoso, que has sido grato a mi ánimo:
yo soy Dioniso altitonante, al que dio a luz
Sémele, hija de Cadmo, en amor a Zeus unida.”
Salud, hijo de Sémele de hermoso rostro: que de ninguna forma es posible
de ti olvidándose componer un dulce canto.12


Plato cerámica griega. Mástil caduceo-parra.

Veamos ahora un himno Órfico que como el anterior, es una invocación potentísima al de los numerosos nombres y otras tantas cualidades, que velan y revelan la naturaleza inaprehensible del dios. Pensemos que cada uno de dichos nombres sintetiza un aspecto, que es símbolo de la totalidad, la que por cierto no es la suma de las partes, como considera la pequeña mentalidad cuantitativa y fragmentaria. En realidad, en la parte está el Todo en potencia, como ilustra la parábola que recogen los Evangelios en Mateo 13:31 acerca del grano de mostaza, al que se lo compara con el reino de los cielos. Pero vayamos sin demora a la invocación:

Invoco al atronador Dioniso, que lanza su ritual grito, primigenio, de dual naturaleza, engendrado tres veces, soberano transportado por los delirios báquicos. Agreste, inefable, obscuro, provisto de dos cuernos, biforme, cubierto de yedra, de faz taurina, belicoso, que se celebra con gritos de júbilo, sagrado; que se complace en la carne cruda, de trienales festividades, adornado con racimos de uva y revestido de tiernas ramas, eubuleo, prudente, engendrado por la secreta unión de Perséfone y Zeus, deidad inmortal. Escucha, afortunado, mi voz, danos tu aprobación, suave y benévolo, con un corazón propicio, acompañado de tus nodrizas de bella cintura.13


Mercurio llevando al niño Baco a las ninfas. En la gruta una mesa preparada para un banquete. Sobre la gruta, en el centro, Apolo conduce el carro solar. Pan toca la siringa en el promontorio izquierdo. Sobre la nube, Venus juega con Cupido. Nicolas Poussin, 1656.

Vamos a detenernos en dos cuestiones que no pasan desapercibidas con respecto a lo que hasta el momento se ha dicho acerca del dios cuyo “modo de ser expresa la unidad paradójica de la vida y de la muerte”14. Cuestiones que resultarán chocantes por contradictorias e irreconciliables, si no nos permitimos hacer nada mas que una lectura rasante y racional, tendente a excluir en lugar de conjugar. En primer lugar, podemos advertir que en el himno se lo considera el “engendrado tres veces”, cuando hasta ahora lo conocíamos como el dos veces nacido; y en segundo lugar, “engendrado por la secreta unión de Perséfone y Zeus”, cuando nos constaba que Sémele era su madre. A decir verdad, ninguna miente: Sémele, hija de Cadmo y Harmonía, representa en la tierra lo que Perséfone en el inframundo, así que ambas uniones con Zeus, Señor del Olimpo, tienen lugar simultáneamente a distinto nivel, de igual manera que ambas divinidades femeninas son una misma entidad, manifestándose también a distinto nivel simultáneamente, en cópula constante con el Cielo. Algo semejante tiene lugar con el dios niño, como lo expresa claramente Orfeo en el siguiente verso: “Uno es Zeus, uno es Hades, uno es Helios, uno Dioniso”15, y también Homero en el Himno que acabamos de ver, cuando dice: “En efecto, este es Zeus, o Apolo de arco de plata o Posidón”, es decir, que como ya se ha dicho reiteradamente, es señor del Cielo, de la Tierra y del Infierno, simultáneamente. Esto mismo nos está dando pistas acerca de que se lo considere el tres veces engendrado. A este respecto, recurriremos de nuevo a las benditas fuentes, de entre las cuales seleccionamos una síntesis que aclara confusiones en relación a la naturaleza ante la que nos hallamos.

… en otra obra llamada precisamente Dioniso Walter Otto se pregunta:

¿Quién es Dioniso? El hijo del éxtasis y del temor, de la furia desatada y de la liberación más dulce, el dios loco cuya aparición provoca el frenesí de los hombres, que ya en su concepción y nacimiento anuncia el carácter misterioso y paradójico de su naturaleza.

Y agrega más adelante:

Así, el dios “nacido dos veces” parece elevarse sobre todo lo humano antes aún de su irrupción en el mundo y de haberse transformado en dios, en el dios del embriagado delirio. Y, sin embargo, al propiciador de placeres le estaban destinados padecimientos y muerte, ¡los padecimientos y la muerte de un dios!

Es importante no confundir esta forma de Dioniso con el Dioniso Zagreo, el que es despedazado por los dioses, tal como Osiris, y tiene que ser reconstruido y vuelto a la vida. Aunque también es cazador como Zagreo, el despedazador de niños y adultos es a la vez cazado, por lo que puede inferirse de este dios y sus atributos la dualidad de su carácter ya que es al mismo tiempo un benefactor y un malvado, conjugándose en él las distintas fuerzas de la energía.
Suele aparecer en forma de niño y tal su nombre Dioniso, el niño dios (o mejor, Dios niño); o tocado con una careta que también representa la dualidad de su condición, divina y humana, signada en las profundidades del pensamiento y en la crueldad como forma de expresión del mal. Es decir, mostrando una dualidad aparentemente irreconciliable capaz de vertebrar cualquier aniquilación.


Baco. Guido Reni, c. 1623 Old Masters Picture Gallery, Dresden, Alemania

Las Ménades, las Ninfas y otras mujeres celestiales o humanas enloquecían con la locura del dios, y como se sabe está directamente emparentado con el mito de Mitra, y en este sentido con el toro. En efecto, en su libro acerca de este dios, Otto agrega:

Pero no es sólo la plenitud vital y fuerza generatriz lo que convierte al toro en una de las formas que adopta Dioniso, sino también su furia, su peligrosidad. Como todas las auténticas manifestaciones del dios, también él pone de manifiesto la naturaleza doble del dispensador de vida y del aniquilador. En él el elemento de la vida se exalta hasta alcanzar la furia y el terror dionisíaco y se descarga en un asalto cuya virulencia supera con creces la rabia de las panteras y linces, los sangrientos favoritos de Dioniso. Ateneo afirma que se ha comparado a Dioniso con el toro debido a la furia que despierta la embriaguez del vino.
Y es precisamente la imagen del toro salvaje, enfurecido, la que tienen ante sus ojos sus adeptos cuando convocan a Dioniso. Las mujeres de la Élide llaman a Dioniso para que llegue "asolador", con la pezuña de toro (τῷ βοέῳ ποδὶ ϑύων), el "Soberano", el "noble toro" (ἂξιε ταῦρε). Y sin duda se refiere a lo mismo Esquilo cuando en los Edonos dice de las orgías tracias que "ciertas pavorosas apariciones atruenan con sus bramidos desde algún lugar en la sombra" (ταυρόφϑογγοι δ᾽ υποµυκῶνται ποϑεν ἐξ ἀφανοῦς φοβεροὶ µῖµοι). También en las Bacantes de Eurípides, el coro conmina al dios a que se aparezca en forma de toro.

Estos son sólo algunos aspectos de Dioniso, como fecundador de frutos y también como monstruoso y vil antropófago, sin olvidar la ebullición que muestran las Ménades y otras deidades femeninas en su entorno; asimismo su relación con la humedad generadora asociada a lo femenino y su vínculo con el falo al punto que en la iconografía algunas veces se lo identifica equivocadamente con Príapo y otras con Hermes (Hermia).


Ménades. Colección Mansell, Londres.

Sus divisas vegetales eran la hiedra (húmeda) y la vid cuyo fruto, el vino, agregaba un frenesí belicoso producto de su furia alcohólica.
Es, además, una deidad multiforme y que también se vincula con la muerte dado que viaja al inframundo al ser a su vez descuartizado, como ya hemos mencionado cuando aparece como Dioniso Zagreo, por ello muere dos veces, una cuando mágicamente Zeus es capaz de unirlo a su muslo y otra la que estamos comentando, con la que se corona como el dios de la muerte y como tal se celebraba en el día de los difuntos, por lo que resulta bastante claro que fuese asimismo aquél, tomado como arquetipo de las iniciaciones en los misterios, tal cual Mitra y Hermes, señalándose así, igualmente, por su vinculación con el toro, su fiereza y sus desbordes sexuales que las Ménades, contagiadas de su frenesí esparcían por doquier.
En ese aspecto y en otros relacionado con la energía múltiple de la vida y los procesos de la generación vegetal, con las cosechas y también con las tempestades, los cambios climáticos y todo lo que se relaciona con ello por ejemplo un grano de trigo que se exhibía del mismo modo que en otros ritos de la fecundidad y la generación. Tal el neófito que pasa a ser una planta nueva en el jardín invisible del Universo.16


Bacchus en Ampelus, Jacob Matham, 1616.

En definitiva y sin caer en literalidades ni dogmatismos, se trata de morir para renacer a otros estados más sutiles de la Conciencia y por lo tanto menos condicionados: los estados superiores del Ser. Las ideas-fuerza o energías uránicas o celestes y por añadidura sus inversas, ctónicas o infernales, son conjugadas en lo telúrico –el corazón receptáculo del invocante–, produciéndose el rapto espontáneo del alma, que asciende gradualmente al círculo más próximo al Principio o Unidad divina que le es permitido, y embebida de las bendiciones que de ella emanan, desciende regenerada a este plano que también se renueva por participación.

¡Oh, feliz aquel que, dichoso conocedor de los misterios de los dioses, santifica su vida y se hace en su alma compañero de tíaso del dios, danzando por los montes como bacante en santas purificaciones, celebrando los ritos de la gran madre Cibele, agitando en lo alto su tirso y, coronado de yedra sirve a Dioniso! (…)17

Vivencia que no puede ser consensuada ni evaluada con respecto a los parámetros de la pequeña mentalidad humana, un sumidero de aspiraciones interesadas, minucias de las que se alimenta un cosmos insignificante de proporciones titánicas, que finalmente como ha sido siempre, cae sin remedio. Así lo ejemplifican los mitos constituyentes de toda cultura. Nada más actual entonces, que lo que se está representando en este preciso momento, el drama de la cosmogonía: vida y muerte, nacimiento y sacrificio de un dios civilizador, cuyo mito sintetiza la historia de tal o cual civilización. Así, las hazañas ejemplares del dios hecho hombre, son el sustrato que se concreta en el Mito y en los Misterios y Ritos, que recrean la Memoria del origen.


Dioniso sentado sobre pantera. Escultura romana s. I-III a. C.

Dios se hace hombre con el fin de regenerar el mundo, hecho a su imagen y semejanza. Dioniso es testimonio, también llamado Bromio, Bramante, Taurino, Bicorne, Tirso, Baco, etc., etc. dios del vino, bajo cuyo patronazgo se encuentra la Tragedia y la Comedia, inseparables de sus hermanas las Musas, así como de la tropa divina y todo el séquito de actores y actrices bacantes, que participan “de los misterios báquicos, ritos iniciáticos donde se practicaba la embriaguez como forma de comunicación e integración con el dios.”18
Acerca de dicha comunicación y los modos en que esta se efectiviza, trataremos de ahondar en el siguiente capítulo, centrándonos en los Misterios y Ritos, y por supuesto bebiendo como hasta ahora de las diversas fuentes que nos brinda la Ciencia Sagrada, a la que no vamos a dejar de acudir, pese a que para la mentalidad oficialista sea cuestionable y hasta censurada, un veneno con propiedades despertadoras del estado hipnótico en el que estamos sumidos y del que nada se sabe hasta que se produce el despertar, contemplando entonces, en la multiplicidad cambiante, la Belleza de la Unidad inmutable, o sea a Dios en todas las cosas.
Esta es la Gracia que desprendidamente nos brinda Dioniso, en su ejemplarizante periplo mítico y regenerador: “Él, que ha nacido para ser dios, se ofrece a los dioses en las libaciones, de modo que por su mediación obtienen los hombres los bienes.”19
Como ya se ha dicho reiteradamente, el sino de la deidad queda rubricado en su nacimiento; es incluso visible en el cielo físico para quien conoce lo que simbolizan las constelaciones y los planetas, así como su disposición en el océano celeste.

Después de arrebatarlo del fuego del rayo fulminante, Zeus llevó al alto Olimpo al dios niño, recién nacido. Pero Hera quería arrojarlo fuera del cielo, y Zeus maquinó en contra un plan digno de un dios. Rasgando un trozo del éter que rodea la tierra, forjó un Dioniso y lo entregó como rehén a los enojos de Hera.20

No olvidemos que Hera es, por así decir, la contraparte femenina de Zeus. A este respecto cabe recordar el Génesis bíblico –por citar una cosmovisión que nos es cercana–, al referirse a la creación del primer hombre, el andrógino primordial formado del polvo de la tierra, al que Dios insufla el aliento de vida y divide en dos mitades contrarias pero complementarias –masculina y femenina–, para ser inmediatamente arrojadas del edén. Es decir, que la historia refiere una caída del estado primordial de indiferenciación a un estado cualitativamente inferior, lo que igualmente significa ser entregado a la ira divina. Ahí lo dejamos. “A buen entendedor pocas palabras bastan”.

Adivino es también este dios. Pues lo báquico y lo delirante tienen gran virtud de profecía. Cuando el dios penetra con plenitud en el cuerpo, hace a los poseídos por el delirio predecir el futuro. Y tiene una cierta participación en el dominio de Ares. A veces el pánico recorre como un soplo a un ejército sobre las armas y en orden de batalla antes de que se hayan trabado las lanzas. También esto es delirio que procede de Dioniso.21


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Imagen Dioniso y Pan, cratera de campana de figuras rojas. Pitón, Paestum, hacia 360-350 a. C. A. 38 cm; D. 38,7 cm. Colección del Museo del Louvre, foto de Samuel Monsalve.

En la imagen vemos a Dioniso provisto de su Tirso –eje que simboliza su función de mediador entre lo de abajo y lo de arriba, la Tierra y el Cielo–, señalando en la dirección del fuego prendido en la antorcha, símbolo del Fuego arquetípico y la Luz inteligible, así como guía en el camino al altar, donde se efectiviza el sacrificio y la Unidad.
Pan con los ojos muy abiertos, mira a Dioniso al que asiste con atención. A este se le supone también lanzando su característico grito, fruto del delirio báquico capaz tanto de infundir el pánico entre un ejército dispuesto en orden de batalla, como de provocar el trance profético en aquellas almas que se dejan raptar vivenciando “mundos invisibles, muy extraños a lo humano, donde se pierden las referencias familiares”22.
Su venida es regeneración. Él despierta el alma dormida y revela el origen; derriba estructuras caducas y posibilita nuevas aperturas a otros estados de la conciencia que permanecían velados por la actividad del propio pensamiento, tendente a la literalidad rasante y a la acción por la acción.
Deidad relacionada también con la muerte, dado que, según nos recuerda el mito de Dioniso Zagreo, viaja al inframundo, experiencia análoga a la que vive el iniciado en los Misterios, que se suma con entusiasmo al séquito de personajes, encabezados por el subcomandante Pan, entidad imprescindible en el cortejo dionisíaco, hijo de Hermes –el mensajero de los dioses– y una ninfa, así como uno de los principales representantes de las energías ctónicas, opuestas a las uránicas o celestiales.
Anticipando lo que viene, Pan sostiene el cirio ardiente –cuyo fuego señala Baco–, símbolo fálico que representa la Potencia emanada del origen inmanente en el propio Dioniso.
Puede decirse que Pan es el envés de Dioniso, por lo que ambos son una misma entidad, como la cara y la cruz en una moneda. Si del atributo del uno caen sendas serpientes encarnadas con la lengua hendida en tres partes, del que corresponde al otro cuelgan análogos ornamentos, acentuando la complementariedad entre ambas energías.
Ambos marchan como uno solo, como no puede ser de otro modo. El desfile discurre dentro de un recorrido establecido, con detenciones en cruces de caminos y otros lugares significativos, –recordemos que en las encrucijadas aguarda Hermes, el Mensajero de los dioses–, todo ello simbolizando el tránsito que realiza el iniciado en su peregrinaje al origen –no exento de peligros y dificultades–, recorriendo los oscuros e intrincados vericuetos de la Psique, que han de ser iluminados, o sea, reconocidos, aportando la luz precisa para despejar los supuestos fantasmas que la pueblan, formaciones elementales que, como la ilusión que son, se esfuman a la luz del Conocimiento y de la certeza que otorga el Soplo del Espíritu y la Verdad infundida por Amor.
La escena figura entonces, la vía a seguir que conduce al Teatro, el templo de Dioniso, “un modelo del universo al que imita en sus formas y proporciones, y como él, tiene por objeto albergar y ser el medio de la realización total y efectiva del ser humano”23.
En el centro del santuario consagrado a la divinidad del éxtasis y el furor profético, se encuentra el altar con el fuego, una imagen del fuego interno, símbolo del Amor y la pasión a la Verdad y la Sabiduría. Además, dicho centro no deja de ser un reflejo del que en la sumidad representa la salida vertical “simbolizando la coronación de la obra y el ingreso a otro espacio, o mundo, enteramente diferente, que está más allá del cosmos, al que el templo simboliza”.24


Teatro de Dioniso en Grecia.


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BIBLIOGRAFÍA.

Poesía y Teatro del Antiguo Egipto. Una selección. Ed. Etnos, Madrid, 1993

– Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. Ed. Symbolos, Barcelona, 2003.

– Ateneo del Agartha. Diálogos Mayéuticos. Mujeres sin miedo.
http://www.ateneodelagartha.com/1.textos/2.Mujeres-sin-miedo.html#

– Federico González. El Simbolismo Precolombino. Cosmogonía, Teogonía, Cultura. Ed. Libros del Innombrable, Barcelona, 2016.

– Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.

– Federico González Frías. Noche de Brujas, Auto Sacramental en dos actos. Ed, Symbolos, Barcelona, 2007.

– Nono de Panópolis. Dionisíacas. Ed. Gredos, Madrid, 1995.

– Eurípides. Tragedias III. Bacantes. Ed. Gredos, Madrid 2008.

– Rene Guénon. El Rey del Mundo. Ed. Luis Cárcamo, 2014.

Himnos Homéricos. Ed. Cátedra, 2005.

Himnos Órficos. Ed. Gredos, 1987.

– Mircea Eliade. Historia de las creencias y las ideas religiosas I. Ed. Cristiandad, 1978.

– Macrobio. Saturnales.
https://www.facebook.com/notes/jardines-del-para%C3%ADso-estados-del-alma/que-el-padre-l%C3%ADbero-y-el-sol-son-uno-y-el-mismo-dios/1635877056541322/

Islas Simbólicas.
https://www.facebook.com/1393830647502556/photos/a.1393881820830772/2211616805723932/?type=3&theater


NOTAS.
1 Poesía y Teatro del Antiguo Egipto. Una selección. Ed. Etnos, Madrid, 1993.
2 Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. El Nacimiento de la Historia I. Ed. Symbolos, 2003.
3 Ibíd.
4 Cita perteneciente a la obra Mujeres sin miedo, presentada en la Biblioteca Pública Arús en Barcelona, el 14 de marzo de 2019. Para verlo ir a canal en youtube Revista Symbolos: https://www.youtube.com/watch?v=yD_Y9hbF74U
5 Federico González. El Simbolismo Precolombino. Cosmogonía, Teogonía, Cultura. Ed. Libros del Innombrable marzo 2016. Cita extraída de la página: América Indígena. Ver completa en: https://www.facebook.com/notes/am%C3%A9rica-ind%C3%ADgena/la-r%C3%A9plica-humana-a-los-misterios-insondables-de-la-vida/2035832093094281/
6 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Dioniso. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
7 Federico González Frías. Noche de Brujas, Auto Sacramental en dos actos. Ed, Symbolos, Barcelona, 2007.
8 Nono de Panópolis. Dionisíacas. Ed. Gredos, Madrid, 1995.
9 Eurípides. Tragedias III. Bacantes. Ed. Gredos, Madrid 2008.
10 Rene Guénon. El rey del Mundo.
11 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Dioniso. Op.cit.
12 Himnos Homéricos. Cátedra, 2005.
13 Himnos Órficos. Ed. Gredos, Madrid, 1987.
14 Mircea Eliade. Historia de las creencias y las ideas religiosas I. Citado en Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Op. cit.
15 Macrobio, Saturnales, Libro I. Cita extraída de la página “Jardines del Paraíso, estados del alma”. Ver completa en: https://www.facebook.com/notes/jardines-del-para%C3%ADso-estados-del-alma/que-el-padre-l%C3%ADbero-y-el-sol-son-uno-y-el-mismo-dios/1635877056541322/
16 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Dioniso. Ibíd.
17 Eurípides. Tragedias III. Bacantes. Op. cit.
18 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Dioniso. Ibíd.
19 Eurípides. Tragedias III. Bacantes. Ibíd.
20 Ibíd.
21 Ibíd.
22 Islas Simbólicas.
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23 Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. El Simbolismo del Templo. Op. cit.
24 Ibíd.

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