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Sebastián Ricci (1659-1734). |
EN TORNO AL MITO MARGHERITA MANGINI |
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Cuando se habla de mito hoy en día es fácil confundirse si no se es guiado por la Enseñanza. O más bien al contrario, es imposible no confundirse si no se sigue ese hilo rojo brillante que Ariadna tiende a Teseo antes de entrar en el laberinto. Porque son tantas las tergiversaciones que se han hecho y se hacen del mito actualmente y es tal la incomprensión de lo que esta palabra significa, que no se puede penetrar su significado si no se ha recibido una clave simbólica de ello. Teniendo presente que no sabemos nada de nada y sin interesarnos en absoluto la erudición ni la recopilación de historias y anécdotas, sino sólo la búsqueda de la Verdad, queremos dar unas pinceladas sobre algunos errores que hemos visto que se han producido en la interpretación del mito y que derivan, como todos los errores, de la ignorancia de lo que éste es en realidad. No hay pretensión de ser exhaustivos sobre el tema, ya que es muy extenso; más bien se trata de una meditación sobre algunas lecturas que vinieron a mi encuentro mágicamente. Antes de pasar a reseñarlos, hay que decir que en algunos casos las visiones que se han generado a partir del error no están excluidas del significado de la palabra “mito”, sino que son inversiones, ya que consideran el nivel de lectura literal o el alegórico como los más altos, cuando éstos no son sino los niveles más externos y por tanto más superficiales de las palabras. Hoy en día al utilizar la palabra “mito” muy a menudo se le da un significado de historia inventada, fantasiosa, cuando no directamente de mentira. Pero hay también quien va más allá y no se limita a considerarlo como algo irreal, pero inocuo, sino que le atribuye una carga malévola, creyendo que el mito es creado y utilizado para justificar un sistema de dominación del hombre sobre la mujer y los niños.1 Según este punto de vista, las historias que se cuentan en los mitos servirían para instaurar y perpetuar el patriarcado, un tipo de sociedad en la que el hombre usa su poder, basado exclusivamente en la fuerza, para ir en contra de la vida y el placer, relacionados fundamentalmente con la mujer y los niños. Se dice que las sociedades previas al patriarcado eran matriarcales y presentaban una forma social más acorde con la naturaleza del ser humano, ya que este sería solidario por naturaleza, siendo en cambio el patriarcado una sociedad guerrera. Se afirma también que la vida es algo caótico, en el que no hay nada predeterminado, pero que se autorregula y por tanto que no necesita de nada ni de nadie que esté al mando, ni que haga una programación “desde fuera”, ni tampoco de una ley de cualquier tipo que esta sea, ni natural, ni humana, ni divina. Se niega toda jerarquía, así como el mundo de las ideas y la metafísica. De hecho, no sólo se los niega, sino que se los considera como instrumentos del poder patriarcal para imponer una ley externa al mundo y así poder dominarlo. El Hades y el Infierno serían un mismo lugar, el lugar donde ha sido desterrado todo aquello que está vivo y amenaza al poder y su rigidez jerárquica; todo lo que está fuera de la ley, entendida como el supuesto orden impuesto por el “poder”. En este caso además de considerar el mito como una historia inventada, se le otorga una función destructora. Y desconociendo totalmente el origen divino de los símbolos y mitos, se rebaja constantemente el discurso a un nivel literal y material, donde no hay posibilidad de vuelo. El mito serviría para inculcar en la gente la necesidad de la ley, de la jerarquía y de la dominación de los fuertes sobre los débiles. En este escrito no haré un estudio en detalle sobre esta (falta de) visión, pero lo que me parece especialmente interesante destacar es que los términos que se ponen aquí como excluyentes, si los miramos desde un punto de vista tradicional, no lo son en absoluto. El caos armonioso y autorregulado del que se habla y que estaría en la base de la vida es un caos aparente, ya que lo que se aparece como casual sigue en realidad un orden superior que conforma la estructura de los seres y las cosas. Y este orden superior que subyace en el Cosmos, también está presente en él y lo contiene. Se contrapone la rigidez de la jerarquía y la ley, de lo predeterminado, a lo espontáneo, orgánico y armónico de la vida. Pero la Ley, el Orden divino que se expresa en el Cosmos, y que proviene del Caos (entendido éste no en su sentido inferior sino en el superior, o sea el Caos como las “Tinieblas supe-riores”, es decir supracósmico), no se manifiesta de manera rígida y acartonada, sino que se da de una forma siempre nueva y siempre igual al mismo tiempo, porque reitera un mismo modelo concebido en la Mente divina, que no es otro que el de la Cosmogonía Perenne. Este Orden es jerárquico, lo cual no tiene nada que ver con lo que se dibuja en el imaginario de nuestros contemporáneos cuando escuchan esta palabra. Porque esta jerarquía y este dominio no van en contra de la libertad, sino que al contrario, si se conocen son el camino hacia ella, siendo además la manera en que se expresa el Ser. Cada cosa es parte de un todo, ocupando una función que no es mejor ni peor que otra, aunque sí puede ser inferior o superior; es decir perteneciente al ámbito de arriba o al de abajo. El Hades o Infierno no están fuera de la Ley, sino incluidos en ella. A propósito de libertad y esclavitud, en la perspectiva de la que estamos tratando, está incluido el hecho de que el mito es creado para encomendar una misión a las personas, cosa que sería esclavizadora, aún más que la prohibición. Además, aceptar la Ley sería entregar nuestras vidas a los seres superiores que nos gobiernan, lo cual también significaría perder contacto con la vida real. En una visión tradicional esto es exactamente al revés. Todo depende del punto de vista. Si la misión, la ley o los seres superiores se ven como fuera de uno mismo, entonces sería una imposición, pero si uno reconoce que hay una Ley universal (el Dharma en términos hindúes) que es la misma que actúa en uno mismo en todos sus niveles, y que esos seres superiores no son ajenos a ella, sino que están en uno, expresándose y bailando en su propia alma, entonces ¿qué esclavitud y qué falta de contacto con la vida material? Entregar la vida a los dioses es un acto de amor, y esto no significa negar la vida, sino al contrario pasar a vivirla verdaderamente. Reconocer que hay niveles que son superiores al de la concreción material no es lo mismo que negar esta última. Bien al contrario la incluyen a la vez que se expresan en ella. El mito no es un medio de evasión de la realidad, sino que es el relato de nuestros orígenes; la historia, no pasada sino siempre actual, de lo que somos en todos los planos de la realidad, y por ende también en el material. Aquí no negamos que haya habido una alternancia cíclica de sistemas en los que a un nivel social había una preeminencia de un sexo sobre otro, pero esto no significa que haya una superioridad de uno u otro en términos de realización espiritual. En la perspectiva tradicional, que es la que nos interesa, el hombre y la mujer son dos aspectos de una misma cosa. No existe el uno sin la otra, no se pueden separar, y en cada uno hay algo del otro. Macho y hembra son la polarización de la Unidad, son dos polos de un Ser que al manifestarse se desdobla. Por lo que cada ser, como símbolo del Ser Universal, tiene en sí los dos polos, haya nacido hombre o mujer. El sexo es la expresión del aspecto masculino o femenino de la unidad, a nivel físico. Es un condicionante, como tantos otros, y de lo que se trata es precisamente de aceptarlo, conocerlo, para poder trascenderlo a otro nivel. Además, es importante no confundir entre lo que el mito es en realidad y las utilizaciones que el hombre, en su estupidez, hace de él. El hecho de que haya sido utilizado a favor o en contra de cualquier individualidad o grupo, desde una óptica particular, no significa que esa sea su verdadera función. Por otra parte, está el hecho de que los mitos en efecto narran hechos violentos, terribles y moralmente reprobables. ¿Qué son estos hechos? ¿Quiénes son esos personajes? ¿Qué nos están diciendo? Muchas son las preguntas que despierta el mito. Se dice que son ejemplares, pero esto no significa que tengamos que hacer literalmente lo que hacen los personajes que los pueblan. Ellos son simbólicos y la única manera de acercarnos a ellos para llegar a su esencia es meditar en el símbolo para que despierte la intuición intelectual y se active el pensamiento analógico. Es necesario traspasar su apariencia, penetrar en ellos, y eso es posible solo gracias a la guía del símbolo y a la Gracia. A partir de allí entregarse al mito es fácil, pues su belleza y profundidad supera grandemente cualquier historia profana. En su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Mito, Federico González Frías dice lo siguiente:
Y citando a Walter F. Otto en su libro Dioniso, Mito y Culto:
El mito es la narración del Orden Universal, expresión del Caos Primigenio en el que se da el espacio para una primera determinación, el Uno, que se desdobla, dando lugar a la Creación. Los personajes que lo pueblan son dioses y diosas, hombres y mujeres, niños y ancianos y todos ellos actúan ahora mismo en nuestra alma. No nos identificamos con las mujeres por ser mujeres. O tal vez sí, en algunos casos, pero no en otros. Cada uno de ellos es el representante de una energía que interactúa con las otras en el Alma. Leyendo el mito se lee el Alma Universal y por ende el alma de cada uno de nosotros. En el fondo del alma no hay ni hombre ni mujer, no hay acepción de persona y por tanto tampoco de género. Para arrojar luz y claridad sobre este tema, y para que no hayan confusiones, quiero citar este otro texto que no deja lugar a duda:
En cuanto a la guerra presente en los mitos, hay que decir que no está excluida dado que entendida en su acepción más alta –y por tanto verdadera–, es sagrada. ¡Por supuesto hay lucha, si es expresión de la vida del Ser! Así como uso de la fuerza, y sumisión; y también muchas otras cosas, todas ellas simbólicas.
En los mitos no sólo los hombres son fuertes, no sólo las mujeres son dóciles. Es imposible –y sería una estupidez intentarlo– encasillar los personajes de los mitos. En cada momento las situaciones, los personajes, las historias míticas le hablarán a uno directamente al corazón para decirle cosas distintas. Algunas veces le dirán mentiras. Otras veces no hablarán. Otras veces el que enmudecerá será uno mismo ante el asombro.
En definitiva, que no se han de tomar literalmente, sino como lo que son, o sea símbolos.
A este propósito, queremos decir que es importante no quedarse encallado en el intento de comprender la mitología, ya que ésta debe ser un puente, una palanca, una ayuda, y no una traba en el camino. Nos dice nuevamente Federico González en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Mitología:
Por lo que es importante volver siempre la mirada hacia lo más alto, para no perder de vista nuestra meta, que no se reduce a las historias míticas sino que va detrás, o más allá de ellas, a lo que ellas simbolizan. Otro de los errores que hemos observado es creer que el mito es una invención del hombre para explicarse fenómenos naturales que le suscitan miedo o le sorprenden. Leo en el primer capítulo de El Pueblo de Sol de Alfonso Caso:
Ciertamente el temor, la esperanza y el amor tienen mucho que ver con la actitud del hombre tradicional frente al mundo. Pero estas palabras han de ser bien entendidas. El temor por lo más alto es respecto hacia lo inconmensurable. El amor es el motor de todo, es la llama permanentemente viva en el corazón del hombre que es consciente que es en él que se alberga la deidad. Es lo que lo liga todo entre sí. Y no es un gesto externo, una vana esperanza o un deseo de posesión y dominación. Y la Esperanza es aquel hilo rojo o dorado que tiende Ariadna a Teseo; la Esperanza por lo más alto, que “tiende un cable al vacío”.7 Por otra parte, el hombre tradicional entiende y, sin mandar, gobierna. Entiende, de “intendere”, tender hacia dentro. Sabe que lo que ve en la naturaleza y en todo lo que lo rodea no es distinto de lo que pasa dentro de sí. Sabe que no necesita ir lejos para conocer, sólo mirar hacia dentro. Y también tiene miedo, claro, pero no busca nombrar lo que le da miedo para obtener un alivio, sino porque sabe que así se pone orden en las cosas, no un orden arbitrario sino un orden preexistente; porque sabe que la palabra es luz, y es el camino hacia lo que está más allá de todo cuanto existe. Y gobierna, por supuesto, pero no con afán de posesión o dominación, sino en cuanto ha reconocido que es el rey de su reino y mora en la provincia central, la que no es afectada por los cambios exteriores. Y sabe, además, que su centro es el mismo centro del mundo que lo rodea, por lo que, siendo consciente de ello, es el Rey del Mundo. Gobierna porque deja que la Inteligencia Universal con su luz se refleje en su inteligencia y lo ordene todo a su alrededor, seleccionando lo que es superior de lo que es inferior, jerarquizando. Según la visión errónea del mito que estamos tratando, el hombre se proyecta fuera de su alma, creando los dioses y sus andanzas a su imagen y semejanza, y posteriormente pidiéndoles su favor. Y no solo pide a los dioses, sino que quiere ser el amo del mundo. Pero si todo el mundo está en su alma, ¿para qué va a querer buscar algo afuera para en-cima apropiarse de ello? Lo que busca verdaderamente el ser humano no puede ser atrapado, no puede ser poseído. El error radica en creer que los hombres de las sociedades tradicionales tenían la misma mentalidad que el hombre de nuestra sociedad actual, sin tomar en cuenta que ésta ha perdido casi todo contacto con su origen, y por eso está corrompida y confundida. El hombre de hoy en día, si bien en su esencia es un ser humano como todos, sin embargo vive en un estado infrahumano al haber olvidado su verdadera naturaleza, que es divina y humana simultáneamente. Y por eso su mentalidad no se puede tomar como ejemplo para todos los hombres de todas las épocas y lugares. Solo la esencia es inmutable, pero las formas son cambiantes: si las segundas reflejan las primeras, pueden dar testimonio de la huma-nidad verdadera; en caso contrario no. Por eso es tan importante hacer Memoria, la “Memoria como corazón del Tiempo”. Y por eso son tan importantes los mitos para una sociedad tradicional: porque hacen memoria y porque cuentan la historia que liga con el Origen, una historia única, no inventada sino inspirada, descubierta. En la primera página de El Pueblo del Sol –sin querer quitar nada a este libro, que aporta información valiosísima sobre el panteón azteca– se puede leer:
Si bien es verdad que la mentalidad científica moderna no tiene que ver con la mentalidad de los pueblos tradicionales, éstos no se han encontrado con el mismo problema que nosotros, porque, como hemos dicho, para una mentalidad así no hay ningún problema de dominio del mundo. A este propósito, queremos aportar una cita de Simbolismo y Arte:
Con esto no queremos negar que haya habido y haya personas que utilizan la magia con fines particulares. Sólo estamos diciendo que en las sociedades tradicionales no se entendía la magia de la misma manera que la entendemos hoy en día, y decir que los antiguos pretendían dominar al mundo es aplicar nuestra mentalidad a un pueblo que volaba mucho más alto. Hay entonces una inversión: no es el hombre quien inventa a los dioses y sus historias para dominar el mundo, sino que se asombra ante los hechos, que reconoce como manifestaciones del Dios, sin hacer distinciones entre lo que él experimenta en su alma y lo que ve a su alrededor. Los mitos entonces no están fuera del hombre, sino en su alma. Él es el intermediario, el que reconoce las andanzas de los dioses en sí mismo y en el mundo y las expresa en los mitos dándoles una forma adecuada al mundo en el que vive, haciendo una adaptación de la Historia Universal que siempre ocurre, que siempre es contada. El tercer y último error que vamos a tratar radica en la creencia de que el mito es algo relacionado con lo psicológico y no va más allá de este nivel.9 En este caso puede haber un reconocimiento de la importancia del mito: el mito, dicen, fundamenta la estructura interna de la existencia, la explica y le da sentido. En esta versión rebajada del mito el hombre lo crea para satisfacer sus necesidades, para reconfortarse. O puede ser considerado como la expresión de la naturaleza del hombre de todos los tiempos y lugares, pretendiendo así conferir al mito universalidad, pero de nuevo no se reconoce su origen suprahumano, divino y por tanto no se puede hablar de universalidad. Porque la verdadera naturaleza del hombre es doble: divina y humana, y estos dos aspectos no se pueden separar, por eso toda interpretación del mito que no tenga en cuenta este hecho es parcial, no es completa.
La psicología admite que el mito pone orden en la existencia humana, le da un valor terapéutico y moral. Pero surgen aquí dos preguntas: ¿qué se entiende por orden? Y ¿qué se entiende por mito? Es cierto que conociendo, nombrando lo que pasa en el alma, se ordenan las cosas. Pero no hay que confundir la comodidad, lo que nos hace sentir seguros, con un camino espiritual y de Conocimiento. El orden verdadero es el Orden Universal, el que es expresado por la Cosmogonía y que se puede reconocer en el alma de uno mismo. Es un camino que se ilumina por la Gracia y gracias al símbolo y el mito y efectivizado a través del rito, y que conduce al Conocimiento del Ser Universal pasando gradualmente por todos sus estados.
En cuanto a la segunda pregunta, lo que se entiende como mito en el ámbito de la psicología en realidad es una historieta muy personal y sin importancia alguna, ya que no liga con el origen, no conduce a ninguna parte, o al menos no conduce al centro. En esta perspectiva el mito puede ser cualquier historia que ayude el sujeto a vivir más o menos contento. Pero el mito es una historia arquetípica, una historia que sigue un orden bien preciso, que es el de que hablábamos antes, el de la Cosmogonía como expresión del Ser. En algunos casos puede ocurrir que en apariencia se hable de lo mismo, de un viaje hacia el interior del alma humana; pero si no se reconoce que el alma inferior es un reflejo de la superior, que ella depende de un principio superior, y que solo atravesando sus aguas se llega al centro del Ser, y aún más allá, entonces no hay vuelo del alma, no hay nada que produzca una ruptura de nivel para trascender las miserias humanas. Y tampoco hay encarnación, que es de lo que se trata, de vivir el mito en uno mismo recorriendo ese camino ordenado.
Desde el punto de vista psicológico también se habla de que el mito forma parte del inconsciente colectivo. Pero este colectivo no rebasa lo humano. Es un colectivo individual, podríamos decir. En verdad es una historia del todo personal, aunque colectiva. Porque el discurso que hace la psicología sobre el mito no reconoce que éste es manifestación de la divinidad y queda ligado por tanto al nivel inferior de la psique, el de las pasiones, de lo más denso. Lo cual no es despreciable en sí, sino solo en cuanto es tomado como lo más profundo, cuando en cambio es apenas el primer paso hacia la liberación. Desde un punto de vista tradicional, si tomamos como modelo el Árbol de la Vida de la Cábala judía, esta manera de ver el mito se quedaría en el nivel yetsiratico, el de las formaciones sutiles. En este mundo lunar, puede uno dar indefinidas vueltas sin encontrar el camino hacia la salida, que siempre será vertical y ascendente. Y así lo hace la psicología, que, como todo, es útil hasta cierto punto. Porque si la psique inferior es considerada como lo que hay de más importante en el hombre, entonces es obvio que no se podrá ir más allá de ella. Sin embargo, si es tomada como lo que es, un soporte, una palanca, un símbolo de algo que la supera, que es superior, en este caso entonces nos será de ayuda para realizar un salto prodigioso y trascenderla. La psique pertenece al plano intermediario, y no es un fin en sí misma. Por supuesto los mitos expresan sentimientos; pero esos sentimientos son el reflejo de una realidad que está más allá de ellos, la del mundo inteligible de las ideas, que es jerárquicamente superior y los precede.
En algunos casos se otorga al mito un valor terapéutico, utilizando el teatro griego como ejemplo de, podríamos decir, terapia colectiva. El teatro griego, como el teatro sagrado en general, es un rito, que “no hace sino poner en movimiento a través del gesto ritmado y generativo la energía del símbolo.” Por supuesto es catártico, en el sentido de purificador, como todo rito, porque pone en escena las energías de ser, ordenándolas. Pero el teatro es para los griegos algo más que un lugar donde se expresan sentimientos. Así como la magia no es para dominar el mundo, de la misma manera el teatro no es para desfogarse y obtener un confort psíquico. Aún así, claro que en el teatro están presentes las pasiones, pues son su materia, pero allí están para poderlas trascender y acceder así a estados más sutiles y diáfanos. En todo caso, para nosotros el valor del mito es que es actuante en la consciencia. No nos interesan las historias en sí, sino por lo que simbolizan, por lo que está más allá de ellas, por lo que evocan y hacen presente en uno mismo. Porque, a través de su circularidad, nos transportan a un tiempo otro, a un no-tiempo, o a un tiempo que se ha transmutado en espacio.
Acreditar en el mito es una locura a los ojos de la sociedad contemporánea, pero nosotros sí creemos en su poder transformador, en su realidad, porque sabemos que “vale la pena correr el azar de creerlo –pues el riesgo es hermoso–."17 Por eso ahora y siempre invocamos a los dioses una y otra vez, y a Dioniso, que nace hoy en nuestros corazones para romper con la visión ordinaria y profana y abrir nuestra consciencia a la verticalidad:
Y “recordando que estos símbolos se aprenden a su vez de otros y nadie puede sacar su significado si no se lo comunicaran, ni vivirlo pensando en que él puede lograrlo por sí mismo”,19 volvemos a retomar lo que decíamos al principio, cerrando así el círculo: es solo siguiendo la cadena de transmisión, y recibiendo a la Gracia, que se puede acceder a ese otro mundo que está en éste y es más real y verdadero que cualquier historia personal. Los mitos llevan oculto en ellos un mensaje salvífico. Escuchemos, cantemos, y bailemos junto a las Musas, para poder vivir el Misterio.
Bibliografía consultada: Alfonso Caso, El Pueblo del Sol. FCE, México, 1995.
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NOTAS | |
1 | Ver Casilda Rodrigáñez Bustos, El asalto al Hades. La rebelión de Edipo. (I parte). |
2 | Federico González Frías, Las Utopías Renacentistas. Esoterismo y Símbolo. |
3 | Federico González Frías, Simbolismo y Arte. |
4 | Hesíodo, Teogonía, 27-29. |
5 | Plutarco, Los misterios de Isis y Osiris, tomado de Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada "Mito". |
6 | Alfonso Caso, El Pueblo del Sol. FCE, México, 1995. |
7 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada Esperanza. |
8 | Federico González Frías, Simbolismo y Arte, op. cit. |
9 |
Ver Rollo May, La Necesidad del Mito. |
10 | Federico González Frías y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, Módulo I, “Mitología. Los dioses y los hombres”. |
11 | Ibíd. Módulo I, “Mitología”. |
12 | Ibíd. |
13 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y temas Misteriosos, entrada "Himnos Órficos". |
14 | Ibíd., entrada "Mito". |
15 | Extractos de Estobeo, XXIX, extraído del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada "Mitología". |
16 | Federico González Frías y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, Modulo I, "Mitología". |
17 | Platón, Fedón, 114d. Extraído del Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. |
18 | Himnos Órficos, XXX. Ibíd., entrada "Himnos Órficos". |
19 | Federico González Frías y col., Introducción a la Ciencia Sagrada, Modulo I, "Mitología". |
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