SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
 
Ánfora panatenaica de terracota representando dos luchadores
332 a.C. British Museum

EL SIMBOLISMO DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS

ROBERTO CASTRO


"Conocer el juego es aprender a salir de él. Jugándolo."
(Federico González, En el Vientre de la Ballena. Textos Alquímicos).

"¡Seres de un día! ¿Qué es cada uno? ¿Qué no es?
El hombre es el sueño de una sombra.
Mas cuando llega el don divino de la gloria,
se posa sobre él un luminoso resplandor y una existencia grata."
(Píndaro, Oda Pítica VIII).


Olimpia y el tributo a Zeus

En la actualidad, en la era del hombre moderno, todo está invertido. En épocas pretéritas, donde aún se vivía en sociedades tradicionales y acorde a las reminiscencias de un tiempo mítico, los Juegos estaban orientados al culto de los dioses, a la representación viva de las Leyes del Cosmos y a la naturaleza última del hombre recreando su identidad con la Divinidad. Estos juegos, hoy más comúnmente llamados 'deportes', son ahora un mero pasatiempo, una actividad profana de vano escapismo y distracción, cuando no un autoflagelamiento corporal extremo y absurdo. Como todo en el hombre moderno, éste realiza cualquier actividad para ser conducido a ninguna parte, vagando así entre lo insignificante y la negación de su naturaleza celeste.

 

atletas ánfora
Ánfora panatenaica de terracota representando la carrera de velocidad
Eufiletos. 530 a.C. 


Los Juegos en las sociedades tradicionales tenían un carácter marcadamente ritual y sagrado. Claro ejemplo lo constituye el juego de pelota mesoamericano donde se vivifica y representa el diseño del cosmos y la gesta consiste en lograr meter la pelota por un aro, premiando al jugador vencedor con la muerte. Este sacrificio era vivido desde la conciencia de que el ganador accedía de forma directa y honrosa a la patria de los dioses. En su obra El Simbolismo Precolombino Federico González alude al juego de pelota y este significado tradicional:

"(los juegos) simbolizan una cosmogonía en movimiento y sus jugadores actúan y actualizan el drama cósmico. Tal vez el ejemplo más perfecto de esto sea el Juego de Pelota, competencia ceremonial típica de las grandes civilizaciones mesoamericanas, aunque no debemos por ello descartar otros juegos y deportes de clara intención ritual y metafísica."

En la tradición helénica, los Juegos también se practicaban como un rito para honrar a los dioses y consagrar la ubicación central del Hombre en el Cosmos ya que daban acceso a los Misterios de lo manifestado y de lo supracósmico a través de la encarnación de los símbolos y las ideas inherentes a las reglas de estos Juegos. Los principales eran los de Olimpia, Nemea, Delfos y Corintio, en honor a Zeus los dos primeros, y a Apolo y Poseidón los dos restantes, respectivamente. Los más importantes eran los de Olimpia.

Los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia deben su nombre a los dioses olímpicos en tanto que festejo deportivo sagrado donde se les honraba y emulaba; pero también a la propia ciudad de Olimpia, evocación a la Ciudad Celeste, pues su raíz Olimpo, morada de los dioses, no hace sino evidenciarlo.

Olimpia era uno de los centros espirituales más importantes de Grecia y estaba situada a los pies del monte Cronio (en alusión a Cronos, dios regente de la Edad de Oro), lo que nos da una idea de la importancia que tenía la Geografía Sagrada en aquella sociedad tradicional.

En el seno de este santuario olímpico era donde se desarrollaban estos Juegos Sagrados, venerando así al propio Zeus, pero también al resto de númenes tutelares del panteón griego.

Todo el recinto sagrado de Olimpia era también pura Arquitectura Sagrada. A título de ejemplo, mentar el denominado “Pórtico del Eco”, el cual provocaba que las voces de los heraldos y trompeteros sonaran siete veces por el eco. Esto guarda un paralelismo con construcciones como la de Chichén Itzá entre los mayas, donde la cancha del Juego de Pelota tiene una disposición arquitectónica tal que cualquier sonido también se reproduce siete veces debido a la resonancia. 

En el recinto de Olimpia había un total de 70 altares, incluido uno dedicado al Dios Desconocido (Agnostoi Theoi o Deus Absconditus en latín).

En el corazón de esta ciudad se erigió el templo dedicado a Zeus, el cual estaba presidido por una gran estatua del Padre de los dioses hecha de oro y marfil y de 12 metros de altura, siendo a la sazón el templo más grande de todo el Peloponeso.

 

Zeus
Templo de Zeus. Clack E. Ridpath, 1912

 

El templo de Zeus estaba erigido en el Altis, un bosque sagrado donde según el mito Heracles lo había delimitado y plantado de olivos. El patrón y fundador de los Juegos Olímpicos era justamente el propio Heracles, modelo ejemplar del héroe, a partir del cual, y de una manera simbólica, los jugadores reproducían sus hazañas, en una representación ritual del hombre deificado. Reseñar que en el friso del templo estaban esculpidos los 12 trabajos o pruebas de Heracles.

El mito fundacional de los Juegos cuenta que Rea, la madre de Zeus, dio a luz al Niño Divino en una cueva del monte Ida y lo confió a Amaltea para que lo amamantara y a los dáctilos, que eran una raza de hombrecillos fálicos, también llamados demonios del séquito de la Gran Madre. Los dáctilos eran cinco hermanos y, para proteger a Zeus de su padre Cronos, que lo quería matar porque sabía que lo destronaría, hacían ruido golpeando sus lanzas contra los escudos y dando gritos para que así Cronos no pudiera oír el llanto del recién nacido.

Una vez ya a salvo, el primogénito de los hermanos, Heracles1, propuso a los demás hacer una carrera en honor a Zeus niño, y otorgar al vencedor una corona de olivo. Así fue como nacieron los Juegos Olímpicos.
Se daba inicio a los Juegos sacrificando un jabalí y vertiendo su sangre sobre la tierra, al tiempo que los atletas hacían el llamado juramento a Zeus posando su mano derecha en el mismo altar donde había sido sacrificado el animal. Esta era la ceremonia de apertura de los Juegos. Respecto al sacrificio animal añadir que el cuarto día de certamen tenía lugar ‘el acto de la hecatombe’, donde se sacrificaban 100 bueyes.

También se encendía el pebetero con el Fuego Sagrado -que se mantendrá prendido mientras dure el certamen-, en memoria del robo del fuego a los dioses por parte de Prometeo y su posterior entrega a los hombres. Esta llama olímpica es de igual modo símbolo del bautismo de fuego y de la iniciación solar de los atletas participantes.

Durante los Juegos reinaba una tregua sagrada (la Tregua o Paz Olímpica), en el transcurso de la cual todas las guerras griegas cesaban para así representar la lucha y la confrontación de fuerzas cósmicas únicamente en un tablero o en una cancha. Este armisticio era un designio directo de Zeus y en esos días Olimpia se convertía en el Centro del mundo y en la unión del Cielo y la Tierra.

En los Juegos se llevaban a cabo diferentes competiciones: carreras de velocidad, saltos de longitud, lanzamiento de disco, lanzamiento de jabalina, lucha, pugilato o las carreras de carros tirados por caballos.

Con posterioridad a sus inicios, se incorporó como una disciplina más "el pentatlón", donde un sólo atleta debía competir en cinco pruebas: una carrera de velocidad de 192 metros, salto de longitud, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco y lucha.

Se cree que en las primeras ediciones de estos Juegos, 'stadion' (esta carrera de velocidad) fue el primero y único juego de todos -pues se reproducía únicamente la gesta antes narrada del mito fundacional- y luego se fueron incorporando sucesivamente los demás, siendo que llegó a haber 23 competiciones sin contar las musicales o culturales.

Estas últimas eran concursos que abarcaban todas las artes escénicas de la época: teatro, danzas, recitales poéticos, audiciones musicales de flauta, lira, canto, etc.  Alcanzaron así los Juegos su cenit en tanto que espectáculo total donde se expresaban a un tiempo todas las formas del Arte Sagrado.

El lanzamiento de jabalina, el pugilato e incluso las carreras de velocidad, tienen origen o raigambre militar. De hecho, al comienzo, estas carreras se hacían con los corredores pertrechados con sus dispositivos de combate como la espada, el escudo, el casco, etc., para luego pasar a hacerlas desnudos y untados en aceite.

Hay, pues, una clara analogía entre el simbolismo de la guerra y el de las competiciones sagradas. La lanza (o jabalina) y la espada son símbolos del eje y son las armas a través de las cuales la luz se transmite al rasgar los velos de la ignorancia. Con ellas también se vierte la sangre de los que se entregan en sacrificio y esta sangre es el alimento del Ser.
Los atletas invocaban a Atenea de forma recurrente y el atuendo guerrero con el que se la representaba (compuesto de casco, escudo y lanza) pone de manifiesto dicha ligazón entre ambas simbólicas.

Todas estas armas usadas en las competiciones son símbolos de los atributos divinos con que se provee el atleta, como así lo deja patente el mito de Heracles, el cual recibió la espada como un regalo de Hermes. Con esta espada cortó las cabezas de la Hidra de Lerna, y con la sangre de ésta envenenó las flechas que le entregó, junto con el arco, el dios Apolo.

Sólo los hombres podían asistir como espectadores a los Juegos (salvo la Sacerdotisa de Deméter), y acudían desde toda Grecia como una auténtica peregrinación santa. El propio Sócrates, Platón o Pitágoras concurrieron en peregrinación para presenciar los Juegos. Las mujeres tenían sus propios Juegos, llamados Heraia, en honor a la diosa Hera.

La Ilíada narra algunas otras competiciones como el tiro con arco (auspiciado por el propio Apolo), los dardos o la esgrima, y en un contexto ceremonial distinto se celebraban los Juegos fúnebres en honor a la muerte de Patroclo, compañero de armas de Aquiles.Esta crónica de Homero deja testimonio de cómo transcurrían y cómo eran vivenciados por los participantes, los cuales eran aupados por los dioses olímpicos, siendo éstos los verdaderos artífices de las proezas encarnadas por los atletas que se daban cita.

"Virando hacia un lado, el Tidida logró dominar sus caballos, de prieta pezuña, y saltó lejos del alcance del resto, pues Atenea había inspirado furor en sus monturas y le otorgaba la gloria del triunfo."2

 

El simbolismo de los Juegos

Los antiguos griegos creían que si una mujer embarazada soñaba que daba a luz un águila, engendraría un gran atleta. El águila simboliza el Espíritu y es un símbolo muy elevado en todas las tradiciones. Esto nos da una idea del alcance del simbolismo de los Juegos y que el atleta enfocaba todos sus esfuerzos hacia un fin supremo: la Victoria y la Gloria por la unión con el Espíritu.

Hay una analogía entre las gestas y proezas del jugador, inspirado en Heracles, y las pruebas del iniciado. Como decíamos, Heracles es el patrocinador de los Juegos Olímpicos, como también es el prototipo mítico de la vía iniciática. Vemos tales correspondencias:

– El atleta, tocado por los dioses, se sabe colmado de gracia y moldea su condición de semidios en cada jugada, en cada movimiento, en cada avance. Transforma en poesía los códigos de la guerra. Los dioses le inculcan el poder de la Palabra, el aserto en su alma de alcanzar la Victoria.

– El atleta no hace concesiones a lo efímero, sus divisas son la Victoria y la Gloria que lo guiarán hasta las puertas del Olimpo, donde le espera la inmortalidad de lo Eterno. El jugador es palabra fecunda y prolífica construida a cada paso en el terreno de juego.

– El atleta jugaba desnudo. La desnudez es símbolo de entrega y pureza del alma, "dejar los metales fuera del templo" en términos masónicos.

– El Juego es para el competidor una prueba en la que está llamado a superar sus propios límites. A morir a su individualidad para hacerse uno con el propio Juego, con la propia Existencia y la voluntad de los dioses. Ha conquistado el fruto áureo de la conciencia de Unidad y ha muerto a toda ilusión.

– El atleta aspira a ir siempre más allá, a alcanzar la "meta". No sólo la conquista sino que la rebasa, rebasa esa conciencia de Unidad con lo manifestado para acceder a la meta última: el No Ser (Agnostoi Theoi).

– En el ínterin, el jugador libra una batalla interna (la gran Guerra Santa) sobre si será capaz o no de vencer a sus demonios y a la ignorancia, en su viaje hacia la conquista del Pensamiento divino (el Noûs).

– Tanto si se trata de un juego individual o en equipo, esta batalla se libra contra un oponente o adversario que deberá ser vencido mediante 'el arte de la guerra', siendo que ambos bandos están representando las dos corrientes cósmicas.

 

Heracles y Athenea
Heracles y Atenea. 480 a.C. 

 

La propia idea de competencia que implican todos y cada uno de estos Juegos promueve la excelencia en la ejecución de ese Juego, entendida como la más alta Magia-Teurgia. Sumiéndose por completo en el fluir del Ser Universal a través de la disciplina deportiva de que se trate, el jugador logra la unión total con aquello que hace, aflorando en ese momento dicha magia teúrgica. Ya no hay pensamientos en su mente, sólo es uno con esa magia y con lo que está haciendo. También está muy presente en el Juego la conjugación de opuestos, de las dos corrientes cósmicas.

Si, como se nos ha enseñado, el Rito es el Símbolo en acción, el participante jugaba y meditaba con los símbolos de cada disciplina. Por ejemplo, vemos en lajabalina (o lanza) un claro símbolo del Eje, como la espada en la esgrima; o en el disco el símbolo de la rueda, el cual describe una trayectoria al ser lanzado que evoca la ley cíclica del Cosmos.

El atleta convoca a todos los dioses en él. Así, esta estrecha relación entre éste y los númenes olímpicos no es sino la irrupción de la Epifanía de "espiritualizar la materia y materializar el espíritu".

El punto de partida del atleta en su viaje iniciático es la propia concreción material porque el Juego debe llevarse a cabo en la tierra, Gea. La presencia de lo lunar (la diosa Artemisa, hermana melliza de Apolo) es la primera piedra a partir de la cual se asciende por el Eje vertical para emprender dicha Aventura olímpica. El nombre de la madre de Heracles, Alcmena, significa en griego 'poder de la luna'.

Es gracias a dos deidades complementarias, la Victoria (la diosa Niké; también Afrodita) y la Gloria (relacionada con Hermes), que convergerán en Apolo para alumbrar en ese centro al héroe solar, el cual seguirá su viaje por la vertical hasta la unidad del Ser, simbolizada por el propio Zeus. La Gloria y la Victoria están notablemente relacionadas con el Juego Sagrado ya que el atleta, alcanzando la perfección sobre sí mismo, logra conquistar estas Ideas, siendo uno con ellas.

El Rigor (el dios de la guerra Ares) y la Gracia (de nuevo Zeus) deben ser conjugados magistralmente por el atleta cuando compite. Y no es sino mediante la Sabiduría (la diosa Atenea) y la Inteligencia (Cronos) que el atleta hará bascular todo su juego para alcanzar el triunfo de recuperar la memoria de la Patria Celeste (la conciencia de Unidad: el Olimpo). Y así es como será investido con la Corona de olivo. Y todo ello para finalmente liberarse en el ámbito que está más allá de todo lo cognoscible: Agnostoi Theoi.

Desde ese Centro conquistado es como puede ya jugar al 'panludo' y se da cita con los dioses inmortales, con un desapego absoluto hacia toda forma y toda determinación. El atleta sabe que pertenece al mundo donde no hay formas. Es uno con la Sabiduría y la Inteligencia que le permiten no quedar apegado a ninguna de las apariencias ilusorias de este mundo.

El atleta transmuta su individualidad y la aparente dualidad llegando a la Unidad a partir de una entrega total de su alma (el sacrificio iniciático). Alcanza así las estancias más altas del Alma del mundo que darán paso al Reino del Espíritu, donde reside Zeus y el resto de dioses olímpicos.

Cuando el jugador es uno con la idea, cuando sólo es la idea y se ha desvanecido la individualidad, se convierte entonces en el rutilante héroe solar que ha transmutado cuanto le aprisionaba aquí abajo, expresión viva de la majestad del Principio.

El atleta es una sola identidad con las ideas de Belleza, Sabiduría, Inteligencia, Gloria, Victoria, Fundamento. Arriba a la morada celestial aupado por Apolo, por Atenea, por todas las fuerzas olímpicas y las musas celebran la buena nueva del iniciado e inspiran a los poetas las Odas Olímpicas.

El atleta da vida a la idea, se diluye en ella y se colma de gracia. Enardecido por esa conquista se contempla a Sí Mismo, lleno de asombro. De una nueva luz se ha inundado su alma, que es ahora la viva voz del Pensamiento arcano. Hay una visión en el tercer ojo que todo lo muestra, la cual da acceso a lo que es pensado por el Demiurgo. Esa luz todo lo ve en la clara esencia de las cosas.

En esa experiencia iniciática, cada cosa es conciencia del Sí mismo. El Sí Mismo tiene conciencia en cada aspecto de su ser y el jugador ha alumbrado esto en su alma y se erige como mediador entre el Creador y lo creado. En la conciencia de Unidad se desvanecen los espejismos de la dualidad y la multiplicidad. Se atraviesan las falsas apariencias para adentrarse en un mirador de asombro del Sí mismo. Es un instante de eterno Reconocimiento.


El entrenamiento del atleta olímpico

En la sociedad tradicional griega, los gimnasios tenían un papel fundamental como centros de formación física y espiritual. La etimología proviene del griego gymnós, que significa 'desnudo', y que nos remite a lo antedicho sobre la entrega y la pureza del alma del que se inicia en los Misterios. La gymnastiké es el arte de entrenarse y entregarse desnudo, por completo y sin reservas.

El fundador del gimnasio es también Heracles y su deidad patrona y protectora es Hermes. En todos ellos abundaban estatuas del dios alado, frente al que se realizaban ofrendas y se le invocaba como fuerza divina conductora de almas en el camino iniciático. Así nos describe Platón, en su diálogo Lisis, el ambiente de un gimnasio en el transcurso de un rito de culto a Hermes:

"Además, allí dentro estaban celebrando la fiesta a Hermes, y es por eso que los niños y los jóvenes están todos allí congregados, mezclándose los unos con los otros... Y diciendo estas palabras cogí la mano de Ctesipo dirigiéndome hacia la escuela de lucha, mientras el resto venía detrás de nosotros. Al entrar, nos encontramos a los niños. Ya habían hecho la ofrenda y la ceremonia no tardaría en finalizar. Todos iban muy bien vestidos y jugaban a los dados. La mayoría jugaba fuera del patio, algunos jugaban en el rincón del vestuario a pares o nones con un montón de dados, que sacaban de una especie de cesta; y otros hacían un corro mirándolos jugar."

Los gimnasios, pues, no eran meros espacios de entrenamiento físico, aunque esto tuviera un papel destacado. Cultivar el intelecto constituía el eje rector de cuanto acontecía en ellos en tiempos de la Grecia tradicional. De hecho, ambos aspectos estaban muy ligados ya que, desde la conciencia de Unidad, aunque lo primordial era favorecer el ejercicio de la Areté (Virtud) y la lucha por la libertad interior del hombre, las competiciones sagradas brindaban un escenario mágico para tales trabajos del alma. Por supuesto que todo esto, con el paso del tiempo, se fue degradando y las prácticas deportivas tenían cada vez menos un sentido ritual y de elevación espiritual, negándose finalmente toda ascesis, como es groseramente palpable en la actualidad.

En sus tiempos de esplendor, acudían poetas, sabios o sacerdotes para impartir clases de filosofía y formación iniciática. Estaban dotados de bibliotecas y de un cuerpo docente fijo que difundía la Enseñanza. El propio Platón, en su diálogo Eutidemo, sitúa a su maestro Sócrates en un gimnasio en estos términos:

"estaba solo en el vestidor y a punto de salir, cuando le vino una señal sobrenatural. Se volvió a sentar y a continuación entraron Eutidemo y Dionisodor..."

Un gimnasio era un complejo de diversos edificios. Los tres más importantes de Atenas eran el Cinosargo, el Liceo y la Academia. Es en esta Academia donde Platón estableció su escuela.

La culminación de todo este entrenamiento en los gimnasios tenía lugar durante los Juegos Olímpicos por parte de aquellos que acudían a competir.

La etimología de la palabra "atleta", que proviene del griego athlētés, significa "competidor o luchador". Esta palabra está relacionada con athlos (competición) y âthlon (premio), ambas a su vez procedentes de áethlos (lucha, combate o prueba). Vemos que contiene la raíz tl, probablemente de origen atlante y que, en todo caso, nos evoca a la Atlántida y a Tule (el Centro del mundo), como ocurre con frecuencia también con muchas palabras de la lengua náhuatl precolombina.

Cabe destacar también la etimología de 'deporte', del latín deportare, significando: trasladar o transportar algo, llevarlo lejos. De nuevo la idea del viaje y del reto, de ir más allá y de trascender los límites del hombre caído. A este respecto merece ser citada la expresión romana 'deportare lauream', ceremonia triunfal de carácter militar donde los generales romanos portaban una corona de laurel y la ofrecían a Júpiter. Vemos en ello nuevamente la notable conexión y afinidad entre el simbolismo de la guerra y el de los juegos.

Y por último la etimología de la palabra "récord", en referencia a la idea tan presente en los Juegos Olímpicos de 'batir un récord', tanto en los antiguos como en los modernos. Viene del latín recordare, que nos conduce de forma directa a la anamnesis platónica. Este recordar es recuperar la memoria de la naturaleza celeste del hombre y la propia voz nos da una pista de lo que esto significa: re-cordare, ‘volver al Corazón’, símbolo del Centro Supremo y de la Patria Celeste.


El premio del vencedor: la Patria Celeste

Los Juegos Olímpicos estaban aderezados con música, canto y poesía y el ganador era galardonado con una corona trenzada con ramas de olivo, símbolo vegetal de la diosa de la Sabiduría Atenea.

 

Diosa Niké
Ánfora de terracota representando al atleta ganador coronado por la diosa Niké (Victoria), flanqueado por un atleta derrotado y un juez. 363 a.C

 

Los jugadores olímpicos competían por la realización espiritual y eran premiados con dicha corona de olivo. Así era tradición en los Juegos Sagrados de Olimpia o en los Juegos Píticos de Delfos, si bien en los llamados Juegos Panatenaicos (celebrados en Atenas) encontramos que allí el galardón consistía en un ánfora de cerámica, que comparte la misma simbólica con la copa vacía o el cáliz del Graal. Los ganadores conservaban estas ánforas con honor toda la vida y eran enterrados con ellas. De estas ánforas derivan las actuales 'copas', trofeo por excelencia en todas las competiciones deportivas.

En Olimpia, el rito de coronación se hacía frente al templo de Zeus y consistía en premiar al vencedor con la corona de olivo en la cabeza, entregándole unas cintas de lana rojas y una rama de palma, símbolo del eje y del triunfo, también de la libertad, mientras le tiraban flores. Siguiendo el rito tradicional, la corona se confeccionaba de la siguiente forma: un niño de 12 años, que no fuera huérfano de padres, cortaba unas ramas con un cuchillo de oro del olivo sagrado que crecía más próximo al templo de Zeus. La comitiva triunfal de los vencedores avanzaba lentamente, al son de flautas y cánticos, y al llegar a los altares de los 12 dioses, allí ofrecían sacrificios y oraciones de gratitud. Se cerraba esta solemne ceremonia con un gran banquete.

En los Juegos Sagrados de la antigua Grecia no había premio para el que quedaba en segunda posición y esto tiene una clara significación simbólica también.

Hay incluso vestigios actuales de la importancia de esta idea de un único vencedor, pues Grecia está plagado de nombres propios a partir de voces como Niké (Victoria), aristos (el mejor) o protos (el primero).

La Patria Celeste, pues, o se conquista o no se conquista.

"Cuando ya cumplían el tramo final de la carrera, entonces Ulises hizo una plegaria en su ánimo a la ojizarca Atenea: ¡Óyeme, diosa, y acude bondadosa en auxilio de mis pies! Así habló en su plegaria, y le escuchó Palas Atenea y le tornó ágiles los miembros, tanto los pies como los brazos. Mas en el momento en que ya iban a lanzarse sobre el premio Ayante resbaló en plena carrera -Atenea le hizo tropezar- donde había esparcidas boñigas de los mugidores bueyes sacrificados que Aquiles, de pies ligeros, había matado en honor de Patroclo. Se le llenaron la boca y las narices de boñiga de buey, mientras alzaba la crátera el muy paciente divino Ulises, que llegó el primero; y el esclarecido Ayante se llevó el buey. Se incorporó con el cuerno del montaraz buey en las manos, escupiendo la boñiga, y dijo entre los argivos: ¡Ay! ¡Cómo me ha trabado los pies la diosa que siempre asiste y protege a Ulises igual que una madre! Así habló, y todos se rieron de ello con gusto."3

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NOTAS
1

La fuente de esta leyenda mítica es Pausanias, historiador griego del siglo II d.C. No se debe confundir este Heracles (Heracles Ideo) con el Heracles de Tebas, el de los 12 trabajos, hijo precisamente de Zeus y Alcmena. Esta coincidencia no parece casual. Hay interpretaciones que apuntan a que los propios griegos antiguos confundían uno por otro, y otras que aquél fue la primera encarnación de éste, pero, sea como fuere, la mitología una vez más nos "rompe los esquemas" de la lógica, y, en todo caso, Heracles, el héroe por excelencia de la tradición griega, fue el paradigma del atleta olímpico. Resulta destacable incluso que Heracles de Tebas, cuando nació, recibió el nombre de Alceo o Alcides, en honor a su abuelo, si bien, de mayor el nombre de Heracles le fue impuesto por Apolo en honor a Hera (etimológicamente: 'la gloria de Hera').

2

Ilíada, Canto XXIII: 390.

3 Ilíada, Canto XXIII: 768-784.
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