SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 

¡VENID, MUSAS, A INSPIRAR ESTE CANTO!

LUCRECIA HERRERA

Texto perteneciente al cuaderno Las diosas se revelan, dentro de la colección Aleteo de Mercurio, editado por Libros del Innombrable, 1ª edición, mayo de 2017. ISBN: 978-84-92759-96-5. http://www.librosdelinnombrable.com/

Andrea Mantegna, El Parnaso, Museo del Louvre, París.

¡Abrid con premura la celosía del corazón y restituid el recuerdo del Paraíso que mora virgen en el centro de todo ser! ¡No dejéis de salmodiar cómo lo eterno se revela en el tiempo circular, y aun en el lineal, a través de la armonía y la memoria! Y a aquéllos que todavía os mentan, señaladles con sutiles toques el sendero ascendente del eje diamantino del mundo. Inspirad la doctrina inmutable que al proferirse es siempre novedosa y actual. Que el susurro del Verbo primigenio se torne en vosotras palabra ritmada, melodía o canto, danza, tragedia o comedia, vehículo mágico de revelación de la sublime arquitectura del cosmos. ¡Y velad, hasta la última exhalación, por el linaje de los que os escuchan en silencio y se hacen eco vivo de vuestros versos imperecederos!1

Invoquemos con todo ardor a las sagradas Musas Heliconíadas que habitan la divina cumbre del Helicón, y danzan en torno a la Fuente del Caballo, “y el altar del muy poderoso Cronión... partiendo desde allí, envueltas en densa niebla marchan al abrigo de la noche, lanzando al viento su maravillosa voz con himnos a Zeus portador de la égida” y a los sempiternos dioses.

Aquéllas iban entonces hacia el Olimpo, engalanadas con su bello canto, inmortal melodía. Retumbaba en torno la oscura tierra al son de sus cantos, y un delicioso ruido subía de debajo de sus pies al tiempo que marchaban al palacio de su padre, que reina sobre el cielo y es dueño del trueno y del llameante rayo... 2

¡Se tú, Musa, quien hable a nuestro través! Que tu voz resuene en nuestra alma despertando la memoria del Origen narrando desde el Principio cómo todo ha venido al Ser —desde el Caos, cuando nada era aún—, cantando al “unísono” el presente, el pasado y el futuro y la sagrada estirpe de los dioses, los inmortales,

“a los que engendraron Gea y el vasto Urano y los que de aquellos nacieron, los dioses dadores de bienes”3.

Joos de Momper, Helicón o Minerva visita a las Musas, Royal Museum of Fine Arts, Amberes.

Ante tamaña grandeza advertir, primero, nuestra total ignorancia frente al Misterio y su revelación, pues muchas cosas hemos leído y conocido a través de los sabios y poetas de todos los tiempos acerca de lo que dicen los mitos cantados por ellos, pero comprender lo que éstos nos dicen no es trabajo ligero como bien sabemos. Los mitos deben ser enseñados y aprendidos para poder comprenderlos y así desvelar lo que se oculta tras estas historias que nos cantan las Musas, y escuchar lo que nos dicen al corazón en susurros y melodías. Ellos, los mitos, describen aquello con lo que alimentamos nuestros pensamientos, construyendo una ciudadela celeste acorde a la arquitectura del cosmos, y lo hacen por medio del lenguaje simbólico y misterioso de la Deidad. Reconocer las claves y comprender lo que nos están revelando aquellas cantoras que en círculo danzan en torno a Apolo abre las puertas a otros espacios de la conciencia cuando el interesado ha sido iniciado en los misterios del Ser, y conociéndose a sí mismo y al mundo que le rodea deviene uno con él, produciéndose una comunicación directa con los númenes que pueblan el cosmos, entablando con ellos un “tuteo reiterado”, pues son ellos quienes nos quitan las vendas de la ignorancia, ya que al comprender lo que dicen, “eso”, se hace en nosotros. No hay mayor aventura que la del Conocimiento, como hemos oído decir, y es verdad, pues este acontecer provoca una verdadera revolución interior. Es algo jamás soñado ni imaginado pues sólo se conoce cuando esa realidad es experimentada, vivida, y se comprende en sí misma. Y esto es apenas el comienzo, una pequeña gota de agua en el vasto Okéanos y su infinitud.

Vivimos en un mundo realmente mágico. ¡Cuántas veces hemos oído hablar de esta realidad, muchas, y cada vez asentimos con la cabeza, pero qué lejos estamos de comprender su verdadera certeza! Estamos trenzados indisolublemente, macro y microcosmos, el uno con el otro, y ambos con el Uno en la Unidad del Ser. Todo se teje y se desteje en el corazón del auditor que sube y baja por un eje invisible, por una escala que comunica cielo y tierra al ritmo de una respiración en que, de pronto, por un sutil soplo (y a veces no tan sutil), se produce una escisión por donde se cuelan las verdades eternas, los emisarios divinos; y si estamos atentos y abiertos al conocimiento de otras realidades, a la percepción de otras formas de la existencia, invisibles pero reales, esas verdades se empiezan a oír, a escuchar y a Ser. Y esto es provocado por el mismo Amor que todo conjunta y penetra fundiéndose con todos los planos y mundos, aspectos y entidades que no son sino otros nombres de Él en su despliegue desde el principio, en el medio y hasta el fin.

Penetremos, pues, en el mundo del canto y el mito, la invocación y la evocación, en este espacio sagrado de la conciencia de la mano de los cantores griegos, Homero y Hesíodo, también de los Órficos antecesores de la Tradición griega inspirados por el dios de la música y el canto, Orfeo, inventor de la cítara y vinculado con los antiguos misterios iniciáticos, del que se dice es hijo de la Musa Calíope y de Apolo; y de otros grandes poetas, Pitágoras, el divino Platón, Proclo, y los latinos herederos de los griegos, Virgilio y Ovidio; luego Dante y un siglo más tarde, durante el Renacimiento, Marsilio Ficino, y otros anteriores y posteriores a éstos, sin olvidar a Federico González Frías, sabio, poeta, maestro y teúrgo de los siglos XX y XXI, artista, inspirado por los númenes reveladores de la Tradición Unánime y de quien todo lo hemos recibido. Todos ellos “sabían prestar voz a una audición que venía de más allá de sí mismos” cuando en soledad o en “banquetes” cantaban —valiéndose de formas adecuadas a su tiempo y espacio— las genealogías de los dioses y la armonía del Universo evocando las estrellas fijas y las esferas celestes y sus revoluciones, los ritmos y ciclos que fijan las medidas y proporciones que generan los sonidos, sintonías y también disonancias, pero que se armonizan perfectamente en sus acordes y conjunciones produciendo la armonía que cantan las Musas cuando en coro siguen el compás de la lira que tañe Apolo.

Jan van Balen, Apolo y las nueve Musas en el monte Helicón.

Igualmente cantan las gestas e “historias” míticas íntimamente entretejidas entre los dioses y sus hijos, los héroes de todos los tiempos —pues estas historias son arquetípicas—, vástagos nacidos de su unión con mortales, y que narran la esencia de un pensamiento sagrado, entroncado con su Origen divino, con el Principio, con su Soplo, el espíritu y la metafísica y su cosmovisión, es decir el conocimiento de un Orden y Su Verdad, revelada y transmitida a los hombres por inspiración divina, no humana, y de una presencia sacra permanente en la vida y en todo cuanto existe, que se regenera a perpetuidad, ahora y siempre, en el presente cuando el hombre consciente de su función central y unificadora deviene el protagonista de esta gran sinfonía escrita por la pluma Divina.

Nos dice Walter Otto en el prólogo de su libro Las Musas, el Origen divino del canto y el mito:

El modo como los griegos han expresado lo divino se refiere a que las Musas, que tan decisivamente influyen en el ser de los hombres, habitan y actúan en la quietud y verdad de la naturaleza. Allí acuden ellas, a las Ninfas, los genios femeninos de los campos, surgientes y montañas, tan semejantes, que ellas a menudo no se diferencian de aquéllas4.

Por su parte, las Ninfas,

representadas como bellísimas muchachas llenas de gracia y hermosura constituyen la sutil imagen del animismo. Poblaban ríos, valles, mares, océanos, bosques, etc. Y eran conocidas como Náyades, Oréadas, Nereidas, Oceánidas, Melíades, Dríades, etc. Figuraban la magia de todo lo creado y aparecen en muchos mitos acompañando a las deidades principales...5.

Diosas muy antiguas, primordiales, se encuentran en el origen de todo, vinculadas íntimamente con las Musas “por la inspiración que provocan”; están ligadas al agua, las grutas, los lugares umbríos y húmedos, donde se encuentran sus santuarios y se dejan oír. Entidades sagradas y vivas en la naturaleza, que siendo “eso” ellas mismas, inmediatamente nos llevan a la percepción y memoria de la sacralidad de su origen, de vuelta a ese estado en el paraíso cuando el hombre en su pureza es permeable a todo lo que le rodea, a las teofanías que se despliegan ante él y que reconoce pues no hay dualidad entre lo que él es y lo que comprende o conoce. Diosas unidas a Artemisa y a Pan, libres como el viento que sopla sobre los árboles y “encrespa el espejo de las aguas”, son mujeres divinas.

Filippo Lauri, Homenaje a Pan, Colección privada.

¡Ninfas, hijas del magnánimo Océano! que habitáis en los recónditos cursos de agua de la tierra, de secretos pasos, nodrizas de Baco, infernales, jocosas, fructíferas; que os movéis por el prado con sinuosas carreras, puras, que gustáis de las cuevas y oquedades y os movéis por los aires y por las fuentes. Que cubiertas de rocío dejáis ligeras huellas en vuestra presurosa carrera, apareciendo y desapareciendo, en los valles, recubiertas de flores, danzando por los montes con Pan y emitiendo los rituales gritos, os deslizáis por las rocas, armoniosas, retumbantes, y transitáis por los montes. Campestres doncellas, que frecuentáis las fuentes y los bosques; olorosas vírgenes de albos vestidos, impulsadas por suaves brisas; caprinas, protectoras de los pastos, gratas a las eras, que lográis espléndidos frutos y disfrutáis con el frío. Tiernas, nutricias y acrecentadoras, doncellas que os relacionáis estrechamente con las encinas, os complacéis en los juegos y os movéis por los cursos de agua. Nisias, delirantes, remediadoras, amigas de la primavera, que con Baco y Deo traéis el contento a los mortales. Venid, pues, a las santificadas ceremonias con corazón alegre, vertiendo salutíferas aguas en las estaciones de maduración de los frutos6.

Y esto nos devuelve a las Musas, altísimas deidades, que cantan lo que son las cosas en sí, a su esencia, su melodía, su sonido, si se pudiera expresar así. Los dioses siempre van delante marcando el paso y el auditor se ritma a él en total armonía.

Ninfas, Nereidas, y Musas llevan los mismos nombres:

Erato se llama en Hesíodo (Teog., 246) una Nereida. Sin embargo conocemos este nombre como el de una Musa. Así también el nombre de la Musa Talía volvemos a encontrarlo en una Nereida (Il., XVIII 39; también una de las Gracias se llama Talía: Hesíodo, Teog., 909). Una Urania encontramos como Ninfa entre las compañeras de juego de Perséfone (Himno Homérico, A Deméter, 423) y como hija del Océano y de Tetis. Esto nos revela el parentesco de las Ninfas con las Musas. Ellas también cantan como aquéllas, y son maestras en ese arte7.

Únicas llamadas “Olímpicas” por los poetas antiguos, pues esta significación, como claramente lo expresa W. Otto en su libro ya citado,

no es sólo un arte divino obsequiado por los dioses a los hombres, sino que pertenece al mundo del orden eterno del ser, lo cual se completa en primer lugar en sí mismo. Por eso su rango más elevado pertenece al reino divino. Ellas no son sólo niños de Zeus, como los son otras grandes deidades, sino partícipes en su obra de creación8.

Las Musas son hijas de Zeus y Mnemósine, diosa de la Memoria, a la que invocamos de todo corazón

... soberana Mnemósine, que comparte el lecho de Zeus y engendró a las Musas sagradas, piadosas y de sonora voz; que siempre se mantiene al margen del pernicioso olvido que daña la mente y conserva todo su pensamiento en estrecha relación con las almas de los mortales, acrecienta la capacidad y el poder de raciocinio de los humanos y, muy dulce y vigilante, recuerda todo pensamiento que cada uno siempre guarda en su pecho, sin desviarse jamás y excitándoles a todos su espíritu. Pero, venga, afortunada diosa, instígales a tus iniciados al recuerdo del piadoso ritual y manda lejos de ellos el olvido9.

Por eso las Musas, hijas de la Memoria, cantan el recuerdo del Origen, cómo todo ha venido a ser a partir del Caos Primordial cuando nada era aún, en el Silencio y Oscuridad del No Ser, el Misterio y su manifestación —la cosmogonía y su olvido—, devolviendo a sus iniciados el recuerdo del pasado haciendo posible revivirlo ahora, en el presente, mostrándoles el camino axial de retorno a su Principio, devolviéndoles la memoria de quiénes son y de dónde vienen.

Marco Liberi, Júpiter y Mnemósine, Venecia.

Y cuando ya era el momento y dieron la vuelta las estaciones, con el paso de los meses, y se cumplieron muchos días, nueve jóvenes de iguales pensamientos, interesadas sólo por el canto y con un corazón exento de dolores en su pecho, dio a luz aquélla (Mnemósine), cerca de la más alta cumbre del nevado Olimpo10.

Cada Musa canta un “tono”, una clave, un sonido, un ritmo, una cualidad, un aspecto del Uno, y se le atribuye un instrumento musical. Cantan la armonía de las esferas e instruyen a los mortales pues nombran las cosas por medio de las cuales podemos conocer lo que son. Toda esfera está presidida por un numen y una Musa inspiradora. Así, Calíope es la de la voz “más bella” o “verdadera”, la que reproduce la imagen del sonido primordial que se oye en el centro de todo ser. Inspira la poesía épica y se relaciona con la primera sefirah del Árbol de la Vida Cabalístico, Kether, la estrella polar, único punto fijo del universo en torno al cual giran todos los astros, estrellas y galaxias11.

Urania, “la celeste”, la astronomía, la contemplación del cielo, representada con el trípode junto a ella, se vincula con la segunda esfera, la Sabiduría y la luz del Firmamento y las estrellas fijas.

Polimnia, la que inspira la unión de los “múltiples himnos”, guarda relación con la retórica, la elocuencia y la persuasión, así como con la Inteligencia, el planeta Saturno y la sefirah tercera.

Terpsícore, la que promueve la música en general y la danza, cuyo atributo es la cítara, a la cual se compara el despliegue de la Creación, de ahí su relación con Júpiter, la energía misericordiosa y expansiva de esta cuarta esfera.

Clío, la que preside la Historia, y canta la “gloria” de los hombres y la “celebración” de los dioses siendo sus atributos la trompeta y la clepsidra, encarna el rigor del planeta y del dios Marte.

Melpómene, la que canta “lo que merece ser cantado” representada con la máscara de la tragedia y la maza de Hércules, está relacionada con el número seis, la Belleza, el Sol y el oro.

Erato inspira la poesía lírica, los cantos sagrados, y por eso se acompaña de la lira y el arco. Está vinculada íntimamente con Venus, diosa del amor y el arte, el número siete, y por lo tanto con Eros de donde proviene su nombre.

Euterpe, “la que sabe agradar” y hace fluir la música de la flauta y otros instrumentos de viento, está relacionada con Mercurio y la octava esfera, el rito y el ritmo.

Thalía, “la que trae flores” o “la que florece”, se asocia con la comedia y la esfera de la Luna, el número nueve y por tanto con todo lo cíclico, lo que crece y decrece. Hesíodo las nombra en su Teogonía y les da un epíteto cuya etimología es reveladora pues describe sus cualidades y características particulares, su esencia; de este modo las presenta:

Clío, “la que da fama”; Euterpe, “la muy encantadora”; Talía, “la festiva”; Melpómene, “la que canta”; Terpsícore, “la que ama el baile”; Erato, “la deliciosa”; Polimnia, “la de variados himnos”; Urania, “la celestial” y Calíope, “la de bella voz”. Ésta última es la más importante de todas, según nos cuenta el poeta.

Durante nueve noches “las alumbró en Pieria, amancebada con el padre Crónida, Mnemósine ... lejos de los Inmortales”, y dicen otros poetas que al comienzo, en tiempos remotos, fueron tres análogas a las Cárites o a las Gracias, Aglaia, Eufrósine y Talía; luego fueron siete, como siete son las cuerdas de la lira de Apolo y los dioses que presiden las esferas de construcción cósmica; y según Hesíodo, finalmente nueve pues cada cosa o expresión de la unidad tiene nueve reflejos de sí que no son sino aspectos de un todo o un ciclo completo, “que es tanto el del universo entero como el ciclo particularizado de cada una de sus partes”12.

Eustache Le Sueur, Melpómene, Erato y Polimnia,
Museo del Louvre, París.



Calíope. Giovanni Baglione, Musa de la poesía épica,
Musée de Beaux-Arts, Arras.



Jean-Marc Nattier, Talía, Fine Arts Museums
of San Francisco, California.



Pompeo Girolamo Batoni, Apolo y dos Musas,
Museum of King John III’s Palace at Wilanów, Varsovia.



Clío. Pierre Mignard, Museum of Fine Arts, Budapest.


Urania. Mosaico de Rafael en el techo de la Stanza della Segnatura,
Palacios Pontificios, Vaticano.



           

                    Polimnia. Hendrick Goltzius,                                     Terpsícore. Virgil Solis,
                             Las nueve Musas,                                                       Las nueve Musas,
                     British Museum, Londres.                                     Université de Liège, Bélgica.


Dice Platón en el Fedro que

en otros tiempos, las cigarras eran hombres de ésos que existieron antes de las Musas, pero que, al nacer éstas y aparecer el canto, algunos de ellos quedaron embelesados de gozo hasta tal punto que se pusieron a cantar sin acordarse de comer ni beber, y en ese olvido se murieron. De ellos se originó, después, la raza de las cigarras, que recibieron de las Musas ese don de no necesitar alimento alguno desde que nacen y, sin comer ni beber, no dejan de cantar hasta que mueren, y, después de esto, el de ir a las Musas a anunciarles quién de los de aquí abajo honra a cada una de ellas. En efecto, a Terpsícore le cuentan quién de ellos la honran en las danzas, y hace así que los mire con más buenos ojos; a Erato le dicen quiénes la honran en el amor, y de semejante manera a todas las otras, según la especie de honor propio de cada una. Pero es la mayor, Calíope, y a la que va detrás de ella, Urania, a quiénes anuncian los que pasan la vida en la filosofía y honran su música. Precisamente éstas, por ser entre las Musas las que tienen que ver con el cielo y con los discursos divinos y humanos, son también las que dejan oír la voz más bella. De mucho hay, pues, que hablar, en lugar de sestear, al mediodía13.

Simón Vouet, Musa Urania y Calíope, National Gallery of Art, Washington


Como genuinas divinidades las Musas llenan la totalidad del Ser de su elegido, alumbrándolo con la claridad de su espíritu y dotándolo con todas las excelencias que necesitan14.

Por esto es que los poetas y sabios, cantores y bardos siempre invocan al principio y al final a las Musas, para que sean ellas quienes, a su través, les revelen lo verdadero y eterno, aunque las diosas también “saben decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos cuando queremos, proclamar la verdad”15. Además, dice Platón que los verdaderos poetas son arrebatados por una inspiración y fuerza celestial que ellas les infunden a través de la palabra que brota cual dulce néctar de su boca; inspiración que se manifiesta por una “locura”, el “delirio” o manía. Luego, cuando el poeta retorna a su sano juicio, no sabe ni comprende cómo han salido esas palabras ritmadas de su boca, ni cómo ha sido capaz de ejecutar “como los dioses”.

El tercer grado de locura y de posesión viene de las Musas, cuando se hacen de un alma tierna e impecable, despertándola y alentándola hacia cantos y toda clase de poesía, que al ensalzar mil hechos de los antiguos, educa a los que han de venir. Aquél, pues, que sin la locura de las Musas acude a las puertas de la poesía, persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será imperfecto, y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio, quedará eclipsada por la de los inspirados y posesos. Todas estas cosas y muchas más te puedo contar sobre las bellas obras de los que se han hecho “maniáticos” en manos de los dioses16.

Nicolás Poussin, La inspiración del poeta, Museo del Louvre, París.


El cantor, flechado por Amor, tiene un solo deseo direccionado: ir en pos del conocimiento del Sí mismo, y dejarse raptar por la música celeste, por su Misterio, encarnando el Ser, como la más bella sinfonía, la “música” emitida del Silencio absoluto por una Voz que se hace Inteligencia viva; es decir, se entrega, afinando el oído interior, escuchando y penetrando en lo que le dice el lenguaje misterioso de la Deidad que se expresa a través del símbolo y el mito, vivificado por el rito de la memoria y el recuerdo de Sí hacia la plena identificación con el Ser. Y oyendo las melodías ritmadas en su alma, se pone él mismo a ritmo con todo lo que es, en concordancia y armonía con las esferas y los númenes que las rigen. Es el canto de las Musas lo que el poeta percibe cuando ellas danzan en torno al luminoso Apolo, “el que lleva la cítara y el corvado arco que hiere desde lejos, revelador de la infatigable determinación de Zeus”17; tocado por su gracia, se deja encantar bailando y cantando también él al son del ie, invocación, que puede considerarse análoga a los cantos y gritos de las Ménades y Ninfas del cortejo de Dioniso-Baco por la simbólica que vincula este dios con Apolo.

Ficino, en su Teología Platónica (IV, 128) tiene el siguiente notable pasaje, traducido lo más probablemente de algún manuscrito de Proclo, según conjeturo a partir de su conclusión. Por desgracia, no nos da a conocer al autor. “Aquellos que profesan, dice, la teología Órfica, consideran un doble poder en las almas y en los orbes celestes: uno consiste en el conocimiento, el otro en vivificar y regir el orbe con el que ese poder está conectado. Así, en el orbe de la tierra, llaman al poder gnóstico Plutón, al otro Proserpina. En el agua, al primer poder Océano, y al segundo Tetis. En el aire, a aquél el Júpiter tonante, y a éste Juno. En el fuego, a aquél Fanes, y a éste Aurora. En el alma de la esfera lunar, llaman al poder gnóstico Baco Licnites, al otro Talía. En el orbe de Mercurio, Baco Sileno y Euterpe. En el de Venus, Baco Lisio y Erato. En la esfera del Sol, Baco Trietérico, y Melpómene. En el orbe de Marte, Baco Basareo, y Clío. En la esfera de Júpiter, Sebazius y Terpsícore. En el orbe de Saturno, Amfieto, y Polimnia. En la octava esfera, Pericionio, y Urania. Y en el alma del mundo, al poder gnóstico Baco Eribromo, y al vivificante Calíope.

Por todo lo cual los teólogos órficos infieren que los particulares epítetos de Baco son comparados con los de las Musas con este motivo: que podamos entender los poderes de éstas como embriagados con el néctar del divino conocimiento; y que podamos considerar a las nueve Musas, y a los nueve Bacos, como girando en torno a un Apolo, que es por así decir el esplendor de un sol invisible”18.

Como vemos, las Musas, hijas de Zeus, padre de todos los dioses, están estrechamente vinculadas con otros grandes hijos de éste, principalmente con Apolo, Hermes y Dioniso. Apolo, dios de la Belleza y el Esplendor, “brilla majestuoso y establece las proporciones y ordena la armonía de la Inteligencia que se hace evidente en el momento en que se conoce”19. Asociado al Sol, al centro y al corazón —receptáculo de la intuición intelectual-espiritual—, lo conocemos con el epíteto de Musagetes, “conductor de las Musas”, que al tañer su lira y blandir su arco dispara la flecha unificando todas las cosas entre sí y reduciendo la multiplicidad al Uno; siendo patrón o patrocinador de la medicina, la adivinación, el tiro con arco, la música y por ende del canto, el baile, la poesía y el cultivo de las artes y las ciencias sagradas que revela a los hombres por intermedio del coro de las nueve Musas, ordena el movimiento y el despliegue de la manifestación en los distintos planos y mundos en proporción, peso y justa medida, en perfecta armonía, reconduciendo la enéada a través de sus potencias a la Mónada, lo que en el mito está simbolizado por la retirada de Apolo a su morada invernal, la Hiperbórea, dando espacio a la aparición de Dioniso en Delfos.

Esferas planetarias alineadas con la escala griega de tonos,
modos musicales y las nueve Musas, las tres Gracias y Apolo
gobernando el cosmos sentado con sus pies sobre la serpiente Pitón
que él venció y cuyas tres cabezas penetran en la Tierra.
Grabado de Guillaume de Signerre para el frontispicio
de Practica Musicae, de Franchino Gafori (Gafurius), 1496.



Hermes, mensajero e intermediario entre dioses y hombres y entre éstos y aquéllos, es por excelencia el traductor e intérprete divino, paredro de la Sabiduría que él revela, dador de la palabra a los hombres, dios civilizador, instructor y guía, pastor de rebaños, de quien se dice es igualmente “conductor de las Ninfas”. Hermes dio a su hermano Apolo la lira de siete cuerdas que construyó con el caparazón de una tortuga y las tripas de las vacas que, recién nacido, le robó a escondidas.

Annibale Carracci, Mercurio y Apolo. Grabado de C. Cesio,
Hermes dando la lira a Apolo, Bibliothèque Nationale, Cabinet des Estampes, París.



Y Dioniso, “el delirante” de embriagador canto acompañado por su séquito de Ménades o Bacantes para los romanos —sus Musas, enloquecidas por su sagrado y catártico rapto, “el éxtasis de la manía”—, está íntimamente vinculado con los misterios iniciáticos, con la muerte y la resurrección. Es también “el nacido dos veces”, relacionado con la naturaleza salvaje e igualmente llamado en muchas ocasiones Musagetes, como Apolo, aunque en sus múltiples aspectos sea contrario a éste.

Y entre las deidades femeninas, las más cercanas a las Musas son las Gracias o Cárites, quienes “junto a ellas viven” en el Olimpo, amorosas, bellas y agradables doncellas. Identificadas con Belleza, Amor y Placer, cantan lanzando al viento su encantadora voz, derramando su gracia en el corazón de aquéllos que están abiertos a su recepción. Estas tres hijas de Zeus y Eurínome, entrelazadas entre sí, bailan al ritmo de un triple gesto de amor: dar o darse, recibir y devolver. De ellas nos dice W. Otto en su obra ya citada:

Las Gracias representan directamente el papel de las Musas, cuando la antigua imagen de Apolo en Delos, que tomó el arco con una de sus manos, con la otra atrapó a las tres Gracias, una de las cuales sostiene la lira; la segunda, la flauta y la tercera, la siringa.

Giovanni Battista Naldini, Las tres Gracias,
Musée des Beaux-Arts, Budapest.



Baldassarre Peruzzi, Apolo y las Musas, Galería Palatina, Palazzo Pitti, Florencia.


Además, las Musas están emparentadas con otras cantoras. Así las Sirenas, genios marinos, mitad mujer mitad pez, lanzan sus peligrosos cantos hechizando a navegantes, haciéndoles olvidar su destino y atrayéndoles con sus melifluas voces. Aunque no siempre han sido consideradas malignas embaucadoras pues, dicen algunos poetas antiguos, que son diosas hijas de una Musa: de Melpómene y del dios río Aquelao; y otros, atribuyen a Terpsícore como su madre. Otra leyenda refiere que en una ocasión las Sirenas (cuyo cuerpo estaba cubierto de plumas) cantaron en una competición con las Musas y que éstas, victoriosas, les arrancaron las plumas tejiéndose sus coronas. Por esto es que a veces se representa a las Musas llevando una pluma sobre la frente. Igualmente, las abejas siempre han sido consideradas parientes de las Musas, las que tomando esta forma han conducido y fecundado a grandes poetas, cuando estando aún en la cuna se han posado sobre sus labios. Y del canto de la cigarras, “tierno como el lirio”, cuenta Platón en el Fedro cómo Sócrates —quien las llamaba “portavoces de las Musas”— se sintió hechizado al escucharlas cantar dando un paseo con Fedro en un cálido mediodía y aquéllas se posaron sobre sus cabezas. Nacidas de la tierra, su arte fue tenido como muy antiguo y se evocan muchas cosas maravillosas que despiertan admiración, como su modo de amar y de alimentarse con gotas de rocío. Éstas son las favoritas de las Musas.

Crátera con imagen de Dioniso, Ménades y Sátiros.


El auditor de todo este canto ha salido a la superficie de las aguas y camina por encima de ellas; confiado en esa voz que escucha en su corazón, y estando sus sentidos volcados hacia adentro, se deja absorber por el Principio en un viaje vertical de conocimiento y encarnación, reintegrándose a su estado primordial, andrógino, sin dualidad, propiciado por la audición de los cantos sagrados, los mitos, y la certeza de lo que percibe, reconociendo que

siempre hay algo en los mitos que jamás comprenderemos. Saber de mitos es encarnarlos, conocer, tal como hablan los metafísicos en esta materia. Los mitos no son producto de la imaginación individual, ni los sueños de los poetas, cantores, o un personaje cualquiera. Son ideas salvíficas que se esbozan tras la literatura y tienden a transmitir cada vez capas más profundas y distantes del propio sujeto que se entrega a escuchar estos cantos que también este autor mítico [Orfeo] nos ofrece en estos himnos que se invocaban a su vez a modo de oraciones20.

Tocadas las fibras más profundas del alma se eleva una melodía, un canto sagrado. ¿De dónde viene?

Cuando uno se entrega sin reparos y se deja conducir por las Musas hacia su audición, es decir “por la voz que sale sonando de la esencia misma de las cosas, entonces las palabras son inspiradas no solamente por lo vivido y lo experimentado, sino lo mismo como lo cantado por la Musa: la manifestación del mundo y de lo divino”21.

Aunque el auditor no sepa muy bien qué le sucede, sí sabe que experimenta su cercanía; ha despertado a la audición de su música, de su “tono”, y conocido la magia de su rapto.

Cantemos la luz que lleva por el camino del retorno a los hombres; / Glorifiquemos las nueve hijas del gran Zeus, / De luminosas voces; / Cantemos a estas vírgenes que, / Por la virtud de las puras iniciaciones que / Provienen de los libros, despertadores de inteligencia, / Arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra, / A las almas que erran en el fondo de los pozos de la vida, / Enseñándolas a ocuparse con celo / De buscar y seguir un camino sobre las corrientes / Y profundas olas del olvido, / Y de retornar, puras, al astro paterno, / Hacia este astro del cual un día ellas se apartaron / Cuando, enloquecidas por el deseo, de los groseros / Bienes de la materia, cayeron en el áspero mundo de la generación. / Y en cuanto a vosotras, oh Diosas, / Apaciguad el impetuoso impulso que me impulsa al delirio, / ¡Y haced que las inteligentes palabras me transporten a un santo éxtasis! / Que la raza de los hombres que sólo sienten miedo hacia Dios / No me aparte de los caminos divinos, / ¡Deslumbrantes y llenos de luminosos frutos! / De lo profundo del caos, / Perdida por el devenir en mil caminos errados, / Atraed a mi alma que busca sin cesar la pura luz; / Y, llenándola de vuestras gracias, / Que poseen el poder de aumentar la inteligencia, / Dadle la gracia de poseer para siempre el glorioso privilegio / De pronunciar con facilidad las elocuentes palabras / ¡Que seducen los corazones!22.

Feliz aquél a quien aman las Musas. Dulce fluye de su boca la palabra23.

Sarcófago romano de las Musas, Museo del Louvre, París.


Orfeo, Mosaico romano, s. IV d. c., Museo Municipal, Laon.

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NOTAS
1 Mireia Valls, Mujeres Herméticas. Voces de la Sabiduría en Occidente, “Himno a las Musas”, mtm editores, Barcelona, 2007.
2

Hesíodo, Teogonía. Ed. Gredos, Madrid, 1990.

3

Hesíodo, op. cit.

4 Walter Otto, Las Musas, el Origen divino del canto y el mito. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1981.
5

Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada “Ninfas”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.

6

Himnos Órficos, “A las Ninfas”, Ed. Gredos, Madrid, 1987.

7

Walter Otto, op. cit.


8 Ibid.

9 Himnos Órficos, "A Mnemósine", op. cit. 

10 Hesíodo, ibid. 

11 Este fragmento sobre los nombres y atributos de las Musas está confeccionado en base a textos extraídos de Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha de Federico González y col. y de la profunda obra de Mireia Valls, Mujeres Herméticas. Voces de la Sabiduría en Occidente, “Las Musas
 y las Pléyades”. Se han obviado los entrecomillados para que la lectura sea más ágil. 

12 Federico González, El Simbolismo de la Rueda. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
13 Platón, Fedro. Ed. Gredos, Madrid, 1992.
14 Walter Otto, ibid.
15 Hesíodo, Teogonía, ibid.
16 Platón, Fedro, op. cit.
17 Himnos Homéricos, “A Apolo”. Ed. Gredos, Madrid, 1978.
18 “A Dissertation on the Life and Theology of Orpheus”, en: e Hymns of Orpheus, traducido por Thomas Taylor, 1792. Cita extraída del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada “Himnos Órficos”, op. cit.
19 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada “Apolo-Helios”, ibid.
20 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada “Himnos Órficos”, ibid.
21 Walter Otto, ibid.
22 Proclo, “Himno a las Musas”, traducción de Josep Soler en www. antologiaesoterica.com
23 Himnos Homéricos, “Himno a las Musas y a Apolo”, op. cit.
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