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En
un escrito anterior nos remontamos de los efectos de la música sobre
los reinos mineral, vegetal y animal hasta sus efectos sobre el individuo
y la sociedad. Continuamos ahora el ascenso de la Cadena del Ser y escuchamos
lo que nos informan quienes escucharon una música que no es de este
mundo.
Sin embargo, antes de abandonar la Tierra debemos considerar lo que los esoteristas creen: que compartimos el planeta con la raza de los seres elementales, constituidos más bien por las sustancias sutiles de los elementos que por la materia física que compone nuestros cuerpos. En la actualidad, ellos eluden a nuestra percepción, pero para algunas personas, e incluso para razas enteras como las de los celtas y escandinavos, son una realidad aceptada, se los siente y oye con frecuencia, y a veces hasta se los ve. La gente los ve y oye como hadas, duendes, elfos, gnomos, enanitos y muchas otras formas pintorescas. Esta breve anécdota de la Isla de Man, extraída de La Creencia en las Hadas en los Países Celtas, de Evans-Wentz, contiene sintéticamente los temas favoritos de las leyendas sobre hadas en su aspecto musical: Tan seguro como que usted está ahí sentado, yo escuche las gaitas allí, en el bosque... Escuchaba eso a menudo en el bosque de Tara. En todas las ocasiones en las que esa "buena gente" toca, se escucha su música por el campo con total claridad, y es una música fantástica. Puede durar hasta la medianoche, pero al llegar el día se termina.2En ocasiones, a las hadas se las ve al tiempo que se las oye. Pueden aparecer como un agitado tropel de "seres diminutos" que cantan y bailan, y cuyos efectos sobre los humanos que son testigo de esto no son siempre de los mejores, pues las hadas, al carecer de alma y, por lo tanto, ser totalmente amorales, es probable que roben los bebés de una persona y lo reemplacen con los de ellas, que son feos (pero precozmente musicales), pues tienen que adoptar3hijastros y enseñarles lo atinente a las gaitas4. Sin embargo, las hadas celtas no son siempre tan diminutas: hasta se las puede confundir con seres humanos. Son muchos los cuentos acerca de ese personaje de corta estatura y cabellos siempre rojizos que aparece inesperadamente en tabernas y fiestas, toca música de arrebatadora belleza y fuerza irresistible, y desaparece sin dejar rastros, para que tan sólo entonces se la reconozca, al terminar el hechizo, como un hada que estuvo de visita. Es el mismo San Patricio quien se refiere a un encuentro con un "duende prodigioso" que lo adormeció con sus cantos, y dice acerca de esa música: "Sería realmente buena si no fuera por el dejo de hechizo que posee y la infecta; no obstante, por su semejanza, es la que más se aproxima a la armonía Celestial"5. En este caso, se torna imprecisa la frontera entre el hada verdadera y el mortal inspirado por ésta. ¿Patricio se encontró con un trovador que era humano y creyó que se trataba de un hada? La esencia de los cuentos de hadas radica en que no siempre podemos estar seguros de qué se trata: sin embargo, la experiencia se mantiene intacta. En otros folclores se relatan también cuentos pintorescos sobre cómo podemos aprender música de los elementales. La Näkki, un hada de las aguas, finlandesa, nos lo enseñará si llevamos nuestro violín hasta su cascada en las vísperas del solsticio de verano o en vísperas de Cuaresma o de Pascua. Después de realizar eso, podremos hacer que la gente baile por propia voluntad o no, y nuestro violín tocará solo, aunque se rompa6. Tomar lecciones de un Fossegrim escandinavo es un asunto más trabajoso. Hay que visitarlo un jueves por la noche y ofrendarle un chivo blanco. Si éste es flaco, sólo conseguiremos que afine nuestro violín. Pero si el animal está bien cebado, entonces el Fossegrim tomará nuestra mano en la suya y la apretará hasta que sangre. Una vez que nuestra mano se recupere (a semejanza de Orfeo), seremos capaces de tocar y hacer que los árboles bailen y las cascadas dejen de fluir.7 Desde la época de Paracelso, los elementales han sido tema no sólo del folclore sino también de estudios serios, y los ocultistas de la actualidad tienen una muy sofisticada opinión acerca de esos seres. Esto no va en mengua de sus cualidades poéticas, como podemos apreciarlo por lo que le contó a Evans-Wentz un místico y vidente irlandés, el poeta George Russell (conocido como "AE"), quien fue iniciado en la visión de otro mundo mediante música de hadas: Creer en los elementales es un modo de decir que todo está vivo: que hay una chispa de consciencia divina en cada partícula de la materia. Los antroposofistas y otros, en la línea de Paracelso, personifican esta vida universal, considerando que el origen de la materia misma y todos los procedimientos evolutivos naturales son la acción de elementales que operan en los planos sutiles: por supuesto, no son enanitos antropomórficos sino seres de muchas clases, fuerzas y grados de consciencia intermedia entre nosotros y la Jerarquía Angélica. Como ocurre con la terapia musical, son los antroposofistas quienes más atención prestaron a este aspecto de la música. Según Rudolf Steiner, algunos elementales son libres, mientras otros son esclavos de objetos y lugares materiales. Por ejemplo, la forja de herramientas y máquinas mecánicas somete a los elementales, no de muy buena gana, a los objetos fabricados, y esto explica las cualidades, tanto peligrosas como útiles, de esos instrumentos. Los elementales se liberan continuamente, así como otros quedan cautivos, y este intercambio -este sacrificio perpetuo- es la Vida. En la música, el Ego del compositor convoca a ciertos elementales a un estado de encantamiento melodioso, y según sea el alma del compositor, esos elementales serán de naturaleza buena o mala. En la ejecución, la influencia de los elementales es transmitida a los silfos y las ondinas (que son espíritus del aire y del agua, respectivamente), los cuales están ligados a los ambientes del aire y "éter". Son ellos los que conducen la melodía a quienes la escuchan, y tan pronto es captada por el oído interno, son liberados de su encantamiento. Esta teoría psicoacústica es similar a la de los primeros tiempos de la ciencia moderna, que ya mencionamos alguna vez, la cual planteó el nexo de un éter sutil, pero con esta salvedad: en este caso, la substancia intermedia se personaliza. He aquí la pregunta inevitable, que no podría haber surgido antes del fonógrafo de Edison (1877): ¿Qué sucede cuando las melodías se reproducen mecánicamente mediante una grabación o una cinta magnetofónica? Rudolf Steiner, en una conversación que tuvo en 1923, poco antes de morir, había condenado al gramófono como fuente de música. Por supuesto, el gramófono de aquella época sólo podía producir un remedo de música viva, pero según su adepto Ernst Hagemann, ese rechazo era más que estético. En un pasaje extraordinario sobre la frontera entre el esoterismo y la farsa, Hagemann describe solemnemente su propia investigación con varias personas dotadas de clarividencia a fin de averiguar qué sucede a la función de los elementales cuando la música es reproducida mecánicamente. Las explicaciones que se dan no son satisfactorias en todos sus pormenores, pero la que sigue es la opinión coincidente de varios clarividentes que trabajaron por separado. Al aplicar su clarividencia a las superficies de los discos del gramófono, descubrieron que estaban llenos de formas elementales, todas muertas. Al mirar a través de una lupa, ¡incluso pudieron ver más de ellas! Según dijeron, son réplicas sin vida de los elementales que estaban en el aire, y al entrar en el micrófono "matizaron" el disco-matriz durante la ejecución original en vivo. A fin de trasladar estos ejemplares muertos al mundo físico mediante el aparato reproductor, se necesita la cooperación de otros elementales vivos -para ser exactos, gnomos diminutos- que los clarividentes pudieron percibir en la púa de diamante o zafiro. (Recordamos que las piedras preciosas se asocian tradicionalmente con estos espíritus de la tierra). Por medio de los gnomos, esas mismas clases de elementales -presumiblemente silfos y ondinas- pudieron ser vistos emergiendo de los altoparlantes, como originalmente habían quedado atrapados durante el proceso de grabación. Hasta ahora, no se prueba que esas grabaciones fueran inadecuadas. Sin embargo, los clarividentes tuvieron algo más que decir.9 En los conciertos en vivo, no sólo disfrutaron las visiones de belleza que la música esparce por el aire sobre el escenario, visiones éstas que varios artistas han tratado de captar.10 También vieron que la sala de conciertos era acosada por Espíritus de la Fealdad: por seres viles, con formas de arañas, que pululan donde la belleza se manifiesta, y que subrepticiamente se introducen en nuestros oídos y narices mientras estamos arrobados en esa belleza. Todas las cosas deben tener su antítesis; a fin de crear la belleza, el hombre debe tener el estímulo de lo que es feo. Dice Hagemann11que los más grandes artistas son los que percibieron más agudamente este conflicto, incluso en un plano físico. Sin embargo, durante la grabación, sólo las formas bellas entran en el micrófono, mientras sus bellos cadáveres están esparcidos en los surcos de nuestros discos. Los espíritus feos (que en realidad no son más malos que el abono con que nutrimos a nuestras rosas) están ausentes, por lo que falta la experiencia artística plena. Debemos admitir que la visión que los antroposofistas tienen sobre los elementales es un caso extremo. Sin embargo, en este artículo, el hecho y la ficción estarán mezclados, pues en temas como éste, la distinción no es difícil y rápida. Alguien puede haber tenido una auténtica visión clarividente o mística; y una vez que la cuenta o escribe, pasa a ser parte de la mitología colectiva. La gente tiene sueños que reflejan esto; autores y poetas (soñadores todos) apelan a eso para sus escritos, los cuales, a su vez, pueden convertirse en una fuente de experiencia mítica y en un impulso hacia la experiencia mística. Muchas personas oyeron música que parecía hablarles de otro mundo, de otro orden del ser que el que los sentidos externos les ofrecía. Una típica experiencia es la de la sinestesia, en la que la música se traduce instantáneamente en otras impresiones sensorias, que habitualmente son visuales. Algunas personas, como en el caso del compositor Olivier Messiaen (1908-1993),12 tienen naturalmente ese don, y no pueden oír música sin ver colores con su ojo interno. Otros tuvieron esa experiencia como resultado de drogas psicodélicas. En una época en la que tan pocos reconocen al mundo de la Imaginación como una realidad y una fuente de conocimiento trascendente, a algunos las drogas psicotrópicas les sirvieron para abrirles una ventana hacia ese mundo. Al final de la última novela de Aldous Huxley, titulada La Isla, el héroe, Will Farnaby, toma mescalina y, mientras escucha el "Cuarto Concierto de Brandenburgo", de Bach, tiene una visión que comienza con alegría y belleza pero prosigue hasta la realización de que la desgracia y el dolor son elementos inevitables de la existencia. Como el anterior héroe de Contrapunto, de Huxley, que escucha Heiliges Dankgesang, de Beethoven, mientras aguarda que los fascistas lo ejecuten, Will descubre, a través de la música, el camino hacia la aceptación del sufrimiento y la muerte. Sin embargo, las drogas sólo pueden dar una vislumbre temporal de esas cosas. A no ser que podamos ganar el derecho a ellas mediante nuestro propio esfuerzo, esas revelaciones aparentes de la experiencia psicodélica no elevan permanentemente al alma, y tal vez haya que pagarlas con un prolongado período de expiación. Hasta Pete Townshend, líder de "The Who", y durante largo tiempo un símbolo de conducta dionisíaca, llegó a decir que, después de años de escuchar habitualmente música estando drogado, comprendió que debía retornar al comienzo y volver a experimentar sus éxtasis sin la ayuda de las drogas que estaban arruinando su vida. Las drogas psicotrópicas pueden forzar la apertura de las "puertas de la percepción" hacia una especie de cielo pero, como Huxley bien lo sabía, también pueden introducirnos en el Infierno, y es hacia allá donde deberemos echar una mirada disuasiva antes de continuar nuestro ascenso. Y esto porque el Infierno es también, a su modo, un reino musical. Como todos saben, el Diablo es un violinista, condenadamente bueno. Giuseppe Tartini (1692-1770), virtuoso del violín y compositor, una vez soñó que había hecho un pacto con el Diablo, y que éste tocó una música que hizo que Tartini tuviera ganas de renunciar allí mismo al violín (en lugar de ello, escribió su famosa Sonata "El Trino del Diablo", como recuerdo de aquel sueño). Sin embargo, la habilidad musical del Diablo sirve solamente a un propósito: seducir a las almas. El invierte el propósito de la armonía que Dios da, usando la fuerza de la música para arrastrar al alma, no hacia arriba sino hacia abajo. Fue por temor a esto que los Padres y Doctores de la Iglesia recelaban de toda música no santificada por un texto sagrado -hecho éste que detuvo durante siglos el desarrollo de la música instrumental-, y que los exoteristas Mullahs del Islam invocaron la autoridad del Profeta Mahoma para prohibir de manera absoluta (pero siempre sin éxito) toda música, cualquiera que esta fuese. Una vez que el Diablo tiene almas en sus garras, quizá seducidas por canciones de amor y holganza, aquéllas están condenadas a un Infierno en el que la perversión de la armonía, convertida en cacofonía horrenda,13 sólo se alivia con el silencio -desesperanzado, y más horrible aún- de sus gélidos abismos.14 Las agudísimas discordias del Infierno reflejan, en sentido inverso, la concordia perfecta que reina en el Cielo ya sea como el canto de los coros angélicos o como principios numerales pitagóricos. De ahí que al tritono disonante (Si-Fa) se lo denominaba, en la Edad Media, Diabolus in Musica, y que en la música primitiva se lo tratase con cautela. De manera parecida, el silencio de lo más bajo del Infierno es un reflejo del silencio que colma lo más excelso del Cielo, tal como lo describiera Sinesio. Heinrich von Kleist, novelista romántico, describe vívidamente, en su relato breve, titulado Santa Cecilia, o El Poder de la Música, la boda de la música divina con la demoníaca. Teniendo por escenario la época de las guerras religiosas, cuenta sobre la milagrosa intervención de Cecilia, santa patrona de la música, contra cuatro hermanos calvinistas que se habían propuesto profanar un convento. Los cuatro, presentes en la misa cantada que se proponían interrumpir, quedaron hechizados por la música que, por inspiración de la santa, se tocaba bajo el marco de una antigua misa italiana. Los hermanos, víctimas de una grotesca manía religiosa, pasaron el resto de sus días en un manicomio. Ellos le describen así, a su madre, lo primero que hicieron después de convertirse: Las drogas y la locura no son ciertamente el único medio para emprender nuestro viaje al Otro Mundo. El alquimista Thomas Vaughan, (1622-1666) dice que el alma "tiene varios modos de abandonar la casa, pero que el mejor es sin enfermedad. Éste es un paseo místico, que consiste en salir pero tan solo para retornar".16 Algunos de los caminos que conducen hacia allá son a través de la fantasía o de la imaginación activa en estado de vigilia; a través de sueños, trances o visiones; y después de la muerte, es cuando todos podemos esperar entrar allá. En casos excepcionales, entre los cuales Pitágoras es el ejemplo más famoso de la antigüedad, una persona puede estar tan dotada que entra en ese estado a voluntad, incluso sin que la consciencia normal se extinga. En la antigüedad, aparentemente, la puerta hacia esos reinos estuvo más abierta. Leemos sobre muchas personas en el folclore que se extraviaron en el reino de las Hadas al pasar por la grieta de una roca o por agujeros en el suelo, o se perdieron en los bosques como Dante en el Infierno o Polifilo en la Hypnerotomachia. Una vez adentro, sencillamente pueden disfrutar una especie de visita guiada, pero también existe la posibilidad de involucrarse más seriamente. Entonces, el viajero puede enfrentarse con toda clase de dificultades y obstáculos: ríos y océanos que deberá cruzar, animales salvajes y hombres feroces a los que deberá vencer; muros de fuego o de hielo, puentes que son el filo de una navaja, montañas escarpadas y las esferas mismas que deberá escalar. Howard Patch, especialista en el Medioevo, que estudió centenares de leyendas sobre el Otro Mundo, descubrió características recurrentes tanto en cuanto al viaje como al reino mismo, y señala que este último suele contener lo siguiente: El Otro Mundo de los celtas tiene una cualidad constante que es peculiar en él, y creo que es el resultado de más de una tradición puramente literaria. Sus hitos son inconfundibles, y su atmósfera es tan marcada como la del Paraíso musulmán con sus frondas y huríes, o la de los grabados alquímicos del Renacimiento con sus jardines formales y sus bestias fabulosas. Como cuadra a la literatura de una isla, la de la vieja Irlanda abunda en visiones y viajes a otras tierras y otros mundos. Algunos de éstos son islas que están más allá del mar, que estudiosos menos imaginativos han tratado de identificar con tierras reales. Por supuesto, es probable que los santos irlandeses se hubieran desviado de su curso, desembarcando en las Bahamas, pero esto, en sí mismo, no explica suficientemente sus relatos, tal como de ninguna manera el silbido natural del viento puede ser una explicación de la música mágica que ya mencionamos. Otros viajes son a tierras que están en las profundidades del océano, no menos musicales que las otras, como la que encontró el héroe Bran cuando, unido de una escafandra de cristal, se zambulló y vio a las ninfas del océano, de rojas cabelleras, que ejecutaban una música semejante al repique de campanas de plata.18 Tal vez fuera el mismo sonido como el que se oye desde la sumergida catedral de Ys, la ciudad bretona que está hundida bajo las aguas. Asimismo, el Otro Mundo puede aparecer en nuestro propio suelo familiar, el cual se produce como un espejismo o se manifiesta de repente cuando las nieblas circundantes se disipan. Puede entrarse en él por debajo de colinas huecas o de bellos promontorios, y en este caso se confunde inextricablemente con el Reino de las Hadas. Muy típicamente, se presenta como un viaje a una isla o a muchas, que suelen estar en el Oeste, que desde el punto de vista de Irlanda representaba lo desconocido. Una explicación sobre la naturaleza de estas islas y sus habitantes se da en el Viaje de San Brendan (siglo IX), cuando él y sus compañeros visitan una isla llamada el Paraíso de los Pájaros. En este caso, los pájaros son blancos y tan numerosos que cubren eternamente un árbol gigantesco. En respuesta a la pregunta de Brendan, un pájaro baja volando "haciendo un ruido como de campanilla con sus alas" y le explica que esos pájaros son almas que fueron destruidas durante la rebelión de Lucifer, aunque no fueron cómplices de su pecado: "Vagamos por diversas regiones del aire, del firmamento y de la tierra, igual que otros espíritus que viajan cumpliendo sus misiones. Sin embargo, en los días santos y los días de domingo recibimos cuerpos como los que ahora ve para que podamos estar aquí y alabar a nuestro Creador".19 Y cuando llega la hora de las Vísperas, todos los pájaros cantan juntos el versículo Te decet hymnus, Deus in Sion durante alrededor de una hora. De modo parecido, en cada una de las ocho Horas Canónicas (los oficios que se cantan cada día en las comunidades monásticas), ellos cantan salmos y otros versículos adecuados. Cuando comparamos el relato referido a San Brendan con las modernas creencias celtas en las hadas, resulta claro que se trata de los mismos seres, sin que nos sorprenda su musicalidad. De todas las teorías expresadas por las personas ancianas entrevistadas por Evans-Wentz en los primeros años de este siglo, la más difundida sostiene que las hadas son ángeles caídos que se mantuvieron neutrales en la guerra que Lucifer libró.20 Tal como lo expresa una fuente bretona, "después de rebelarse, los ángeles que quedaron en el Paraíso se dividieron en dos bandos: los que lucharon del lado de Dios y los que se mantuvieron neutrales. Estos últimos, ya medio caídos fueron enviados a la tierra por un tiempo, y se convirtieron en hadas".21 O bien, como lo dice una mujer galesa: "Creo que debe haber un estado intermedio entre la vida en la tierra y la vida celestial, y tal vez sea en éste que los espíritus y las hadas vivan".22 Desde el punto de vista humano, este estado intermedio, poblado por ángeles caídos, pero que no son malos, no es otro que el Purgatorio. San Brendan siguió recorriendo una isla tras otra durante siete años antes de que su barco hendiera un círculo de densa niebla y los viajeros se hallaran súbitamente en su meta, la "Tierra Prometida de los Santos", en la que no hay oscuridad, siendo Cristo la única luz. Esta es la transición desde el Purgatorio hacia el Paraíso. Aquí, los ángeles que no cayeron toman la apariencia de pájaros cantores, como lo testimonian otras diversas obras que se relacionan con el cristianismo celta. Las Aventuras de los Clérigos de San Columba, del siglo X, nos llevan hasta el trono mismo del Rey de los Cielos, en el que están posados tres pájaros que cantan las ocho Horas Canónicas.23 Lo mismo ocurre en La Visión de San Adamiano, del siglo XI, quien no fue en barco sino que fue llevado al Cielo por un ángel.24El Viaje del Huí Corra (también del siglo XI) es más específico: el viajero Lochan, antes de embarcarse para emprender su viaje, tiene un sueño en el que "contempló al Señor Mismo en su trono, y una bandada de pájaros-ángeles que ejecutaban música para El. Entonces, vi un pájaro brillante, y su canto era más dulce que todas las melodías. Ahora bien, aquél era Miguel en forma de pájaro en presencia del Creador".25 Existe un pasaporte característico hacia el Otro Mundo celta que recuerda la famosa Rama de Oro con la que Eneas descendió al Hades en el Libro VI de La Eneida, de Virgilio. Se trata de una rama de plata con frutos de oro, tres o nueve en número, los cuales -y aquí está el toque típicamente celta- se entrechocan y producen una encantadora melodía.26 Indudablemente, esa rama proviene del mismo árbol mágico en el que aquellos pájaros elocuentes estuvieron posados según el relato de San Brendan. En El lecho de enfermo de Cuchulain, nos encontramos nuevamente con ese árbol en la isla palacio de Labra, el cual produce realmente su música: Fluye una dulce armonía Aunque de plata, iluminado por el sol Resplandece como el oro.27 Estos y otros temas musicales se repiten, como leitmotiv en los relatos celtas en alguna ópera importante. Estas son piedras musicales, como la "piedra conspicua" en el viaje de Bran, "de la que salían cien melodías",31 y las "tres piedras preciosas de sonido suave y melodioso, con la dulzura de la música en cada uno de los dos coros" (en La Aventura de los Clérigos de San Columba).32 A veces, no podemos estar exactamente seguros sobre lo que el poeta tiene en mente, aunque la última cita parece hacer eco con otro episodio misterioso del Viaje de San Brandán.33 Una de las islas visitadas por su séquito es extraordinariamente llana, vasta y sin árboles, pero cubierta de frutos de color blanco y púrpura. Allí ven tres coros de niños, separados uno del otro por una distancia de tiro de honda pero en continuo movimiento. Mientras cantan antífonas al unísono, entonan las ocho Horas Canónicas, igual que los pájaros, pero se diferencian de los espíritus caídos porque también celebran la Misa. Por último, está la impresionante visión de la Columna de Cristal. En el viaje de Brendan, esa columna se eleva sobre el mar; es vasta, cada uno de sus cuatro lados mide seiscientos cuarenta metros de largo y, todo el conjunto, está cubierto por una red plateada con mallas suficientemente grandes como para dejar pasar el barco. En El Viaje de Melduin34 (principios del siglo IX), nos encontramos nuevamente con la columna y su red, y una voz habla desde lo alto de aquélla. En El Viaje del Huí Corra,35 la red es de bronce y se extiende sobre una empalizada de bronce que circunda otra isla, y el viento produce música sobre ella, la cual adormece a los viajeros durante tres días y tres noches. Las leyendas celtas dejan una inolvidable impresión acerca de una existencia onírica, como de ensueño e impregnada de música: es un Elíseo de árboles musicales, frutas, fuentes, piedras, coros y pájaros. Considerados como distintos símbolos, podríamos analizarlos y explicarlos, pero esto implicaría perder la atmósfera circundante de un mundo con su propia naturaleza y su propia coherencia interior. Preguntar qué "significa" la columna de cristal es tan inútil como que quien visitara París preguntara qué significa la Torre Eiffel. Sin embargo, ¿dónde están situados exactamente todos esos mundos y planos? Con seguridad, hubo una época en la que tenía sentido ubicarlos en algún lugar de la Tierra, subterráneamente o en los cielos visibles: de ahí las leyendas sobre reinos subterráneos (todavía en boga entre los que sostienen la teoría de "los habitantes de la tierra hueca"), el Edén Perdido, las Islas Afortunadas, Shangri-La, Shambhala y otros sitios que los cartógrafos medievales señalaron confiadamente en sus mapas. También por esta razón, el Dante ubica al Purgatorio sobre una montaña, o según el sistema de Ptolomeo, en las esferas de los siete planetas que circundan la Tierra. Sin embargo, todo esto pasó a ser algo anómalo desde los viajes exploratorios y la revolución que tuvo lugar en la cosmología, y es inútil pretender que las imágenes que se le presenten al Alma se hallen en algún sitio del universo físico. Ahora debemos efectuar una importante distinción al escudriñar con más atención lo que hasta aquí ha sido llamado diversamente el Otro Mundo, el Mundo de la Imaginación o del Alma, el mundo fantástico, el estado de trance, onírico o extático. Esa distinción es entre fantasía o la ensoñación que uno inventa para sí, y el mundo objetivo, que nada tiene de material, y que se presenta como imágenes al órgano interno de la percepción. Estas últimas imágenes tienen su propio origen, existencia y significado independientes. Un adepto de Jung efectuaría una distinción entre ambas cosas y las haría proceder, respectivamente, del inconsciente personal y del inconsciente colectivo, mientras que los ocultistas tenderían a identificar a estas últimas como un Mundo Astral de muchos planos. Puesto que lo que aquí me interesa es, en última instancia, la música que se escucha, seguiré el enfoque del sabio francés (y apasionado de la música) Henry Corbin y lo llamaré sencillamente el Mundo Imaginal.36 El enfoque de Corbin, si bien dista mucho de ser escéptico, fue más fenomenológico y erudito que profético o teórico. Independientemente de su experiencia personal, un vasto conocimiento de fuentes que abarcan toda la tradición de Occidente y del Cercano Oriente, le dieron pruebas abundantes de la existencia de un mundo en el que "se concretan de modo infinito Imágenes arquetípicas autónomas, formando una jerarquía de grados que varían según su respectiva sutileza o densidad relativa".37 Esas son las palabras de Qutbuddin Shirazi, comentarista de La Teosofía Oriental, obra del sabio iraní Suhrawardi, quien vivió en el siglo XII. Escuchemos ahora a ese maestro, que habla de su propia experiencia: Munidos del concepto del Mundo Imaginal podemos acercarnos inteligentemente al antiguo mito del Ascenso a través de las Esferas y el de la música que ahí se oye. Si bien la mayoría de las aventuras celtas tienen lugar en la Tierra Imaginal, los relatos sobre el ascenso deben referirse a lo que podemos llamar los "Cielos Imaginales". En la versión clásica del ascenso, el alma se eleva sobre la Tierra (a la que incluso se la puede contemplar hacia abajo desde cierta distancia, como lo hiciera C.G. Jung en las visiones de su vejez),40 y se descubre en la región de las esferas planetarias. El soldado de Pánfilo, en el "Mito de Er",41 de Platón, vio al sistema de los siete planetas y a las estrellas fijas con una Sirena de pie en cada esfera, "entonando su cántico variado por diversas modulaciones; y todas las ocho juntas componían una sola armonía".42 Tras las huellas de Platón, Cicerón también terminó su República con una visión cósmica, aunque presentada esta vez como un sueño. Escipión el Africano, héroe romano, vio nueve esferas (incluida la Tierra), que creaban un "sonido grandioso y agradable".43 Su difunto abuelo, que actuó como su guía, le explicó que ese sonido provenía del veloz movimiento de las esferas mismas, que aunque son nueve en total, producen solamente siete tonos diferentes: "siendo este número, podríamos decir, la clave del universo".44 El Timarco de Plutarco, quien entró voluntariamente en la Cripta oracular de Trofonio a fin de averiguar cuál era el misterioso Signo de Sócrates, perdió consciencia de su propio cuerpo y, cuando le pareció que salía a través de su coronilla, "captó débilmente el zumbido de algo que giraba sobre la cabeza con un agradable sonido".45 Al ver aquel esplendoroso espectáculo de las esferas que giraban, "imaginó que su movimiento circular creaba en el éter un zumbido musical, pues la suavidad de ese sonido que era producto de la armonía de todos los sonidos separados correspondía con la uniformidad de su movimiento".46 Todos estos viajeros de los que hablo regresaron a la Tierra para edificación de sus semejantes: no atravesaron las esferas del Mundo Imaginal que resonaban tan maravillosamente en sus oídos. En procura de un relato sobre la última meta de ese viaje y su significado, no podemos hacer nada mejor que leer el libro hermético Poimandres, el Pastor de los Hombres.47 En este diálogo, Poimandres, que es la Mente del Mundo, explica a Hermes que, cuando una persona muere, el cuerpo físico se entrega primero a su destino natural que es el de la descomposición. A continuación, el "ethos", la naturaleza instintiva o habitual, retorna al Daimón, y los sentidos, las pasiones y los deseos retornan a sus fuentes en la Naturaleza irracional. Lo que queda de la persona -la única parte inmortal- entra entonces en lo que Poimandres llama la Armonía, término que hace hincapié sobre la naturaleza musical de las esferas planetarias. En cada una se descarga la fuerza que corresponde a cada planeta. En la esfera de la Luna, dejará atrás la fuerza del crecimiento y de la declinación; en Mercurio, la de idear maldades; en Venus, la ilusión del deseo; en el Sol, la arrogancia de la dominación; en Marte, la audacia y la temeridad impía; en Júpiter la pugna por la riqueza por malos medios; y en Saturno, la falsía. En otras palabras, el viaje es una iniciación, o una serie de iniciaciones, que tienen lugar en el Mundo Imaginal, ya sea mientras la persona está todavía unida a su cuerpo terrestre o después que lo desechó. La música que ahí se oye y cuya hermosura sobrenatural siempre se recalca no es otra cosa que el conocimiento logrado en estas iniciaciones por quienes alcanzaron la etapa requerida de crecimiento psíquico, quedando exentos de deseos y vicios a los que estamos sujetos casi todos en la tierra. Como nos lo dice Simplicio, el neoplatónico: El cosmos de Ptolomeo, con sus esferas concéntricas, es una proyección adecuada y simbólicamente exacta de los Cielos Imaginales en el espacio físico, los siete planetas son las manifestaciones visibles de las siete fuerzas que rigen el alma, y el viaje a través de ellas es el preludio necesario a la vida eterna más allá de la Octava Esfera. El sistema geocéntrico sigue siendo, para el microcosmos humano, el mapa más exacto: los cuatro elementos del cuerpo están rodeados por las esferas volátiles y musicales del Alma, y todas son una mera burbuja en el espacio infinito del Espíritu. El cosmos heliocéntrico, aunque físicamente correcto, no puede ya ajustarse a este simbolismo. Si el alma tuviera que elevarse desde la tierra y dirigirse a las estrellas a través del cosmos de Copérnico y Newton, no sólo podría perderse por completo varias esferas sino que lejos de traspasar los límites de la existencia material para fundirse en el Cielo, continuaría interminablemente a través del espacio y sus astros dispersos. El heliocentrismo, sin embargo, contiene su propia verdad simbólica: ésta, que trasciende la prueba de los sentidos, es de naturaleza esotérica. Al invertir hacia adentro el enfoque de nuestro sistema -desde el Primum Mobile invisible hacia el Sol visible-, refleja la doctrina de que la Divinidad no se la halla en las formas externas ni es vastamente remota respecto a nosotros sino que, por el contrario, brilla en el centro de nuestro propio ser como el Reino de los Cielos que está dentro de nosotros. La estructura del universo físico coincide con esta enseñanza, tal como los pitagóricos y Kepler lo sabían, pero cuando en el siglo XVII esa estructura se dio a conocer y fue generalmente aceptada, se la interpretó mal, suplantando su significado simbólico con su sentido literal. En consecuencia, la nueva cosmología contribuyó a la desvalorización del Espíritu y del Alma y a la destrucción del Hombre como microcosmos. Por esta razón, la música de las esferas quedó casi silenciada durante doscientos años. |
Continuación |
NOTAS | |
* | Ver la sección Estudios Generales de esta web de SYMBOLOS, donde se reproduce su serie "Anales del Colegio Invisible" publicada posteriormente a este Cuaderno en la revista impresa. |
1 | Evans-Wentz, p. 131. [ver, en página aparte, Bibliografía de obras citadas] |
2 | Ibid., pp. 31 f. |
3 | Ibid., p. 111. |
4 | Ibid., p. 103. |
5 | Ibid., p. 298, citando Silvia Gadelica ii. 142-4 |
6 | MOAR, vol IV, pp. 206f. |
7 | Ibid., vol. II, p. 211. |
8 | Evans-Wentz, p. 61. |
9 | Steiner 1974, pp. 161-3. |
10 | Ver Hodson para ilustraciones sobre estas. |
11 | Steiner 1974, p. 124. |
12 | Ver introducción a su Quatour pour la fin du temps (1944). |
13 | Ver Hammerstein 1974, pp. 94ff., sobre el infierno musical de Hieronymus Bosch. |
14 | Cf. el círculo más bajo del Infierno de Dante. |
15 | Siegel, p. 212. |
16 | Vaughan, p. 5. |
17 | Patch, p. 3. |
18 | Rolleston, p. 47. |
19 | Brendan, p. 21. |
20 | Evans-Wentz, pp. 85, 105f., 115, 129f. |
21 | Ibid., p. 205. |
22 | Ibid., p. 154. |
23 | Patch, p. 34. |
24 | Ibid., p. 107. |
25 | Ibid., p. 35. |
26 | Spence, p.29; Patch, p. 45. |
27 | Leahy, p. 72. |
28 | Patch, p. 30. |
29 | Spence, p. 29. |
30 | Patch, p. 45; MOAR, vol. III, p. 121. |
31 | Patch, p. 30. |
32 | Brendan, pp. 43-6. |
33 | Ibid., pp. 50-52. |
34 | Patch., p. 32. |
35 | Ibid., p. 35. |
36 | Ver especialmente Corbin, pp. 51ff. Incluido en Godwin 1986. |
37 | Ibid., p. 131. |
38 | Loc. Cit. |
39 | Ibid., p. 134. |
40 | Jung 1961, pp. 289f. |
41 | La Republica, X, 614b-621d. Incluido en Godwin 1986. |
42 | Ibid., 617b. |
43 | Somnium Scipionis, V, 1; ver Macrobius, p. 73. Incluido en Godwin 1986. |
44 | Macrobius, p. 74. |
45 | En el signo de Sócrates, 590. Incluido en Godwin 1986 |
46 | Loc.Cit. |
47 | Tratado nº 1 del Corpus Hermeticum. |
48 | Ibid., Sect. 26; ver Hermes, p. 16. Incluido en Godwin 1986. |
49 | Jung CW, vol. 14, párra. 308. |
50 | Loc. Cit. |
51 | Comentario sobre De Caelis de Aristóteles como lo cita Taylor 1824, nota al Himno 34. Incluido en Godwin 1986. |
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