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No entraremos a discutir ahora esa idea jaspersiana de tiempo axial, si es correcta o no, si tiene fundamento objetivo en la historia o no. Nosotros utilizaremos metodológicamente tal concepto o noción, pues sirve efectivamente para ubicar en la historia y en el espacio una consideración sobre los orígenes o fundamentos del pensar, sin que tampoco queramos decir con esto que el sentido del tiempo axial sea gratuito o no esté fundado en la realidad. Lo que puede resultar cuestionable de la noción de tiempo axial tal como la entiende Jaspers, es la pretensión de que la época determinada por esa categoría se presente como la emergencia o el nacimiento del pensamiento autorreflexivo. Pues cabría preguntarse, ¿es que hasta los siglos VIII-V (a. C.) la Humanidad no tuvo conciencia de sí, ni participó de ninguna idea que hiciera referencia a la unidad en cualquiera de sus campos? De hecho, la época de los grandes imperios próximo-orientales, en función precisamente del carácter unificador y cosmificador que supone la idea de imperio (un imperio no sólo es un cosmos, es el cosmos y más allá está el caos) habría establecido por lo menos los pródromos para la emergencia del tiempo axial, si es que no hay ya en aquella época de los grandes imperios algunos de los elementos que caracterizan a este tiempo axial (como por ejemplo el derecho, canonizado por el Código de Hammurabi). Tan es así que el propio Jaspers coloca a la época de los grandes imperios como preparación y anuncio del tiempo axial. El principal lastre que lleva consigo la teoría jaspersiana del tiempo axial es la de considerar (implícita o explícitamente) la creencia en una supuesta etapa de confusión de la conciencia con la naturaleza, oscura noche de la evolución humana de la que se saldría precisamente en el alba del despertar de la autorreflexión. Pero, no obstante, hay que reconocer que el tiempo axial representa un novum respecto a lo anterior, y este novum es además una de sus características principales: todas las corrientes de esta época crucial que estamos tratando surgen, de una u otra forma, como reacción ante una situación precedente considerada como anquilosamiento, negatividad o esclerotización que no propicia el pensar y sentir vivos. Así, pues, el tiempo axial se nos presenta como una novedad, pero novedad en la medida en que quiere ser, y es, una rectificación de concepciones y situaciones anteriores. Pero como decíamos antes, fuera lo que fuera, la noción de tiempo axial acuñada por Jaspers nos es válida metodológicamente y como punto de partida, porque de hecho posee una cierta comprobación histórica, y lo que es más importante, porque aglutina una serie de corrientes y sistemas que fenomenológicamente responden a criterios y experiencias semejantes. Esto último es uno de los factores que más interesan aquí, pues en efecto, propicia un estudio comparativo entre los componentes de este tiempo axial. Según esto, ¿qué sucedería si abordamos a Platón desde perspectivas upanishádicas?, ¿se podría analizar la dialéctica taoísta en función del pólemos de Heráclito?, ¿estableceríamos en un mismo ámbito a Píndaro y a los profetas de Israel? En pocas palabras, ¿puede haber un intercambio de parámetros de modo que los propios de una cultura o corriente nos alumbren la comprensión de otra cultura o corriente? No tratamos con ello, evidentemente, disolver la singularidad de cada pensamiento; pero lo que nos trae aquí es más bien la comunidad de ideas y planteamientos, lo cual en definitiva es lo que posibilita que hablemos de un término genérico como es el de tiempo axial, y lo que propicia un análisis comparativo como quiere ser el nuestro. Partimos, por tanto, de la fundada convicción de que no existen culturas encerradas en sí mismas, ni pensamientos opacos e intransitivos, ni ideas clausuradas en solipsista autoctonía; por el contrario, la comprobación de la realidad (con todas las salvedades que se quiera) de un tiempo axial nos permite hablar de una comunicabilidad y transitividad (en el ámbito fenomenológico) de las ideas, de una equiparación en suma de los grandes motivos y argumentos del pensar. Se trata del pensar más prístino: el pensar del origen, de lo que fundamenta todo, de lo más fundamental. Por ello mismo, lo más fundamental, lo que sirve de origen y principio es lo más común, lo más equiparable y cotejable. Respecto a todos los términos o filosofemas que aquí estudiaremos, sean griegos u orientales, no pretendemos como es natural que sus significados se circunscriban a lo que aquí tratamos, pues su riqueza es plural y variada: tan sólo resaltamos los sentidos que creemos más importantes para lo que ahora nos trae. De la misma manera, cuando cotejamos términos de una cultura con términos o nociones de otra, tampoco con ello queremos afirmar que no haya diferencias, tan sólo que lo que nos interesa ahora son precisamente las notas comunes, los elementos que nos permiten comparar unas categorías con otras. Más todavía: el punto común en virtud del cual nos está permitido aproximar las palabras fundamentales de varias culturas radica en la noción de unidad. Este es, pues, el hilo conductor que religa a todos los eventos del llamado tiempo axial.
Esta misma relación existe con los conceptos de Brahman y Atman. Para la filosofía upanishádica, Brahman es la unidad que subyace todo cambio, el substrato permanente que posibilita el paso continuo de la impermanencia. Por ende, Brahman designa toda aquella cualificación que pudiera predicarse del Origen y Principio. Brahman es lo incondicionado, lo Absoluto impersonal y la Divinidad personalizada, el substrato metafísico permanente .en definitiva, la unidad que subyace y posibilita toda multiplicidad. Pero Brahman tiene un correlato: Atman, que es tanto el atman particular de cada hombre (su alma o espíritu) como el Atman universal (el Alma o Espíritu en este sentido coincidente con Brahman). Ahora bien, la relación existente entre el atman del hombre y el Atman universal, vale decir, y el Brahman, es muy semejante a la que hay entre el logos del hombre y el Logos universal (o el nous del hombre y el Nous universal). El atman del hombre no es sino el Atman en el hombre, la pertenencia del Atman a Brahman, esto es, la forma como el hombre participa del Uno. Por tanto, con la relación Brahman-Atman se afirma no sólo la unidad frente a la constante dispersión de la multiplicidad cósmica, sino también la integración del hombre en esa unidad metafísica que es Brahman y que en lo que afecta al hombre llamamos Atman. De lo que se trata, pues, es de sustraer al ser humano de la impermanencia y de insertarlo en un ámbito de unidad. Esto mismo motivó que hubiese en la India desde muy pronto un análisis pormenorizado de las estructuras de la conciencia, pues interesaba deslindar qué había de perecedero y de múltiple en la interioridad humana y dónde estaba lo imperecedero y unitario. Así, una cosa es el nous en el hombre y otra su psiqué; una cosa es el atman (o cit) en el hombre y otra su ahamkara: mientras las primeras nociones designan la pertenencia del hombre a la unidad y por tanto la presencia de la unidad misma en el hombre, las otras vienen a significar la parte mutable y cambiable del hombre. Se da, pues, una diferencia entre un "yo" trascendental y un "yo"empírico. También el término Purusa presenta la misma relación entre lo universal y lo particular. Así, Purusa es Ser Absoluto, la Unidad Suprema: es el Purusa en sí mismo. Pero purusa designa al mismo tiempo el ser espiritual del hombre, el alma humana (de hecho, originariamente purusa significa persona, individuo): entonces se trata del Purusa en el hombre, esto es, la presencia del Purusa universal en el hombre. De ahí que se establezca una identidad entre Purusa, Atman y Brahman, designando los tres términos la categoría metafísica suprema. En definitiva, purusa (como atman, logos o nous) es la unidad manifestándose y operando en el hombre:
Siempre que hallamos una categoría metafísica suprema (Logos, Nous, Tao...) encontramos como correlato esencial de ella misma otra categoría que supone la presencia de aquella en el hombre. Así el Logos universal y el logos en el hombre, el Nous universal y el nous en el hombre, el Atman universal y el atman en el hombre, Purusa universal y Purusa en el hombre. También, aunque con ligeros matices, ocurre esto en el pensamiento chino. La correlación metafísica de Tao puede ser el Tao de cada cosa (por tanto, también del hombre), o bien Te, la manifestación o dinámica de Tao entre los diez mil seres (lo múltiple); en el caso del confucionismo esta relación metafísica se establece entre Li (Ley universal) y Ye, que es el ideal o modelo de hombre, vale decir, la presencia de Li en el ser humano. Estos corolarios de las entidades supremas desempeñan dos papeles ontológicos de gran importancia: suponen la presencia actuante del Ser en las cosas y desproveen a éste de cualquier connotación abstracta, sino que por el contrario lo concretizan y lo muestran en su fuerza determinadora.
La reforma llevada a cabo por Zaratustra en esta época también tiene por finalidad establecer una instancia que reconduzca lo múltiple a lo uno. Esa instancia en el zoroastrismo es Aura Mazda, que al igual que el Yavé judío se deslinda de la pluralidad de dioses y se establece como el fundamento unitario de los diversos ámbitos del ser. En efecto sabemos que el motivo fundamental de la reforma de Zaratustra consistía en postular una idea de divinidad y de culto más espiritualizada que la de la religión tradicional mazdea. No entraremos en la cuestión de si lo propuesto por Zaratustra fue un primer Principio (Aura Mazda) o una dualidad de principios (Aura Mazda-Angra Mainyu, Ormuz-Arimán); lo importante aquí es señalar la subsumisión en una categoría que regula el movimiento de la diversidad y supone el substrato permanente de los seres. Esta instauración de la unidad como fundamento y origen de la realidad no es en el caso zoroastriano solamente ética o religiosa, lo es también metafísica y cosmológica, como lo demuestran las nociones de menok y gestic, sobre las que volveremos luego. Igualmente que todos estos principios que ordenan (sea en el ámbito que sea: metafísico, ético, religioso o todos a la vez) el movimiento y la pluralidad de los seres, el Tao cumple a la perfección ese papel que se le otorga al Primer Principio.En efecto, Tao es fundamento y unidad de la pluralidad moviente, lo permanente o incondicionado que subyace y posibilita el desarrollo de lo impermanente y condicionado; por todo esto, Tao adquiere también las cualificaciones de divino y sagrado. Como fisis, Tao es la unidad misma de la naturaleza y de su salir a la luz, sin confundirse con la naturaleza misma. La reflexión encuentra en el tiempo axial un elemento que permanece en medio del continuo llegar a ser y mudar; ese mismo elemento, que por tanto se constituye como fundamento al ser unidad en lo cambiante, es también condición de posibilidad de lo cambiante y origen de ello mismo, pues si lo cambiante se redujera a su pura dispersión se disolvería en su constante ir pasando; luego hay presencia de lo uno en lo múltiple; ese uno, al ser la instancia suprema es supremamente vida, palabra o inteligencia, es decir, categorías que rigen y unifican la acción de lo múltiple, y así la suprema instancia es también divinidad y sacralidad: Logos, Nous, Brahman, Tao, se encuentran en este orden de cosas, al igual que Yavé o Aura Mazda, aunque en estos últimos se incida más en aspectos personales. Volvemos a repetir que cada una de estas nociones designan la unidad no de manera homogénea, sino en cada ámbito respectivo según ese ámbito: en el ámbito politeísta Yavé y Aura Mazda ponen unidad religiosa; en el ámbito de la naturaleza, Tao y Fisis; en el ámbito ontológico del ser, Brahman-Atman, Logos o Nous; en el ámbito del hombre, atman, cit, logos o nous, pues muchas de estas instancias, por mor de su misma cualificación de unidad, actuarán en varios ámbitos llevándolos a una unidad superior. Precisamente, el hilo conductor que nos sirve aquí para reunir a todas aquellas categorías descansa en el hecho común de que todas, cada una a su particular modo, desempeñan la acción de la unidad en la pluralidad. Pero no se entienda esta postulación universal de la unidad como una categoría abstracta que subsume la variada multiplicidad de lo real en un Uno Todo descualificador. Por contra, la riqueza cualitativa de la realidad múltiple y cambiante fue valorada ontológicamente, por lo que se otorgó un especial estatuto metafísico a las categorías que diesen cuenta de las determinaciones que movían a la realidad toda. Es decir, se trataba de delimitar y discernir el funcionamiento de la unidad posibilitante respecto a la multiplicidad posibilitada, por lo que el tiempo axial ve aparecer en diferentes culturas la instancia en el seno de lo condicionado e impermanente (de lo múltiple, en suma). Advertimos de que también estas categorías que quieren explicar la acción de lo múltiple son en realidad fórmulas de la unidad, modos de decir la unidad, sólo que ahora incidiendo en su acción determinadora. Dos cosas interesan: mantener el principio de unidad en todas las cosas, mostrar la riqueza ontológica de la determinación y su estructura (esto es: los modos a los que lo múltiple se ajusta). La Unidad que subyace y subsume toda la variada realidad múltiple, resulta el concepto fundamental de la especulación del tiempo axial. Para éste se tratará siempre de hallar unidad en el ámbito restringido del ser. Y entonces la Unidad, que es determinación, se determina en las actuaciones restringidas de sus ámbitos de ser, y la Unidad aparece como diké, nómos, rita, dharma... Antes que categorías éticas o jurídicas son categorías metafísicas, y en cuanto tales su destino consiste en configurar y ordenar ámbitos concretos de la realidad, es decir, llevar a la unidad el ámbito donde luce la acción de aquellas nociones: son, por tanto, de qué manera se dice la unidad en lo ético, en lo jurídico, en lo político... Por eso puede haber un Logos universal y un logos particular en cada cosa, un Dharma universal y un dharma para cada cosa, una Diké universal y una diké para cada cosa, un Tao universal y un tao para cada cosa... En el pueblo de Israel la noción fundamental que designa la Unidad es Torá esto es, la Ley. Pero aquí como en ningún otro lugar tal vez, apreciamos cómo esta ley no tiene en su forma prístina un sentido judiciario o de ley jurídica positiva. La Torá es pura donación y su misión estriba en ordenar y reglar una comunidad que sin tal Ley, abocaría al caos (míticamente: las aguas del Mar Rojo). Las funciones de la Torá se determinan de manera especial a través de sus misvot (mandamientos), que de igual modo, antes que un código normativo significan las pautas que prestan sentido a la realidad en la que se desenvuelve una comunidad. La noción de Tao designa privilegiadamente todos los sentidos implicados en la categoría de Unidad. En efecto, el Tao es lo Absoluto, pero actuando y determinando en la realidad contingente, prestándole su estatuto ontológico. Tao es, por tanto, ley interna de lo real y de su desenvolvimiento: todo tiene u obedece a su Tao: hay por tanto un Tao universal y ese mismo Tao concretándose en cada cosa. Esa actividad del Tao en cada cosa es Te, que es la actividad o energía de Tao actuando en el mundo. Heidegger -en una de sus escasas referencias a la filosofía oriental- afirma que Logos y Tao son los dos conceptos filosóficos más difíciles de traducir. Y añadimos nosotros: esa dificultad viene dada más por su superabundancia significativa que por inefabilidad (aunque haya una relación entre ambos aspectos). Pues en efecto, de todo se puede predicar la presencia de Tao o Logos, aunque nada sea Tao o Logos en sí. De hecho Tao (como Brahman) puede ser considerado como coincidentia oppositorum de todos los contrarios, es decir, de yin y yang, los cuales se resuelven en la síntesis superadora y posibilitante que es Tao. Por lo tanto, es trascendente en cuanto que se presenta como absoluta condición de posibilidad, es inmanente en cuanto que determina a través de Te la pluralidad, y está por encima de esta misma dualidad en cuanto que coincidentia oppositorum. |
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